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Uno de los debates actuales más
candentes entre la izquierda es el de la vigencia, contornos, definición o
límites de la clase obrera, llegando a dudarse de su existencias, al menos en
cuanto a su formulación “clásica”. En las últimas semanas Pablo Iglesias (1),
Nega (2), o John Brown (3) han publicado una serie de artículos al respecto,
tomando distintos puntos de vista.
El propósito de este
artículo es tratar de contribuir a este debate y el señalar algunos hechos
relativos a esta discusión.
Alfonso
Lago Rayón
Hechos y opiniones
Cuando debatimos sobre estas
cuestiones, debemos tener claro cuál será el marco de la discusión. ¿De qué
estamos hablando? Si queremos adoptar un enfoque lo más objetivo posible,
debemos tratar de analizar los hechos, la realidad tal como se presenta, y
tratar de despojarnos al máximo de los prejuicios que cada uno pueda albergar.
Asimismo las experiencias personales pueden ser muy valiosas, y no dejan de ser
parte de la realidad, pero una parte tan microscópica (hablamos de grupos
formados por cientos de miles y millones de personas) que puede hacernos perder
de vista el bosque.
El proletariado no es
una idea. Es un sujeto social real del que forman parte millones de personas de
carne y hueso. Si hablamos de clases sociales hablamos de formaciones sociales
construidas históricamente, de grandes grupos de personas, que tienen una posición
común en una estructura social históricamente establecida. En el capitalismo
las principales clases son los propietarios de los medios de producción en la
era de la gran industria y la producción mercantil (los capitalistas), y los
trabajadores asalariados, que crean las riquezas y necesitan vender su fuerza
de trabajo a los primeros por un salario para vivir. Unos basan sus ingresos en
la propiedad del capital, los otros en la venta de su fuerza de trabajo.
Uno de los aspectos de la
discusión sería si siguen existiendo estas clases, y como siguen existiendo,
cuáles han sido las continuidades y cambios en las mismas desde su
constitución.
“Rajoy debe aprobar otra
reforma laboral que flexibilice los salarios a la baja. Eso hizo Schröder en
2003. Eliminó el salario mínimo y laminó el Estado del Bienestar privando a
millones de personas de sus ayudas sociales: eso causó disturbios y protestas.
Le costó el cargo. Sin embargo, se trataba de la política adecuada.”(4). Quien
así habla es el presidente del IFO, el instituto alemán que asesora al gobierno
del Partido Popular. Hacer de cada país el más competitivo. Bajar los costes
salariales para exportar más. Es la recomendación de la patronal para salir de
la crisis. “Si se buscan reducciones competitivas de los salarios en forma
simultánea en un gran número de países, esto podría llevar a una «carrera hacia
el fondo» en la participación del trabajo, reduciendo la demanda agregada.”
afirma la OIT en 2013. (5) Empobrecer a los trabajadores disminuye la demanda y
aumenta la crisis. Pero en este sálvese quien pueda exportar a costa del
mercado del otro es la única salida para que las empresas sobrevivan. Y para
hacerlo deben aumentar la explotación de los trabajadores. La realidad
cotidiana que vivimos demuestra la vigencia de la lucha de clases.
“Solamente se puede
salir de la crisis de una manera, que es trabajando más y desgraciadamente
ganando menos” decía Díaz Ferrán cuando todavía era presidente de la patronal
española. (6) Los capitalistas y sus políticos parecen tener las cosas más
claras que algunos intelectuales progresistas.
Clases
sin lucha… ¿o lucha sin clases?
Mientras los
capitalistas se lanzan a la guerra total contra los derechos de los
trabajadores, algunos en el campo de la izquierda cuestionan la existencia
objetiva misma de las clases, o más en concreto de la clase obrera. No nos
encontramos ante un “campo de rugby” perfectamente delineado, con unos equipos
preestablecidos, “las clases sólo existen en la medida en que se organizan y
luchan”, no se trata de “fría contabilidad economicista”, sino del apasionante
movimiento de las fuerzas sociales vivas… En definitiva, se cuestiona la
existencia objetiva de la clase obrera como un sujeto social estructural, que
sólo existiría como tal en la medida en que toma conciencia de sí mismo, se
organiza y lucha.
¿Pueden existir clases sin
lucha? Preguntan. Y la respuesta no puede ser otra que ¿puede existir lucha de
clases sin clases? Discutir sobre esto es como hacerlo del huevo y la gallina
¿qué fue primero? ¿Causa o efecto? ¿Las clases sociales o su lucha?
La burguesía lo es por
ser la clase social propietaria de los grandes medios de producción, por
explotar el trabajo asalariado, y por acumular ganancias a su costa. La clase
obrera lo es por tener que vender su fuerza de trabajo al capital para obtener
un salario del que vivir. La realidad sólo existe en movimiento, pero eso no
quiere decir que la realidad sea sólo el movimiento. Podemos analizar la
realidad a través de fotos, de esa realidad capturada en un instante
determinado. La foto de las clases sociales no puede arrojar resultados más
reveladores. Veamos el ejemplo de España:
Durante la última fase
de crecimiento económico y hasta el estallido de la crisis, las relaciones
sociales capitalistas en España se han expandido hasta su máximo histórico.
Nunca antes hubo tantos trabajadores asalariados. Nunca antes la acumulación de
ganancias capitalistas alcanzó semejantes volúmenes. Nunca antes las relaciones
capital-salarios ocuparon mayores porciones de la vida económica, ni de forma
tan concentrada, desplazando las formas de alta concentración de capital y
monopólicas a otras formas menos desarrolladas en casi todos los ámbitos:
agricultura, industria, servicios, banca, comercio… La pequeña producción de
autoempleo y autoconsumo agrícola y artesanal ha sido relegada a su mínima
expresión histórica.
Los asalariados han
llegado a alcanzar la cifra de 17 millones en la cúspide del ciclo de
crecimiento, más otros 3 millones de trabajadores autónomos (7), y
aproximadamente medio millón de trabajadores “sumergidos”. De los 17 millones
de asalariados, en torno al 40% estaban empleados en empresas de más de 250
trabajadores, y menos de mil empresas empleaban a más de 3,6 millones(8).
Las ganancias de las sociedades
capitalistas han llegado a alcanzar, en lo que se refiere a beneficios
declarados en torno al 20% del PIB (220.000 millones de euros en 2006, sin
contar el fraude fiscal). El reparto de la tarta de la riqueza creada
anualmente, el PIB, oscila cada año unas décimas más en favor del capital: en
el primer trimestre de 2013 los trabajadores obtenía en forma de salario el
44.6% del PIB y el 46.3% computaba como rentas del capital. (9)
En 2012 las compañías
del IBEX repartieron entre sus accionistas 92.567 millones de €: el 70% de los
beneficios obtenidos por las empresas van a parar al bolsillo de los
accionistas. Una auténtica sangría de la riqueza generada por millones de
trabajadores diariamente, que no irá a crear trabajo, si no a engordar las abultadas
carteras de los grandes accionistas. (10)
Por lo tanto la
contradicción capital-trabajo, la explotación capitalista del trabajo
asalariado ha alcanzado cotas desconocidas anteriormente. Más asalariados, más
ganancias más concentradas, más capacidad productiva… El proceso ha alcanzado
un notorio grado de madurez, y a la vez manifiesta hoy, más que hace 5 años,
sus debilidades: es incapaz de satisfacer las necesidades sociales más básicas.
Millones de casas vacías y miles de familias sin vivienda, 27% de paro, más del
50% de paro juvenil. Salarios menguantes, pensiones menguantes, becas
menguantes… El salario más frecuente no alcanza los 16.000 euros anuales (11).
A más de la mitad de las familias les cuesta “llegar a fin de mes” (12). Miles
de niños tienen que ser alimentados por los servicios de asistencia social.
Comprobar estos hechos
en su conjunto, y seguir preguntándose ¿quiénes son los de abajo? Puede llegar
a ser ridículo. ¿Quienes crean las riquezas? Los trabajadores, fundamentalmente
los millones de asalariados del sector privado empleados por el capital. ¿Quiénes
las acumulan? Fundamentalmente los propietarios y accionistas de las grandes
empresas.
La
clase obrera hoy
En una línea argumental
ampliamente difundida entre la izquierda, Pablo Iglesias nos recuerda que hay
una fractura entre “aquella” (NdT: viejo, malo, caca) clase obrera masculina,
industrial y con mono azul; y la actual: “un trabajador varón con mono azul y
carné sindical pudo ser un símbolo apropiado de la clase trabajadora en
el pasado, pero hoy su mejor representante sería una reponedora mal pagada y a
tiempo parcial”. Este discurso en parte refleja cambios reales, y en parte se
alimenta de tópicos que no se corresponden con la realidad.
¿Capitalismo
post-industrial? La industria sigue jugando un papel central, ya no en la
economía mundial, sino en Europa, e incluso en España. La clase obrera
industrial nunca ha sido la mayoría de la población, aunque sí es cierto que en
décadas pasadas llegó a ocupar una proporción mayor de los asalariados
(hablando de Europa, ya que se mantiene estable a nivel mundial desde la mitad
del s. XX).
Es cierto que la
proporción de trabajadores de la industria ha disminuido respecto al total,
pero no porque exista una “desindustrialización” general de la economía:
En primer lugar, esto se
debe a un aumento de la productividad de la industria. Menos trabajadores crean
más productos:
Pinchar el gráfico que se verá mejor
Entre 1975 y 2005, el empleo
industrial en España aumenta un 13%, mientras que la producción lo hace un 79%,
6 veces más que el empleo. Este aumento de la productividad es muy superior al
de otros sectores, específicamente el de servicios.
Otra parte de la cuestión se
debe a una simple cuestión estadística, debido a la externalización de
departamentos de las empresas, que antes figuraban como industriales, y pasaron
a contabilizar como servicios. La Engineering Employer’s Federation de Gran
Bretaña observa al respecto de la economía británica: «Una parte importante de
la industria de los servicios ha sido creada por la industria mediante la
subcontratación de sectores como el mantenimiento, la restauración colectiva y
la asistencia jurídica. La industria podría abarcar hasta el 35% de la
economía, más que el 20 % generalmente aceptado, si los cálculos se basaran en
estadísticas correctas.»(13) La Comisión europea lo confirma: «El proceso de
reasignación de los recursos hacia los servicios no se debe confundir con la
desindustrialización.»(14)
Y otra parte se debe a la
deslocalización o transferencia de producción a otros países de la periferia
capitalista. Nótese que estos obreros industriales no desaparecen en términos
absolutos, sino que cambian de país. Occidente descubrió horrorizado que su
ropa barata no crecía de los árboles, sino que era fabricada por millones
de proletarios en Bangladesh, cuando cientos de ellos murieron en varios
accidentes de trabajo.
Desde 2008 se han perdido
659.000 empleos industriales en España, el 27% del total (15), pasando a ocupar
de 2,9 millones de trabajadores a algo menos de 2,2.
Por otra parte, las mujeres
siempre han formado parte de la clase obrera, y una esencial. No sólo por su
“trabajo reproductor” y doméstico, sino en la creación de plusvalía para el
capital. Baste referir las cientos de miles de mujeres empleadas en el sector
textil o las “petroleuses” de la comuna de París. Sí es cierto, para el caso de
España, un aumento en las últimas décadas de la proporción de mujeres
asalariadas, pero esto se explica más por el fin de la hegemonía del
“nacional-catolicismo” que relegaba en mayor medida a la mujer al trabajo
doméstico, que por una supuesta fractura entre la clase obrera “tradicional” y
la contemporánea. La clase obrera “tradicional” nunca fue exclusivamente
masculina, como tampoco lo es ahora.
La fragmentación de la
clase obrera.
Quienes cuestionan la
centralidad, homogeneidad o incluso la existencia de la clase obrera, recalcan
la fragmentación a la que está sometida: hombres y mujeres, nacionales e
inmigrantes, trabajadores del sector público y del privado, fijos y temporales,
manuales e intelectuales…
Parece como si en tiempos de
Marx los obreros fueran seres grises, clónicos, cuarentones, bigotudos y
barrigones apretadores de tuercas, con el carné de CCOO colgando del ojal de su
mono azul, mientras que hoy vivimos una explosión de individualidades
multicolor que “son irreductibles a una sola unidad simbólica”. Además unos
escucharían techno y otros a Manu Chao (casi ninguno a LCDM).
Pero ¿es que alguna vez fue
homogénea la clase obrera en los términos que plantean? El origen de la clase
obrera proviene de campesinos expulsados de la tierra, de artesanos arruinados
de las ciudades, de las ocupaciones coloniales y movimientos migratorios
transoceánicos, del fin de la esclavitud de los negros… de distintas nacionalidades,
territorios, dialectos, religiones y cultura. Fueron empleados en distintas
tareas y sectores, con distintos salarios y relaciones laborales. No tenían
sindicatos, los tuvieron que crear con sus luchas y su unión.
En la comuna de parís lucharon
hombres y mujeres, negros y blancos, obreros industriales y rufianes “sans
culotte”, oficiales de primera y aprendices, etc, etc…
Una cosa es abstraer una
realidad compleja en un símbolo, y otra caricaturizarla. La abstracción y la
reducción a un símbolo, es unilateral y en esa medida, un falso reflejo de la
realidad. A la vez es verdadera en cuanto traduzca lo que objetivamente une a
todos los elementos de la clase, a saber: ser los explotados, los desposeídos,
los creadores de la riqueza y quienes albergan el potencial para crear una
sociedad que supere las contradicciones del capitalismo.
Por eso, quien trata de
contraponer una “vieja” clase obrera, blanca, masculina, industrial, frente a
una nueva más diversa que sería cualitativamente distinta como sujeto social
central de las relaciones sociales capitalistas, lo que hace es caer
precisamente en los clichés que dice combatir. Más aún, señalar que esta
diversidad hace que “sólo la miopía de cierta izquierda puede insistir en
agruparles a todos bajo la etiqueta de obreros e invitarles a afiliarse a los
sindicatos” es el colmo de los despropósitos…
Lo que hace importante el papel
de los trabajadores es su papel central en la creación de riqueza, en la
producción: “La existencia y el predominio de la clase burguesa tienen por
condición esencial la concentración de la riqueza en manos de unos cuantos
individuos, la formación e incremento constante del capital; y éste, a su vez,
no puede existir sin el trabajo asalariado.”(16) Es su capacidad, por su
posición central en las relaciones sociales de producción, de tomar los
resortes fundamentales del poder en sus manos. Es la clase obrera la que puede
hacer que la rueda del capital deje de girar. Los obreros pueden parar un país.
Los estudiantes o los intelectuales, no.
La clase obrera y la
metáfora de Espartaco
Espartaco era tracio, esclavo,
y varón, utilizado por sus propietarios como gladiador. Dirigió uno de los
mayores levantamientos de esclavos de toda la historia y puso en jaque al mayor
imperio esclavista de su época. Los esclavos eran empleados domésticos, de las
villas, de las grandes explotaciones agrícolas, trabajadores urbanos,
profesores y meretrices… Pero también arrastraron a ciudadanos romanos libres
pero pobres. El movimiento de los esclavos estaba formado por hombres, mujeres
y niños de muy diversas nacionalidades y territorios, de Numidia hasta la
Galia, muchas de las cuales no podían entenderse entre sí hablando. Hablaban
distintas lenguas, tenían la piel de distintos colores, adoraban distintos dioses.
Y a pesar de todo se unieron y enfrentaron a los legionarios de Roma, y con un
notable éxito que trastocó los cimientos del imperio de manera duradera.
Uno puede imaginarse a Pablo
Iglesias Turrión, diciéndole a Espartaco antes del levantamiento que no se
dejara llevar por su “miopía”, y que necesitaría destetarse de su economicismo
por querer “agruparles a todos bajo una etiqueta” en un movimiento de
emancipación.
La cuestión es si por encima de
sexo, raza, idioma o religión, grado de precariedad, ocupación o afiliación
sindical, la pertenencia objetiva a una clase social es un vínculo mayor que
puede ser catalizado y convertirse en un movimiento unitario de transformación.
La respuesta nos la dio Espartaco hace muchos siglos.
Del propio elemento unitario,
esto es, la condición de clase, se deriva el proyecto hacia el que avanzar.
Todos somos esclavos, luego nuestro proyecto común es acabar con la esclavitud.
Todos somos obreros, ¿cuál es nuestro proyecto común? Si nos quedamos en:
joven, precario, inmigrante o mujer, y no trascendemos este aspecto parcial, no
alcanzamos a ver qué es lo que nos une, y a qué nos conduce. Pero si se “agrupa
a todos bajo la etiqueta de obreros”, si vemos lo que nos une a todos, podemos
plantear un proyecto unitario, sea este la defensa de los servicios públicos,
el empleo digno, salario mínimo de 1.000 euros o, porque no, expropiación de
las grandes empresas, y control democrático de la economía.
La crisis pone encima de la
mesa que el motor de la economía capitalista, la búsqueda del máximo beneficio
para los grandes accionistas y directivos de las empresas, genera crisis
permanentes, porque hace recaer el peso de la reestructuración sobre los trabajadores,
tengan estos o no conciencia de su condición. Nouriel Roubini, un destacado
economista liberal lo define con estas palabras: “Karl Marx tenía razón, (…)
Pensamos que los mercados funcionaban. No están funcionando. Y lo que es
racional individualmente, que cada empresa quiera sobrevivir y prosperar,
significa recortar aún más los costos laborales. Mis costos laborales son los
ingresos laborales y el consumo de otros. Por eso es un proceso
autodestructivo.»(17)
Necesitamos otro modelo. Pero
para avanzar en ese proyecto común, uno de los factores relevantes es el papel
de los “intelectuales” de la clase. ¿Qué papel quieren jugar estos? ¿Seguir
preguntándose quienes son los de abajo? ¿Poner en cuestión la existencia misma
de la clase social que lleva sobre sus espaldas el peso del sistema? ¿O por el
contrario contribuir a consolidar la conciencia colectiva que une a “los de
abajo” y la propuesta de soluciones?
«Todos los movimientos del
pasado fueron el hecho de minorías o le dieron provecho a minorías. El
movimiento proletario es el movimiento autónomo de la inmensa mayoría en el
interés de la inmensa mayoría. El proletariado, la capa más baja de la sociedad
actual, no puede levantarse, enderezarse, sin hacer saltar todo el edificio de
capas superiores que constituyen la sociedad oficial.»
NOTAS
El artículo de rebelión está
desactivado
Cita:
Es algo que afirmó, por cierto, recientemente, Slavoj
Zizek a quien no creo que el Nega tenga en sus altares en un artículo que lleva
por -elocuente título "The Revolt of the Salaried
Bourgeoisie" ("La
revuelta de la burguesía asalariada"). He puesto la traducción
del artículo que no está en el artículo.
4 El País, 2 Marzo
2013 (como no está la fuente, he puesto tres artículos que está relacionado)
El informe del artículo está
desactivado, he buscado la fuente está abajo
El informe completo en pdf Informe
Mundial sobre Salarios 2012/2013: Los salarios y el crecimiento
equitativo
El artículo del periódico
expansión está desactivado
He puesto este de El País
10 http://www.ccoo.es/comunes/recursos/1/1610501-Ibex_35.pdf este enlace está desactivado, he buscado la
fuente y es esta.
11 http://economia.elpais.com/economia/2011/06/22/actualidad/1308727981_850215.html este enlace
está desactivado he buscado el artículo y es este
12 ttp://www.elconfidencial.com/economia/2011/12/05/casi-dos-de-cada-tres-familias-tienen-problemas-para-llegar-a-fin-de-mes-segun-el-cis-88849 este artículo
está desactivado es este
Este es libro que hace referencia
La clase obrera en la era de las
multinacionales
15 El País, 10
Marzo 2013
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Nouriel Roubini: Marx, Bush y otra recesión
Nouriel Roubini: "Sin la confianza de los mercados,
España se encamina al rescate"
http://www.eleconomista.es/interstitial/volver/acierto-agosto/opinion-blogs/noticias/3969070/05/12/Roubini-Sin-la-confianza-de-los-mercados-Espana-se-encamina-al-rescate.html
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