NOTA DEL
EDITOR DE ESTE BLOG: Le he añadido algunas obras que hacen referencia y las
declaraciones de Winston Vallenilla
A propósito
del “ser rico no es malo” del camarada Winston Vallenilla
Por: Ricardo
Chirinos Bossio | Jueves, 07/11/2013 01:07 PM | Versión para imprimir
“Claro que
hay lucha de clases. Pero es mi clase, la de los ricos, la que ha empezado esta
lucha. Y vamos ganando”.
Warren
Buffett
Winston
Vallenilla
“Las
industrias de la subcultura han conseguido algo en verdad sorprendente, que
nadie había logrado hasta ahora: que las masas no sólo soporten con agrado lo
que contribuye a embrutecerlas sino que incluso paguen por ello: que paguen por
ser embrutecidas”.
Eloy Terron
"El
socialismo económico sin la moral comunista no me interesa. Luchamos contra la
miseria, pero al mismo tiempo contra la enajenación.
Ernesto
“Ché” Guevara.
Si algo nos enseña la historia de la
lucha de clases es que ningún cambio político logra hacerse efectivo sino viene
acompañado de una necesaria transformación económica, es decir, de un cambio en
las relaciones sociales de producción. Pues, son las relaciones sociales de
producción las que en última instancia determinan los diversos modos de
percibir, comprender y explicar la realidad (conciencia social); y por ende,
las que definen el nivel de competencias a la hora de las transformaciones
políticas. De allí
que, citando a Marx:
”¿Hace falta
ser un lince, para comprender que al cambiar las condiciones de vida, las
relaciones sociales, la existencia social del hombre; se modifican también sus
ideas, sus opiniones y sus conceptos, en una palabra, su conciencia?
¿La historia de las ideas, no es una prueba evidente, de cómo
cambia y se transforma la producción espiritual, con la material? Las ideas
imperantes en una época, han sido siempre las ideas propias de la clase
dominante”.1
Es claro
pues, que todo compromiso con la idea de la necesidad de un cambio en favor de
una sociedad más igualitaria y democrática; es decir, socialista, exige la
necesaria comprensión de cómo se configura esta conciencia y cuáles pueden ser
los diversos mecanismos empleados para adormecerla (alienarla). No olvidemos
que imbuidas por la falsa idea de que el
capitalismo es sinónimo de democracia, libertad y realización personal, las
clases dominadas tienden a perder de vista los intereses objetivos ligados a su
posición de sometimiento y explotación, retrasando así las posibilidades de una
transformación revolucionaria de la sociedad.
Ahora bien,
¿cómo se encarna y transubstancia esa conciencia de clase, de manera que pueda
convertirse en una poderosa fuerza de transformación?
¿Cuándo,
cómo y dónde se da esta milagrosa toma de conciencia?
Recordemos
que para la sociología marxista, la irrupción del modo de producción
capitalista trajo consigo una inmensa masa de trabajadores, cuyos intereses en
común –más allá de su falta de cohesión interna- permitían considerarlos como
una clase social.
Lo que en el
marxismo clásico se conoce con el
nombre de Conciencia de Clase, surge como resultado de las luchas
reivindicativas que los trabajadores emprenden en contra de sus patronos en
aras de mejorar sus condiciones de vida y de trabajo.
Por lo general, estas luchas suelen
reducirse a la simple búsqueda de reivindicaciones económicas (sindicales), y
no políticas. A tal
punto, que fuera de sus luchas contra los patronos, los obreros tienden a
luchar muchas veces entre sí. Es decir, actuaban en ocasiones, movidos por sus
propios intereses individuales y concretos en contra de otros trabajadores.
Para el
marxismo clásico, el salto de estos
intereses individuales y concretos de unos pocos hacia los intereses comunes y
generales a todos ellos, es lo que se conoce con el nombre de Conciencia de Clase:
"Los
diferentes individuos sólo forman una clase en cuanto se ven obligados a
sostener una lucha común contra otra clase, pues por lo demás ellos mismos se
enfrentan unos con otros, hostilmente, en el plano de la competencia. Y de otra
parte, la clase se sustantiva, a su vez, frente a los individuos que la forman,
de tal modo que éstos se encuentran ya con sus condiciones de vida
predestinadas por así decirlo; se encuentran con que la clase les asigna una
posición en la vida y, con ello, la trayectoria de su desarrollo personal; se
ven absorbidos por ella”.2
Marx hace referencia a dos tipos de
conciencia de clase.
A una la denomina conciencia de clase en
sí misma, y a la otra, conciencia de
clase para sí misma. La primera hace
referencia a la conciencia de formar parte de un grupo diferenciado de la
sociedad, con una posición determinada en la estructura de la misma, y con unas
prácticas y experiencias de vidas hasta cierto punto compartidas3.
La segunda, por el contrario, es la que se adquiere cuando ya se han dado
pasos de lucha (acciones organizadas y coordinadas por parte de los
trabajadores) y se ha entendido que esta misma ha servido y sirve para
defender lo que se identifica como intereses propios de la clase (tanto a nivel
sindical, como político). En palabras de Lockwood, “cuando la alienación
individual se moviliza como solidaridad colectiva”4.
Esta
conformación de la conciencia de clase para sí, Marx la explica de la siguiente
manera:
"En principio, las condiciones económicas
habían transformado la masa del país en trabajadores. La dominación del capital
ha creado en esta masa una situación común, intereses comunes. Así, esta masa
viene a ser ya una clase frente al capital, pero todavía no para sí
misma. En la lucha, de la cual hemos señalado algunas fases, esta masa se
reúne, constituyéndose en clase para sí misma. Los intereses que defienden
llegan a ser intereses de clase. Pero la lucha de clase contra clase es una
lucha política".5
Se supone
que en este estadio, los intentos por parte de la clase dominante de hacer ver
como propios y naturales sus intereses de clase quedan neutralizados, al
entenderse en el seno de las clases dominadas, que “no todo lo que es debería
necesariamente serlo”, permitiendo de esta manera el cuestionamiento a
situaciones que históricamente se consideraban como naturales, irreversibles e
imposibles de transformar.
En términos marxistas este nivel de
conciencia implica –cuando es verdaderamente revolucionaria- cuatro elementos
fundamentales:
1.
Una identidad de clase. Es decir, la definición de uno
mismo como perteneciente a las clases dominadas.
2.
Una oposición de clase. Percepción de que el orden
capitalista y sus agentes son el enemigo permanente de uno.
3.
Una totalidad de clase. La aceptación de los dos elementos
anteriores como la característica que define, por un lado, la situación social
de uno mismo y, por otro lado, el conjunto de la sociedad donde uno vive.
4.
Una concepción alternativa de la
sociedad. Una meta
hacia la cual uno se dirige a través de una continua lucha con el oponente6.
Como puede
apreciarse, la conciencia de clase para sí alude a esa imperiosa necesidad de
que la clase dominada -enajenada de los medios de subsistencia-, sea capaz de organizarse políticamente,
haciendo propio (para sí) el sentir de que su situación es injusta; y que por
lo tanto, debe ser transformada radicalmente. En otras palabras, se llega
al nivel más alto en el desarrollo de este tipo de conciencia cuando ésta
implica una concepción del conflicto de clase, es decir, cuando se reconoce la oposición irreconciliable de los intereses de la
propia clase con los intereses de la clase dominante.
Esto exige,
ciertamente, un discurso y un programa de acción común, producto
de:
1.
La
percepción del carácter ilegítimo del orden socioeconómico existente.
2.
El
reconocimiento de la posibilidad de una reorganización de conjunto de ese
orden.
3.
La
creencia en que tal reorganización puede ser llevada a cabo por la acción de
clase.7
En otras
palabras:
“La premisa
sustentada es que el capitalismo debe ser profundamente transformado, superado
como modelo de producción y forma de organización social para que sea posible
una vida democrática auténtica”.8
Sin embargo,
la experiencia histórica ha demostrado que el proceso de adquisición de la toma
de conciencia de clase no es un proceso inmediato o automático. A pesar de que
en el capitalismo pueden darse ciertas condiciones que favorezcan una evolución
más rápida de esta conciencia de clase para sí, hay una serie de factores que
obstaculizan tal evolución. Uno de esos factores es lo que Gramsci llamaba “cultura hegemónica” o “ideología dominante”. Es decir, un
sistema consciente de creencias, significados y valores impuestos, que permite
a quien detenta la dominación material, ejercer también la dominación
espiritual (cultural).
Recordemos
que para Gramsci, la clase dominante no
sólo impone unas particulares instituciones económicas, políticas y jurídicas.
Impone también un conjunto de valores, representaciones, esquemas (cultura),
donde antivalores como la competitividad, el individualismo, el interés,
la necesidad de diferenciarse, la apatía, la indiferencia, etc., son percibidos
como naturales y necesarios. En otras palabras, “La hegemonía, en el sentido de Gramsci, se entiende como la capacidad
de las clases dirigentes para inculcar sus valores en las clases subordinadas y
convertir estos valores en el sentido común de la época”.9
Esto se debe
a que toda operación de refuerzo de la dominación de clase, requiere de un
sólido sistema de valores y creencias que permita que todo el proceso social
vivido, se organice sobre la base de estos valores o creencias específicas. Y,
para ello, se necesita valorizar lo existente no sólo como normativo, sino
también como deseado.
Es el caso
de aquellos que en su anhelo por elevarse en la escala social en una sociedad
asimétricamente dividida en clases, se resisten a poner en entredicho el
carácter de clase de tal asimetría. Es decir, terminan aceptando pasiva y
acríticamente sus normas, sus reglas, su lógica: la ideología dominante, en
términos gramscianos.
En aras de
alcanzar tan ansiada meta (“ser rico, pero honradamente”), se debe aceptar que
la clase social de donde se proviene es inferior, evitando en la medida de lo
posible cualquier identificación con ella. Esto lleva a que cualquier proceso
de identificación sea dirigido, sólo a la identificación con los valores de
aquella clase a la que se considera superior y que actúa como grupo ideal o de
referencia (¿los ricos?). De esta
manera, la ascensión individualista
produce una especie de aletargamiento que impide que el conflicto de clase se
haga presente en la conciencia. Por otro lado, las tensiones que producen
la desigualdad social y la injusta carrera por alcanzar la cúspide quedan
neutralizadas a nivel ideológico, debido a que a un mayor grado de movilidad
social ascendente, menor el grado de intensidad en el conflicto de clases. En
otras palabras:
“Las
sociedades capitalistas alimentan en millones de hombres por medio de numerosos
mecanismos la ilusión y la esperanza de ascender a las máximas cimas de
disfrute y de poder que hace posibles la riqueza. Este es probablemente el
elemento más fascinante y sugestivo del capitalismo actual: convertirse de
golpe en héroe, en famoso, por disponer del poder irresistible del dinero (de
trabajo social sublimado) para conseguir todo lo que se le antoje al individuo.
Todo pequeño burgués puede llegar a ser un gran capitalista. Todo empleado
puede tener suerte en las quinielas, en la lotería, etc..10
Uno de los efectos de esta sutil
forma de manipulación y control social, es el rechazo por parte de los miembros
de las clases dominadas, al uso de categorías como plusvalía,
explotación, ideología, lucha de clases, alienación, a la hora de
comprender y explicar las asimétricas relaciones de clases a las que son
sometidos. Por el contrario, en un extraño proceso de desdoblamiento se apela a
la comparación de situaciones reales valorándolas sólo en función a la
ideología de la clase a la que consideran superior, midiendo estratégicamente
en base a esta ideología, los costos que exigiría cualquier acción
reivindicativa: “Quiero hacer un gobierno donde la tendencia política no sea lo
primordial” (Winston Vallenilla).
Lo esencial,
por tanto, no es el nivel de poder, ingresos y preeminencia social en el que se
encuentran el resto de los miembros de las clases dominadas, sino el nivel de
poder de aquellos privilegiados, que en una lucha desigual, tratan de elevarse
socialmente sobre el resto de sus compañeros de clase.
En esta
desenfrenada lucha por “superarse”, el consumismo adquiere un valor fundamental
para la promoción personal y la internalización de la ideología dominante.
Entra a formar parte de esa compleja red de creencias, cuyo único fin es el de
inculcar falsas necesidades y aletargar la conciencia de los dominados mediante
“una creciente, insaciable e indetenible “inquietud adquisitiva” de mercancías”11.
Se cree
adquirir “libremente” objetos que se necesitan (una Hummer, un Mercedes Ben,
por ejemplo), cuando en realidad no se hace más que perpetuar en forma
condicionada, una lógica (código) que busca remarcar las diferencias de clase12.
De esta manera, ciertas conductas
asociadas al consumismo, como la
envidia, el oportunismo, el status, el derroche, el lujo suntuoso, son
presentadas en términos de necesidad, incluso justificándolas, cuando en
realidad nada tienen que ver con necesidades reales, excepto la necesidad de
diferenciarse: “Tengo una Hummer, un Mercedes, todas esas cosas que uno tiene
con trabajo, las sigo teniendo con orgullo y no tengo porqué esconderlas”
(Winston Vallenilla).
El papel que
juegan acá las clases dominadas, queda supeditado a la imitación de los
“estilos de vida” de la clase dominante, que tienden a ser adoptados como
símbolo de distinción o status por las clases dominadas. Los objetos (una
Hummer o un Mercedes Ben, por ejemplo) quedan desvinculados del significado que
les da su función social (valor de uso),
y pasan a formar parte de un nuevo universo en el que adquieren un nuevo
significado como signo de prestigio o distinción (valor de signo)13.
Vemos pues, como a través de este
efectivo mecanismo de control y manipulación social, la clase dominante impide
una comprensión cabal del funcionamiento de la sociedad capitalista; a la vez que obstaculiza el largo,
duro y laborioso trabajo de disputarle al capitalismo el dominio de las
conciencias de las clases dominadas, de manera de movilizarlas e impulsarlas a
levantarse en contra del orden social capitalista y sus diversos mecanismos de
alienación (conciencia de clase para sí):
“Inmersos en
ese limbo de cosas y de imágenes de éstas los hombres dejan de guiarse por las
ideas (por el pensamiento) para guiarse por las mercancías de consumo, realizándose
en ellas y encontrando en ellas su libertad. De manera que no son las ideas las
que condicionan la conducta sino que las cosas que se adquieren y los cambios
de las cosas reordenan la conducta, siendo el trabajo el precio a pagar por el
derecho a vivir en ese limbo”.14
Visto desde
esta perspectiva, es claro que expresiones como “ser rico no es malo”, impiden una correcta comprensión de la
mecánica de explotación y dominación capitalista. Ocultan –consciente o inconscientemente- la relación conflictiva e
irreconciliable que existe entre trabajo asalariado y capital, entre alienación
y conciencia de clase, entre socialismo y capitalismo, entre reforma y
revolución.
Pensar
ingenuamente, que en la construcción del socialismo sólo el aspecto material
cuenta (alcanzar el estrellato de las élites, es decir, ser rico), es crear
entre las masas la ilusión de que se pueden seguir obteniendo mejoras
materiales sin la necesidad de hacer cambios profundos en la estructura
económica de la sociedad. A nuestro modo de ver, un simple “mejoramiento
material” en las condiciones de vida de la población (más computadoras, más
celulares, más lavadoras, más neveras y otros enseres como una Hummer o un
Mercedes Ben) no resuelve el problema
esencial en la lucha contra el modo social de producción capitalista: el
carácter alienante de sus relaciones sociales de producción. De modo que,
recordando al Ché Guevara, podríamos decir:
“un sistema
socialista que no tolera la divergencia, que no representa nuevos valores, que
trata de imitar a su adversario capitalista, que no tiene otra ambición que
alcanzar y superar la producción de las metrópolis capitalistas, no tiene
futuro, si el socialismo pretende luchar contra el capitalismo y vencerlo en su
propio terreno, en el terreno del productivismo y del consumismo, utilizando
sus propias armas, el mercantilismo, la competencia, el individualismo egoísta,
está condenado al fracaso".15
Realmente,
no dudamos de la buena fe de algunos camaradas que creen ver en el desarrollo
de las fuerzas productivas, la vía expedita para llegar al socialismo. Sin
embargo, es necesario recordarles, que gracias a la “buena fe” en el carácter “reconciliable”
de los intereses entre pobres y ricos,
explotados y explotadores, dominados y dominadores, entre mercantilismo e
individualismo egoísta, innumerables revoluciones han terminado en la derrota.
Y es que mostrar como “modelo socialista
de ciudadanía” la búsqueda del éxito material (tener una Hummer y un
Mercedes Ben) no creemos que sea una buena lección pedagógica o una virtud
revolucionaria que merezca ser promovida.
Si algo nos
enseña la teoría marxista, es que los sistemas de oposiciones antes
mencionados, sólo cobran sentido a la luz de la lucha de clases. Y sólo pueden
ser superados de manera dialéctica, una vez que las clases dominadas adquieren
conciencia de clase para sí. En términos dialécticos, una nueva tesis,
implicaría un nuevo orden económico, político, social y cultural.
¿No implica
esto a su vez la necesidad de un nuevo hombre?
Por ello,
sólo sobre la base de una falsa conciencia (conciencia alienada) -como la
manifestada en las palabras del camarada Winston-, puede justificarse un modo
alienante de organizar las relaciones humanas (Homo Consumus), donde toda
esperanza de emancipación queda reducida al sueño de: “algún día seré”, “algún día
tendré”. Efectivo mecanismo para intensificar el conformismo de aquellos de
los que ya no puede decirse: “no tienen nada que perder salvo sus cadenas”.
Fuentes
consultadas:
1 Marx, Karl; Engels, Federico
(2005). Manifiesto del partido comunista. Texto en la web. Recuperado en:
2 Marx, Karl (1974).
Miseria de la filosofía. Madrid. Ediciones Júcar, p. 257.
3 Es decir, una clase es en sí
misma, sólo por el simple hecho de existir como clase.
4 Lockwood, David (1958).
The Blackcoated Worker. A study in Class Consciousness in Moder Spain, American
Journal of Sociology, vol. 83, núm. 2, pp. 386-402. En: López Aranguren, Eduardo. Paro y
conciencia de clase. Revista española de investigaciones sociológicas, N° 44,
p. 53.
5 Marx, Karl (1959). La
ideología alemana. Montevideo. Ediciones Pueblos Unidos, p, 60-61.
6 Mann, Michael (1963).
Connsciousness and action among the Western Working Class,Londres, Mcmillan
Press. En: López
Aranguren, Eduardo. Paro y conciencia de clase. Revista española de
investigaciones sociológicas, N° 44, p. 53.
7 Giddens, Anthonny
(1965). The class estructure of the Advanced Societies. (ed., orig.,1973). New
York: Harper and Row. En: López Aranguren, Eduardo. Paro y conciencia de clase. Revista
española de investigaciones sociológicas, N° 44, p. 55.
8 Moulian, Tomás (2000).
Socialismo del siglo XXI. La quinta vía. Santiago de Chile. Editorial LOM, p.
17.
9 Miliband, Ralph (1997).
Socialismo para una época de escépticos. México. Editorial Siglo XXI, p. 15.
“Socialismo
para una época de escepticismo” Ralph Miliband
10 Terron, Eloy (2002).
Estado y conciencia en la sociedad de clases. Texto inédito. Recuperado
en: http://rebelion.org/docs/145847.pdf.
p. 211.
11 Ibid., p. 200.
12 No en balde, sociólogos del
consumismo como Barthes, Baudrillard, Bourdieu, Lasch, ven en la práctica
consumista un efectivo espacio para la construcción de identidades.
13 Cuando tales objetos son
consumidos, no se está satisfaciendo una necesidad. En realidad, se está
haciendo uso de unos signos cuya radical lógica sólo tiene como fin mantener
incólumes las diferencias de clase.
14 Terron, Eloy (2002). Op.Cit.,
p. 210.
15 Citado por: Marcano, Omar; en:
“La Constitución Bolivariana y El Socialismo del Siglo XXI”. Aporrea, miércoles
19/12/2007. Recuperado en:
La clase
obrera y la crisis: recuperar la centralidad del tablero. Vuelve la lucha de
clases.
KARL MARX:
EL DIECIOCHO BRUMARIO DE LUIS BONAPARTE
Marx, Engels
y la cuestión del Partido
Georg
Lukács: Historia y conciencia de clase
Georg Lukács Archivo
Georg
Lukács Historia y conciencia de clase 1920
Conciencia
de clase
No hay comentarios:
Publicar un comentario