NOTA DEL
EDITOR DE ESTE BLOG: He trabajado este magnífico trabajo, para facilitar su
lectura, añadirles algunos libros y artículos
que hace referencia.
Este es el
enlace del artículo: http://www.jaimelago.org/node/112
y http://www.rebelion.org/docs/197469.pdf.
El 10 de
julio de 2012 la “marcha negra” de los
trabajadores de la minería, entraba en Madrid arropada por miles de personas.1 El 22 de marzo de 2014 cientos
de miles de personas ocupaban las calles de Madrid en la “marcha de la dignidad”.2 En diciembre de 2014, cientos
de manifestantes apoyaban la huelga de los trabajadores de Burguer
King en Gijón. 3
En todas
estas movilizaciones podía oirse una misma consigna: “¡Viva la lucha de la clase obrera!”.
El conflicto de clases, apaciguado por décadas, vuelve a ponerse de relieve.
Nunca había desaparecido, pero la búrbuja del crédito, el propio ciclo
expansivo de la economía, y los intentos de domesticación de organizaciones
sindicales y políticas habían mitigado el choque social.
Con el
estallido de la crisis, las cifras declaradas de beneficios empresariales
pasaron de algo más del 20% del PIB, a la mitad. Y en una economía de mercado
(capitalista) como la nuestra, ese es el principal criterio que guía las
decisiones patronales y sus gobiernos: llegaba el fin del “pacto social”.
Sin embargo
no han sido los trabajadores los que tomaron la iniciativa para romper
esta tregua superficial. La patronal y los mega-ricos dieron
el pistoletazo de salida: W. Buffet
anunciaba “Hay una guerra de clases,
y es mi clase, la de los ricos, quien está haciendo la guerra, y la estamos
ganando.” y aquí, Díaz
Ferrán, presidente de la patronal, anunciaba: “Hay que trabajar más y
ganar menos para salir de la crisis" 4.
La crisis ha
servido para justificar recortes y atacar derechos consolidados que en otro
contexto encontrarían una fuerte resistencia popular: “Eso es por lo que las
crisis son también oportunidades. Podemos hacer cosas que no podríamos si no
fuera por la crisis” decía el Ministro de finanzas alemán Wolfgang
Schaüble.5 Es la “doctrina del shock” de
la que nos advierte Naomi Klein. La nueva normalidad pasa por el incremento del
paro, de la precariedad y por apretarse el cinturón.
Así puede entenderse
que ya en 2015, y con el repunte de los beneficios empresariales, el gobierno
hable de recuperación económica, a pesar del deterioro de las condiciones de
vida de los trabajadores y del pueblo: más paro, menos salarios y prestaciones,
más hogares sin ingresos, más familias desahuciadas... sólo cambiando “España”
por “beneficios empresariales” pueden entenderse entonces afirmaciones como la
de la vice-presidente del gobierno: “España tiene hoy una firme
perspectiva de recuperación”. 6 Y es así también como se entiende, que mientras el
gobierno –en precampaña electoral- habla de una innegable recuperación
económica, “cuatro de cada cinco
españoles cree que la economía está igual o peor”.7
En un
momento de debilidad de los trabajadores, la patronal carga contra derechos
conquistados en décadas de luchas, para restaurar su tasa de beneficios: ya en
2014, mientras el gobierno proclama la “recuperación” no se pagaron la mitad de
las horas extraordinarias 8 y, tal como anunciaba el presidente de la patronal años
antes, los asalariados
ganaron menos y trabajaron más. 9
Unos y otros
sectores sociales ven la realidad de forma distinta, porque la viven de forma
distinta. Mientras la patronal rehace sus márgenes de beneficios, los
trabajadores y sectores populares estamos pagando el pato de la crisis.
El papel central de la clase obrera
“Unidad
popular”, “proceso constituyente”, “empoderamiento de los de abajo”... Millones de personas buscan hoy
en España un cambio que suponga una mejora en la difícil situación social.
Hartos de las dificultades para llegar a fin de mes, hacer frente a las
necesidades más básicas, y de la corrupción, cada vez más apelan a la necesidad
de un “cambio”.
Tradicionalmente
la izquierda fundó sus esperanzas de transformación social en la clase obrera,
el proletariado, “la clase de los obreros
modernos, que tan sólo puede vivir a condición de hallar trabajo y tan sólo
pueden hallar trabajo a condición de que éste acreciente el capital.” 10
Este punto
de vista responde a un determinado enfoque: para comprender la sociedad, el
punto de partida es analizar como esta crea sus propias condiciones materiales
de vida, y como en torno a ese elemento central, se sitúan los distintos
sectores sociales, las instituciones políticas, etc...
La clase
obrera es el sector social que trabaja para los propietarios de las empresas a
cambio de un salario, creando las riquezas y haciendo funcionar el motor
central de toda la maquinaria económica. Hoy, la inmensa mayoría de los bienes
y servicios que consumimos en nuestra vida cotidiana pasan por la propiedad
privada, y el trabajo asalariado. La clase obrera ocupa la “centralidad del
tablero” socioeconómico.
La historia
ha demostrado también que ese núcleo socio-económico, puede convertirse en
protagonista, convirtiendo su centralidad económica en centralidad política.
Desde la comuna de París, hasta las recientes “primaveras árabes” en Túnez y
Egipto, pasando por las revoluciones del s. XX la clase obrera ha estado a la
cabeza de las movilizaciones sociales impulsando cambios profundos.
No es
distinta la situación en España, donde el ejército republicano estaba formado
esencialmente por trabajadores y campesinos, o donde fueron los trabajadores
los que por décadas sostuvieron una lucha de masas soterrada pero incansable
contra la dictadura. Las sentencias del Tribunal
de Orden Público franquista reflejan que los trabajadores fueron la mayoría de
los condenados por su actividad política contra la dictadura: propaganda
ilegal, asociación ilícita y manifestación y reunión supusieron ¾ de las
condenas, 11creando las condiciones para la “transición democrática”.
El
capitalismo maduro y la clase obrera en España
Hoy la
economía de mercado en España está más madura y centralizada que nunca. El peso del trabajo asalariado
es mayor que nunca, superando el 82% de los ocupados 12. Menos del
2% de grandes empresas (62 mil) facturan el 80% de mercancías y servicios.
Menos de mil empresas emplean a más de 3,6 millones de trabajadores. La clase
obrera es más numerosa que nunca. En el último ciclo de expansión económica, entre
los años 1996 y 2008, el número de asalariados del sector privado alcanzo los
14 millones, casi 1/3 de la población, y más que duplicándose en nº de efectivos
en 20 años (6,5 millones en 1988).
13
Las
sociedades de mercado capitalista se basan en el interés privado por la
acumulación de ganancias, y esta se hace sobre la explotación del trabajo
asalariado. La rentabilidad empresarial es el criterio en función del cual las
empresas invierten, contratan, despiden o deslocalizan, pero son los millones
de trabajadores asalariados del sector privado quienes crean con su trabajo las
mercancías y servicios y hacen girar la rueda del capital.
El discurso oficial dice
que si las empresas van bien, el conjunto de la sociedad se beneficia 14, porque las empresas invertirán y
contratarán trabajadores. Pero lo cierto es que desde el estallido de la crisis,
esto es menos cierto que nunca: el 70% de los beneficios de las empresas del
IBEX-35, principal representación de los grandes grupos empresariales privados
en España, va a parar directamente al bolsillo de los accionistas propietarios
en forma de dividendos. Toda esa riqueza se sustrae de la inversión y el
empleo. La recuperación de los beneficios empresariales se hace forzando a los
trabajadores a trabajar más, y cobrar menos, aumentando el nº de horas
trabajadas sin pagar o la intensidad del trabajo, disminuyendo salarios... Por
no mencionar los escasos impuestos que pagan las grandes empresas en
comparación con los trabajadores, o su uso de los paraísos fiscales. Las
grandes empresas y monopolios que controlan el grueso de la economía, y los
trabajadores tienen intereses opuestos. Puede
que vayamos en un mismo barco, pero unos reman con grilletes mientras otros
toman el sol en cubierta.
Este
conflicto es la dinámica “natural” del capitalismo desde sus orígenes. El
conflicto inmediato por las condiciones de venta de la fuerza de trabajo hace
que “los enfrentamientos entre cada obrero y cada capitalista por
separado van adoptando cada vez más el carácter de colisión entre dos clases.
Los obreros comienzan a formar coaliciones contra los capitalistas”15. Con el desarrollo de la sociedad capitalista, “no
solamente aumenta el número de proletarios, sino que se aglomeran en masas
mayores, creciendo su fuerza y la conciencia de la misma”. Las
condiciones materiales de vida de los trabajadores empujan a estos a unirse y
buscar alternativas. Depende de ellos y sus organizaciones sindicales y
políticas avanzar en la búsqueda de soluciones.
Clase obrera, salarios
y sectores populares
El motor
central de la economía es el trabajo asalariado. En ese contexto para las
empresas los trabajadores son una mercancía más que compran mediante un
salario. En términos estrictos el salario es el precio al que se paga el tiempo
de trabajo.
Pero las
luchas de las trabajadores fueron arrancando mejoras con el tiempo: seguridad
social, prestaciones de desempleo, de incapacidad, servicios públicos...
Configurando lo que se vino a llamar el “estado de bienestar”. Así además del
salario directo, las cantidades líquidas que aparecen en las nóminas, hay otro
tipo de salarios asociados al empleo: indirectos (las prestaciones y derechos
garantizados por el estado) y diferidos (prestaciones por jubilación o
incapacidades al abandonar la vida laboral activa).
Así como hoy
hay en España 11,5 millones de asalariados del sector privado, otros casi 3
millones son asalariados del sector público
16, y 8,4 millones de pensionistas
(incluyendo viudedad, orfandad, incapacidades, contributivas y no
contributivas...).
Estos
sectores sociales no son parte estrictamente de la clase obrera, pero están en
lo fundamental unidos a su suerte. Esto se ve claramente hoy cuando las
políticas llevadas adelante tras el estallido de la crisis económica, afectan
de una u otra forma a todos ellos. A los asalariados del sector privado se les
trata de extraer más ganancias. Pero la austeridad y los recortes afectan
también a los trabajadores del sector público a los que desde hace muchos años
se les van tratando de aplicar criterios similares a los de la rentabilidad
empresarial, cuando no directamente privatizando los servicios.
En el sector público y sólo
entre 2011 y 2013 se produjeron 375 mil despidos. 17 Además aumenta la temporalidad y
precariedad en su contratación, y aumenta la facilidad para su despido. Se
disminuyen los salarios recortando pagas. La brecha existente entre los
salarios del sector público y privado se ve reducida estos últimos años: "Esta disminución
reciente en la brecha responde fundamentalmente a la reducción de salarios
reales e incluso nominales en el sector público",
dice el Banco de España. 18 La lógica capitalista que trata de reducir las cargas
sobre los beneficios empresariales, recae también sobre amplias capas de estos
trabajadores.
La respuesta
en forma de mareas (verde y blanca p.ej.) tiene un doble aspecto: por un lado defienden
los salarios indirectos de todos los beneficiarios de los servicios públicos,
fundamentalmente de la clase obrera. Por otro lado defienden sus propios
derechos salariales como trabajadores.
Para el caso
de los pensionistas, son en su mayoría trabajadores que han terminado su vida
laboral activa, y también ellos están en el punto de mira, mediante la
reducción de prestaciones, la aprobación de tasas y recargos a prestaciones
sociales (medicamentazos), o directamente la congelación y reducción real de
las cuantías de las pensiones.
Otros casi 5 millones de parados son fundamentalmente
proletarios que entran y salen de la actividad asalariada, y a los que las
políticas de austeridad y recortes castigan igualmente, reduciendo las
prestaciones por desempleo 19, endureciendo los requisitos para
acceder a ellas, y además sometidos a una política de estigmatización social,
con el simbólico “¡que se jodan!” de Andrea Fabra20 o las denuncias del fraude
entre los parados de la misma vicepresidente del gobierno21, en una auténtica guerra de propaganda contra los parados, similar en
muchos aspectos a la descrita por Owen Jones en “Chavs, la demonización de la
clase obrera”.22
Estos
sectores sociales no están en confrontación directa e inmediata con la
acumulación de ganancias capitalista, pero sí indirectamente, o son
esencialmente proletarios y todos conforman una mayoría social interesada en apoyar
medidas profundas de transformación. El capital ataca todas las formas de
salarios, tratando de “soltar lastre” y remontar sus beneficios: los salarios
directos, los indirectos y los diferidos.
Para los en
torno a 3 millones de trabajadores autónomos, en gran medida su suerte y
prosperidad va unida a la de la clase obrera y el grueso de los trabajadores,
como se analizaba en artículos
anteriores, al depender en gran medida de los ingresos de los
trabajadores y clases populares para su propia actividad económica y
prosperidad. 23 Con la crisis, el nº de
autónomos descendió un 15% al igual que el nº de asalariados, y sus ingresos
medios cayeron más de un 30% por debajo del “mileurismo”.
Las mil y una muertes de la clase
obrera
Lo que
resulta una evidencia o una vivencia cotidiana para millones de trabajadores
que cada día enfrentan las imposiciones patronales en forma de despidos,
rebajas salariales, conflictos, asambleas y huelgas, y la unidad y centralidad
del trabajo asalariado y su explotación en las sociedades capitalistas, ha sido
negado una y mil veces en los últimos 100 años.
Bernstein, padre teórico de la
socialdemocracia reformista, ya en 1899 afirmaba que la clase
obrera “no puede ser
considerada como una masa homogénea y uniforme, ya que existe una diferenciación
social entre todos los obreros” 24 por lo que fijaba como
prioridad la sumisión a la lucha electoral y parlamentaria con base en las
capas ilustradas de la sociedad, para conseguir mejoras a través de reformas.
A mediados
del siglo XX, André Gorz anunciaba “el fin del trabajo”
ya que el desarrollo tecnológico cada vez hacía más innecesario el trabajo
humano y afirmaba que “durante más de un siglo, la idea del proletariado ha
logrado disimular su irrealidad. En la actualidad esta idea está tan acabada
como el mismo proletariado”25, preconizando el surgimiento de una nueva
“no-clase de no-trabajadores”.
Algunas
corrientes historiográficas del s. XX se centraron en señalar la necesidad de
la conciencia de clase para poder hablar de la propia existencia de la misma.
Así, EP Thompson plantea
que “la clase la definen los hombres mientras viven su propia historia,
y al fin y al cabo, esta es su única definición” y que “si el
proletariado está verdaderamente privado de la conciencia de sí mismo como
proletariado, entonces no se puede definir como tal”26 negando así la explotación
capitalista como hecho objetivo –material- que sirve para definir a la clase
obrera.
Al anteponer
la conciencia de clase a la realidad material, se entiende que mientas el
trabajo asalariado y la acumulación capitalista siguieran creciendo a nivel
mundial hasta máximos históricos, otros historiadores como Eric Hobsbawm
afirmen que “lo que está sucediendo es
que, por así decirlo, la clase obrera está desmigajándose,
desintegrándose” .27
Ya en el s.
XXI, Toni Negri insiste
en enterrar a la clase obrera: “Detesto a la gente que dice: la clase
obrera ha muerto, pero la lucha continúa. No. Si la clase obrera ha muerto – y
es cierto- es todo el sistema que depende de esos equilibrios de fuerzas el que
está en crisis.”28 Y destaca la emergencia del trabajo
“inmaterial” que pasaría a ocupar la centralidad de las sociedades occidentales
frente al viejo y decadente “proletariado industrial”.
Otros más
que rechazar la existencia de la clase obrera, se centran en negar su unidad, y
por contra señalar las innumerables fracturas y divisiones que la atraviesan,
lo que imposibilitaría que se constituyera en un sujeto histórico central. O
entierran a la “clase obrera tradicional” a la que contraponen una “nueva
clase”. En su obra “El precariado”, de 2011, Guy Standing afirma que “el precariado es algo distinto
de la “clase obrera”.
Estas
posiciones teóricas, no se limitan a ser difundidas desde ámbitos académicos o
intelectuales, sino que tampoco son ajenas a las propias organizaciones de
izquierdas. Un destacado representante de IU afirmaba que: “La clase obrera se ha desdibujado en los últimos 30 años.
El movimiento obrero que hasta los años setenta (del siglo pasado) podía reunir
en su entorno al conjunto de las fuerzas populares, hoy no supone más del 15%
de la población.” 29 Otro de los principales líderes
de la izquierda española como Julio Anguita afirmaba recientemente que “el factor decisivo del cambio es ahora mismo la clase media”. 30
Y todas
estas ideas han ido ganando fuerza, hasta el punto que uno de los fenómenos
políticos emergentes más destacado en España como es Podemos, parece hacerse
eco de estas ideas a través de su principal líder: “Durante mucho tiempo,
en Europa, la clase obrera representó una enorme masa de población asalariada....
Aquella clase obrera... representaba el sujeto de avance hacia el progreso.
Pero el trabajo ha cambiado.... los que hoy están en la base de la estructura
económica son irreductibles a una sola unidad simbólica... y sólo la miopía de
cierta izquierda puede insistir en agruparles a todos bajo la etiqueta de
obreros” 31
Si bien
algunos de estos planteamientos tienen un aspecto positivo, como es señalar los
cambios que se van produciendo en el tejido económico y social, y no quedarse
en planteamientos teóricos abstractos e inmutables, en general han servido como
llamamiento a abandonar el trabajo entre la clase obrera por las organizaciones
de izquierda, al derrotismo y el abandono de la lucha de los trabajadores, o a
conformarse con posiciones defensivas reformistas como “mal menor”, en un
momento en que se rearmaba la ofensiva del capital contra el trabajo con
figuras como Margaret Thatcher, Ronald Reagan en lo político, o Milton Friedman
y la Escuela de Chicago en lo intelectual.
Resulta
curioso comprobar como muchos -casi todos- los autores e intelectuales
mencionados son profesores universitarios, lo que no debería estar reñido con
pisar los polígonos industriales, fábricas y grandes centros de trabajo y
dedicar al menos parte de su tiempo a conocer directamente la realidad de los
trabajadores objeto de sus estudios y análisis.
También
resulta curioso que muchos de ellos provengan o hayan militado en algún momento
de su vida en organizaciones de la izquierda comunista. Si desde los propios
partidos comunistas, que en otro tiempo eran “entre todos los partidos obreros del mundo el sector que con
mayor denuedo y mayor dinamismo empuja hacia adelante el movimiento” 32, se cuestiona la existencia misma de
la clase obrera o su unidad, parece normal que décadas después, “la clase obrera sigue en cama con 40 de fiebre” como canta Nega. 33 También resulta llamativo que estos
planteamientos coincidan con el discurso “oficial” en afirmar la desaparición
de la clase obrera, asumiendo que “todos somos clase media”.
Mientras
algunos de los principales referentes teóricos de la izquierda lanzaban sus
teorías-requiem por la clase obrera, el reparto de la riqueza se fue orientando
cada año un poco más en favor de las ganancias capitalistas, y un poco menos
hacia los salarios, y se reforzaba la explotación capitalista del trabajo
asalariado.
Pero hagamos
un alto en el camino, y detengamonos en algunos elementos de estos debates.
¿Clase media o clase obrera?
Vicente
Navarro afirma que “...la versión convencional de la estructura social de
nuestros países afirma que las clases sociales básicamente han desaparecido,
puesto que la mayoría de ciudadanos pertenece a la clase media, aceptando que
por encima están los ricos –la clase alta– y por debajo los pobres –la clase
baja–. Por lo demás, hablar de clase capitalista o burguesía, pequeña
burguesía, clase media y clase trabajadora (la mayoría de la población) se
considera ser muy anticuado. Las ciencias sociales, sin embargo, son ciencias.
Y la clase social es una categoría científica.” 34
Este artículo no lo tiene este
documento, para reflejar que el artículo anterior sale la tónica normal de este
keynisiano.
¿Existen clases sociales? Y ¿hay
conflicto entre ellas?
Hoy la polarización social, con la
enorme concentración del poder financiero y económico, ha redefinido la lucha
de clases, creándose una alianza de clases (la clase trabajadora con
componentes de la clase media, que constituyen las clases populares) frente a
una minoría que incluye los miembros de las élites económicas y financieras,
aliadas a las élites de los partidos dominantes y mayores medios de
información, que hoy dominan la vida política y económica de nuestros países.
En 2009 el
70% de los 15,6 mill. de asalariados (incluyendo sector público) ingresaban
menos 1.100 euros mensuales. En ese mismo año, cada empresa del IBEX-35 como
promedio obtuvo como beneficios más de lo que 113.000 asalariados ganaron para
vivir. En 2005 en la “cresta de la ola” el 60% de familias afirmaban no
ahorrar, y el 50% tenía dificultades para llegar a fin de mes. La deuda privada
de las familias se disparaba, estimulando artificialmente el consumo e
hinchando una burbuja que más tarde estallaría. 35 o aquí.
Es cierto
que una parte de los asalariados vive holgadamente, incluso ahorra y aumenta su
patrimonio. A esta parte la podríamos incluir en la llamada “clase media”. Pero
esta es una pequeña parte, y actualmente en retroceso vertiginoso. Algunos
directamente hablan de “El fin de la clase media”
36. En cualquier caso, la mayor parte de este sector obtiene el
grueso de sus ingresos de su propio trabajo, y no puede permitirse dejar de
venderlo por un salario.
Lo que sí ha
crecido y mucho es el fenómeno contrario: workin-poor (EEUU), mini-jobs
(Alemania), trabajadores pobres, precariedad.... La propia percepción de los
trabajadores, incluso de los que se creían en una posición cómoda, está
cambiando: “es notable que digan pertenecer a la clase obrera más jóvenes
británicos que los que piensan que sus padres pertenecían a ella”37
Desindustrialización y terciarización ¿Capitalismo
post-industrial?
En algunas
de las teorías que predican la desaparición o mutación del proletariado, se
identifica a la “vieja clase obrera” con el proletariado industrial. Y como la
industria supuestamente habría ido paulatinamente desapareciendo, la clase
obrera desaparecería con ella. La primera objeción a este planteamiento es que
esta identificación confunde el todo con la parte. La clase obrera siempre ha
sido más amplia que los obreros de la industria.
Por otra
parte, estos planteamientos parecen contra-intuitivos. Si en nuestro día a día
consumimos y utilizamos decenas de artículos que provienen de las fábricas, y
la inmensa mayoría de bienes materiales han pasado en un momento u otro por la
industria... ¿dónde están esas fábricas?
En su libro “La clase obrera en la era
de las multinacionales”
38, P. Mertens nos indica algunas claves:
En primer
lugar, el vertiginoso aumento de la productividad industrial vivido durante
décadas, posibilita que menos trabajadores creen más productos, “liberando” así
a sectores más amplios de la clase obrera a otras tareas y sectores económicos.
El propio
Marx reflejaba este proceso ya a mediados del s. XIX: “el extraordinario
aumento de fuerza productiva en las esferas de la gran industria ... permite
emplear improductivamente a una parte cada vez mayor de la clase obrera...”39 Estas son las cifras que da
para Inglaterra y Gales en 1861:
Donde los
trabajadores domésticos, “sirvientes”, superan en número a los obreros de las
fábricas.
En el caso
de España entre 1975 y 2005, el empleo industrial aumenta un 13%, mientras que
la producción lo hace un 79%, 6 veces más que el empleo. Este aumento de la
productividad es muy superior al de otros sectores, específicamente el de
servicios.40
En segundo
lugar, los cambios en criterios estadísticos unidos a la reorganización de la
actividad empresarial desde la segunda mitad del s. XX disminuyen a efectos
contables el peso de la industria en las economías. Tareas de almacenamiento,
instalaciones y reparaciones, mantenimiento, transporte o limpieza directamente
insertas en los procesos industriales, que cuando estaban internalizadas en las
empresas aparecían en el sector industrial, computan como sector servicios tras
ser externalizadas y cambiar los criterios contables estadísticos. Así lo
expresa un informe de la federación de ingenieros de G. Bretaña: “Una parte importante de la industria de los servicios ha
sido creada por la industria mediante la subcontratación de sectores como el
mantenimiento, la restauración colectiva y la asistencia jurídica. La industria
podría abarcar hasta el 35% de la economía, más que el 20 % generalmente
aceptado, si los cálculos se basaran en estadísticas correctas.” 41.
En tercer
lugar, los cierres y deslocalizaciones han golpeado al tejido industrial
europeo y también al español. Para el caso de España esto es especialmente
cierto en una primera oleada a finales del s. XX, por el papel que las clases
dirigentes asumieron para nuestro país con la entrada en la CEE-UE,
sacrificando parte de la industria nacional, “a cambio” de mantener fuertes
monopolios nacionales en banca, energía, telecomunicaciones o construcción.
En una
segunda oleada, y con el estallido de la crisis, el tejido industrial, que como
toda la economía estaba estimulado por el crédito y la burbuja hipotecaria,
sufre un fuerte proceso de cierres. Entre 2007 y 2013 se pierde casi 1/3 del empleo
industrial, pasando de casi 3 a algo más de 2 millones de trabajadores.
La creciente
proporción de riqueza que va a parar a los beneficios empresariales, y el fin
de la burbuja del crédito, hace que las mercancías y servicios no encuentren
demanda solvente. Se ponen de manifiesto las crisis cíclicas del capitalismo,
en forma de sobre-capacidad productiva. Un ejemplo claro de esta situación
fueron las embotelladoras de Coca-cola: “La compañía señala que hay capacidad "ociosa" en
las fábricas, que no llegan al 80% en los meses pico” .42 La lógica del beneficio empresarial
hizo que cerraran varias fábricas disparando un fuerte y prolongado conflicto
con los trabajadores. Ya no son suficientemente rentables y para recuperar los
márgenes de beneficios la empresa “reestructura” dejando a cientos de familias
en la mayor precariedad.
Esta sobrecapacidad
se manifestaba ya con fuerza al entrar el s. XXI: “en la metalurgia
europea, por ejemplo, las capacidades de sobreproducción llegan a 50 millones
de toneladas por año, ... para resolver este problema, el capitalismo debería
cerrar, por lo menos, dos gigantes como Usinor, British Steel o Thyssen-Krupp” 43.
Pero a pesar
de estos cambios, y sólo con la contabilidad “oficial” sigue habiendo en España
grandes centros industriales, y la industria emplea a más de 2 millones de
trabajadores, y en torno al 25% del PIB.
Por otra
parte, estas visiones que predican un cambio de naturaleza de un nuevo
capitalismo “post-industrial”, pecan de eurocentrismo, al obviar que en gran
medida, los empleos industriales que desaparecen aquí, aparecen en otras partes
del planeta. Es obviar la existencia de decenas o cientos de millones de nuevos
proletarios industriales en las inmensas factorías de China (la 2ª potencia
económica mundial y donde la industria seguía superando el 45% del PIB en 201244), India, Bangladesh, Vietnam,
Indonesia o Corea, en Asia, de las minas en Sudáfrica, o de las maquiladoras
y sweat-shops en Méjico, mantiéndose a nivel mundial por
encima del 30%.
Una cosa es
reconocer la disminución del peso relativo del “proletariado industrial” en
España o Europa, y otra distinta, hablar de un nuevo capitalismo
“post-industrial”, que no se corresponde con la realidad.
Nueva hegemonía de la producción
“inmaterial” y de servicios
Otro aspecto
del planteamiento anterior, es que la “vieja clase obrera” industrial, se vería
sustituida por una nueva vinculada a los servicios y la producción inmaterial.
Puesto que estos empleos dependen en mayor medida de la “creatividad” del
trabajador y el trabajo intelectual, que es inapropiable por el capital, ello
daría una nueva dimensión desconocida anteriormente a este sector de
trabajadores, con mayor autonomía y control del proceso de trabajo.
Sin embargo
lo que viene demostrando el desarrollo de estos sectores económicos, es justo
lo contrario, y la tendencia a reproducir los mismos elementos de la producción
industrial tradicional: grandes concentraciones de trabajadores (en España hay
en 2014 más de 27 empresas de telemarketing con más de 500 trabajadores, de las
cuales 3 con más de 5 mil)45 , con un elevado grado de explotación y precariedad,
procesos de trabajo repetitivos y estandarizados, sumisión del trabajador a la
máquina y tendencia al conflicto, la organización y la lucha.
Como señala
Isaac Rosa, “Como bien sabe la mayoría de trabajadores del sector, su
realidad se llama precariedad, subcontratación, explotación. Trabajadores con
largas jornadas, sin cobrar horas extra, a menudo compartiendo espacio con
trabajadores de diferentes empresas y con condiciones salariales diferentes...
Sí, han leído bien: sindicalismo informático. Suena a contradicción en
términos, es verdad. ... Pero así es: todavía son pocos, pero cada vez hay más
trabajadores que se afilian, participan en asambleas, secundan movilizaciones,
incluso huelgas.“ 46
En los
últimos años hemos vivido en España importantes conflictos laborales en
empresas como Amena-Teletech o Atento, del sector de los call-centers, o HP,
Alalza, Capgemini o Alten en el sector de la informática (charcuteras). Tal vez
la “creatividad” sea inapropiable, pero si lo es el producto de las horas de
trabajo, que pertenece a la empresa, al igual que sucede con cualquier otro
trabajador. Y da igual que el producto de estas horas sea la venta o atención
telefónica de clientes, programas informáticos, coches o rosquillas. El campo
de disputa entre los accionistas y propietarios, y los trabajadores, es
exactamente el mismo que en cualquier otro sector: aumentar el número de horas,
la intensidad y productividad del trabajo, pagando el menor salario posible,
para aumentar el margen de los beneficios empresariales.
Da igual que
la máquina sea una cadena de montaje, un robot, o un ordenador, las energías
del trabajador son sometidas a los ritmos que este dicta. Y al igual que en las
sucesivas oleadas de racionalización del trabajo (taylorismo, fordismo, toyotismo… 47.. la fuente aquí).) el eje central es extraer del trabajador el máximo
rendimiento del menor tiempo posible. “Los tiempos muertos son el
constante enemigo a batir para la dirección del call-center”.48 (y aquí) Así lo expresa María Guerrero,
delegada sindical en ATENTO: “Las trabajadoras de ATENTO cada vez
estamos más sometidas, y cansadas de despidos, presiones de producción para llevar
a cabo unos objetivos inalcanzables” 49
La “clase obrera tradicional”, las fragmentaciones y el
“nuevo precariado”
Otros
autores contraponen una “vieja” clase obrera en retroceso que sería homogénea,
ligada en gran medida a la industria, con fuerte organización y sindicatos y
con condiciones de trabajo y salariales relativamente favorables, y otra nueva,
precaria, heterogénea, vinculada al sector servicios que sería en definitiva
una clase distinta, o que no sería “clase obrera” o al menos “clase obrera
tradicional”.
Así D.
Lacalle define “como clase obrera tradicional, lo que era el proletariado de
Karl Marx..., se puede considerar a los trabajadores manuales, varones de la
industria, construcción, minería y algunos servicios (ferrocarriles y
transporte urbano, por ejemplo) en grandes empresas generalmente con un
contrato fijo.” 50
Guy Standing
explicita bastante a las claras esta distinción: “El precariado es algo distinto de la “clase obrera” o del
“proletariado”. Estos últimos términos sugieren una sociedad que consiste
principalmente en trabajadores con un puesto relativamente duradero y estable,
con jornadas de trabajo fijas y vías bastante claras de mejora, sindicados y
con convenios colectivos”.51
Otros
aspectos de estos planteamientos se refieren al aumento de la fragmentación y
la diversidad de situaciones que atravesaría el “bloque monolítico” de la clase
obrera tradicional “desmigajándolo”: Hombres y mujeres, nacionales y
extranjeros, de matriz y de contrata o ETT, fijos y temporales...
Obstaculizarían, sino harían imposible, que los individuos en todas estas
situaciones llegaran a conformarse en una clase, por partir de situaciones tan
diversas.
Así lo
señala D. Lacalle al estudiar “tres de esos grupos de trabajadores asalariados [NdA:
mujeres, jóvenes, precarios y sumergidos, y trabajadores intelectuales, que
contrapone a “la clase obrera tradicional”], ... ; poseen internamente
un alto grado de heterogeneidad; y como grupos sociales, características
definitorias que trascienden a la clase social.”52
La
izquierda política y sindical ha perdido su capacidad de reacción frente a la
voracidad del capitalismo. Entrevista con Daniel Lacalle
Sin embargo
lo que están señalando estos planteamientos son diferencias de grado en las
condiciones de venta de la fuerza de trabajo, y no de naturaleza. Lo que hace a
la clase obrera serlo es estar en el centro de la producción capitalista, ser
la fuerza de trabajo de la reproducción ampliada capitalista, sobre la que el
capital construye sus ganancias, y no su sexo, edad o color de piel. En
palabras de Marx “La existencia y el predominio
de la clase burguesa tienen por condición esencial la concentración de la
riqueza en manos de unos cuantos individuos, la formación e incremento
constante del capital; y éste, a su vez, no puede existir sin el trabajo
asalariado.”
53
La división
de los trabajadores es “el arma más acerada
de la burguesía ... De ahí los esfuerzos de los trabajadores por suprimir esa
competencia al asociarse”. 54 La unidad de los trabajadores en organizaciones sindicales y
políticas, los lazos de solidaridad, la conciencia individual de pertenecer a
una misma clase social, ha sido objeto de avances y retrocesos desde el
nacimiento del proletariado. “La organización de los proletarios ... , salta
a cada momento en pedazos a causa de la competencia existente entre los obreros
mismos. Pero resurge una y otra vez con más fuerza, más firme y poderosa...”55 El camino de concienciación de
los trabajadores y sus luchas no es lineal, pero la realidad material, las
condiciones de vida de los trabajadores empujan a estos a tender lazos de
solidaridad y unidad entre sí, porque se encuentran en una misma posición
social por encima de la situación individual de cada uno.
Lo que
procedería por tanto más que lamentarse por el descenso de la conciencia de
clase en occidente o nuestro país en décadas recientes, mientras se predican
teorías que niegan la misma existencia de la clase obrera, sería estudiar y
analizar los cambios reales, los errores cometidos, y rectificándolos,
estimular y contribuir a fomentar la unidad de los trabajadores.
Para ello
conviene reflexionar sobre la realidad y evolución histórica de algunos de
estos aspectos. ¿Realmente son nuevas estas fracturas y divisiones en la clase
obrera? ¿Podemos contraponer una “vieja clase obrera” a una “nueva” de distinta
naturaleza?
La “vieja clase
obrera” y el hombre de paja.
i.
Mujeres
(¡y niños!)
La clase
obrera, siempre estuvo formada por hombres y mujeres. La participación en el
trabajado asalariado de la mujer varía en cada país, época y sector económico,
pero nunca desaparece. Incluso la industria desde su orígenes siempre contó con
mujeres y niños, “a medida que se va desarrollando la industria
moderna, el trabajo de los hombres se va viendo desplazado por el de las
mujeres y los niños. Las diferencias de edad y sexo carecen ya de cualquier
reconocimiento en lo que respecta a la clase obrera. Se trata de meros
instrumentos de trabajo que originan diversos costos según su edad y sexo.”56
Cuando
Engels describe la composición de los trabajadores de la industria, señala
que “de los 419.590 obreros fabriles del imperio británico (en 1839)
192.887 (o sea casi la mitad) eran de menos de 18 años de edad y 242.996 eran
del sexo femenino, de las cuales 112.192 menores de 18 años. Según esas cifras,
80.695 obreros del sexo masculino tienen menos de 18 años de edad, y 96.599 son
adultos, o sea el 23%, por tanto ni siquiera la cuarta parte del total.”57 Menos del 25% del “proletariado
industrial” de su época eran varones adultos.
Las luchas
de los trabajadores trataron de limitar la explotación capitalista de los niños
y otras reformas mediante la aprobación de “Leyes de fábricas”... Pero las
mujeres siguieron y siguen formando parte de los trabajadores, y también en la
industria. En la fábrica de Suzuki de Gijón en los años 70: “En la
cadena de montaje había más hombres que mujeres, pero en previos de la cadena,
éramos todo mujeres, las que hacíamos las ruedas éramos mujeres. Yo estuve en
previos, en ruedas, en embalajes, en la cadena, en el almacén...”58
ii. Inmigración
Tampoco el
aumento de la inmigración vivido en España en décadas recientes supone una
novedad “absoluta”, sino la repetición o reaparición de fenómenos intrínsecos a
la propia formación de la clase obrera y el proletariado urbano moderno.
En primer
lugar uno de los principales sectores de los que se nutrió en su gestación la
clase obrera fue de campesinos que por expulsión y cercamiento de las tierras
perdían su modo de vida tradicional y acudían en masa a las ciudades en busca
de empleo. Este proceso es el que describe Marx en los capítulos relativos a la
acumulación originaria en El Capital.59
En España y
ya bien entrado el s. XX la recomposición económica tras la guerra civil
produjo importantes movimientos migratorios de este tipo, como simboliza el
personaje de Joaquín, protagonista de “La mina” de Armando López Salinas 60, campesino andaluz pobre que emigra
a principios de los 60 a la ciudad de Los Llanos para trabajar como minero.
Este proceso
en mayor o menor grado sigue hasta hoy en día, donde la PAC en la UE ha seguido
acabando con el modo de vida de decenas de miles de pequeños agricultores,
cuyos hijos se ven forzados a emigrar a los núcleos urbanos, o como en China donde con las grandes transformaciones
económicas desde el último ¼ del siglo XX, literalmente cientos de millones de
nuevos proletarios urbanos aparecen con las migraciones campo-ciudad (260 millones desde ppios de los 80) 61.
Pero tampoco
la incorporación de distintas culturas y naciones con el despegue económico capitalista
es nuevo, ni su utilización para dividir y tratar de imponer condiciones
laborales a la baja por el capital. Así explicaba Engels el efecto que producía
la migración Irlandesa en competencia con la clase obrera inglesa a mediados
del s. XIX: “Pero ello no impide que el irlandés entre en competencia con el
inglés y reduzca poco a poco el salario ... del obrero inglés a su propio
nivel....” 62
El uso de
las migraciones coloniales con estos mismos fines también fue reflejado por
Ho-Chi Minh: “... el capitalismo emplea sus colonias para las
explotaciones económicas más inteligentemente. Se ha observado a menudo que la
disminución de los salarios en ciertas regiones de Francia, y en ciertos oficios,
está siempre precedida por un aumento de la mano de obra colonial. Los
indígenas se emplean como rompehuelgas”.63
iii. Descentralización
y atomización de los trabajadores
La fuerza de
los trabajadores frente a las imposiciones patronales radica en su número y
unidad. Esta unidad se vería favorecida por la concentración de miles de
trabajadores en grandes centros de trabajo, que caracterizaría a la “clase
obrera tradicional”, pero se habría debilitado con el “posfordismo”, la
subcontratación, y la “atomización” de la producción en miles de centros de
trabajo de pequeño tamaño.
Como otros
de los elementos analizados, la realidad hoy obliga a desmentir o al menos
matizar este planteamiento:
**Distribución
de empresas y trabajadores por tamaño en nº y porcentaje del total. Enero 2014.
**
Fuente
Ministerio de empleo y seguridad social
La
distribución de trabajadores por tamaño de empresa, refleja que el 0,36% de
grandes empresas, emplean a casi 5 millones de trabajadores, el 42% del total,
más que el casi 98% de pequeñas empresas. 887 empresas emplean a casi 3,5
millones. Medianas y grandes empresas, poco más del 2%, emplean a casi el 60%
de los trabajadores. Más aún estos porcentajes se inclinan unas décimas en
favor de las grandes empresas desde el inicio de la crisis. “En la
distribución del empleo por tamaño de
empresa, se observa en el periodo 2006-2011, el trasvase de más de 5 puntos al
estrato de las grandes empresas (en 2006 era de 36,51%), que procede
principalmente de la reducción en las pequeñas (en 2006 era de 23,86%). ”64
Resulta
curioso comparar estas cifras con las que ofrece Lenin para Alemania a
principios del s. XX: “Si
tomamos lo que en Alemania se llama industria en el sentido amplio de esta
palabra, es decir, incluyendo el comercio, las vías de comunicación, etc.,
obtendremos el cuadro siguiente: grandes empresas, 30.588 sobre un total de
3.265.623, es decir, el 0,9%. En ellas están empleados 5,7 millones de obreros
sobre un total de 14,4 millones, es decir, el 39,4%...” 65 Más aún si tenemos en cuenta que Lenin está llamando
“grandes” a las que emplean a más de 50 trabajadores.
En resumen la
clase obrera hoy está mucho más concentrada en grandes empresas que hace un
siglo. Una proporción menor de grandes empresas, emplean a una proporción mayor
de trabajadores.
Además si
bien los procesos de subcontratación, auxiliares, etc... sirven para separar y
dividir a los trabajadores, generando obstáculos a su unidad, estos obstáculos
pueden y son salvados por la solidaridad de los trabajadores a través de las
luchas, como demuestra el ejemplo de la huelga de
Telefónica-Movistar y subcontratas en la provincia de
Barcelona. 66 Ejemplo del que están aprendiendo los
trabajadores de otras provincias, tratando de repetir estas experiencias
porque, de hecho, es un mismo conflicto el que les une.
iv. Industria, organización, sindicatos y precariedad
Contraponer
un empleo industrial relativamente privilegiado al de servicios precario, es
plantear un análisis de blanco y negro, que no se corresponde con la realidad.
En la
industria hay fuerte organización y sindicatos, pero también hay miedo. Así lo expresa un
trabajador de la fábrica de Renault en Fuenlabrada: “No,
hay mucho miedo a represalias, miedo sobre todo a perder el puesto de trabajo,
por eso la mayoría no se reivindican.” 67 Cuando en España se ha perdido casi
1/3 del empleo industrial en 8 años, resulta ridículo decir que la clase obrera
industrial tradicional tiene “puestos de trabajo duraderos y estables”.
Standing
contrapone a la situación “estable y con perspectivas de mejora de la clase
obrera” la “rabia”, “impotencia” o “frustración” del precariado. Que se lo
digan a los trabajadores de la fábrica de Alcoa, cuando tras anunciarse el
posible cierre de la fábrica de Avilés de un día para otro manifestaban: “Antes de ver la fábrica cerrada, ¡la quemamos!” 68
La política
de subcontratación, uso de auxiliares y ETTS ha servido para ir precarizando
las condiciones de trabajo en las fábricas. “No sé cuando voy a
trabajar. Cada semana tengo que esperar a que me llamen. Tengo que estar
disponible en todo momento”, expresa un trabajador de Daorje, auxiliar
de Arcelor encargada del mantenimiento de sus altos hornos que emplea a cientos
de trabajadores.
Si la
industria goza (aunque cada vez menos) de mejores condiciones relativas de
trabajo, es por una larga trayectoria de lucha y conflicto, de organización en
sindicatos y huelgas, y no por razones inamovibles o “naturales” que hayan
surgido de la nada.
La lucha de
los trabajadores para mejorar su situación, deriva de su posición en la
producción, y del conflicto de intereses con la patronal. De una u otra forma
se reproduce en todas las ramas de la economía. Un buen ejemplo de esto es la
de los casi 100 trabajadores de Burguer King en Gijón (o de las
decenas de miles de Burguer King y Mc Donald´s en EEUU69), uno de los paradigmas del
“precariado”, cuya plantilla está formada por trabajadores jóvenes, muchas de
ellas mujeres, que han sostenido un largo conflicto victorioso con algunas de
las connotaciones de lucha más “clásicas” o “tradicionales” del movimiento
obrero: persecuciones patronales, despidos de los trabajadores “destacados”,
huelgas, piquetes, asambleas y manifestaciones... 70
v. El mito de la “clase obrera tradicional”
Quienes
describen una supuesta “clase obrera tradicional”, masculina, industrial,
homogénea y con condiciones de trabajo estables y “privilegiadas”, caen en una
visión congelada en el tiempo y el espacio de un sector de la clase obrera,
mitificada y “occidentocéntrica”.
Toman las
condiciones del “proletariado industrial” occidental tras la 2ª GM, que
consiguió importantes mejoras, y lo etiquetan como “clase obrera tradicional”.
Pero esto es artificial. Es obviar la realidad de los millones de trabajadores
super-explotados en los países periféricos del capitalismo en esa misma época,
es obviar que la clase obrera “tradicional” desde su nacimiento siempre fue
pasto de la precariedad. Que sólo las luchas de décadas, incluso las grandes
revoluciones fueron las que consiguieron arrancar mejores condiciones de
trabajo en Europa y EEUU durante la segunda mitad del s. XX, y que esas
conquistas, mientras se mantenga la economía de mercado capitalista son
temporales.
Es olvidar
que los grandes accionistas y propietarios tratarán de recuperar los trozos del
pastel que con el “miedo al comunismo” cedieron en un momento dado a los trabajadores.
Así lo describía Otto Brenner, exdirigente de IG-Metall entre
1956-72, (el mayor sindicato de occidente en su época): “Durante
las negociaciones con la patronal, un socio invisible pero sensible estaba
siempre presente en la mesa, la RDA (República Democrática Alemana)”. 71
El capitalismo sólo se puede reemplazar
a través de una revolución socialista, el socialismo de los grandes medios de
producción, el poder político de los trabajadores, la democracia para la gran
mayoría
Engels
reflexionando sobre las luchas de los trabajadores comenta en 1844: “A veces se producía un mejoramiento
temporal, que se extendía incluso a las grandes masas. Pero este mejoramiento
era reducido cada vez a su antiguo nivel...”72 Esto se ve hoy claramente, cuando, ante la debilidad
relativa de la clase obrera, todas esas conquistas se ven amenazadas: aumenta el
desempleo, la precariedad, bajan los salarios, se desmantelan los sistemas de
seguridad social y servicios públicos... Y toda la clase obrera y trabajadores
tienden a equipararse en sus condiciones materiales de vida con las de los
sectores más desfavorecidos.
En palabras
de Engels, “si ciertos sectores aislados aún disfrutan de alguna ventaja
sobre los demás, la situación de los obreros en cada rama es tan inestable, que
cualquier trabajador puede ser llevado a recorrer todos los grados de la
escala, desde la comodidad relativa hasta la necesidad extrema”. 73
Mientras
algunos predican las diferencias “abismales” entre la clase obrera tradicional
y una “nueva” clase obrera, lo cierto es que las condiciones de los distintos
sectores de la clase obrera se van acercando con la crisis capitalista y la
ofensiva general del capital contra el trabajo: los trabajadores fijos se
pueden despedir tan fácilmente como los temporales, se puede disminuir el salario
de todos por igual, etc... Las condiciones tienden a igualarse por abajo.
La tarea sería justo la
contraria. Tratar de revertir la espiral descendente y empujar a través de la
concienciación, la organización y la lucha, a los sectores de trabajadores más desestructurados
y precarizados en la equiparación en las condiciones de trabajo con los más
“favorecidos”.
Populismo, ciudadanismo, “consumidores” y la clase obrera
El
bipartidismo empieza a mostrar grietas. Ni el PP es “popular”, ni el PSOE es
obrero, en tanto no reconocen el conflicto de clases, y de hecho se limitan a
gestionar el escaso poder institucional frente al poder real de la banca y
grandes empresas, con las que mantienen fuertes lazos y dependencias. Sin la
más mínima vocación de intervenir la lógica de la acumulación capitalista,
mediante nacionalizaciones, impuestos progresivos, aumentando la protección de
los trabajadores con la legislación laboral, reforzando los servicios públicos,
etc... no hay políticas en favor de los trabajadores y el pueblo.
Frente a la
relativa decadencia del bipartidismo emergen nuevos referentes. En la búsqueda
de soluciones la dirección de Podemos busca nuevas fórmulas que permitan
construir mayorías sociales. Ahondando en las tesis del “fin de la clase
obrera”, tratan de crear nuevos “símbolos” que permitan aglutinar una mayoría
social suficiente para desatar transformaciones sociales profundas.
Pero “para
poder explicarnos, comencemos por la premisa de que parten Laclau y Mouffe en
el desarrollo de su teoría: no hay unidad en lo social. O todavía más: hay una
irreductible heterogeneidad en lo social que hace imposible toda unidad real,
extralingüística, de manera que reposa exclusivamente en el discurso la
capacidad de construir esta unidad. La realidad social se encuentra fragmentada
por identidades irreconciliables.” 74
Desde esta
visión, la clase obrera es una simple “etiqueta”, una palabra, que habría
quedado obsoleta, perdiendo su utilidad si no para entender la realidad, si al
menos para transformarla. Para aglutinar un sujeto político en torno a un
proyecto de cambio, buscan nuevas etiquetas: “los de abajo”, “la gente” o
incluso “los que pagan impuestos”75. Esto supone “el
establecimiento de una relación cuasi mercantil con las personas receptoras del
discurso, regulando la cantidad y modalidad del mismo en función de sus
demandas”, a los que ya no se considera protagonistas, sino
“consumidores”. Esto es asumir el triunfo de la ideología del enemigo de clase,
que, como advertía Andrés Bilbao, desestructuró a la clase obrera,
convirtiéndonos en “ciudadanos”76.
Uno de los
problemas de este planteamiento es que, mientras critican que la “izquierda
miope” trate de aglutinar a “los de abajo” con una etiqueta (la de clase
obrera), pretenden hacerlo mediante otras “etiquetas” bastante más confusas, y
que realmente impiden conocer cual es la propuesta política que hay detrás de
las mismas. Es obviar el trabajo
asalariado y la acumulación de ganancias capitalistas sobre sus espaldas como
el elemento central de la sociedad, y ya no sabemos si la gran banca
acumula sus ganancias sobre la explotación de los trabajadores, la especulación
con la deuda pública, y el desahucio de miles de familias, o debemos elogiarlos
por su “contribución al bienestar social”. 77
La gran
patronal, también hace sus cábalas: “El presidente de Repsol, Antonio Brufau, ha apuntado que en
Podemos - que recientemente ha presentado su propuesta de programa económico-
se han visto dos programas económicos totalmente distintos, uno del eje
bolivariano y otro del eje nórdico", pero que "no hay que anticipar
nada".” 78
Pero a la
hora de la verdad, en caso de avanzar posiciones institucionales, y pretender
sacar adelante medidas que realmente ataquen los privilegios de unos, para mejorar
la situación de otros, la única garantía real de cambio, será la capacidad de
la clase obrera y los sectores populares de hacerlas valer.
Por eso
apelar al “ciudadanismo”
no parece buena idea a la hora de acumular fuerzas para desatar esos cambios que
tanta gente desea. El análisis de clase es poderoso porque nos ayuda a
comprender el funcionamiento de la acumulación capitalista, de los intereses
confrontados entre los distintos sectores sociales, y apuntar a soluciones que
cambien de raiz la naturaleza social, poniendo a la mayoría social en primer
plano.
Conclusiones: ¿Quiénes son los de abajo?
El
capitalismo en España está hoy más maduro que nunca. Tan maduro, que huele a
podrido. Mientras las grandes empresas rehacen sus márgenes de beneficios, la
clase obrera y la mayoría del pueblo encuentran grandes dificultades para salir
adelante y satisfacer sus necesidades más básicas. Y eso en uno de los países
más ricos del llamado “primer mundo”.
Más allá del”teatro”
de la política oficial, las cuestiones clave siguen siendo quién y cómo decide
que se produce, en qué condiciones, como se reparte, cuales son las
prioridades, qué necesidades satisfacer y porqué existen esas necesidades y
como satisfacerlas. Mientas el grueso de la economía esté en manos de grandes
actores privados, y no haya voluntad de intervenir esa lógica sólo habrá una
respuesta a todas ellas: la acumulación de ganancias.
Para
plantear alternativas que cambien sustancialmente las condiciones de vida de la
mayoría un elemento fundamental es retomar el análisis de las clases sociales,
que lejos de haber quedado obsoleto es hoy más vigente que nunca, y ha sido a
la vez apartado y menospreciado por algunos de los principales actores de la
izquierda política tradicional. La clase obrera ocupa la “centralidad del
tablero” socio-económico. Es necesario que esa realidad se transforme también
en centralidad política, y que avance su propio proyecto que pasa
inequívocamente por atacar los privilegios del gran capital e intervenir la
lógica de la acumulación capitalista que condena a la mayoría de la población a
la explotación y la precariedad.
No existen
atajos para recuperar lo que los trabajadores hemos perdido en décadas de
retroceso. Una de las tareas principales
es llamar a las cosas por su nombre, y no dejarse arrastrar a los juegos de
palabras y electorales de quienes han dominado el mercado electoral, poseen los
medios de comunicación y han llegado a alcanzar la hegemonía ideológica:
quienes en definitiva se enriquecen y dominan la sociedad. Y en ese camino, de
nada vale lamentarse por la escasa “conciencia de clase” de los trabajadores,
mientras se cuestiona la propia existencia de la clase obrera.
En el día a
día la clase obrera y las clases populares señalan que existen elementos
esperanzadores, y que la historia está lejos de haberse detenido. La tarea es
empujar ese proceso hacia delante, y no hacia atrás. Como dice Benedetti y
continúa Toni el sucio “defendamos la alegría de la clase trabajadora,
que a pesar de todo en pie resiste”.79.
Alfonso
Lago, marzo 2015
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