Este texto recoge la tercera parte
del libro de Julián Gorkin El asesinato de Trotski. Se ha incluido
en el libro conmemorativo del centenario del nacimiento de Gorkin, Contra el estalinismo.
NOTA DEL EDITOR DE ESTE BLOG: Estoy
recopilando todos las partes que tiene el libro.
[Libro] Julián Gorkin Contra el
estalinismo. Editorial Laertes. Primera edición 2001
Índice
Presentación
de la edición (Fundación Andreu Nin)….
7
Experiencia
y pensamiento anti-totalitario en Julián Gorkin (Juan Manuel Vera)... 29
Capítulo 1. Testimonios de un hombre
de acción
Mi ruptura
con Moscú…… 45
Como
contribuí a salvar a El Campesino…. 122
Capítulo 2. Los comunistas contra la
revolución española
Los métodos
de Stalin en España y las jornadas de Mayo..
172
El
sacrificio de Andrés Nin.. 210
Evasión tras
la caída de Cataluña.. 234
Capítulo 3. Por un nuevo socialismo
Conclusiones
generales sobre los problemas del socialismo.. 271
Por un
reagrupamiento socialista: algunas enunciados programáticos… 276
La
revolución y la contrarrevolución de nuestro tiempo.. 298
BIBLIOGRAFIA
DE JULIÁN GORKIN..
365
Julián Gorkin. Los asesinos de Trotski
Este texto recoge la tercera parte del libro de Julián Gorkin El
asesinato de Trotski. Se ha incluido en el libro conmemorativo del
centenario del nacimiento de Gorkin, Contra el
estalinismo.
La policía mexicana hizo lo que pudo para conseguir el esclarecimiento
del “caso Trotski”: él mismo, tras el primer atentado, que falló, y luego su
mujer, Natalia, después del segundo, fatal para el viejo bolchevique, hubieron
de reconocerlo así. Pero, por entonces, Bélgica y Francia gemían bajo el yugo
nazi, la Alemania de Hitler y la Rusia de Stalin se habían aliado: toda
investigación en Europa era imposible, a causa de la guerra, y el episodio no
tuvo la resonancia internacional que merecía. Con esto contaban Stalin y Beria,
así como sus agentes en México y Estados Unidos, encargados de organizar y
llevar a cabo el asesinato.
La
escuela de los verdugos
Vivamente interesado por las circunstancias del atentado y en lucha
abierta, desde hacía años, con el estalinismo y su GPU, yo, paralelamente a la
de la policía, había abierto una encuesta [investigación] personal, logrando
saber, poco a poco, más que ella en lo tocante a ciertos puntos.
Especialmente sobre la identidad del asesino material y sobre su familia,
así como en lo relativo a algunos de los actores del drama. No obstante, me
abstuve hasta el final de la guerra de publicar la menor revelación. Las democracias
occidentales, haciendo gala de una ceguera inconcebible, continuaban
considerando a la URSS estaliniana su aliada en la construcción de la paz, tal
como lo había sido en la segunda fase de la guerra mundial. Quise obtener
todavía la confirmación, de ciertos hechos y un complemento lo más extenso
posible de mis investigaciones: para eso necesitaba regresar a Europa.
Un hecho resaltaba claramente en la encuesta oficial: todos, o casi
todos, los que habían intervenido en el planteamiento del asesinato de Trotski
habían hecho sus pruebas durante la guerra civil española. Mi encuesta personal
confirma y refuerza esta afirmación. España fue, para el estalinismo, un
verdadero campo de experiencias, una magnífica escuela: “la escuela de los verdugos”, como yo mismo dije en otra parte (1).
Fue en España, efectivamente, donde el Kremlin entrenó y puso a punto a sus
hombres, métodos y armas.
Varios generales soviéticos que habían de destacarse en el curso de la
Segunda Guerra Mundial, entre los que figuran los posteriormente mariscales
Malinovski y Rokossovsky, fueron entrenados en España; los métodos políticos y
policíacos utilizados en la conquista y dominación de los países satélites se
ensayaron y perfeccionaron en España; los hombres que habían de ser los principales
elementos de esa dominación pasaron por dicha escuela. Hasta el punto de que
puede decirse que España fue el teatro del primer ensayo de democracia popular.
¿A quién extrañará, pues, que también los asesinos de Trotski hicieran su
aprendizaje -o se perfeccionaran- en España? No olvidemos que Trotski supo ver
esto con gran intuición desde el comienzo del caso.
El
destino de los refugiados españoles en la URSS
A la caída de la República española, después de treinta y dos meses de
una guerra civil agotadora, 3.961 militantes comunistas o miembros de las
Brigadas Internacionales, cuidadosamente escogidos por una comisión responsable
constituida en París, partieron para Moscú (abril-mayo de 1939). Estos hombres
formaban, con los españoles llegados anteriormente a la URSS (marinos,
alumnos-pilotos, unos 2.000 niños y varios maestros y maestras), un total
aproximado de 6.000 refugiados, que constituían -especialmente los últimos
llegados- un material precioso para el Kremlin. Todos, o casi todos, habían sufrido
la prueba del fuego bajo la dirección y el control de los agentes de Moscú.
Estos se habían desembarazado sobre el terreno -en España- de todos los hombres
deprimidos, desmoralizados y escépticos, al mismo tiempo que de buen número de
adversarios políticos. Conocíase, pues, a fondo a los supervivientes, quienes
habían dado excelentes pruebas de ciego fanatismo, de valor en el combate o en
la represión, y de sus aptitudes en diversos aspectos.
El Comité Ejecutivo del Komintern nombró en Moscú una comisión especial
que tenía plenos poderes (de vida y de muerte) sobre la suerte de todos
aquellos refugiados. Esta comisión estaba integrada por Georges Dimitrov,
presidente de la Internacional; Palmiro Togliatti (alias Ercole/ Ercoli, quien,
en España, donde era el primer agente político de Moscú, se hacía llamar
Alfredo) ; André Marty, jefe de las Brigadas Internacionales, a la cabeza de
las cuales recibió el sobrenombre tristemente famoso de “El carnicero de
Albacete”; Bielov y la Blagoieva, del Komintern al mismo tiempo que de la GPU;
la Pasionaria y los generales españoles Modesto y Líster. Con excepción de
Dimitrov, todos habían desempeñado un papel importante en España. Esta comisión
se arrogaba el derecho de decidir la suerte de los refugiados españoles, sin
tener en cuenta, ni por asomo, sus deseos o sus gustos. Todos tenían que
someterse a la disciplina bolchevique; cada uno de ellos no era otra cosa que
una ruedecilla insignificante de aquella inmensa máquina sin alma ni
conciencia.
Diez de esos refugiados -los militantes políticos más responsables-
fueron integrados por la comisión en el aparato del Komintern; veintiocho -más
cuatro mujeres encargadas de espiarlos- entraron en la Academia militar Frunzé,
donde debían recibir una enseñanza superior para servir en los cuadros del
Ejército Rojo; ciento veinticinco fueron enviados a la Escuela política de
Planesnaya, que dependía del Instituto Marx-Engels-Lenin. Los otros,
fraccionados en dieciocho grupos, formaron otros tantos “colectivos”
establecidos en diferentes regiones de la URSS, donde conocieron un trabajo
extenuante, la miseria, las penalidades de las fábricas soviéticas.
No obstante, ocho refugiados españoles fueron escogidos con particular
cuidado: se les destinaba a hacer unos cursos especiales, con vistas a misiones
ultra secretas. Dirigidos por el mariscal Koniev y dependiendo directamente de
Stalin, funcionaban en Moscú unos colegios restringidos, que se
componían, como máximo, de tres a cinco personas. La selección de los miembros
de esos colegios se fundaba en la aptitud para las tareas terroristas: sentido
de la disciplina, obediencia ciega, amoralidad, ausencia de escrúpulos, sangre
fría, temeridad, astucia... En todo momento, esos individuos debían ser capaces
de matar: a un adversario, pero también, incidentalmente, a un camarada tibio o
molesto. No se admitían la discusión ni la crítica. Los hombres recibían así
una preparación para el terrorismo dentro del terrorismo mismo, haciéndose
pronto más poderosos que los agentes ordinarios de la GPU. Encarnaban en cierta
manera la expresión más completa del régimen terrorista jerarquizado hasta el
extremo instaurado por el estalinismo. En el plano personal, estos hombres
tenían derecho a los máximos privilegios; pero se podía, a cambio, exigir de
ellos los mayores sacrificios, su vida, de ser necesaria. Los colegios eran
independientes entre sí, y sus miembros pertenecían a diversas nacionalidades.
El mariscal Koniev y sus colaboradores inmediatos eran los únicos que los
conocían todos. Los colegios, en conjunto, formaban la sección de Trabajos
Especiales. De los ocho españoles seleccionados, cinco constituyeron un
colegio. Los otros tres estaban destinados a cumplir una misión de toda
confianza.
En una
dacha de la GPU
Estos tres militantes escogidos entre los cuatro mil adultos
desembarcados en la URSS eran Martínez C., Álvarez y Jiménez. El primero había
sido diputado y comandante del célebre 5º Regimiento, en manos, por entero, de
los técnicos militares rusos y de los agentes de la GPU. Álvarez había sido
comisario político durante la guerra civil. En cuanto a Jiménez, era un
militante decidido, activo, dotado de un dominio de sí mismo poco común.
Apresurémonos a decir que, de los tres hombres, sólo Álvarez fue descubierto
por la policía y arrestado, después del primer atentado contra Trotski en
México. Extremadamente reservado en sus declaraciones, lo tomaron por un simple
comparsa y en seguida fue dejado en libertad.
A unos cuarenta y cinco kilómetros de Moscú, a poca distancia de la
carretera de Leningrado, se encontraba una de las dacha (casa de campo)
secretas de la GPU, en la cual los tres españoles estuvieron alojados varios
meses. Se les destinaba a una alta misión, la más importante, ciertamente, de
toda su vida de militantes estalinistas. Habiéndoseles prohibido que se
confiaran a nadie, fuese quien fuese, no salían apenas de la dacha, yendo a
Moscú sólo de tarde en tarde. ¿Quiénes fueron sus profesores? ¿Cuáles fueron
sus consignas, su preparación? No sabríamos decirlo. Pero presumimos que les
pusieron por maestros a los mejores especialistas del mariscal Koniev y de la
GPU. Koniev seguía personalmente sus progresos, de los que se daba cuenta a
Stalin, a causa de la importancia concedida a su preparación.
Los españoles no serán jamás agentes secretos perfectos. Una mezcla de
temeridad y de crueldad innata les hace capaces de matar o morir en todo
momento; pero espontáneos, cordiales, y en el fondo un poco fanfarrones,
experimentan frecuentemente la necesidad de expansionarse. Los días precedentes
a su salida de Moscú, Martínez invitó a algunos compatriotas, militantes
comunistas destacados, gastándose en su honor varios millares de rublos.
¿Conocían sus amigos el objeto del viaje? ¿Sabían que la vida de Trotski estaba
en juego? En todo caso, el viejo militante sevillano Barneto (que participó
muchas veces en actos de terrorismo en España) debió de recibir algunas
confidencias; un día, tras unas copiosas libaciones, habló más de lo que habría
sido de desear. Este hombre, considerado uno de los militantes más seguros del
partido, había sentido cierta amargura al verse apartado de aquel importante
asunto. Fue por Barneto por quien El Campesino se enteró de la misión secreta
de los tres españoles.
Contreras-Sormenti-Vidali
Poseo y he puesto en lugar seguro todos los documentos oficiales
relativos al asesinato de Trotski; constituyen un total de 1.200 folios
debidamente numerados, timbrados y firmados. El folio número 706 lleva la firma
de Carlos J. Contreras. El número 707 es un documento -confidencial- cuyo
contenido transcribo:
“El abajo firmante, cónsul general de México en España, ha recibido la
visita del coronel Juan B. Gómez (2), quien le ha pedido un pasaporte para un
sujeto italo-ruso llamado Eneas, agente de la GPU. Por no ser esta persona de
nacionalidad mexicana, no ha sido posible entregarle el pasaporte; sin embargo,
según el coronel B. Gómez, sería posible acceder a su solicitud siempre que en
ella figure el nombre de Carlos J. Contreras. Las señas personales de este
sujeto italo-ruso son las siguientes: complexión robusta, ojos azules,
pequeños, nariz larga, expresión sonriente, talla mediana. Ante la negativa del
abajo firmante, han sido movilizadas poderosas influencias, es decir, que el
asunto ha sido expuesto a la atención de personalidades políticas de primer
plano”.
El nombre de Carlos J. Contreras fue pronunciado muchas veces en el curso
de la encuesta de la policía mexicana. Pero el hombre era -y sigue siendo- muy
hábil; gozaba de las protecciones más altas en el país, y la policía no se
atrevió a detenerle, aunque presintió la importancia de su papel en la
preparación del asesinato de Trotski. En una carta que envió a la policía,
reconocía haber pertenecido al movimiento comunista desde su fundación y haber
sido durante la guerra de España comisario político y comandante en el 5º
Regimiento. Añadía: “Respetuoso con las leyes de este país (México) y lleno de
gratitud por la hospitalidad que me ha ofrecido, no he intervenido jamás en sus
asuntos políticos. Yo no soy ruso, ni judío, ni miembro de la GPU; no soy
rubio, ni llevo gafas; yo no he matado a nadie, ni mis bolsillos están llenos
de billetes de banco; yo no hago declaraciones sensacionales, no preparo
cataclismos mundiales ni hablo un español afrancesado. Yo no soy más que un
emigrado político; yo estaré siempre orgulloso de mi pasado, y tengo el honor
de pertenecer al partido comunista desde hace más de veinte años”.
Quien se escondía detrás de esta ingenua declaración no era otro que un
agente tipo del Komintern y de la GPU, uno de los hombres dispuestos a todo del
período estalinista. Su papel en la preparación del atentado fue de primer
orden. Pero antes de arribar al punto culminante de su brillante carrera,
recordemos brevemente algunos de sus crímenes, aquellos, al menos, que hemos
podido llegar a conocer.
Es conocido por el nombre de Carlos J. Contreras desde la guerra civil
española; su verdadera identidad es Vittorio Vidali, y con este nombre es,
desde la guerra mundial, el jefe de los comunistas de Trieste -ciudad clave- y
actualmente miembro del Senado italiano. Se hizo llamar también Eneas Sormenti;
se pensó, incluso, que ése era su verdadero nombre, como lo indica el documento
antes citado, firmado por el excónsul de México en España. De dar crédito a su
declaración a la policía mexicana, llegaría a México al final de la guerra
civil española, es decir, en el curso del primer semestre de 1939, como
refugiado político. Sin embargo, su primera estancia en México se remonta a
1928: hallábase en México como representante del Komintern y agente secreto de
la GPU. Con anterioridad, había militado activamente en Italia, en Francia, en
la URSS, donde había sabido ganarse la confianza de los jefes del Komintern. Al
salir de Moscú, en 1927, dejó a su mujer y a sus dos hijos como rehenes. El
hecho de que Moscú estimara conveniente esta precaución demuestra que se
trataba de un agente de primer orden. Primeramente, estuvo en los Estados
Unidos, donde organizó algunos grupos de acción entre los comunistas italianos
emigrados. Expulsado de Estados Unidos, permaneció algún tiempo en Cuba, y,
finalmente, fue enviado a México, en 1928, ocupando los puestos ya citados. Con
todo, estuvo en relación continua con los medios comunistas de Estados Unidos y
de Cuba, llevando a término con nombres falsos misiones importantes.
En 1929, el líder de los estudiantes comunistas cubanos, Julio Antonio Mella, caía asesinado en una
calle de México. El Komintern explotó este crimen en todo el mundo; yo mismo
escribí unos artículos sobre el tema en L'Humanité y en Monde,
la revista dirigida por Henri Barbusse. El dictador cubano Machado (3),
responsable de numerosas fechorías, fue comúnmente acusado de este crimen. Sin
embargo, una encuesta policíaca imparcial no tardaría en hacer recaer las
sospechas sobre Sormenti; luego, una serie de revelaciones confirmaron que el
asesinato de Mella había sido cometido por ese siniestro agente de la GPU. Se
sabe ahora que el líder de los estudiantes cubanos había manifestado algunas
veleidades de oposición a las directrices estalinistas, y que Sormenti, en el
curso de una reunión del Buró político mexicano, le había amenazado: “¡Quienes
se oponen como tú, no merecen otra cosa que la muerte!”. En La Habana, otro
jefe comunista local, el negro Sandalio Junco, quien conocía la verdad sobre el caso Mella y debía revelar muchos
detalles con él relacionados, cayó, a su vez, acribillado a balazos. ¿Fue él,
tras Mella, víctima de la banda de Sormenti? Una figura trágica se halla
mezclada con la vida y las tristes actividades de Sormenti: Tina Modotti,
artista y modelo, antigua compañera de Mella. A su muerte, se convirtió en la
amante y colaboradora de Sormenti.
Todo lleva a creer que ella había sido cómplice en el asesinato del líder
cubano: la policía descubrió entre sus cosas el plano de las calles por las
cuales había de hacer pasar a la víctima el día fatídico, y un punto negro
marcaba el lugar preciso en que se derrumbó el desventurado. Más tarde, con el
nombre de María Ruiz, se la encuentra en España, siempre junto a Contreras ,
con quien trabaja. La joven hace amistad con El Campesino. Ahora bien, éste
detesta a Contreras (4). Un día se apodera de él y piensa en fusilarlo.
Tina le dice poco después, incapaz de ocultar sus sentimientos con respecto al cómplice:
“Hubieras debido fusilarlo. Habría sido una buena acción. Es un asesino. Lo
odio con toda mi alma. Y, no obstante, he de seguirlo hasta la muerte”. ¡Hasta
la muerte! Tina muere en 1943, en circunstancias bastante misteriosas, en un
taxi: crisis cardiaca, se dice. Poco antes de morir confió a una amiga íntima
que Contreras era “un asesino peligroso”.
En España, donde es nombrado comisario político y comandante en el 5º
Regimiento, a propuesta de los técnicos rusos y del partido comunista español,
Contreras se convierte en uno de los principales espías y agentes ejecutores de
la GPU. Tanto en el frente como en la retaguardia, participa en innumerables
crímenes. Colaborador inmediato del comandante Orlov (Nikolski), enviado
personal de Stalin y jefe de la GPU en Madrid, somete a horribles torturas, y
luego asesina, a mi antiguo compañero y amigo Andrés Nin, ex secretario del
Profintern en Moscú y ex comisario de Justicia en Cataluña. Palmiro Togliatti
(Alfredo) se encarga de transmitir al KremIin la noticia de su ejecución,
valiéndose de una emisora clandestina (5).
El 11 de enero de 1943, Carlo Tresca, prestigiosa figura de militante
anarquista italiano, es asesinado ante la puerta del periódico que dirigía en
Nueva York. Todo el mundo lo respetaba en Estados Unidos. Una fraternal amistad
me ligaba a él, pues durante los procesos que nos incoaron, a mis amigos y a mí
mismo, Orlov y Contreras, con la complicidad de Togliatti y de Erno Gerö (6),
Tresca fue uno de nuestros más calurosos defensores. Los responsables del
asesinato de Tresca continúan en la sombra. Yo acuso públicamente a Contreras
de ese crimen; él se apresura a publicar un folleto para defenderse. ¿En qué se
fundan mis sospechas? Varias semanas antes del asesinato, el militante
socialista francés Marceau Pivert y yo recibimos en México una carta de Carlo
Tresca, quien nos informa de la presencia de Contreras en Nueva York,
dirigiendo en la sombra una peligrosa campaña de intimidación contra él. El
asesinato del anarquista italiano lleva la marca de la GPU y la firma de
Contreras-Sormenti-VidaIi, quien gracias a sus múltiples identidades y a los
pasaportes correspondientes, se halla siempre en disposición de desplazarse de
un lado para otro, a su antojo, para preparar sus fechorías...
Vidali, jefe número 2 del atentado
Martínez C., Alvarez y Jiménez, los tres terroristas españoles enviados a
México desde Moscú, habían recibido la orden de ponerse a las órdenes del comandante
Carlos, personaje que les era familiar. Habían trabajado ya con él en su
país, y sabían que estaba considerado desde hacía años como el mejor agente de
la GPU en México. Su superior jerárquico en la preparación del asesinato de
Trotski era el famoso judío francés, del cual tanto se habló
durante la encuesta.
Contreras conocía mejor que nadie los medios comunistas españoles,
mexicanos, cubanos y norteamericanos. Sabemos que los autores del ataque armado
contra la casa de Trotski (la noche del 23 al 24 de mayo de 1940) pertenecían a
esos medios. La mayor parte de aquellos individuos habían sido elegidos por él.
Durante las ausencias del principal jefe de la empresa, Contreras asumía la
dirección del grupo en México. Pero él se quedaba en la sombra, ocultándose
siempre lo más posible. Pues, al comprometerse, habría comprometido al mismo
tiempo a los personajes de la Administración mexicana que eran sus amigos y
cuya influencia podía serle en todo momento útil. Se servía de ellos, por
ejemplo, cuando necesitaba visados para la entrada en México de agentes
extranjeros; cuando quería colocar a sus cómplices en las organizaciones
políticas y diversos organismos oficiales; cuando desencadenaba una campaña de
prensa contra Trotski, a fin de crear un clima favorable a los enemigos de este
último y preparar a la opinión ante su muerte violenta (7), etc.
Vicente Lombardo Toledano, líder
sindical destacado, cuya influencia pesaba no solamente en todo México sino
también en la América Latina, prestó su concurso a esas maniobras. Era entonces
el principal instrumento de Moscú en México, al mismo tiempo que uno de los
pilares del gobierno de Cárdenas. Ignoramos si sabía lo que se tramaba contra
el viejo bolchevique. Pero con seguridad que fue uno de los mejores
colaboradores de Contreras en la preparación de ese clima de odio favorable a
sus planes, y gracias al cual varios de los hombres que debían tomar parte en
el complot entraron en México. Para llevar a la práctica la agresión de la
noche del 23 al 24 de mayo, Contreras utilizó al pintor mexicano David Alfaro Siqueiros, considerado después
el organizador material del atentado. En verdad, éste no asumió otro papel que
el de comparsa; no había tomado ninguna iniciativa, ninguna decisión; no había
hecho nada sin la previa conformidad del comandante Carlos. La jerarquía del
grupo se encuentra ahora, pues, bien establecida: el jefe inmediato de los
conspiradores es Alfaro Siqueiros, quien obedece a
Contreras, el cual está sometido a la alta dirección del judío francés,
personaje misterioso durante largo tiempo.
Gregory
Rabinovitch, el famoso judío francés
A Luis Budenz, antiguo director del periódico comunista
norteamericano Daily Worker y convertido al catolicismo en
1945, se debe que conozcamos ahora el nombre del judío francés, ese personaje
misterioso. Yo, por mi parte, había sabido, y antes de que Budenz hiciese sus
revelaciones, que este hombre se hacía llamar Roberts. Los agentes de la GPU,
sobre todo cuando acometen misiones importantes, son designados por apellidos o
nombres muy corrientes. Así, yo he conocido entre ellos a un Pedro, a un Léopold,
a un Richard, a Carmen. E incluso los militantes responsables ignoran
frecuentemente la identidad de esos hombres. Roberts, pues, no era otro que el
doctor Gregory
Rabinovitch, judío de origen ruso, delegado de la Cruz Roja en Nueva York y
Chicago. Para mejor enmascarar las actividades de terrorismo y de espionaje de
sus agentes secretos, la GPU suele proporcionarles puestos oficiales o
semioficiales: son corresponsales de Pravda o la agencia Tass, representantes
de organizaciones filantrópicas o delegados de misiones comerciales o
culturales. Colocado a la cabeza de la delegación soviética de la Cruz Roja,
Roberts-Rabinovitch pudo, sin correr el menor riesgo, asumir la dirección moral
del atentado contra Trotski. Daba lo mismo que sus agentes se encontrasen en
París, Nueva York o México; él los hacía actuar a su antojo, sin comprometerse.
Después del fracaso del primer atentado, nuestro hombre, temiendo ser
molestado en el chalet que había alquilado en México, se trasladó nuevamente a
toda prisa a los Estados Unidos, mientras que Carlos J. Contreras se quedaba en
México, así como otros dos agentes importantes, de los cuales hablaremos más
adelante, y un instrumento precioso, tenido hasta entonces en reserva:
Jacson-Mornard.
Dos
oficiales superiores soviéticos
De todos los que habían tomado parte en este primer caso Trotski,
únicamente los comparsas fueron descubiertos y detenidos por la policía
mexicana. Los principales agentes lograron escapar a las investigaciones. ¿Ha
de culparse de ello a las autoridades mexicanas? Yo afirmo que no. Pues ellas
ignoraban, al igual que, generalmente, las autoridades de todos los países
occidentales de entonces, los métodos aplicados por la más hábil y más
implacable de las policías secretas, la GPU. Cuando su arresto, y en el curso
de la encuesta, yo había observado con sorpresa creciente la ausencia de
personalidad y la insignificancia de los individuos segundones de la GPU. ¿Cómo
Stalin y Beria, pensaba, han podido fiarse de tan insignificantes elementos
ante un caso por el que mostraban el máximo interés? No tardé en comprender que
detrás de aquellos pobres subalternos actuaban personajes de mayor envergadura,
quienes representaban la elite de los agentes secretos.
Rabinovitch y Contreras, acabamos de demostrarlo, eran los dirigentes
intelectuales del atentado, o, al menos, de su fase preparatoria. Pero la
dirección técnica incumbía a dos oficiales superiores de la GPU llegados
directamente de Moscú.
La existencia de esos agentes de primer plano había de serme revelada por
Enrique Castro Delgado. Éste, pese a haber sido uno de los principales
organizadores del famoso 5º Regimiento durante la guerra civil española,
ocupando desde su llegada a Moscú un puesto de responsabilidad en el Ejecutivo
del Komintern, había caído en desgracia. Casi por milagro -él me contó que
gracias a la intervención de Dimitrov-, logró salir de la Unión Soviética en
compañía de su esposa. Habiendo roto totalmente con el comunismo, a raíz de su
llegada a México, y encontrándose sin medios de subsistencia, Castro Delgado se
volvió hacia mí y yo le ayudé a publicar -en español y en otras lenguas- su
libro, muy interesante: He perdido la fe en Moscú. Me di cuenta rápidamente de
que era el militante español que mejor conocía los detalles secretos del asesinato
de Trotski. Honrado y sincero, me estaba algo obligado y nos hicimos amigos. No
obstante, y por razones que había de exponerme posteriormente, lo hallé un poco
reticente cuando me hizo sus revelaciones.
Los dos oficiales de la GPU habían trabajado en España durante la guerra
civil, sobre todo en Valencia, en la época en que el gobierno republicano
residía allí. No ejercían ningún mando y dominaban, sin embargo, sin disputa, a
los jefes militares de más categoría. Tenían por especialidades el espionaje y
el terrorismo, en los medios comunistas y en el seno de las Brigadas
Internacionales, así como contra sus adversarios. Aunque eran rusos de
nacimiento, los dos hablaban un español perfecto. El primero, que parecía ser
el jefe, era de mediana estatura, rechoncho, de ojos penetrantes, cejas
espesas, cabellera abundante; resultaba bastante feo y antipático, de maneras
bruscas, autoritario, de carácter duro. Su colega era menos rudo, más cordial.
-¿Puedes decirme sus nombres? -pregunté a Castro Delgado.
Vaciló un momento. ¿Temía que yo los hiciese públicos y que él fuese
objeto de represalias? ¿O bien obedecía al hábito del silencio y de la
disciplina, adquiridos en el curso de sus largos años de militante y de
estancia en la Unión Soviética, donde la menor palabra, el menor gesto
imprudentes podían tener muy graves consecuencias? Se decidió, por fin:
-No me acuerdo muy bien del nombre del segundo. Se hacía llamar
Ronsohnof. Pero tú no ignoras que ellos cambian frecuentemente de nombre, y que
en muy raras ocasiones son conocidos por su verdadera identidad.
-¿Y el primero? ¿El jefe?
-Tú sabes que, en España, los técnicos o agentes secretos adoptaban
nombres corrientes españoles. A ése se le conocía habitualmente por el camarada
Pablo. Pero en los círculos restringidos, llamábasele Kotov y Leonov, general
Leonov. En Francia, donde anteriormente se especializó en la lucha contra los
refugiados zaristas y trotskistas, llevó otros nombres.
Luego, tras una nueva vacilación:
-Su verdadero nombre es Leónidas Eitingon. Tenía a su cargo la
dirección técnica del asesinato de Trotski. De momento, no puedo decirte más.
Ruby Weil
y Sylvia Ageloff
Habiendo fracasado el primer asalto contra el refugio del antiguo líder
bolchevique, era preciso arrojar sobre el tapete, rápidamente, la última carta:
una carta digna de la GPU. Luis Budenz ha revelado en un libro titulado Esta es
mi confesión, escrito después de haber abandonado el comunismo y abrazado el
catolicismo, que cierta señorita J., estalinista fanática, poco tiempo atrás su
colaboradora, había recibido la orden de entrar en relación con Sylvia Ageloff,
trotskista convencida y hermana de una antigua secretaria de Trotski.
La señorita J. acompañó a Sylvia a París y le presentó a Jacson. Yo sabía
desde hacía cierto tiempo que esta señorita J. era la militante Ruby Weil,
secretaria de Budenz en la dirección del periódico comunista estadounidense.
Deseoso, sin duda, de no perjudicar a su antigua secretaria, Budenz afirmaba en
su libro que ella se dio cuenta cuando ya era tarde del papel que le habían
obligado a representar. Pero más tarde admitió que Ruby Weil había sido
introducida en los círculos trotskistas norteamericanos con la misión de espiar
a sus miembros.
Al escoger a Ruby Weil, Roberts, o Gregory Rabinovitch obedecía a una
razón concreta. La sabía ligada por una vieja amistad con las hermanas Ageloff
-Ruth, Hilde y Sylvia-, las tres trotskistas sinceras y amigas de los Trotski,
a quien habían visto frecuentemente en México. Enterada de que Sylvia
proyectaba ir a París en la primavera de 1938, Ruby Weil se ofreció a
acompañarla, por orden de Rabinovitch y, naturalmente, con dinero proporcionado
por él, por mediación de Budenz. Así fue como se encontró en condiciones de
presentarle, una vez en París, a Jacques Mornard, que disponía de fuertes sumas
de dinero y manifestaba estar siguiendo unos cursos de periodismo en la
Sorbona. Sylvia y Jacques Mornard se vieron a menudo, llegando pronto a ser
amantes. Mornard le dio palabra de casamiento. Se sabe que los dos fueron
juntos a Bruselas, y, aunque él aseguró que en esta ciudad vivió su madre,
halló un pretexto para no presentarle a su prometida. Llegó la hora de la
separación: Sylvia regresaba a Nueva York en compañía de Ruby, llevándose una
nueva promesa de matrimonio de Mornard. Durante siete meses, de febrero a
septiembre de 1939, se escribieron con regularidad.
Luego, Sylvia tuvo un día la sorpresa de verlo aparecer por Nueva York. Él
le explicó que no quería combatir, y que, para poder salir de Europa, había
tenido que proveerse de un pasaporte a nombre de Frank Jacson. Sabemos que
vivieron juntos un mes, en Nueva York. Habiendo sido avisado de que en México
se le ofrecía un trabajo, Mornard partió para aquella capital. Sabemos también
que, antes de separarse de Sylvia, le hizo entrega de tres mil dólares (de
cinco mil que él pretendía haber recibido de su madre). Y se reprodujo el
intercambio de correspondencia amorosa. Mornard le juró que no podía vivir sin
ella. Sylvia, como demuestran las cartas autógrafas que forman parte de la
documentación en mi poder, lo trataba como futuro esposo, hablándole
ingenuamente de las gentes con quienes trataba. Finalmente, en enero de 1940,
ella partió para reunirse con Mornard en México.
El plan de Gregory Rabinovitch se llevaba a la práctica punto por punto,
sin el menor tropiezo.
Jacson-Mornard
en casa de Trotski
Hacia los últimos días del mes de marzo, la víspera del día en que ella
debía regresar a Nueva York, Sylvia, acompañada de Jacson-Mornard, fue a
despedirse de los Trotski. Era la primera vez que el futuro asesino penetraba
en la casa de quien luego sería su víctima. Antes de dejar la capital mexicana,
Sylvia le hizo prometer que no volvería nunca solo al hogar del exiliado ruso:
viviendo en México bajo una falsa identidad, se exponía, pensaba ella, a sufrir
algunas molestias, de ser descubierto. Pero poco después debía confesarle, en
una carta, que no había hecho honor a su palabra por haberse visto obligado a
acompañar hasta la casa de Trotski a un amigo convaleciente, que acababa de
salir del hospital; este amigo era el escritor francés Alfred Rosmer.
Jacson-Mornard se ofreció posteriormente -hacia fines de mayo de 1940- a llevar
en coche a los Rosmer al puerto de Veracruz, donde embarcaron para Nueva York.
Natalia Sedova aprovechó aquella oportunidad para acompañarlos. En sus cartas a
Sylvia, el futuro asesino proclamaba su admiración por Trotski, admiración que
crecía a medida que iba conociéndolo mejor, directamente y también por
mediación de sus amigos. Este detalle tiene su importancia: el agente de la
GPU no preveía entonces que le sería dada la orden de matar a Trotski, ni
que debería, para su defensa, sostener la inverosímil tesis de la decepción
causada por el trato con el exiliado ruso.
Un punto queda oscuro. ¿Intervino Jacson-Mornard en el atentado fracasado
de la noche del 23 al 24 de mayo? Yo creo que no. Los colaboradores de Trotski
expusieron la hipótesis, tras el crimen y el descubrimiento del asesino, de que
debía de haber sido él quien, reconocido por Sheldon Harte como un amigo de la
casa, consiguió que le fuese abierta la puerta. Opino, por el contrario, que,
precisamente para que pudiese entrar sin dificultad en la casa de Coyoacán, la
GPU prefería tenerlo en reserva, por si fallaba el primer atentado. Si
Jacson-Mornard hubiese tomado parte en la agresión nocturna de manera directa,
el hombre hubiera perdido toda eficacia para una eventual acción ulterior,
arriesgándose a ser reconocido por las personas que rodeaban a Trotski. Ahora
bien, el capitán Néstor Sánchez, que no vaciló en denunciar a la policía, como
se recordará, el papel desempeñado en el ataque por el judío francés y por David
Alfaro Siqueiros, su amigo y jefe inmediato, no reconoció a Jacson-Mornard
cuando fueron confrontados, tras el segundo atentado. Afirmó, incluso, que el
asesino no había formado parte nunca del grupo de asaltantes de la noche del 23
al 24 de mayo. Todas las denuncias de Néstor Sánchez respondían a la verdad:
¿por qué iba a mentir en el caso de Jacson-Mornard? Es evidente, por otra
parte, que Gregory Rabinovitch, habiendo llevado a buen fin su diabólico plan
de conducir a su agente de París hasta la casa de Trotski, tendría buen cuidado
en no comprometer una carta tan preciosa.
¿Qué ocurrió después del 24 de mayo? A punto de ser descubierto y
arrestado, Rabinovitch se vio obligado a abandonar precipitadamente México,
dirigiéndose a Nueva York. ¿Obró así para montar el segundo atentado, llamando
a su lado a Jacson-Mornard? Este, en todo caso, se trasladó a los Estados
Unidos. Cooper, el secretario de Trotski, lo condujo en coche al aeropuerto.
En Nueva York le dijeron sin rodeos que habría de asesinar a Trotski.
Únicamente el responsable principal de este caso, Gregory Rabinovitch, podía
darle la orden tajante (8). ¿Fue entonces meditada y escrita la carta que había
de ser encontrada en uno de sus bolsillos si no lograba escapar de la policía
después del crimen? La fecha y la firma fueron dejadas en blanco: ambas serían
estampadas en el mismo México, la víspera del atentado. Esta carta tenía un
doble objeto: justificar el homicidio en la medida de lo posible y desacreditar
a la víctima política y moralmente, rematando la obra de las campañas
comunistas desencadenadas contra Trotski. Concuerda perfectamente con la
tradición de la GPU eso de matar dos pájaros de un tiro.
Jacson-Mornard estuvo poco tiempo en Nueva York. Tras su regreso a
México, hizo que se reuniera con él la inocente Sylvia: podía necesitarla
todavía para penetrar en la casa de Trotski. ¡Terrible misión la que le había
sido asignada! Aunque se hubiese estado preparando para ella desde hacía
tiempo, se sentía como aplastado por la fatalidad. En efecto, se había
entrenado con sus entradas en la vivienda del viejo revolucionario, ganándose
la confianza de sus colaboradores; los había observado en sus idas y venidas;
se había hecho a la idea de tomar parte, incidentalmente, en un atentado
colectivo; pero ahora tenía que enfrentarse solo con la terrible prueba del
homicidio. Por tal motivo, se le veía inquieto, desasosegado, viviendo una
verdadera pesadilla. Sin embargo, no podía retroceder, bajo pena de muerte: era
un terrorista aterrorizado.
La familia
Mercader
Inmediatamente después del asesinato de Trotski, cuando los periódicos
publicaron las fotografías del homicida, fueron muchos los antiguos comunistas
catalanes que lo reconocieron, pese a los vendajes que le ocultaban parte de la
cara; tratábase, en verdad, de uno de sus camaradas de otro tiempo: Ramón Mercader del Río. Conocían igualmente
a su familia, una familia comunista modelo, sobre todo la madre. El primero que
identificó al asesino fue Agustín Puértolas, antiguo fotógrafo de Prensa en Barcelona
y en el frente de Aragón; había tenido ocasión, entonces, de hacer varias fotos
de la madre y del hijo, combatiendo en las filas de las milicias comunistas.
Otros dos exmilitantes catalanes, Cabré y el dibujante Bartolí, identificaron a
su vez al asesino. Sin embargo, nada dijeron, ni a la Prensa ni a la policía.
Por mi parte, tal identificación me dejó bastante escéptico. Pero estos amigos
catalanes aseguraron que el criminal debía llevar en el antebrazo derecho la
cicatriz de una herida recibida en combate. Hice comprobar esta afirmación sin
que el hombre se diese cuenta de ello: la cicatriz existía, tal como se me
había descrito.
Ya no tuve más dudas sobre la verdadera identidad del asesino; pero, no
obstante, tenía que recoger algunos informes sobre él. Me encuentro hoy en
condiciones de retrazar a grandes rasgos su historia y la de su familia.
La figura más interesante es la de la madre. Eustasia
María Caridad del Río Hernández nació el 29 de marzo de 1892 en Santiago de
Cuba, y no en Cataluña, como yo creyera en un principio. Cuando España perdió
su rica colonia antillana, la familia del Río se estableció en Cataluña. En
posesión de bastantes bienes de fortuna, los padres quisieron que su hija se
educase en un pensionado francés instalado en Inglaterra: el del Sagrado
Corazón de Jesús. Su educación continuó en un pensionado religioso de
Barcelona. Hasta los dieciocho años, Caridad tuvo grandes arrebatos de
misticismo; incluso entró en el convento de Carmelitas Descalzas, donde profesó
como novicia durante cierto tiempo. Me veo obligado, al llegar a este punto, a
abrir un paréntesis, para dar cuenta de una observación: en su juventud,
Dolores Ibarruri, pescatera en las inmediaciones de Bilbao, que hizo célebre su
apodo La Pasionaria, fue también una católica ferviente, muy devota de la
Virgen de Begoña. Una propaganda incansable y hábil había de hacer de ella,
inculta pero apasionada, una fanática famosa en el mundo entero, un personaje
casi mítico. Un tenebroso aparato policiaco convirtió a Caridad en una
terrorista, madre de un asesino.
Contaba diecinueve años cuando contrajo matrimonio en Barcelona -el 7 de
enero de 1911, para ser exacto- con Pablo Mercader, nacido en la capital
catalana el 26 de julio de 1884 y perteneciente a una familia respetable. Desde
entonces se la llamó Caridad Mercader. De este matrimonio debían nacer cinco
hijos, cuatro chicos y una chica: Jorge, Ramón, Pablo, Luis y Montserrat. El
segundo hijo, Ramón, o, más bien, Jaime-Ramón, el futuro asesino, nació en
Barcelona el 7 de febrero de 1913. Aprendió las primeras letras en las Escuelas
Pías, con los Padres que las regentaban.
La felicidad de los Mercader no duró más de diez años. El marido
continuaba profundamente enamorado de Caridad. Ella, por el contrario, se
alejaba poco a poco de su esposo y de los principios severos en que se había
formado. Deslizábase hacia la bohemia y la independencia, en las que no
tardaría en complacerse por entero. En 1925 abandonó el domicilio conyugal,
dirigiéndose a Francia con sus cinco hijos. Residió principalmente en Toulouse
y Burdeos, donde sostuvo relaciones con un piloto aviador, militante comunista,
que le contagió su fanatismo. En dos o tres ocasiones intentó suicidarse,
viéndose empujada a tales extremos por motivos personales. Las tentativas de
reconciliación de Pablo Mercader resultaron inútiles. En 1928, la ruptura fue
total, y Caridad subió a París en compañía de sus hijos.
Un antiguo agregado cultural de la embajada soviética en París me aseguró
que el principio de las relaciones de Caridad Mercader con la GPU se remontaba
precisamente al año 1928. Según él, Caridad debió de pertenecer a una célula
especial controlada por el Servicio secreto, cuyas actividades estaban
consagradas al espionaje. Pero, como ciertos agentes al servicio de la GPU,
Caridad pertenecía a una organización independiente del Partido comunista. Con
su hija, Montserrat, de la que no se separaba jamás, militó durante años en la
XV sección del Partido Socialista francés (SFIO). No fue por azar por lo que
ellas estuvieron inscritas en esta sección, situada largo tiempo a la cabeza de
la izquierda del socialismo francés y que se mostró como una de las más
favorables a la constitución del Frente Popular. Los viejos militantes de la xv
sección, entre los cuales tengo buenos amigos, se acuerdan perfectamente de las
dos mujeres. Añadiré que, gracias, probablemente, a su origen cubano, Caridad
estaba destinada a cumplir misiones de confianza en Cuba, México y otros países
de la América Latina.
Tras el comienzo de la guerra civil española, Caridad Mercader militó
activamente en el Partido Socialista Unificado de Cataluña (PSUC), ligado a la
Internacional Comunista. Fue nombrada secretaria de la Unión de Mujeres
Comunistas. Combativa, audaz, enérgica, fue también jefe de una brigada
comunista en el frente de Aragón durante los primeros meses de la guerra
(julio-agosto de 1936). A finales de agosto resultó herida en un hombro en el
curso de un bombardeo aéreo en el frente de Bujaraloz (provincia de Huesca).
Por las mismas fechas, su hijo Ramón, nombrado teniente y comisario político en
ese frente, era herido en un brazo (ya hemos hablado de eso antes). Evacuados a
Barcelona, permanecieron algún tiempo en una casa de reposo. Caridad, Ramón y
Pablo fueron más tarde los organizadores del cuartel que había de tomar el
nombre de Jaume Graells, en el distrito de Sarriá.
Aquí se da uno de los episodios más trágicos de la vida de Caridad
Mercader. Su hijo Pablo es acusado en Barcelona de un acto de indisciplina
militar. Los jefes comunistas, con el asentimiento de la propia madre,
decidieron enviarlo a Madrid, en un período particularmente peligroso, a una
brigada disciplinaria. Murió en el frente madrileño poco después de su llegada.
¿Lo lloró su madre? En secreto, quizá, pues no cabe duda de que amaba a sus
hijos; pero en público no manifestó jamás la menor emoción ni formuló ninguna
queja sobre la suerte de su desventurado hijo. ¿Se lo impedía el fanatismo
ciego que profesaba? Uno de sus hijos pereció víctima de su fanatismo; los
otros, a su vez le serían sacrificados, ocupando ahora la ignominia el lugar
del heroísmo.
Pedro,
Singer, Guéré, Erno Gerö
El pasado aventurero de Caridad Mercader y su actividad combativa le
granjearon desde los primeros meses de la guerra de España, la estimación, la
confianza y la protección de Pedro, representante todopoderoso del Komintern y
de la GPU en Cataluña. ¿Quién era -quién es- Pedro? Bajo ese sencillo nombre de
pila se ocultaba Erno
Gerö, hoy día tristemente célebre por haber provocado los
trágicos acontecimientos de Hungría (octubre de 1956), después de haber
sido uno de los causantes de las sangrientas jornadas de mayo en Barcelona
(1937), que se tradujeron en varios centenares de muertos. Cuando sucedió a
Rakosi en la jefatura de los comunistas húngaros, varios meses antes de la
explosión popular, los periodistas del mundo entero se enfrentaron con grandes
dificultades a la hora de esbozar su biografía. Y esto se explica fácilmente:
Gerö no fue jamás un hombre público, sino un personaje del servicio secreto, un
especialista de la organización clandestina, un ilegal, y a tales actividades
debe su carrera. Los periódicos pretendieron que Gerö, al recobrar la libertad
en la Hungría de 1921 (fue encarcelado tras el fracaso de la Comuna de Bela
Kun, y a la desgracia y a la desaparición del cual no había de ser ajeno,
quince años más tarde), buscó asilo en la URSS, siendo luego enviado, por el
Komintern a España, en 1938, con una importante misión. Entre 1921 y 1938: un
gran vacío. Un vacío tal de diecisiete años en la biografía de un agente
secreto constituye sin la menor duda la parte más interesante de su actividad.
Un solo hecho demuestra la importancia dada a ese hombre: refugiado en la URSS
después de la guerra de España, se convirtió en el brazo derecho de Manuilsky, verdadero jefe del Komintern, y
cuyo poder real sobrepasaría al del jefe oficial, Dimitrov. ¡Cuántos méritos se
le tuvieron que reconocer para obtener un puesto de tanta confianza!
Erno Gerö es el militante tipo del período estaliniano. Por esta razón y
porque se encuentra en los orígenes de la carrera terrorista de Caridad
Mercader y de su hijo Ramón, tiene un lugar en el presente relato. Después de
la caída de Bela Kun y de un encarcelamiento sin consecuencias en Budapest, se
refugió en Viena, donde permaneció un año, aproximadamente, y conoció a la que
había de ser su compañera, una joven militante, seguramente honrada. Viena era
entonces el lugar de paso de los exiliados húngaros y, en general, de cuantos
huían de los países balcánicos; desde allí, la mayoría se dirigía en seguida a
Alemania y, sobre todo, a Francia. Yo mismo, militante ilegal, que huía de
España, tuve ocasión de saber mucho acerca de eso. Gerö y su compañera se
instalaron en París. Fue secretario del grupo comunista, y también del comité
intersindical húngaro. Poco después fue enviado a Hungría clandestinamente, con
el nombre de Singer y con la misión de proceder a la organización de las
células comunistas. A su regreso a Francia, la policía lo detuvo, expulsándolo;
no se acomodó a la orden de expulsión y, descubierto y detenido de nuevo, fue
condenado a varios meses de prisión. Expulsado una vez más, después de haber
cumplido su condena, continuó viviendo en Francia ilegalmente; la policía
detuvo y expulsó entonces a su compañera a Bélgica. Tres meses más tarde, ella
volvía legalmente a Francia: un militante francés contrató con ella un
matrimonio de pura fórmula, lo que le permitió adquirir la nacionalidad de su
marido. Tales casamientos eran bastante frecuentes en los círculos comunistas
clandestinos; entre 1922 y 1929, año este último de mi ruptura, yo conocí
varios.
Erno Gerö tenía méritos suficientes para prosperar en los medios
seleccionados y altamente especializados del comunismo que comenzaba a dominar,
tras la derrota de Trotski y de los antiguos colaboradores de Lenin, la
dictadura jerarquizada alrededor de Stalin: transferido a Moscú en 1928,
durante cerca de tres años completó su formación en una escuela leninista.
Entre 1931 y 1936 había de perderlo de vista. ¿Qué fue de él durante esos cinco
años? Misterio. Su compañera se quedó en París: militante disciplinada, entró
en la fábrica Renault. Por disciplina, había adquirido la nacionalidad
francesa, y, por disciplina, renunció a su compañero. La fría mecánica comunista
ha ignorado siempre los sentimientos y los lazos humanos, calificados como
propios de la pequeña burguesía.
Erno Gerö no llegó a España en 1938, como dijeron los periódicos. Fue en
1933 cuando comenzó a especializarse en los asuntos españoles, y más
particularmente en las cuestiones catalanas, y, tras el comienzo de la guerra
civil (julio de 1936), estuvo casi permanentemente en dicho país. Raros eran
los comunistas catalanes que conocían su verdadera personalidad y su
importancia. Tan pronto llegó a Barcelona se convirtió en el representante
todopoderoso del Komintern y de la GPU. Se le llamaba Pedro o Guéré. Sus
decisiones no admitían apelación. Todos los servicios secretos comunistas
-políticos, militares, policiales- se hallaban efectivamente bajo su control.
Su mirada fría y escrutadora hacía temblar a todo el mundo, incluso y sobre
todo al Cónsul general en Barcelona, Antonov Ovseenko, antiguo amigo de Trotski
y que había dirigido en octubre de 1917 la toma del Palacio de Invierno.
Nombrado comisario de Justicia en la URSS, embarcó en Barcelona apenas un año
después de su llegada a esta ciudad, y, en el momento de desembarcar, cuando se
disponía a tomar posesión de su cargo, desapareció para siempre. (Después del
XX Congreso del Partido Comunista soviético y el famoso informe de Kruschev
sobre Stalin, el Kremlin lo rehabilitó, pero nada se ha hecho contra el hombre
que, según los informes secretos, fue la causa de su muerte: Erno Gerö.) En
junio de 1937, Gerö y Orlov, jefes de la GPU en Barcelona y Madrid,
respectivamente, prepararon mi detención y la de mis compañeros de partido,
nuestra transferencia a una checa de Madrid y un monstruoso proceso cuyo objeto
era conducirnos a la muerte. Poco después asesinaron, tras haberlo torturado
cruelmente, a mi camarada Andrés Nin, pero la operación de conjunto fracasó.
Al amparo del Partido Socialista Unificado de Cataluña (PSUC), caído bajo
la dependencia total de Moscú, Erno Gerö logró formar un equipo de
colaboradores que ocuparon, entre octubre de 1936 y mayo de 1937, cargos
políticos, militares y policíacos de primera importancia. Por ejemplo: tres de
los puestos más destacados de la Prefectura de Policía quedaron bajo su
control. Mientras él se entregaba a esas actividades en Cataluña, otros
importantes agentes de Moscú se consagraban a actividades idénticas en toda la
zona republicana, particularmente en Madrid y Valencia. En menos de un año,
lograron introducirse en casi todos los centros-clave del poder.
Tras un viaje a México, a la cabeza de una delegación, en noviembre de
1936, Caridad Mercader fue una de las más activas colaboradoras de Erno Gerö.
Este se convirtió en su primer maestro en el campo de la acción terrorista y el
espionaje, en el que ella introdujo a su hijo Ramón. Leónidas Eitingon los
conoció gracias a Gerö. Caridad no tardó en ser su amante. Juntos cometieron
numerosos crímenes. Entre otros, el más monstruoso: el asesinato de León
Trotski.
Pruebas irrefutables
Yo sabía que Ramón Mercader del Río había desaparecido de Cataluña en la
segunda mitad del año 1937. Mis informadores catalanes no le habían vuelto a
ver -ni habían tenido la menor noticia de él- hasta el momento en que
contemplaron sus fotografías en la Prensa mexicana, inmediatamente después del
asesinato de Trotski. ¿Dónde había estado durante ese tiempo, o parte del
mismo? ¿No resultaba extraño que hubiese desaparecido de España precisamente
cuando el comunismo internacional concentraba en ella sus mejores elementos de
acción? Estudiando su comportamiento antes y después del asesinato de Trotski,
sospeché que había recibido un entrenamiento muy especial en la misma Unión
Soviética. Pero no tenía ninguna prueba de eso y, además, los informadores que
habían tenido ocasión de moverse en los círculos más allegados al Komintern -aquellos
que me habían hablado de los colegios especiales a que me he referido ya antes-
no parecían poseer ningún dato sobre ese asunto.
En 1954 fue desenmascarado y detenido en Bonn un importante agente de los
servicios secretos soviéticos, el capitán Nicolás Khokhlov. Transferido a los
Estados Unidos, causó sensación en el curso de una conferencia de Prensa al
exhibir un arsenal de armas mortales de ínfimo tamaño, dignas de las aventuras
de James Bond. Reveló en esta ocasión que “el asesinato de Trotski había sido
organizado por el general Eitingon, que había estado en España con el nombre de
Kotov”, y añadió textualmente: “Fue allí donde reclutó a un español que,
enviado a la Unión Soviética, recibió una instrucción minuciosa antes de ser
enviado a México con el nombre de Mornard”. Así pues, mis sospechas se
encontraban plenamente confirmadas. Es evidente que, además del entrenamiento
en España, primero bajo la vigilancia de Erno Gerö, y después de Leónidas
Eitingon, Ramón Mercader pasó cinco o seis meses en la Unión soviética antes de
instalarse en París, en contacto ininterrumpido con los agentes especializados
en la lucha contra Trotski y el trotskismo. Tenía que esperar en París la
llegada de Ruby Weil, que debía presentarle a la inocente Sylvia Ageloff.
Esperé a 1948 para hacer pública la verdadera identidad del asesino de
Trotski y retrazar en parte la historia de su familia, aunque hubiese podido
hacerlo, como ya he dicho, en 1940. Sin embargo, mis afirmaciones merecieron
escaso crédito. ¡Habían sido atribuidas a aquel hombre tantas nacionalidades,
tantos nombres! ¿Qué pruebas podía ofrecer de que lo que yo decía era exacto?
Las pruebas materiales e irrefutables de esa identidad fueron facilitadas
en 1953 por un médico, mexicano, el doctor Quirós Cuaron, encargado en 1940,
inmediatamente después de la muerte de Trotski, del examen psicológico del
homicida. Quirós Cuaron extrajo de ese examen conclusiones del máximo interés,
que expuso en un voluminoso estudio. Aguijoneado por una curiosidad jamás
satisfecha, llevó más lejos todavía sus investigaciones, que le condujeron
primero a Barcelona y después a Madrid, donde la Dirección General de Seguridad
le suministró documentos preciosos: fotos policíacas, de frente y de perfil, de
Ramón Mercader del Río (detenido el 12 de junio de 1935, con otros diecisiete
comunistas, en Barcelona, transferido después a una prisión de Valencia, puesto
en libertad cuando la victoria del Frente Popular) y la huella de su dedo
índice derecho. Comparadas con las fotografías de frente y de perfil y la
huella del índice derecho de Frank Jacson-Mornard, detenido por la policía
mexicana por el asesinato de León Trotski, en 1940, se revelaron idénticas. Al
escribir estas líneas, tengo ante los ojos las fotocopias de esos documentos.
Las fotos tomadas en 1935 nos muestran a un Ramón Mercader joven, de cabellos
negros y abundantes, frente lisa, ojos en forma de almendra, que reflejan un
carácter enérgico, la boca grande y sensual; las de 1940 nos permiten ver un
hombre cansado, incluso envejecido, con la frente surcada ya por ligeras
arrugas, esbozando un gesto que quiere ser desenvuelto pero que delata mucha
amargura. El joven militante comunista de 1935, movido probablemente por un
ideal sincero, por la voluntad de creer y de actuar, se ha convertido, gracias
a los cuidados de la GPU, en un asesino célebre: el de León Trotski. Y su
rostro atormentado refleja su infierno personal al mismo tiempo que el infierno
colectivo en que se debaten tantos millares de seres.
Los
asesinos doctrinarios
El azar quiso que me encontrase en México, en el curso de mis frecuentes
viajes por América Latina, cuando, ante la sorpresa general, las autoridades
pusieron en libertad, aunque expulsándolo del país, al asesino de León Trotski.
Era el 6 de mayo de 1960, o sea, tres meses y medio antes de la fecha en que
terminaba su condena, ya que el crimen fue cometido el 20 de agosto de 1940.
Ramón Mercader del Río, debidamente escoltado, partió para La Habana de Fidel
Castro; desde allí se dirigiría a Praga, uno de los principales centros de
dirección del comunismo internacional, y, finalmente, a Moscú. Si aún faltaba
una prueba de sus relaciones con el comunismo, ya la tendríamos en lo sucesivo.
Cumplida su condena, el criminal doctrinario tristemente célebre iba a reunirse
con los suyos.
Dos días más tarde sostuve una larga conversación con Enrique Castro
Delgado, quien había sido depositario en Moscú de las confidencias de Caridad
Mercader. Espontáneamente, me había ilustrado ya sobre las actividades del
general de la GPU, Leónidas Eitingon, refiriéndome también las de Caridad, su
amante. Habíase abstenido, no obstante, de revelarme lo esencial, a saber: que
ella había acompañado a su hijo Ramón hasta la puerta de la morada de Trotski,
por así decirlo, llegado el momento del homicidio. Jesús Hernández, en otro
tiempo miembro del Ejecutivo del Komintern y antiguo ministro comunista
español, había sido el primero en revelar su presencia, pero yo no había dado
crédito a aquello, hallando la cosa demasiado monstruosa para que fuera
verosímil. Pero, ahora, Castro Delgado estaba decidido a darme a conocer los
menores detalles.
-¿Por qué me ocultaste un detalle de tanta importancia?
-Compréndelo -me respondió él, entristecido-. Mi mujer y yo habíamos
contraído una deuda de gratitud con Caridad. En una época de gran miseria en
Moscú, ella nos ayudó a sobrevivir. Por añadidura, se movió mucho para que
nosotros pudiéramos abandonar la URSS cuando corríamos un gran peligro,
realmente entre la Lubianka y la frontera. ¿Tenía yo derecho a portarme mal?
Ahora ya puedo hablar, todo ha cambiado.
Caridad, que, como ya sabemos, fue a México a la cabeza de una delegación
en noviembre de 1936, regresó allí poco antes del final de la guerra civil
española, en febrero o marzo de 1939, cuando comenzaban los preparativos para
el asesinato de Trotski. Ella lo mismo que Leónidas Eitingon, su amante,
trabajaba bajo la dirección personal de Sudoplátov (9), uno de los principales
jefes del espionaje soviético en el hemisferio occidental. Eitingon, que, bajo
los nombres de Valery y de Liova, se había entregado a actividades
antitrotskistas en Francia, era ante todo un especialista en el descubrimiento
y liquidación de los diplomáticos soviéticos sospechosos y militantes
comunistas dudosos o comprometedores. Probablemente no se sabrá nunca de
cuántas denuncias y ejecuciones es ese hombre autor. Ya veremos más adelante
que Caridad, apasionadamente enamorada de él y fanática de la acción (el hombre
le había prometido casarse con ella, ocultándole que ya tenía mujer e hijos en
la URSS), fue en muchas ocasiones su colaboradora y cómplice. Ramón había
seducido a Sylvia Ageloff para introducirse en la casa de Trotski; Eitingon, de
manera semejante, había sorbido el seso a la bella Caridad, explotando su
sensualidad de mujer madura: el amor al servicio del crimen.
Habiendo fracasado el primer atentado contra Trotski, Beria y Sudoplátov
dieron, sin lugar a dudas, órdenes terminantes a Leónidas Eitingon y a su
colaboradora Caridad Mercader: había que preparar un nuevo atentado, que esta
vez no debía fallar. De ahí la reunión Rabinovitch-Eitingon con Ramón en Nueva
York. Esto parece más que verosímil, ya que de otro modo el viaje del último a
dicha ciudad no se explicaría. Por añadidura, parece muy lógico que ellos
escogieran Nueva York, suficientemente alejada de la capital mexicana y de
todas las personas que habían tomado parte en el ataque a la casa de Coyoacán,
con el propósito de poner en marcha un nuevo plan.
Mientras Ramón, en aquel fatal día de agosto, se dirigía en coche al
domicilio de Trotski para cometer su crimen, Leónidas y Caridad, cada uno en su
automóvil, le seguían, estacionándose por las calles vecinas cuando el asesino
penetró en el chalet-fortaleza. Si, como era probable, Ramón lograba matar a
Trotski en su mismo despacho, con la ayuda del piolet oculto en su
impermeable (por lo cual había sido necesario dos días antes un ensayo), los
vigilantes lo dejarían salir sin ser molestado; luego, Caridad y Leónidas se
ocuparían de su inmediata salida al extranjero. El terrible grito lanzado por
la víctima al recibir el golpe de piolet en su cráneo hizo fracasar su plan.
Caridad tuvo que presenciar, devorada por la angustia, la partida de las dos
ambulancias: una transportaba a Trotski a la clínica; en la otra iba su hijo,
del que no sabía si estaba vivo o muerto. La desventurada recibió entonces una
orden perentoria de su jefe y amante: era preciso huir. Leónidas se puso en
marcha por su cuenta; Caridad pasó a Estados Unidos, desde donde se trasladaría
a Rusia. Una militante española, que desempeñó un papel importante durante la
guerra y pasó una temporada en la URSS (en el momento del caso Trotski residía
en México, y en México sigue), estaba al corriente de toda la maquinación e
intervino. Luego ella rompió con el comunismo; “esa infamia universal y
totalitaria”, le oí decir hace varios años; ha sufrido enormemente, de manera
que silenciaré su nombre.
Llegada a la URSS, Caridad Mercader se instaló en la Kalujskaia, inmenso
sector residencial en las proximidades de Moscú, de casas uniformes y
confortables, todas ellas ocupadas por agentes importantes de la GPU. A ella le
agradaba la vida fácil y el lujo; le apasionaban las ropas costosas, las joyas,
los perfumes; necesitaba beber cada día treinta o cuarenta tazas de café y
fumar sesenta u ochenta cigarrillos. El régimen estaliniano, que tan duros
sacrificios imponía a la masa del pueblo, que tanta miseria ocasionaba, no le
negaba nada a aquella mujer.
Sin embargo, continuaba siendo devorada por una enfermiza necesidad de
acción, que ahora más que nunca le atenazaba: la acción podía ser el olvido.
Caridad no habría podido soportar nunca una vida de ociosidad. Siempre
enamorada del general Eitingon, pese a haber descubierto la existencia de su
esposa y de sus hijos, seguía siendo su colaboradora más íntima en la caza de
diplomáticos y de militantes tibios y vacilantes. Se le encargó que espiara y
denunciara a los jefes del Partido comunista búlgaro refugiados en la URSS; con
excepción de Dimitrov y de Kolarov, destinados a desempeñar después de la
guerra y del triunfo del Ejército Rojo los más altos cargos gubernamentales en
Sofía (lo cual no impidió que los dos murieran en extrañas circunstancias),
puede decirse que todos los jefes búlgaros fueron ejecutados. Provista de
pasaporte cubano, hizo numerosos viajes, unas veces con Eitingon; otras, sola y
obedeciendo sus órdenes, a Suecia, Noruega, Dinamarca, Holanda, Bélgica y
Turquía. Cada una de esas misiones se traducía en nuevas víctimas.
-¿En qué cifra estimas tú el número de esas víctimas?-pregunté a Castro
Delgado-.
-En unas treinta, tirando por lo bajo -replicó él.
Castro Delgado guardó silencio durante unos instantes, añadiendo luego:
-Después de la primavera de 1943, caído yo en desgracia ya, pasé horas y
horas en su casa, en su pequeño apartamento de Kalujskaia. Éramos semejantes a
dos náufragos, que tienen necesidad uno del otro. Se pasaba casi todo el tiempo
tendida en la cama, fumando cigarrillo tras cigarrillo, levantándose solamente
para hacer café. Frecuentemente hablaba con nostalgia de Cuba, de México, de
París; intentaba espantar sus malos recuerdos mencionando sólo los buenos. Pero
estaba obsesionada por lo que callaba. No pudiéndose contener ya, un día me
confió todo lo que albergaba en su corazón: “Nos han engañado, Enrique. Nos han
engañado con sus libros revolucionarios, con su propaganda, con su pretendido
paraíso. Esto es el peor infierno que haya existido jamás. Nunca podré
habituarme a él. No tengo más que un deseo, un pensamiento: huir, huir lejos de
aquí.”. Parecía decidida a hablar... “Tú no conoces como yo a estas gentes”,
añadió. “Carecen de alma y de conciencia. Aniquilan tu voluntad, te obligan a
matar y te hacen morir a continuación, de un golpe o de un disparo, o a fuego
lento, como a mí me hacen morir en este momento. Ahora ya no me necesitan,
¿comprendes? Después de mi última hazaña en Turquía, ya no les sirvo de nada.
Se dan cuenta de que ya no soy la de antes... Y es que, poco a poco, los
criminales se cansan de sus crímenes y se tornan indiferentes. Si yo te lo
contase todo...”. Impresionado, le pedí que no siguiera hablando. Si se
divulgaba que ella me había hecho aquellas terribles confidencias, estábamos
irremediablemente perdidos los dos. “¡Pero es que estamos perdidos!”, exclamó.
“Aquí o en otra parte, si nosotros logramos, por milagro, huir, ¡estamos
condenados a muerte!”. Me contó entonces detalladamente toda la historia del
asesinato de Trotski, preparado por Leónidas Eitingon y por ella misma. Siempre
tendida en su lecho, con el rostro hundido entre sus manos, sollozaba: “He
hecho de Ramón un asesino”, manifestó por fin. “De mi pobre Luis, un rehén, y
de mis otros dos hijos unas puras ruinas. ¿ Y cuál ha sido mi recompensa a
cambio de eso? ¡Cuatro porquerías!”. Caridad se levantó, tiró del cajón de una
cómoda, con aire de disgusto, y sacó las condecoraciones más codiciadas de la
URSS, la medalla de la Orden de Lenin y la de Héroes de la Unión Soviética,
concedidas a ella y a Ramón, respectivamente.
La obsesión de la huida, la certeza de que la matarían si seguía en la
URSS la enloquecían. Había adquirido el hábito de encerrarse en su casa,
viviendo detrás de sus ventanas, detrás de sus cerrojos. Como sufría de
insomnio, se pasaba las noches paseando de un lado para otro en su pequeño
apartamento, fumando y bebiendo café sin descanso. Un día, extenuada por el
estado de sus nervios, cayó enferma: enferma de desesperación. Carmen Brufau,
una catalana, la visitaba con frecuencia; Caridad sabía que esta mujer era un
agente de la GPU, de manera que no se fiaba de ella. Escribía, una tras otra,
cartas a Beria o a Sudoplátov, unas veces suplicantes y otras amenazadoras, solicitando
autorización para salir de Rusia. Le respondían con ramos de flores, con cajas
de bombones, con cartas que contenían unas cuantas palabras amables. En
ocasiones, Leónidas Eitingon iba a verla; le recomendaba paciencia, un poco de
paciencia. Sólo las visitas que le hacía a menudo su hijo Luis la
tranquilizaban. Finalmente, amenazó con suicidarse o con refugiarse en la
Embajada de Cuba si su solicitud continuaba siendo rechazada. Esta amenaza
desesperada dio resultado: Beria la autorizó por fin a trasladarse a Cuba, a
condición de que no intentara luego irse a México; en el estado de nerviosismo
en que se encontraba, su presencia en México habría podido ser comprometedora.
Caridad se prestó a eso, prometiendo no salir de Cuba. Pero una vez fuera de la
URSS se apresuró a trasladarse a México. La animaba una idea fija: conseguir la
libertad de Ramón.
Silencio
bajo pena de muerte
Caridad, pues, logró salir de la URSS hacia finales de febrero de 1945,
pero su hijo Luis, muy joven, se quedó en Moscú como rehén, respondiendo del
silencio de toda la familia. Al enterarse de su partida en fecha próxima, el
muchacho confesó un día a Castro:
-Mi madre se va a Cuba, y luego indudablemente, se presentará en México,
pero me sacrifica al dejarme aquí. Ella sabe, sin embargo, que yo odio todo
esto y que daría la mitad de mi vida por irme. No me hago ilusiones: no podré
salir jamás de la Unión Soviética.
Tras la muerte de Trotski, residía permanentemente en México una comisión
de la GPU. Yo me había enterado de su existencia, pero ignoraba su composición
exacta. A la cabeza de esa comisión se encontraba el agente Kupper, muy
importante, de origen polaco. Tenía por colaborador, entre otros españoles, al
hijo de un dibujante célebre: Sancha. Kupper había estado durante la guerra en
España, dedicándose al terrorismo. Una de sus primas, Lydia, casada con un
militante español asesinado más tarde por los suyos, fue la colaboradora y
amante del famoso mariscal Malinovsky, comisario de Defensa, después del
advenimiento de Kruschev (10). El equipo Kupper cumplía en México una misión
concreta: protegía, y al mismo tiempo vigilaba estrechamente, al asesino de
Trotski. Todo lo que tenía relación con el detenido –la preparación de su
defensa, la tarea de hacer su estancia en la prisión lo más cómoda posible, sus
relaciones con el exterior- se hallaba intervenido por Kupper. Al grupo no le
faltaba dinero precisamente; según mis informes, gastó desde la detención hasta
la liberación del criminal la importante suma de 250 000 dólares.
Al abandonar la URSS, Caridad Mercader tenía en su poder un pasaporte
soviético que le permitía guardar secretos su identidad y su origen. Pero ese
pasaporte fue motivo de toda clase de conflictos con el equipo Kupper, que
quería impedir a toda costa que entrara en contacto directo con el prisionero.
Una vez logró entrar en la prisión de Lecumberri, donde su hijo cumplía
condena, pero le fue totalmente imposible verlo. Caridad exigió que se
procediese a la revisión del proceso: sufrió un revés. Con la ayuda del abogado
que defendiera al detenido, proyectó un intento de reducción de la condena,
pero estas nuevas gestiones resultaron igualmente vanas. El pretendido
Jacson-Mornard no era un preso cualquiera; la prensa mundial no le perdía de
vista, y su liberación prematura habría podido dar lugar a un escándalo. Cada
vez que se planteaba el problema de una reducción de la pena, la Justicia
mexicana invariablemente invocaba los argumentos siguientes para rechazar la
idea: precisamente, por haber intentado él obtener la revisión de su proceso,
habíase privado el prisionero de una posibilidad de atenuación de la condena.
Además, ¿cuál era su verdadera identidad? Aquella bajo la cual había sido
detenido se había revelado falsa, pero la verdadera seguía siendo desconocida
oficialmente. ¿Por qué se negaba a descubrirla, a aportar pruebas que hubiesen
ayudado a poner en claro el problema? Finalmente, la mujer exigió que fuese
organizada su evasión: nuevo fracaso (ya he dicho en otra parte qué papel
desempeñé en el mismo, en unas fechas en que yo ignoraba todavía que la madre
del asesino se encontraba en México). Como cada vez se mostraba más exigente,
Kupper resolvió -sin duda por orden de Moscú- aterrorizarla. Dos tentativas
criminales fueron dirigidas contra ella; una vez escapó por milagro de un
accidente de automóvil. Temiendo por su vida, como ya antes en Moscú, Caridad
abandonó México en noviembre de 1945, dirigiéndose a París, de donde no ha
salido desde entonces. Provista de un pasaporte cubano, vive allí con su hija
Montserrat, casada con un tal Monsieur Duduyt. En París, igualmente, vive su
hijo mayor, Jorge, enfermo. Caridad, en otro tiempo enérgica, audaz y fanática
hasta el crimen, es en la actualidad una mujer ya entrada en años, llena de
tristeza y amargura, que trata de hacerse notar lo menos posible. Por nada del
mundo accedería a regresar a la Unión Soviética. Además, ¿para qué iba ella a
volver allí? Stalin murió. Beria fue ejecutado. Los amos actuales del Kremlin
les han acusado de crímenes monstruosos, muchos de los cuales no han sido
todavía revelados. Han rehabilitado a algunas de sus numerosas víctimas. ¿No
llegarán algún día a rehabilitar la memoria del mismo Trotski? Ahora bien,
Caridad y sus hijos han participado en esos crímenes, han vivido esa espantosa
pesadilla... ¿Puede imaginarse destino más triste y más infernal que el de esta
mujer?
Kupper fue llamado a Moscú tras el fracaso de la tentativa de evasión de
Ramón Mercader del Río. Pereció en el curso de una purga organizada por
Kruschev después de la muerte de Beria, y al mismo tiempo que desaparecían sus
colaboradores más allegados: Merkulov, Sudoplátov, Eitingon, todos los que
habían tenido algo que ver con el asesinato de León Trotski. Víctor Hugo tenía
razón: siempre hay un verdugo para los verdugos.
París, octubre 1969.
Notas
(1) Caníbales políticos (Hitler y Stalin en España), México,
1941.
(2) Este Juan B. Gómez, agente del estalinismo en España, y más tarde uno de los organizadores del atentado perpetrado contra Trotski, fue de los que estaban empeñados en enviarme a un mundo mejor; felizmente para mí, yo estaba al corriente de sus maniobras.
(2) Este Juan B. Gómez, agente del estalinismo en España, y más tarde uno de los organizadores del atentado perpetrado contra Trotski, fue de los que estaban empeñados en enviarme a un mundo mejor; felizmente para mí, yo estaba al corriente de sus maniobras.
(3) Machado (1871-1939), dictador cubano hasta la revolución de 1933, que
llevó al poder al sargento Batista.
(4) Nosotros empleamos aquí sus diversos nombres: Sormenti, Contreras o Vidali, teniendo en cuenta el momento y las circunstancias en que él mismo los utilizaba.
(5) Ver La Grande Trahison (Fasquelle, París), de Jesús Hernández, antiguo ministro español y en otro tiempo miembro del Ejecutivo del Komintern en Moscú.
(4) Nosotros empleamos aquí sus diversos nombres: Sormenti, Contreras o Vidali, teniendo en cuenta el momento y las circunstancias en que él mismo los utilizaba.
(5) Ver La Grande Trahison (Fasquelle, París), de Jesús Hernández, antiguo ministro español y en otro tiempo miembro del Ejecutivo del Komintern en Moscú.
(6) Bajo el nombre de Pedro, el que había de ser uno de
los principales provocadores de los acontecimientos de 1956 en Budapest
representaba al Komintern y a la GPU en Cataluña.
(7) Tuve ocasión de establecer la prueba de su gran influencia en
los medios oficiales: invitado por un servicio del Ministerio del Interior
mexicano (Secretaría de Gobernación) a formular unas declaraciones sobre las
actividades de la GPU relacionadas con el caso Trotski, no tardé en descubrir
que había sido remitida una copia de aquéllas a dicho personaje
(8) ¿Fue también a Nueva York Leonidas Eitington, responsable de la
dirección técnica? Yo me inclino a creerlo: una decisión tan importante exigía
la aprobación de los principales responsables.
(9) Se trata de Pavel Anatólievich Sudoplátov, cuyo papel dirigente en la ejecución del asesinato de Trotski, junto con importantes datos de dicho crimen, ha reconocido él mismo en el libro Operaciones especiales, Plaza y Janés, 1994 [Nota del editor].
(9) Se trata de Pavel Anatólievich Sudoplátov, cuyo papel dirigente en la ejecución del asesinato de Trotski, junto con importantes datos de dicho crimen, ha reconocido él mismo en el libro Operaciones especiales, Plaza y Janés, 1994 [Nota del editor].
(10) Castro Delgado confirmó lo que yo sabía ya por El Campesino:
el famoso mariscal soviético, conocido por el sobrenombre de Manolito,
había estado en España durante la guerra civil. Se afirma de él que, muy glotón,
se hacia servir cada día un enorme cocido a la madrileña. Una de sus grandes
proezas militares consistió en apoderarse de una veintena de sacos de garbanzos
que hizo enviar a su casa de Moscú
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