martes, 23 de octubre de 2018

Ernest Mandel. Rosa Luxemburg y la socialdemocracia alemana





Escrito: Marzo de 1971




El lugar que ocupa Rosa Luxemburg en la historia del movimiento obrero revolucionario está aún por precisar. Desde que empezó la decadencia del monolitismo staliniano hay, prácticamente, unanimidad en cuanto a subrayar sus méritos; pero a menudo se añade, acto seguido, que “pertenece al mundo de antes de 1914”.[1] De hecho, los clasificadores se sienten tanto más incómodos cuanto que abordan la historia del movimiento obrero valiéndose de criterios esencialmente subjetivos. A partir de ahí, los méritos de Rosa se dispersan y, según las inclinaciones del autor de turno, recaen en el hecho de que Rosa pusiera al desnudo las raíces del imperialismo, en su defensa sin compromiso del marxismo contra el revisionismo bernsteiniano, en su adhesión a los principios de acción y de espontaneidad de las masas, o, incluso, en la defensa de los principios de la democracia obrera contra los “excesos” bolcheviques.

[1]
J. Peter Nettl. Rosa Luxemburgo


La dificultad desaparece cuando se aborda la historia del movimiento obrero con criterios objetivos, aplicando al propio marxismo la regla de oro del materialismo histórico: en último análisis, es la existencia material  la que explica la conciencia y no a la inversa. Es a partir de la transformación de la realidad social que deben ser interpretados los cambios producidos en el pensamiento del movimiento obrero internacional, incluyendo las sucesivas interpretaciones, enriquecedoras  o empobrecedoras, del marxismo. En este marco, el papel de Rosa en la evolución del movimiento obrero de antes de 1914, o incluso de antes de 1919, en vez de parecer disperso y fragmentario, recobra su unidad. Tan sólo valiéndonos de este método se nos muestra plenamente la importancia clave de la actividad y de la obra de Rosa, desprendiéndose de la crónica de las actividades especializadas.

”La vieja táctica probada” entra en crisis

Durante treinta años; la táctica de la socialdemocracia alemana, ”die alte bewährte Taktik” (la vieja táctica probada), dominó por entero el movimiento obrero internacional. En realidad,  abstracción hecha de la experiencia, después de todo aislada, de la Comuna de París, y de los sectores del movimiento obrero internacional en que dominaba el anarquismo, fue durante medio siglo que la historia de la lucha de clases estuvo marcada con el sello de la socialdemocracia. Esta influencia preponderaba hasta tal punto que incluso aquellos que, como Lenin y la fracción bolchevique, habían roto en la práctica con esta tradición en el plano nacional, seguían, sin embargo, refiriéndose religiosamente al modelo alemán como modelo de táctica universalmente válido.

La “vieja táctica probada” podía citar en su defensa unos títulos de nobleza indudables. Durante sus últimos quince años de vida, Friedrich Engels, pese a algunas vacilaciones significativas[2], la había defendido encarnizadamente, hasta el punto de ponerla en una verdadera Carta en su ”testamento político”, la introducción que escribió en 1895 para una nueva edición alemana de la obra de Karl Marx Las luchas de clases en Francia. Los pasajes más famosos de esta introducción fueron citados innumerables veces, en todos los idiomas de Europa, entre 1895 y 1914. Los socialdemócratas prosiguen con esta rutina entre 1918 y 1929, hasta que la crisis económica mundial y la crisis de la propia socialdemocracia hicieron que estos ejercicios estériles se detuvieran: ”En todas partes se ha imitado el ejemplo alemán de utilización del derecho de voto, de conquista de todos los puestos que nos sean accesibles; en todas partes se deja de lado el desencadenamiento del ataque sin preparación...

”Los dos millones de electores que envía [la socialdemocracia alemana] al escrutinio, contando con los jóvenes y las mujeres que hay detrás de ellos en calidad de no electores, constituyen la masa más numerosa, la más compacta, el "grupo de choque" decisivo del ejército proletario internacional. Esta masa significa, ya ahora, más de un cuarto de los sufragios... Su crecimiento se produce de modo tan espontáneo, constante, irresistible, y, al mismo tiempo, tan tranquilo, como un proceso natural. Todas las intervenciones estatales tratando de impedirlo se han demostrado impotentes. Podemos contar, desde hoy, con dos millones y cuarto de electores. Si seguimos adelante como hasta ahora, de aquí al final del siglo habremos conquistado la mayor parte de las capas medias de la sociedad, tanto a los pequeños burgueses como a los pequeños campesinos, y creceremos hasta convertirnos en la potencia decisiva del país, ante la que tendrán que inclinarse todas las demás fuerzas, lo quieran o no. Mantener incesantemente este crecimiento hasta que, por sí mismo, se haga más fuerte que el sistema gubernamental en el poder; no desgastar con combates de vanguardia este "grupo de choque", sino conservarlo intacto hasta el día decisivo; ésta es nuestra principal tarea.” [3]

Hoy sabemos, naturalmente, que los dirigentes socialdemócratas habían mutilado escandalosamente el texto de Engels, desnaturalizando su sentido mediante la eliminación de todo lo que seguía siendo básicamente revolucionario en el viejo luchador, compañero de Marx [4]. Pero esto no es lo esencial. El pasaje que acabamos de citar es auténtico. Justifica plenamente ”la vieja táctica probada”: organizar a un máximo de miembros, educar a un máximo de trabajadores, obtener un máximo de votos en las elecciones, dirigir buenas huelgas para que aumenten los salarios y para conquistar leyes sociales (ante todo la reducción de la jornada de trabajo); el resto vendrá por sí solo, automáticamente: ”tendrán que inclinarse todas las demás fuerzas”; nuestro ascenso es ”irresistible”; hay que ”conservar intactas nuestras fuerzas hasta el día decisivo”...


Más convincente que la bendición de venerable decano del socialismo internacional era el veredicto de los hechos. Estos hechos les daban la razón a los Bebel, Vandervelde, Víctor Adler y demás pragmáticos que se contentaban con seguir esta rutina ya consagrada. El número de sufragios aumentaba de elección en elección. Aunque de vez en cuando hubiera algún revés inesperado (como las “elecciones hotentotes” [5] en Alemania, en 1907), lo seguía un desquite especialmente triunfante: en las elecciones al Reichstag de 1912, la socialdemo­cracia obtuvo el tercio de los sufragios. Las organizaciones obreras se reforzaban incesante­mente, se extendían a todos los terrenos de la vida social, se articulaban en una verdadera “contrasociedad”, permitiendo un desarrollo continuo de la conciencia de clase. Los salarios aumentaban, se acumulaban las leyes de protección obrera; la miseria perdía terreno, aunque sin desaparecer. El ascenso parecía tan irresistible que no sólo embriagaba a los convencidos, sino incluso a los adversarios.

Como siempre, la conciencia iba ya en retraso respecto a la realidad. Todo este ”ascenso irresistible” había sido reflejo del auge del capitalismo internacional, de la reducción secular del ”ejército industrial de reserva”, especialmente, en Europa, debido a la emigración, de una superexplotación creciente de los países coloniales y semicoloniales por parte del capitalismo imperialista. A comienzos del siglo XX empezaban a agotarse los recursos que alimentaban esta atenuación temporal de las contradicciones socioeconómicas en Occidente. En adelante, pasaba a la orden del día la agravación de las contradicciones sociales en lugar de su atenuación. No estaba llamando a la puerta ninguna era de progreso pacífico, sino la era de las guerras imperialistas, de las guerras de liberación nacional y de las guerras civiles. Una larga fase de mejora iba a ser sucedida por dos decenios de estancamiento, o incluso disminución de los salarios reales. La época de la evolución había terminado; iba a empezar la época de las revoluciones.


La “vieja táctica probada” perdía todo su sentido en esta nueva era. De principio de organiza­ción iba a transformarse en una trampa desastrosa para el proletariado europeo. La inmensa mayoría de los contemporáneos no lo comprendieron antes del 4 de agosto de 1914. Ni siquiera Lenin lo comprendió en lo que se refería a los países al oeste del imperio zarista. Trotsky vacilaba. El mérito de Rosa fue el haber sido la primera en entender clara y sistemáticamente la necesidad de una modificación fundamental de la estrategia y la táctica del movimiento obrero occidental ante el cambio de las condiciones objetivas, ante la era imperialista que empezaba. [6]

Las raíces de la lucha de Rosa contra la “vieja táctica probada”


Indudablemente, la nueva realidad objetiva fue captada parcialmente por los marxistas más perspicaces a partir de finales del siglo XIX. Los fenómenos de la extensión de los imperios coloniales, de los inicios del imperialismo como política le expansión del gran capital, son ya analizados. Hilferding rige ese notable monumento llamado El capital financiero. Se registra la aparición de los cártels, los trusts, los monopolios los revisionistas, por lo demás, se valen de ello para proclamar que el capitalismo estará cada vez más organizado, y que, por lo tanto, sus contradicciones irán atenuándose; indudablemente, lo hay nada nuevo bajo el sol). A partir del congreso de la Internacional celebrado en Stuttgart, aumenta la desconfianza de Lenin, la izquierda holandesa y polaca, la izquierda belga e italiana, respecto a las concesiones de Kautsky al revisionismo, sobre todo en el terreno de la lucha contra la guerra imperialista. Se someten a una dura crítica el oportunismo electoralista, los pactos “tácticos” con la burguesía liberal de tal o cual grupo regional o nacional (los “de Baden” en Alemania, la mayoría del POB belga, los jauresistas en Francia, etc.). Pero todo esto sigue siendo parcial y fragmentario, y, sobre todo, no alcanza a sustituir la “vieja táctica probada” – más tabú que nunca – por una estrategia y una táctica de recambio.

El único intento llevado a cabo en este sentido durante el período 1900-1914, al oeste de Rusia, es el de Rosa. Este mérito excepcional no se debe tan sólo a su genio innegable, a su lucidez, a su adhesión absoluta a la causa del socialismo y del proletariado internacional. Se explica, sobre todo, por las condiciones históricas y geográficas, es decir, sociales, en que nacieron y se desarrollaron su acción y su pensamiento.


Su posición excepcional de miembro dirigente de dos partidos socialdemócratas, el partido polaco y el partido alemán, la situó en un puesto de observación que facilitaba la observación de dos tendencias contradictorias en la socialdemocracia internacional: por una parte, el peligroso empantanamiento en una rutina burocrática cada vez más conservadora en Alemania; por otra parte, el ascenso de nuevas formas y métodos de lucha en el imperio zarista. De este modo pudo llevar a cabo, en el plano de la táctica del movimiento obrero, la misma inversión audaz que había realizado Trotsky en el plano de las perspectivas revolucionarias. Ya no era necesariamente el país ”avanzado” el que había de mostrar al país ”atrasado” la imagen de su futuro, sino que, por el contrario, el movimiento obrero del país ”atrasado” (Rusia, Polonia) mostraría a los países avanzados de Occidente la urgente adaptación táctica que era preciso aplicar.


También en este punto hubo precursores. Ya en 1896, Parvus había publicado un largo estudio en la Neue Zeit en el que consideraba el empleo del arma de la “huelga política de masas” contra una amenaza de golpe de estado que suprimiera el sufragio universal[7]. Este estudio estaba, a su vez, inspirado en una moción sometida por Kautsky, en 1893, a la 10.a comisión del congreso socialista de Zurich, relativa a la réplica contra las amenazas al sufragio universal. Engels había levantado una amenaza implícita análoga. Pero todos estos disparos de prueba quedaron aislados. No dieron lugar a ninguna elaboración estratégica o táctica sistemática.

(7) El artículo titulado “ Staatsstreich und politischer Massenstreike” 



Para Rosa, ya muy familiarizada con los movimientos obreros polaco y ruso, fue también una ayuda el estudio en profundidad de dos crisis políticas que sacudieron Europa occidental hacia finales de siglo: la crisis provocada por el asunto Dreyfus en Francia, y la huelga general de 1902 por el sufragio universal en Bélgica. Obtuvo de esta doble experiencia una profunda repugnancia ante el cretinismo parlamentario, y una convicción cada vez más fuerte de que la “vieja táctica probada” fracasaría “el día decisivo” si no se educaba a las masas, con mucha antelación, para tomar en mano la acción política extraparlamentaria de la misma forma que la rutina electoral y la práctica de las huelgas económicas.


Pero fue la experiencia de la revolución rusa de 1905 el acontecimiento que permitió a Rosa reunir los elementos dispersos de una crítica sistemática de la “vieja táctica probada” de la socialdemocracia occidental. Retrospectivamente, fue sin duda el año 1905 el que marcó el final del papel esencialmente progresivo de la socialdemocracia internacional, y aquel en que se inició la fase de ambigüedad, durante la cual se combinaron rasgos progresivos que se prolongaban e influencias reaccionarias que aparecían y se reforzaban, fase que desembocó en el desastre de 1914.

Para comprender la importancia de la revolución rusa de 1905, es preciso recordar ante todo que fue la primera explosión revolucionaria a gran escala que conoció Europa después de la Comuna de París, es decir, tras un intervalo de 34 años. Era lógico que una revolucionaria apasionada como Rosa Luxemburg estudiara cuidadosamente todas sus manifestaciones y rasgos peculiares con objeto de extraer conclusiones en relación con el destino de las futuras revoluciones en Europa. Marx y Engels habían obrado igual ante las revoluciones de 1848 y ante la Comuna.

Desde el punto de vista de la elaboración de una estrategia y una táctica de recambio para la socialdemocracia internacional en relación a la del SPD, hay un rasgo particular de la revolución rusa de 1905 que tiene un papel decisivo. Durante decenios, el debate entre anarquistas y sindicalistas, de un lado, y, de otro, los socialdemócratas, había confrontado a los paladines de la acción directa minoritaria con los de la acción de masas organizada, esencialmente “pacífica” (electoral o sindical). Pero la revolución rusa de 1905 hizo nacer una combinación imprevista por ambos lados: la acción directa de las masas, pero de unas masas que, lejos de conformarse con la inorganización y la espontaneidad, se organizan a consecuencia de la acción, con la perspectiva de futuras acciones todavía más audaces.

Tanto Lenin como Rosa subrayaron el hecho, mal comprendido en Occidente, de que la revolución de 1905 tocaba a difuntos por el sindicalismo revolucionario en Rusia, ¡pese a que, durante largo tiempo, los sindicalistas revolucionarios habían opuesto el mito de la huelga general al electoralismo socialdemócrata, y en el mismo momento en que la huelga general triunfaba por primera vez en algún lugar de Europa! Hubieran debido añadir – Lenin no lo comprendió hasta después de 1914 – que esta eliminación de los sindicalistas revolucionarios en Rusia se explicaba por el hecho de que la socialdemocracia rusa y polaca (o al menos su ala radical), lejos de oponerse a la huelga de masas o de frenarla en lo más mínimo, se convirtió en su organizadora y propagadora entusiasta, es decir, se sobrepuso definitivamente al viejo dualismo de ”acción gradual o acción revolucionaria”. [8]



Rosa quedó deslumbrada por la experiencia de la revolución de 1905, experiencia que tuvo profundas repercusiones en el seno del proletariado de distintos países al oeste del imperio de los zares, empezando por Austria, donde provocó una huelga general con la que fue conquistado el sufragio universal. Los catorce años de vida que le quedaban no fueron más que un esfuerzo ininterrumpido por transferir esta enseñanza fundamental al proletariado alemán: es preciso abandonar el gradualismo, hay que prepararse nuevamente para luchas revolucionarias de masas. El estallido de la primera guerra mundial, de la revolución alemana de 1918, confirmaron que su visión era exacta desde 1905.

El 1.° de febrero` de 1905, Rosa escribía:
”Pero también para la socialdemocracia internacional el levantamiento del proletariado ruso constituye un fenómeno nuevo, que ante todo debe asimilarse espiritualmente. Todos nosotros, por dialéctico que sea nuestro pensamiento, seguimos siendo incorregibles metafísicos apegados a la inmutabilidad de las cosas en nuestros estados de conciencia inmediatos... Es tan sólo en la explosión volcánica de la revolución donde nos damos cuenta de qué trabajo tan rápido y profundo ha ejecutado el joven topo. Y con qué brío está minando el suelo bajo los pies de la sociedad burguesa de Europa occidental. Querer medir la madurez política y la energía revolucionaria latente de la clase obrera por medio de estadísticas electorales y de cifras de miembros de las secciones locales equivale a querer medir el Mont Blanc con un metro de sastre.”

El 1.° de mayo de 1905, prosigue:

”Lo esencial es esto: es preciso comprender y asimilar que la revolución actual en el imperio de los zares provocará una colosal aceleración de la lucha de clases internacional, que también en los países de la ”vieja” Europa nos colocará, en un plazo no tan largo, ante situaciones revolucionarias y ante nuevas tareas tácticas.”

Y el 22 de septiembre de 1905, en el congreso de Iena, en confrontación con los sindicalistas reformistas tipo Robert Schmidt, exclamó, indignada:

”Cuando se han escuchado los discursos pronunciados hasta ahora sobre la huelga política de masas, se tiene realmente ganas de poner la cabeza entre las manos y preguntarse: ¿Estamos realmente viviendo en el año de la gloriosa revolución rusa, o acaso faltan aún diez años para que se produzca? Leéis cada día las informaciones en los diarios de la revolución, leéis los comunicados, pero parece como si no tuvierais ojos para ver ni oídos para escuchar... ¿No ve Robert Schmidt que ha llegado el momento que habían previsto nuestros grandes maestros Marx y Engels, el momento en que la evolución se transforma en revolución? Estamos viendo la revolución rusa, y seríamos unos asnos si no aprendiéramos de ella.” [9]

Rosa Luxemburg. Nach dem ersten Akt (Después del primer acto) (Febrero de 1905)


Rosa Luxemburg. Im Feuerscheine der Revolution (A la luz de la revolución)  (Abril de 1905)




Retrospectivamente, estamos convencidos de que tenía razón. Así como la victoria de la revolución rusa de 1917 hubiera sido infinitamente más difícil sin la experiencia de la revolución de 1905 y sin el impresionante aprendizaje revolucionario que representó para decenas de millares de cuadros obreros rusos, también hubiera facilitado mucho la posibilidad de una victoria de la revolución alemana de 1918-19 el que se hubieran dado, antes de 1914, experiencias de luchas políticas de masas, extra-parlamentarias, prerrevolucionarias o revolucionarias. No se aprende a nadar sin tirarse al agua; no puede adquirirse una conciencia revolucionaria sin la experiencia de acciones revolucionarias. Si bien era imposible imitar la revolución de 1905 en la Alemania de 1905 a 1914, sí era en cambio perfectamente posible transformar de arriba abajo la práctica cotidiana de la socialdemocracia, reorientarla hacia una práctica y una educación cada vez más revolucionarias que prepararan a las masas para el enfrentamiento con la clase burguesa y el aparato del estado. Al negarse a llevar a cabo este viraje, aferrándose a fórmulas que perdían cada vez más todo sentido en relación a la victoria “inevitable” del socialismo, al “retroceso” inevitable de la burguesía y el estado burgués ante la “fuerza tranquila y pacífica” de los trabajadores, los dirigentes del SPD sembraron, durante aquellos años decisivos, el grano que dio las amargas cosechas de 1914, de 1919 y de 1933.

Rosa Luxemburgo. La Huelga de masas, partido político y los sindicatos (1906)


El debate sobre la huelga de masas


Es en este contexto que debe examinarse el debate sobre la “huelga de masas” que se desencadenó en la socialdemocracia tras la revolución de 1905. Las etapas principales de este debate las señalan el congreso de Iena de 1905 (en cierto sentido, el congreso más ”izquierdista” de antes de 1914, bajo la presión evidente de la revolución rusa), el congreso de Mannheim de 1906, la aparición, el mismo año, de un folleto de Kautsky y otro de Rosa Luxemburg, ambos dedicados al problema de la ”huelga de masas”, el debate entre Rosa Luxemburg y Kautsky en 1910, y el debate entre Kautsky y Pannekoek.[10]


Podríamos resumir esquemáticamente el debate de este modo. Los dirigentes socialdemó­cratas, tras haber combatido durante decenios la idea de huelga general como una ”imbecilidad general” (”Generalstreik ist Generalunsinn”), bajo el pretexto de que antes había que organizar a la gran mayoría de los obreros para que luego pudiera tener éxito una huelga general, se vieron trastornados por la huelga general belga de 1902-1903, pero fue de modo muy vacilante que iniciaron la revisión de sus concepciones ”pacifistas”. [11] En 1905, en el congreso de Iena, estalló un conflicto entre los dirigentes de los sindicatos y los del partido, durante el cual los jefes sindicales llegan al extremo de sugerir que todos los partidarios de la huelga general se vayan a poner en práctica sus ideas en Rusia y en Polonia.[12] Bebel, con reticencia, pero no sin acritud, entra en liza para criticar a los dirigentes sindicales, y admite “por principio” la posibilidad de una huelga política de masas. Pero se llegará a un compro­miso, elaborado entre los congresos de Iena y de Mannheim. En Mannheim, en 1906, se ha restablecido la paz en el seno del aparato. En adelante, sólo se reconocerá a los jefes sindicales como “competentes” para “proclamar” la huelga, incluyendo la huelga política de masas; eso tras haber hecho inventario de “la organización”, de la caja, de las “relaciones de fuerzas”, etc. Después del desafortunado intervalo de la revolución rusa, hénos aquí de feliz regreso a la “vieja táctica probada”.


Rosa echa chispas, patalea. Espera la ocasión de asestar un fuerte golpe en favor de la nueva estrategia y la nueva táctica. El momento propicio se le presenta cuando se desencadena, en 1910, la agitación por la obtención del sufragio universal para las elecciones a la Dieta de Prusia. Las masas piden acción. Rosa interviene en una docena de asambleas de masas, a las que asisten millares y decenas de millares de trabajadores y de militantes. Tras algunas escaramuzas contra “prohibiciones” de la policía, una manifestación central reúne, en el parque Treptow de Berlín, a 200.000 participantes. Pero a la dirección socialdemócrata no le gusta todo ese jaleo; lo que Ie interesa es preparar unas “buenas elecciones” para 1912. Así, la agitación queda asfixiada tan rápidamente como ha nacido. Y en este caso es el ”guardián de la ortodoxia”, Karl Kautsky, el que personalmente asume la dirección de la lucha teórica y política del aparato contra la izquierda, por medio de artículos y de folletos pedantes que evidencian una total incomprensión de la dinámica del movimiento de masas. [13]


¿Y ahora qué? Karl Kautsky

(Die Neue Zeit, año XXVIII, volumen 2, 1909-1910)






A primera vista, parece haberse producido una inversión de alianzas. A comienzos de siglo, Rosa y Kautsky (izquierda y centro) están aliados con el aparato del partido, en torno a Bebel y a Singer, contra la minoría revisionista de Bernstein. En 1905, en el congreso de Mannheim, el aparato sindical se ha pasado abiertamente al campo de los revisionistas, y la alianza Bebel-Kautsky-Rosa parece reforzada y consolidada. ¿Cómo explicar este brusco viraje en el lapso de cuatro años (1906-1910)? En realidad, los datos sociales e ideológicos del problema diferían notablemente de las apariencias. Bebel y el aparato del partido estaban apegados a la ”vieja táctica probada” tanto en 1900 como en 1910. Eran básicamente conservadores, es decir, partidarios del statu quo en el seno del movimiento obrero (sin que ello signifique que hubieran abandonado las convicciones, o incluso la pasión, socialistas; pero las orientaban hacia un futuro indeterminado). Existía el peligro de que Bernstein y los revisionistas rompieran el delicado equilibrio entre la “vieja táctica probada” (es decir, la práctica cotidiana reformista), la propaganda socialista, la esperanza y la fe de las masas en el socialismo, la unidad del partido, la unidad de las masas y el partido. He aquí por qué Bebel y el aparato del partido se oponían a él: ello respondía a finalidades esencialmente conservadoras, al deseo de evitar alborotos.

Pero cuando la revolución rusa de 1905 – y las repercusiones de la era imperialista en las relaciones de clases en la misma Alemania – provocaron una agravación de las tendencias en el seno del movimiento obrero, y cuando el aparato socialdemócrata corrió el peligro de partirse en dos, después del congreso de Iena, Bebel, Ebert, Scheidemann, prefirieron la unidad del aparato antes que la unidad con los obreros radicalizados; así fue cómo inter­pretaron la “prioridad de la organización”. A partir de entonces, el aparato, en su conjunto, rompió con la izquierda, ya que esta vez era la izquierda la que exigía que se dejara de lado la ”vieja táctica probada”, y no sólo su teoría, sino también – pecado supremo – su práctica rutinaria. Los dados estaban echados.

La única incógnita que siguió abierta durante cierto tiempo fue la del alineamiento de Kautsky: ¿se alinearía junto al aparato contra la izquierda, o junto a la izquierda contra el aparato?

1910. El camino del poder



1909: ¿Y ahora qué?   [En PDF]

¿Y ahora qué? Karl Kautsky




1910. El camino del poder




Después de la revolución de 1905, se inclinó por un momento hacia la izquierda. Pero un incidente significativo iba a decidir su suerte. En 1908, Kautsky escribió un folleto titulado El camino del poder, en el que examinaba precisamente la cuestión, pendiente desde el célebre prefacio de Engels de 1895, del paso de la conquista de la mayoría de las masas trabajadoras por el socialismo (el objetivo que se marcaba la “vieja táctica probada”) a la conquista del poder político mismo. Sus fórmulas eran, en último término, moderadas, y no implicaban ninguna agitación revolucionaria sistemática; ni siquiera hablaba de suprimir la monarquía (hablaba, púdicamente, de la “democratización del imperio y de los estados que lo componen”). Pero en el folleto había demasiadas palabras “peligrosas” a ojos de un Parteivorstand burocratizado, mezquino y conservador. En él se hablaba de la posibilidad de una “revolución”; e incluso se decía: “Nadie será tan ingenuo como para suponer que pasaremos pacífica e imperceptiblemente del estado militarista... a la democracia.” Estas fórmulas eran “peligrosas”. Podían, incluso, “provocar un juicio”. El Parteivorstand decidió, pues, destruir la edición del folleto.[14]

Siguió a esto una tragicomedia en la que se decidió la suerte de Kautsky como revolucionario y como teórico. Apeló a la comisión de control del partido, y ésta le dio la razón. Pero Bebel siguió diciendo ”no”. Kautsky aceptó entonces pasar bajo las horcas caudinas de la censura del partido y mutilar su propio texto: todo aquello que fuera susceptible de provocar escándalo fue eliminado por él mismo del texto, que se transformó en anodino. Kautsky salió de este asunto como un hombre sin carácter ni espina dorsal. La ruptura con Rosa, el centrismo, el papel de servidor del aparato en el debate de 1910-1912, la innoble capitulación de 1914, etc., todo ello está contenido en germen en este episodio.


No fue casualidad el que la prueba decisiva, para Kautsky y todos los centristas, fuera la cuestión de la lucha por el poder, de la reinserción del problema de la revolución en una estrategia enteramente basada en la rutina reformista cotidiana. Esta era, en efecto, la cuestión decisiva para la socialdemocracia internacional desde 1905.

El análisis de la primera redacción de El camino del poder permite descubrir que los elementos del centrismo están ya presentes antes incluso de que caiga la censura burocrática. Ya que si bien, en esta primera versión, la descripción de los elementos que agravan los antagonismos de clase (imperialismo, militarismo, expansión económica frenada, etc.) es perspicaz, su filosofía fundamental, en cambio, sigue siendo la de la “vieja táctica probada”: la industrialización trabaja a nuestro favor; nuestro ascenso es irresistible, siempre que no se produzca un accidente. No se levanta la hipótesis de un abandono del fatalismo de la espera más que para el caso de que “nuestros adversarios cometan una tontería”: un golpe de estado o la guerra mundial. En suma, seguimos en el mismo punto que cuando Parvus formuló el problema en 1896...


En El camino del poder ni siquiera se habla de “huelgas revolucionarias”, de explosiones de masas. No se invoca la revolución rusa más que para demostrar que abre una nueva era de revoluciones en Oriente (cosa que es cierta), que esta era de revoluciones orientales, a través de los conflictos interimperialistas, tendrá profundas repercusiones en las condiciones de Occidente (cosa que sigue siendo exacta) y exacerbará indudablemente las tensiones y la inestabilidad. Pero nada se dice de las repercusiones de la revolución rusa y de esta inestabili­dad en el comportamiento de las masas trabajadoras de Occidente. El elemento activo, el factor subjetivo, la iniciativa política, están completamente ausentes. Estar al acecho de la tontería que quizá cometa el adversario, prepararse para la hora H a través de medios pura­mente organizativos, pero dejando escrupulosamente toda la iniciativa al enemigo; he aquí en qué se resume toda la sensatez centrista kautskiana, posteriormente prolongada por la de los austromarxistas, cuyo fracaso estallará en 1934.

La superioridad de Rosa se manifiesta entonces en todos los terrenos, en el curso de este debate crucial. Frente a las sosas referencias y estadísticas con que Kautsky justificaba su tesis de que “la revolución no debe de ningún modo estallar prematuramente”, Rosa levantó una comprensión profunda de la inmadurez de las condiciones que conocerá cada revolución proletaria en sus comienzos:

”... estos ataques "prematuros" del proletariado constituyen en sí mismos un factor muy importante, que crea las condiciones políticas de la victoria final, porque el proletariado no puede alcanzar el grado de madurez política que lo capacitará para llevar a término la gran conmoción final más que en el fuego de luchas obstinadas.” [15]

Fue en 1900 cuando Rosa escribió estas líneas, cuando ya formuló, en realidad, los primeros elementos de una teoría de las condiciones subjetivas necesarias para una victoria revolucio­naria; mientras que Kautsky sigue aferrado al examen de las solas condiciones objetivas, ¡llegando hasta el punto de negar que el problema planteado por Rosa exista realmente! Con su fino instinto para la vida, las aspiraciones, la temperatura y la acción de las masas, Rosa levanta, a partir del debate de 1910, el problema clave de la estrategia obrera del siglo xx, es decir, plantea que sería vano esperar un ascenso ininterrumpido de la combatividad de las masas y que, si éstas se ven decepcionadas por la ausencia de resultados y de directivas de las direcciones, pueden volver a caer en la pasividad. [16]


Cuando Kautsky afirma que el éxito de una huelga general “capaz de detener todas las fábricas” depende de la organización previa de todos los obreros, lleva la “prioridad de la organización” a un absurdo. La historia le ha quitado la razón y se la ha dado a Rosa. Sabemos de numerosas huelgas generales que han logrado paralizar totalmente la vida económica y social de distintas naciones modernas en momentos en que tan sólo estaba organizada una minoría de trabajadores. La huelga general francesa de mayo de 1968 no es más que la más reciente confirmación de una vieja experiencia.


Cuando Kautsky objeta a Rosa que ”los movimientos espontáneos de masas inorganizadas son siempre incalculables”, y por esta razón peligrosos para un ”partido revolucionario”, desvela una mentalidad pequeñoburguesa de funcionario capaz de imaginarse una ”revolución” que se desarrolle de acuerdo con un horario de ferrocarriles cuidadosamente ajustado. Rosa tiene mil veces razón cuando subraya, en su contra, que un partido revolucionario como la socialdemocracia rusa y polaca de 1905 se distingue, precisamente, por su capacidad para comprender y asimilar todo aquello que sea positivo en esta inevitable y saludable espontaneidad de las masas, con objeto de concentrar su energía en el designio revolucionario que el partido ha formulado y encarnado en su organización. [17] Hubo que llegar al conservadurismo cerril de la burocracia staliniana para que volviera a levantarse contra Rosa la acusación infundada de que su análisis de los procesos revolucionarios de 1905 concedía “una importancia excesiva” a la espontaneidad de las masas, y ”muy poca importancia al papel del partido”. [18]


En el caso de que Rosa sea culpable de una ”teoría de la espontaneidad” (cosa que está lejos de haber quedado demostrada), esta culpa no se manifiesta, indudablemente, ni en su juicio sobre el carácter inevitable de las iniciativas espontáneas de las masas en el curso de explosiones revolucionarias – en esto tiene razón en un 100 % –, ni en ninguna ilusión en cuanto a que bastara con remitirse a esta iniciativa espontánea para que la revolución triunfara, o, lo que viene a ser lo mismo, para que de esta iniciativa surgiera la organización capaz de conducir la revolución a la victoria. Nunca fue culpable de niñerías como éstas, a las que tan aficionados son los espontaneístas de hoy.


Lo que concede a la “huelga política de masas” un lugar excepcional en el designio de Rosa es el hecho de que ve en ella el medio esencial para educar y preparar a las masas para las futuras colisiones revolucionarias (o, mejor dicho, para educarlas y crear las condiciones propicias para que puedan completar esta educación por medio de su propia acción). Aun sin haber elaborado una estrategia de reivindicaciones transitorias, había extraído, de toda la experiencia pasada, la conclusión de que había que terminar con la práctica cotidiana limitada a las luchas electorales, las huelgas económicas y la propaganda abstracta ”por el socialismo”. La “huelga política de masas” era, para ella, el medio esencial para superar esta rutina.

Confrontación con el aparato del estado, elevación de la conciencia política de las masas, aprendizaje revolucionario, todo ello quedaba enfocado en función de una perspectiva revolucionaria nítida, que preveía crisis revolucionarias en un plazo relativamente breve. Así como Lenin fundó el bolchevismo en base a la convicción de la actualidad de la revolución en Rusia, así como no extendió esta noción al resto de Europa más que después del 4 de agosto de 1914, es a Rosa a quien corresponde el mérito de haber concebido por primera vez una estrategia socialista basada en esta misma inminencia de la revolución, también en Occidente, inmediatamente después de la revolución rusa de 1905.

Su visión realista – ¡y, desgraciadamente, profética! – del papel que podía desempeñar el aparato burocrático del movimiento obrero en dicha crisis revolucionaria puede verse en su discurso en el congreso de Iena, en septiembre de 1905:

”Las revoluciones anteriores, y, especialmente, las de 1848, han demostrado que, en el curso de situaciones revolucionarias, no son las masas las que deben ser frenadas, sino los abogados parlamentarios, para impedirles traicionar a las masas.” [19]

”Si la situación revolucionaria llega a desplegarse plenamente, si las oleadas de la lucha han llegado ya muy alto, entonces ningún freno de los dirigentes del partido podrá tener mucho efecto, y la masa se limitará a dejar de lado a los dirigentes que quisieran oponerse a la tempestad del movimiento. Esto podría producirse algún día en Alemania. Pero no creo que desde el punto de vista del interés de la socialdemocracia sea necesario y deseable ir en esa dirección.” [20]

La unidad de la obra de Rosa Luxemburg

En el contexto del “gran designio” de Rosa – llevar a la socialdemocracia al abandono de la “vieja táctica probada” y a prepararse para las luchas revolucionarias que Rosa consideraba inminentes –, el conjunto de su actividad adquiere una manifiesta unidad.

El análisis del imperialismo no corresponde tan sólo a preocupaciones teóricas  autónomas, si bien estas preocupaciones fueron reales.[21] Tiene por objetivo desvelar uno de los principales resortes de la agravación de las contradicciones en el seno del mundo capitalista en su conjunto, y en el seno de la sociedad alemana (europea) en particular. Tampoco concibe Rosa el internacionalismo como un tema propagandístico más o menos platónico, sino que lo hace en función de dos exigencias, la que concierne a la progresiva internacionalización de las huelgas, y la que concierne a la preparación del proletariado para la lucha contra la guerra imperialista que se avecina. La campaña internacionalista sistemática que Rosa llevó a cabo en la socialdemocracia internacional durante veinte años estaba en función de una perspectiva revolucionaria y de una opción estratégica, igual que su campaña por la “huelga política de masas” y su análisis en profundidad del imperialismo.
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Introducción a la economía política Rosa Luxemburg


La acumulación del capital Rosa Luxemburg



Lo mismo sucede con su campaña antimilitarista y antimonárquica. Contrariamente a una idea ampliamente difundida, repetida, en ocasiones, incluso por comentadores favorablemente predispuestos respecto a Rosa[22], la campaña antimilitarista de Rosa no estaba sólo relacionada con su ”odio” (o su ”temor”) a la guerra, sino también con una precisa comprensión del papel del estado burgués que había que abatir para llevar a la victoria a una revolución socialista. Ya en 1899, escribía en la Leipziger Volkszeitung:


”El poder y la dominación tanto del estado capitalista como de la clase burguesa se concentran en el militarismo. Así como la socialdemocracia representa el único partido político que combate el militarismo por razones de principio, del mismo modo esta lucha principista contra el militarismo pertenece a la naturaleza misma de la socialdemocracia. Abandonar el combate contra el sistema militar conduciría en la práctica a negar, sencillamente, la lucha contra el orden social.” [23]


Y el año siguiente, en Reforma o revolución, repetirá sucintamente, en sus comentarios sobre el servicio militar obligatorio, que, si bien éste prepara los fundamentos materiales para el armamento general del pueblo, lo hace ”en la forma del militarismo moderno, precisamente cuando el dominio del pueblo por el estado militar, cuando el carácter de clase del estado, llegan a su más clara expresión”. [24] Hágase la comparación con estas fórmulas, de una luminosa limpidez, no tan sólo de las elucubraciones de un Bernstein, sino también de la fraseología ambigua de Kautsky sobre la “democratización del imperio”, y podrá verse la distancia que media.


Se comprende, a partir de ahí, la tremenda cólera de Rosa cuando vio a los mismos reformistas que le habían echado en cara el que “arriesgara la sangre de los obreros” con su ”táctica aventurera” [25] permitir que, después de agosto de 1914, la sangre de los obreros corriera en una escala mil veces más amplia, y no por su propia causa, sino por la de los explotadores. Fue esta indignación la que le inspiró sus severas fórmulas: “la socialdemo­cracia no es ya más que un cadáver maloliente”, ”los socialdemócratas alemanes son los mayores y más infames de los bribones que hayan vivido en este mundo”.[26]




Incluso sus errores están en función del gran designio que dominó su vida. Si se equivocó, efectivamente, en la apreciación recíproca de los bolcheviques y los mencheviques en Rusia, si combatió el ”ultracentralismo” de Lenin, aun aprobando el régimen de hierro ultracentra­lista instaurado por Leo Jogiches en su propio partido polaco clandestino[27], si estaba inclinada a confiar demasiado en la educación socialista de la vanguardia obrera, y a subestimar la necesidad de forjar cuadros obreros capaces de guiar a las más amplias masas, integradas espontáneamente en la acción al inicio de la revolución, si, por esta misma razón, negligió la formación de una tendencia y de una fracción de izquierda organizadas en el seno del SPD a partir de 1906 (la formación de un nuevo partido era imposible antes de que la traición de los dirigentes se materializara en actos comprensibles para las masas obreras), cosa que costó cara al joven Spartakusbund y al joven KPD, que tuvo que seleccionar una dirección en plena crisis revolucionaria en vez de haber aprovechado para ello el decenio precedente, todo ello se debió a que estaba dominada por una creciente desconfianza respecto a los aparatos de funcionarios y de secretarios profesionales, cuyas fechorías pudo juzgar sobre los hechos mismos mucho mejor y mucho antes que Lenin.

Lenin llegó en 1914 a las mismas conclusiones que Rosa sobre la socialdemocracia alemana. Dedujo entonces que lo esencial para el proletariado no era la “organización” a secas, sino la organización cuyo programa y cuya fidelidad práctica, cotidiana, a dicho programa garanti­zaran que dicha organización fuera un motor y no un freno para el levantamiento revolu­cionario de las masas. Rosa llegó a la misma conclusión que Lenin en cuanto a la necesidad de una organización separada de la vanguardia revolucionaria en 1918, cuando hubo com­prendido a fondo que no bastaba con confiar en el empuje de las masas o en su espontaneidad para vencer el freno de los funcionarios socialdemócratas, en adelante contrarrevolucionarios. Pero el mérito que le corresponde a Rosa en la elaboración del marxismo revolucionario contemporáneo es inmenso. Ella fue la primera que planteó y empezó a resolver el problema de la estrategia y la táctica revolucionarias en vistas al triunfo de los levantamientos de masas en los países capitalistas altamente industrializados.

Notas:
[1] Este es, en particular, el juicio de J. P. Nettl, autor de la biografía de Rosa más amplia hasta la fecha (J. P. Nettl, Rosa Luxemburg, Ed. Era, México). Nettl combina una enorme compilación de detalles y un discernimiento a menudo impresionante en puntos parciales con una falta de comprensión casi total de los problemas de conjunto de la estrategia obrera, del movimiento de masas y de las perspectivas revolucionarias, es decir, precisamente, de los problemas que dominaron la vida y las preocupaciones de Rosa.

[2] Así, cuando el peligro de guerra se perfiló por primera vez, a comienzos de los años 90, Engels afirmó que, en caso de guerra, la socialdemocracia se vería obligada a tomar el poder, y expresó el temor a que eso acabara mal. En la misma carta a Bebel, expresó su convicción de que”esteremos en el poder antes de final del  siglo” (carta del 24 de octubre de 1891). En una carta anterior, del 1.° de mayo de 1891, se rebeló contra la censura que Bebel quería aplicar en la publicación de las críticas del programa de Gotha, y fustigó la supresión de la libertad de crítica y de discusión en el seno del partido. (August Bebel, Briefwechsel mit Friedrich Engels, Mouton y Co., 1965, págs. 465, 417.)

[3] Engels, prefacio a La lucha de clases en Francia. Subrayado del autor.

[4] Engels escribía a Kautsky, el 1.° de abril de 1895: ”Veo hoy en el Vorwärts un extracto de mi introducción, reproducido sin que yo lo supiera y arreglado de tal modo que aparezco como un apacible adorador de la legalidad a todo precio. Por eso deseo aún más que la "Introducción" se publique sin cortes en la Neue Zeit, para que esa impresión vergonzosa quede borrada.” Bajo el pretexto de amenazas de persecución judicial, Bebel y Kautsky se negaron a actuar en consecuencia. Engels se dejó ablandar, y dejó de insistir en una reproducción íntegra de la”Introducción”. Dicha publicación íntegra no se hizo hasta después de 1918, por iniciativa de la Internacional Comunista.

[5] Elecciones celebradas durante la guerra colonial alemana contra los pueblos africanos Herero y Hotentote. Una coalición de las fuerzas burguesas y conservadoras logró en ellas una aplastante victoria. (N. del E.)


[6] Trotsky había formulado una opinión análoga a la de Rosa en Balance y perspectivas, escrito en 1906, poniendo el acento en el carácter cada vez más conservador de la socialdemocracia. Sin embargo, en función de las luchas de fracción en la socialdemocracia rusa y de las posiciones conciliadoras que adoptó en ellas, volvió a aproximarse a Kautsky en 1908, y le apoyó contra Rosa en el debate sobre la”huelga política de masas”. Lenin adoptó una actitud muy prudente ante el conflicto Kautsky-Rosa de 1910, deseando impedir un ”bloque” de Kautsky con los mencheviques. En su artículo “Dos mundos”, dedicado a la socialdemocracia alemana, afirmó que las divergencias entre marxistas (entre los que contaba no sólo a Rosa y Kautsky, sino también a Bebel) sólo eran de naturaleza táctica y, en definitiva, de orden menor. Elogiaba la “prudencia” de Bebel, y justificaba la tesis según la cual es preferible dejar al enemigo la iniciativa de abrir las hostilidades. (Lenin, O.C., París-Moscú, vol. XVI, pp. 322 a 330.)
“Dos mundos”, publicada en noviembre de 1910 (Obras Completas, Tomo XVI, pp. 302-311, ed. Cartago).


[7] El artículo titulado ”Staatsstreich und politischer Massenstreike” fue primero publicado en la Neue Zeit. Reproducido en la antología”Die Massenstreikdebatte”, Europäische Verlagsanstalt, Frankfurt, 1970, pp. 46-95.

Alexander Parvus



Parvus (Aleksandr Helphand): Golpe y huelga de masas política (1896)


Karl Kautsky. La huelga política de masas.

8. Parvus sobre golpe de Estado y huelga de masas.


Karl Kautsky. La huelga política de masas.
Una contribución a la historia de las discusiones sobre huelgas de masas en la socialdemocracia alemana. (1914)





[8] Ya en Reforma o revolución escribía Rosa: ”Le estaba reservado a Bernstein considerar el gallinero del parlamentarismo burgués como el organismo destinado a realizar la transformación social más formidable de la historia, es decir, el paso de la sociedad capitalista a la sociedad socialista.” Toda esta crítica del parlamentarismo, todo este análisis de la decadencia del parlamento burgués, escrita en 1900, conserva un frescor y una actualidad que no tienen término de comparación con ningún análisis de ningún autor marxista dedicado a Europa occidental antes de 1914. Rosa explica, en la misma línea, el fortalecimiento del sindicalismo revolucionario en Francia por la profunda decepción del proletariado francés con el parlamentarismo jauresista (art. publicado en la Sächsische Arbeiterzeitung del 5-6 de diciembre de 1904).

[9] Estas citas están tomadas de un artículo publicado en la Neue Zeit, ”Nach dem ersten Akt”, otro de la Sachsische Arbeiterzeitung, ”Im Feuerscheine der Revolution”, y del discurso pronunciado en el congreso socialdemócrata de Iena (Véase Rosa Luxemburg, Ausgewählte Reden und Schriften, tomo II, Dietz Verlag, Berlín, 1955, pp. 220-221, 234-235 y 244).

[10] Un buen resumen de este debate lo proporciona la introducción de Antonia Grunenberg a Die Massenstreikdebatte, cit., pp. 5-44.


[11] Por ejemplo, en su artículo ”Die Lehren des Bergerbeiterstreik” (Las lecciones de la huelga de los mineros), publicado en Neue Zeit en 1903.


[12] Rosa Luxemburg, discurso del 21 de septiembre de 1905 en Iena (Ausgewählte Reden und Schriften, II, pp. 240-241).

[13] Véase, en particular, su artículo” Was nun?” (¿Y ahora?), Neue Zeit, 1910, con sus distingos entre “huelga de advertencia” y ”huelga conminatoria” (distinción que procede del libro de Henriette Roland-Holst dedicado a la huelga de masas), entre ”huelgas económicas” y “huelgas políticas”, entre ”estrategia de desgaste” y ”estrategia de asalto”, etc. (Die Massenstreikdebatte, pp. 96-121).

¿Y ahora qué? Karl Kautsky
(Die Neue Zeit, año XXVIII, volumen 2, 1909-1910)




[14] Cf. La edición de Chemin du pouvoir (Camino del poder) de Anthropos, París, 1969, con una presentación y cartas anexas que arrojan luz sobre este lamentable asunto. Existe edición castellana de la obra en Ed. Grijalbo, col. 70.

[15] Rosa Luxemburg, Ausgewählte..., cit., t. II, p. 136.
[16] Ibíd., pp. 325-236, 330. Se trata de extractos de un artículo publicado en la Dortmunder Arbeiterzeitung del 14-15 de marzo de 1910, titulado”Was Weiter?”.

[17] Se trata de una simple calumnia propalada por los stalinianos (e ”inocentemente” repetida por los espontane­istas de hoy) el que Rosa atribuyera ”todo el mérito” de la revolución de 1905 a las ”masas inorganizadas”, sin mencionar el papel del partido socialdemócrata. He aquí una cita que, como podrían hacerlo muchas otras, demuestra lo contrario: ”E incluso si, en un primer momento, la dirección del levantamiento ha podido caer en manos de dirigentes fortuitos, incluso si el levantamiento puede verse aparentemente enturbiado por toda clase de ilusiones y de tradiciones, no es más que el resultado de la enorme suma de educación política que ha sido propagada durante los dos últimos decenios por la agitación socialdemócrata subterránea de las mujeres y de los hombres en las distintas capas de la clase obrera rusa. En Rusia, como en el mundo entero, la causa de la libertad y del progreso social está en las manos del proletariado consciente” (8 de febrero de 1905, en Die Gleichheit, in Ausgewählte..., cit., I, p. 216).
[18] Cf. la biografía de Rosa por Fred Oelssner, Dietz Verlag, Berlín, 1951, especialmente pp. 50-53.

[19] Ausgewählte..., cit., I, p. 245.

[20] ”Die Theorie und die Praxis”, Neue Zeit, 1909-1910, t. II, 22 junio, pp. 564-578, 29 julio, pp. 626-642.

[21] La propia Rosa escribe que, al redactar su ”Introducción a la economía política”, había tropezado con una dificultad teórica cuando quiso exponer las trabas a la realización de la plusvalía. De ahí su proyecto de escribir La acumulación del capital.

[22] En especial Antonia Grunenberg en el prefacio a Die Massenstreikdebatte, cit., p. 43, donde afirma que, en oposición a Kautsky y a Rosa, Pannekoek formuló unas concepciones estratégicas sobre la conquista del poder, planteando la cuestión de la lucha contra el poder del estado.
[23] Ausgewählte... , cit., I, p. 47.

[24] Rosa Luxemburg, Reforma o revolución, Fontamara, Barcelona, 1975, p. 121.

[25] Ibid., p. 245.

[26] Discurso sobre el programa pronunciado por Rosa en el congreso de fundación del KPD. Su cólera fue particularmente intensa cuando, tras el armisticio de 1918, los jefes del SPD trataron de utilizar a los soldados alemanes contra la revolución rusa en los países bálticos.

[27] Muy recientemente, Edda Werfel ha editado en Polonia la correspondencia Rosa Luxemburg-Leo Jogiches, que aportará abundante documentación suplementaria para estudiar la actitud práctica y teórica de Rosa ante la ”cuestión de la organización” en el seno de su propio partido polaco.








Apéndice B. Rosa Luxemburgo. De notas de un periodista, por V. I. Lenin



Rosa Luxemburgo. El folleto Junius: La crisis de la socialdemocracia alemana. 1915



Apéndice A. Rosa Luxemburgo. Acerca del folleto Juniu, por V. I. Lenin


Rosa Luxemburgo: Guerra a la guerra


Rosa Luxemburg: Reconstruyendo la Internacional (1915)










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