Escrito: Marzo
de 1971
El lugar que ocupa Rosa Luxemburg en la historia del movimiento obrero
revolucionario está aún por precisar. Desde que empezó la decadencia del
monolitismo staliniano hay, prácticamente, unanimidad en cuanto a subrayar sus
méritos; pero a menudo se añade, acto seguido, que “pertenece al mundo de antes
de 1914”.[1] De
hecho, los clasificadores se sienten tanto más incómodos cuanto que abordan la
historia del movimiento obrero valiéndose de criterios esencialmente
subjetivos. A partir de ahí, los méritos de Rosa se dispersan y, según las
inclinaciones del autor de turno, recaen en el hecho de que Rosa pusiera al
desnudo las raíces del imperialismo, en su defensa sin compromiso del marxismo
contra el revisionismo bernsteiniano, en su adhesión a los principios de acción
y de espontaneidad de las masas, o, incluso, en la defensa de los principios de
la democracia obrera contra los “excesos” bolcheviques.
[1]
J. Peter
Nettl. Rosa Luxemburgo
La dificultad desaparece cuando se aborda la historia del movimiento
obrero con criterios objetivos, aplicando al propio marxismo la regla de oro
del materialismo histórico: en último análisis, es la existencia material
la que explica la conciencia y no a la inversa. Es a partir de la transformación
de la realidad social que deben ser interpretados los cambios producidos en el
pensamiento del movimiento obrero internacional, incluyendo las sucesivas
interpretaciones, enriquecedoras o empobrecedoras, del marxismo. En este
marco, el papel de Rosa en la evolución del movimiento obrero de antes de 1914,
o incluso de antes de 1919, en vez de parecer disperso y fragmentario, recobra
su unidad. Tan sólo valiéndonos de este método se nos muestra plenamente la
importancia clave de la actividad y de la obra de Rosa, desprendiéndose de la
crónica de las actividades especializadas.
”La vieja
táctica probada” entra en crisis
Durante treinta años; la táctica de la socialdemocracia alemana, ”die
alte bewährte Taktik” (la vieja táctica probada), dominó por entero el
movimiento obrero internacional. En realidad, abstracción hecha de la
experiencia, después de todo aislada, de la Comuna de París, y de los sectores
del movimiento obrero internacional en que dominaba el anarquismo, fue durante
medio siglo que la historia de la lucha de clases estuvo marcada con el sello
de la socialdemocracia. Esta influencia preponderaba hasta tal punto que
incluso aquellos que, como Lenin y la fracción bolchevique, habían roto en la
práctica con esta tradición en el plano nacional, seguían, sin embargo,
refiriéndose religiosamente al modelo alemán como modelo de táctica
universalmente válido.
La “vieja táctica probada” podía citar en su defensa unos títulos de
nobleza indudables. Durante sus últimos quince años de vida, Friedrich Engels,
pese a algunas vacilaciones significativas[2], la había defendido encarnizadamente,
hasta el punto de ponerla en una verdadera Carta en su ”testamento político”,
la introducción que escribió en 1895 para una nueva edición alemana de la obra
de Karl
Marx Las luchas de clases en Francia. Los
pasajes más famosos de esta introducción fueron citados innumerables veces, en
todos los idiomas de Europa, entre 1895 y 1914. Los socialdemócratas prosiguen
con esta rutina entre 1918 y 1929, hasta que la crisis económica mundial y la
crisis de la propia socialdemocracia hicieron que estos ejercicios estériles se
detuvieran: ”En todas partes se ha imitado el ejemplo alemán de utilización del
derecho de voto, de conquista de todos los puestos que nos sean accesibles; en
todas partes se deja de lado el desencadenamiento del ataque sin preparación...
”Los dos millones de electores que envía [la socialdemocracia alemana] al
escrutinio, contando con los jóvenes y las mujeres que hay detrás de ellos en
calidad de no electores, constituyen la masa más numerosa, la más compacta, el
"grupo de choque" decisivo del ejército proletario internacional.
Esta masa significa, ya ahora, más de un cuarto de los sufragios... Su
crecimiento se produce de modo tan espontáneo, constante, irresistible, y, al
mismo tiempo, tan tranquilo, como un proceso natural. Todas las intervenciones
estatales tratando de impedirlo se han demostrado impotentes. Podemos contar,
desde hoy, con dos millones y cuarto de electores. Si seguimos adelante como
hasta ahora, de aquí al final del siglo habremos conquistado la mayor parte de
las capas medias de la sociedad, tanto a los pequeños burgueses como a los
pequeños campesinos, y creceremos hasta convertirnos en la potencia decisiva
del país, ante la que tendrán que inclinarse todas las demás fuerzas,
lo quieran o no. Mantener incesantemente este crecimiento hasta que, por sí
mismo, se haga más fuerte que el sistema gubernamental en el poder; no
desgastar con combates de vanguardia este "grupo de choque", sino
conservarlo intacto hasta el día decisivo; ésta es nuestra principal tarea.” [3]
Hoy sabemos, naturalmente, que los dirigentes socialdemócratas habían
mutilado escandalosamente el texto de Engels, desnaturalizando su sentido
mediante la eliminación de todo lo que seguía siendo básicamente revolucionario
en el viejo luchador, compañero de Marx [4]. Pero esto no es lo esencial. El pasaje
que acabamos de citar es auténtico. Justifica plenamente ”la vieja táctica
probada”: organizar a un máximo de miembros, educar a un máximo de
trabajadores, obtener un máximo de votos en las elecciones, dirigir buenas
huelgas para que aumenten los salarios y para conquistar leyes sociales (ante
todo la reducción de la jornada de trabajo); el resto vendrá por sí solo,
automáticamente: ”tendrán que inclinarse todas las demás fuerzas”; nuestro
ascenso es ”irresistible”; hay que ”conservar intactas nuestras fuerzas hasta
el día decisivo”...
Más convincente que la bendición de venerable decano del socialismo
internacional era el veredicto de los hechos. Estos hechos les daban la razón a
los Bebel, Vandervelde, Víctor Adler y demás pragmáticos que se contentaban con
seguir esta rutina ya consagrada. El número de sufragios aumentaba de elección
en elección. Aunque de vez en cuando hubiera algún revés inesperado (como las “elecciones
hotentotes” [5] en
Alemania, en 1907), lo seguía un desquite especialmente triunfante: en las
elecciones al Reichstag de 1912, la socialdemocracia obtuvo el tercio de los
sufragios. Las organizaciones obreras se reforzaban incesantemente, se
extendían a todos los terrenos de la vida social, se articulaban en una
verdadera “contrasociedad”, permitiendo un desarrollo continuo de la conciencia
de clase. Los salarios aumentaban, se acumulaban las leyes de protección
obrera; la miseria perdía terreno, aunque sin desaparecer. El ascenso parecía
tan irresistible que no sólo embriagaba a los convencidos, sino incluso a los
adversarios.
Como siempre, la conciencia iba ya en retraso respecto a la realidad.
Todo este ”ascenso irresistible” había sido reflejo del auge del capitalismo
internacional, de la reducción secular del ”ejército industrial de reserva”,
especialmente, en Europa, debido a la emigración, de una superexplotación
creciente de los países coloniales y semicoloniales por parte del capitalismo
imperialista. A comienzos del siglo XX empezaban a agotarse los recursos que
alimentaban esta atenuación temporal de las contradicciones socioeconómicas en
Occidente. En adelante, pasaba a la orden del día la agravación de las
contradicciones sociales en lugar de su atenuación. No estaba llamando a la
puerta ninguna era de progreso pacífico, sino la era de las guerras
imperialistas, de las guerras de liberación nacional y de las guerras civiles. Una
larga fase de mejora iba a ser sucedida por dos decenios de estancamiento, o
incluso disminución de los salarios reales. La época de la evolución había
terminado; iba a empezar la época de las revoluciones.
La “vieja táctica probada” perdía todo su sentido en esta nueva era. De
principio de organización iba a transformarse en una trampa desastrosa para el
proletariado europeo. La inmensa mayoría de los contemporáneos no lo
comprendieron antes del 4 de agosto de 1914. Ni siquiera Lenin lo comprendió en
lo que se refería a los países al oeste del imperio zarista. Trotsky
vacilaba. El mérito de Rosa fue el haber sido la primera en entender
clara y sistemáticamente la necesidad de una modificación fundamental de la
estrategia y la táctica del movimiento obrero occidental ante el cambio de las
condiciones objetivas, ante la era imperialista que empezaba. [6]
Las
raíces de la lucha de Rosa contra la “vieja táctica probada”
Indudablemente, la nueva realidad objetiva fue captada parcialmente por
los marxistas más perspicaces a partir de finales del siglo XIX. Los fenómenos
de la extensión de los imperios coloniales, de los inicios del imperialismo
como política le expansión del gran capital, son ya analizados. Hilferding rige
ese notable monumento llamado El capital financiero. Se registra la
aparición de los cártels, los trusts, los monopolios los revisionistas, por lo
demás, se valen de ello para proclamar que el capitalismo estará cada vez más
organizado, y que, por lo tanto, sus contradicciones irán atenuándose;
indudablemente, lo hay nada nuevo bajo el sol). A partir del congreso de la
Internacional celebrado en Stuttgart, aumenta la desconfianza de Lenin, la
izquierda holandesa y polaca, la izquierda belga e italiana, respecto a las
concesiones de Kautsky al revisionismo, sobre todo en el terreno de la lucha
contra la guerra imperialista. Se someten a una dura crítica el oportunismo
electoralista, los pactos “tácticos” con la burguesía liberal de tal o cual
grupo regional o nacional (los “de Baden” en Alemania, la mayoría del POB
belga, los jauresistas en Francia, etc.). Pero todo esto sigue siendo parcial y
fragmentario, y, sobre todo, no alcanza a sustituir la “vieja táctica probada”
– más tabú que nunca – por una estrategia y una táctica de recambio.
El único intento llevado a cabo en este sentido durante el período
1900-1914, al oeste de Rusia, es el de Rosa. Este mérito excepcional no se debe
tan sólo a su genio innegable, a su lucidez, a su adhesión absoluta a la causa
del socialismo y del proletariado internacional. Se explica, sobre todo, por
las condiciones históricas y geográficas, es decir, sociales, en que nacieron y
se desarrollaron su acción y su pensamiento.
Su posición excepcional de miembro dirigente de dos partidos
socialdemócratas, el partido polaco y el partido alemán, la situó en un puesto
de observación que facilitaba la observación de dos tendencias contradictorias
en la socialdemocracia internacional: por una parte, el peligroso
empantanamiento en una rutina burocrática cada vez más conservadora en
Alemania; por otra parte, el ascenso de nuevas formas y métodos de lucha en el
imperio zarista. De este modo pudo llevar a cabo, en el plano de la táctica del
movimiento obrero, la misma inversión audaz que había realizado Trotsky en el
plano de las perspectivas revolucionarias. Ya no era necesariamente el país
”avanzado” el que había de mostrar al país ”atrasado” la imagen de su futuro,
sino que, por el contrario, el movimiento obrero del país ”atrasado” (Rusia,
Polonia) mostraría a los países avanzados de Occidente la urgente adaptación
táctica que era preciso aplicar.
También en este punto hubo precursores. Ya en 1896, Parvus había
publicado un largo estudio en la Neue Zeit en el que
consideraba el empleo del arma de la “huelga política de masas” contra una
amenaza de golpe de estado que suprimiera el sufragio universal[7]. Este estudio estaba, a su vez, inspirado
en una moción sometida por Kautsky, en 1893, a la 10.a comisión del congreso
socialista de Zurich, relativa a la réplica contra las amenazas al sufragio
universal. Engels había levantado una amenaza implícita análoga. Pero todos
estos disparos de prueba quedaron aislados. No dieron lugar a ninguna
elaboración estratégica o táctica sistemática.
Para Rosa, ya muy familiarizada con los movimientos obreros polaco y
ruso, fue también una ayuda el estudio en profundidad de dos crisis políticas
que sacudieron Europa occidental hacia finales de siglo: la crisis provocada
por el asunto Dreyfus en Francia, y la huelga general de 1902 por el sufragio
universal en Bélgica. Obtuvo de esta doble experiencia una profunda repugnancia
ante el cretinismo parlamentario, y una convicción cada vez más fuerte de que
la “vieja táctica probada” fracasaría “el día decisivo” si no se educaba a las
masas, con mucha antelación, para tomar en mano la acción política
extraparlamentaria de la misma forma que la rutina electoral y la práctica de
las huelgas económicas.
Pero fue la experiencia de la revolución rusa de 1905 el acontecimiento
que permitió a Rosa reunir los elementos dispersos de una crítica sistemática
de la “vieja táctica probada” de la socialdemocracia occidental. Retrospectivamente,
fue sin duda el año 1905 el que marcó el final del papel esencialmente
progresivo de la socialdemocracia internacional, y aquel en que se inició la
fase de ambigüedad, durante la cual se combinaron rasgos progresivos que se
prolongaban e influencias reaccionarias que aparecían y se reforzaban, fase que
desembocó en el desastre de 1914.
Para comprender la importancia de la revolución rusa de 1905, es preciso
recordar ante todo que fue la primera explosión revolucionaria a gran escala
que conoció Europa después de la Comuna de París, es decir, tras un intervalo
de 34 años. Era lógico que una revolucionaria apasionada como Rosa Luxemburg
estudiara cuidadosamente todas sus manifestaciones y rasgos peculiares con
objeto de extraer conclusiones en relación con el destino de las futuras
revoluciones en Europa. Marx y Engels habían obrado igual ante las revoluciones
de 1848 y ante la Comuna.
Desde el punto de vista de la elaboración de una estrategia y una táctica
de recambio para la socialdemocracia internacional en relación a la del SPD,
hay un rasgo particular de la revolución rusa de 1905 que tiene un papel
decisivo. Durante decenios, el debate entre anarquistas y sindicalistas, de un
lado, y, de otro, los socialdemócratas, había confrontado a los paladines de
la acción directa minoritaria con los de la acción de
masas organizada, esencialmente “pacífica” (electoral o sindical). Pero la
revolución rusa de 1905 hizo nacer una combinación imprevista por ambos
lados: la acción directa de las masas, pero de unas masas que, lejos de
conformarse con la inorganización y la espontaneidad, se organizan a
consecuencia de la acción, con la perspectiva de futuras acciones todavía más
audaces.
Tanto Lenin como Rosa subrayaron el hecho, mal comprendido en Occidente,
de que la revolución de 1905 tocaba a difuntos por el sindicalismo
revolucionario en Rusia, ¡pese a que, durante largo tiempo, los sindicalistas
revolucionarios habían opuesto el mito de la huelga general al electoralismo
socialdemócrata, y en el mismo momento en que la huelga general triunfaba por
primera vez en algún lugar de Europa! Hubieran debido añadir – Lenin no lo
comprendió hasta después de 1914 – que esta eliminación de los sindicalistas
revolucionarios en Rusia se explicaba por el hecho de que la socialdemocracia
rusa y polaca (o al menos su ala radical), lejos de oponerse a la huelga de
masas o de frenarla en lo más mínimo, se convirtió en su organizadora y
propagadora entusiasta, es decir, se sobrepuso definitivamente al viejo
dualismo de ”acción gradual o acción revolucionaria”. [8]
Rosa quedó deslumbrada por la experiencia de la revolución de 1905,
experiencia que tuvo profundas repercusiones en el seno del proletariado de
distintos países al oeste del imperio de los zares, empezando por Austria,
donde provocó una huelga general con la que fue conquistado el sufragio
universal. Los catorce años de vida que le quedaban no fueron más que un
esfuerzo ininterrumpido por transferir esta enseñanza fundamental al
proletariado alemán: es preciso abandonar el gradualismo, hay que prepararse
nuevamente para luchas revolucionarias de masas. El estallido de la primera
guerra mundial, de la revolución alemana de 1918, confirmaron que su visión era
exacta desde 1905.
El 1.° de febrero` de 1905, Rosa escribía:
”Pero también para la socialdemocracia internacional el levantamiento del
proletariado ruso constituye un fenómeno nuevo, que ante todo debe asimilarse
espiritualmente. Todos nosotros, por dialéctico que sea nuestro pensamiento,
seguimos siendo incorregibles metafísicos apegados a la inmutabilidad de las
cosas en nuestros estados de conciencia inmediatos... Es tan sólo en la
explosión volcánica de la revolución donde nos damos cuenta de qué trabajo tan
rápido y profundo ha ejecutado el joven topo. Y con qué brío está minando el
suelo bajo los pies de la sociedad burguesa de Europa occidental. Querer
medir la madurez política y la energía revolucionaria latente de la clase
obrera por medio de estadísticas electorales y de cifras de miembros de las
secciones locales equivale a querer medir el Mont Blanc con un metro de
sastre.”
El 1.° de mayo de 1905, prosigue:
”Lo esencial es esto: es preciso comprender y asimilar que la revolución
actual en el imperio de los zares provocará una colosal aceleración de
la lucha de clases internacional, que también en los países de la ”vieja”
Europa nos colocará, en un plazo no tan largo, ante situaciones revolucionarias
y ante nuevas tareas tácticas.”
Y el 22 de septiembre de 1905, en el congreso de Iena, en confrontación
con los sindicalistas reformistas tipo Robert Schmidt, exclamó, indignada:
”Cuando se han escuchado los discursos pronunciados hasta ahora sobre la
huelga política de masas, se tiene realmente ganas de poner la cabeza entre las
manos y preguntarse: ¿Estamos realmente viviendo en el año de la gloriosa
revolución rusa, o acaso faltan aún diez años para que se produzca? Leéis cada
día las informaciones en los diarios de la revolución, leéis los comunicados,
pero parece como si no tuvierais ojos para ver ni oídos para escuchar... ¿No ve
Robert Schmidt que ha llegado el momento que habían previsto nuestros grandes
maestros Marx y Engels, el momento en que la evolución se transforma en
revolución? Estamos viendo la revolución rusa, y seríamos unos asnos si no aprendiéramos
de ella.” [9]
Rosa Luxemburg. Nach dem ersten Akt (Después del primer acto) (Febrero de
1905)
Rosa Luxemburg. Im Feuerscheine der Revolution (A la luz de la
revolución) (Abril de 1905)
Retrospectivamente, estamos convencidos de que tenía razón. Así como la
victoria de la revolución rusa de 1917 hubiera sido infinitamente más difícil
sin la experiencia de la revolución de 1905 y sin el impresionante aprendizaje
revolucionario que representó para decenas de millares de cuadros obreros
rusos, también hubiera facilitado mucho la posibilidad de una victoria de la
revolución alemana de 1918-19 el que se hubieran dado, antes de 1914,
experiencias de luchas políticas de masas, extra-parlamentarias,
prerrevolucionarias o revolucionarias. No se aprende a nadar sin tirarse al
agua; no puede adquirirse una conciencia revolucionaria sin la experiencia de
acciones revolucionarias. Si bien era imposible imitar la revolución de 1905 en
la Alemania de 1905 a 1914, sí era en cambio perfectamente posible transformar
de arriba abajo la práctica cotidiana de la socialdemocracia, reorientarla hacia
una práctica y una educación cada vez más revolucionarias que prepararan a las
masas para el enfrentamiento con la clase burguesa y el aparato del estado. Al
negarse a llevar a cabo este viraje, aferrándose a fórmulas que perdían cada
vez más todo sentido en relación a la victoria “inevitable” del socialismo, al
“retroceso” inevitable de la burguesía y el estado burgués ante la “fuerza
tranquila y pacífica” de los trabajadores, los dirigentes del SPD sembraron,
durante aquellos años decisivos, el grano que dio las amargas cosechas de 1914,
de 1919 y de 1933.
Rosa
Luxemburgo. La Huelga de masas, partido político y los sindicatos (1906)
El debate
sobre la huelga de masas
Es en este contexto que debe examinarse el debate sobre la “huelga de
masas” que se desencadenó en la socialdemocracia tras la revolución de 1905.
Las etapas principales de este debate las señalan el congreso de Iena de 1905
(en cierto sentido, el congreso más ”izquierdista” de antes de 1914, bajo la
presión evidente de la revolución rusa), el congreso de Mannheim de 1906, la
aparición, el mismo año, de un folleto de Kautsky y otro de Rosa Luxemburg,
ambos dedicados al problema de la ”huelga de masas”, el debate entre Rosa
Luxemburg y Kautsky en 1910, y el debate entre Kautsky y Pannekoek.[10]
Podríamos resumir esquemáticamente el debate de este modo. Los dirigentes
socialdemócratas, tras haber combatido durante decenios la idea de huelga
general como una ”imbecilidad general” (”Generalstreik ist Generalunsinn”),
bajo el pretexto de que antes había que organizar a la gran mayoría de los
obreros para que luego pudiera tener éxito una huelga general, se vieron
trastornados por la huelga general belga de 1902-1903, pero fue de modo muy
vacilante que iniciaron la revisión de sus concepciones ”pacifistas”. [11] En
1905, en el congreso de Iena, estalló un conflicto entre los dirigentes de los
sindicatos y los del partido, durante el cual los jefes sindicales llegan al
extremo de sugerir que todos los partidarios de la huelga general se vayan a
poner en práctica sus ideas en Rusia y en Polonia.[12] Bebel,
con reticencia, pero no sin acritud, entra en liza para criticar a los
dirigentes sindicales, y admite “por principio” la posibilidad de una huelga
política de masas. Pero se llegará a un compromiso, elaborado entre los
congresos de Iena y de Mannheim. En Mannheim, en 1906, se ha restablecido la
paz en el seno del aparato. En adelante, sólo se reconocerá a los jefes
sindicales como “competentes” para “proclamar” la huelga, incluyendo la huelga
política de masas; eso tras haber hecho inventario de “la organización”, de la
caja, de las “relaciones de fuerzas”, etc. Después del desafortunado intervalo
de la revolución rusa, hénos aquí de feliz regreso a la “vieja táctica
probada”.
Rosa echa chispas, patalea. Espera la ocasión de asestar un fuerte golpe
en favor de la nueva estrategia y la nueva táctica. El momento propicio se le
presenta cuando se desencadena, en 1910, la agitación por la obtención del
sufragio universal para las elecciones a la Dieta de Prusia. Las masas piden
acción. Rosa interviene en una docena de asambleas de masas, a las que asisten
millares y decenas de millares de trabajadores y de militantes. Tras algunas
escaramuzas contra “prohibiciones” de la policía, una manifestación central
reúne, en el parque Treptow de Berlín, a 200.000 participantes. Pero a la
dirección socialdemócrata no le gusta todo ese jaleo; lo que Ie interesa es
preparar unas “buenas elecciones” para 1912. Así, la agitación queda asfixiada
tan rápidamente como ha nacido. Y en este caso es el ”guardián de la
ortodoxia”, Karl Kautsky, el que personalmente asume la dirección de la lucha
teórica y política del aparato contra la izquierda, por medio de artículos y de
folletos pedantes que evidencian una total incomprensión de la dinámica del
movimiento de masas. [13]
¿Y ahora qué? Karl Kautsky
(Die Neue Zeit, año XXVIII, volumen 2, 1909-1910)
A primera vista, parece haberse producido una inversión de alianzas. A
comienzos de siglo, Rosa y Kautsky (izquierda y centro) están aliados con el
aparato del partido, en torno a Bebel y a Singer, contra la minoría
revisionista de Bernstein. En 1905, en el congreso de Mannheim, el aparato
sindical se ha pasado abiertamente al campo de los revisionistas, y la alianza
Bebel-Kautsky-Rosa parece reforzada y consolidada. ¿Cómo explicar este brusco
viraje en el lapso de cuatro años (1906-1910)? En realidad, los datos sociales
e ideológicos del problema diferían notablemente de las apariencias. Bebel y el
aparato del partido estaban apegados a la ”vieja táctica probada” tanto en 1900
como en 1910. Eran básicamente conservadores, es decir, partidarios
del statu quo en el seno del movimiento obrero (sin
que ello signifique que hubieran abandonado las convicciones, o incluso la
pasión, socialistas; pero las orientaban hacia un futuro indeterminado).
Existía el peligro de que Bernstein y los revisionistas rompieran el delicado
equilibrio entre la “vieja táctica probada” (es decir, la práctica cotidiana
reformista), la propaganda socialista, la esperanza y la fe de las masas en el
socialismo, la unidad del partido, la unidad de las masas y el partido. He aquí
por qué Bebel y el aparato del partido se oponían a él: ello respondía a
finalidades esencialmente conservadoras, al deseo de evitar alborotos.
Pero cuando la revolución rusa de 1905 – y las repercusiones de la era
imperialista en las relaciones de clases en la misma Alemania – provocaron una
agravación de las tendencias en el seno del movimiento obrero, y cuando el
aparato socialdemócrata corrió el peligro de partirse en dos, después del
congreso de Iena, Bebel, Ebert, Scheidemann, prefirieron la unidad del aparato
antes que la unidad con los obreros radicalizados; así fue cómo interpretaron la
“prioridad de la organización”. A partir de entonces, el aparato, en su
conjunto, rompió con la izquierda, ya que esta vez era la izquierda la que
exigía que se dejara de lado la ”vieja táctica probada”, y no sólo su teoría,
sino también – pecado supremo – su práctica rutinaria. Los dados estaban echados.
La única incógnita que siguió abierta durante cierto tiempo fue la del
alineamiento de Kautsky: ¿se alinearía junto al aparato contra la izquierda, o
junto a la izquierda contra el aparato?
1910. El
camino del poder
¿Y ahora qué? Karl Kautsky
1910. El
camino del poder
Después de la revolución de 1905, se inclinó por un momento hacia la
izquierda. Pero un incidente significativo iba a decidir su suerte. En 1908,
Kautsky escribió un folleto titulado El camino del poder, en el que
examinaba precisamente la cuestión, pendiente desde el célebre prefacio de
Engels de 1895, del paso de la conquista de la mayoría de las masas
trabajadoras por el socialismo (el objetivo que se marcaba la “vieja
táctica probada”) a la conquista del poder político mismo. Sus
fórmulas eran, en último término, moderadas, y no implicaban ninguna agitación
revolucionaria sistemática; ni siquiera hablaba de suprimir la monarquía
(hablaba, púdicamente, de la “democratización del imperio y de los estados que
lo componen”). Pero en el folleto había demasiadas palabras “peligrosas” a ojos
de un Parteivorstand burocratizado, mezquino y conservador. En
él se hablaba de la posibilidad de una “revolución”; e incluso se decía: “Nadie
será tan ingenuo como para suponer que pasaremos pacífica e imperceptiblemente
del estado militarista... a la democracia.” Estas fórmulas eran “peligrosas”.
Podían, incluso, “provocar un juicio”. El Parteivorstand decidió,
pues, destruir la edición del folleto.[14]
Siguió a esto una tragicomedia en la que se decidió la suerte de Kautsky
como revolucionario y como teórico. Apeló a la comisión de control del partido,
y ésta le dio la razón. Pero Bebel siguió diciendo ”no”. Kautsky aceptó
entonces pasar bajo las horcas caudinas de la censura del partido y mutilar
su propio texto: todo aquello que fuera susceptible de provocar
escándalo fue eliminado por él mismo del texto, que se transformó en anodino.
Kautsky salió de este asunto como un hombre sin carácter ni espina dorsal. La
ruptura con Rosa, el centrismo, el papel de servidor del aparato en el debate
de 1910-1912, la innoble capitulación de 1914, etc., todo ello está contenido
en germen en este episodio.
No fue casualidad el que la prueba decisiva, para Kautsky y todos los
centristas, fuera la cuestión de la lucha por el poder, de la reinserción del
problema de la revolución en una estrategia enteramente basada en la rutina
reformista cotidiana. Esta era, en efecto, la cuestión decisiva para la
socialdemocracia internacional desde 1905.
El análisis de la primera redacción de El camino del poder permite
descubrir que los elementos del centrismo están ya presentes antes incluso de
que caiga la censura burocrática. Ya que si bien, en esta primera versión, la
descripción de los elementos que agravan los antagonismos de clase
(imperialismo, militarismo, expansión económica frenada, etc.) es perspicaz, su
filosofía fundamental, en cambio, sigue siendo la de la “vieja táctica
probada”: la industrialización trabaja a nuestro favor; nuestro ascenso es
irresistible, siempre que no se produzca un accidente. No se levanta la
hipótesis de un abandono del fatalismo de la espera más que para el caso de que
“nuestros adversarios cometan una tontería”: un golpe de estado o la guerra
mundial. En suma, seguimos en el mismo punto que cuando Parvus formuló el
problema en 1896...
En El camino del poder ni siquiera se habla de “huelgas
revolucionarias”, de explosiones de masas. No se invoca la revolución rusa más
que para demostrar que abre una nueva era de revoluciones en Oriente (cosa que
es cierta), que esta era de revoluciones orientales, a través de los conflictos
interimperialistas, tendrá profundas repercusiones en las condiciones de
Occidente (cosa que sigue siendo exacta) y exacerbará indudablemente las
tensiones y la inestabilidad. Pero nada se dice de las repercusiones de la
revolución rusa y de esta inestabilidad en el comportamiento de las masas
trabajadoras de Occidente. El elemento activo, el factor subjetivo, la
iniciativa política, están completamente ausentes. Estar al acecho de la
tontería que quizá cometa el adversario, prepararse para la hora H a través de
medios puramente organizativos, pero dejando escrupulosamente toda la
iniciativa al enemigo; he aquí en qué se resume toda la sensatez centrista
kautskiana, posteriormente prolongada por la de los austromarxistas, cuyo
fracaso estallará en 1934.
La superioridad de Rosa se manifiesta entonces en todos los terrenos, en
el curso de este debate crucial. Frente a las sosas referencias y estadísticas
con que Kautsky justificaba su tesis de que “la revolución no debe de ningún
modo estallar prematuramente”, Rosa levantó una comprensión profunda de la
inmadurez de las condiciones que conocerá cada revolución proletaria en sus
comienzos:
”... estos ataques "prematuros" del proletariado constituyen en
sí mismos un factor muy importante, que crea las condiciones políticas de la
victoria final, porque el proletariado no puede alcanzar el grado de madurez
política que lo capacitará para llevar a término la gran conmoción final más
que en el fuego de luchas obstinadas.” [15]
Fue en 1900 cuando Rosa escribió estas líneas, cuando ya formuló, en
realidad, los primeros elementos de una teoría de las condiciones subjetivas
necesarias para una victoria revolucionaria; mientras que Kautsky sigue
aferrado al examen de las solas condiciones objetivas, ¡llegando hasta el punto
de negar que el problema planteado por Rosa exista realmente! Con su fino
instinto para la vida, las aspiraciones, la temperatura y la acción de las
masas, Rosa levanta, a partir del debate de 1910, el problema clave de la
estrategia obrera del siglo xx, es decir, plantea que sería vano esperar un
ascenso ininterrumpido de la combatividad de las masas y que, si éstas se ven
decepcionadas por la ausencia de resultados y de directivas de las direcciones,
pueden volver a caer en la pasividad. [16]
Cuando Kautsky afirma que el éxito de una huelga general “capaz de
detener todas las fábricas” depende de la organización previa de todos los
obreros, lleva la “prioridad de la organización” a un absurdo. La historia le
ha quitado la razón y se la ha dado a Rosa. Sabemos de numerosas huelgas
generales que han logrado paralizar totalmente la vida económica y social de
distintas naciones modernas en momentos en que tan sólo estaba organizada una
minoría de trabajadores. La huelga general francesa de mayo de 1968 no es más
que la más reciente confirmación de una vieja experiencia.
Cuando Kautsky objeta a Rosa que ”los movimientos espontáneos de masas
inorganizadas son siempre incalculables”, y por esta razón peligrosos para un
”partido revolucionario”, desvela una mentalidad pequeñoburguesa de funcionario
capaz de imaginarse una ”revolución” que se desarrolle de acuerdo con un
horario de ferrocarriles cuidadosamente ajustado. Rosa tiene mil veces razón
cuando subraya, en su contra, que un partido revolucionario como la
socialdemocracia rusa y polaca de 1905 se distingue, precisamente, por su
capacidad para comprender y asimilar todo aquello que sea positivo en esta
inevitable y saludable espontaneidad de las masas, con objeto de concentrar su
energía en el designio revolucionario que el partido ha formulado y encarnado
en su organización. [17] Hubo que llegar al conservadurismo
cerril de la burocracia staliniana para que volviera a levantarse contra Rosa
la acusación infundada de que su análisis de los procesos revolucionarios de
1905 concedía “una importancia excesiva” a la espontaneidad de las masas, y
”muy poca importancia al papel del partido”. [18]
En el caso de que Rosa sea culpable de una ”teoría de la espontaneidad”
(cosa que está lejos de haber quedado demostrada), esta culpa no se manifiesta,
indudablemente, ni en su juicio sobre el carácter inevitable de las iniciativas
espontáneas de las masas en el curso de explosiones revolucionarias – en esto
tiene razón en un 100 % –, ni en ninguna ilusión en cuanto a que bastara con
remitirse a esta iniciativa espontánea para que la revolución triunfara, o, lo
que viene a ser lo mismo, para que de esta iniciativa surgiera la organización
capaz de conducir la revolución a la victoria. Nunca fue culpable de niñerías
como éstas, a las que tan aficionados son los espontaneístas de hoy.
Lo que concede a la “huelga política de masas” un lugar excepcional en el
designio de Rosa es el hecho de que ve en ella el medio esencial para educar y preparar a las masas para las futuras
colisiones revolucionarias (o, mejor dicho, para educarlas y crear las
condiciones propicias para que puedan completar esta educación por medio de su
propia acción). Aun sin haber elaborado una estrategia de reivindicaciones
transitorias, había extraído, de toda la experiencia pasada, la conclusión de
que había que terminar con la práctica cotidiana limitada a las luchas
electorales, las huelgas económicas y la propaganda abstracta ”por el
socialismo”. La “huelga política de masas” era, para ella, el medio esencial
para superar esta rutina.
Confrontación con el aparato del estado, elevación de la conciencia
política de las masas, aprendizaje revolucionario, todo ello quedaba enfocado
en función de una perspectiva revolucionaria nítida, que preveía crisis
revolucionarias en un plazo relativamente breve. Así como Lenin fundó el
bolchevismo en base a la convicción de la actualidad de la revolución en Rusia,
así como no extendió esta noción al resto de Europa más que después del 4 de
agosto de 1914, es a Rosa a quien corresponde el mérito de haber concebido por
primera vez una estrategia socialista basada en esta misma inminencia de la
revolución, también en Occidente, inmediatamente después de la revolución rusa
de 1905.
Su visión realista – ¡y, desgraciadamente, profética! – del papel que
podía desempeñar el aparato burocrático del movimiento obrero en dicha crisis
revolucionaria puede verse en su discurso en el congreso de Iena, en septiembre
de 1905:
”Las revoluciones anteriores, y, especialmente, las de 1848, han
demostrado que, en el curso de situaciones revolucionarias, no son las masas
las que deben ser frenadas, sino los abogados parlamentarios, para impedirles
traicionar a las masas.” [19]
”Si la situación revolucionaria llega a desplegarse plenamente, si las
oleadas de la lucha han llegado ya muy alto, entonces ningún freno de los
dirigentes del partido podrá tener mucho efecto, y la masa se limitará a dejar
de lado a los dirigentes que quisieran oponerse a la tempestad del movimiento.
Esto podría producirse algún día en Alemania. Pero no creo que desde el punto
de vista del interés de la socialdemocracia sea necesario y deseable ir en esa
dirección.” [20]
La unidad
de la obra de Rosa Luxemburg
En el contexto del “gran designio” de Rosa – llevar a la socialdemocracia
al abandono de la “vieja táctica probada” y a prepararse para las luchas
revolucionarias que Rosa consideraba inminentes –, el conjunto de su actividad
adquiere una manifiesta unidad.
El análisis del imperialismo no corresponde tan sólo a preocupaciones
teóricas autónomas, si bien estas preocupaciones fueron reales.[21] Tiene
por objetivo desvelar uno de los principales resortes de la agravación de las
contradicciones en el seno del mundo capitalista en su conjunto, y en el seno
de la sociedad alemana (europea) en particular. Tampoco concibe Rosa el
internacionalismo como un tema propagandístico más o menos platónico, sino que
lo hace en función de dos exigencias, la que concierne a la progresiva
internacionalización de las huelgas, y la que concierne a la preparación del
proletariado para la lucha contra la guerra imperialista que se avecina. La
campaña internacionalista sistemática que Rosa llevó a cabo en la
socialdemocracia internacional durante veinte años estaba en función de una
perspectiva revolucionaria y de una opción estratégica, igual que su campaña
por la “huelga política de masas” y su análisis en profundidad del
imperialismo.
(21)
Introducción a la economía política Rosa Luxemburg
La acumulación del capital Rosa Luxemburg
Lo mismo sucede con su campaña antimilitarista y antimonárquica.
Contrariamente a una idea ampliamente difundida, repetida, en ocasiones,
incluso por comentadores favorablemente predispuestos respecto a Rosa[22],
la campaña antimilitarista de Rosa no estaba sólo relacionada con su ”odio” (o
su ”temor”) a la guerra, sino también con una precisa comprensión del papel del
estado burgués que había que abatir para llevar a la victoria a una revolución
socialista. Ya en 1899, escribía en la Leipziger Volkszeitung:
”El poder y la dominación tanto del estado capitalista como de la clase
burguesa se concentran en el militarismo. Así como la socialdemocracia
representa el único partido político que combate el militarismo por razones de
principio, del mismo modo esta lucha principista contra el militarismo pertenece
a la naturaleza misma de la socialdemocracia. Abandonar el combate contra el
sistema militar conduciría en la práctica a negar, sencillamente, la lucha
contra el orden social.” [23]
Y el año siguiente, en Reforma
o revolución, repetirá sucintamente, en sus comentarios sobre el
servicio militar obligatorio, que, si bien éste prepara los fundamentos
materiales para el armamento general del pueblo, lo hace ”en la forma del
militarismo moderno, precisamente cuando el dominio del pueblo por el estado
militar, cuando el carácter de clase del estado, llegan a su más clara
expresión”. [24] Hágase
la comparación con estas fórmulas, de una luminosa limpidez, no tan sólo de las
elucubraciones de un Bernstein, sino también de la fraseología ambigua de
Kautsky sobre la “democratización del
imperio”, y podrá verse la distancia que media.
Se comprende, a partir de ahí, la tremenda cólera de Rosa cuando vio a
los mismos reformistas que le habían echado en cara el que “arriesgara la
sangre de los obreros” con su ”táctica aventurera” [25] permitir
que, después de agosto de 1914, la sangre de los obreros corriera en una escala
mil veces más amplia, y no por su propia causa, sino por la de los
explotadores. Fue esta indignación la que le inspiró sus severas fórmulas: “la
socialdemocracia no es ya más que un cadáver maloliente”, ”los
socialdemócratas alemanes son los mayores y más infames de los bribones que
hayan vivido en este mundo”.[26]
Incluso sus errores están en función del gran designio que dominó su
vida. Si se equivocó, efectivamente, en la apreciación recíproca de los
bolcheviques y los mencheviques en Rusia, si combatió el ”ultracentralismo” de
Lenin, aun aprobando el régimen de hierro ultracentralista instaurado por Leo
Jogiches en su propio partido polaco clandestino[27], si estaba inclinada a confiar demasiado en la
educación socialista de la vanguardia obrera, y a subestimar la necesidad de
forjar cuadros obreros capaces de guiar a las más amplias masas, integradas
espontáneamente en la acción al inicio de la revolución, si, por esta misma
razón, negligió la formación de una tendencia y de una fracción de izquierda
organizadas en el seno del SPD a partir de 1906 (la formación de un nuevo
partido era imposible antes de que la traición de los dirigentes se
materializara en actos comprensibles para las masas obreras), cosa que costó
cara al joven Spartakusbund y al joven KPD, que tuvo que
seleccionar una dirección en plena crisis revolucionaria en vez de haber
aprovechado para ello el decenio precedente, todo ello se debió a que estaba
dominada por una creciente desconfianza respecto a los aparatos de funcionarios
y de secretarios profesionales, cuyas fechorías pudo juzgar sobre los hechos
mismos mucho mejor y mucho antes que Lenin.
Lenin llegó en 1914 a las mismas conclusiones que Rosa sobre la
socialdemocracia alemana. Dedujo entonces que lo esencial para el proletariado
no era la “organización” a secas, sino la organización cuyo programa y cuya
fidelidad práctica, cotidiana, a dicho programa garantizaran que dicha
organización fuera un motor y no un freno para el levantamiento revolucionario
de las masas. Rosa llegó a la misma conclusión que Lenin en cuanto a la necesidad
de una organización separada de la vanguardia revolucionaria en 1918, cuando
hubo comprendido a fondo que no bastaba con confiar en el empuje de las masas
o en su espontaneidad para vencer el freno de los funcionarios
socialdemócratas, en adelante contrarrevolucionarios. Pero el mérito que le
corresponde a Rosa en la elaboración del marxismo revolucionario contemporáneo
es inmenso. Ella fue la primera que planteó y empezó a resolver el problema de
la estrategia y la táctica revolucionarias en vistas al triunfo de los
levantamientos de masas en los países capitalistas altamente industrializados.
[1] Este es, en particular, el juicio de J.
P. Nettl, autor de la biografía de Rosa más amplia hasta la fecha (J. P.
Nettl, Rosa Luxemburg, Ed. Era, México). Nettl combina una
enorme compilación de detalles y un discernimiento a menudo impresionante en
puntos parciales con una falta de comprensión casi total de los problemas de
conjunto de la estrategia obrera, del movimiento de masas y de las perspectivas
revolucionarias, es decir, precisamente, de los problemas que dominaron la vida
y las preocupaciones de Rosa.
[2] Así, cuando el peligro de guerra se
perfiló por primera vez, a comienzos de los años 90, Engels afirmó que, en caso
de guerra, la socialdemocracia se vería obligada a tomar el poder, y expresó el
temor a que eso acabara mal. En la misma carta a Bebel, expresó su convicción
de que”esteremos en el poder antes de final del siglo” (carta del 24 de
octubre de 1891). En una carta anterior, del 1.° de mayo de 1891, se rebeló contra
la censura que Bebel quería aplicar en la publicación de las críticas del
programa de Gotha, y fustigó la supresión de la libertad de crítica y de
discusión en el seno del partido. (August
Bebel, Briefwechsel mit Friedrich Engels, Mouton y Co., 1965, págs.
465, 417.)
[4] Engels escribía a Kautsky, el 1.° de
abril de 1895: ”Veo hoy en el Vorwärts un extracto de mi
introducción, reproducido sin que yo lo supiera y arreglado de tal modo que
aparezco como un apacible adorador de la legalidad a todo precio. Por eso deseo
aún más que la "Introducción" se publique sin cortes en la Neue
Zeit, para que esa impresión vergonzosa quede borrada.” Bajo el pretexto de
amenazas de persecución judicial, Bebel y Kautsky se negaron a actuar en
consecuencia. Engels se dejó ablandar, y dejó de insistir en una reproducción
íntegra de la”Introducción”. Dicha publicación íntegra no se hizo hasta después
de 1918, por iniciativa de la Internacional Comunista.
[5] Elecciones celebradas durante la guerra
colonial alemana contra los pueblos africanos Herero y Hotentote. Una coalición
de las fuerzas burguesas y conservadoras logró en ellas una aplastante
victoria. (N. del E.)
[6] Trotsky había formulado una opinión
análoga a la de Rosa en Balance y perspectivas, escrito en 1906,
poniendo el acento en el carácter cada vez más conservador de la
socialdemocracia. Sin embargo, en función de las luchas de fracción en la
socialdemocracia rusa y de las posiciones conciliadoras que adoptó en ellas,
volvió a aproximarse a Kautsky en 1908, y le apoyó contra Rosa en el debate
sobre la”huelga política de masas”. Lenin adoptó una actitud muy prudente ante
el conflicto Kautsky-Rosa de 1910, deseando impedir un ”bloque” de Kautsky con
los mencheviques. En su artículo “Dos mundos”, dedicado a la socialdemocracia
alemana, afirmó que las divergencias entre marxistas (entre los que contaba no
sólo a Rosa y Kautsky, sino también a Bebel) sólo eran de naturaleza táctica y,
en definitiva, de orden menor. Elogiaba la “prudencia” de Bebel, y justificaba
la tesis según la cual es preferible dejar al enemigo la iniciativa de abrir
las hostilidades. (Lenin, O.C., París-Moscú, vol. XVI, pp. 322 a 330.)
[7] El artículo titulado ”Staatsstreich und
politischer Massenstreike” fue primero publicado en la Neue Zeit.
Reproducido en la antología”Die Massenstreikdebatte”, Europäische
Verlagsanstalt, Frankfurt, 1970, pp. 46-95.
Alexander Parvus
Parvus (Aleksandr Helphand): Golpe y huelga de masas política (1896)
Karl Kautsky. La huelga política de masas.
8. Parvus sobre golpe de Estado y huelga de masas.
Karl Kautsky. La huelga política de masas.
Una contribución a la historia de las discusiones sobre huelgas de
masas en la socialdemocracia alemana. (1914)
[8] Ya en Reforma o revolución escribía
Rosa: ”Le estaba reservado a Bernstein considerar el gallinero del
parlamentarismo burgués como el organismo destinado a realizar la
transformación social más formidable de la historia, es decir, el paso de la
sociedad capitalista a la sociedad socialista.” Toda esta crítica del
parlamentarismo, todo este análisis de la decadencia del parlamento burgués,
escrita en 1900, conserva un frescor y una actualidad que no tienen término de
comparación con ningún análisis de ningún autor marxista dedicado a Europa
occidental antes de 1914. Rosa explica, en la misma línea, el fortalecimiento
del sindicalismo revolucionario en Francia por la profunda decepción del
proletariado francés con el parlamentarismo jauresista (art. publicado en
la Sächsische Arbeiterzeitung del 5-6 de diciembre de 1904).
[9] Estas citas están tomadas de un artículo
publicado en la Neue Zeit, ”Nach dem ersten Akt”, otro de la Sachsische
Arbeiterzeitung, ”Im Feuerscheine der Revolution”, y del discurso
pronunciado en el congreso socialdemócrata de Iena (Véase Rosa Luxemburg, Ausgewählte
Reden und Schriften, tomo II, Dietz Verlag, Berlín, 1955, pp. 220-221,
234-235 y 244).
[10] Un buen resumen de este debate lo
proporciona la introducción de Antonia Grunenberg a Die
Massenstreikdebatte, cit., pp. 5-44.
[11] Por ejemplo, en su artículo ”Die Lehren des Bergerbeiterstreik”
(Las lecciones de la huelga de los mineros), publicado en Neue
Zeit en 1903.
[12] Rosa Luxemburg, discurso del 21 de
septiembre de 1905 en Iena (Ausgewählte Reden und Schriften, II, pp.
240-241).
[13] Véase, en particular, su artículo” Was nun?” (¿Y ahora?), Neue
Zeit, 1910, con sus distingos entre “huelga de advertencia” y ”huelga
conminatoria” (distinción que procede del libro de Henriette Roland-Holst
dedicado a la huelga de masas), entre ”huelgas económicas” y “huelgas
políticas”, entre ”estrategia de desgaste” y ”estrategia de asalto”, etc. (Die
Massenstreikdebatte, pp. 96-121).
¿Y ahora qué? Karl Kautsky
(Die Neue Zeit, año XXVIII, volumen 2, 1909-1910)
[14] Cf. La edición de Chemin du
pouvoir (Camino del poder) de Anthropos, París, 1969, con una
presentación y cartas anexas que arrojan luz sobre este lamentable asunto.
Existe edición castellana de la obra en Ed. Grijalbo, col. 70.
[16] Ibíd., pp. 325-236, 330. Se trata de
extractos de un artículo publicado en la Dortmunder Arbeiterzeitung del
14-15 de marzo de 1910, titulado”Was Weiter?”.
[17] Se trata de una simple calumnia propalada
por los stalinianos (e ”inocentemente” repetida por los espontaneistas de hoy)
el que Rosa atribuyera ”todo el mérito” de la revolución de 1905 a las ”masas
inorganizadas”, sin mencionar el papel del partido socialdemócrata. He aquí una
cita que, como podrían hacerlo muchas otras, demuestra lo contrario: ”E incluso
si, en un primer momento, la dirección del levantamiento ha podido caer en
manos de dirigentes fortuitos, incluso si el levantamiento puede verse
aparentemente enturbiado por toda clase de ilusiones y de tradiciones, no es
más que el resultado de la enorme suma de educación política que ha sido
propagada durante los dos últimos decenios por la agitación socialdemócrata
subterránea de las mujeres y de los hombres en las distintas capas de la clase
obrera rusa. En Rusia, como en el mundo entero, la causa de la libertad y del
progreso social está en las manos del proletariado consciente” (8 de febrero de
1905, en Die Gleichheit, in Ausgewählte..., cit., I, p.
216).
[18] Cf. la biografía de Rosa por Fred
Oelssner, Dietz Verlag, Berlín, 1951, especialmente pp. 50-53.
[19] Ausgewählte...,
cit., I, p. 245.
[20] ”Die Theorie und die Praxis”, Neue
Zeit, 1909-1910, t. II, 22 junio, pp. 564-578, 29 julio, pp. 626-642.
[21] La propia Rosa escribe que, al redactar su ”Introducción a la
economía política”, había tropezado con una dificultad teórica cuando quiso
exponer las trabas a la realización de la plusvalía. De ahí su proyecto de
escribir La acumulación del capital.
[22] En especial Antonia Grunenberg en el prefacio a Die
Massenstreikdebatte, cit., p. 43, donde afirma que, en oposición a Kautsky
y a Rosa, Pannekoek formuló unas concepciones estratégicas sobre la conquista
del poder, planteando la cuestión de la lucha contra el poder del estado.
[24] Rosa Luxemburg, Reforma o revolución, Fontamara, Barcelona,
1975, p. 121.
[25] Ibid., p. 245.
[26] Discurso sobre el programa pronunciado por Rosa en el congreso de
fundación del KPD. Su cólera fue particularmente intensa cuando, tras el
armisticio de 1918, los jefes del SPD trataron de utilizar a los soldados
alemanes contra la revolución rusa en los países bálticos.
[27] Muy recientemente, Edda Werfel ha editado
en Polonia la correspondencia Rosa Luxemburg-Leo Jogiches, que aportará
abundante documentación suplementaria para estudiar la actitud práctica y
teórica de Rosa ante la ”cuestión de la organización” en el seno de su propio
partido polaco.
Ernest Mandel en español | Ernest Mandel Archive - obras en inglés
Marxist Internet Achive Sección en Español
Marxist Internet Achive Sección en Español
Apéndice B. Rosa Luxemburgo. De notas de un periodista, por V. I. Lenin
Rosa Luxemburgo. El folleto Junius: La crisis de la socialdemocracia
alemana. 1915
Apéndice A. Rosa Luxemburgo. Acerca del folleto Juniu, por V. I. Lenin
Rosa Luxemburgo: Guerra a la guerra
Rosa Luxemburg: Reconstruyendo la Internacional (1915)
No hay comentarios:
Publicar un comentario