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Maxi
Nieto Ferrández Universidad
Miguel Hernández de Elche
Lluís
Catalá Universidad de Alicante
Se publicó
originalmente en Revista de Economía Crítica, nº21, primer
semestre 2016
Reabriendo
el debate sobre la planificación socialista de la economía.
Resumen
El propósito de este artículo es contribuir al debate sobre la
planificación socialista de la economía a la luz de las posibilidades técnicas
actuales. El punto de partida es examinar el estado actual del debate acerca
del cálculo económico en el socialismo. A partir de los nuevos resultados
favorables al cálculo económico en una economía no mercantil se propone para la
discusión un modelo de economía socialista con dos pilares fundamentales: i)
una contabilidad económica basada directamente en el tiempo de trabajo como
unidad de cuenta (es decir, sin dinero), tanto para estimar costes como para
remunerar a los productores (con bonos de trabajo según las horas aportadas en
su jornada); ii) un mecanismo de planificación con un doble procedimiento de
control: decisión democrática de los objetivos generales de desarrollo y
principales macromagnitudes de la economía, y revisión en tiempo real del plan
mediante la distribución de los medios de consumo según las preferencias de los
consumidores (expresadas en sus decisiones de compra mediante bonos de
trabajo). El artículo se completa con una descripción de las características
generales de la coordinación empresarial iterativa que corresponde a dicho
modelo.
INTRODUCCIÓN
Desde la
restauración capitalista en la antigua URSS y los países del bloque del Este
entre finales de los años 80 y primeros 90, los argumentos contrarios a la
posibilidad de una economía socialista planificada eficiente han pasado a ser
hegemónicos incluso entre amplios sectores de las fuerzas políticas y de los
científicos sociales comprometidos con el cambio social emancipador3.
Estos argumentos, que tienen su origen en la reacción de los círculos
académicos y políticos más conservadores al ascenso revolucionario del periodo
de entreguerras en el pasado siglo, se reducen a sugerir que la única forma
posible de cálculo económico racional es la que proporciona el mercado a través
del dinero y la formación espontánea de precios, por lo que, en ausencia de
éstos, la eficiencia de un sistema socialista quedaría irremediablemente
lastrada; o en otras palabras, la propiedad privada de los medios de producción
–que implica la producción mercantil, y por tanto también el capital (el valor
que se valoriza, esto es, la autoexpansión de las inversiones)– sería condición
necesaria para la racionalidad económica. Paradójicamente, el dominio
prácticamente absoluto de estas ideas incluso en la izquierda se produce cuando
el desarrollo técnico en los campos de la informática, las telecomunicaciones y
la inteligencia artificial permite por primera vez en la historia una completa
y genuina contabilidad económica socialista (esto es, una contabilidad sin
mercado y sin dinero) que amplía formidablemente las posibilidades de la
planificación económica.
3 Un ejemplo reciente en el campo académico de un autor
destacado es Erik Olin Wright en su último libro Construyendo utopías reales
(2015) dedicado a explorar supuestas alternativas a la economía capitalista,
donde descarta de raíz la posibilidad misma de una economía planificada y
parece desconocer la literatura actual en la que nos basamos para este
artículo.
Con el fin
de contribuir a reabrir el debate sobre las posibilidades del socialismo en la
actualidad proponemos en este artículo un modelo de economía planificada basado
en las ideas de Marx y que aspira a ser superior a la
organización capitalista de la actividad en un doble plano: i) el económico,
por su mayor capacidad para desarrollar las fuerzas productivas, al permitir
asignar los recursos de un modo más eficiente, rápido y flexible que el
mercado, sin derroches materiales, desempleo y crisis; ii) el democrático,
al permitir el control social de la producción orientando el desarrollo
económico hacia metas libremente elegidas por el conjunto de la sociedad,
conforme al principio de igual poder de decisión para todos los individuos
(frente a la plutocracia capitalista, que subordina el cuerpo social a las
exigencias de valorización del capital). Con esta propuesta no se trata,
conviene dejarlo claro, de avanzar diseños institucionales acabados ni métodos
concretos de asignación o toma de decisiones, sino de algo mucho más esencial
para el estado actual del debate, como es proponer algunos principios básicos
necesarios para fundamentar un mecanismo de planificación coherente y eficiente
de acuerdo a las posibilidades técnicas del presente. Esto supone, lógicamente,
dejar de lado los problemas del periodo de transición al socialismo,
caracterizado por la supervivencia durante un tiempo indeterminado de
relaciones y prácticas mercantiles, con la intención de explorar las
propiedades y posibilidades formales de la planificación como forma de
organización económica alternativa a la capitalista. La referencia teórica
fundamental para establecer nuestra propuesta es la obra conjunta de Paul
Cockshott y Allin Cottrell, los dos autores que con mayor
ambición y rigor han contribuido en las dos últimas décadas a la actualización
del proyecto económico socialista (y no de un sucedáneo estatista o mercantil),
situando los argumentos en favor del socialismo y la planificación nuevamente a
la ofensiva.
Para exponer
nuestras ideas dividimos el artículo en tres partes. En la primera de ellas
(apartado 2) repasamos el desarrollo del debate acerca de la supuesta
imposibilidad del cálculo económico en una economía socialista y señalamos el
giro reciente que se ha experimentado con nuevos argumentos a favor de la
planificación en base a los desarrollos técnicos de las últimas décadas. En la segunda
parte (apartado 3) presentamos nuestra propuesta de un mecanismo de
planificación socialista sujeto a dos niveles de control: uno global o
macroeconómico, para fijar democráticamente objetivos generales del desarrollo
económico y social, y otro individual, al someter el vector de
producción final de bienes y servicios a las preferencias de los consumidores,
lo que permite ajustar en tiempo real la marcha del plan. Finalmente (apartado
4), esbozamos las características generales de un procedimiento de coordinación
iterativa que implique a las empresas en la elaboración y ejecución del plan a
través de un sistema de incentivos materiales.
EL DEBATE
SOBRE EL CÁLCULO ECONÓMICO SOCIALISTA
La tesis
de la imposibilidad del cálculo económico socialista
Toda la
crítica de la economía burguesa al socialismo se reduce en última instancia a
negar que pueda existir otra forma de cálculo económico racional que no sea el que realiza espontáneamente el mercado a través
del dinero y la formación competitiva de precios. Más concretamente, esta
crítica sostiene que en ausencia de un mercado de factores de producción
(medios de producción y fuerza de trabajo) y sin contar con el dinero como unidad de cuenta, resulta imposible
calcular costes, comparar la eficiencia de los distintos procesos
productivos y, en consecuencia, asignar de forma óptima los recursos a los
distintos fines, por lo que la racionalidad económica desaparece, haciendo del
socialismo un sistema inherentemente ineficiente.
Esta idea,
conocida en la literatura económica como “tesis
de la imposibilidad del socialismo”, fue formulada a inicios del pasado
siglo y desde entonces presenta dos vertientes que, en buena medida, se han
desarrollado en paralelo:
i) Imposibilidad
práctica. Aunque existen diversos antecedentes, el debate sobre la
posibilidad del cálculo económico en una economía socialista arranca
formalmente en 1908 con el artículo de Enrico Barone “El
ministro de la producción en un Estado colectivista” (Barone 1998). Desde
el marco de la teoría walrasiana del equilibrio general, este autor consideraba
que los precios constituyen la solución a un sistema de ecuaciones simultáneas
que pueden obtenerse bien de forma espontánea en el mercado o bien por una
agencia de planificación en una economía socializada. En la base de esta
interpretación está el reconocimiento de similitud formal entre los dos
sistemas que, desde un punto de vista estrictamente teórico, haría posible el
cálculo económico en el socialismo. Sin embargo, Barone entendía
que ese cálculo sería imposible en la práctica dada la ingente cantidad de
información que debería recabar la autoridad central, así como la complejidad
de las operaciones necesarias para llevarlo a cabo. El socialismo sería
lógicamente posible (pues no habría ningún impedimento formal, de consistencia
lógica, para que funcione) pero en la práctica irrealizable.
ii) Imposibilidad
teórica. La otra vertiente, iniciada en los años 20 del pasado siglo,
basada en la teoría subjetiva del valor
y ligada a la “escuela austriaca” de Mises y Hayek (Mises
1949, y Hayek 1997), destacaba la imposibilidad de estimar costes y, en
consecuencia, de determinar las combinaciones productivas más eficientes en
ausencia de un mecanismo de precios y de una verdadera unidad de cuenta
alternativa al dinero (descartaban el trabajo por su heterogeneidad y también
el cálculo en especie, como propuso Otto Neurath en 1919 a
partir de la experiencia de las economías de guerra). De este modo, la
imposibilidad del socialismo sería no solo práctica, por insuficiencia técnica
para llevar a cabo los cálculos necesarios para estimar el valor de los
distintos bienes y servicios, sino también de inconsistencia lógica o teórica,
debido a la ausencia del mecanismo de precios. Es esta perspectiva la que,
finalmente, ha acabado por asumirse en la literatura económica convencional, y
también para el público general (popularizada por el oligopolio mediático),
como “tesis de la imposibilidad del cálculo económico en el socialismo”.
La crítica
neoclásica basada en la teoría del equilibrio general tendría, por lo tanto, un
carácter eminentemente “técnico”, de carácter computacional, centrada en
señalar el insuficiente desarrollo científico-técnico existente para resolver
los enormes problemas de cálculo en una economía compleja socializada, mientras
la crítica austriaca tendría un carácter más “económico”, destacando que solo el mercado (cuya base es la propiedad
privada de los medios de producción) genera el tipo de información
necesaria para el cálculo económico racional. El resultado inevitable sería, en
cualquier caso, que la única forma de contabilidad económica racional posible
es la que proporciona espontáneamente el
mercado. En ausencia de precios de mercado, una economía planificada sería
incapaz de calcular costes y de asignar recursos de un modo eficiente.
La
evolución posterior del debate
La respuesta
socialista a la crítica burguesa se dio durante los años 30 en un doble plano.
En el campo práctico de la edificación de una economía no mercantil, por el
formidable crecimiento de la economía soviética, que transformó en pocas
décadas un país semifeudal devastado por las dos guerras mundiales (la primera
de ellas seguida de una guerra civil con invasión imperialista) en la segunda
potencia industrial del planeta y liderando la carrera espacial en los años 50.
En el plano teórico, por las propuestas de Taylor en 1929
y Lange en 1938 (Lange y Taylor 1971) acerca de la posibilidad
de que una agencia de planificación simulase el balanceo del mercado (a la
manera del “tatonnement” o subastador walrasiano), lo que haría innecesario
conocer los “precios” de los bienes intermedios; en efecto, por medio de un
procedimiento iterativo, de prueba y error, y tomando como punto de partida el
sistema de precios de mercado heredado del capitalismo4, se evitaría
tener que resolver el complejo sistema de ecuaciones que aproximase a los
precios de equilibrio, expresión de los costes medios de producción. Como
veremos en el siguiente apartado, el tipo de respuesta de Taylor-Lange estuvo
inevitablemente marcada por la imposibilidad técnica que existía en esos
momentos para realizar un exhaustivo cálculo directo, en tiempo de trabajo, del
coste de los bienes y servicios.
4 Un sistema de precios relativos que es, lógicamente,
una aproximación a los precios de equilibrio, que no son otros que los precios
de producción, que rigen tendencialmente en las economías capitalistas (Nieto
2015).
En cualquier
caso, esta respuesta socialista motivó un repliegue de la crítica burguesa tal
y como inicialmente fue formulada por Mises. A partir de ese
momento se llega a reconocer más o menos explícitamente la viabilidad económica
del socialismo pero se le atribuye una eficiencia muy inferior al capitalismo
debido a los supuestos problemas de información y conocimiento para el cálculo
económico que serían inherentes a una economía sin mercado. Hayek y
la escuela austriaca (Hayek 1997) señalarán que el fallo en el planteamiento
de Lange y de quienes, como la economía neoclásica, reconocen
una similitud formal entre los dos sistemas, sería que no se puede tomar la información
como dada para poner en marcha el procedimiento iterativo porque, según
suponen, la información relevante para el cálculo económico es subjetiva, de
tipo práctico, basada en el conocimiento tácito (que incluiría las destrezas y
experiencias personales) y, en consecuencia, no articulable ni transmisible por
otros medios que no sean los del mercado. Por lo tanto, los autores austriacos
consideran que una economía socialista no podría asignar los recursos a los
diferentes usos de forma tan eficiente como la capitalista debido a la
imposibilidad de que la agencia de planificación pudiese disponer de tanta
información como proporciona el sistema de precios (a lo que se añadiría el
problema de los incentivos). Concluyen así que los partidarios del socialismo
(y también quienes reconocen la similitud formal entre los dos sistemas) no son
conscientes de la verdadera naturaleza del problema del cálculo económico, que
es un problema en esencia de información.
El
presupuesto analítico de la teoría subjetiva del valor en que se basa la
crítica austriaca al socialismo es el llamado individualismo metodológico, que
pretende explicar los procesos sociales y la propia estructura social
capitalista como un producto de acciones individuales agregadas. Esta es la premisa
desde donde se deduce que el tipo de conocimiento e información claves para el
cálculo económico es de carácter subjetivo. Pero pretender explicar los
procesos sociales a partir de la agregación de comportamientos individuales
constituye, como resulta obvio, una forma de razonamiento puramente circular,
ya que significa reconocer la existencia de comportamientos individuales
previos a todo contexto social (más allá del natural instinto de supervivencia
humano). El caso es que esta forma de razonar naturaliza el orden social
capitalista y, por tanto, la forma de desenvolverse en él, que los austriacos
denominan “función empresarial” y equiparan sin más a la “acción humana”, la
cual consistiría en la búsqueda de oportunidades de negocio para sobrevivir. Por
ejemplo, para Huerta de Soto, uno de los autores austríacos
destacados en la actualidad:
“la
función empresarial consiste en la capacidad típicamente humana para darse
cuenta de cuáles son las oportunidades de ganancia que existen en el entorno.
(…) En efecto, todo acto empresarial crea y genera nueva información de
naturaleza táctica, dispersa, práctica y subjetiva, y hace que los actores
implicados en el mismo tiendan a ajustar o disciplinar su comportamiento en
función de las necesidades y circunstancias de los demás, creando de esta
manera, espontánea e inconsciente, los vínculos que hacen posible la vida en
sociedad” (Huerta
de Soto 2011: 26).
Así, se
concibe la conducta maximizadora del beneficio típica del capitalismo como un
rasgo de la naturaleza humana y no como la expresión de una particular
estructura social, que exige para sobrevivir en ella “descubrir y apreciar las
oportunidades”5. Pero se trata, como decimos, de un razonamiento
tautológico que describe la “conducta humana” a partir de las características
que ella adopta en un marco mercantil –esto es, de la interacción humana basada
en el intercambio–, y de ahí infiere, circularmente, que ese es el tipo de
conducta y conocimiento relevantes para el cálculo económico “en general”,
considerado de un modo ahistórico. Y efectivamente, por definición, sobrevivir
en el mercado exige a cada agente (sea trabajador o empresa) generar y procesar
individualmente –esto es, de forma “subjetiva”– un determinado tipo de
información que tiene que ver con aprovechar ganancias y reducir pérdidas. Sin
embargo, nada de ello tiene relación alguna con la actividad económica en
general, destinada a asegurar la subsistencia humana, sino solo con la forma en
que funcionan las cosas en un marco mercantil competitivo, donde nadie tiene
asegurada la supervivencia y todo el mundo debe plegarse para lograr la
racionalidad mercantil.
5 Esta consideración se inscribe en una concepción de
la economía como “ciencia que trata exclusivamente sobre realidades
‘espirituales’, es decir, sobre la información o conocimientos subjetivos que
se crean y generan por los seres humanos en los procesos de interacción social”
(Huerta de Soto 2011: 25), una delimitación de la disciplina económica que,
sencillamente, supone un cambio de objeto de estudio respecto al de la economía
política clásica y, desde luego, al de Marx.
Toda la
argumentación austriaca se reduce a señalar que el mercado es la única forma
posible de cálculo económico… en el mercado (esto es, en una estructura
productiva atomizada). Este razonamiento puramente circular no demuestra nada
acerca del cálculo económico en general, pues solo describe algunas de sus
características en el capitalismo. Es como si viviendo ya en una economía
socialista dijésemos que la estimación de costes directamente en cantidades de
trabajo (sin dinero) es la única forma posible de cálculo económico en general.
La producción atomizada de bienes y servicios (o si se prefiere: la propiedad
privada sobre los medios de producción) representa solo una forma particular de
generar y procesar la información para la coordinación económica general.
En la tesis
austriaca de la imposibilidad del cálculo socialista se confunde la dimensión
técnica que tiene toda actividad productiva global (expresada en la matriz de
relaciones intersectoriales y coeficientes técnicos de producción), con su
forma de organización social, que es la capitalista (la que se articula por
medio del intercambio general). Pero en toda forma de producción social el
cálculo tiene siempre una dimensión estrictamente técnica, referida a la
evaluación de costes, y otra puramente social, referida al tipo de mecanismo
económico por medio del cual esa estimación se realiza. Los precios son solo la
forma en que se expresan espontáneamente (esto es, de manera indirecta o no
consciente) los costes laborales medios en un marco mercantil. Los austriacos
aseguran que la determinación de los precios –o, si se prefiere, la valoración de
los bienes y servicios– no puede realizarse “artificialmente” por la autoridad
central, porque se trataría de magnitudes subjetivas. Esta apreciación se basa
en la confusión típica de la teoría subjetiva del valor, pues los precios en el
capitalismo, cuando hay competencia por el lado de la oferta, fluctúan en torno
al valor, que es una magnitud objetiva determinada por los costes medios de
producción. Y esos costes medios sí pueden determinarse directamente de forma
exhaustiva en una economía socializada, como a continuación veremos, gracias a
la capacidad informática actual.
El estado
actual del debate
La
restauración capitalista en la URSS acometida por el equipo de Gorbachov a
finales de los años 80 fue interpretada, en una academia bajo dominio absoluto
del pensamiento neoliberal, como verificación, 70 años después de ser
formulada, de la tesis de la imposibilidad económica del socialismo. Desde este
momento, el debate sobre el cálculo económico en el socialismo pareció quedar
definitivamente zanjado a favor de las tesis anti-socialistas. Sin embargo,
desde los años 90, Paul Cockshott y Allin Cottrell han
respondido a la crítica austriaca demostrando que en las condiciones
tecnológicas actuales no existe ya impedimento alguno para conseguir la planificación
detallada (procesando todos los insumos utilizados) de una economía compleja.
Ello sería posible por dos razones fundamentales: i) en primer lugar porque la
información relevante para la organización económica no es principalmente
tácita ni subjetiva: como ya hemos señalado, si los precios de mercado en el
capitalismo gravitan en torno a magnitudes objetivas que expresan los tiempos
medios de trabajo, una economía socializada puede estimar directamente los
costes laborales (directos e indirectos) de los diferentes bienes y servicios
sin necesidad de dinero; y en todo caso, la coordinación iterativa (que
esbozamos en el apartado 4) permite incorporar en tiempo real la información
estrictamente “subjetiva” que pudiesen generar las empresas en su búsqueda de
la eficiencia y de la adaptación a las condiciones cambiantes de la demanda;
ii) en segundo lugar porque el nivel técnico actual, tanto informático como de
las telecomunicaciones, permite resolver el complejo sistema de ecuaciones
simultáneas utilizando técnicas iterativas (Cockshott y Cottrell 1993 y 2006).
Una economía
socializada presentaría una ventaja adicional sobre la capitalista en el
terreno de la información. En una economía mercantil, los precios son la
principal fuente de información para los agentes, a través de la cual se logra
la coordinación económica. Pero ello supone una enorme pérdida de información,
pues la matriz de coeficientes técnicos (así como el uso de la capacidad
instalada) se reduce al vector de precios. Una economía socialista, por el
contrario, dispone de información mucho más completa (coeficientes técnicos,
existencias totales de cada recurso, conocimiento de los principales planes de
inversión, etc.) que está inmediatamente disponible y es transparente (no
oculta en el interior de cada empresa). Ello permite al organismo de
planificación tomar decisiones más rápidamente, con visión de conjunto y
sentido estratégico. Pero es que además ninguna información que transmiten las
oscilaciones de los precios a los agentes en el mercado deja de registrarse en
una economía socializada. En ella, un aumento de la demanda sobre la oferta (da
igual si sobre bienes finales, intermedios o de inversión) significa también
que debe aumentarse la producción del bien en cuestión. En la economía
capitalista la comunicación a lo largo de toda la cadena de interdependencias
productivas se vuelve lenta y distorsionada por la interpretación subjetiva que
hace cada empresa, así como por sus decisiones individuales de inversión
basadas en expectativas. Esta pérdida de información relevante, así como el
funcionamiento competitivo, hace que la economía capitalista funcione a ciegas
y siempre sin alcanzar la plena utilización de los recursos. Todo ello sin
contar que en una economía capitalista tampoco se tienen en cuenta las
preferencias reales de los individuos, sino solo las que están respaldadas por
poder de compra suficiente. La respuesta desarrollada por Cockshott y Cottrell demuestra,
en definitiva, que la planificación
socialista basada en la estimación directa de los tiempos de trabajo que
cuesta obtener los distintos bienes no solo es posible en la actualidad sino
que además sería mucho más eficiente como mecanismo de asignación y transmisión
de la información, por flexible, rápida, exhaustiva y sin cortocircuitos
recurrentes, como sucede en el mercado con las crisis, que conllevan un enorme
despilfarro de recursos.
Esta
propuesta ha sido recibida en el campo liberal con silencio generalizado. Solo
algunos casos aislados, como Brewster (2004) en la escuela
austriaca, o Agafonow (2008) y Agafonow y Haarstad (2009)
del lado del social-liberalismo, han llegado a admitir que la planificación
exhaustiva es, al fin, posible. No obstante, y como línea de defensa del modo
de producción capitalista, estos autores vuelven a insistir en el argumento de
su mayor eficiencia; aunque ya sería técnicamente posible el cálculo económico
en el socialismo, éste sería un sistema social inferior al capitalismo (o al
socialismo de mercado) a la hora de asignar los recursos de manera eficiente y
de impulsar el desarrollo económico. Así, por ejemplo, Agafonow y Haarstad sostienen
expresamente que:
“aunque
sea posible el cálculo económico en el socialismo marxista, eso no significa
que éste pueda asignar los recursos más eficientemente que el capitalismo o el
socialismo de mercado, pues la propuesta de Cottrell y Cockshott suprime la
descentralización en las decisiones de inversión y la rivalidad entre unidades
productivas para ganarse la aprobación de los consumidores ofreciéndoles
productos mejor adaptados a sus necesidades” (2009: 296).
Esta nueva
lectura liberal del problema del cálculo en el socialismo plantea diferenciar
entre el “cálculo económico” en sentido estricto, que sería la capacidad para
registrar variaciones en el uso de recursos a partir de alguna unidad de
cuenta, y la “eficiencia dinámica”, que se refiere a la capacidad de comparar
métodos de producción con otros todavía no existentes y que, supuestamente,
solo podría ser inducida por la rivalidad entre agentes productivos privados
que aspiran a obtener ganancias extras que surgirían de la apropiada previsión
de futuro. Se pasa así de la “imposibilidad del cálculo económico”, tesis que
se admite ya superada, a la supuesta “imposibilidad de la eficiencia dinámica”.
En resumen, el cálculo económico sería una condición para la eficiencia
dinámica pero no suficiente. La otra condición sería la rivalidad entre
agentes. Y esto es lo que estos autores sostienen que sería imposible bajo el
socialismo (Agafanow 2008: 191).
Pero aun
admitiendo que la rivalidad empresarial fuese condición para asegurar la
preferencia de los consumidores, ello no implica que esos agentes deban de ser
necesariamente privados, es decir, empresas económicamente independientes que compiten
por maximizar el beneficio y desplazar a los competidores, ya que puede
simularse otras formas de rivalidad o comparación de procesos productivos en un
marco de propiedad social. En definitiva, no hay ningún tipo de impedimento
formal, consustancial a una economía planificada, para no ensayar métodos y
técnicas alternativas de producción. Más bien al contrario, estos ensayos no
estarían limitados, como sucede en el capitalismo, por criterios ajenos a las
posibilidades técnicas existentes, como pueda ser la rentabilidad, la capacidad
financiera de una empresa y su acceso al crédito, barreras oligopolísticas, la
incertidumbre, etc. En cualquier caso, la visión liberal idealiza la
competencia –la “eficiencia dinámica”– sin reconocer o comprender su aspecto
turbulento y destructivo, que conduce a desequilibrios de todo tipo (desempleo,
sobreproducción, burbujas, desproporción y crisis recurrentes), todo ello en un
clima de incertidumbre permanente que distorsiona el comportamiento racional, y
no entra, por supuesto, en la naturaleza explotadora y plutocrática del modo de
producción capitalista.
UN MODELO
DE ECONOMÍA SOCIALISTA DEMOCRÁTICAMENTE PLANIFICADA
El
significado de la planificación económica socialista
La
planificación socialista de la economía se refiere a la capacidad de imponer
objetivos generales al desarrollo económico y social –incluido el tipo de
relación que se pretenda mantener con el entorno natural– a través del control
racional y consciente del proceso productivo global por el conjunto de la
sociedad. Se trata de una forma de organización económica donde, en palabras
del propio Marx,
Karl Marx, El Capital, libro 3º. Capítulo 48
La clave institucional
para poder llevar a cabo ese proyecto de intervención consciente y democrática
sobre la economía es, lógicamente, la
propiedad social –entendida como propiedad del conjunto de la sociedad– sobre
los medios de producción. Este ideal de autogobierno de la sociedad que se
ejercería sobre la base del control colectivo del proceso productivo global es
incompatible con otras dos visiones del socialismo muy extendidas desde tiempos
del propio Marx: i) la estatización de los medios de producción: el mero
cambio jurídico en la titularidad de esos medios, que no asegura de ningún modo
el dominio efectivo de la población sobre sus condiciones materiales de
existencia ni su capacidad para decidir el destino del excedente social; ii) el socialismo de mercado: la
autogestión descentralizada de empresas por sus trabajadores en un marco
mercantil, pues la autonomía económica de las unidades productivas (es decir, cualquier forma de propiedad
privada, incluida la cooperativa, contrapuesta a la propiedad del conjunto de
la comunidad) impide el dominio consciente sobre la producción global y
mantiene la lógica ciega basada en la competencia, la búsqueda del beneficio y
la acumulación compulsiva, lo que conlleva los mismos problemas que el
capitalismo, como las fluctuaciones económicas y las crisis, la polarización
social, etc. En consecuencia, ni la “estatización”
de los recursos productivos ni el “socialismo
de mercado” resultan compatibles con esa capacidad de decidir libre y
colectivamente las características generales del desarrollo social que
caracterizan el proyecto comunista según lo entiende Marx.
Pues bien,
de acuerdo al significado señalado, la posibilidad de llevar a cabo la
planificación socialista de la economía depende de dos condiciones
fundamentales, una técnica y otra político-institucional: i) la existencia de una base técnica suficiente
que permita gestionar de forma global los recursos productivos de la sociedad,
lo cual implica la capacidad para procesar la información necesaria para
estimar los costes laborales de los distintos productos y asignar con
eficiencia los recursos en ausencia de coordinación mercantil; ii) instaurar un marco
institucional que garantice la participación democrática de la
población en los distintos niveles y ámbitos de decisión (nacional, sectorial,
territorial o de empresa).
En una
economía socializada –esto es: sin mercado, entendido como estructura de
producción atomizada– el principio que guía la actividad de las empresas y
justifica su existencia ya no es la rentabilidad –más exactamente, ya no hay
propiamente empresas rentables y no rentables (lo cual no significa,
obviamente, que un objetivo primordial de las autoridades planificadoras no sea
precisamente el de elevar constantemente la eficiencia empresarial y la productividad)–
sino su pertinencia técnica para la consecución de un fin superior expresado en
el plan6. Las unidades de producción se convierten así en unidades
técnicas de la división del trabajo social –dejan de ser centros autónomos de
decisión económica (sobre qué producir y dónde)–, una división dentro de la
cual los principales recursos se asignan conscientemente con arreglo al plan
(que se corrige, como luego veremos, por la información que provee en tiempo
real el consumo de la producción final). El trabajo realizado en el interior
del sector socializado de la economía –pues en las economías reales
sobrevivirá, por un tiempo indeterminado, un espacio acotado de actividades
privadas– adquiere así un carácter directamente social y, en
consecuencia, el dinero (equivalente
general de valor, medio de circulación y también instrumento financiero) se sustituye por una contabilidad directa de
los tiempos de trabajo necesarios para obtener los diferentes bienes y
servicios. A partir de todas estas consideraciones debe quedar claro
entonces que plan y mercado no son simples
“instrumentos” neutros de asignación de recursos susceptibles de ser
“utilizados” en diferentes marcos sociales, sino la expresión misma de
estructuras sociales distintas, formas de organización económica y social
antagónicas.
6 Este significado general de la planificación
socialista puede verse en Lange (1992) o Bettelheim (1971, 1974)
Para
calibrar mejor la profundidad de estas diferencias, pensemos que la principal
característica macroeconómica de la
producción capitalista es su funcionamiento ciego y anárquico. En el
transcurso de su proceso de reproducción genera inevitablemente todo tipo de
desequilibrios que conducen periódicamente a crisis, desplegando así una
dinámica cíclica (aunque irregular) de expansiones y contracciones sucesivas de
la actividad general. El mercado se revela de esta forma como un sistema de
procesamiento de información muy rudimentario, por errático, ineficiente y
lento. La información disponible es siempre escasa e imperfecta (por la
opacidad inherente a la propiedad privada sobre los medios de producción) y
cada empresa la interpreta subjetivamente, tomando decisiones de forma
autónoma, de espaldas a las demás, con arreglo a su propio interés y
expectativas (y no desde el punto de
vista de las posibilidades técnicas existentes o de las necesidades sociales a
satisfacer), todo ello en un marco de incertidumbre permanente que acentúa
las dinámicas de contagio, tanto especulativas en las fases de auge, como los pánicos
generalizados cuando estalla la crisis. La retroalimentación de la información
a través de la demanda no garantiza la estabilidad del sistema ni evita las
permanentes fluctuaciones de la actividad y las crisis, con el consiguiente
derroche de recursos materiales y humanos. Además, las preferencias de los
consumidores no pueden actuar como verdadera variable de control externo del
sistema por dos motivos fundamentales: primero, porque esas preferencias están
condicionadas siempre por las decisiones previas de inversión de los
capitalistas, de tal forma que si producir algo no es rentable o no hay
expectativas de ganancias suficientes, sencillamente no se produce, o bien se
reduce la inversión aunque las necesidades sociales queden sin cubrir (recordemos que para que un trabajador
llegue a consumir primero debe ser contratado por un capitalista); y en
segundo lugar, porque dada la extrema desigualdad en la distribución de la
renta, la función de demanda agregada no expresa de ningún modo las
preferencias reales de los individuos, pues las decisiones de consumo en el
capitalismo responden únicamente al principio plutocrático de “un euro, un voto” (Guerrero 2007), a lo que habría que
añadir también la existencia de “necesidades” inducidas por la publicidad.
Las ideas
de Marx
Marx nunca elaboró una concepción
detallada y sistemática de la sociedad comunista por la cual luchaba.
Consideraba que no tenía sentido proponer diseños institucionales acabados para
la nueva sociedad postcapitalista ni exponer procedimientos concretos de
asignación de recursos por dos razones fundamentales: en primer lugar, porque entendía que el comunismo ha de ser una
creación colectiva en permanente movimiento, expresión en todo momento de la
libre autodeterminación ciudadana; y en segundo
lugar, porque las características concretas que adopte la planificación
socialista de la economía dependerán necesariamente de las condiciones
materiales y técnicas existentes en cada momento.
Frente a las
prefiguraciones acabadas de los socialistas utópicos, en distintos pasajes
de El Capital, así como en otros textos de su etapa madura, Marx se
limita a señalar de forma muy general y esquemática cuáles serían los
principios básicos para la organización de una economía comunista. Tomamos aquí
dos de los pasajes más destacados como fuente textual para asentar nuestra
propuesta de economía planificada inspirada en las ideas de Marx:
“[El]
tiempo de trabajo desempeñaría un papel doble. Su distribución, socialmente
planificada, regulará la proporción adecuada entre las varias funciones
laborales y las diversas necesidades. Por otra parte, el tiempo de trabajo
servirá a la vez como medida de la participación individual del productor en el
trabajo común, y también, por ende, de la parte individualmente consumible del producto
común”. (1978: 96).
“(…) el
productor individual obtiene de la sociedad –después de hechas las obligadas
deducciones– exactamente lo que ha dado. Lo que el productor ha dado a la
sociedad es su cuota individual de trabajo. (…) La sociedad le entrega un bono
consignando que ha rendido tal o cual cantidad de trabajo (después de descontar
lo que ha trabajado para el fondo común), y con este bono saca de los depósitos
sociales de medios de consumo la parte equivalente a la cantidad de trabajo que
rindió. La misma cantidad de trabajo que ha dado a la sociedad bajo una forma,
la recibe de ésta bajo otra forma distinta”. (1971: 19).
Con referencia
última en estas ideas generales proponemos para el debate un modelo de economía
socialista democráticamente planificada que se asiente sobre dos pilares
fundamentales:
i) Una contabilidad económica basada directamente en el
tiempo de trabajo como unidad de cuenta, esto es, sin dinero, con el doble
objetivo de asegurar el cálculo económico racional y evitar la explotación de
los trabajadores; así, de este principio formaría parte: i.1) el cálculo del
coste de los bienes y servicios; i.2) la remuneración a los productores en
bonos de trabajo según las horas aportadas en su jornada laboral.
ii) Un mecanismo de planificación con un doble
procedimiento de control: ii.1) decisión democrática de los objetivos generales
de desarrollo y principales macromagnitudes de la economía; ii.2) revisión en
tiempo real del plan (es decir, retroalimentación de la información) mediante
la distribución de los medios de consumo según las preferencias de los
consumidores, expresadas en sus decisiones de compra a través de bonos de
trabajo.
Principios
generales de la planificación económica socialista
El
cálculo económico socialista
En las economías capitalistas, debido a la fragmentación del trabajo social
en unidades productivas privadas, el cómputo del coste laboral de los bienes y
servicios tiene lugar de forma indirecta (es decir, no consciente) a través del
dinero (equivalente general de valor) y la formación espontánea de precios en
el mercado. Por el contrario, en una economía
socialista (considerada aquí como modelo puro), dada la coordinación
técnico-administrativa de las empresas que implica un aparato productivo
socializado, la contabilidad de los tiempos de trabajo se vuelve directa (esto
es, consciente), como si toda la economía fuese una misma y única “empresa”
(con distintas divisiones y departamentos), sin necesidad de dinero (que
presupone la atomización productiva y la validación social a posteriori de los
trabajos) y sin presencia del resto de categorías mercantiles. Esta
contabilidad directa, no monetaria, incluye dos aspectos que detallamos a
continuación: i) tomar el trabajo como
unidad de cuenta para estimar los costes; y ii) un sistema de retribución en
bonos de trabajo.
i) La medida
de los costes en tiempo de trabajo
Como ya
hemos avanzado, en ausencia de mercado, el cálculo de costes de los bienes y
servicios en una economía socialista debe hacerse directamente en términos de
las cantidades de trabajo directo (realizado por los obreros en cada proceso
productivo) e indirecto (materializado en los medios de producción utilizados)
requeridas. Para que ese cálculo sea exhaustivo se requiere de un sistema
avanzado de tecnologías de la información y computación, así como la
elaboración de una tabla insumo-producto gigante que registre cómo los
productos de unas ramas entran como insumo de otras. Sobre esta base, la solución al cálculo de costes
se convierte en un problema de álgebra matricial, donde el coste de los
distintos productos se puede expresar en la forma de coeficientes de
trabajo verticalmente integrados (de acuerdo a la metodología Leontief-Pasinetti)7;
para ese cálculo, el “trabajo complejo”, que ha requerido más formación que el
trabajo medio, puede reducirse mediante las técnicas insumo/producto a unidades
de “trabajo simple”, entendido como trabajo de cualificación media8 (por
lo que la objeción de Mises de que no puede reducirse el
trabajo complejo al simple queda sin fundamento).
7 Un coeficiente es una cantidad definida en términos
unitarios; en este caso representa la cantidad de trabajo por unidad de
producto o mercancía. Para un desarrollo de esta metodología ver Guerrero
(2000).
8 Para una interpretación de los conceptos de “trabajo
complejo” y “simple” en Marx ver Nieto (2015).
En tiempos
de la URSS, dada la insuficiente capacidad informática y de las
telecomunicaciones existente, este tipo de cálculo exhaustivo no era todavía
posible, lo cual explica el inevitable desarrollo de relaciones mercantiles
entre las unidades productivas (existencia de “dinero”, autonomía empresarial
creciente, acaparamiento, etc.). Lo que la experiencia soviética pone de manifiesto
es que, si la información necesaria para la coordinación económica no está
disponible para el organismo central de planificación, esa información se
generará espontáneamente por vía “mercantil”, abriendo así una tendencia
objetiva firme hacia la restauración capitalista. Sin embargo, Cockshotty Cottrell (1993,
2006 y 2008) han demostrado que con la capacidad informática actual y
utilizando técnicas iterativas de aproximaciones sucesivas, este tipo de
cálculo exhaustivo ya es perfectamente posible (posibilidad reconocida también,
como ya dijimos, por algunos autores austriacos y social-liberales como
Agafanow, Haarstad o Brewster).
ii)
Retribución mediante bonos de trabajo
En
correspondencia con el cálculo directo de costes en términos de cantidades de trabajo,
el ingreso de los productores ha de ser establecido también directamente en
tiempo de trabajo a través de un sistema de bonos o certificados laborales.
Dado que el tiempo de trabajo total objetivado en los bienes y servicios
finales de una economía es, por definición, la suma de las diferentes jornadas
de trabajo individuales realizadas en el mismo periodo, este producto final es
el que, una vez deducido lo que corresponda para un fondo común con el que
mantener a los sectores de población pasivos y los servicios “gratuitos”
(educación, sanidad, etc.), será distribuido individualmente por medio de estos
bonos laborales. La igualdad básica en la que se sustenta este principio sería:
Trabajo directo = Producto Neto =
Bonos de trabajo
Este
principio significa que cada productor recibe un certificado (un registro en su
cuenta particular de ingresos y gastos) donde se indican las horas de trabajo
que ha aportado y con el que podrá retirar medios de consumo del fondo social
que han costado un trabajo equivalente. En tanto aumente la productividad en el
conjunto de la economía, se eleva también la capacidad de consumo por hora de
trabajo realizado. Hay que tener presente que estos certificados laborales no
son dinero ya que no circulan y solo se pueden adquirir mediante el trabajo, es
decir, una vez realizada la correspondiente aportación individual al producto
social. Este principio impide la explotación (apropiación privada del
plustrabajo o del excedente social) y los privilegios de cualquier tipo (pues deja
sin justificación los ingresos no ganados con trabajo), introduce un criterio
igualitario de retribución y asegura un aumento del nivel de vida de los
trabajadores con respecto a una situación donde existan ingresos de propiedad
(dividendos, intereses, alquileres, etc.)9. El principio de pago en
bonos de trabajo no excluye, en todo caso, que puedan reconocerse fuentes de
desigualdad en el ingreso siempre que tengan un carácter estrictamente
voluntario: 1) que unas personas elijan trabajar más horas que otras; 2) que
elijan hacerlo a un ritmo más intenso; 3) para incentivar los trabajos menos
demandados (porque requieran gran esfuerzo físico, peligrosidad, formación,
etc.); y 4) para movilizar fuerza laboral hacia nuevos sectores o en rápida
expansión, así como a regiones que se priorice desarrollar.
9 En el periodo de transición al socialismo será
inevitable, no obstante, mantener diferencias salariales por cualificación u
otras variables para evitar fugas de profesionales y cuadros
científico-técnicos.
El
mecanismo de planificación
La principal
característica de una economía socialista es, como venimos señalando, que se
trata de una economía regulada de manera consciente por el conjunto de la
ciudadanía –en pie de igualdad unos con otros, lo que excluye la explotación,
así como cualquier tipo de privilegio– en función de las necesidades sociales
que se desean satisfacer. Procede determinando de manera democrática los
objetivos generales del desarrollo económico y social, lo que implica asignar
el trabajo social a diferentes usos generales (inversión, consumo y servicios
colectivos gratuitos) y corrigiendo en tiempo real las decisiones del plan (que
se materializa en última instancia en el vector de bienes y servicios finales)
mediante la información que provee las preferencias de consumo individual. Se
trata, por tanto, de un mecanismo económico que combina decisiones colectivas
sobre producción e inversión (determinadas ex ante) con decisiones individuales
de consumo final (determinadas ex post). El dispositivo de planificación
propuesto incluye, por tanto, dos niveles de operación y control del sistema:
uno de ámbito general, relativo a la elaboración del plan, que involucra al
conjunto de la población para la toma de decisiones estratégicas de desarrollo
(apartado i); y otro de ámbito individual, relativo a la distribución de la
producción final de acuerdo a las preferencias de los consumidores (apartado
ii). Veamos cada uno de ellos con más detalle.
i) La
elaboración del plan
i.1)
El procesamiento informatizado de insumos y productos
La
elaboración de un plan económico general coherente exige construir una
supermatriz insumoproducto que registre las relaciones intersectoriales del
sistema, indicando cómo los productos de las diversas ramas son usados como
insumos en esas mismas ramas. Es la misma base metodológica utilizada para el
cálculo de los costes laborales de los bienes y servicios que comentamos en el
apartado 3.3.1. La producción total (o bruta) de una rama se
divide según sea su destino en producción intermedia (dirigida
de nuevo al proceso productivo global: expresada en la matriz de relaciones
interindustriales) y final (cuyo destino son usos finales:
consumo individual, colectivo e inversión). En el interior del aparato
socializado (la matriz intersectorial) se asignan los principales recursos
de acuerdo a criterios estrictamente técnico administrativos, esto es, sin
compra-venta (mercado), en función de lo establecido por el plan en sus
distintos niveles (sobre qué producir, dónde, qué tecnologías priorizar, etc.),
sin que esto signifique que las empresas no dispongan de autonomía para elegir
proveedor o para acordar las características específicas de los insumos
requeridos en cada caso, información que se transmite al instante al “centro”
para que altere el plan al nivel que corresponda. Volveremos sobre esto en el
siguiente apartado.
Sobre esta
base, el reto que enfrenta la planificación es el de asegurar que la producción
total de cada producto iguale al menos su uso total previsto.
La información disponible para llevar a cabo esa tarea es doble: i) las
propiedades técnicas de los distintos procesos productivos; en términos de la
metodología insumo-producto son los coeficientes técnicos para
llevar a cabo la producción, que expresan la utilización que una rama hace de
productos de otra por unidad de producción: la cantidad de madera necesaria
para fabricar una mesa, la cantidad de electricidad para obtener un coche,
etc.; ii) la otra información disponible son los recursos totales existentes en
la economía: cantidad y variedad de medios de producción, cantidad y
cualificación de la fuerza laboral o los recursos naturales (Cockssott y
Cottrell 2006).
Respetando
la restricción anterior, se trata de hacer la asignación de recursos a las
diferentes actividades. La tarea es equilibrar el plan, guardar la
proporcionalidad entre ramas y usos finales de la producción bruta, un asunto
que matemáticamente consiste en la solución de un sistema de ecuaciones
simultáneas. El problema es que en una economía avanzada se elaboran decenas de
millones de bienes y servicios distintos, por lo que se tendría que resolver un
complejo sistema de millones de ecuaciones simultáneas (una por cada tipo de
producto). Como ya señalamos a propósito del cálculo directo de costes, en las
condiciones tecnológicas de la URSS, procesar toda esa información
indispensable para la coordinación económica no estaba al alcance de las
autoridades de planificación, lo que generó inevitablemente el desarrollo de
relaciones mercantiles entre las empresas10. Paralelamente, esta
divergencia entre propiedad jurídica estatal y capacidad real de intervención
económica provocaba la multiplicación de reglamentaciones y el crecimiento
desmesurado de la burocracia11. De acuerdo con el nivel de desarrollo
alcanzado en los últimos años de la URSS, la “socialización” de la producción
global no era allí ni remotamente un proceso único, enteramente integrado y
orgánicamente coordinado, lo que hacía necesarios los intercambios
“mercantiles” entre los diversos centros de decisión.
10 Cabe señalar que los balances materiales (no se
computaban costes en tiempo de trabajo como estamos proponiendo) que realizaba
el GOSPLAN soviético se limitaban a mediados de los años 80 a unos 2.000 bienes
considerados clave para el desarrollo de programas estratégicos, como la
industria aeroespacial. Si añadimos los balances que manejaban los distintos
ministerios, la cifra total ascendía a unos 200.000 artículos, algo muy pobre
teniendo en cuenta los cerca de 24 millones de artículos que producía la
economía soviética en esa época (Cockshott y Cottrell 2008: 171, citando como
fuente un estudio de O. Yun 1988). David Laibman (2006) ofrece una cifra
similar, no superior a 1.500 balances materiales.
11 Bettelheim (1974) estudia en detalle los problemas
derivados de este hecho.
Sin embargo,
con el actual nivel de desarrollo informático y de las telecomunicaciones ya no
existe ningún impedimento técnico para balancear una economía compleja y
calcular los costes laborales de todos los bienes y servicios. Cockshott y Cottrell (1993,
2006, 2008) han propuesto un algoritmo para solucionar el problema de la escala
en la planificación. En su modelo, cada unidad de producción es la encargada de
recopilar la información y de transmitir en tiempo real las variaciones de
inventarios y costes al organismo central. Se basa en un procedimiento
iterativo, de aproximaciones sucesivas (donde el resultado de cada ronda se
utilizan como base para la siguiente), a partir de tres tipos de información:
los objetivos de producción final (que se modifican con la información de las
preferencias de los consumidores), los coeficientes técnicos exigidos y algunos
supuestos de producción bruta permiten dar respuesta a los cambios en la
demanda final de bienes y servicios; así, los coeficientes técnicos de los
diferentes procesos traducen los cambios de la demanda final en modificaciones
de los requerimientos totales de recursos de la economía. Según lo señalado, el
procedimiento de planificación toma como punto de partida un vector de
productos finales y debe estimar la producción bruta requerida para
satisfacerla. Ésta es la vía para economizar recursos, haciendo un uso lo más
eficiente posible de bienes intermedios, sin despilfarros. El mecanismo de
planificación propuesto va, por tanto, de la producción final a la bruta:
Producción
final > producción bruta (intermedia y final)
Se trata,
por consiguiente, de maximizar la producción final, que es la que se pone a
disposición de consumidores, gobierno e inversión para mejorar las condiciones
de vida de la población, y se sigue un procedimiento iterativo que retrocede de
un vector de productos finales a otro de producción bruta.
i.2) Niveles de planificación
En una
economía socialista la actividad se emprende, como norma, en el marco del plan.
Esto significa que no hay libre concurrencia: la decisión sobre qué producir y
dónde no es privada (en cualquier variante empresarial: individual, cooperativa
o por acciones) y, en consecuencia, no responde al principio de la ganancia. En
este proceso de planificación pueden establecerse, al menos, tres niveles
fundamentales que involucran a actores distintos (Cockshott y Cottrell 1993):
1. Planificación
macroeconómica. Se encarga de fijar los parámetros generales que regulan el
desarrollo económico: cómo repartir el producto final anual entre consumo e
inversión; cómo dividir a su vez el consumo entre consumo individual (bienes y
servicios finales), colectivo (instalaciones públicas e infraestructuras) y servicios
sociales (sanidad, educación, etc.); debe fijar también la jornada laboral
normal así como otros aspectos relativos a la ordenación del territorio, el
equilibrio ecológico, etc.
2. Planificación
estratégica. Tiene como tarea el diseño de la estructura general de la
economía en aquellos aspectos que no entran en la planificación macroeconómica.
Incluiría todo lo relativo a la estructura sectorial de la economía, las
técnicas a priorizar, la elaboración de proyectos estratégicos de inversión, la
I+D+i, etc. Muchas de estas decisiones son también materia de decisión
democrática (al nivel que corresponda) como pueda ser el caso de los
equipamientos comunitarios, los sistemas de transporte y comunicación, etc.
Otras son inicialmente resultado de centros especializados de planificación
(comités conjuntos de científicos, usuarios-consumidores y trabajadores) que
diseñan planes alternativos (que especifiquen ventajas e inconvenientes de cada
uno de ellos) que en último término han de ser sometidos a discusión y decisión
colectiva (por ejemplo, planes de investigación científica para reestructurar
la economía y desarrollar nuevas tecnologías).
3. Planificación
detallada. Se ocupa de fijar el tipo de bienes y servicios que deben
producirse y en qué cantidad para cumplir con el plan estratégico general. Para
poder cumplir con esos objetivos se debe especificar el tipo y número de
insumos necesarios en cada caso. Para ello se requieren al menos dos canales de
comunicación y decisión: i) entre empresas, que deberá acordar las
características exactas de los insumos suministrados, sin necesidad de que la
autoridad central intervenga; esto significa reconocer un elevado grado de
autonomía empresarial; ii) en relación a la producción de medios de consumo
habría que organizar comités tripartidos compuestos por técnicos (científicos y
economistas), empresas (gerencia y trabajadores) y consumidores-usuarios (en
caso de bienes finales de consumo), que decidan sobre nuevos productos y la
mejora de los existentes, todo ello teniendo en cuenta las necesidades de la
población, las posibilidades técnicas y las restricciones económicas (recursos
totales existentes en la sociedad así como para cada rama y proyecto). La clave
aquí es entender que la planificación detallada (o al menos el grueso de ella)
no puede dictarse desde el centro, el cual debe limitarse a establecer las
principales restricciones, de tipo presupuestario, sectorial y territorial. En
buena medida esta parte de la planificación deberá estar territorializada, relativamente
autónoma, constituyendo subsistemas económicos.
ii) La distribución de los bienes de consumo
En una
economía socialista los consumidores gastan sus bonos laborales en los
establecimientos comerciales de acuerdo con sus preferencias. Estas decisiones
de consumo proporcionan un indicador para verificar el cumplimiento del plan y
modificar en tiempo real los objetivos de la producción final de bienes y
servicios. Cada artículo se marca con dos “precios” en horas de trabajo: un
precio de coste, que refleja la cantidad exacta de trabajo que se requiere para
producirlo, y un precio efectivo establecido para equilibrar la oferta con la
demanda (y “vaciar el mercado”), el cual indica lo que se está dispuesto a
pagar por un bien. El balanceo de la economía socializada sigue el siguiente
procedimiento: i) en el corto plazo, si la oferta no coincide con la demanda,
se hace variar los precios efectivos respecto a su precio de coste, aumentando
los de alta demanda y disminuyendo los de baja demanda, o más precisamente, se
sube el precio de los artículos cuyos inventarios se reducen a un ritmo
superior al normal y se bajan en caso contrario; ii) a medio plazo, si las
diferencias entre oferta y demanda persisten (lo que se expresaría en una
relación precio/coste distinta a 1), se modifican las cantidades producidas,
aumentando la producción de bienes cuya relación valor/precio es superior a la
promedio y disminuyéndola en caso contrario. Cada artículo retirado de las
estanterías comerciales (o servicio consumido) se transmite al instante (por
ejemplo, por medio de un código digital como los que se utilizan ya en la
gestión de stocks) a la empresa distribuidora, quien, en su caso, una vez
disminuyen sus inventarios, demanda nuevos pedidos a la fábrica correspondiente,
y ésta hace lo propio con sus proveedores. Toda la información se trasmite a lo
largo de la cadena de dependencias intersectoriales y empresariales del aparato
socializado en tiempo real y sin cortocircuitos, algo imposible en el mercado,
donde cada empresa retiene la información y decide con arreglo a expectativas
de ganancia.
Dado que la
demanda total de bienes y servicios para el consumo individual será igual a su
precio de coste –ya que los bonos de trabajo distribuidos equivalen, por
definición, a las horas de trabajo representadas en ese producto final–, no hay
lugar para el fenómeno inflacionario: los precios efectivos superiores a los
precios de coste de determinados productos se compensan necesariamente con los
precios de cambio inferiores a sus precios de costes del resto de productos.
Una vez
tomadas las decisiones macroeconómicas y estratégicas por procedimientos
democráticos, la estructura de todo el aparato productivo socializado se
orienta a satisfacer las preferencias de los consumidores. Ello permite la
verdadera soberanía del consumidor: igualdad de voto a través de los bonos de
trabajo, nadie obtiene ingresos no ganados mediante trabajo y no existe consumo
inducido por la manipulación publicitaria. No rige el principio plutocrático
del mercado que distorsiona las preferencias de los consumidores y condiciona
la configuración del aparato productivo; como nadie podría comprar ya un yate
(por mucho que ahorre a lo largo de su vida), dejarían de fabricarse (salvo que
se indique lo contrario en el plan para determinados servicios, por ejemplo, de
turismo) y los recursos liberados se destinarían a satisfacer las verdaderas
preferencias individuales y sociales de la población (Guerrero 2007).
ELEMENTOS
DE LA COORDINACIÓN EMPRESARIAL
La construcción
de una economía socialista no enfrenta un problema meramente computacional o de
asignación. Esa es solo la base técnica de una problemática más esencial y
general como es la de establecer un dispositivo institucional capaz de asegurar
el efectivo dominio social sobre el proceso productivo global, impulsando de
ese modo el desarrollo de las fuerzas productivas. Sin entrar en diseños
concretos, sí conviene avanzar que ese dispositivo deberá cumplir con, al
menos, dos requisitos básicos: i) asegurar la participación efectiva del
conjunto de la ciudadanía en la elección de objetivos generales de desarrollo
social; ii) implicar eficazmente a las empresas, tanto gerentes como
trabajadores, en la elaboración y ejecución del plan.
En realidad,
los dos requisitos van ligados y se exigen el uno al otro, pero desde un punto
de vista técnico-económico, que es de lo que nos estamos ocupando en este
artículo, el problema central de este diseño institucional en relación a la
planificación detallada es, a la luz de la experiencia histórica, el de cómo
implicar eficazmente a las empresas en el plan, tanto en su diseño como
ejecución. Pues bien, para conseguir dicho objetivo, entendemos que se deben
cumplir otras dos condiciones básicas:
i) Coordinación
iterativa: el nivel de lo que hemos denominado planificación
detallada se basa en una coordinación iterativa con comunicación
permanente arriba-abajo entre las empresas y la agencia de planificación
central. Las empresas programan su actividad y transmiten la información de sus
resultados al centro para asegurar la coherencia del plan general y resolver
los desequilibrios que se vayan generando, y reciben del centro nuevas órdenes
para reajustar sus objetivos. De este modo, las fases de planificación y
ejecución no quedan escindidas (como sucedía por insuficiencia técnica y
distorsión burocrática en la antigua URSS) sino que son procesos simultáneos y
continuos (Laibman 2011). Este procedimiento de coordinación iterativa rompe
con la dicotomía en la toma de decisiones horizontal/vertical. La planificación
no suprime la autonomía de las empresas para organizar su producción con el fin
de elevar la productividad y cumplir los objetivos del plan. Todo lo relativo a
la organización interna será decidido por la plantilla (y eventualmente por los
consumidores o usuarios si se trata de producción final), pero también habrá
autonomía para ensayar técnicas distintas dentro de las restricciones
financieras que fija el plan (en el nivel correspondiente) y de la contabilidad
de la empresa. Según esta concepción, el plan incorpora el conocimiento local,
incluido el tácito que pueda ser relevante y que señalan los austriacos (Hayek
1997 y Huerta de Soto 2011).
ii) Función
de recompensa: los incentivos morales son fundamentales si se aspira
realmente a avanzar hacia una nueva sociedad con valores de igualdad y
fraternidad, pero parece obvio que no pueden ser condición suficiente para
implicar a los trabajadores en el funcionamiento de la empresa y en la
elaboración y cumplimiento del plan. Se hace también necesario introducir
incentivos materiales que primen a las empresas que más recursos ahorren y
eleven la cantidad, variedad y calidad de los bienes y servicios producidos.
Este será uno de los puntos centrales que deberá abordar cualquier mecanismo de
planificación que se llegue a ensayar. A este respecto, David Laibman (2011)
ha elaborado y formalizado con cierto detalle un modelo donde la recompensa se
relaciona con el nivel planificado por la empresa (a la que se induce que sea ambicioso)
y con el grado de cumplimiento. Así, la recompensa se distribuye, por encima
del salario base y del consumo social, en forma de primas individuales y
colectivas, donde el criterio de desempeño empresarial es multidimensional
(suma de objetivos de producción y productividad, objetivos sociales y
ecológicos), y donde se alienta a la empresa tanto a planificar con ambición
como a cumplir lo anunciado.
La
recompensa, R, se puede establecer como una función continua que se relaciona
con el nivel planificado y con el nivel realizado:
R=xp- b (xp-
xa)2
R tiene dos
términos y los coeficientes a y b determinan el peso relativo asignado a cada
uno: el primer término establece que el nivel planificado,xP ,
contribuye positivamente a la recompensa en una forma lineal simple; el segundo
término reduce la recompensa en la medida en que el nivel realizado, Xa se
desvíe de XP (Laibman 2011: 16).
Debe
advertirse que el dispositivo institucional esbozado no tiene nada que ver con
un mercado. Hemos dicho que la actividad productiva se emprende, como principio
general, en el marco del plan. No hay propiedad privada ni, por tanto, libre
concurrencia. La decisión de qué producir no es una iniciativa privada en
función del beneficio que pueda reportar. Hay distintos niveles de
planificación y en la detallada intervienen criterios técnicos, empresas y
consumidores12. Esto no suprime la toma de decisiones descentralizada al
nivel de las empresas. Estas son autónomas financieramente para evitar usos no
eficientes de los recursos (acaparamiento, uso inadecuado, etc.) y gozan
eventualmente también de iniciativa para la elección de insumos y, por tanto,
de proveedores. En cualquier caso, esta autonomía empresarial puede estar
acotada por criterios fijados en el mismo plan: puede limitarse a determinadas
categorías de productos, a determinadas ramas y grupos de empresas (clusters industriales),
etc., todo ello con el fin de prevenir desequilibrios, así como de favorecer el
cumplimiento de objetivos generales de desarrollo votados por la ciudadanía.
12 Por ejemplo, en el capitalismo actual hay
“emprendedores” o ideas empresariales sobre nuevos productos que luego esperan
a algún inversor para llevarse a cabo. Esto es lo que se puede incentivar en el
socialismo: cooperativas o colectivos que planteen ideas y que el organismo de
planificación sectorial o territorial, junto con la entidad financiera a la que
estén adscritos, decide si se financian.
Resumidamente,
las características del modelo empresarial propuesto para la coordinación
iterativa serían: 1) las empresas (los medios de producción) son propiedad
colectiva (jurídicamente del Estado): no pueden comercializar activos; 2) en
consecuencia, no hay libre movilidad sectorial y territorial; 3) no hay dinero,
solo unidad de cuenta para registrar la contabilidad empresarial (superávits o
déficits) y la contabilidad macroeconómica, pero no atesorar; 4) no deciden qué
producir ni dónde, solo lo relativo a la organización empresarial, incluida
cierta autonomía en la elección de técnicas (suministros, inversión,
organización laboral, contratación de plantilla). Las decisiones
microeconómicas cuyos efectos sean mayoritariamente internos a las empresas
serán adoptadas por consejos de trabajadores, y cuando trascienda el ámbito de
la empresa, recaerá en organismos de poder popular.
NOTAS
3 Un ejemplo reciente en el campo académico de un autor
destacado es Erik Olin Wright en su último libro Construyendo utopías reales
(2015) dedicado a explorar supuestas alternativas a la economía capitalista,
donde descarta de raíz la posibilidad misma de una economía planificada y
parece desconocer la literatura actual en la que nos basamos para este
artículo.
4 Un sistema de precios relativos que es, lógicamente,
una aproximación a los precios de equilibrio, que no son otros que los precios
de producción, que rigen tendencialmente en las economías capitalistas (Nieto
2015).
5 Esta consideración se inscribe en una concepción de
la economía como “ciencia que trata exclusivamente sobre realidades ‘espirituales’,
es decir, sobre la información o conocimientos subjetivos que se crean y
generan por los seres humanos en los procesos de interacción social” (Huerta de
Soto 2011: 25), una delimitación de la disciplina económica que, sencillamente,
supone un cambio de objeto de estudio respecto al de la economía política
clásica y, desde luego, al de Marx.
6 Este significado general de la planificación
socialista puede verse en Lange (1992) o Bettelheim (1971, 1974).
7 Un coeficiente es una cantidad definida en términos
unitarios; en este caso representa la cantidad de trabajo por unidad de
producto o mercancía. Para un desarrollo de esta metodología ver Guerrero
(2000).
“Insumo-Producto
y teoría del valor-trabajo”: Diego Guerrero
Insumo-producto
y Teoría Del Valor-trabajo
Teoría del
valor-trabajo
¿ES POSIBLE DEMOSTRAR LA TEORÍA
LABORAL DEL VALOR?
Diego
Guerrero, enero 2004
[Introducción, p. 1;
1) Una demostración en tres pasos, p. 1;
2) La teoría del valor, como encrucijada en las reflexiones de lo social,
p. 7;
Apéndice 1: El hecho del valor como relación real, fáctica, en la
sociedad capitalista, p. 12;
Apéndice 2: Los precios de los bienes no producidos, según la teoría
laboral del valor, p. 13;
Apéndice 3: Una diferencia entre la sociedad humana y otras sociedades
animales, p. 15;
Referencias, p. 15].
Karl Marx
Trabajo asalariado y capital (1849)
Críticas a
la teoría del valor-trabajo
8 Para una
interpretación de los conceptos de “trabajo complejo” y “simple” en Marx ver
Nieto (2015).
Maxi Nieto Ferrández: “Cómo funciona la economía capitalista: una
introducción a la teoría del valor-trabajo de Marx
9 En el
periodo de transición al socialismo será inevitable, no obstante, mantener
diferencias salariales por cualificación u otras variables para evitar fugas de
profesionales y cuadros científico-técnicos.
10 Cabe
señalar que los balances materiales (no se computaban costes en tiempo de
trabajo como estamos proponiendo) que realizaba el GOSPLAN soviético se
limitaban a mediados de los años 80 a unos 2.000 bienes considerados clave para
el desarrollo de programas estratégicos, como la industria aeroespacial.
Si añadimos los balances que manejaban los distintos ministerios, la cifra
total ascendía a unos 200.000 artículos, algo muy pobre teniendo en cuenta los
cerca de 24 millones de artículos que producía la economía soviética en esa
época (Cockshott y Cottrell 2008: 171, citando como fuente un estudio de O. Yun
1988). David Laibman (2006) ofrece una cifra similar, no superior a 1.500
balances materiales.
11
Bettelheim (1974) estudia en detalle los problemas derivados de este hecho.
12 Por
ejemplo, en el capitalismo actual hay “emprendedores” o ideas empresariales
sobre nuevos productos que luego esperan a algún inversor para llevarse a cabo.
Esto es lo que se puede incentivar en el socialismo: cooperativas o colectivos
que planteen ideas y que el organismo de planificación sectorial o territorial,
junto con la entidad financiera a la que estén adscritos, decide si se
financian.
BIBLIOGRAFÍA
Agafonow,
Alejandro (2008): Nueva lectura de la controversia sobre el cálculo económico
en una economía planificada. La perspectiva liberal-socialista, Madrid: Tesis
Doctoral UCM
Debate sobre
el cálculo económico en el socialismo
Agafonow,
Alejandro y Haartstad, Havard (2009): “El socialismo del siglo
XXI: ¿una alternativa factible?”, Revista de Economía Institucional, vol. 11, nº 20, pp.
287-307.
Referencias
Venezuela
2007
El paso
al socialismo económico y la introducción del modo de producción socialista en
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interpretación de la concepción económica del comunismo en Marx)”, VII Coloquio
Latinoamericano de Economistas Políticos, Caracas, 2007, pp. 1-42.
Guerrero,
Diego. Valores, precios y mercado en el postcapitalismo. Una
interpretación económica del comunismo en Marx. Parte
1 y parte
2. Revista Laberinto, nº 25, 26 y 27. 2007- 2008
Hace
referencia
El Nuevo
socialismo del siglo XXI. Una nueva guía de referencia
Por: Javier
Biardeau
BIBLIOGRAFIA BÁSICA SOBRE NUEVO SOCIALISMO
Hayek,
Friedrich (1997): La fatal arrogancia. Los errores del socialismo, Madrid:
Unión Editorial.
Huerta de
Soto, Jesús (2011): Socialismo, cálculo económico y función empresarial,
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decidir, propuestas para el socialismo del siglo XXI, Barcelona: Viejo
Topo, pp. 17-38.
Derecho a
decidir: propuestas para el socialismo del siglo XXI
(El Viejo Topo, Barcelona 2006) ISBN: 84-96356-79-5 (ed. Venezuela: CIM,
Caracas 2006)
2) La
Insignia
Libro
incompleto
Derecho a
decidir: propuestas para el socialismo del siglo XXI
Editado por
Al Campbell, Joaquín Arriola
Siete
tesis para un socialismo pujante en el siglo XXI - David Laibman
Democracia
económica: propuestas para un socialismo eficaz - David Schweickart
Socialismo
planificado y democracia: procedimientos económicos viables - Al Campbell
Socialismo
libertario: planificación participativa - Robin Hahnel
El
valor y los modelos económicos socialistas - W. Paul Cockshott y Allin Cottrell
David Laibman
Laibman,
David (2011): “Diseño de incentivos, la planificación iterativa y el
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Revista Mexicana de Economía Agrícola y de los Recursos Naturales, Vol. IV,
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Lange, Oskar
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Lange, Oskar
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(1867): El Capital. Crítica de la Economía Política. Libro I, Madrid: Siglo
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Marx, Karl
(1894) Libro III, Madrid: Siglo XXI, 1976.
Marx, Karl
(1875): Crítica del Programa de Gotha, Madrid: Ricardo Aguilera, 1971.
Mises,
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Editorial, 2004.
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Guerrero,
Diego. Valores, precios y mercado en el postcapitalismo. Una
interpretación económica del comunismo en Marx. Parte 1 y parte 2. Revista
Laberinto, nº 25, 26 y 27. 2007- 2008
Hace
referencia
El Nuevo
socialismo del siglo XXI. Una nueva guía de referencia
Por: Javier
Biardeau
[Libro] Felipe Martínez Marzoa: La filosofía de “El capital” 1983
Venezuela
2007
El paso
al socialismo económico y la introducción del modo de producción socialista en
la economía mundial
Sobre Heinz
Dieterich
Lenin y el
revisionismo
El
Socialismo del Siglo XXI
Heinz
Dieterich Steffan
Sobre Heinz
Dieterich
Manuel
Sutherland. 6D: Crisis económica o la falaz "guerra económica en
Venezuela"… derrota histórica y grises perspectivas
Crítica
Marxista a las medidas bolivarianas: Devaluación, Sustitución de Importaciones
y la Venezuela Exportadora
Contribución
a la Crítica de la Economía Política
Contribución
a la Crítica de la Economía Política
Karl
Marx: Prefacio a la Contribución a la Crítica de la Economía Política
Materialismo histórico
.”en la producción social de su vida los
hombres establecen determinadas relaciones necesarias e independientes de su
voluntad, relaciones
de producción que
corresponden a una fase determinada de desarrollo de sus fuerzas
productivas materiales. El
conjunto de estas relaciones de producción forma la estructura económica de la
sociedad, la base real sobre la que se levanta la superestructura jurídica y
política y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social. El modo de
producción de la vida
material condiciona el proceso de la vida social política y espiritual en
general. No es la conciencia del hombre la que determina su ser sino, por el
contrario, el ser social es lo que determina su conciencia.”
Karl
Marx, Prólogo a la Contribución a la crítica de la economía política (1859)
Carta de
Karl Marx a a Joseph Weydemeyer
Esbozo de
crítica de la economía política por Friedrich Engels
Karl Marx y Friedrich Engels: Manuscritos económicos y filosóficos de
1844. Los Cuadernos de París 1844.Los Anales franco-alemanes. En defensa de la
libertad(Los artículos de La Gaceta Renana 1842-1843). Escritos de Juventud
1835-1844. Nueva Gaceta Renana (1848-1849). Elementos Fundamentales para la
Crítica de la Economía Política de Karl Marx. (1857-1858) Grundrisse Tomo 1,2 y
3. Contribución a la Contribución a la Crítica de la Economía Política
1858-1859 y bibliografía complementaria.
Maximiliano
Francisco Nieto Ferrández
“Valor y
productividad en la teoría del valor-trabajo”: Maximiliano Nieto
Valor y
productividad en la teoría del valor-trabajo
M. Nieto
Ferrández
Ciber-comunismo
Planificación
económica, computadoras y democracia
“Ciber-comunismo. Planificación económica, computadoras y democracia”:
Paul Cockshott y Maxi Nieto
“Ciber-comunismo. Planificación económica, computadoras y democracia”:
Paul Cockshott y Maxi Nieto
“Ciber-comunismo”: Entrevista a Paul Cockshott
Paul Cockshott y Maxi Nieto; Ciber-comunismo. Planificación
económica, computadoras y democracia
Editorial
Trotta, Madrid, 2017 (270 páginas), ISBN: 978-84-9879-721-3
A propósito
de Ciber-comunismo
Planificación
económica y desarrollo tecnológico
14/03/2018 | Guillem Murcia López
Paul Cockshott
Computadores y democracia económica
Allin Cottrell* Paul Cockshott**
Carlos Marx Crítica del programa de Gotha 1875
“Computadores
y democracia económica”: W. Paul Cockshott y Allin Cottrell
Computadores y democracia económica
Computadores
y democracia económica
Un artículo
de Allin Cottrell y Paul Cockshott.
“Comunismo
y planificación económica” Joaquín Arriola
Democracia económica y ordenadores
Paul Cockshott
“Hacia un
nuevo socialismo”
Compartimos
con vosotros esta serie de tres vídeos en los que Paul Cockshott, uno de los dos coautores de “Hacia un nuevo socialismo” junto a Allin Cottrell explica el
contexto histórico de la obra y el objetivo que perseguían al escribirla.
Para activar los subtítulos basta con hacer click en la opción “CC” en la esquina inferior derecha del vídeo.
Hacia un
Nuevo Socialismo 1/3
Hacia un
Nuevo Socialismo 2/3
Hacia un
Nuevo Socialismo 3/3
[Libro] Hacia
un NUEVO SOCIALISMO
W. Paul Cockshott y Allin Cottrell
CONTENIDO
Introducción
1.
Desigualdad
2.
Eliminando Desigualdades
3. Trabajo, Tiempo y Computadoras
4. Conceptos
Básicos de la Planificación
5.
Planificación Estratégica
6.
Planificación Detallada
7.
Planificación Macroeconómica y Política Presupuestaria
8. El
Mercado de Bienes de Consumo
9.
Planificación e Información
10. Comercio
Extranjero
11. Comercio
entre Países Socialistas
12. La
Comuna
13. En
Democracia
14.
Relaciones de Propiedad
15.
Consideraciones de algunas Visiones Contrarias
Bibliografía
Índice
Problemas
económicos del socialismo en la URSS
Stalin, Joseph Economic Problems of Socialism in the
USSR
La
construcción del socialismo y el comunismo: la planificación y el proceso para
superar los mercados
Al Campbell
La
planificación socialista de la economía. Entre la utopía y la realidad.
Socialismo y mercado
ResponderEliminarFidel Vascós González
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=13851
V. I. Lenin La economía y la política de la dictadura del proletariado
Escrito: En 1919.
https://www.marxists.org/espanol/lenin/obras/1910s/7xi1919.htm