NOTA DEL EDITOR DE ESTE BLOG: Le he añadido todas los textos que hace
referencia el articulista.
Tenemos que seguir evocando y debatiendo sobre Rosa Luxemburgo, lograr
que el año próximo sea el que merecemos porque su evocación nos ayudará a ver
el mundo de otra manera. En su vida hay diversos tiempos, pero seguramente el
más importante es el que comienza al 4 de agosto de 1914, cuando los partidos
socialdemócratas apoyaron los créditos de guerra y una oleada de patrioterismo
recorrió a la mayor parte del movimiento obrero organizado (casi hasta el
último detalle), para Rosa fue un período de profunda desesperación. Los escasos
partidarios de la lucha contra la guerra, los opositores a la incontenible
corriente social patriótica que se extendía por Alemania, se reunían en su casa
y dudaban acerca de la actitud a adoptar: escisión o actitud de resistencia
en el seno del Partido. Mehring, casi septuagenario, Liebknecht, Pieck, Meyer y
Marchlewski formaban este pequeño grupo. Clara Zetkin los apoya
incondicionalmente. Aún y así, habrá que esperar hasta septiembre para
conseguir el acuerdo de lanzar una primera declaración pública manifestando la
existencia de una oposición en el seno del SPD: la firmarían Mehring, Liebknecht,
Clara Zetkin y Rosa Luxemburg. El proceso de escisión estaba en marcha, pero la
decisión concreta de escindir el Partido aún no había cristalizado suficientemente.
En la Internacional, fueron los socialdemócratas rusos los que reaccionaron con
mayor violencia contra la guerra y la actitud de los socialdemócratas alemanes.
Un
desastre humanitario
El desastre bélico colocaba ante los internacionalistas en una nueva
situación política que trastocaba los planteamientos corrientes hasta entonces.
Una fuerte corriente partidaria de la derrota de las potencias —los
“derrotistas revolucionarios”—, se organizaría en torno a Lenin y los
bolcheviques, cuyo juicio sobre la guerra no era desfavorable: hay que convertir
la guerra mundial en guerra civil. La guerra debería ser la antesala de la
revolución. No era éste, sin embargo, el punto de vista de Rosa. La guerra era
la barbarie, la destrucción de la sociedad, un desastre humano sin paliativos.
De barbarie y destrucción no podían surgir progresos sociales, no podía surgir
el socialismo.
Sin embargo, lo urgente en aquel final del año era denunciar ante las
masas alemanas y ante los socialistas de la Internacional la actuación de los
burócratas y parlamentarios del SPD. Las posibilidades eran escasas, pero la
traición de los dirigentes bien valía el sacrificio. En un ambiente de
chauvinismo socialpatriótico, agitado desde el reaccionario Gobierno alemán y
coreado por los socialdemócratas mayoritarios, se procedió a votar, una vez
más, los créditos militares en el Reichstag. Era el 2 de diciembre de 1914. Un
solo hombre, el diputado socialista Karl
Liebknecht, votó en contra. El resto de diputados
contrarios, una pequeña minoría de los 110 diputados socialdemócratas, se
ausentaron del local para no tener que hacer frente a la decisión de voto.
Pero era mejor así. Un solo hombre pasaba a ser el símbolo de la resistencia
contra la guerra y las masas alemanas así lo empezarían a entender, como no
dejaría de hacerse notar, más tarde, con ocasión de la detención de
Liebknecht, que provocaría las primeras acciones masivas de protesta contra la
guerra.
Por entonces, Rosa tenía que cumplir la pena de prisión a la que había
sido condenada a partir del mes de diciembre. Una enfermedad, que la lleva al
hospital, le permite mantener su libertad y puede participar en la creación del
primer órgano de expresión de la extrema izquierda alemana: la revista “Die
Internationale”, de la cual Rosa fue la responsable y la inspiradora. En el
primer y único número que aparecería, Rosa escribió el artículo La reconstrucción de la Internacional, amarga
crítica del abandono de la lucha de clases por el SPD y la Internacional. Pero
el principal criticado era Kautsky, por su moderación y apatía, a pesar de no
estar de acuerdo con la dirección: En tiempo de paz son válidas, en el
interior del país la lucha de clases y en el exterior, la solidaridad
internacional; en tiempo de guerra, por el contrario, en el interior del país,
la solidaridad de clases y en el exterior, la lucha entre los trabajadores de
los distintos países. El llamamiento histórico del Manifiesto Comunista
experimenta así una adición esencial, y después de la corrección introducida
por Kautsky, reza: ¡Proletarios de todos los países, uníos en tiempos de paz y
degollaos mutuamente en tiempos de guerra! (Frólich; 303)
Las palabras de Rosa destilan la enorme amargura que la bancarrota de la
socialdemocracia le había producido. La reconstrucción de la Internacional,
ante todo, requería la «lucha por la paz» y el abandono de la política iniciada
el 4 de agosto.
Pero este fue el único número de “Die Internationale”, apareció en abril
de 1915, y fue inmediatamente confiscado por las autoridades y prohibida su
posterior edición. Pero Rosa ya no está presente en su aparición: desde el 18
de febrero, sin previo aviso, Rosa había sido arrestada, y recluida en la
prisión femenina de Berlín. Un viaje a Holanda, con Clara Zetkin, para
participar en una conferencia internacional de mujeres, no pudo, tampoco,
realizarla. Entra en prisión, deprimida, agobiada por la derrota de las
posiciones revolucionarias en la Internacional y por el curso de la guerra,
como le confesaría a su amigo Diefenbach. Pero pronto recupera su estado de
ánimo combativo. La reclusión no es excesivamente rigurosa y dispone de tiempo
para trabajar, para pasear, para pensar y para “volver a sí misma”. Sus
distracciones y actividades preferidas vuelven a resurgir. Entre ellas la
botánica: Hace dos años —tú no lo sabes—, tenía otra manía: en Sudende me
sentí arrebatada por las plantas; comencé a coleccionarlas, a herborizar.
Durante cuatro meses no hice absolutamente nada más que pasearme por los
campos y distribuir y clasificar lo que traía de mis excursiones. Ahora poseo
doce herbarios atiborrados y me oriento bastante bien en la “flora indígena”,
es decir, en el patio de la enfermería de aquí, en donde algunos farolillos y
lujuriosas malas hierbas crecen para alegría mía y de las gallinas…le explica a
su “queridísima Lulú” en carta del 18 de septiembre de 1915 (Cartas; 194.)
Pero en la misma carta le confiesa el peso que siente de la
“responsabilidad” que los demás le exigen: Necesito tener algo que me ocupe por
completo, por poco conveniente que sea para una persona seria de la que —para
su desgracia— se espera siempre alguna cosa inteligente… Necesito tener a
alguien que me crea cuando digo que es únicamente por error el que yo gire en
el torbellino de la historia mundial, cuando en realidad yo había nacido para
cuidar gansos (idem)
Pero, desde luego, no todo era botánica en su reclusión. A través de la
eficaz secretaria y amiga de Rosa, Matilde Jacob, se mantenía en estrecho
contacto con los acontecimientos. Leo Jogiches, con quien vuelve a reanudar la
antigua amistad, la mantiene constantemente informada. De esta temporada
carcelaria Rosa obtendría, además del descanso obligatorio, el tiempo necesario
para escribir varias obras importantes: La crisis de la socialdemocracia conocida como el “Folleto de
Junius “ por ser éste el pseudónimo que utilizó (Editada en
Anagrama como La crisis de la socialdemocracia en 1977, con prólogo de Clara Zetkin y una extensa introducción
de Ernest Mandel); Crítica de
las críticas: o lo que los epígonos han hecho de la
teoría marxista, suerte de anticrítica realizada contra aquellos que la habían
atacado con respecto a su libro La acumulación
de capital; y además, escritos estrictamente políticos, como
las directrices políticas de la extrema izquierda, a defender en la
conferencia de Zimmerwald, y que más adelante, a partir del uno de enero de
1916, se convirtieron en los puntos programáticos de la recién creada Liga
Spartacus.
Desde su ingreso en prisión, se producen acontecimientos importantes en
la escena política mundial, y en el interior del partido alemán. En efecto, la
postura de Lenin y los bolcheviques, contraria a la reconstrucción de la
Internacional y deseosa de construir una nueva Internacional revolucionaria,
empiezan a encontrar eco. En septiembre de 1915 se reúne en Zimmerwald,
cerca de Berna, una Conferencia internacional socialista, contra la guerra.
Lenin plantea su consigna: transformación
de la guerra imperialista en guerra civil. Es derrotado, entre otras
razones a causa del voto en contra de los socialistas alemanes, partidarios
del centro inspirado por Kautsky. Es la ruptura entre Lenin y Kautsky. El
espíritu de Zimmerwald, no obstante, se vuelve a reproducir en la conferencia
de Kienthal, en la primavera de 1916, donde se vuelve a adoptar una resolución
de compromiso. Solo Paul Frolich, más tarde biógrafo de Rosa, entre los alemanes,
se manifiesta abiertamente a favor de los bolcheviques.
Las dudas e indecisiones de la izquierda alemana son el reflejo de sus
propias contradicciones, que no tardarán en cristalizar en Partidos organizados
y distintos. A partir de enero de 1916 funciona el grupo Spartacus, así
llamado por el pseudónimo utilizado para la publicación de sus Cartas
Políticas, encabezado por Karl Liebknecht. Un año después se fundaría el
Partido Socialdemócrata independiente (lSPD), con Kautsky, Haase y Ledebour al
frente.
El
espartaquismo
El grupo Spartacus, estaba, evidentemente, inspirado por Rosa, desde
prisión, a través de la redacción de su programa político, revolucionario e
internacionalista. En torno a él se reunían los principales representantes de
la extrema izquierda: Liebknecht, Jogiches Marchlewski, Clara Zetkin, Mehring,
Pieck y otros. Pero no todo era fácil para la izquierda: Liebknecht había sido
movilizado y enviado al frente ruso; Clara, detenida y liberada tras seis meses
de prisión; Meyer y otros, a su vez, habían sido también detenidos.
Este tiempo de prisión, que mantiene a Rosa físicamente alejada de la
controversia en la Internacional y en el partido alemán, no significa sin
embargo, que le aisle ni mucho menos. Por el contrario, su influencia entre la
izquierda y a través de ésta, entre las masas, empieza a crecer. Se empiezan a
difundir los puntos programáticos de la futura Liga Spartacus, claramente
revolucionarios: Rosa era su autora y la Liga Spartacus, su grupo, como decían
sus adversarios y enemigos.
El programa de Spartacus era internacionalista y revolucionario, entre
sus puntos fundamentales podemos citar los siguientes: 1. La guerra mundial ha
destruido el resultado de cuarenta años de trabajo del socialismo europeo… ha
destruido a la clase obrera revolucionaria como instrumento político de poder…
Ha destruido la Internacional proletaria. 2. Al votar los créditos de guerra
los dirigentes de los partidos socialistas alemán, francés e inglés han reforzado
el imperialismo… y han asumido su parte de responsabilidad en las consecuencias
de la guerra. 3. Esta táctica es una traición… 9. El imperialismo,
en tanto que fase última de poder político del capitalismo, es el enemigo común
de las clases obreras de todos los países…12. Dada la traición de los objetivos
y de los intereses de las clases obreras por sus representantes oficiales, se
hace completamente necesario que el socialismo cree una nueva Internacional,
que asuma la dirección y la coordinación de la guerra de las clases
revolucionarias contra el imperialismo en todo el mundo.» (Netl, pp. 620-622.)
Este programa político, que culmina con una serie de puntos tácticos,
finaliza con la siguiente afirmación: La
patria de todos los proletarios es la Internacional socialista y su defensa
debe pasar delante de cualquier otra cosa.
Rosa fue liberada de la prisión el 22 de enero de 1916, y fue recibida
clamorosamente por centenas de personas. Entre ellas, Liebknecht, con un permiso
obtenido en el frente, para poder participar en las sesiones del Reichtag,
donde atacó duramente la política militarista e imperialista del Gobierno. El
“grupo Spartacus”, en realidad todavía débil y desorganizado, aparecía como
cada vez más peligroso a los ojos de la policía, el Gobierno y los partidos
burgueses.
A Rosa la esperaban, sin embargo, nuevos problemas. Su “folleto de Junios”, acabado de escribir en
abril de 1915 y sacado dificultosamente de la prisión, reposaba en su
escritorio, sin haber sido publicado. Dificultades técnicas lo habían impedido.
Rosa las supera y en abril de 1916, un año después de su redacción, el folleto
de Junius verá la luz. Su otro trabajo carcelario, la Anticrítica, no lo vería
nunca publicado. Aparecerá por vez primera en Leipzig en 1921.
El Folleto de Junius es una violenta requisitoria contra la
socialdemocracia cobarde cuyo alineamiento al lado de los Gobiernos
imperialistas ha provocado una enorme derrota del proletariado, de proporciones
y consecuencias aún no imaginables.
Al decir de Rosa, la guerra está mostrando ya su verdadera faz. Se
acabaron las alegres despedidas de los soldados que parten hacia el campo de
batalla, se acabaron los desfiles, las patrióticas arengas, el falso entusiasmo
animado por el militarismo. La guerra se presenta como lo que es: una
carnicería repugnante en la que los pueblos de Europa se destrozan entre sí
para mayor gloria de sus respectivos gobiernos imperialistas. Y de los
capitalistas que se enriquecen en el conflicto. El proletariado, por su parte,
ha sufrido la más aguda derrota de su historia.
Enlodada, deshonrada, embarrada de sangre, ávida de riqueza: así se presenta
la sociedad burguesa, así, es ella. Para el proletariado sería el colmo de la
lo-cura dejarse llevar por las ilusiones u ocultar esta catástrofe; sería lo
peor que le pudiera ocurrir… Solo alcanzará su liberación si sabe aprender de
sus propios errores. Para el movimiento proletario, la autocrítica, una
autocrítica valiente, cruel, que llegue hasta el fondo de las cosas es el aire
y la luz sin la cual no puede vivir. En la guerra mundial actual, el proletariado
ha caído más bajo que nunca. Es una desgracia para toda la humanidad. Pero
solamente sería el fin para el socialismo en el caso de que el proletariado
internacional se negará a medir la hondura de su caída y a sacar las enseñanzas
que de ella se derivan (Rosa Luxemburgo, La crisis de la socialdemocracia; Ed.
Anagrama, Barcelona, 1977, p. 39).
Rosa Luxemburgo. Tesis sobre las tareas de la socialdemocracia de la socialdemocracia internacional (1916)
La responsabilidad histórica de este hundimiento de la conciencia
proletaria debe recaer sobre las espaldas de los socialdemócratas alemanes que
han traicionado a la Internacional, el 4 de agosto.
En ninguna parte la organización del proletariado ha sido puesta tan
totalmente al servicio del imperialismo; en ninguna parte ha sido soportado el
estado de sitio con tan poca resistencia; en ninguna parte la prensa ha sido
tan amordazada, la opinión pública tan estrangulada, la lucha de clases
económica y política de la clase obrera tan totalmente abandonada como en
Alemania (Idem; 41) Su denuncia de la guerra imperialista hace las veces de
introducción a lo que va a ser su argumentación de fondo, que versa sobre tres
pilares esenciales: la naturaleza
imperialista de la fase de desarrollo capitalista que atraviesa Europa; el
carácter inter-imperialista de la guerra y la imposibilidad de “guerras
nacionales” donde la defensa nacional juegue el papel central, como había
ocurrido en los conflictos bélicos del siglo XIX y el papel del proletariado y
su organización política en el conflicto, orientado hacia la revolución social.
La era del imperialismo representa la entrada en acción en la escena
política mundial de fuerzas poderosas que tienden a mantener o a expandir las
áreas de influencia de las diversas potencias. El militarismo es, pues, una
consecuencia derivada del desarrollo imperialista. La historia reciente de
Europa así lo demuestra. Turquía, Marruecos, los Balcanes, zonas de expansión
del capitalismo alemán, contra los intereses de otras
potencias así lo han sufrido en sus propios territorios. Pero el reparto del
mundo entre las potencias imperialistas toca a su fin y el proceso
expansionista sólo puede continuar a costa de alguna de las potencias en juego.
La guerra inter-imperialista es
inevitable. Lo que está en juego en la guerra mundial es, no la salvación de
la patria como vociferan los corifeos patrioteros de los Gobiernos
imperialistas, sino los mezquinos intereses de una minoría explotadora.
El conflicto esconde la lucha por dirimir la influencia que a nivel
mundial corresponde a cada potencia. Unas y otras son anexionistas, militaristas
e imperialistas. No cabe hablar, pues, de guerras “nacionales”, de «defensa
nacional», en el caso de ninguna de las potencias presentes en la guerra. Cabe
hacer la excepción, quizá, de los pequeños países agredidos: Bélgica, Serbia…
Pero la naturaleza profunda de la guerra ha variado con respecto a anteriores
enfrentamientos. Lenin, en su respuesta a El folleto de Junius, critica esta
posición de Rosa, aduciendo el carácter de guerra nacional liberadora que
pueden poseer las luchas de resistencia de los pueblos
colonizados. Rosa hubiera estado ciertamente de acuerdo, pero a lo que
ella se refiere es a la guerra entre Estados europeos, imperialistas.
Lenin escribió esta crítica del Folleto Junius
V. I.
Lenin. El programa militar de la revolución proletaria
Escrito: En
septiembre de 1916.
Lenin escribió esta crítica del Folleto Junius
La segunda crítica de Lenin a este folleto versa sobre la no
caracterización como oportunista de los dirigentes socialdemócratas,
vinculados a su vez indisolublemente al conflicto bélico. Sin embargo, Rosa no
se muerde la lengua al respecto:…la socialdemocracia renunció oficialmente a la
lucha electoral, es decir, a toda agitación y a toda discusión ideológica en
el sentido de la lucha de clase proletaria y redujo las elecciones a su simple
contenido burgués: lograr la mayor cantidad posible de escaños, para lo cual
estableció relaciones amistosas con los partidos burgueses (Idem; 116)
Luego añade: Al aceptar el principio de la Unión sagrada, la socialdemocracia
renegó de la lucha de clases para toda la duración de la guerra… Al renegar de
la lucha de clases, la socialdemocracia se ha anulado a sí misma como partido
político representante de la clase obrera (Idem; 121) Y sigue: Esta postura de
la socialdemocracia, anterior a la guerra, da lugar a que sea incapaz de
intervenir en el curso de la misma, que sea incapaz de desviar su desarrollo
hacia la conquista de la liberación del proletariado. Al votar los créditos de
guerra, la socialdemocracia se entrega con todas sus energías a salvar la
sociedad capitalista de su propia anarquía consecutiva a la guerra; por lo
tanto, se entrega a prolongar indefinidamente la guerra y a aumentar el número
de sus víctimas (Idem; 125)
Las argumentaciones posibilistas, nacionalistas, de defensa nacional
aducidas por la mayoría de la socialdemocracia son rechazadas por Rosa como
pretextos fútiles que enmascaran en la realidad una posición burguesa frente a
la guerra. Y otro tanto sucede con el derecho de las naciones a la
autodeterminación enarbolado por los oportunistas para justificar su alineamiento
al lado del imperialismo, como posición necesaria para salvaguardar el derecho
a la autodeterminación de Alemania. Según sus criterios, la política
imperialista no es obra de un país o de un grupo de países sino que es el
producto de la evolución mundial del capitalismo en un momento dado de su
maduración, que es un fenómeno natural, un todo inseparable que no se puede comprender
más que en sus relaciones recíprocas y al cual ningún Estado puede sustraerse
(Idem; 134), por consiguiente, la guerra en curso es el resultado inexorable
de ese proceso, el deber de la social-democracia era haberlo previsto y
caracterizado correctamente, no alineándose al lado de los gobiernos
burgueses, sino desarrollando la lucha de clases.
Los
intereses del proletariado
Lo que los dirigentes de la socialdemocracia debían haber propuesto en
tanto que vanguardia del proletariado consciente, no eran recetas ridículas de
naturaleza técnica, sino dar la consigna política, formular con claridad las
tareas y los intereses políticos del proletariado en el curso de la guerra
(Idem; 147)
Dicho lo cual, Rosa lanza una vigorosa defensa del internacionalismo,
demostrando la identidad de intereses proletarios, en la guerra y en la paz;
la necesidad de la lucha común contra el enemigo común: En la guerra actual, el
proletariado consciente no puede identificar su causa con ninguno de los dos
campos (Idem; 158), exclama. Y concluye su escrito con estas bellas palabras:
…se confirma que la guerra actual no es solamente un asesinato,
sino también un suicidio de la clase obrera europea… Esta locura cesará
el día en que los obreros de Alemania, de Francia, de Inglaterra y de Rusia
despierten al fin de su embriaguez y se tiendan la mano fraternal, ahogando a
la vez el coro bestial de los militaristas y el ronco bramido de las hienas
capitalistas, lanzando el viejo y poderoso grito
de guerra del trabajo: Proletarios de todos los países, uníos, (Idem;
164-165)
El “Junius Brochure” acompañado de las tesis de Rosa que servían de
programa al recientemente formado grupo Spartacus, provocan una gran sacudida
en la izquierda socialdemócrata. Los campos empiezan a clarificarse: la
derecha mayoritaria, con la dirección del SPD al frente: Ebert, Scheidemann,
Noske; el centro, dirigido por Kautsky, Bernstein, Ledebour y Haase y la
izquierda, agrupada en el llamado grupo “Internationale”, que publica las
“Cartas a Spartacus”, nombre con que se le conocerá a partir de 1918, y que se
agrupa en torno a Rosa, Liebknecht, Zetkin, Mehring, Jogiches y Pieck.
Pero la jerarquía del SPD mantenía aún, ficticiamente, su unidad, de
hecho, Spartacus entiende la necesidad de pasar a la ofensiva. En 1916 las
masas no son ya presa fácil de la propaganda chauvinista e imperialista. La
guerra se muestra tal cual es, y la miseria y el hambre empiezan a contrastar
vivamente con el enriquecimiento de algunos capitalistas de la retaguardia. El
grupo de Rosa y Liebknecht se marca como objetivo celebrar el Día Internacional
del Trabajo, con una jornada de agitación, de manifestaciones y mítines.
Los intentos de actuar en común con los “centristas” fracasan y el grupo
Spartacus se lanzan en solitario a la convocatoria de la acción. En el lugar y
la hora de la manifestación muchos miles de personas se congregan: Karl Liebknecht toma la palabra: “Abajo el
Gobierno; abajo la guerra”, resuena su grito en la Postdamerplatz de Berlín. Es
instantáneamente detenido, lo cual da lugar a una manifestación de protesta
que dura varias horas.
Karl Liebknecht
en inglés
Liebknecht, procesado y juzgado, es condenado el 28 de junio a dos años
de prisión y, por su intervención en el juicio, el Tribunal Supremo militar
eleva la pena a cuatro años y un mes. La sentencia en contra de éste ocasionó
la primera huelga general política durante la guerra. Era el síntoma de que
algo empezaba a cambiar y que el proletariado empezaba a salir de su letargo.
Para Rosa, sin embargo, la actividad, la febril actividad de esos meses,
no iba a durar mucho tiempo. El 10 de julio, vuelve a ser nuevamente arrestada.
Su arresto no va a ser seguido de juicio: será detenida preventivamente.
Otros espartaquistas van a caer en manos de la policía: Mehring y Meyer,
encarcelados, Marchlewski en un campo de concentración. Pero las cartas de
Spartacus no van a cesar de publicarse. Pero el inagotable Leo Jogiches
aseguraba la continuidad de la agitación.
Cartas
desde la prisión
Rosa fue encerrada, primero, en la prisión femenina de Berlín, pero a
mediados de septiembre será trasladada a la Jefatura de Policía, donde la
«alojan» en un infecto cubil de once metros cúbicos, lleno de chinches, sin luz
y sin ninguna libertad de movimientos. Cortada de sus escasas relaciones con el
exterior, Rosa escribirá más tarde: El mes y medio que estuve allí hizo encanecer
mi cabeza y quebró mis nervios de tal forma que pienso que ya no me recuperaré
jamás. (Frolich, p. 325.) A finales de octubre es trasladada a la fortaleza de
Wronke, en Posnania. Allí disfruta de mayor tranquilidad, puede pasear, una de
sus aficiones favoritas y sobre todo, quizá con la ayuda de algún funcionario
complaciente, puede comunicarse con amigos y camaradas. Su correspondencia es
especialmente abundante en este período. Escribía a Sonia, la mujer de
Liebknecht, a “su querida Lulú”, a Clara Zetkin, pero sobre todo a su amigo
Diefenbach, con quien había reanudado sus relaciones durante su
corto período de libertad. Se suponía que ambos se casarían al finalizar la
guerra. No podría ser porque Diefenbach muere en la guerra, en noviembre
de 1917, estando ella en la cárcel de Breslau, donde ha sido transferida desde
julio de 1917.
La etapa de su estancia en Wronke es relativamente plácida.
Recupera sus antiguas aficiones, la botánica principalmente,
pasea mucho, lee y escribe artículos que publicará después la prensa
clandestina, traduce la autobiografía de Vladimir Korolenko, Historia de mi
contemporáneo, con el fin de dar a conocer la moderna literatura rusa. Sin
embargo, su lejanía de los acontecimientos da lugar a que sus escritos
políticos sean repetitivos de anteriores posiciones mantenidas por ella. Su
estancia en Wronke se caracteriza por la placidez, la tranquilidad de espíritu,
la lejanía relativa de los acontecimientos y la nostalgia de los amigos y
amigas, de la vida política —no de “la política”—, la vuelta a su intimismo y
la recuperación de sus sentimientos más profundos.
Esta situación cambia brutalmente cuando la trasladan a la cárcel de
Breslau. En ella, Rosa está más cerca, físicamente cerca, de la guerra.
Cargamentos de uniformes ensangrentados, que los presos tienen que zurcir;
vehículos militares que entran y salen de la cárcel… Rosa siente la guerra y
siente su brutalidad. Un soldado, que conduce un carro tirado por búfalos —es
la primera vez que Rosa ve estos animales— los golpea salvajemente, haciéndolos
sangrar, con una crueldad tal que el guardián de la prisión le pregunta si no
tiene piedad de las bestias: Y de nosotros, ¿quién tiene piedad?, responde el
soldado. Este acontecimiento, aparentemente trivial, afecta a Rosa
intensamente como se lo hace saber a su amiga Sonitchka, a la que le narra esta
historia. La muerte de Diefenbach la sumerge en un estado de apatía
y resignación.
Es para mí como una palabra cortada en medio de una frase, como un acorde
interrumpido que continuo oyendo. Hacíamos miles de proyectos para después de
la guerra; queríamos gozar de la vida, viajar, leer buenos libros, admirar la
primavera como nunca… No lo concibo: ¿es posible? ¡Como una flor arrancada y
pisoteada… (Cartas, 220.) le escribe a Louise Kautsky. Y en una carta posterior
le confiesa: …vivo soñando que está aquí, le veo vivo, delante de mí, con el
pensamiento, hablo con él de todas las cosas, en mí continúa viviendo (Idem;
220)
Los acontecimientos exteriores, sin embargo, no pasaban desapercibidos a
Rosa. En medio de su aislamiento, en Wronke, recibe una primera gran noticia:
la revolución ha estallado en Rusia. El zar ha abdicado. Es febrero de 1917. Y
meses después, otra gran noticia: los bolcheviques toman el poder en Rusia.
Lenin es Presidente del Consejo de Comisarios del Pueblo. Su antiguo amigo y
dirigente del socialismo polaco (DKPL) y ulterior responsable de las Cheka,
Félix Dzyerzinski, es también comisario del pueblo. Rosa, desde su encierro,
se entusiasmará ante tales triunfos. Pero no por ello dejará de ejercitar sus
dotes críticas al respecto, pero esto merece mayor atención.
(*) Inicialmente este trabajo estaba destinado a la revista Tiempo
de Historia que dirigía Eduardo Haro Teglen en los años setenta, pero
cerró antes de poder publicarlo. Estaba basado sobre todo en la lectura de Rosa
Luxemburgo (México, Ediciones Era, 1974), la biografía escrita por J. P. Nettl,
la más completa de las publicadas hasta el presente. J. P. Nettl se
confiesa abiertamente anticomunista dirá que “aquellos que se complacen con la
crítica de los principios de la revolución bolchevique, harían mejor
encaminando a otro lugar sus pasos”. Esta biografía está publicada por ERA.
Otras biografías importantes de Rosa, las de Paul Frölich, Lelio Basso, Norman
Geras aparecieron, respectivamente, en las editoriales Fundamentos, Península y
ERA.
El luxemburguismo en España 1. Introducción
El luxemburguismo en España: 2. Rosa y el espartaquismo
El luxemburguismo en España: 3. Biografías
El luxemburguismo en España: y 4. Obras
Rosa Luxemburgo hoy
Rosa Luxemburgo y la cuestión nacional (primera parte)
Rosa Luxemburgo La cuestión nacional (1909) (segunda parte)
Georges Haupt Los marxistas frente a la cuestión nacional: La historia
del problema. Rosa Luxemburgo La cuestión nacional (tercera parte)
Rosa Luxemburgo En defensa de la nacionalidad (1900). Lenin El orgullo
nacional de los rusos 1914. Rosa Luxemburgo La cuestión nacional (cuarta
parte)
Rosa Luxemburgo: La memoria del "Proletariado" 1903. Rosa
Luxemburgo La cuestión nacional (quinta parte)
Rosa Luxemburgo: La acrobacia programática de los socialpatriotas (1902).
Rosa Luxemburgo: La cuestión nacional (sexta parte)
Rosa Luxemburg o la libertad de los y las que piensan distinto. Fundación Rosa Luxemburgo
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Rosa Luxemburgo y la democracia Juan Manuel Vera
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