Carlos Marx
Circular del Comité Central a la Liga Comunista, Marzo de 1850
Mientras el partido democrático, el partido de la pequeña burguesía, amplía y robustece su organización, el partido de la clase obrera pierde su cohesión o forma organizaciones locales para fines locales, y así se ve envuelto en el movimiento democrático y cae bajo la influencia de la pequeña burguesía. Este estado de cosas debe terminar; la independencia de la clase trabajadora debe ser restablecida.
Os hemos dicho, hermanos, en 1848 que el liberalismo alemán vendría pronto al Poder y emplearía éste una vez más contra la clase trabajadora. Habéis visto cómo ha sido realizado. Fue la burguesía quien, después del victorioso movimiento de marzo de 1848, tomó las riendas del gobierno, y el primer uso que hizo del Poder fue hacer retroceder a los trabajadores, sus aliados en la lucha contra el absolutismo, a su anterior condición de oprimidos. No podían ellos conseguir su propósito sin la asistencia de la derrotada aristocracia, a la cual transfieren incluso el Poder gubernamental, guardando, no obstante, para sí mismos la intervención definitiva del Gobierno a través del presupuesto.
La parte que los liberales jugaron en 1848, este papel de traición, será desempeñado en la próxima revolución por el partido de la pequeña burguesía, la cual, entre los partidos de oposición al Gobierno, está ahora ocupando la misma posición que los liberales tenían antes de la revolución de Marzo. Este partido democrático, el cual es más peligroso para los trabajadores que lo fue el partido liberal, está integrado por los siguientes elementos:
- Por los miembros más progresivos de la alta burguesía, cuya misión es barrer todos los residuos de feudalismo y absolutismo;
- Por la pequeña burguesía democrático-constitucional, cuyo principal objeto es establecer una federación democrática de los Estados alemanes, y
- Por la pequeña burguesía republicana, cuyo ideal es transformar Alemania en una especie de República suiza. Estos republicanos se llaman a sí mismos "rojos" y "socialdemócratas", porque tienen el piadoso deseo de remover la presión del gran capital sobre el más pequeño y la que la gran burguesía ejerce respecto de la pequeña.
Todos los partidos, después de la derrota que han sufrido, se llaman republicanos o rojos, exactamente igual que en Francia la pequeña burguesía republicana se llama a sí misma socialista. Donde, no obstante, tiene la oportunidad de lograr sus fines por métodos constitucionales, usan su vieja fraseología y muestran por los actos que no han cambiado en absoluto. Es, naturalmente, evidente que el cambio de nombre de tal partido no altera su actitud hacia la clase trabajadora; esto prueba únicamente que en su lucha contra las fuerzas unidas del absolutismo y de los capitalistas fuertes ellos necesitan la ayuda del proletariado.
El partido democrático pequeño-burgués es muy poderoso en Alemania. Abarca, no solamente la gran mayoría de la población de las ciudades (pequeños comerciantes y artesanos), sino también los terratenientes y jornaleros, en tanto los últimos no han establecido todavía contacto con el proletariado de la ciudad.
La clase trabajadora revolucionaria actúa de acuerdo con ese partido mientras se trata de luchar y abolir la coalición aristocrático-liberal; en todas las demás cuestiones, la clase trabajadora revolucionaria necesita actuar independientemente.
La pequeña burguesía democrática está muy lejos de desear la transformación de toda la sociedad; su finalidad tiende únicamente a producir los cambios en las condiciones sociales que puedan hacer su vida en la sociedad actual más confortable y provechosa.
Desea, sobre todo, una reducción de los gastos nacionales por medio de una simplificación de la burocracia y la imposición de las principales cargas contributivas sobre los señores de la tierra y los capitalistas. Pide igualmente establecimientos de Bancos del Estado y leyes contra la usura; todo a los fines de librar de la presión del gran capital a los pequeños comerciantes y obtener del Estado crédito barato. Pide también la explotación de toda la tierra para terminar con todos los restos del derecho señorial. Para este objeto necesita una Constitución democrática que pueda darles la mayoría en el Parlamento, Municipalidades y Senado. Con el fin de adueñarse del Poder y de contener el desarrollo del gran capital, el partido democrático pide la reforma de las leyes de la herencia, e igualmente que se transfieran los servicios públicos y tantas empresas industriales como se pueda a las autoridades del Estado y del Municipio. Cuanto a los trabajadores, ellos deberán continuar siendo asalariados, para los cuales, no obstante, el partido democrático procurará más altos salarios, mejores condiciones de trabajo y una existencia más segura. Los demócratas tienen la esperanza de realizar este programa por medio del Estado y la Administración municipal y a través de instituciones benéficas.
En concreto: aspiran a corromper a la clase trabajadora con la tranquilidad, y así adormecer su espíritu revolucionario con concesiones y comodidades pasajeras.
. Las peticiones democráticas no pueden satisfacer nunca al partido del proletariado. Mientras la democrática pequeña burguesía desearía que la revolución terminase tan pronto ha visto sus aspiraciones más o menos satisfechas, nuestro interés y
nuestro deber es hacer la revolución permanente, mantenerla en marcha hasta que todas las clases poseedoras y dominantes sean desprovistas de su poder, hasta que la maquinaria gubernamental sea ocupada por el proletariado y la organización de la clase trabajadora de todos los países esté tan adelantada que toda rivalidad y competencia entre ella misma haya cesado y hasta que las más importantes fuerzas de producción estén en las manos del proletariado.
Para nosotros no es cuestión reformar la propiedad privada, sino abolirla; paliar los antagonismos de clase, sino abolir las clases; mejorar la sociedad existente, sino establecer una nueva. No hay duda de que con el mayor desarrollo de la revolución la pequeña burguesía democrática puede advenir por algún tiempo el partido más influyente de Alemania.
Los trabajadores no deben moverse por el general entusiasmo hacia el nuevo estado de cosas, al cual siguen usualmente luchas en las calles; deben guardar todo su ardor por una fría y desapasionada concepción de las nuevas condiciones, y manifestarán abiertamente su desconfianza respecto del nuevo Gobierno. Fuera del Gobierno oficial constituirán un Gobierno revolucionario de los trabajadores en forma de Consejos ejecutivos locales o comunales, Clubs obreros o Comités de trabajadores; de tal manera, que el Gobierno democrático burgués, no solamente pierda todo apoyo entre los proletarios, sino que desde el principio se encuentre bajo la vigilancia y la amenaza de autoridades tras de las cuales se halla la masa entera de la clase trabajadora.
El armamento de todo el proletariado con fusiles, cañones y municiones debe ser realizado en el acto; necesitamos prevenir el resurgimiento de la vieja milicia burguesa, cosa que ha sido siempre hecha contra los trabajadores. Donde esta medida no pueda cumplirse, los trabajadores tratarán de organizarse ellos mismos en una Guardia independiente, con sus propios jefes y su Estado Mayor, para ponerse a las órdenes, no del Gobierno, sino de las autoridades revolucionarias elegidas por los obreros. Donde los trabajadores estén empleados en servicios del Estado deben armarse y organizarse en Cuerpos especiales, con jefes escogidos por ellos mismos o formando parte de la Guardia proletaria.
Bajo ningún pretexto darán sus armas y equipos, y todo intento de desarme debe ser vigorosamente resistido.
El primer punto que provocará el conflicto entre demócratas y proletarios es la abolición de todos los derechos feudales. Los demócratas pequeño-burgueses, siguiendo el ejemplo de la primera revolución francesa,
mantendrán la tierra como propiedad privada de los campesinos; esto es,
dejarán a los obreros agrícolas como están y
crearán una pequeña burguesía campesina, que atravesará el mismo ciclo de miseria espiritual y material en que se encuentra actualmente el campesino francés.
Los trabajadores, en interés
del proletariado agrícola tanto como en su propio interés, deberán oponerse a semejantes propósitos.
Pedirán que las tierras feudales confiscadas sean nacionalizadas y convertidas en explotaciones dirigidas por grupos de trabajadores de la tierra; todas las ventajas de la explotación agrícola en grande escala deberán ser puestas a su disposición; estas colonias agrícolas, trabajadas
según el principio cooperativo, deberán ser organizadas en medio de las resquebrajaduras institucionales de propiedad. Así como los demócratas están combinados con la pequeña burguesía campesina, así nosotros debemos luchar hombro con hombro con el proletariado agrícola.
Además
, los demócratas trabajarán directamente por
una República federal, o por lo menos, si no pueden evitar la formación de la
República una e indivisible, tratarán de
paralizar la centralización del Gobierno concediendo la independencia posible a las
Municipalidades y provincias. Los obreros deben luchar contra este plan, no sólo para conseguir la una e indivisible República alemana,
sino para lograr concentrar el mayor poder posible en manos del Gobierno central.
No deben ser engañados por las democráticas vulgaridades alrededor de la libertad de los Ayuntamientos, self-determination, etc., etc. En un país como Alemania, donde hay tantas reminiscencias medievales que barrer y tanta local y provincial obstinación que quebrantar, por ninguna circunstancia puede permitirse que ciudades y provincias opongan obstáculos a la actividad revolucionaria que necesita emanar del centro. Que los alemanes tengan que luchar y morir como hasta aquí lo han hecho, una y otra vez, por cada avance, en cada ciudad y en cada provincia separadamente, es algo que no puede ser tolerado. Como en Francia en 1793, así es hoy la tarea del partido revolucionario alemán: centralizar la nación.
Hemos visto
que los demócratas vendrán al Poder
en la primera fase del movimiento, y que serán obligados a proponer medidas de mayor o menor naturaleza socialista.
Se preguntarán qué medidas contrarias deberán ser propuestas por los trabajadores.
Naturalmente, en el comienzo no podrán proponer las actuales medidas comunistas; pero se puede compeler a los demócratas a atacar el viejo orden social por tantos puntos como sea posible, perturbar sus procedimientos regulares,
comprometerlos a ellos mismos y concentrar en las manos del Estado, en la proporción que se pueda, las fuerzas productivas, los medios de transporte, fábricas, ferrocarriles, etc. etc. Las determinaciones
de los demócratas, los cuales
en ningún caso son revolucionarios, sino simplemente reformistas, deben ser estimuladas hasta el punto de que se conviertan en
ataques directos a la propiedad privada; así, por ejemplo,
si la pequeña burguesía propone la incautación de los ferrocarriles y las fábricas,
los trabajadores deben decir que, siendo estos ferrocarriles y estas fábricas propiedad de los reaccionarios, tienen que
ser confiscados simplemente por el Estado y sin compensación. Si los
demócratas proponen
impuestos proporcionales,
los trabajadores deben pedir
impuestos progresivos; si
los demócratas se declaran en favor de un
impuesto progresivo moderado,
los trabajadores deben insistir en
un impuesto que paso a paso,
gradualmente, signifique
el hundimiento del gran capital; si
los demócratas proponen la
regulación de la Dieta Nacional,
los trabajadores deben
pedir la bancarrota del Estado.
Las demandas de los trabajadores dependerán de los propósitos y medidas de los demócratas. Si los trabajadores alemanes han de venir solamente al Poder y al logro de sus intereses de clase después de un prolongado desarrollo revolucionario, pueden, al menos, estar ciertos de que el primer acto de este drama revolucionario coincidirá con la victoria de su clase en Francia, y esto acelerará seguramente el movimiento de su propia emancipación.
Pero ellos mismos han de realizar la mayor parte del trabajo; necesitarán ser conscientes de sus intereses de clase y adoptar la posición de un partido independiente. No deben ser apartados de su línea de independencia proletaria por la hipocresía de la pequeña burguesía democrática.
Su grito de guerra debe ser: "La Revolución permanente".
Londres, marzo de 1850