Por Marat
Situemos
la cuestión
Hace unos días escribí un artículo en el que señalaba que el
discurso y la práctica del mundo progre-liberal, que defendían a los
“demócratas” de Obama y de Hillary Clinton más recientemente, como el
menor de los males, habían traído al ultrareaccionario Trump como mal mayor.
Para quien desee seguir el hilo argumental de aquél texto y el que desarrollaré
en éste sugiero que lea el primero. Insisto en que lo hagan, no sea que, al no
hacerlo, pretendan luego extraer conclusiones sobre lo que he pretendido decir
que en ningún caso he dicho ni sugerido.
La derrota de la señora Clinton y la consiguiente victoria de Trump
ha dividido a gran parte de eso que se hace llamar a sí misma “la izquierda”, un
concepto en descomposición en el que muchos de sus adscritos
chapotean entre la confusión, el aturdimiento, la perplejidad y su acelerada
involución ideológica.
Los sectores más moderados de esa llamada “izquierda”, los “progres”, se
alinearon con las tesis de los demócratas norteamericanos que, recordemos han
sido grandes neoliberales, a la vez que salvajemente belicistas. Un sector
de los supuestamente más radicales se han inclinado, especialmente tras su
victoria electoral, con Trump, más que con los republicanos. Ambas
posturas indican hasta que punto el conjunto de esa llamada
“izquierda” carece de proyecto, posiciones ideológicas y relato político
propios.
Hoy lo que muchos se empeñan en llamar “la izquierda” no existe, está
muerta.
Una parte de ella se encarga en los gobiernos o en los reductos
de institucionalidad que ocupa de cumplir las exigencias del capital y de
arrebatar derechos, condiciones de vida y dignidad a la clase trabajadora. Es
la tarea de la vieja y nueva socialdemocracia, los partidos social-liberales,
progresistas y de los emergentes “populismos de izquierda” europeos, además de
justificar y/o entregarse a las intervenciones humanitarias (violencia bélica y
terrorista) de los Estados capitalistas. Sobre este segmento ya hemos hablado
en un artículo anterior relativo a la victoria de Trump en las elecciones en
EEUU.
Un sector creciente de la otra izquierda, de la autodenominada
revolucionaria, presenta graves signos de involución ideológica,
ubicándose en posiciones de apoyo a los sectores más reaccionarios y
prefascistas, como es el caso de Donald Trump.
Es necesario diferenciar entre lo que es una celebración más o menos
explícita por el triunfo del candidato republicano y lo que es un
desenmascaramiento de lo que han representado las posiciones de los demócratas
y de los progres en general, así como del hecho de que las políticas realizadas
por estos han traído a aquellos.
Esta última postura conlleva un análisis correcto porque cualquier
interpretación no sesgada, en el sentido que dan los progres al resultado
electoral, destacará el aspecto de cómo la clase trabajadora y la pérdida de su
nivel de vida, consecuencia de la globalización capitalista, fue ignorada en la
campaña de Hillary Clinton por candidatos, analistas, medios de comunicación,
artistas, supuestos “intelectuales” y otros sectores del establishment que la
despreciaron, manifestando actitudes claramente elitistas hacia ella tras los
resultados electorales.
Pero ello nada tiene que ver con alegrarse del triunfo de Trump. Es
tan indecente como alegrarse de que un criminal de guerra como Obama renovase
mandato en el pasado o que lo hubiese hecho su cómplice belicista,
Hillary Clinton. Poner en la victoria del republicano grandes esperanzas y
destacar las buenas nuevas que ello puede traer es, además, estúpido. Lo
mismo sucede cuando se da un voto de confianza, en espera de lo que haga en su
futuro mandato, bajo el argumento de que ya sabemos lo que hicieron los
demócratas ¿Acaso la tarea de un revolucionario es situarse en medio del dilema
de uno u otro?
Los argumentos que esos “revolucionarios” esgrimen en defensa
de Trump es que puede acabar con o frenar la globalización,
enfrentarse al establishment y frenar las agresiones del imperialismo.
Vayamos
con esos “argumentos”
De momento, Trump ha hecho algo más que matizar sus promesas electorales
y sus fanfarronadas de campaña, empezando por lo de meter a la cárcel a
Hyllary, a la que ha acabado por elogiar.
Su imagen antiestablishment, al menos en lo que se refiere al aparato de
su partido, ha quedado en evidencia al designar a Reince Priebus, presidente del Comité
Nacional Republicano, el máximo cargo del partido, como su jefe de gabinete.
En cuanto a la reforma sanitaria, el Obamacare, de Clinton, ha anunciado ya que no la
derogará sino que dejará buena parte de la misma. Aclaro para quienes vean en
ello un signo de menor derechismo en el nuevo presidente de EEUU que el
Omabacare no es una Seguridad Social, o al menos no lo es como la hemos
conocido en el pasado en Europa, sino un
convenio entre el Estado e instituciones sanitarias privadas, que hacen grandes
negocios con la salud de las personas, lo que ahora se está haciendo en Europa.
Respecto a los lobbys, a los que dijo que iba a enfrentarse, vamos viendo
que ya los incluye en su equipo de transición, con figuras como Michael Torrey, del sector agroalimentario,
Jeffrey Eisenach, proveniente del mundo de
las telecomunicaciones o Michael Catanzaro, del petrolero. Estos
tres colaboradores de Trump no están muy lejos de la globalización sino que son
parte esencial de la misma. ¿O es que hay alguien tan estúpido como para
limitar la globalización neoliberal al capital financiero?
Habría que recordar los intereses internacionales del imperio Trump en
países como Escocia y Méjico por citar sólo dos ejemplos. En cuanto a sus
declaraciones sobre frenar el libre comercio de China hacia EEUU convendría
aclarar que el capital chino es socio del próximo presidente en una parte de
sus negocios inmobiliarios. Veremos cómo cabalga esas contradicciones en
relación con sus posiciones sobre la globalización.
Donald Trump está haciendo el recorrido contrario a lo que se supone que
debe quien intenta poner patas arriba el sistema de poder político, económico y
lobbista en EEUU. Empezó como pirómano y pronto veremos que acaba de apagafuegossistémico.
A los progres les lanza sus mensajes sobre mantener los matrimonios
homosexuales -“yo no tengo problemas con eso”, ha afirmado-, señalando
que es ley porque la Corte Suprema lo ratificó en su día. Del mismo modo matiza
la cuestión de la expulsión de 10 millones de sin papeles, limitándola ahora a
entre 2 y 3 millones de inmigrantes que hayan delinquido. Veremos cómo pronto
lanza sus redes de neo-amabilidad al lobby feminista.
Por lo que se refiere a la agenda imperialista de Trump, la preferida de
ciertos sectores “revolucionarios” es llamativo que no encuentren
contradicción entre las esperanzas que Trump les despierta y la actitud
beligerante de éste respecto a Cuba, Venezuela, Corea del Norte e Irán.
Entiendo que esas esperanzas provienen en buena medida de las
declaraciones de Trump de ayudar al gobierno sirio a derrotar al ISIS,
promesa que sería muy deseable que sí cumpliera.
Pero con ser esa una baza muy importante para ganarse la simpatía de una
parte de esos sectores de la “izquierda revolucionaria”, la principal son sus
declaraciones de simpatía hacia y de voluntad de colaboración con el presidente
ruso Putin, al que los mencionados consideran un factor de progreso mundial por
hacer de contrapeso de EEUU y por su proyecto de los BRICS.
Sería muy positivo que ambos mandatarios encontrasen vías de cooperación
para rebajar la tensión belicista mundial.
Pero me creo sólo a medias que el futuro presidente de EEUU vaya a acabar
con el ISIS porque el complejo militar-industrial en ese país y a nivel mundial
es extraordinariamente poderoso y porque fue un neocon republicano, Ronald
Reagan, quien dio un fuerte impulso al apoyo iniciado por Jimmy Carter con
la “Operación Ciclón”, armando a grupos yihadistas en Afganistán
(talibanes); labor que luego siguieron haciendo los sucesivos gobiernos
tanto republicanos como demócratas en otros países, incluido Barak Obama, con
la colaboración entusiasta de Hillary Clinton, aunque nadie llegó tan
lejos como la sin par pareja Obama-Clinton.
Por otro lado, en el contexto de lucha de las superpotencias por hacerse
con el control del petróleo y el gas sirios, como antes EEUU luchó por hacerse
con el iraquí, parece poco probable que Trump fuera a abandonar ese objetivo,
de no mediar un pacto de reparto del botín entre quienes deciden la continuidad
o no de la guerra.
Y me creo menos aún que la hipotética destrucción del ISIS, que anuncia
Trump, no fuera acompañada de su sustitución por otros terroristas “moderados”
con el fin de acabar con el gobierno laico del presidente al Ássad.
Respecto a las positivas relaciones con Putin que dice querer establecer
Trump es evidente que ello daría un severo golpe al lobby armamentista de EEUU,
lo que parece poco probable.
A ello debe añadirse que la alianza geoestratégica y económica
Rusia-China no va a romperse, por lo que los posibles intentos de Trump de
separar a ambos, adulando a Putin y frenando la expansión económica del gigante
asiático no funcionará.
Trump es
un neocon disfrazado, no un mero populista reaccionario que les ha derrotado
En cualquier caso, los neocons, que han estado muy callados en los
últimos tiempos, irán acercándose al futuro inquilino de la Casa Blanca, y
colocando sus peones. Sostener, como hace Heinz Dieterich, que Trump les ha
derrotado es de una ignorancia supina. Sus halcones han sobrevivido durante la
administración Obama, colocaron sus huevos tanto en el partido republicano como
en el demócrata y vienen marcando la agenda neoliberal, globalista y belicista
desde hace décadas, sencillamente porque no son un grupo de presión más, ni
unos cuantos asesores y cabilderos políticos, sino la clave de la estrategia
imperialista en lo económico, cosa que la supuesta “izquierda revolucionaria”
olvida cuando tiende a reducir el imperialismo al militarismo de EEUU sin
entender que éste es la consecuencia de la fase mundial actual del capitalismo.
Los neocons (neconservadores) conforman un cuerpo difuso con gran
capacidad de adaptación, donde lo central es la defensa de la globalización, la
deslocalización de empresas allá donde ello pueda incrementar los beneficios de
las grandes corporaciones, el mantenimiento de las desregulación del sistema
financiero y comercial, el detraimiento de las herramientas de control de la
economía a favor del poder económico de la hiperclase y la toma de posiciones
ventajosas en la lucha geoestratégica por apoderarse de unos recursos energéticos
cada vez más escasos, entre los que el agua será cada vez más un elemento
central.
El resto, las posiciones sobre la familia, la homosexualidad, la
religión, los inmigrantes, las mujeres, el nacionalismo o el cambio climático,
por citar sólo algunos ejemplos, son puro excipiente ideológico destinado a
disfrazar que la lucha es por mantener y ampliar el poder económico
internacional de las grandes corporaciones mundiales y el control de los
recursos naturales y energéticos allá donde se encuentren. Dicho esto, no
pretendo minusvalorar la importancia de dicho “excipiente”, sobre todo cuando
cuesta vidas, pero creo que es necesario resituarlo donde corresponde realmente
dentro de la estrategia de los neocons.
En el aspecto relativo al poder económico de las grandes corporaciones
mundiales quiero hacer un hincapié especial porque los vínculos territoriales
son difusos. La casa matriz puede ser norteamericana pero tener grandes
vinculaciones con el capitalismo británico, de Singapur o chino, por ejemplo.
De ahí que sea muy difícil la imposición de un proteccionismo por parte de
Trump cuando los flujos de capitales se mueven a velocidades siderales por la
red y China es el primer tenedor de deuda estadounidense.
Hablemos
del imperialismo pero en serio
El imperialismo es, como decía Lenin, la fase superior del capitalismo.
Para este pensador y hombre de acción revolucionario el imperialismo se
caracteriza por varios rasgos que lo definen:
1) Concentración de la producción y el capital, que da origen a los
monopolios.
2) Formación del capital financiero, resultado de la alianza del capital
bancario con el industrial.
3) Predominio de exportación de capital sobre exportación de mercancías.
4) Reparto económico de los mercados mundiales entre corporaciones
monopolistas.
5) Nuevo reparto territorial del mundo entre las grandes potencias, razón
por la cual se han producido las conflagraciones mundiales y está latente el
peligro de nuevas guerras.
Fíjense en que entre los factores que definen al imperialismo, los
factores financieros y corporativos son los principales. Fíjense también en
otros dos que los simplificadores y tergiversadores de la teoría imperialista
de Lenin intentan ocultarnos:
- El
imperialismo es un sistema global mundial en el que no hay una única
superpotencia imperialista que domine el mundo sino varias que se lo
reparten.
- La
guerra es una consecuencia de esa lucha entre las superpotencias por
imponer la hegemonía de los poderes económicos de los que son sus
defensoras y no el único, ni siquiera el principal rasgo que define al
imperialismo como tal.
Quienes hacen abstracción del punto 4 y quienes reducen el imperialismo
al militarismo tienden a “olvidar” que junto a EEUU Rusia y China son también
potencias imperialistas que en los espacios geográficos de su influencia
desarrollan políticas destinadas a acrecentar el poder de sus corporaciones y
capital financiero.
Por si las cuestiones no les quedan suficientemente claras, pueden
leer la posición del Partido Comunista de Méjico, a
través de su secretario general, Pavel Blanco, que expone la misma opinión que
George Marinos al respecto.
Si no les convencen, con acusarles de “ni-nis” y trotskistas ya resuelven
ustedes sus propias contradicciones políticas que básicamente consisten en:
- Carecer
de una posición propia y marxista basada en el análisis de clase del
capitalismo y del imperialismo y en la práctica política
correspondiente.
- Sustituir
ésta por un mal sucedáneo de la teoría leninista sobre el imperialismo, la
geoestrategia.
- Situarse
en campo ideológico ajeno al optar en EEUU y a nivel planetario por la
tesis del “menos malo” (en el caso de Trump está por ver que finalmente no
sea el suyo el tercer gobierno de Obama), algo no muy distinto a lo que
hicieron los “progres” con Killary desde su perspectiva.
En el plano internacional, por mucho menos belicistas que sean los
imperialismos ruso o chino, lo cierto es que sus ayudas internacionales no
están basadas en ningún “internacionalismo proletario” sino que, como países
capitalistas que son, lo hacen por los intereses económicos de sus oligarquías.
Otra cosa es que eso beneficie a países con gobiernos progresistas pero no les
sale gratis.
Conviene recordar que, frente a la guerra imperialista del 14 y a su
preparación, Lenin no se alió a una fracción concreta de las burguesías
internacionales, representadas por Alemania o Inglaterra, por citar dos
ejemplos, sino que rechazó la guerra y, cuando se produjo, desde una posición
de clase autónoma de cualquiera de los intereses capitalistas, optó por la
revolución; algo muy lejano a la tesis de que haya un solo imperialismo y, de
otro lado, potencias capitalistas “buenas”.
La victoria
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