Nación
y clase (20-03-2006)
“La
traición de clase de la izquierda nacionalista en España, y su impacto sobre la
economía española” (Marzo de 2006)
Es
imposible un desarrollo basado en el nacionalismo (Octubre
2006)
Diego
Guerrero: Nación y Clase.
20-03-2006
Desde luego ya no está de moda el «análisis de clase» de los fenómenos
sociales, pero sorprende que nunca se haya hecho uso de él, que yo recuerde, para
analizar un fenómeno tan actual y relevante como el del nacionalismo moderno en
España. Muchos pensarán que un análisis de este tipo ya no tiene lugar porque
pertenece a un pasado intelectual que ha sido desechado por la historia, pero
podría ser que este punto de vista ganara relevancia en un futuro no lejano.
¿Acaso piensa alguien en serio que la caída del Muro de Berlín, de la que tanto
se usa y abusa en los últimos tiempos, ha supuesto ya el fin definitivo del
pensamiento comunista y socialista de tipo transformador, es decir el que
aspira a contribuir a la superación del capitalismo?
Nadie duda de que los partidos socialistas y comunistas, se entiendan o
no como puras reminiscencias históricas, se han adaptado a una convivencia
complaciente con el sistema capitalista actual. Nadie duda de que son ellos en
muchos casos los primeros que han renunciado al análisis de clase, como tampoco
se puede dudar de que el lector de cualquier periódico serio de nuestro país
pueda sorprenderse con el uso de una supuesta «antigualla intelectual» como la
que aquí se propone. Pero quizás no se trate de una herramienta tan anticuada
como parece, al menos para entender algunas de las claves ocultas en el debate
actual español sobre cuestiones, llamémoslas, nacionales.
Los antiguos internacionalistas históricos (socialistas, anarquistas,
comunistas) tenían claro que los contenidos eran más importantes que las
formas. Por eso, siguiendo a Marx o a Bakunin, consideraban que en el fondo
daba poco más o menos lo mismo (aunque no desconocían otras diferencias
menores) tener una monarquía como sistema de gobierno que una república. O que
el Estado que, junto al capital, contribuía a oprimirlos llevara a cabo una
política económica y social más o menos avanzada, siempre que estuvieran dentro
de los límites, para ellos insuperables, que restringían su capacidad de
maniobra dentro del sistema. Ellos hablaban de que la forma de gobierno no
afectaba al contenido esencial de las relaciones económicas y sociales, porque,
mientras éstas siguieran siendo capitalistas, no satisfarían nunca sus
aspiraciones últimas de transformación social. Y cosas de este tipo, lo mismo
pueden leerse en los escritos de Pablo Iglesias que en los de Federica Montseny
o Andreu Nin.
Y cabe preguntarse: ¿Es que acaso ya no quedan internacionalistas en
España? Parece que no. Los internacionalistas hablaban de que los trabajadores
no tienen patria, o de que su patria eran sus intereses de clase,
irremediablemente opuestos a los intereses de la patria «enemiga», que era la
patria del capital. Hoy en día, los políticos que en último término son los
herederos lejanos de esa tradición internacionalista han renunciado por
completo a ese punto de vista, y al parecer reclaman la misma concepción
nacionalista o comprensiva con el nacionalismo que siempre ha tenido la
tradición política que se alimentaba del nutriente social proporcionado por las
clases medias y altas.
Y es que la concepción «burguesa» y «pequeñoburguesa» (como se decía
antes) de los problemas políticos, concepción que tanto interés tenían los
políticos de izquierda de entonces en combatir, por representar al sector
obrero de la población, parece no preocuparles ya en absoluto. Algún analista a
la vieja usanza podría interpretar que lo que ha ocurrido para que este cambio
haya tenido lugar no es más, en último término, que la derrota ideológica de
esas capas sociales y políticas frente a la ideología nacionalista, ideología
que en un principio los internacionalistas combatían con todas sus fuerzas,
pero que ahora parecen haber asumido con todas sus consecuencias.
Pongamos algunos ejemplos de cuál era el tipo de análisis que hacían
otrora los antinacionalistas, y cómo se ha transformado ahora en algo muy
parecido a su opuesto. Al analizar la suerte económica relativa experimentada
por regiones como el País Vasco, o Cataluña, o Madrid, en el periodo
transcurrido en los siglos XIX y XX, la izquierda social habría reclamado un
análisis centrado, por ejemplo, en la contraposición entre la suerte
«disfrutada» por los patronos y la suerte «sufrida» por los trabajadores. Estos
analistas, hoy tan pocos y aislados, añadirían que esa forma de ver las cosas
es «materialista», perspectiva que considerarían muy superior al enfoque
opuesto, que bautizarían como «idealista».
Considerarían que a unas regiones que representaban un porcentaje modesto
de la riqueza y la producción nacionales en 1800, habiendo pasado a acaparar
una fracción muy superior en la actualidad, difícilmente podría corresponderle
la consideración de haber sido maltratadas por la historia capitalista de
nuestro país y por su representante político principal: el Estado central.
Afirmarían con buenos argumentos hasta qué punto los representantes políticos
de ese Estado central, miembros tan activos de su aparato institucional,
procedían de aquellas regiones, que a menudo tanto se han quejado de
marginalidad política cuando sólo pretendían reclamar privilegios materiales. Y
añadirían que no podría ser de otra manera, teniendo en cuenta la preeminencia
de los representantes económicos de esos territorios en el seno de la patronal
y de la clase burguesa de nuestro país. Si se les respondiera que son estos
sectores los que tradicionalmente más se han quejado públicamente de su
situación, replicarían que no siempre quien más protesta es quien más razón
tiene para ello, sino quien más medios tiene a su alcance para difundir sus
planteamientos.
Posiblemente, si quedara algún intérprete contemporáneo adepto al
discurso internacionalista, diría que lo que ha ocurrido en España es que la
ideología que hoy domina entre los nacionalistas del sector obrero y trabajador
de nuestro tejido social no es en realidad la que le corresponde, sino la que
antes se llamaba «ideología dominante», aquella que tiene su origen económico y
social en los intereses del «enemigo de clase», la burguesía, pero que, por
haber vencido a la ideología opuesta, ha pasado a predominar en el análisis de
los teóricos representantes de la ideología «dominada».
Un ejemplo de que esto es así dirían es cómo y hasta qué punto el
discurso público y mediático contemporáneo ha logrado hacer pasar por
«nacionalistas españoles» a todos los críticos españoles del nacionalismo, por
muy internacionalistas que éstos sean. Siendo España uno de los países menos
nacionalistas de todo el mundo occidental, y uno de los más de izquierdas, han
conseguido presentar a quienes no comparten el ansia descubridora de nuevas
naciones como aliados del franquismo o de la derecha más reaccionaria y
ultramontana. Por eso, cualquiera que se declare opuesto al nacionalismo
periférico español de nuestros días es tachado inmediatamente de «nacionalista
español», cuando no de submarino del PP.
Otro ejemplo de lo anterior podría ser la ideología que encierra el ya
famoso eslogan de la «España plural». España es de hecho uno de los países más
plurales del mundo y también una de las naciones con registros más altos de
pasado relativamente revolucionario. Es una sociedad tanto más plural cuanto
que esta nación incluye a un gran número de ciudadanos (mucho mayor que en
otros países) que creen pertenecer a una nación distinta, y pueden defender ese
punto de vista con plena libertad (y hasta con alguna ventaja). Ahora bien, que
haya pluralidad política, o pluralidad de tantas otras cosas: lenguas, culturas,
tradiciones, sensibilidades, etc., nada supone sobre la existencia o no de una
nación. Por eso los internacionalistas reclamarían toda la pluralidad del
mundo, sin dar derecho a ninguno de los plurales a usar un sombrero que a otros
estaría vedado.
La nación no es una ideología ni una meta política. Es un hecho. Y España
es una nación porque así lo ha definido la historia, nos guste o no, y así lo
reconoce todo el mundo fuera de nuestras fronteras. Y esto no presupone ninguna
valoración, positiva o negativa, sobre el carácter y comportamiento del Estado
español o sobre la infraestructura social que lo sostiene. El que algunos
españoles «se sientan» parte de otra nación es una ideología más que cualquiera
puede defender, como cualquier otra. Pero la ideología no da derecho a tener
privilegios, razón por la cual un anticuado internacionalista, opuesto por
tradición a cualquier clase de privilegios, sin duda se declararía contrario a
su concesión.
Cuando los supuestos defensores del pluralismo identifican pluralismo
político con pluralidad de naciones sencillamente están expresando, con o sin
artimaña, un puro deseo. Un deseo que pueden expresar libremente, por supuesto,
así como también la patronal es libre de expresar permanentemente su deseo de
que los salarios bajen más o suban menos de lo que lo hacen. Pero además de un
deseo, están expresando una forma específica de lo que no es sino una de las
ambiciones políticas más antiguas que anhela el poder económico capitalista: la
división del enemigo en provecho propio. Al parecer, la estrategia del divide
et impera, en este terreno de la discusión «nacional», ha llegado en España
más lejos que en ningún otro sitio.
La pluralidad de lenguas no hace naciones: véase el caso suizo o el
belga. La diversidad cultural, tampoco: ahí está esa misma pluralidad regional
en casi todos los países del mundo. La pluralidad histórica, mucho menos aun.
¿Pretenden quienes afirman lo contrario que hay que volver al fraccionamiento
estatal de la edad media europea? Si Cataluña o el País Vasco fueran naciones,
con mayor razón lo serían Baviera, Sajonia, Sicilia, Borgoña, Tirol, Galitzia…;
en realidad, docena y media de lander alemanes, docenas de
regiones y regioncitas francesas, italianas, polacas…, procedentes de la
histórica multitud de condados, ducados, principados y reinos formados por
conquista, amalgamas dinásticas o matrimonios de conveniencia. O, ¿por qué no?
¿No cabría dividir en 50 los Estados que forman hoy la nación más poderosa de
la tierra?
Cuando, por ejemplo, la ideología pequeñoburguesa (primero en Cataluña,
después en toda la España progresista) critica a Felipe V por haber aplastado
las «antiguas libertades históricas catalanas», nuestro internacionalista diría
que no está haciendo otra cosa que reclamar las libertades medievales a las que
puso fin la marcha moderna hacia el progreso centralizador y expansivo que se
estaba dando en toda Europa. Y de paso añadiría que esa misma ideología
reproduce los argumentos que siempre dieron los reaccionarios antirrepublicanos
franceses y europeos para defender el Antiguo Régimen que tan bien servía a sus
intereses.
Aquí se ha dado, diría, una confluencia curiosa, pero explicable, entre
intereses en principio incompatibles. Los sectores capitalistas que en estas
regiones se suman al empuje nacionalista actual lo hacen porque saben que más
les vale tener enfrente a una población trabajadora dividida que a una clase
obrera unida en torno a la defensa de sus intereses como trabajadores. Mientras
que los sectores de la izquierda política reconvertidos en nacionalistas, lo
hacen porque, habiéndose transformado todos los partidos en aparatos
cuasiempresariales operantes principalmente en el submercado electoral, han
aprendido que entre el público votante «vende» más esa ideología que no la
contraria, en parte porque, como ya afirmara Gellner, probablemente permita un
reparto de cargos y prebendas en la nueva y reforzada Administración resultante
más al gusto de ese creciente público que por esa vía camina hacia la fidelidad
más absoluta.
Se argumenta y se argumentará, por ejemplo, para defender la posición
opuesta a este internacionalismo «trasnochado» del que estamos hablando, que
más del 80% del parlamento catalán ha votado, y por tanto cree, que Cataluña es
una nación. Se olvida que un porcentaje similar había votado en el parlamento
francés a favor de la nueva Constitución europea, y sin embargo la ciudadanía
le dio la espalda. Como señalaba hace poco Fernando Savater, si hubiera habido
elecciones en España meses después de la muerte de Franco, sería Arias Navarro
quien las habría ganado. Por la misma razón, cabe esperar que la ideología
nacionalista catalana, vasca, etc., que tanto terreno ha ganado en importantes
sectores populares bien representados en el gobierno español actual, siga
siendo, mal que le pese a nuestro internacionalista, claramente mayoritaria
entre la clase política de nuestra nación, además de para un porcentaje muy
importante de ciudadanos que observan la política desde el punto de vista que
le transmiten los políticos.
Esto es ciertamente así. Pero nadie debería desdeñar la posibilidad de
que en el futuro las tornas cambien y esa clase obrera que difícilmente
desaparezca empiece a pensar de otra manera, quizás tras arrepentirse muy
mucho, por la mala cuenta que le trajo, de haber pensado de forma tan contraria
a su internacionalismo histórico original, y haber creído durante tanto tiempo
lo que a sus enemigos de clase tanto les convino que creyeran.
___________________________________
Diego Guerrero es Profesor de Economía Aplicada en la Universidad
Complutense de Madrid
Diego
Guerrero: Nación y Clase
“Derechos y privilegios”, por Diego Guerrero
La mayoría de la izquierda reconvertida ahora en nacionalista, incluso la
que aún se declara internacionalista, utiliza un último recurso dialéctico en
la discusión sobre la cuestión nacional, que se manifiesta como una doble
pregunta dirigida al inter-locutor: ¿Es que se niega el derecho de
autodeterminación? ¿No es más democrático que el pueblo se exprese libremente
en un referéndum, tanto quienes se consideran nación o quienes no, lo mismo si
quieren separarse de España o prefieren quedarse dentro?
Empecemos por la segunda pregunta. Al reclamar un referéndum en una parte
del territorio nacional español, y sólo en ella, están en realidad reclamando
un privilegio. ¿Por qué habrían de votar sólo ellos, y no el resto de los
españoles? Es evidente que el resultado de cualquier decisión tomada en un
referéndum así, tanto si fuera vinculante como si no, afectaría a todos los
españoles. Eso lo reconocen, pero arguyen que dicha afectación es algo
aproximadamente equivalente a que se vean afectados el resto de los europeos:
algo de importancia mayor o menor, según se considere, pero nunca equiparable
con el presunto derecho de su pueblo digamos, catalán o vasco a expresar su
identidad por medio de un autogobierno pleno.
Veamos. Ellos son españoles de momento, y lo que reclaman es un
referéndum que debería organizar el Estado español al que no reconocen como su
Estado o sólo reconocen provisionalmente de acuerdo con leyes de ese Estado al
que todavía pertenecen y a cuya aprobación contribuyen normalmente. ¿Por qué no
debe atender el Estado español a todos los ciudadanos de la nación española que
le sirve de base? Hay que recordar que la clase capitalista española ha sido
siempre, fundamentalmente, burguesía vasca y catalana, a la que se han ido
uniendo con el tiempo la de otros lugares como Madrid. Esa burguesía ha
participado siempre, de forma sobresaliente, en la estructura y la política del
Estado español, al que han pertenecido activamente a lo largo de cuantos
regímenes se han sucedido desde Fernando VII, incluido el franquista.
Es curioso que estos nacionalistas periféricos, «internacionalistas»
incluidos, repitan una y otra vez que el régimen de Franco acabó con, o mermó,
sus libertades políticas, lingüísticas y culturales. Quiero decir: que lo repitan
como si fuera eso lo único o más importante que hizo el régimen franquista, o
como si los políticos catalanes de entonces hubieran sido menos franquistas que
el resto de los franquistas. Durante el régimen de Franco, fueron las clases
populares de toda España las que sufrieron al Estado, además de al capital,
pero la población del País Vasco y de Cataluña siguió gozando de un ritmo de
crecimiento de su nivel de vida superior al de las demás regiones. Por
supuesto, el fenómeno se explica por el mayor ritmo de acumulación de capital
en las regiones de origen de una burguesía española predominantemente vasca y
catalana, que invertía e invierte donde se ha tejido históricamente la mayoría
del aparato industrial español.
Aun reconociéndolo, estos nacionalistas replican que la población de sus
regiones no se compone sólo de capitalistas, sino de ciudadanos de todas las
clases sociales e ideologías. Y que todos ellos tienen derecho a expresar
libremente su opinión y, en su caso, a separarse del resto de España, con igual
título que, en un matrimonio, el de la parte que no quiere seguir ligada a la
otra por medio del vínculo matrimonial. Argumentan que si el Estado español no
reconoce a su «pueblo» el «derecho» al referéndum, ese pueblo tendrá que
materializar su voluntad mediante «hechos», no sólo con declaraciones y buenas
formas políticas.
Agregan que ni el País Vasco ni Cataluña se reducen a una parte del
territorio español, sino que se extienden, más allá de nuestras fronteras,
hacia Francia y quizás otras regiones españolas como Navarra o los «países
catalanes». Pero si esto es así, estos «pueblos» sólo podrían expresar
libremente su opinión cuando toda su población pudiera votar simultáneamente,
es decir, cuando, junto al Estado español, también el francés estuviera de
acuerdo en montar un referéndum así (junto a los parlamentos, quizás, de esas
regiones españolas a las que desean implicar).
Este tipo de estrategias parece olvidar que también Hitler acaparó en su
momento la libre opinión mayoritaria del electorado alemán, y por eso no les
inquieta que la voluntad fáctica que propugnan pueda superar los límites de la
razón política. Lo que ya ocurre en el País Vasco tiene todos los visos de
reproducirse tarde o temprano en Cataluña. No negaremos nosotros que los
Estados burgueses no son realmente democráticos, pero ¿acaso el nuevo Estado
que propugnan va a dejar de ser burgués? ¿No van a tener una constitución
burguesa como la española y las europeas? Si reclaman sus derechos y voluntades
como principio superior a las libertades constitucionales burguesas, eso
equivale a defender el empleo de poderes fácticos, en buena
tradición revolucionaria, allende los poderes legales, con tal de
llevar a cabo el deseo «popular», cueste lo que cueste.
¿Pero de qué pueblo hablamos: de la clase o de la nación? Aquí reside el
núcleo del problema y se decide el contenido de las dos posturas en litigio.
Según los internacionalistas de siempre, siguiendo un análisis de clase
inspirado en los intereses obreros, el recurso al poder fáctico contra los
poderes fácticos del capital, que puede llegar incluso a la guerra civil de
clase contra clase, sólo debe aplicarse cuando hay probabilidades serias de
avanzar en la lucha por el socialismo. Para ello cuentan con la participación activa
de la clase obrera consciente, la única con interés genuino en esa
transformación social. En cambio, los «internacionalistas nacionalistas» creen
preferible aliarse a otras clases, incluidos los sectores burgueses, en su
reivindicación interclasista y socialmente neutra de un autogobierno nacional.
¿Realmente merece la pena que la izquierda dé la batalla en ese frente,
hasta el punto de asumir una potencial guerra civil que a la larga dejaría las
cosas como están, o peor? Porque si consiguen el derecho y/o el poder para
convocar ese referéndum aunque si lo consiguen por la fuerza, no les haría
falta ya ese recurso, nunca lo podrán negar legítimamente a cualquier
territorio interior a sus fronteras que reclame, con apoyo de gran parte de su
población, los mismos «derechos» que ellos pusieron antes en práctica. Así
veríamos que Álava, el Valle de Arán o Navarra querrían un referéndum para
separarse de los nuevos Estados vasco y catalán. A su vez, si Navarra se
independizara del País Vasco, el territorio euskaldún del
oeste navarro podría querer separarse del nuevo Estado navarro… Todo ello
desembocaría en una huida hacia delante sin fin, que no tendría otra
consecuencia que la fragmentación de los actuales Estados hasta volver al
maravilloso mapa medieval de los reinos de taifa.
Además, ¿qué clase de internacionalismo sería ese que no se preocupa más
que de su propia nación, y deja de lado lo que piensan sus actuales
connacionales o el resto de los Estados del mundo? Si se les pregunta si
también las regiones que componen sus respectivas naciones y Estados tienen
derecho a separarse de Francia, Alemania o los Estados Unidos, responden que
eso nada les importa.
Ellos, al parecer, son como los liberales y piensan que la mejor manera
de contribuir al interés general es perseguir egoístamente el interés
particular. Lo que ocurra a otros, a ellos les importa un bledo si consiguen su
ansiada identidad nacional en lo espiritual y lo fáctico. Juzguen ustedes, en
consecuencia, qué tipo de internacionalismo es más auténtico.
Pero aún no hemos respondido a la segunda pregunta: ¿Qué ocurre con el
derecho de autodeterminación que reclamaron los internacionalistas históricos,
desde Marx, Engels y Bakunin a Lenin? Pasa sencillamente que, con tal de hacer
pasar por derechos lo que son puros privilegios, estos nacionalistas están
dispuestos a tergiversar, no sólo la historia material sino también la
intelectual, todo cuanto haga falta. Y es que Marx, Engels o Rosa Luxemburgo
nunca defendieron el derecho a la autodeterminación de los pueblos y regiones
sin Estado, sino el de las colonias sometidas al sojuzgamiento imperial. Cuando
Lenin reclamaba el derecho de autodeterminación de los pueblos rusos, estaba
pidiendo terminar con las colonias del imperio ruso (en este caso situadas
geográficamente junto al territorio metropolitano) y con la situación
discriminatoria de sus poblaciones en relación con la metrópoli.
Pero en el caso español, la mayoría de sus colonias había conseguido la
autodeterminación en la primera mitad del siglo XIX, mientras que Cuba, Puerto
Rico y Filipinas la consiguieron en 1898, y las colonias africanas, excepto
Ceuta y Melilla, a lo largo del siglo XX. Lo que los clásicos del marxismo
reclamaban, en el caso español se logró hace mucho tiempo. Pero lo que reclaman
ahora los nacionalistas periféricos españoles no tiene nada que ver con lo que
reclamaba el marxismo, por mucho que a los intereses de la burguesía y la
pequeña burguesía nacionalistas se hayan sumado ahora los partidos políticos de
izquierda que alguna vez fueron marxistas.
4 de octubre de 2005
Diego Guerrero
Profesor de Economía Aplicada
Universidad Complutense de Madrid
“La traición de clase de la izquierda nacionalista en España, y su
impacto sobre la economía española”
Diego Guerrero
X Jornadas de Economía Crítica Marzo de 2006
Contenido:
Introducción
I. Enfoque nacionalista versus
análisis de clase
II. ¿Es posible un
“nacionalismo de izquierda”?
III. El nacionalismo de izquierda español: del rechazo a la exaltación
IV. Reflexiones sobre la “opresión económica” nacional en España
Documentos que hace referencia.
Marx, K. - Engels, F. Sobre España
Karl Marx y Friedrich Engels. La revolución en España
La Triple
Alianza (Catalunya – Euskadi – Galicia)
La ONU
de los separatistas
https://www.libertaddigital.com/opinion/pedro-fernandez-barbadillo/la-onu-de-los-separatistas-18096/
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Dolores Ibárruri (1895-1989)
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Notas críticas sobre la cuestión nacional
Tomo V
(1913- 1916)
Notas
críticas sobre la cuestión nacional
Pág. 15 (Escrito en octubre y diciembre de 1913)
J. Stalin. EL MARXISMO Y LA CUESTIÓN NACIONAL (Escrito: Viena,
enero de 1913)
El
derecho de las naciones a la autodeterminación Pág. 46 (Escrito
en la segunda quincena de mayo y la mitad de junio de 1915)
La
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Es imposible un desarrollo basado en el nacionalismo
Rosa
Luxemburg: Cartas de prisión (1918)
El PCE: Estalinista y patriota español.
([Libro]
La Revolución Española, día a día (1936-1937)
Juan Andrade. Imperialismo fraccional
17 de noviembre de 2017
Desenmascarando a Santiago Carrillo, Julio Anguita, Francisco Fruto,
Gaspar Llamazares, Alberto Garzón y muchos más: caballos de Troya en el
movimiento obrero.
Comunismo
y cuestión nacional en España
Espai Marx
10-07-2006
Rosa Luxemburgo y la cuestión nacional (primera parte)
Rosa Luxemburgo La cuestión nacional (1909) (segunda parte)
Georges Haupt Los marxistas frente a la cuestión nacional: La historia
del problema. Rosa Luxemburgo La cuestión nacional (tercera parte)
Rosa Luxemburgo En defensa de la nacionalidad (1900). Lenin El orgullo
nacional de los rusos 1914. Rosa Luxemburgo La cuestión nacional (cuarta parte)
Rosa Luxemburgo: La memoria del "Proletariado" 1903. Rosa
Luxemburgo La cuestión nacional (quinta parte)
Rosa Luxemburgo: La acrobacia programática de los socialpatriotas (1902).
Rosa Luxemburgo: La cuestión nacional (sexta parte)
Carlos Marx, Federico Engels y Rosa Luxemburgo LOS NACIONALISMOS CONTRA
EL PROLETARIADO
El POUM aplicó la política leninista en España.
Andreu
Nin. Los movimientos de emancipación nacional (1935)
Andreu
Nin (1914-36) La cuestión nacional en el estado español
Andrés
Nin. El marxismo y los movimientos nacionalistas
Andreu
Nin y Joaquín Maurín: vidas paralelas, por Wilebaldo Solano
Polémica
Joaquín Maurín y Santiago Carrillo: Problemas de la unificación marxista
revolucionaria 1933-1935
Joaquín
Maurin. No soy un trotskista, pero... 1 de mayo de 1936.
Hacia la
segunda revolución, de Joaquín Maurin
Escritos
de Andreu Nin y Joaquín Maurín durante la II República. ¿Revolución
democrático-burguesa o revolución democrático-socialista?