Corría el año 2005, dos antes de que
detonase la gran crisis capitalista que hoy arroja a la miseria y a la desesperación
a millones de trabajadores en los países centrales del sistema, seis antes de
que apareciese de modo organizadamente “espontáneo” el fenómeno de ingeniería
social del 15-M y fuera, en poco tiempo, poniendo sus huevos en forma de
franquicias indignadas por medio mundo.
Toni Negri, con motivo del Foro
Social Mundial, visitaba el Chile en el que los Chicago Boys del neoliberalismo
de Milton Friedman habían hecho sus experimentos económicos durante la
sangrienta dictadura pinochetista. Un autor desconocido, pero no por ello,
menos interesante en el desenmascaramiento de este profeta de los “indignados”
que cacarean, como loros de pico desatado y descerebrada cabeza, en místico
arrobamiento cada uno de sus vacíos y tramposos conceptos, al igual que los del
esotérico Žižek, y que hacen
el caldo gordo al capital que los maneja como títeres con cabeza de serrín;
este autor, como antes decía, explicaba bien la biografía político-ideológico
del apóstol de la contrarrevolución, Toni Negri.
¿Quién quiera entender que entienda
y quien no, que siga agitando sus pacifistas manitas en las performances del
movimiento-viaje a ninguna parte.
Les dejo, sin más con el texto:
¿QUIÉN ES TONI NEGRI Y
PORQUÉ VISITÓ CHILE?
Un apagafuegos de la lucha de clases
Texto distribuido
antes, durante y después del Foro Social Mundial
En un día especial para la izquierda
burguesa, uno de los ideólogos más prestigiosos de los últimos tiempos, un
precursor de "nuevas" ideas, de nuevos conceptos, visitó por fin
Chile, ese gran "laboratorio" del capitalismo mundial.
Título original: ¿QUIÉN
ES TONI NEGRI Y POR QUÉ ESTÁ AQUÍ?
“En torno a los inventores de
nuevos valores gira el mundo, gira de modo invisible. Sin embargo, en torno a
los comediantes giran y se retuercen el pueblo y la fama; y así marcha el mundo”
- Nietszche.
Desde joven Toni Negri soñó con ser
dirigente intelectual de la clase trabajadora. La historia le dio su
oportunidad: poco después de titularse como filósofo, la lucha de clases
experimentó un notable ascenso en todo el mundo. En esa época (los años 60) los
proletarios confiaban bastante en su propia capacidad de lucha, así que les
tenía sin cuidado que un intelectualillo pretencioso se metiera en las fábricas
a decirles lo que tenían que hacer. Esa actitud despreocupada de los obreros le
permitió a Toni conocer la realidad de los centros industriales de Italia,
donde los trabajadores acostumbraban hacer huelgas salvajes, quemar los autos
de sus jefes, apalear a los soplones y cosas así. De esos combates, Toni sacó
una conclusión banal, pero que anunció como su gran descubrimiento teórico: en
los lugares de trabajo está el epicentro de las luchas contra el régimen
salarial y la ganancia capitalista. Naturalmente, los explotados siempre han
sabido esto; pero a Toni le gustaba retorcer las palabras para ganar notoriedad
pública. Así, supo servirse del movimiento Autonomía Obrera (una
corriente semi-anarquista, amorfa y heterogénea), para hacerse notar como un
"intelectual comprometido".
A mediados de los 70 la lucha de
clases en Italia alcanzó altísimas temperaturas, produciendo diversos
agrupamientos combativos del proletariado. Grupos como Insurrección, la
sección italiana de la Internacional Situacionista y las Brigadas Rojas,
trataron de estimular la lucha mediante clarificaciones teóricas y acciones de
propaganda armada. Toni llevaba algunos años moviendo los hilos del grupo
Poder Obrero, pero era casi desconocido en los ambientes más extremistas
del proletariado italiano. Para solucionar ese problema se hizo fotografiar y
entrevistar por cuanto periodista se le cruzara por delante, hasta que su
nombre empezó a sonar en la prensa. El resultado de esa fama fue bien grotesco:
cuando a fines de los 70 las fuerzas represivas se abalanzaron sobre el
movimiento para aniquilarlo, escogieron al pobre Toni como chivo expiatorio
para darle una lección al proletariado. En una atmósfera de paranoia,
delaciones, arrepentimientos y montajes, Toni Negri fue acusado de ser el
ideólogo de las Brigadas Rojas y del secuestro y asesinato del líder
democratacristiano Aldo Moro (atentado que las Brigadas Rojas perpetraron cuando
ya estaban infiltradas y bajo el control de la policía secreta). En realidad
nadie en las Brigadas Rojas conocía a Negri, y el asesinato de Moro había sido
organizado por los partidos gobernantes para contener la crisis. Pero Toni el
Astuto supo aprovechar la oportunidad que se le ofrecía: organizó una campaña
de apoyo centrada en él mismo (cuando en Italia había miles de luchadores
sociales en prisión); y se defendió a medias, dando a entender que no era un
terrorista pero que tampoco era del todo inocente. Entonces se hizo famoso.
Toni pasó cuatro años a la sombra.
En 1983 sus seguidores aprovecharon un resquicio legal para sacarlo de la
cárcel: lo llevaron a las elecciones parlamentarias como candidato del Partido
Radical, salió elegido diputado y el fuero parlamentario le permitió salir en
libertad sin más trámite. Luego se exilió en Francia, donde se vinculó con la
elite intelectual posmoderna. En ese ambiente escribió su primer superventas: Marx
más allá de Marx, donde afirmó que El Capital, la conocida obra de
Marx, había llevado al proletariado a la derrota. Esa estupidez le valió un
gran reconocimiento por parte de la izquierda, que calificó su libro como “uno
de los documentos más cruciales del marxismo europeo” (por esa misma época la
izquierda describía a Foucault como el pensador más crítico del mundo, por
haber dicho que el capitalismo jamás podrá ser abolido). En realidad a la
burguesía progresista de Europa le importaba poco la calidad teórica de Negri,
pero vio en él a un charlatán que podría serle de gran utilidad en su guerra
ideológica contra los proletarios. Y eso fue lo que pasó. Veamos: cuando Negri
entró por primera vez en contacto con las luchas proletarias, éstas tenían un
nivel de combatividad tan alto, que sólo cabía decir: “Marx tenía razón: en
la fábrica está la lucha contra el trabajo asalariado y la propiedad”.
Toni sólo estaba repitiendo lo que
todos los teóricos marxistas siempre habían sabido: que los combates de la
clase obrera en los lugares de trabajo eran y debían ser el eje de la lucha
social. ¿Qué pasó entonces? La reacción lanzó una violenta campaña de
terrorismo encubierto, infiltró soplones y provocadores en los medios insurgentes,
metió drogas en los barrios pobres y organizó una oleada de despidos en las
fábricas más conflictivas. Entonces quedó claro que el “obrerismo” de los
marxistas italianos como Tronti y Panzieri -enfoque que Negri repetía como un
loro- era insuficiente para explicar el carácter de la lucha y su derrota.
Algunos intentaron desentenderse del fracaso aprobando el “compromiso
histórico” entre estalinistas y demócratacristianos. Otros siguieron viviendo y
luchando oscuramente entre los explotados, pues comprendieron que las
explicaciones tendrían que surgir del propio movimiento obrero, obligado a
asimilar el desastre para retomar la ofensiva. ¿Qué hizo Negri, además de
aprovechar la derrota para convertirse en una celebridad? Guardó silencio.
Aunque sería más exacto decir que,
además de quedarse callado para no tener que hablar de su vergonzosa conducta,
llamó a los proletarios a callarse también, afirmando que “la memoria
proletaria es sólo la memoria de la alienación pasada: la transición comunista
es la ausencia de memoria”. En el preciso instante en que escribió eso,
Negri se convirtió en un colaborador de la policía. Pero no se quedó ahí. Al
mismo tiempo que llamaba a los explotados a olvidar su propia lucha, Toni el
Memorioso aprovechaba la tranquilidad de la prisión para estudiar la historia
del pensamiento político moderno. No intentó ningún balance de la desesperada
lucha que se libraba en las calles y fábricas, ninguna explicación de la
derrota, ninguna propuesta para reconstruir el movimiento obrero. Pero ¿qué más
se podía esperar? Toni Negri no es un militante revolucionario ni un estratega
de la lucha comunista; es un pensador a sueldo, un metafísico y un oportunista:
un títere. Por eso no aportó ningún análisis concreto sobre el desarrollo de la
lucha de clases, ni sobre una estrategia de combate internacional de los
explotados: en lugar de eso Negri se pasó la década del 80 especulando sobre
“poder constituyente”, “multitud”, y “subjetividad radical”; tratando de
combinar teoría revolucionaria con teoría contrarrevolucionaria, comunismo con
posmodernismo, fuego con agua... ¿Cómo se le pudo ocurrir a nuestro Profesor
esa estúpida amalgama?
Cuando la lucha proletaria iba en
ascenso, Negri describió el capitalismo como una dominación política sobre el
proceso de producción en el lugar de trabajo, y las ocupaciones y huelgas como
combates directos contra el régimen salarial y la propiedad (todo eso era
marxismo para escolares). Más tarde Toni se dio cuenta de que el dominio
capitalista se extendía más allá del lugar de trabajo, sobre todos los aspectos
de la vida cotidiana, cosa que los situacionistas habían comprendido
antes y mejor que él. Entonces vino la derrota, y Negri, que no había hecho
ninguna contribución real al movimiento, decidió que los culpables del fracaso
eran los propios obreros, quienes al luchar por salarios más altos y por el
control de la producción se habrían hecho “cómplices de la estafa
capitalista”. Marx nunca idealizó a los asalariados; sólo dijo que eran
la principal fuerza revolucionaria porque al estar ubicados en la base de la
producción capitalista, podían hacerla saltar en pedazos si convertían su lucha
económica en una lucha política para tomarse el poder. Ese fue el salto que los
trabajadores no dieron en Italia y el resto del mundo en la crisis de los 70, y
esa debilidad es lo que había que explicar para superarla en los próximos
combates.
Pero eso era demasiado para el
Profesor Negri. Su solución fue mucho más simple: despreció a los proletarios
asalariados que antes amaba (los llamó “obreros masa”) y se
enamoraró de los proletarios no asalariados: estudiantes, desempleados,
precarios (los “obreros sociales”), descritos ahora como el “nuevo
sujeto autónomo”, la fuerza motriz de la revolución, la “multitud”.
El problema de su “teoría” es que no da ninguna orientación sobre cómo
organizar la lucha de ese proletariado difuso, ni contra qué dirigirla, ni con
qué fin preciso. Mientras la lucha de los trabajadores amenaza directamente la
base productiva del capital, la lucha de la “multitud” se reduce a elegir entre
diversos estilos de vida dentro de la sociedad actual, disolviéndose en una
multiplicidad de resistencias superficiales, estéticas y simbólicas, sin
finalidad ni estrategia común, y por lo tanto inofensivas para el orden
capitalista. Estas “resistencias autónomas” teorizadas por Negri
equivalen a la “microfísica del poder” de Foucault, pero
en lenguaje marxista.
La admiración de la burguesía hacia
ambos personajes no es ninguna coincidencia: Foucault criticó al marxismo
diciendo que la lucha de clases era un asunto del pasado y que sólo hay
microrrelaciones de poder, localizadas y dispersas, que sólo pueden ser
contestadas con microprácticas de resistencia local, etc. Negri por su lado
afirmó que el propio Marx había definido la lucha de clases como un asunto de
pequeñas resistencias dispersas, descentralizadas y locales, y que las grandes
ideas sobre la lucha de clases no habían sido más que un malentendido. Más allá
de lo imbéciles que sean esas afirmaciones, lo cierto es que a mediados de los
80 los millonarios de todo el mundo necesitaban escuchar cosas así: suaves,
pequeñas y tranquilizadoras, porque todavía temblaban de miedo a causa de los
últimos enfrentamientos de clase. Por eso no dudaron en financiar los libros,
revistas, cátedras y viajes que quisiera hacer el distinguido Profesor Negri,
con tal de que siguiera produciendo su chatarra ideológica. Tal coincidencia de
intereses entre el filósofo y los inversionistas le fue dando forma al
autonomismo de Negri: una vulgar mezcla de retórica marxista, palabrería
posmoderna y misticismo barato.
En otras palabras: la fraseología
radical de Negri esconde su servilismo a los intereses del capital. Ya a
principios de los 80 su afinidad con Foucault se daba en un momento en que éste
defendía el uso de drogas como una forma de “resistencia al poder”, mientras
todos los Estados fomentaban el consumo de narcóticos para liquidar al
proletariado insurrecto. Más tarde, en su libro Imperio, Negri
dijo que el aislamiento entre las diversas luchas y la ausencia de estructuras
organizativas es la mayor fuerza de los trabajadores, cuando en realidad esas
limitaciones los han llevado una y otra vez a las más sangrientas derrotas.
Asimismo, al decir que la lucha de clases ha sido superada por una realidad “híbrida,
plural, flexible, multicultural”, Negri insinúa que la sociedad ha ido
más allá del capitalismo, que las clases en pugna se han fundido en una “multitud
deseante” y que el enemigo está “en todas partes y en ninguna”,
lo cual no significa nada. Cuando describe al “Imperio” y a la “multitud”, el
Profesor Negri celebra las debilidades del proletariado y las fortalezas del
capital, y ni siquiera en eso es original, porque sólo repite los viejos temas
del liberalismo burgués: hace desaparecer a la clase trabajadora en una masa
amorfa de sujetos singulares con intereses autónomos; reduce la lucha social a
un agregado caótico de resistencias localizadas; niega la posibilidad de
destruir violentamente las estructuras capitalistas; reemplaza toda
consideración estratégica del enfrentamiento social con ideas metafísicas sobre
la singularidad del individuo, la potencia infinita de la voluntad, la
omnipresencia del poder, etc. Negri es un idealista demócrata.
¿Por qué Negri es constantemente
invitado a conferenciar en Foros Sociales “alternativos” y en universidades
progresistas? Porque su palabrería confusa y vacía sirve al izquierdismo
burgués en su lucha ideológica contra las masas. Así, por ejemplo, cuando en el
2002, en medio de una violenta crisis, el problema central del proletariado
argentino era unificar su lucha en un sentido claramente anticapitalista, Negri
dijo que “lo importante es discutir las formas de gestión colectivas,
toda la atención está sobre las formas de gestión”. Consecuente con
esta visión cretina, en su libro Imperio Negri afirma que el objetivo de
los oprimidos no es resistir a los procesos de la mundialización mercantil,
sino “reorganizarlos y redirigirlos hacia nuevos fines".
Pero dichos procesos, que surgen del modo de producción capitalista,
inevitablemente fortalecen a las clases dominantes y debilitan al proletariado,
y es imposible “reorganizarlos” en torno a “nuevas formas de gestión”.
Negri, al reducir la lucha a un
problema de “formas de gestión”, está afirmando que la lucha
proletaria no debe superar el nivel económico ni plantearse la superación del
capitalismo como objetivo político general. Ese énfasis en las formas
inmediatas en desmedro del contenido histórico de la lucha es la negación absoluta
de lo que han afirmado siempre los comunistas revolucionarios. Negri está
llamando a los trabajadores a resignarse. Y para hacernos tragar su mierda
reformista, quiere convencernos de que no estamos determinados por la
esclavitud asalariada y la producción de mercancías, sino por la “producción
de lenguajes y de subjetividad” en un mundo de “trabajo
inmaterial”. ¿Esclavos asalariados? Nada de eso. Según el Profesor
Negri, debemos reconocernos como una “multitud” que lucha no para destruir el
actual modo de producción, sino para expresar su subjetividad y para
autogestionar las relaciones capitalistas. Los piquetes, ocupaciones y
asambleas están bien para él, siempre que no pasen de la autogestión de lo
existente, siempre que no superen los límites del buen entendimiento
democrático y civilizado, donde los capitalistas siempre ganan.
¡Pobre Toni, no puede soportar la
visión de las terribles luchas que se avecinan! Para conjurar esa pesadilla,
visitó a los piqueteros argentinos y pocas horas después a los políticos que
ordenaron la brutal represión contra ellos, ¡y a todos los felicitó por su
desempeño! ¡Negri, pobre desgraciado! Con su sonrisa helada llamó a los
proletarios argentinos a luchar de forma pacífica al mismo tiempo que brindaba
con los burócratas que recién habían ordenado disparar contra ellos. Así es
Toni Negri, esa basura contratada para confundir y desarmar a los explotados:
amigo de piqueteros, asambleístas, empresarios y policías. Por eso el New York
Times, bastión mundial de la propaganda burguesa, describió su libro Imperio
como “la próxima Gran Idea”; por eso el best-seller fue publicado por la
universidad de Harvard, semillero de ideólogos liberales, y por eso la
reaccionaria revista Time lo calificó como “el libro inteligente
del momento”. Por eso cuando Negri fue a conferenciar a la fábrica
ocupada Grissinópolis en Argentina, ningún obrero quiso escucharlo y tuvo que
parlotear frente a un pusilánime auditorio de reporteros, académicos y
activistas pagados. Por eso las muertes de violadores y asesinos con uniforme
europeo en Irak le hacen llorar. Y por eso, porque es un apagafuegos de la
lucha de clases, está hoy día en Chile.
En Chile los patrones de izquierda y
de derecha temen que los explotados volvamos a levantarnos. Saben que cuando
llegue nuestra hora haremos mucho más que gritar “que se vayan todos”. Por eso
la izquierda burguesa trae a Negri para atontarnos con sus mentiras. Igual que
en 1973, nos tienen miedo y quieren mantenernos sometidos. Hoy día usan contra
nosotros la basura ideológica de Toni Negri, pero cuando eso ya no sirva van a
usar balas de plomo... Por todo esto, hombres y mujeres del proletariado:
¡Basta de rumiar ideologías adormecedoras! ¡Hay que prepararse para combatir!.
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