Decía el Che que tenemos tres enemigos “el primero, el
imperialismo; el segundo, el imperialismo; el tercero, el imperialismo”. El
“estado del bienestar o keynesiano o socialdemócrata” es producto del
imperialismo, luego,…
La noche del 15 de enero de 1919 la
policía alemana, bajo las órdenes del gobierno socialdemócrata pega un tiro en
la cabeza a “una mujer indefensa con cabellos grises, demacrada y exhausta. Una
mujer mayor, que aparentaba mucho más de los 48 años que tenía”. Era Rosa
Luxemburg.
Con este asesinato y lo que
significaba, el Partido Socialdemócrata Alemán creía salvar al estado y al
capitalismo alemanes frente al socialismo. Aquel día simbólico la
socialdemocracia demostró lo que siempre ha sido, la corriente que, “inserta”
como un quiste purulento en el seno del movimiento obrero y bajo el pretexto de
mejorar la situación de las clases obrera en el capitalismo -o incluso de
llegar al socialismo pacíficamente- cumple siempre su misión: salvar el orden
capitalista cada vez que este se ve amenazado. No importa el precio. El
capitalismo no puede sobrevivir sin la socialdemocracia.
Cuatro años antes el Partido
Socialdemócrata Alemán había votado el presupuesto de guerra con el que
Alemania participó en la Guerra Imperialista. La excusa, como es costumbre
antes de todas las guerras, que el gobierno ruso podía acabar con la
civilización alemana, con los derechos adquiridos por los obreros alemanes
durante los últimos cuarenta años anteriores; por tanto, muy a su pesar, el SPD
(Partido Socialdemócrata Alemán) vota los créditos para participar en la
Guerra.
Luego, tras perder la guerra, en una
Alemania convulsionada y moviéndose hacia la posibilidad (siempre es una
posibilidad) de la revolución socialista, la socialdemocracia pega el tiro en
la nuca a Rosa Luxemburg, a la revolución. Así salvaba de nuevo al capitalismo
alemán en bancarrota.
Es la creencia más extendida el
identificar, frente al partido de la revolución y el socialismo, la
socialdemocracia como aquella corriente obrera que no acepta el que “para
nosotros no es cuestión reformar la propiedad privada, sino abolirla; paliar
los antagonismos de clase, sino abolir las clases; mejorar la sociedad
existente, sino establecer una nueva” (Karl Marx).
A lo largo de su historia, la
socialdemocracia ha desempeñado un papel básicamente reformista y por ello
socialdemocracia y reformismo se han identificado. Sin embargo, lo que ha
demostrado siempre la socialdemocracia es ser el partido de la tranquilidad:
cuando está el capitalismo, busca la tranquilidad, a cualquier precio,
aceptando reforma o aceptando, como hoy día, recortes: “En concreto: aspiran a
corromper a la clase trabajadora con la tranquilidad, y así adormecer su
espíritu revolucionario con concesiones y comodidades pasajeras” (Karl Marx,
1850).
Cuando se crea un estado
revolucionario y socialista, siempre aparece una corriente que, a falta de otro
nombre, también llamaré socialdemócrata, por su miedo a la revolución y al
cambio, y que intenta vivir en su estado, conservar su estado, mantener los
privilegios de la clase dirigente y burocrática de ese estado, y para conseguir
la tranquilidad del “estado socialista” no duda en acabar con cualquier
revolución externa que la ponga en peligro, como fue la política desplegada en
el exterior por la Unión Soviética burocratizada: en las jornadas de mayo de
1937 en la revolución española, con la griega después de la II Guerra Mundial,
el intento de impedir de todas las formas posibles que los comunistas chinos
hagan su revolución (Mao dice que muy bien, pero él hace la revolución),… El
partido de la socialdemocracia es, simplemente, el partido de la cobardía.
Entre la esclavitud o la lucha consecuente, siempre elegirá la primera.
La socialdemocracia no es, en sentido
estricto, un partido formal, sino una tendencia que irrumpe con las más
variopintas formas, se alimenta del miedo que pueda tener el pequeño tendero,
el funcionario, el campesino que medra en su trozo de tierra, el obrero
asustado ante la gigantesca labor que tiene por delante,…frente a la bota del
banquero como ante una clase revolucionaria en rebeldía. Entre ambos debe
elegir, y si la revolución no muestra su fuerza, se acogerá a los brazos del
banquero. Pero si la revolución tiene fuerza, el campesino, el funcionario, el
pequeño burgués, el obrero no temerá unirse a ella. Sólo la lucha los lleva al
campo de la revolución; cuando esta –y los partidos que debieran haber llamado
a rebato- flaqueó en los años treinta, sabemos en manos de quién cayó. Hoy,
como entonces, el fascismo está a la vuelta de la esquina, y no va a ser
precisamente con luchas pacíficas y mendigando reformas pusilánimes como se le
va a detener.
La socialdemocracia es la falta de
fuerza y confianza de los de abajo ante la posibilidad de cambiar el estado de
cosas existente, y se agarra a todo para que su pequeño mundo no se hunda bajo
sus pies. Así Rodríguez Zapatero, el hombre de las pequeñas reformas, el 10 de
mayo de 2010, ante una simple llamada telefónica de Washington o Berlín, opta
por deshacer de la noche a la mañana lo que quedaba del precario estado del
bienestar en España. El doce de mayo de 2010 se nos anunciaba a los españoles
que la política que a partir de entonces iba a seguir el país no iba a emanar
de las decisiones de Madrid, que en aquel momento pasaba a convertirse en una
sucursal únicamente responsable ante el gobierno de Berlín.
La socialdemocracia es colaboradora:
en España colaboró institucionalmente (me refiero a Largo Caballero y al PSOE
de la época) con la dictadura de Primo de Rivera para obtener pequeñas
concesiones, aunque luego abandona dicha colaboración en 1928 cuando los
vientos de la tranquilidad navegaban de otra parte. A fines de la Guerra Civil,
cuando había posibilidades de unir la revolución española con una más que
hipotética Guerra Mundial, organiza un golpe de estado contra el legítimo
gobierno de la República y acepta (Besteiro) la rendición incondicional
doblando las rodillas ante Franco.
Cuando va cayendo la dictadura, a lo
Tarrancón, los representantes de la socialdemocracia (un resucitado PSOE con el
dinero alemán y un PCE que se deja llevar por el ansia de ser respetable e
institucional), impiden la posibilidad del cambio, mientras cerca de doscientos
muertos de luchadores de izquierda durante la transición (léase el libro de
Alfredo Grimaldos)1 y un clima caldeado y combativo
consiguen para una clase obrera en lucha las mejores condiciones laborales y
sociales de toda su historia. Para acabar con todo ello se alza toda la tramoya
del 23-F de 1981 y un año después nos hace su visita el socialismo de “la
tercera vía”: aceptado el liberalismo político, se acepta el económico con
todas las consecuencias. Misión cumplida.
En la crisis actual, la
socialdemocracia española –por sentido de responsabilidad- apoya en líneas
generales la política del PP (en el Euro, en el pago de la deuda, en la Unión
Europea,…) mientras que el otro cuerno de la socialdemocracia encabezado por
Cayo Lara se asusta ante la degradación de la situación existente y la
consiguiente posibilidad de un estallido social; como Vicenç Navarro, como Juan
Torres, como Alberto Garzón (los cito, por el famoso libro escrito por "el
trío", palabra acuñada certeramente para ellos por Manuel Navarrete) se
espanta ante la “ineptitud” de la burguesía que no comprende que se está
llevando a sí misma a la catástrofe y al alimón lloran porque al actual
gobierno “malo” no le sustituye uno progresista que haga las consabidas y
debidas reformas, que ellos divulgan diariamente y por todos los medios
posibles con una tenacidad digna de mejor causa.
De esta forma, el sector izquierdista
de la socialdemocracia no encabeza los movimientos sociales que surgen por
todas partes, sino, simplemente, los acompaña en la retaguardia, un poco por
cumplir y otro poco por obligación (en Andalucía, sin obligación, se coaliga
con un gobierno neoliberal), de la misma forma a como se va a la boda de los
amigos o al entierro del compañero de trabajo: para que nos vean.
¡Ay, dignos amigos! Tener que
recordaros cien años después las palabras de Lenin sobre la misión y la tarea
de todo buen socialista, que no es otra que “la organización de la lucha de
clase del proletariado y en la dirección de esta lucha, cuyo objetivo final es
la conquista del Poder político por el proletariado y la estructuración de la
sociedad socialista”. Pero quizá no sois socialistas, sino keynesianos, lo que
quiere decir que sois defensores del capitalismo, o ¿acaso pensáis que Keynes
era socialista? Creo que en vuestras sesudas cabezas incluso ha penetrado la
idea de que aquel caballerote inglés, burgués hasta la médula, era un
revolucionario de tomo y lomo.
Nuestra actual socialdemocracia, como
toda socialdemocracia, lo espera todo del estado. En el origen del movimiento
obrero se desarrolló el socialismo utópico, debido a la debilidad del
movimiento que hacía buscar la conmiseración de dicho estado y la compasión de
los capitalistas frente a la miseria del proletariado.
En un momento de auge de luchas
sociales, buscar la salida de la iniquidad del presente, en lugar de en estas,
en la ayuda y la reforma del estado capitalista sólo puede recibir los
calificativos más denigrantes. Como dijera en 1914 Rosa Luxemburgo, la víctima
de la socialdemocracia, “antes de Marx, e independientemente de él, surgieron
diversos movimientos obreros y doctrinas socialistas, cada una de las cuales
fue, a su manera, expresión teórica, según las circunstancias del momento, de
la lucha de la clase obrera por su emancipación. La teoría que consiste en
basar el socialismo en la concepción moral de la justicia, en la lucha contra
el modo de distribución, en lugar de basarlo en la lucha contra el modo de
producción, en la concepción del antagonismo de clases como antagonismo entre
pobres y ricos, ya existían antes de ahora. Y estas teorías, a pesar de su
insuficiencia fueron, en su momento, teorías efectivas para la lucha de clases
proletaria. Fueron las botas de siete leguas infantiles con las que el
proletariado aprendió a caminar en la escena histórica. Pero después de que el
desarrollo de la lucha de clases y su reflejo en las condiciones sociales
condujeron al abandono de dichas teorías y a la elaboración de los principios
del marxismo, no podía haber lucha de clases socialista fuera del marxismo. Es
por eso que el retorno a las teorías sociales premarxistas ya no significa
retornar a las botas de siete leguas de la niñez del proletariado, sino a las
débiles y gastadas pantuflas de la burguesía”.
El trío y los que propugnan una
política reformista encabezada por un gobierno de izquierdas practican un
socialismo primitivo, un socialismo utópico. Les conviene con toda
claridad las palabras de Lenin, que adapto en su lenguaje a los nuevos tiempos,
referente a los que critican “la sociedad capitalista (neoliberal), la
condenan, la maldicen, sueñan con su destrucción, imaginan un régimen superior
(el keynesiano), y se esfuerzan por hacer que los ricos se convenzan de la
inmoralidad de la explotación.” (No sólo piensan que los ricos se convenzan de
la inmoralidad de la explotación, sino que si son inteligentes y se hacen
keynesianos como ellos incluso les irá mejor, porque la economía saldrá de su
crisis,…).
El keynesianismo, el estado del
bienestar, esa excepción que se dio en unos cuantos países europeos y EEUU
después de la Segunda Guerra Mundial, en unas circunstancias especiales, y a
costa de la explotación del Tercer Mundo y la destrucción de la naturaleza, es
su única y milagrosa solución para todo.
Si el keynesianismo fuera factible de
reestablecer (que no lo es: ni las clases del Tercer Mundo se dejan explotar,
el petróleo –esa fuente de energía casi gratuita que regaló la naturaleza- está
consumido y las materias primas del planeta exhaustas), quizá no lo fuera
deseable moralmente. El estado del bienestar es un sueño que ya no va a venir:
los capitalistas ya no pueden permitirse repartir unas migajas de los
beneficios entre sus obreros como les permitió durante un tiempo el
imperialismo. Y de ser posible la vuelta a aquel (imaginemos que el planeta se
agrande por todos lados, que aparezcan riquezas naturales por doquier, que las
revoluciones de la periferia sean contenidas,…), habría que renunciar al mal
llamado estado del bienestar por inmoral: condena al hambre, la miseria y la
muerte a cuatro quintos de la humanidad. Si somos socialistas, queremos el
socialismo para todos. ¿Qué fue del Internacionalismo? ¿Tan difícil es
comprender que los electrodomésticos que llenaron nuestras casas durante
décadas es el producto de la explotación de millones de personas en el
Planeta?. Nuestro objetivo es abandonar la carrera del consumismo y destrucción
de la naturaleza. Transformar la sociedad del bienestar en la del buen vivir,
donde haya salud, educación, trabajo, comida y una vida digna para todos los
hombres y mujeres de la Tierra.
Decía el Che que tenemos tres
enemigos “el primero, el imperialismo; el segundo, el imperialismo; el tercero,
el imperialismo”. El “estado del bienestar o keynesiano o socialdemócrata” es
producto del imperialismo, luego,…
Muchas frases y gestos, pero poca
voluntad de lucha. Se precisa abandonar las frases bonitas, las buenas intenciones,
las hermosas teorías que parecen explicarlo todo y luego conducen a la
paralización de la acción, del deseo de ver el final de la inmoralidad
financiera o ver en la Troika el origen de todos los males, y cambiar todo ello
por una actitud de lucha, de organizarse, de unirse a los grandes movimientos
sociales que se disparan por España y Europa, o de lo contrario estamos
condenados a ser lo que los hombre y los explotados han sido siempre, las
“víctimas necias del engaño ajeno y propio, y que seguirán siendo mientras no
aprendan a descubrir detrás de todas las frases, declaraciones y promesas
morales, religiosas, políticas y sociales, los intereses de una u otra
clase. Los que abogan por reformas y mejoras se verán siempre burlados por los
defensores de lo viejo mientras no comprendan que toda institución vieja, por
bárbara y podrida que parezca, se sostiene por la fuerza de determinadas clases
dominantes. Y para vencer la resistencia de esas clases, sólo hay un
medio: encontrar en la misma sociedad que nos rodea, las fuerzas que pueden --
y, por su situación social, deben -- constituir la fuerza capaz de
barrer lo viejo y crear lo nuevo, y educar y organizar a esas fuerzas para la
lucha” (Lenin).
Sin embargo ni IU ni sus alrededores
son capaces de detener esos movimientos, por mucho que se agiten, por mucho que
busquen una solución un día y otra diferente al siguiente, buscando en lugar de
los actuales, empresarios buenos que creen riqueza y no estafen, un Banco
Central Europeo de nueva reglamentación que no sirva a los intereses de las
clases capitalistas, una Unión Europea de los pueblos y no de las élites,…En
fin, pobres víctimas del engaño propio y ajeno…
Sin embargo, no podrán impedir el
desarrollo de los enfrentamientos de clase, que se recrudecerán en los próximos
años, porque como decía Rosa Luxemburg (del que este artículo pretende ser un
homenaje, por su lucha incansable contra todo tipo de reformismo, por su in
transigencia con cualquier tipo de explotación, hasta ser asesinada por los
“reformistas”) cuando se piensa que se va a lograr atraer a los capitalistas
buenos y acabar con los malos, o conseguir la armonía social a través de unas
bases capitalistas más justas, hay que recordarles que “la lucha de clases no
es un invento marxista que se puede dejar arbitrariamente cada vez que parezca
oportuno. La lucha de clases proletaria es más antigua que el marxismo, es un
producto elemental de la sociedad de clases. Apareció en Europa apenas el
capitalismo se adueñó del poder. El comunismo no llevó al proletariado moderno
a la lucha de clases. Por el contrario, la lucha de clases creó el movimiento
socialdemócrata internacional para darle objetivo y unidad conscientes a los
distintos fragmentos locales y dispersos de la lucha de clases”. (Donde Rosa
dice socialdemocracia, yo he colocado marxismo o comunismo, porque con la
palabra “socialdemocracia”, ella se refería al socialismo revolucionario, y hoy
día ha pasado a significar algo bien diferente).
Para acabar, ya que está de moda
identificar “estado del bienestar” con socialdemocracia y que ese estado es una
de las grandes esperanzas para muchos, una especie de regreso a un paraíso
perdido, hay que recordar que el capitalismo es centenario, en tanto que el
“estado del bienestar” duró una generación y sólo en un pequeño número de
países. Para Vicenç Navarro, Juan Torres o Alberto Garzón (a pesar que este
último gusta de decir que él lucha por el socialismo, por otra sociedad, que lo
suyo es otra cosa) el estado del bienestar es norma del capitalismo y su forma
neoliberal la excepción a aniquilar.
El famoso pacto socialdemócrata que
siguió a la Segunda Guerra Mundial, no fue ni siquiera un pacto, pues de haber
sido un pacto, el capital no hubiera acabado con él de un día a otro. Fue una
concesión del capitalismo que ahora no siente la obligación de conceder y,
mucho menos, una concesión impuesta por los partidos socialistas o
socialdemócratas.
Una concesión impuesta por el vigor
de los partidos comunistas en Francia, Italia y otros lugares (el yugoslavo, el
chino, el checo, el español que con tanta bravura se enfrentó al franquismo,…)
después de su gigantesca lucha en la resistencia contra los fascismos, una
concesión impuesta también por el poder de unos sindicatos obreros no
domesticados, por las nuevas fuerzas de liberación que se fueron desarrollando
en las viejas colonias, a la fuerza de una Unión Soviética que pese a sus
errores trajo el pleno empleo, la sanidad para todos y un sinfín de derechos
sociales.
Ante la mojigata socialdemocracia, la
burguesía no hubiera cedido en nada; fue ante los hechos anteriormente
mencionados por lo que cedió y dobló el brazo. Conquistar y mantener lo
conquistado siempre es producto de la lucha, y acabado el modelo soviético,
vueltos archirreformistas los partidos comunistas oficiales y los sindicatos,
el capitalismo vuelve a su senda normal.
Sólo una lucha internacional y tenaz
(como la de Venezuela, como la de Cuba, como la de tantos lugares) podrá traer
una nueva sociedad y un nuevo mundo. Poner las esperanzas en la buena voluntad
del capitalismo, es darse por derrotados desde el principio y dar la batalla
por perdida. No hay un capitalismo bueno y un capitalismo malo; hay un único
capitalismo que conocemos de sobra.
Y acabo como empecé, recordando estas
clarividentes palabras de Rosa Luxemburg “el Estado existente es, ante todo,
una organización de la clase dominante. Asume funciones que favorecen
específicamente el desarrollo de la sociedad porque dichos intereses y el
desarrollo de la sociedad coinciden con los intereses de la clase dominante y
en la medida en que esto es así. La legislación laboral se promulga tanto para
servir a los intereses inmediatos de la clase capitalista como para servir a
los intereses de la sociedad en general. Pero esta armonía impera sólo hasta
cierto momento del desarrollo capitalista”.
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