15 de noviembre de 2013
Alex Callinicos. En
lucha
¿Desapareció la clase trabajadora?
La cuestión de las clases sociales ha
sido uno de los principales temas de debate político de la última década. Se ha
planteado, sin embargo, de una forma paradójica: gran parte de la izquierda
sostiene que, en general, los antagonismos de clase ya no constituyen la
división fundamental de la sociedad y, en particular, que la clase trabajadora
está en declive y no se puede esperar que juegue el papel de agente de la
revolución socialista que Marx le asignó.
El telón de fondo de estos debates son
las derrotas sufridas por el movimiento obrero desde finales de los años 70,
sobre todo en Gran Bretaña y en Estados Unidos, pero también en el resto del
mundo capitalista avanzado. La cuestión se planteó por primera vez durante el
primer gobierno de Margaret Thatcher, con la publicación, en inglés, de un
libro del escritor francés André Gorz. El menor número de huelgas, el aumento
del paro y de los cierres de fábricas, junto con los avances electorales de los
partidos conservadores, otorgaban credibilidad a la idea de que la clase
trabajadora ya no representa una fuerza social y política.
Creo que es esencial cuestionar la idea
de que los cambios ocurridos en la estructura social del capitalismo
contemporáneo hagan necesario que las y los socialistas dejen de considerar la
lucha de clases como el elemento indispensable para entender el capitalismo, y
como el medio fundamental para remplazarlo por una sociedad sin clases.
Esta idea se ha propagado con relativa
facilidad entre la izquierda, debido, entre otras razones, a la confusión
reinante, incluso entre mucha gente de izquierdas, acerca del concepto de
clase. Los conceptos de clase fundamentados en el sentido común que a menudo
sirven para sustentar teorías sociológicas aparentemente sofisticadas, son un
obstáculo para entender cuáles son las divisiones reales en la sociedad. Que
sean éstos los conceptos que prevalecen es reflejo de la influencia ideológica
que ejerce la clase dominante sobre mucha de la izquierda.
Entre apariencia y realidad
Estos conceptos de sentido común se
asemejan entre sí porque identifican las apariencias superficiales existentes
en la sociedad con la clase social. Las apariencias más importantes son,
probablemente, el estatus, la ocupación y los ingresos.
El estatus refleja, sobre todo, de qué
manera las personas perciben su propia posición social y como la perciben los
demás. Estudiar el estatus requiere dilucidar las sutiles diferencias en los
niveles del prestigio social (entender su jerarquía y el esnobismo que éste
conlleva).
Cuando se dice que Gran Bretaña es una
sociedad “de clases”, en general, se piensa en el estatus (en la monarquía, en
la aristocracia, en las relaciones forjadas en los colegios exclusivos,
etcétera).
Hacer hincapié en el estatus significa
centrarse en los estilos de vida de las personas y en
sus pautas de consumo. En términos
generales, desde 1945, los ingresos reales de los obreros manuales han
aumentado significativamente. En ciertas cosas, las pautas de consumo de muchos
obreros manuales y las de aquellos que tradicionalmente han sido considerados
profesionales de clase media, han llegado a parecerse: miembros de ambos grupos
tienen coche, compran en los mismos supermercados, viajan más, tienen
hipotecas.
Pero las semejanzas han sido, a menudo,
exageradas. Una definición de clase que exagere la importancia de las pautas de
consumo probablemente conduzca a creer que los antagonismos de clase han
desaparecido y que ha habido una fusión entre la clase trabajadora y la clase
media. Después de la tercera derrota electoral consecutiva sufrida por el
Partido Laborista británico en los años 50, quienes sostenían que la clase
trabajadora estaba “aburguesándose” (tornándose clase media) se basaban en la
mayor opulencia y en los cambios en el estilo de vida de los obreros manuales.
Las similitudes en las pautas de
consumo, sin embargo, pueden esconder posiciones muy diferentes en la
estructura general de las relaciones de poder y privilegio en la sociedad. En
general, el estatus es, por definición, subjetivo y refleja las actitudes de
los individuos hacía la sociedad y hacia los otros individuos. Por
consiguiente, es poco útil para explicar los cambios sociales, sobre todo
cuando éstos afectan a diversos grupos de personas que adoptan actitudes
diferentes. ¿Cómo puede el concepto de estatus ayudar a comprender las razones
que llevaron a los maestros y a las enfermeras (que se consideraban a sí mismos
como “profesionales humanitarios”), a fines de los años 60 y en los 70, a
aceptar una cada vez mayor participación en las organizaciones sindicales
colectivas, en movilizaciones sindicales y hasta en huelgas? Se mire como se
mire, no puede darse mucha credibilidad a un concepto de clase según el cual
los Estados Unidos son una sociedad menos clasista que la de Gran Bretaña,
debido a que en ese país los rituales de privilegio de los ricos y poderosos no
son tan visibles, ni están tan desarrollados. El estatus es un concepto
totalmente idealista que no sirve para analizar la sociedad.
La ocupación es otro factor que el sentido
común identifica como útil para la definición de clase. En este caso, la clave
para determinar la posición de clase del individuo es el tipo específico de
trabajo que realiza. El mejor ejemplo de este enfoque son las investigaciones
oficiales sobre la estructura social. En Gran Bretaña estas investigaciones
utilizan la clasificación de las ocupaciones establecida por el Registro
General, según la que se identifican amplias categorías ocupacionales tales
como ocupaciones manuales y de “cuello blanco”. Gran parte de los datos
empíricos sobre la clase social identifica a ésta con la ocupación. Este
enfoque merece nuestra atención, entre otras razones, porque los estudios que
lo adoptan tienden a identificar a la clase trabajadora con quienes realizan ocupaciones
manuales. Debido a que, en las sociedades capitalistas avanzadas, el número de
personas en ocupaciones manuales constituye una proporción cada vez menor de la
mano de obra, puede fácilmente pensarse que la clase trabajadora está
desapareciendo.
El definir la clase social según la
ocupación tiene, por lo menos, el mérito de contemplar las realidades
materiales del mundo laboral. No obstante, este enfoque obvia los antagonismos
intrínsecos que enfrentan a los diferentes grupos sociales dentro del sector
productivo. Es así que algunos expertos en Ciencias Políticas consideran que
uno de los mayores éxitos de los Tories ha sido recabar el apoyo de los
trabajadores manuales cualificados. Después de las elecciones de 1987, Ivor
Crewe compiló las estadísticas acerca del creciente número de votantes del
Partido Conservador entre este grupo de trabajadores: en 1974, 31%, en 1979,
45% y en 1987, 43%, lo cual daba al Partido Conservador una ventaja de 9 puntos
sobre el Partido Laborista. La conclusión a la que llegó Ivor Crewe fue que: “Éste
es el testamento más apabullante del Thatcherismo que pueda haber”. Pero la
categoría de “trabajadores manuales cualificados” abarca a los
capataces, a los trabajadores manuales autónomos y a los pequeños empresarios.
Es decir que se sitúan en una única categoría a grupos de personas cuyos
intereses son diferentes, e incluso antagónicos, a los intereses de aquellos
trabajadores manuales quienes, independientemente de su nivel de cualificación,
dependen de la venta de su fuerza de trabajo para su supervivencia.
Para que esta amplia categoría sea útil
es necesario establecer cuáles son los diversos grupos que la constituyen, ya
que es probable que éstos difieran mucho en su conducta social y política.
Algo similar ocurre con la categoría “trabajadores
de cuello blanco”. ¿Qué tienen en común el consejero delegado y el personal
auxiliar administrativo de una gran empresa?
Este es un tema importante debido a que
el incremento de la proporción de trabajadores de “cuello blanco” en la
población activa se ha visto acompañado por un aumento de la actividad sindical
de estos sectores. En el período posterior a la derrota de la gran huelga de
los mineros en 1985, los maestros y los funcionarios se opusieron más
activamente a las políticas del gobierno, encabezado por Margaret Thatcher, que
grupos de trabajadores manuales con una tradición de mayor militancia, tales
como los trabajadores de la industria mecánica o de la automovilística. En
palabras del marxista estadounidense Stanley Aronowitz, “la etiqueta ‘cuello
blanco’ presupone que existe una diferencia esencial entre la estructura
laboral de la fábrica y la de la oficina. Se trata de una categoría derivada de
la ideología social y no de las ciencias sociales”. Toda clasificación de
la mano de obra por tipos de ocupación esconde los conflictos fundamentales que
existen en la sociedad capitalista.
El tercer concepto de sentido común
identifica la clase por los niveles de ingresos. A menudo, esto conduce a
esgrimir argumentos sorprendentemente ingenuos y torpes, tales como que el
aumento del nivel de vida socava la militancia de clase. Es así que Gavin
Kitching declaró hace poco tiempo que salarios brutos de sólo 30.000 pesetas
por semana para un trabajador manual, y de 24.000 pesetas para un trabajador no
manual representan “una significativa participación material en el sistema”
(!). En "Trabajo asalariado y capital", Marx argumenta que el
análisis de clase no contempla los niveles absolutos de ingresos sino los
ingresos relativos que son los que reflejan cual es la distribución de la
riqueza en la sociedad. En 1985, por ejemplo, los ingresos semanales de una
familia perteneciente al 10% de las más pobres en Gran Bretaña eran de 10.000
pesetas, mientras que los de una familia perteneciente al 10% de las más ricas
eran de 84.000. La “participación material en el sistema” de estos dos
grupos es, claramente, muy diferente. Los conflictos de intereses, que se
derivan de esta situación, quedaron reflejados en el período de 1979-1985. En esos
años, los ingresos netos de un quinto de los asalariados mejor pagados
aumentaron 11,6%, en tanto que un quinto de los asalariados peor pagados
sufrieron un recorte de 2,9% en sus ingresos netos.
Sin embargo, incluso la distribución de
los ingresos no es una guía perfecta para entender las razones del conflicto de
clases. Los ingresos relativos de un individuo no explican de qué manera accede
a su proporción del producto social. Hay, en primer lugar, una diferencia
fundamental entre diferentes tipos de ingresos, y sobre todo, entre los
salarios y los beneficios. Un gran accionista de una empresa cuyo salario son
los dividendos que recibe de los beneficios obtenidos por la empresa, y un
trabajador manual semicualificado, viven en mundos diferentes. Incluso entre
los asalariados hay diferentes posiciones de clase. El trabajador manual, cuyo
salario es alto gracias a la organización sindical en la fábrica, es un
empleado; también lo es el licenciado universitario que ocupa un puesto
directivo, y cuyos altos ingresos reflejan su posición en la jerarquía por
encima de los trabajadores manuales y del personal auxiliar administrativo.
Pero, ¿pertenecen a la misma clase?
Marxismo y lucha de clases
Para responder a esta pregunta hay que
abandonar los tres enfoques de sentido común que hemos señalado. En los tres
casos se considera la estructura social como una escalera en la que los
diferentes grupos sociales tienen una posición social, por encima o por debajo
de los otros grupos, según su estatus, ocupación o ingresos (algunas ambiciosas
teorías sociológicas consideran que los tres factores juntos son
determinantes). El marxista estadounidense Erik Olin Wright sostiene que los
conceptos de clase que se basan en estas “detalladas diferenciaciones son
‘estáticos’”. Wright agrega que: “tales conceptos pueden servir para
clasificar a las personas en términos de la distribución de las recompensas
materiales que reciben, pero no son válidos para identificar a las fuerzas
sociales dinámicas que determinan y transforman esa distribución”.a1
La teoría marxista de las clases
sociales, por el contrario, es parte de un intento más amplio dirigido a
entender los procesos a través de los cuales los seres humanos construyen y
transforman las sociedades en las que viven. Los cambios históricos dependen
del desarrollo de las fuerzas productivas, de los medios materiales de
producción y del elemento humano que las pone en marcha para satisfacer las
necesidades sociales. Las relaciones de producción y las relaciones sociales
que los seres humanos establecen a partir de ellas estimulan o restringen el
crecimiento del poder productivo de las personas.
La sociedad de clases surge cuando una
minoría adquiere un control suficiente sobre los medios de producción como para
obligar a los productores directos (esclavos, campesinos o trabajadores) a
trabajar no sólo para sí mismos, sino también para la minoría explotadora.
De esta concepción de la historia se
desprende que la posición de clase de las personas está determinada por el
lugar que ocupan en las relaciones de producción. La mejor definición de clase
que adopta este enfoque es la del historiador marxista Geoffrey de Ste Croix:
“La clase (que es esencialmente una
relación), es la expresión colectiva de la explotación, de la manera en que la
explotación está enraizada en una estructura social. La explotación es la
apropiación por parte de unos de una porción del producto del trabajo de
otros…”
“Una clase (una clase específica) es un
grupo humano que dentro de una comunidad se identifica por la posición que
ocupa en el sistema general de producción social. Este grupo se define, sobre
todo, por su relación con las condiciones de producción (fundamentalmente por
su grado de propiedad o de control de los medios de producción y del trabajo
productivo) y por su relación con las otras clases”.2
La definición marxista de la clase
social tiene una serie de características que la diferencian de otras
definiciones.
En primer lugar, se define a la clase
social como una relación. La posición de clase del individuo depende de su
relación, como miembro de un grupo social, con los otros grupos sociales y no,
como sugieren los conceptos de sentido común mencionados anteriormente que se basan
en otros factores (en el estatus, la ocupación, etc.), de la posición que ocupe
el individuo en la jerarquía social.
En segundo lugar, esta relación es
antagónica: la clase dominante minoritaria que controla los medios de
producción se beneficia de la plusvalía del trabajo los productores directos.
Por consiguiente, el concepto de clase es inseparable del de lucha de clases,
una lucha que enfrenta a explotadores y explotados. En tercer lugar, la
relación antagónica se desarrolla en el proceso de producción: la explotación y
la lucha de clases son el resultado de los intentos realizados por la clase
dominante para controlar los medios de producción y el trabajo mismo de los
productores directos.
Por último, la clase es una relación
objetiva. Al contrario de lo que sostienen quienes se valen del estatus para
definir la clase social, ésta no depende de actitudes subjetivas por parte del
individuo. La clase depende de la posición que ocupe el individuo en las relaciones
de producción, independientemente de sus opiniones al respecto. Aunque un
obrero de la industria automovilística considere que pertenece a la clase
media, no deja de ser un asalariado explotado por el capital.
Wright lo resume así: “las clases en
la teoría marxista (...) se definen por la posición que ocupan en las
relaciones sociales de producción, la producción se considera, sobre todo, un
sistema de explotación”.3 Con esta definición de clase
social se puede analizar mejor los procesos mediante los cuales los seres
humanos transforman la sociedad. En otras palabras, la concepción marxista de
las clases forma parte de una teoría dinámica. Su objetivo no es etiquetar las
posiciones existentes en unas jerarquías sociales inmutables, sino comprender como
las relaciones que mantienen grupos humanos con las fuerzas productivas y con
otros grupos, les otorgan el poder para, colectivamente, escribir la historia.
El antagonismo fundamental que rige las
relaciones entre las clases en la sociedad capitalista es el que existe entre
el capital y el trabajo asalariado. Este antagonismo se deriva de la extracción
de la plusvalía del trabajador en el proceso de producción. En El Capital Marx
explica que la clase trabajadora está compuesta por aquellos que, al carecer
del control de los medios de producción, se ven obligados a vender su fuerza de
trabajo a la clase capitalista que es la que posee los medios de producción. La
cuestión ahora es saber si las transformaciones del capitalismo, en el siglo
que ha transcurrido desde la muerte de Marx, hacen que el antagonismo de clase
en la estructura social del mundo moderno, entre el capital y el trabajo
asalariado, sea cada vez menos relevante.
Hay dos temas de suma importancia para
tratar esta cuestión. Primero, desde el comienzo del siglo XX, se advierte una
tendencia a largo plazo al incremento del número de trabajadores de “cuello
blanco”, y a la disminución del de trabajadores manuales en la composición de
la mano de obra. ¿Significa esto que se hay producido un aburguesamiento (es
decir, un aumento de la clase media)?
Nosotros sostenemos que, una vez
establecido que el lugar que el individuo ocupa para definir cuál es su
posición de clase, es necesario distinguir entre tres grupos de trabajadores de
“cuello blanco”: 1º, un grupo minoritario de estos trabajadores que son
miembros asalariados de la clase capitalista y que participan en la toma de
decisiones de la que depende el proceso de acumulación de capital; 2º, un grupo
mucho más amplio de trabajadores con altos ingresos, la llamada “nueva clase
media”. La mayoría de estos trabajadores desempeñan cargos directivos o de
supervisión, y ocupan una posición intermedia entre la clase capitalista y la
clase trabajadora. 3º, el resto de los trabajadores de “cuello blanco”, la
mayoría, que desempeñan cargos administrativos auxiliares, y cuyo control sobre
su propio trabajo es tan limitado como el de los trabajadores manuales y sus
ingresos, a menudo, más reducidos. La conclusión fundamental a la que llegamos
mediante este análisis es que el aumento de este tercer grupo representa una
expansión, y no una disminución, de la clase trabajadora.
Otro tema que ha incidido en la
discusión acerca de la naturaleza del trabajo de “cuello blanco” es el de la
“desindustrialización”. ¿Han desatado las continuas recesiones económicas que
se han producido a nivel mundial, desde principios de los años 70, un proceso
de “desindustralización” que esté eliminando a la clase trabajadora de
Occidente?
La clase trabajadora vive y lucha
La distribución ocupacional específica
de la clase obrera siempre ha reflejado la estructura de acumulación de
capital. En los tiempos de Marx, el grupo mayoritario de trabajadores
asalariados lo constituían los sirvientes domésticos. Incluso en el sector industrial,
la manufactura mecanizada, método capitalista por excelencia de producción a
gran escala mediante la utilización generalizada de maquinaria, que Marx
analizó a fondo en el primer volumen de El Capital, estuvo poco extendida
durante gran parte del siglo XIX. Este método lo utilizaban, sobre todo, las
industrias más avanzadas de la época, en particular la industria algodonera de
Lancashire. Raphael Samuels observa que: “gran parte de las empresas
capitalistas en el sector manufacturero, así como en la agricultura o en la
minería, se organizaban con tecnologías manuales más que con las de energía a
vapor”.
La producción mecanizada no se
generalizó durante el período de la Revolución Industrial, sino después, a
finales del siglo XIX y a comienzos del siglo XX, con el desarrollo,
especialmente en los Estados Unidos, de la producción en cadena.
La clase trabajadora nunca ha tenido una
estructura ocupacional fija, sino que ésta ha cambiado conforme han cambiado
las necesidades de la acumulación de capital. Las crisis pueden considerarse
períodos de reorganización y de reestructuración durante los que se abandonan
los sectores ineficientes, se absorben y los capitales más eficientes ocupan su
lugar. La clase trabajadora misma participa en este proceso en el que
desaparecen ciertos trabajos y se crean otros. Con frecuencia, se deduce que
estos cambios significan la destrucción de la clase obrera, en lugar de
interpretarlos como una reorganización que responde a los cambios producidos en
el sistema capitalista. En la crisis actual únicamente se ha producido una
nueva reorganización de la clase trabajadora. Es particularmente importante
acabar con el mito, ampliamente propagado por comentaristas burgueses de los
que se hacen eco sectores de la izquierda, de que una brecha profunda e
irreversible está abriéndose entre un “núcleo” de trabajadores permanentes y
privilegiados y una “periferia” de trabajadores eventuales y a tiempo parcial,
identificados como la nueva “clase de servidores”.
Siempre habrá quien lo proclamará, en
periodos en que la clase trabajadora misma está a la defensiva, que se está
produciendo la desaparición de esta. Tales argumentos los esgrimen quienes
pretenden justificar su propia capitulación política ante el orden existente.
Thomas Cooper, uno de los líderes de los Cartistas, el primer gran movimiento
trabajador que se produjo entre los años 1830 y 1840, dijo en 1872 que el gran
boom económico de mediados del siglo XIX había transformado completamente a la
clase trabajadora:
“Cierto es que antaño, en la época de
los Cartistas, miles de trabajadores de Lancashire iban cubiertos de harapos y
que, a menudo, muchos no tenían que comer. Pero su inteligencia se demostraba
por doquier. Se veían grupos de trabajadores debatiendo la importante doctrina
de la justicia política según la cual todo adulto, en su sano juicio, debería
tener, derecho al sufragio en la elección de los hombres que debían establecer
las leyes que los gobernarían; o se debatía con suma seriedad acerca de las
enseñanzas del socialismo. Grupos así ya no se ven en Lancashire. Pero si se
ven trabajadores bien vestidos, con las manos en los bolsillos, que hablan de
las cooperativas y las acciones que en ellas poseen, o de las cajas de ahorro
para la construcción de viviendas.”4
Para entonces, Thomas Cooper había
dejado de ser parte del movimiento obrero revolucionario y había abrazado el
liberalismo gladstoniano5. La mezcla de nostalgia y auto
complacencia con la que Cooper describe la muerte de la clase trabajadora es
idéntica a la que utilizan publicaciones de la izquierda actualmente. Ahora se
dice que los temas de conversación son las acciones en la compañía de
telecomunicaciones de Gran Bretaña, o los videos, mientras en los años 50, los
sociólogos y el ala derechista del partido laborista dieron gran importancia a
la compras a plazos y al incremento en el número de coches en propiedad. A
menudo han sido los mismos trabajadores supuestamente “opulentos”, producto de
un periodo de restauración, los que se han convertido en líderes de un nuevo
resurgimiento de la lucha de clases. La “aristocracia obrera” de Cooper (los
mecánicos cualificados de la era victoriana en Inglaterra), se transformó a
principios del siglo XX en la vanguardia del movimiento obrero organizado y
militante. Otros movimientos obreros más avanzados existían entre los obreros
de la industria del metal en Petrogado, Berlín y Turín.
En los años 30 y 40, los mecánicos
semicualificados de las nuevas fábricas de automóviles y de aviones
estructuraron la poderosa organización de representantes sindicales que entre
1970 y 1974 derrotó al gobierno conservador de Edward Heath.
Es imposible pronosticar qué formas
adoptará el nuevo resurgimiento de las organizaciones, de las luchas de la
clase trabajadora. No obstante, es indudable de que la lucha de clases se
acentuará. Las profundas contradicciones en las que se debate el capitalismo
mundial desembocarán, inexorablemente, en convulsiones sociales. Sin embargo,
no es seguro que el resultado de las luchas sea la derrota del capitalismo. Eso
dependerá de cuales sean las políticas que tengan influencia en el movimiento
obrero cuando se de el enfrentamiento. Es también indudable que la
socialdemocracia derechista, para la que la lucha de clases no es ni posible ni
deseable, conducirá al movimiento obrero a nuevas derrotas, si mantiene su
predominio entre los trabajadores.
Por consiguiente, a través de nuestro
análisis llegamos a una simple conclusión práctica: es esencial que exista una
organización socialista revolucionaria, que considere las luchas colectivas del
movimiento obrero como la base para la derrota del capitalismo y para la
construcción del socialismo, a fin de salir de la crisis actual.
Notas
1. E. O. Wright, Class structure and income
determination, Nueva York, 1979, pp. 7-8. Ver también G. E. M. de Ste Croix,
The Class Struggle in the Ancient Greek World, Londres, 1981, pp. 90-91.
2. Ste Croix, pág. 43.
3. Wright, pág. 17.
4. Citado en T. Rothstein, From Chartism to Labourism,
Londres, 1983, pp. 183-184.
5. Doctrina política que propugna el libre mercado y
la mínima intervención del gobierno. El nombre proviene de Gladstone, líder del
Partido Liberal en la segunda mitad del siglo XIX. [N.E.]
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