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18/02/2016
Resumen
Si bien
subsisten actualmente formas de esclavitud similares a las que existieron en la
antigüedad y que afectan, según estimaciones, a unas 20 millones de personas
(hombres, mujeres y niños) en todo el mundo, existen formas contemporáneas de
esclavitud que involucran a la mayor parte de la humanidad y cuyas bases de
sustentación son la propiedad privada de los instrumentos y medios de
producción, la organización “científica” del trabajo o “management” , la utilización de las
neurociencias y de la cibernética al servicio de la tasa de ganancia, las
ideologías y culturas dominantes mediatizadas por los oligopolios de la
comunicación y la adicción de la gente a los dispositivos –teléfonos móviles
multiusos y otros - llamados “inteligentes”.
I. En esta nota no nos referiremos a
la esclavitud con las características con que predominó en la antigüedad, pero
que todavía subsiste, legalmente, como por ejemplo en Mauritania y en la India,
o de hecho en otros lugares y afecta, según estimaciones, a unas 20 millones de
personas –hombres, mujeres y niños- en todo el mundo, sino que nos referiremos
a la esclavitud contemporánea, inherente a la etapa actual del sistema
capitalista y que involucra a la mayor parte de la humanidad.
Y abriremos
un paréntesis – en el párrafo IV - acerca del papel desempeñado por algunas
utilizaciones de la neurociencia, como el neuromarketing y la neuroeconomía en
la consolidación de la esclavitud contemporánea.
II. La primera manifestación en gran
escala de la esclavitud contemporánea fue el taylorismo u “organización científica del
trabajo”.
El
taylorismo y su aplicación en la práctica, el fordismo, se basa en la idea de hacer del trabajador un
mecanismo más en la cadena de montaje: el obrero, en lugar de desplazarse para
realizar su tarea se queda en su sitio y la tarea llega a él en la cadena de
montaje. La velocidad de ésta última le impone inexorablemente al trabajador el
ritmo de trabajo.
El primero
en aplicarlo en la práctica fue Henry Ford, a principios del siglo XX, para la fabricación del famoso Ford T. Este trabajo
embrutecedor agotaba a los obreros, muchos de los cuales optaban por dejarlo.
Ante una tasa de rotación del personal sumamente elevada Ford encontró la
solución: aumentar verticalmente los salarios a 5 dólares por día, cosa que
pudo hacer sin disminuir los beneficios dado el enorme aumento de la
productividad y el pronunciado descenso del costo de producción que resultó de
la introducción del trabajo en cadena. Los nuevos salarios en las fábricas de
Ford permitieron a sus trabajadores convertirse en consumidores, inclusive de
los autos fabricados por ellos.
Los
trabajadores, que no se sentían para nada interesados por un trabajo repetitivo
que no dejaba lugar a iniciativa alguna de su parte, recuperaban fuera del
trabajo su condición humana (o creían recuperarla) como consumidores, gracias a
los salarios relativamente altos que percibían. Esta situación se generalizó en
los países más industrializados sobre todo después de la Segunda Guerra Mundial
y de manera muy circunscripta y temporaria en algunos países periféricos. Es lo
que se llamó “el Estado de bienestar”. “El Estado de bienestar no es, como
se oye decir con frecuencia, un Estado que llena las brechas del sistema
capitalista o que cicatriza a fuerza de prestaciones sociales las heridas que
inflinge el sistema. El Estado de bienestar se fija como imperativo mantener
una tasa de crecimiento, cualquiera sea, siempre que sea positiva y de
distribuir compensaciones de manera de asegurar siempre un contrapeso a la
relación salarial”[1] .
El “Estado
de bienestar” influyó profundamente en la conciencia de los trabajadores. Lars Svendsen escribe: [los trabajadores] “…terminaron por
aceptar la relación salarial y la división del trabajo resultante.
Contrariamente a lo que esperaba el marxismo revolucionario, dejaron de
cuestionar el paradigma capitalista, contentándose con la ambición más modesta
de mejorar su condición en el interior del sistema. Eso significaba también que
su esperanza de libertad y de realización personal radicaba en su papel de
consumidores. Su objetivo principal pasaba a ser el aumento de sus salarios
para poder consumir más”[2]. Algo similar sostuvieron los
fundadores de la Escuela de Frankfort. Marcuse escribió en el Prefacio de El hombre
unidimensional (1954) que “es tanto más difícil transpasar esta forma de
vida en cuanto la satisfacción aumenta en función de la masa de
mercancías”. Ello (la satisfacción instintiva), según Marcuse, “ayuda al
sistema a perpetuarse”.
III. El Estado de bienestar se terminó
más o menos abruptamente con la caída de la tasa de ganancia capitalista y la
consiguiente caída de los salarios reales. Para dar un nuevo impulso a la
economía capitalista y revertir la tendencia decreciente de la tasa de
beneficios, comenzó a generalizarse la aplicación de la nueva tecnología
(robótica, electrónica, informática) a la industria y a los servicios[3].
De modo que
la nueva tecnología, la organización “científica” del trabajo y el consiguiente
aumento de la intensidad del trabajo, aun manteniéndose el mismo horario de
trabajo, incrementa el beneficio capitalista como plusvalía relativa (menos
trabajo necesario y más trabajo excedente). Y si la jornada laboral aumenta
también aumenta el beneficio capitalista (plusvalía absoluta como la que el
capitalista obtiene durante la jornada normal de trabajo) aunque se mantenga la
misma proporción entre trabajo necesario y trabajo excedente. Véase Marx, El Capital,
Libro I, sección 5, Cap. XIV (Plusvalía absoluta y plusvalía relativa).
La
introducción de las nuevas tecnologías requería otra forma de participación de
los trabajadores en la producción, que ya no podía reducirse a la de meros
autómatas. Había que modificar-perfeccionar el sistema de explotación, pues las
nuevas técnicas, entre ellas la informática, requerían distintos niveles de
formación y de conocimientos, lo que condujo a que comenzaran a difuminarse las
fronteras entre el trabajo manual e intelectual. Es así como nace el
“management” en sus distintas variantes, todas tendentes esencialmente a que
los asalariados se sientan partícipes –junto con los patrones– en un esfuerzo
común para el bienestar de todos. Esto no implica la desaparición del fordismo,
que sigue vigente para las tareas que no requieren calificación y subsiste
esencialmente en la nueva concepción de la empresa: el control del personal
–una de las piedras angulares de la explotación capitalista– que se realiza
físicamente en la cadena fordista de producción, continúa –acentuado– en la era
postfordista por otros medios. “Gracias a las tecnologías informáticas –escribe
Lars Svendsen– la dirección puede vigilar lo que sus empleados hacen en el
curso de la jornada y cual es su rendimiento” [4]. El nuevo “management” apunta a la
psicología del personal. Los directores de personal (o Directores de Recursos
Humanos) peroran acerca de la “creatividad” y del “espíritu de equipo”, de la
“realización personal por el trabajo”, de que el trabajo puede –y debe–
resultar entretenido, (“work is fun”) etc. y se publican manuales sobre los
mismos temas. Hasta se contratan “funsultants” o “funcilitators” para que
introduzcan en la mente de los trabajadores la idea de que el trabajo es
entretenido, de que es como un juego (“gamification” –del inglés “game”– del
trabajo) [5].
Si se les
pregunta a los asalariados si están satisfechos en su trabajo muchos
responderán que sí, que si no trabajaran su vida carecería de sentido. Y esto
vale incluso para quienes realizan las tareas más simples. En la cadena
fordista la empresa se apodera del cuerpo del trabajador, con el nuevo
“management” se apodera de su espíritu. Escribe Svendsen: “Las motivaciones
y los objetivos del empleado y de la organización se presume que están en
perfecta armonía: El nuevo “management” penetra el alma de cada empleado. En
lugar de imponerle una disciplina desde el exterior, lo motiva desde el
interior”.
Hans Magnus Enzensberger, poeta y ensayista alemán, escribió
en el decenio de 1960: “La explotación material debe esconderse tras la
explotación no material y obtener por nuevos medios el consenso de los
individuos. La acumulación del poder político sirve como pantalla de la
acumulación de las riquezas. Ya no sólo se apodera de la capacidad de trabajo,
sino de la capacidad de juzgar y de pronunciarse. No se suprime la explotación,
sino la conciencia de la misma”[6].
IV. Los mecanismos de manipulación mental
son objeto de trabajos académicos y de seminarios internacionales. En la
Universidad de Stanford, California, funciona un Laboratorio de
Tecnología Persuasiva que dirige B. J Fogg, quien ha escrito un libro
cuyo título lo dice todo: Tecnología
Persuasiva: utilizar las computadoras para cambiar lo que pensamos y lo que
hacemos (tecnologías interactivas [Persuasive Technology: Using Computers to Change What We Think
and Do (Interactive Technologies)]. También se llama a esta disciplina captología. Del 6 al 8
de junio de 2012 se celebró en Linköping (Suecia) el “VII Congreso internacional
sobre tecnología persuasiva”. En la convocatoria al
Congreso se explicaba que “La tecnología persuasiva es un campo científico interdisciplinario
que estudia el diseño de tecnologías y servicios interactivos para cambiar la
actitud y el comportamiento de las personas. En él confluyen ámbitos como la
retórica clásica, la psicología social y la computación ubicua [7] y sus especialistas suelen dedicarse al diseño de aplicaciones
en dominios como el sanitario, empresarial, de seguridad y educativo. El
congreso contará con la información más actual sobre cómo diseñar aplicaciones
móviles y basadas en Internet, como por ejemplo juegos móviles y sitios
dedicados a las redes sociales, para influir en comportamientos, pensamientos y
sentimientos”.
También las
grandes empresas recurren desde hace un tiempo y financian estudios de
“neuroeconomía” y de “neuromarketing”.
Con dichos estudios se trata de identificar, apoyándose en algunos aspectos de
los trabajos de destacados neurobiólogos como Jean-Pierre Changeux (El
hombre neuronal, El hombre de verdad) y António Damásio
(El error de Descartes, Spinoza tenía razón) los mecanismos
mentales de la toma de decisiones, entre ellos el papel de la emoción, que
analiza Damasio en El error de Descartes. La finalidad es elaborar
formas de manipulación mental, por ejemplo a través de la publicidad[8] , para condicionar a la gente
de manera que compre determinados productos o servicios. Se trata de crear en
los seres humanos reflejos condicionados como hacía Pavlov con sus perros de
laboratorio. El neuromarketing ocupa un lugar importante en las escuelas profesionales
de marketing. Véase, por ejemplo Recherche Marketing & Etudes
Internet_ Pub et sciences cognitives comment l’émotion dirige notre
cerveau.mht y Du bon dosage de l'émotion - Stratégies.mht .
Ya no se trata de vender un auto o un yogurt, sino de vender una emoción, un
modo de vida. Por cierto que estos métodos de captación de clientela forman
parte del marketing político. El tema de la toma de decisiones en economía
tiene alta jerarquía académica: en 2002 recibió el premio Nóbel de Economía un psicólogo,
Kahneman, por sus estudios sobre el tema y en 2007 lo recibieron tres
economistas Hurwicz, Myerson y Maskin por sus trabajos acerca de la toma de
decisiones (véase la nota 7), entre otras cosas, por qué una persona compra una
cosa y no otra. En el mundo empresario se aplican también algunos aspectos de
las neurociencias para perfeccionar la conducción de los negocios (liderazgo y
toma de decisiones) y, como ya hemos señalado, para la gestión del personal.
V. La mayor parte del beneficio
resultante del aumento de la productividad engrosa la renta capitalista y una
mínima parte se incorpora al salario, aunque no siempre. Es así como una
constante del sistema capitalista es la profundización de la desigualdad en la
distribución del producto.
Y del mismo
modo, el tiempo social liberado por el aumento de la productividad se
distribuye desigualmente: el tiempo que dedican al trabajo los asalariados no
disminuye, ni aproximadamente, en la misma proporción en que aumenta la
productividad. A comienzos del siglo XIX (hace 200 años) escribió Hegel: “El
hombre disminuye el trabajo para el conjunto, no para los individuos, para los
cuales, al contrario, lo acrecienta, porque cuanto más el trabajo se hace
mecánico, menos valor tiene y más el hombre debe trabajar”…”La disminución del
valor del trabajo es proporcional al aumento de la productividad del
trabajo”…”las fábricas y las manufacturas basan su existencia en la miseria de
una clase” (G.F. Hegel, Realphilosophie, 1805-6).
Cabe agregar
que pese a que la productividad ha aumentado enormemente en los últimos
decenios, como consecuencia del progreso técnico y del aumento de la intensidad
en el trabajo y de la jornada laboral, los salarios reales no han seguido –ni
aproximadamente– el mismo ritmo de crecimiento. Esto vale también para los
cuadros profesionales, cuyos salarios se mantienen congelados y sus condiciones
de trabajo no cesan de deteriorarse.
El profesor
Pietro Basso en su libro Temps modernes, horaires
antiques. La durée du travail au tournant des millénaires (Lausanne, Suisse, Editions Page
deux, 2005) dice que el aumento de la productividad del trabajo, que debería
estar acompañada lógicamente de una reducción del tiempo de trabajo (diario,
semanal y anual) y de la reducción de la intensidad del mismo lo que
efectivamente ocurrió de manera general hasta culminar en el decenio de 1920
cuando las luchas de los trabajadores, ayudadas por el temor de los
capitalistas al ejemplo de la Revolución de Octubre en Rusia, lograron la
jornada hebdomadaria de 48 horas. Pero con el fordismo aumentó la intensidad
del trabajo, como muestra agudamente Chaplin en el film Tiempos Modernos.
(Aquí) Desde entonces la jornada de trabajo
se mantuvo estable, aunque disminuyó la jornada anual como resultado de las
vacaciones más prolongadas y en algunos países disminuyó también la jornada
semanal. Pero en los últimos años, pese a que continuó aumentando la
productividad, esa tendencia a la reducción de la jornada laboral se invirtió y
también aumentó la intensidad del trabajo con el “toyotismo” (“just in time”:
producción de lo necesario en función de la demanda de cada momento evitando la
acumulación de stocks de mercancías) y con la flexibilidad laboral. Esta
tendencia al aumento de la jornada laboral se acentúa a causa de la necesidad
que tiene mucha gente de trabajar más tiempo (en el mismo empleo o en un
trabajo adicional) a fin de ganar lo mínimo necesario para sobrevivir.
Con el
“management” se procura que el trabajador de “cuello blanco”, que es –o tiende
a ser– mayoritario en las países más industrializados, centre su vida como
persona en el seno de la empresa y llene su tiempo “libre” fuera de ella
–orientado por la moda y la publicidad– como consumidor de objetos necesarios e
innecesarios [9] y de distinto tipo de entretenimientos alienantes, como espectador
de deportes mercantilizados, de series televisivas, como adicto a juegos
electrónicos (verdadero flagelo contemporáneo), etc., en la medida que se lo
permiten sus ingresos reales y los créditos que pueda obtener (y que, en
tiempos de crisis, no puede rembolsar).
Dicho de
otra manera, el sistema capitalista en su estado actual trata de superar sus
contradicciones insolubles inherentes a la apropiación por los dueños de los
instrumentos y medios de producción y de cambio de buena parte del trabajo
humano social (plusvalía) apoderándose de la mayor parte del creciente tiempo
libre social (distribución desigual del tiempo libre social ganado con el
aumento de la productividad) para “poner plustrabajo”, como escribe Marx en
los Elementos fundamentales para la crítica de la economía
política (Grundrisse) y apoderándose también del escaso tiempo libre
particular que les queda a quienes trabajan, mercantilizándolo como objeto de
consumo.
De modo que
puede decirse que la esclavitud asalariada propia del capitalismo, que pudo
entenderse limitada sólo a la jornada laboral, ahora se extiende a TODO EL
TIEMPO de la vida de los asalariados. De alguna manera, ha desaparecido la
diferencia entre la esclavitud como sistema prevaleciente en la antigüedad (el
esclavo al servicio del amo de manera permanente) y la esclavitud asalariada
moderna.
VI. Con la sociedad industrial y la
economía de mercado el producto del trabajo dejó de ser la “obra” de una
persona para satisfacer inmediatamente sus necesidades y pasó a ser el medio de
producir –a las órdenes de un patrón– bienes y servicios destinados al mercado,
a cambio de recibir un salario que le permite adquirir los bienes y servicios
necesarios para sobrevivir que se encuentran en ese mismo mercado.
Gorz [10] afirma que el trabajo, cualquiera sea el sistema económico-social,
siempre es alienante pues requiere una organización generadora de burocracias
jerarquizadas y el trabajador debe someterse a esa organización. Y se remite a
las experiencias de los países del socialismo real.
Pero lo que
está claro y es indiscutible es que solo se puede superar la contradicción
inherente al capitalismo entre el aumento de la productividad y la
profundización de las desigualdades sociales suprimiendo la propiedad privada de los instrumentos y medios de
producción y de cambio y así, la apropiación privada de la plusvalía.
Eliminando de la jornada de trabajo el trabajo excedente o plustrabajo que
constituye el beneficio del capitalista, por un lado, y no agregando
plustrabajo (salvo el destinado a la reproducción del capital social) en el
tiempo libre así ganado, por el otro. Incrementando de ese modo el tiempo libre
para todos, tal como previó Marx en los Grundrisse (1857). Es
decir, que aun admitiendo que el trabajo es siempre alienante (aunque puede
sostenerse que no lo es para la minoría que realiza su vocación en el trabajo,
que puede convertirse en una mayoría en un sistema socialista) la abolición del capitalismo debe implicar
un aumento inmediato del tiempo libre social, su redistribución igualitaria y
su reapropiación por cada ser humano para su realización personal.
En este
último caso cabe hacer la diferencia entre el trabajo impuesto como obligación
social (que puede ser alienante aun en un sistema socialista [11]) y la ocupación libremente elegida para el tiempo libre (“disposable
time”, como escribió Marx en los Grundrisse). Tiempo realmente libre
que, como hemos señalado antes, ha cesado totalmente de existir en el
capitalismo contemporáneo. De modo que la cuestión que plantearon los
fundadores de la Escuela de Frankfort que Svendsen sintetiza en la frase “Contrariamente
a lo que esperaba el marxismo revolucionario, [los trabajadores]dejaron
de cuestionar el paradigma capitalista, contentándose con la ambición más
modesta de mejorar su condición en el interior del sistema” conserva
plena actualidad.
En el Primer Manuscrito (El trabajo enajenado),
párrafo XXIII, escribe Marx:
…Ciertamente
el trabajo produce maravillas para los ricos, pero produce privaciones para el
trabajador. Produce palacios, pero para el trabajador chozas. Produce belleza,
pero deformidades para el trabajador. Sustituye el trabajo por máquinas, pero
arroja una parte de los trabajadores a un trabajo bárbaro, y convierte en
máquinas a la otra parte. Produce espíritu, pero origina estupidez y cretinismo
para el trabajador.
La
relación inmediata del trabajo y su producto es la relación del trabajador y el
objeto de su producción. La relación del acaudalado con el objeto de la
producción y con la producción misma es sólo una consecuencia de esta primera
relación y la confirma. Consideraremos más tarde este otro aspecto.
Cuando
preguntamos, por tanto, cuál es la relación esencial del trabajo, preguntamos
por la relación entre el trabajador y la producción.
Hasta
ahora hemos considerado el extrañamiento, la enajenación del trabajador, sólo
en un aspecto, concretamente en su relación con el producto de su trabajo. Pero
el extrañamiento no se muestra sólo en el resultado, sino en el acto de la
producción, dentro de la actividad productiva misma. ¿Cómo podría el trabajador
enfrentarse con el producto de su actividad como con algo extraño si en el acto
mismo de la producción no se hiciese ya ajeno a sí mismo? El producto no es más
que el resumen de la actividad, de la producción. Por tanto, si el producto del
trabajo es la enajenación, la producción misma ha de ser la enajenación activa,
la enajenación de la actividad; la actividad de la enajenación. En el
extrañamiento del producto del trabajo no hace más que resumirse el
extrañamiento, la enajenación en la actividad del trabajo mismo.
¿En qué
consiste, entonces, la enajenación del trabajo?
Primeramente
en que el trabajo es externo al trabajador, es decir, no pertenece a su ser; en
que en su trabajo, el trabajador no se afirma, sino que se niega; no se siente
feliz, sino desgraciado; no desarrolla una libre energía física y espiritual,
sino que mortifica su cuerpo y arruina su espíritu. Por eso el trabajador sólo
se siente en sí fuera del trabajo, y en el trabajo fuera de sí. Está en lo suyo
cuando no trabaja y cuando trabaja no está en lo suyo. Su trabajo no es, así,
voluntario, sino forzado, trabajo forzado. Por eso no es la satisfacción de una
necesidad, sino solamente un medio para satisfacer las necesidades fuera del
trabajo. Su carácter extraño se evidencia claramente en el hecho de que tan
pronto como no existe una coacción física o de cualquier otro tipo se huye del
trabajo como de la peste. El trabajo externo, el trabajo en que el hombre se
enajena, es un trabajo de autosacrificio, de ascetismo. En último término, para
el trabajador se muestra la exterioridad del trabajo en que éste no es suyo,
sino de otro, que no le pertenece; en que cuando está en él no se pertenece a
si mismo, sino a otro. Así como en la religión la actividad propia de la
fantasía humana, de la mente y del corazón humanos, actúa sobre el individuo
independientemente de él, es decir, como una actividad extraña, divina o
diabólica, así también la actividad del trabajador no es su propia actividad.
Pertenece a otro, es la pérdida de sí mismo. [12]. Pero el ser humano no sólo está
alienado como productor sino también como consumidor (incitación al consumismo
mediante la “tecnología persuasiva” y el neuromarketing)[13] y asimismo está alienado a las
ideologías dominantes, que lo llevan a aceptar el orden capitalista vigente
como un hecho natural e inmutable.
A ello
contribuye de manera importante la concentración oligopólica de los medios de
comunicación de masas (incluida la comunicación electrónica) y de los productos
de entretenimiento de masas (series televisivas, música popular, parques de
diversiones, juegos de vídeo, filmes, etc.) está en su apogeo. Grandes empresas
tienen el control mundial casi total de esos productos, mediante los cuales
dictan a los seres humanos cómo deben pensar, qué deben consumir, cómo deben
utilizar su tiempo libre, cuáles deben ser sus aspiraciones, etc. Son el
instrumento destinado a mantener y consolidar la hegemonía de la ideología y la
cultura del sistema capitalista y formidables instrumentos para la
neutralización del espíritu crítico, la domesticación y la degradación
intelectual, ética y estética del ser humano. Uniformizan a escala planetaria
los reflejos y comportamientos del ser humano, destruyendo la originalidad y
riqueza de la cultura de cada pueblo. Son los vectores de la ideología del
sistema dominante, que filtran la información y que tiñen la información ya
filtrada de esa misma ideología en función de sus intereses particulares [14].
Lyon, 18 de
febrero de 2016
[1] Dominique Meda, Le travail, une valeur en voie de disparition.
Ed. Aubier, Paris, 1995, pág. 135.
[2] Lars Svendsen, Le travail. Gagner sa vie, à quel
prix? Editions Autrement, Paris, setiembre 2013,
pág. 140.
[3] “…En toda la historia del capitalismo, desde la gran revolución
industrial de fin del siglo XVIII hasta nuestros días, el sistema económico se
ha desarrollado por movimientos sucesivos de inversiones y de innovaciones
tecnológicas. Esos movimientos parecen principalmente vinculados a las
dificultades inherentes al proceso de acumulación del capital: este, en un
momento dado, se traba y todo se cuestiona: la regulación, los salarios, la
productividad. La innovación tecnológica es una manera de salir de la crisis,
pero no viene sola: ella afecta directamente, a veces el nivel del empleo,
siempre la organización del trabajo y el control ejercido por los trabajadores
sobre su oficio y sobre sus instrumentos de trabajo y por sus organizaciones
sobre el nivel de los salarios, sobre la disciplina en el trabajo y la
seguridad laboral…”. Alfred Dubuc, Quelle nouvelle révolution
industrielle? en: Le plein emploi à l’aube de la nouvelle révolution
industrielle. Publicación de la Escuela de Relaciones Industriales de la
Universidad de Montreal, 1982.
[4] Un estudio detallado de la organización del trabajo en las empresas
que han incorporado la robótica se puede encontrar en Benjamín Coriat, L’atelier
et le robot. Essai sur le fordisme et la production de masse à l’age de
l’électronique. Ediciones Christian Bourgois, Francia. 1990. Sobre el mismo
tema: de Michel Freyssenet, Trabajo, automatización y modelos
productivos. Grupo Editorial Lumen, Argentina 2002.
[5] Véase, en el sitio http://www.changeisfun.com/about/leslie.html, la ejemplar biografía y
bibliografía de Leslie Yerkes, presidenta de Catalyst. Su biografía comienza
así: “La especialidad de Leslie está ayudando a las organizaciones
a convertir los retos en oportunidades. Su filosofía es simple: La gente es
básicamente buena, bien intencionada, valiente y capaz de aprender, y el
trabajo de Leslie consiste en proporcionar un marco en el que la gente puede
recurrir a sus propios recursos internos para encontrar soluciones creativas”.
[6] Hans Magnus Enzensberger, Culture ou mise en
condition? Collection 10/18, Paris 1973, págs. 18-19.
[7] Computación ubicua o “inteligencia ambiental” es la integración de
la informática en el entorno de las personas, de forma que los ordenadores no
se perciban como objetos diferenciados.
La persona
interactúa de manera natural con los dispositivos informáticos y sistemas
computacionales que a su vez interactúan entre sí y puede realizar cualquier
tarea diaria a través de dichos dispositivos (encender las luces, poner en
marcha la calefacción, el horno de la cocina o el televisor, encender y apagar
la computadora en el lugar de trabajo, etc. desde cerca o a distancia).
Estos
dispositivos pueden tener una utilidad práctica (como el que impide poner en
marcha el automóvil si el conductor no ha ajustado su cinturón de seguridad, lo
que induce un comportamiento positivo) pero por un lado tienden a
convertir al ser humano en un robot más que va perdiendo su capacidad de
decisión y por el otro permiten controlar a distancia todas las
actividades, aún las más rutinarias, de las personas.
[8] Patrick Le Lay, en 2004, siendo Presidente
Director General de la emisora de televisión francesa TF1, decía : « Hay muchas maneras de hablar de la televisión. Pero en
la perspectiva de los negocios hay que ser realistas: la base del trabajo de
TF1 es ayudar por ejemplo a Coca Cola a vender su producto. Para que un mensaje
publicitario sea percibido es necesario que el cerebro del espectador esté
disponible. Nuestras emisiones tienen por vocación hacerlo disponible…lo que
vendemos a Coca Cola es tiempo del cerebro humano disponible”.
(09/07/2004 17:24:00 - L'Expansion.com).
[9] Es el llamado efecto de demostración o de imitación, que en el
plano económico fue formulado por James Stemble Duesenberry quien se refiere a
la tendencia de los miembros de un grupo social a imitar los comportamientos de
consumo de la capa de mayores ingresos de ese mismo grupo o de la capa
inmediatamente superior para tratar de identificarse con estos últimos
(Duesenberry, James, Income, Saving and the Theory of Consumption
Behaviour. Harvard University Press, 1949). La moda y las marcas
promueven ese efecto. En un plano más general, se llama también efecto de
demostración o de imitación al hecho de que las clases populares (por lo menos
una buena parte de ellas) tienden a imitar los modos de pensar y los
comportamientos de las elites dirigentes. Incluso, en no pocos casos, tratan de
copiar los comportamientos delictuosos de las elites (todos roban yo también),
con la creencia de que, como aquéllas, beneficiarán de impunidad.
[10] André
Gorz, Métamorphoses du travail. Critique de la raison
économique, Gallimard, Paris, 2004. Edición en castellano: Metamorfosis del trabajo. Búsqueda del sentido. Crítica de la
razón económica. Editorial
Sistema. Madrid 1995.
[11] Aunque puede sostenerse que en un sistema socialista el trabajo
cesa de ser alienante cuando es realizado como resultado de un proyecto
decidido en común con un objetivo de interés general.
[13] Marx se refiere a lo que ahora llamamos consumismo en el Tercer
Manuscrito (Propiedad privada y comunismo) punto
4: “La propiedad privada nos ha hecho tan estúpidos y unilaterales que
un objeto sólo es nuestro cuando lo tenemos, cuando existe para nosotros como
capital o cuando es inmediatamente poseído, comido, bebido, vestido, habitado,
en resumen, utilizado por nosotros. Aunque la propiedad privada concibe, a su
vez, todas esas realizaciones inmediatas de la posesión sólo como medios de
vida y la vida a la que sirven como medios es la vida de la propiedad, el
trabajo y la capitalización. En lugar de todos los sentidos físicos y
espirituales ha aparecido así la simple enajenación de todos estos sentidos, el
sentido del tener. El ser humano tenía que ser reducido a esta absoluta pobreza
para que pudiera alumbrar su riqueza interior (sobre la categoría del tener,
véase Hess, en los Einnundzwanzig Bogen)”.
[14] Todos estos mecanismos-más o menos refinados – de explotación del
trabajo humano se interrumpen abruptamente cuando la empresa recurre
directamente al chantaje, poniendo a los trabajadores ante la disyuntiva de
aceptar el empeoramiento de las condiciones de trabajo en materia de salarios
y/o horarios o el cierre o la deslocalización de la empresa y la consiguiente
pérdida del empleo. O cuando la empresa directamente despide a parte del
personal. Para facilitar la tarea en este sentido a la patronal, algunos
Gobiernos proceden a reformar negativamente la legislación laboral, entre otras
cosas autorizando las negociaciones por empresa, en lugar de la negociación por
rama y así desunir y debilitar el frente de los trabajadores. Este es el
proyecto que tiene en estado avanzado el Gobierno “socialista” francés.
«VII
Congreso internacional sobre tecnología persuasiva» en Linköping (Suecia)
VII Congreso internacional sobre
tecnología persuasiva en Suecia
Del 6 al 8
de junio de 2011 se celebrará en Linköping (Suecia) el VII Congreso
internacional sobre tecnología persuasiva (Captología). La tecnología persuasiva o Captología es un
campo científico interdisciplinario que estudia el diseño.
Del 6 al 8
de junio de 2011 se celebrará en Linköping (Suecia) el VII Congreso internacional
sobre tecnología persuasiva (Captología).
La
tecnología persuasiva o Captología es un campo científico interdisciplinario
que estudia el diseño de tecnologías y servicios interactivos para cambiar la
actitud y el comportamiento de las personas. En él confluyen ámbitos como la
retórica clásica, la psicología social y la computación ubicua y sus
especialistas suelen dedicarse al diseño de aplicaciones en dominios como el
sanitario, empresarial, de seguridad y educativo.
El congreso
contará con la información más actual sobre cómo diseñar aplicaciones móviles y
basadas en Internet, como por ejemplo juegos móviles y sitios dedicados a las
redes sociales, para influir en comportamientos, pensamientos y sentimientos.
El evento
será un foro para investigadores, profesionales y estudiantes interesados en
crear redes, presentar sus trabajos, debatir o tratar temas básicos asociados a
la computación persuasiva y su diseño.
Tienes mas
información sobre la Captología en http://captology.stanford.edu/ donde además tienes recursos esenciales en forma de vídeos y documentación.
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