jueves, 23 de enero de 2020

Un género que confunde, divide y atrasa.







30 de diciembre de 2019


La confusión sexo-género crece y alimenta posturas reaccionarias que perpetúan la desigualdad.


Seguimos abundando sobre las consecuencias del abuso del término género, porque parece más necesario que nunca aclarar conceptos y ver a quiénes y a qué beneficia una confusión que va engordando como bola de nieve: la de sexo y género.

No hace mucho señalábamos en un artículo (y aquí) las tergiversaciones y abusos de que viene siendo objeto el concepto y el término “género” en las últimas décadas. En él esbozábamos algunas de las consecuencias nocivas que trajo consigo, especialmente para un feminismo revolucionario, que hoy no es hegemónico pero no por ello deja de ser parte de la historia de lucha de las mujeres de clase trabajadora, por derecho propio. Otras consecuencias las exploramos en otro artículo (y aquí) más reciente sobre la teoría queer.



   En esta ocasión seguimos abundando sobre esas consecuencias, porque parece que va siendo más necesario que nunca aclarar conceptos y ver a quiénes y a qué beneficia una confusión que va creciendo como bola de nieve: la de sexo y género.

No está de más remarcar que el concepto de género lo adoptó la teoría feminista para designar el conjunto de comportamientos diferenciados - y jerarquizados - que se imponen a los individuos desde que nacen en función de su sexo, haciendo creer a unos y otras que dichos comportamientos los dicta la propia naturaleza.


   Por supuesto, numerosos estudios antropológicos demuestran que estos que llamamos estereotipos, patrones o modelos de género (plasmados, en nuestro contexto cultural, en lo masculino y lo femenino) no tienen nada que ver con la naturaleza; son un fenómeno histórico -por tanto, socialmente determinado-, cuyo fin es mantener la discriminación y sometimiento de las mujeres, y de los que hallamos excelentes ejemplares en la literatura eclesiástica y moralista desde la Edad Media hasta hoy. 1
Estos estereotipos de género tienen continuidad sobre todo en las ideologías de ultraderecha (aunque también, como veremos, en el progresismo posmoderno). Hace poco dijo un alevín de Vox en un discurso: “El feminismo es malo, porque hace a las mujeres arrogantes, maleducadas, desconsideradas, agresivas y las afea”. Es decir, el feminismo es malo porque supuestamente nos convierte a las mujeres en todo lo contrario de lo que “debemos” ser de acuerdo al catecismo de género que llevamos siglos soportando: humildes, obedientes, deferentes, pasivas y bellas (según ese canon de belleza que atrae al ojo masculino).


   Toda una serie de valores estéticos y éticos representados como opuestos -actividad/pasividad, imposición/sumisión, razón/sensibilidad, fortaleza/debilidad, etc.- se nos inculcan durante la infancia en función de nuestro sexo. Las que vivimos esta tierna etapa bajo la dictadura franquista, estábamos acostumbradas a escuchar: “Niña, no des patadas al balón, que pareces un chicazo”, “Niño, no llores, que los hombres no lloran” y sentencias por el estilo. Los niños habían de aprender a ser “masculinos” y las niñas a ser “femeninas”  2

  Cualquier desviación de esa “norma de género” era corregida con mayor o menor severidad por la sociedad adulta. La persistencia en la desviación tenía sanción. Si la niña se empeñaba en vestir pantalones, jugar a los trenes (además de a las muñecas, como era mi caso) o preferir ir a clase de judo que a ballet, se la tildaba de “marimacho”; y si al niño no le gustaba el fútbol y prefería integrarse en los juegos de las niñas le caía el estigma de mariquitaSi la masculinidad y la feminidad fuesen factores innatos -engranados de algún modo en nuestros cromosomas XX/XY- todas y todos nos adaptaríamos perfectamente a esos patrones y no haría falta tanto control social.


   Por tanto, lo primero que debemos tener en cuenta es que las categorías sexo y género, aunque relacionadas, no son equivalentes: la primera remite a un hecho bio-anatómico (ser varón o mujer), la segunda a un hecho socio-cultural. Sostener que el sexo es un hecho biológico no es incurrir en “biologismo”, como afirman algunos, (3) sino constatar una realidad. El biologismo consiste en interpretar un fenómeno social como derivado de la biología. Por ejemplo, explicar la pobreza como resultado de una supuesta inferior inteligencia y capacidad con la que nacen los pobres es biologismo, como lo es explicar la discriminación de las mujeres como derivada de su “naturaleza más débil”.

La influencia que ejercieron y ejercen los estudios de las universidades anglosajonas en nuestros países latinos -junto a las malas traducciones que por desgracia abundan- contribuyó a la confusión de sexo y género. En lugares como Estados Unidos, sexo (sex) se usa casi exclusivamente en su acepción de relaciones sexuales, de modo que cuando se refieren al sexo biológico (varón/mujer) dicen gender (género), como especie de eufemismo mogijato. La asimilación errónea del sexo al género llegó en parte por estas traducciones literales, que se filtraron no sólo en la literatura académica sino también en la periodística, lo que contribuyó a popularizarlas.


   En el artículo citado al principio, ya señalábamos cómo el abuso del término género acabó convirtiéndolo en sustituto de sexo, de feminismo e incluso de mujeres (todo lo relativo a nosotras se etiquetó como “género”). Las que llamo “industrias del género” no hicieron sino vaciar al concepto de su contenido original y generar la confusión -intencionada en muchos casos- que preside en la actualidad. Al mismo tiempo, los partidos social-liberales o progresistas, para intentar diferenciarse en algo de los conservadores, se montaban al carro de las identidades -de género, etnia, religión, orientación sexual... todas menos la de clase-, con sus leyes de no discriminación e “inclusividad”. Esta “política de las identidades” (como se las denomina en el mundo anglosajón), no ha impedido, sin embargo, que la desigualdad social haya seguido creciendo vertiginosamente en las últimas décadas a nivel global.

Con la teoría queer, otro desarrollo del posmodernismo, que, en nuestra modesta opinión, no es una teoría feminista, se implantó la hipótesis de que el sexo biológico es, como el género, algo construido socialmente (por tanto, cambiable a voluntad). Pero con esta “culturización” del sexo se le puso la alfombra roja a la “naturalización” del género, hasta el punto que, por ejemplo, en la ley “contra la discriminación por orientación sexual, identidad o expresión de género y características sexuales, presentada por Unidas Podemos en 2017, se llega a caer en el absurdo de decir que “el género es una categoría humana”. Con esta premisa, en la que queda implícito que los géneros son algo consustancial a las personas, se puede dar fundamento jurídico a denuncias como la realizada recientemente por una madre a una maestra porque puso a su niño un babi rosa en el comedor, en lo que considera una humillación de su “hombría”.

Proposición de Ley contra la discriminación por orientación sexual, identidad o expresión de género y características sexuales, y de igualdad social de lesbianas, gais, bisexuales, transexuales, transgénero e intersexuales.
Presentada por el Grupo Parlamentario Confederal de Unidos Podemos-En Comú Podem-En Marea.
12 de mayo de 2017
Cita completaEl género es una categoría humana que puede estar en constante evolución y como tal tiene que ser percibida como una experiencia vital, un recorrido diverso en tiempos y forma. Por ello, la Ley incluye aquellas personas que, acorde con la diversidad de la identidad y de la orientación de género, se identifican con categorías dinámicas y no binarias que reflejan su identidad o expresión no normativas: travestis, cross dressers, drag queens, drag kings, queers, gender queer, agénero, entre otras.”



    Estas posturas esencialistas del género -en las que incluso cae esa izquierda posmoderna chupiguay- nos retrotraen a esos tiempos pasados que nos esforzábamos por superar, sólo que ahora, en vez de corregir el comportamiento de niños y jóvenes, lo que se pretende es corregir su sexo. Según las corrientes queer, si a un niño le gustan las muñecas es porque da señales de que su sexo está erróneamente asignado y, por tanto, hay que "reasignarlo". Y, al contrario, si a una niña le gusta jugar al fútbol o vestir como un chico, es porque, en realidad, estamos ante un varón. En vez de cuestionar que haya ropa, juguetes y otros símbolos sexistas, lo que se hace es reforzarlos, justo lo que desde el feminismo siempre se ha combatido.


   Antes de que se inventase la categoría género, la teoría feminista tuvo claro que la mujer no nace, sino que se hace (lo mismo aplica al varón). Es decir, que los papeles sociales que se nos asignan en función de nuestro sexo y las relaciones de subordinación-dominación que ellos implican tienen mucho que ver con la histórica opresión de las mujeres -de mayor o menor intensidad y carácter dependiendo de la clase social a la que se pertenezca-; y, por tanto, un paso importante hacia la liberación es acabar con dichos modelos de género: que las personas, sean del sexo que sean, desarrollen sus capacidades, gustos, inclinaciones, formas de vestir y comportarse libremente.

El sexo sólo se convierte en un dato socialmente relevante porque existen los modelos de género, que son una forma de estratificación social, como lo son la raza o la orientación sexual, que atraviesan y refuerzan las divisiones de clase.


   Como expresó claramente Marina Pibernat en un reciente artículo, “reconocer que se puede nacer con un sexo, pero que realmente se es de otro a juzgar por el comportamiento, es reconocer que hay una  feminidad y una masculinidad innatas”, lo cual -añadimos- no sólo es anti-feminista, sino también profundamente reaccionario.

El feminismo de tradición socialista -ese que se ha querido arrinconar durante estas décadas de reacción posmoderna- surgió como una teoría social que, a través de la emancipación de las mujeres, aspira a la emancipación de toda la sociedad de la esclavitud del trabajo asalariado y la explotación capitalista. Por el contrario, el posmodernismo y su hija, la teoría queer, que posee una influencia innegable en los movimientos trans, es una teoría del individualismo que se adapta perfectamente a los valores de la sociedad capitalista.


   Quede claro que hablamos de teorías, no de personas. En el feminismo siempre tuvieron cabida homosexuales y transexuales -que se consideraban feministas, ya que no todos/as lo son-, y siempre se condenaron las agresiones machistas de las que son objeto, por desgracia, con bastante frecuencia. En mi larga experiencia nunca fui testigo de confrontaciones e incluso de las agresiones que hoy se quieren fomentar entre mujeres feministas y transexualesNadie que tenga por objetivo superar las opresiones y la explotación debe entrar en este juego, que sólo tiene como fin crear más divisiones sociales.


Al capitalismo no le molesta que se dicten leyes de “igualdad de género o de “reasignación de género” o de “no discriminación por razón de raza, orientación sexual, etc., porque estas no desafían ni ponen en cuestión la estructura de clases, que es la que sostiene la opresión y la explotación. Y porque ya seamos mujeres, hombres, transexuales, heterosexuales, homosexuales, negros o blancos, si dependemos de un salario que apenas nos permite subsistir, ninguna de esas normas de no discriminación, inclusión o igualdad tendrán efectos prácticos en nuestras vidas, al igual que no los tienen las leyes que nos dicen que tenemos derecho al trabajo, a una vivienda digna, a la sanidad, etc.

  A la sociedad capitalista le conviene crear divisiones en la base social, cuantas más mejor. La prueba es que los medios de comunicación (o más bien de manipulación) del establishment están potenciando la ideología queer, empeñada en enfrentar a las personas transexuales (en inglés, transgender) con las mujeres en general y con las feministas en particular.


   En Reino UnidoCanadá y Estados Unidos, es decir, en los países del centro capitalista, se están alcanzando unos niveles tales de fomento de micro-indentidades enfrentadas (porque ahora también se da carta de naturaleza a las trans-edad y las trans-raciales) que han dado pie a la creación de un tribunal de la Inquisición que criminaliza -y no sólo simbólicamente- a quienes cuestionen o critiquen abiertamente estos planteamientos. Una nueva forma de control social, mucho más represiva de lo conocido hasta ahora, sobre la que volveremos en breve.

Notas y referencias bibliográficas:

1   Hoy la Iglesia católica brama contra lo que llama “ideologías de género” cuando ha sido ella históricamente la que más ha contribuido a forjar e imponer esa "ideología". Lo expliqué en http://canarias-semanal.org/art/22897/de-verdad-rechaza-la-iglesia-catolica-las-ideologias-de-genero

2  Hace no mucho, en una boda, fui testigo de cómo un padre arrebataba de las manos a su hijo de 9 años una de las flores que se repartían entre los invitados. Ante la frustración del chaval, el padre le espetó: “las flores son cosa de mujeres y tú eres un macho”.

3  Como el filósofo discípulo de Jacques Derrida, Paul B. Preciado, para quien afirmar que las mujeres somos hembras de la especie humana es un “argumento naturalista”, por tanto biologista. El mismo que conceptualiza como “machocracia” a la sociedad actual, aunque eso, al parecer, no es naturalista ni incurre en biologismo. Véase el artículo que le publicó El País recientemente, titulado “La heterosexualidad es peligrosa”: https://elpais.com/elpais/2019/11/24/opinion/1574609789_778125.html

 Habría que recordarle al señor Preciado que la Grecia clásica fue una sociedad "homo-normativa" (donde la homosexualidad masculina era dominante), sin que por ello acabaran las agresiones a mujeres y esclavos.




La heterosexualidad es peligrosa
25 NOV 2019


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La heterosexualidad es peligrosa
Los asesinatos de mujeres en el ámbito doméstico se producen dentro del marco de ese tipo de relación. El dato no se menciona cuando se habla de feminicidio, pero es quizás políticamente el más importante

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Manifestación a favor de los derechos de las mujeres y contra el discurso de Vox, el pasado 15 de enero, en la Puerta del Sol de Madrid. ULY MARTÍN

Las estadísticas más recientes revelan que cada día siete mujeres mueren a manos de sus maridos, exmaridos, padres de sus hijos, compañeros sentimentales o novios en uno de los países de la comunidad económica europea. La mayoría de estos asesinatos se producen dentro del espacio doméstico o a menos de 300 metros de éste y tienen lugar, en su mayor parte, después de que las mujeres hubieran denunciado, al menos una vez, la violencia de sus compañeros, sin que estas denuncias hubieran dado lugar a medidas preventivas o cautelares, jurídicas o policiales que pudieran evitar la repetición y la amplificación de esa violencia. Hasta la muerte. Esto, señalémoslo por si hubiera podido pasarnos por alto, ocurre en países occidentales que tradicionalmente se presentan como desarrollados y que se rigen por constituciones así llamadas democráticas.

Ser un cuerpo identificado como “mujer” sobre el planeta Tierra en 2019 es una posición política de alto riesgo

Estudiar de cerca las estadísticas de feminicidios nos permite sacar algunas conclusiones sobre la relación entre necropolítica y género, entre gobierno de la vida y la muerte y gestión de la sexualidad. En primer lugar: ser un cuerpo identificado como “mujer” sobre el planeta Tierra en 2019 es una posición política de alto riesgo. Y digo “posición política” y no posición anatómica porque no hay nada, empíricamente hablando, que permita establecer una diferencia sustantiva entre hombres y mujeres. No conozco mujeres que sean agredidas porque se paseen con una carta cromosómica XX dibujada sobre la frente, ni actos de violencia machista que requieran un examen del útero como condición previa para llevar a cabo el ataque.

Las mujeres son objeto de violencia porque son culturalmente situadas en una posición política subalterna frente al hombre hetero-patriarcal. Las mujeres transexuales, los hombres afeminados y las personas cuya coreografía corporal o código vestimentario no corresponde a lo que en términos de género se espera de ellas en un contexto social y político dado, son también objeto de violencia. En este contexto de violencia, resultan no sólo empíricamente erróneas sino también políticamente obscenas las críticas de las feministas conservadoras españolas como Amelia Valcárcel o Lidia Falcón contra las mujeres trans. No sólo las mujeres trans no son agentes de violencia, sino que, al contrario, son uno de los sujetos políticos más vulnerables frente a la violencia hetero-patriarcal.

Vivimos, como afirma la feminista boliviana María Galindo, en “machocracias”, o por decirlo con Cristina Morales, culturas “macho facho neoliberales” donde la violencia se ejerce sobre todas las mujeres y sobre todos los cuerpos no-binarios y no heteronormativos, ya sean cis (se denominan “cis” aquellas personas que se identifican como el género que les fue asiganado en el nacimiento, a diferencia de las personas “trans” o “no-binarias” que no se identifican con el género que les fue asignado) o trans y en esto en regímenes políticos aparentemente tan distintos como Bolivia, Irán y Francia. La revolución feminista será la revolución de todes o no será.

Es un régimen sexual necropolítico que sitúa a las mujeres en la posición de víctima y erotiza la diferencia de poder y la violencia

No caigamos ni en una oposición binaria, maniquea y genérica, entre hombre-violentos y mujeres-víctimas de violencia, ni en argumentos naturalistas que harían que los cromosomas y no las relaciones de poder determinen nuestra posición política. Si la violencia fuera sólo cosa de hombres entonces, cada día morirían también siete hombres a manos de sus amantes, compañeros o novios dentro de relaciones homosexuales. Miremos atentamente las cifras de feminicidios. La segunda conclusión que emerge del examen de estas cifras es que los ataques, abusos y asesinatos de mujeres en el ámbito doméstico se producen dentro del marco de la relación heterosexual. Este dato no es nunca mencionado cuando se habla de feminicidio, pero es quizás políticamente el más importante. La heterosexualidad es un régimen sexual necropolítico que sitúa a las mujeres, cis o trans, en la posición de víctima y erotiza la diferencia de poder y la violencia. La heterosexualidad es peligrosa para las mujeres.

El reconocimiento de esta relación silenciada entre violencia y heterosexualidad exige el cambio de nuestros objetivos políticos. Mientras el movimiento gay y lesbiano se ha concentrado en los últimos treinta años en la legalización del matrimonio homosexual, un movimiento de liberación somatopolítica se daría hoy como objetivo la abolición del matrimonio heterosexual como institución que legitima esa violencia. Del mismo modo, el reconocimiento del hecho de que la mayor parte de los abusos y las violencias sexuales contra niños, niñas y niñes tienen lugar en el seno de la familia heterosexual llevaría a la abolición de la familia como institución de reproducción social, en lugar de a la demanda de legalización de la adopción por parte de las familias homoparentales. No necesitamos casarnos. No necesitamos formar familias. Necesitamos inventar formas de cooperación política que excedan la monógama, la filiación genética y la familia hetero-patriarcal.

Si las mujeres trans fueran el problema del feminismo, entonces, déjenme decirles que no habría problema. Las mujeres trans no son el agente de la violencia, del abuso o del maltrato. Pero les es más fácil a las feministas naturalistas acusar a las mujeres trans en lugar de señalar un problema que concierne a sus propias vidas y requiere cuestionar sus propias camas: la heterosexualidad normativa. El carácter constitutivamente violento de la heterosexualidad normativa fue denunciado desde mediados del siglo pasado por buen número de feministas radicales, sin embargo, esas críticas no pudieron ser oídas a causa de la lesbofobia que atraviesa el sistema patriarcal y que impregna también el feminismo, una lesbofobia sólo equiparable a la transfobia del feminismo actual.

Tratemos de escuchar ahora a las guerrilleras de finales del siglo XX que habiendo sido situadas en la posición heterosexual (muchas de ellas lo fueron) se afirmaron como “cimarronas” y escaparon hacia el lesbianismo político: En 1968, Ti-Grace Atkison se define como lesbiana y rompe con el movimiento feminista americano NOW presidido por Betty Friedan, denunciando la defensa que NOW hacía del matrimonio, una institución que para Atkinson legitima la expropiación del trabajo de las mujeres y les somete a la voluntad y al deseo masculinos. Betty Friedan verá en las lesbianas una “amenaza violeta” a los valores heterosexuales de su feminismo. Jill Johnston, la primera lesbiana que salió del armario en las columnas del Village Voice en Estados Unidos, solía presentarse en las reuniones y en las fiestas con su pelo largo y su camisa entreabierta dirigiéndose a las chicas heterosexuales con una actitud jovial e irreverente que ella misma denominaba “seducción como protesta política contra la heterosexualidad.” Es así como surgió la expresión “el feminismo es la teoría, el lesbianismo es la práctica.” Y algunas chicas pasaron a la práctica.

Sólo la des-patriarcalización de la heterosexualidad permitirá redistribuir las posiciones de poder

Unos años más tarde, Monique Wittig define la heterosexualidad no como una práctica sexual sino como un régimen político. La afirmación de que hay mujeres que son naturalmente heterosexuales es tan falaz como la de que los hombres son por naturaleza violentos. Para Adrienne Rich, la heterosexualidad no es una orientación o una opción sexual, sino una obligación política para las mujeres. No hay deseo, hay norma. Rich denomina a esa ley no escrita heteronormatividad. Audre Lorde examina la relación entre heterosexualidad y racismo y nos enseña a detectar las violentas formas de erotización de los cuerpos subalternos en las culturas hegemónicas. Si para Virginia Woolf una mujer necesitaba una habitación propia para escribir, para Audre Lorde esa habitación, si es libre y segura, no puede estar en el domicilio heterosexual y mucho menos conyugal.
Cincuenta años después de las primeras guerrilleras, las mujeres heterosexuales siguen siendo asesinadas por sus maridos y por sus novios. Si es cierto que hoy es más fácil afirmarse como lesbiana que en 1960, la heterosexualidad recalcitrante no ha dejado de ser por ello igualmente mortífera. Gayle Rubin, Pat Califia y Kate Bornstein, influenciadas por la cultura BDSM y trans, dan una vuelta más de tuerca y sugieren no entrar en relaciones heterosexuales, sea con quien sea. Esto exige una des-identificación previa tanto de los hombres, como de las mujeres. ¿Qué sería una relación heterosexual en la que aquel que supuestamente ocupa la posición política de hombre renuncia a la definición soberana de la masculinidad como detentora de poder? ¿Cómo sería una relación supuestamente “heterosexual”, pero sin hombres y sin mujeres? Son los hombres cis los que deben iniciar ahora un proceso de des-identificación crítica con respecto a sus propias posiciones de poder en la heterosexualidad normativa. Des-machificarse, des-fachoizarse, des-neoliberalizarse.

Con las políticas de género nos ocurre lo mismo que con las políticas del medioambiente: sabemos muy bien lo que está ocurriendo y nuestra propia responsabilidad en ello, pero no estamos dispuestos a cambiar. Esta resistencia al cambio se manifiesta no sólo por parte de aquellos que ocupan posiciones hegemónicas, sino también por parte de los cuerpos subalternos, aquellos que sufren de forma más directa las consecuencias de un régimen de poder. Nos da miedo perder privilegios, o renunciar a lo poco que tenemos, tememos reconocernos en lo abyecto. Pero lo supuestamente abyecto es mejor que la norma. Sólo la transformación del deseo podrá movilizar una transición política. Imagino que lo que estoy diciendo no genera un entusiasmo inmediato en las masas, pero es preciso afrontar colectivamente las consecuencias de la herencia necropolítica del patriarcado —si fuera un disco lo habrían llamado Expansive shit—. Sólo la des-patriarcalización de la heterosexualidad permitirá redistribuir las posiciones de poder, sólo la des-heterosexualización de las relaciones haría posible la liberación no sólo de las mujeres, sino también y paradójicamente, de los hombres. Entre tanto, que cada mujer tenga una pistola y sepa usarla. No hay tiempo que perder. La revolución ya ha comenzado.






“La heterosexualidad es peligrosa”, el polémico artículo del día contra la violencia de género






Entrevista a Paul B. Preciado o Beatriz Preciado     

"La sexualidad es como las lenguas. Todos podemos aprender varias"



La heterosexualidad no es peligrosa





Un artículo de 'El País' dice que "la heterosexualidad es peligrosa" y pide que "cada mujer tenga un arma"



Proposición de ley de Grupos Parlamentarios del Congreso.
Proposición de Ley contra la discriminación por orientación sexual, identidad o expresión de género y características sexuales, y de igualdad social de lesbianas, gais, bisexuales, transexuales, transgénero e intersexuales. (122/000097)
Presentado el 04/05/2017, calificado el 08/05/2017
Autor:
Grupo Parlamentario Confederal de Unidos Podemos-En Comú Podem-En Marea



ENMIENDAS E ÍNDICE DE ENMIENDAS AL ARTICULADO
Proposición de Ley contra la discriminación por orientación sexual, identidad o expresión de género y características sexuales, y de igualdad social de lesbianas, gais, bisexuales, transexuales, transgénero e intersexuales.
22 de marzo de 2018







Sobre el feminismo burgués y el feminismo revolucionario

La señora Clinton y su techo de cristal.
17 de noviembre de 2016


La señora Clinton y su techo de cemento: sobre la incongruencia del discurso liberal y feminista posmoderno
17 de noviembre de 2016


"Revolución de color" en contra de Donald Trump. George Soros detrás de las protestas anti-Trump.

21 de enero de 2017




Desenmascarando la moda de “las mareas feministas interclasistas”

La Marcha Internacional de mujeres o la artera instrumentalización del feminismo
16 de junio de 2018


Desenmascarando el engendro del movimiento 15 M o Spanish Revolution. Las tides o mareas ciudadanas de colores. Tercera parte.




Las señoras de la guerra: Crítica del feminismo burgués y posmoderno
17 de junio de 2018



Las mujeres en la Libia pos-Gadafi: Bajo una abaya de silencio cómplice. De cómo se utiliza la “identidad de género” para ocultar la “identidad de clase”.

22 de agosto de 2018






De "New York Times" a "Público": Las cocinas mediáticas del feminismo 'low cost'(Este feminismo burgués posmoderno es ciego a las clases sociales, sólo ve identidades de género, raza, religión, nacionalidad u orientación sexual.)

27 de febrero de 2019



El 8 de marzo: un día que no puede ser de todas las mujeres

3 de abril de 2019


Un "género" que vende: "Feminismo" posmoderno contra feminismo emancipador

4 de abril de 2019



La política "trans-queer", un caballo de Troya en los movimientos de emancipación social


Extinction Rebellion: Cuando el capitalismo se viste de verde (vídeo). El nuevo socialismo burgués o conservador.


Extinción planetaria, dominación ideológica y empobrecimiento de la clase trabajadora con la transición ecológica o Green New Dea (Nuevo Acuerdo o Pacto Verde)



Feminismo revolucionario

Feminismo emancipador o revolucionario. Las mujeres revolucionarias de la clase trabajadora contra el feminismo burgués. El origen del 8 de marzo, día internacional de la mujer trabajadora.
15 de junio de 2018


Rosa Luxemburgo: Sufragio femenino y lucha de clases (1912), La mujer proletaria (1914). Cuestión de táctica [Sobre Bélgica] 4 de abril 1902.

3 de abril de 2019





21 de septiembre de 2019





Convocatorias fabricadas desde el poder:  8 de marzo 2018 y 8 de marzo 2019


Marcha de mujeres 2017/ 2017 Women's March



Lista de lugares de marzo de mujeres 2017
España 695-8


Marcha de las Mujeres en Washington



Una marcha global inicia este sábado un año clave para los derechos de las mujeres
La Women's March Global celebra su cuarta edición este 2020, fecha del 25 aniversario de la Declaración de Beijing en la que se celebrarán grandes eventos para impulsar el progreso hacia la igualdad de género
18 ENE 2020

MARCHA DE LAS MUJERES 2019


Marzo de mujeres 2020




“Quiero que los varones entiendan por qué estamos tan enojadas cuando salimos a la calle”











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