6/8/2014
Por Renán
Vega Cantor
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El
Holocausto se ha convertido también en un arma ideológica de dominación
imperialista al presentar a los judíos como como "mansas ovejas"
"Tengo
muchos amigos cuyas voces fuertes podrían escucharse en medio mundo, que
hubieran querido y sin duda siguen queriendo expresar su indignación por este
festival de sangre, pero algunos de ellos confiesan en voz baja que no se
atreven por el temor de ser señalados de antisemitas. No sé si son conscientes
de que están cediendo -al precio de su alma- ante un chantaje inadmisible".
Gabriel
García Márquez (1982).
El llamado
Holocausto suele justificar el genocidio sin pausa a que es sometido el pueblo
palestino por parte del Estado de Israel desde hace décadas y que se acentúa en
estos momentos con la masacre institucionalizada en Gaza, la cual cuenta con el
patrocinio del imperialismo estadounidense, sus lacayos europeos y los miembros
de ese conjunto de truhanes que se autodenomina “comunidad internacional”. El
Holocausto se esgrime como justificación de la pretendida necesidad de Israel
de defenderse de todos los “antisemitas” que quieren destruirlo y para evitar
que se vuelva a repetir el exterminio de los judíos. Nada indica que algo
parecido esté ocurriendo, puesto que en realidad lo que se observa es la
sistemática destrucción del pueblo palestino por parte de los “herederos del
Holocausto”, que utilizan procedimientos similares a los del nazismo, tales
como la construcción de guetos, la limpieza étnica, la “solución final”, la
tortura y asesinato a mansalva de niños, mujeres y jóvenes con todo el poder de
fuego con el que cuenta ese Estado canalla que es Israel. Sin embargo, tanto el
Estado de Israel como sus voceros mediáticos y académicos y sus poderosos
lobbies en varios lugares del mundo (EEUU, Francia, Argentina, entre los más
conocidos) suelen recurrir por anticipado al Holocausto para justificar sus
crímenes y para dotarse a sí mismos de una “licencia” para masacrar a los
palestinos y proclamarse como dueños “naturales” por un supuesto dictamen
religioso de tipo divino, de las tierras que les han arrebatado a sangre y
fuego.
1
Un ejemplo
de lo que es el imperialismo cultural y su funcionamiento como una máquina bien
aceitada nos la proporciona el tema del Holocausto (con mayúsculas) que hace
referencia al exterminio de los judíos durante la Segunda Guerra Mundial por
parte del nazismo. En el imaginario cotidiano de la gente en distintos lugares
del mundo, la Segunda Guerra Mundial está quedando reducida sólo a este
exterminio, sin considerar la persecución y el asesinato de gitanos,
homosexuales, discapacitados y opositores políticos, comunistas y
revolucionarios al régimen hitleriano, ni los millones de rusos y de habitantes
de otros pueblos que murieron combatiendo la expansión de las hordas del
nacionalsocialismo por Europa.
Que la
Segunda Guerra Mundial se asocie exclusivamente a los judíos y al Holocausto se
debe a que este ha sido convertido en una poderosa industria, de índole
cultural y económica. Al decir esto debe dejarse en claro que no se está
negando la masacre de judíos en Alemania y en otros sitios de Europa después
del ascenso de Hitler al poder en 1933. No, lo que se está señalando es que en
virtud de circunstancias muy particulares, que enseguida mencionamos, una
masacre se convirtió en el Holocausto y ha sido considerada como la peor acción
criminal de la historia. ¿Por qué no hay celebraciones para los 25 millones de
rusos que perdieron la vida durante la Segunda Guerra Mundial o para los
gitanos que fueron exterminados en esa misma guerra? ¿Por qué nadie habla del
genocidio del pueblo armenio a manos de los turcos en 1915-1916? ¿Por qué no
hay museos dedicados a la memoria de los millones de indígenas y
afrodescendientes que fueron exterminados durante la conquista europea que se
inició en el siglo XVI? ¿Por qué no se recuerda a los 10 millones de muertos
congoleses en un lapso de apenas 20 años (1890-1910) por los ocupantes belgas?
Que el
Holocausto se haya impuesto como un hecho único en la memoria del mundo se ha
debido a una muy bien orquestada y organizada acción del lobby judío en los
EEUU. La palabra holocausto que proviene del griego (holo: “todo”, y caustos:
“quemado”), empezó a usarse con mayúsculas después de 1967, una fecha para nada
accidental, pues fue el año de la guerra de los seis días, cuando el estado de
Israel ocupó a sangre y fuego los territorios palestinos de Gaza y Cisjordania.
Norman
Finkelstein ha escrito un libro en el que estudia la forma como se constituyó
la industria del Holocausto, señalando como en la década de 1950 nadie en los
EEUU hablaba del asunto ni muchos menos utilizaba dicho término [1]. Esto tiene
una explicación de índole geopolítica, relacionada con las alianzas de EEUU
durante la Guerra Fría, en las cuales Alemania desempeñaba un papel importante.
Por esta circunstancia, en EEUU nadie estaba interesado en denunciar los
crímenes de los alemanes contra los judíos –salvo los judíos de izquierda,
cuyas voces fueron minimizadas o acalladas–, ya que el gobierno estadounidense
debía mantener sus nexos cercanos con su aliado alemán y las elites judías no
estaban interesadas en hurgar en ese tema, hasta el punto que Congreso Mundial
Judío y la Liga Anti-difamación ayudaron a contener la “ola anti-alemana” que
imperaba entre los judíos de los EEUU.
Esta actitud
cambió luego de finalizada la guerra de junio de 1967, cuando EEUU muy
impresionado por la victoria de Israel sobre los países árabes decidió
convertirlo en un aliado estratégico en el oriente medio. De repente, que
coincidencia, apareció en el panorama el asunto del Holocausto, el cual
rápidamente se convirtió en una verdadera industria, para justificar tanto la
política criminal del estado de Israel contra sus vecinos, en primer lugar los
palestinos, como para respaldar la alianza entre el estado sionista y el imperialismo
estadounidense. En este proceso, la construcción del Holocausto se convirtió en
una excusa para deslegitimar de entrada cualquier crítica dirigida a los judíos
y en especial al estado de Israel, respaldando la pretensión que los judíos son
un pueblo elegido.
En concreto,
quienes más han sentido el Holocausto son los palestinos, puesto que en EEUU
los sionistas han explotado hasta el extremo la persecución nazi para ocultar y
justificar los crímenes que el Estado de Israel viene realizando contra los
palestinos desde 1948, y que se efectúan sin pausa en forma cotidiana, porque
en “tiempos normales” cada semana son asesinados dos niños palestinos.
2
Como
cualquier industria, la del Holocausto necesita producir a diario para mantener
su rentabilidad. Y eso es lo que efectivamente sucede, pues todos los días se
ponen en escena películas, series de televisión, programas de radio, se
publican libros, revistas y propaganda alusiva al hecho. Hasta tal punto ha
adquirido importancia el tema que en los propios EEUU es más nombrado el
Holocausto que el ataque de Pearl Harbor o el lanzamiento de las bombas
atómicas sobre Hiroshima o Nagasaki. En las universidades se han creado
cátedras especiales sobre el Holocausto y en 17 estados se dictan cursos
escolares sobre el asunto.
Los grandes
periódicos y medios de comunicación, usualmente controlados directa o
indirectamente por el lobby judío, no dejan pasar un día sin difundir alguna
noticia o historia relacionada con el Holocausto. Las editoriales de EEUU han
publicado más de 10 mil libros sobre el asunto, la mayor parte de ellos
verdaderas patrañas intelectuales, sin ningún rigor, seriedad, ni coherencia
analítica. Esto hasta tal punto es cierto que, a pesar de que ya han
transcurrido 70 años desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, en lugar de
disminuir los sobrevivientes del Holocausto, estos aumentan sin cesar con el
paso del tiempo. Esto tiene una explicación económica, vulgarmente económica,
porque la aparición de nuevos sobrevivientes se convierte en una forma de
presión para que Alemania, Suiza y eventualmente otros países europeos se
comprometan a pagar millonarias indemnizaciones, no a quienes sufrieron en
carne propia, sino a los representantes del poderoso lobby judío de los EEUU.
Con esta perspectiva, el genocidio nazi ha sido convertido en un negocio, en
una especie de casino de Montecarlo, en el que los industriales del Holocausto
amasan cuantiosas ganancias: en 1997, Suiza entregó 1.250 millones de dólares y
el Congreso Mundial Judío, con sede en los EEUU, había recibido hasta fines de
la década de 1990 la fabulosa suma de siete mil millones de dólares. Lo
significativo estriba en que “una parte importante de los sobrevivientes del
Holocausto nunca ha visto ni un dólar de ese dinero, porque lo cobran las
organizaciones judías que gestionan las reparaciones económicas ante los
Estados europeos involucrados”. Por esta razón, “muchos de sus dirigentes son
verdaderos gánsteres y sinvergüenzas profesionales que deberían estar en la
cárcel”, puesto que el exterminio en los campos de concentración “fue utilizado
por los dirigentes israelíes en el último cuarto de siglo como instrumento para
un chantaje moral y político, pero en tiempos más recientes también para el
chantaje financiero” [2].
El Holocausto
no sólo se ha convertido, como vimos, en una prospera industria sino también en
un arma ideológica de dominación imperialista porque el victimismo étnico de
que han hecho gala los judíos, de EEUU y del Estado de Israel, ha servido para
presentarlos ante la faz del mundo como “mansas ovejas” que han sido y siguen
siendo víctimas de todos los “antisemitas” del mundo, empezando por los
palestinos. De esta manera, se invierte la historia y los palestinos
–torturados, masacrados, asesinados y perseguidos por el estado de Israel desde
1947- aparecen como los agresores de los “pacíficos” sionistas. Así mismo, al
elevar el Holocausto al nivel de crimen único se niegan y ocultan todos los
otros genocidios que se han cometido, y que se cometen en estos momentos en diversos
lugares del mundo, como si el resto de la humanidad que sufre no tuviera
derecho a que sus sufrimientos fueran dignos de consideración. Como bien lo
dice Finkelstein: “A la vista de los sufrimientos de los afroamericanos, los
vietnamitas y los palestinos, el credo de mi madre siempre fue: ‘Todos somos
víctimas del holocausto’” [3].
Notas
[1]. Norman
Finkelstein, La industria del Holocausto. Reflexiones sobre la explotación del
sufrimiento judío, Siglo XXI de España Editores, Madrid, 2002.
[2]. Norman
Finkelstein, La Jornada, septiembre 12 de 2004.
[3]. N.
Finkelstein, La industria del Holocausto, p. 13.
Rebelión
El
holocausto como industria y justificacion de la masacre de los palestinos
04-08-201
Conferencias
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A 60 AÑOS DE
AUSCHWITZ. Otra visión del Holocausto
Por Roberto
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La
explotación ideológica del Holocausto: las ambigüedades de Le Monde
Diplomatique
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