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La clase obrera, los de abajo, los
invisibles, los explotados... en el marco del capitalismo post-industrial.
Mi bisabuela murió en una cárcel franquista, desnutrida y enferma de
tuberculosis, fue torturada salvajemente por la Guardia Civil para que
confesara el paradero de dos de sus hijos, fugados dirigentes de la CNT en
Valencia. Analfabeta y criada en el campo, no hizo otra cosa durante toda su
vida que fregar suelos de señoritos desde los nueve años. Probablemente sufrió
alguna vejación o abuso de tipo sexual por parte del señorito, los amigos o
hijos del mismo; era lo habitual en la época. Siempre se consideró a sí misma
de la clase obrera.
Mi tía y mi abuela (sus hijas) tampoco hicieron otra cosa que fregar suelos
de señoritos desde los nueve años. Como mi abuela era muy bajita para su edad y
no llegaba a la pila para poder fregar los platos, el señorito le habilitó un
taburete para que alcanzara a fregar los platos con facilidad, qué atento.
Siempre se consideraron a sí mismas de la clase obrera.
Mi madre empezó a trabajar en una fábrica a los trece años, pero con el
tiempo y dada la reconversión industrial que el PSOE llevó a cabo en los años
ochenta, terminó fregando suelos, escaleras y platos de señoritos. Un poco menos
señoritos (sin violaciones y guantazos con la mano abierta) pero igual de
explotadores. Familias pequeño-burguesas del centro de la ciudad en las que
todos los hijos van a la universidad y la madre, de profesión liberal, carece
de tiempo para atender los quehaceres domésticos. Entonces acude a limpiar la
madre de la periferia que, por cierto, siempre se consideró a sí misma de la
clase obrera.
No es una tradición familiar o una maldición, mi familia por parte de madre
no tiene ningún apego especial por fregar los suelos ajenos. El fenómeno tiene
una explicación racional y sociológica: se trata de la reproducción social del
sistema y sus relaciones de producción y poder. Para que algunos tengan chalet
en la playa y un Mercedes de gama alta, otros tienen que fregar suelos y
escaleras. O trabajar en fábricas. O reparar instalaciones eléctricas. O hacer
prácticas gratis. O servir mesas un sábado por la noche a seis euros la hora.
Lo interesante es que las tres generaciones (mi bisabuela, mi abuela y mi madre)
siempre se identificaron con la clase obrera sin necesidad de ser hombres y
levantar barricadas con un mono azul de trabajo. Tanto mi bisabuela como mi
abuela en el prefordismo como mi madre durante el fordismo y el postfordismo,
sufrieron una precariedad salvaje, de hecho ninguna de las tres tuvo jamás un
contrato de trabajo como empleadas de hogar: sin cotizar, sin paro, sin
vacaciones, sin poder ponerse enfermas, etc. Precariedad en estado puro, sea en
los años 30, en los 60 o en los 90.
La precariedad —aunque según algunos autores pudieran parecerlo— no es
ninguna novedad ni el último grito en las relaciones laborales. La clase obrera
la viene sufriendo desde que el que el capitalismo es capitalismo y el trabajo
asalariado se convirtió en civilización y no es otra cosa que unas condiciones
de trabajo lamentables y abusivas. Las jornadas de 14 horas en los telares, los
mineros sin seguridad, los jornaleros que no cobraban si ese año la
cosecha era mala, el servicio que vivía encerrado en la casa del señorito, el
obrero subido en el andamio… ¿No es precariedad? Por supuesto que sí, no deja
de ser curioso que Los santos inocentes se ubique cronológicamente en pleno
auge fordista, benditas contradicciones postmodernas. Pero entonces llegó Negri (seguido por su coro de creyentes) y nos dijo que la precariedad era algo
novedoso, tanto que acuñó un nuevo término: el precariado. En realidad —y es
bastante significativo— el término proviene de la Fundación Friederich Ebert,
vinculada al partido socialdemócrata alemán (SPD). Un nuevo tipo de asalariado
que sufría la precariedad, es decir, unas condiciones laborales precarias, en
el marco del nuevo capitalismo post-industrial caracterizado por su inmediatez,
su flexibilidad y su prevalencia de lo simbólico sobre lo material. ¿Y esto
cómo se traduce? En que mi madre friega platos ajenos y es clase obrera. Pero
si la que friega platos ajenos es una joven con carrera y un máster que habla
tres idiomas y milita en Juventud Sin Futuro no es clase obrera (y vaya por
delante que me parece que hacen una grandísima labor) es un nuevo sujeto
emergente, es precariado, intelectual además. Se traduce en que una camarera es
clase obrera siempre y cuando sea una choni que será camarera el resto de su
vida, si está de camarera para pagarse los estudios de Ciencias Políticas no es
clase obrera, es un nuevo sujeto emergente incapaz de identificarse con la
clase obrera insertado que refuerza el intelecto colectivo en el
semiocapitalismo menuda tesis doctoral me está quedando bla bla bla.
La lectura es insultante: la clase obrera puede ser precaria, siempre lo
fue, pero cuando la clase media (recientemente empobrecida) visita los infiernos
de la precariedad y el abuso laboral, se deben parar las rotativas y la
izquierda académica occidental —curiosamente proveniente en su mayoría de la
clase media─ se pone a teorizar nuevos paradigmas; saben cuidar de los suyos.
Uno de ellos es la figura del reponedor de supermercado, santo grial de la
izquierda postmoderna y a tenor por cómo se encumbra su figura, legión en
nuestra sociedad. En realidad el reponedor ha existido siempre y es
prácticamente paralelo a la revolución industrial, el primer supermercado se
remonta al año 1852 en París cuando se instala la Maison du Bon Marché en la
calle Sévres. Tan solo diecinueve años después estallaba la Comuna de París;
los reponedores a pie de barricada desde el día uno. Pero sigamos.
Me contaba Pablo Iglesias que en sus clases pregunta quién ha trabajado
alguna vez y la mayoría levantan la mano, que posteriormente pregunta quién
está sindicado y absolutamente nadie la levanta, signo inequívoco de la
sociedad postindustrial y el carnaval de identidades. Yo creo que debería hacer
una tercera pregunta: ¿Cuántos de los que trabajáis pensáis seguir en ese
trabajo una vez terminada la carrera? La respuesta sería obvia y ahí reside el
nudo gordiano del llamado precariado: no es ninguna nueva clase social, es
la clase media que eventualmente (o eso creen ellos) visita la clase obrera. Su
trabajo de camarero, de reponedor o de teleoperadora, lo consideran algo
eventual, transitorio y circunstancial ya que, su verdadera meta y por la que
han estudiado cinco años de carrera y dos másters, es alcanzar un puesto
de abogado, de profesor de universidad o de médico o arquitecto. Algo
completamente respetable y comprensible, nadie quiere ser camarero después de
estudiar cinco años de antropología o arquitectura. Por ello y dada esa
mentalidad que visita la clase obrera como algo transitorio, no se sindican;
sindicarse es de curritos. Muy probablemente si Pablo hiciera esas preguntas en
una clase de Formación Profesional en un instituto de barrio, el resultado
variaría notablemente pero lo verdaderamente interesante es cómo el concepto
precariado no es que flirtee con el reformismo es que sencillamente se cepilla
150 años de sociología marxista: las clases sociales ya no se constituyen en
base a dueños y no dueños de los medios de producción sino en base al capital
cultural y formación de cada cual, de ahí que para muchos la sociedad de clases
haya sido sustituida por la sociedad del conocimiento, artificiosa y efectiva
trampa. Un camarero siempre fue la clase obrera ya que no es dueño del medio de
producción pero ahora no, ahora es precariado porque tiene dos carreras y
desempeña un trabajo que no se corresponde con su formación. En realidad podría
tener diez carreras, pero si trabaja de camarero y no es dueño del bar y por tanto
del medio de producción, sigue siendo de la clase obrera. Pero por lo visto a
la clase media le resulta incómodo identificarse con la clase obrera. Querido
Pablo, ningún alumno responde que sí está sindicado porque sería como
preguntarle a un fontanero si juega al golf: sindicarse es propio de la clase
obrera no de la clase media. Los estudiantes sencillamente responden a su
perfil de clase. Y digo clase media porque los universitarios en este país
siguen siendo unos privilegiados, incluso antes de la temida ley Wert.
Los datos no dejan lugar a dudas, el 24,9 % de los jóvenes españoles de
entre 18 y 24 años no cursaban ningún tipo de ciclo educativo ni de formación
en 2012. Sobra mencionar el estrato social al que pertenecen estos
excluidos: son los que no ven La Tuerka ni emigran a Londres (me atrevería a
decir que tampoco paran a Pablo Iglesias para felicitarle). Y un pequeño aviso
para navengantes: será imposible una transformación social sin contar con
ellos, por muy horteras que nos resulten sus Nike con muelles o sus zapatos de
plataforma y sus colas de caballo. Ya en plena explosión de la Universidad de
masas en los años sesenta, Bourdieu nos demostró empíricamente que la educación
no es el dispositivo que de alguna manera facilita la movilidad social sino que
de forma velada, reproduce y perpetúa el sistema de clases, convirtiendo la
universidad en «la elección de los elegidos». De hecho en nuestro país y según
datos del propio Ministerio de Educación, menos el 10% de universitarios son
hijos de padres no universitarios. La obra llevaba el apropiado título Los
Herederos: los estudiantes y la Cultura. Yo entiendo que estudios
como el de Bourdieu o estos datos incomoden a cierta izquierda académica pero
la realidad está ahí fuera y nuestro joven promedio no tiene dos carreras
y emigra a Londres: no ha terminado la E.S.O. y fuma porros en el parque y
sobre todo, Campofrío no le dedica un nauseabundo anuncio comercial. La
laureada «generación mejor preparada de la historia» es una falacia. No es una
generación, pues se trata de una minoría específica. En cambio una gran mayoría
(invisible para los medios y la izquierda) no alcanza estudios universitarios,
ni siquiera termina la secundaria. Aunque pudiera parecer lo contrario, en este
país hay más jóvenes que abandonan la E.S.O. que jóvenes con dos másters, no en
vano encabezamos la lista de fracaso escolar europeo. También es muy
significativo que hoy se hable de «exilio económico» en referencia a los
jóvenes altamente cualificados que emigran. En este país a los emigrantes
andaluces que se buscaron la vida en Catalunya o a los millones de emigrantes
que marcharon en los años 60 rumbo a Alemania o Francia nunca se les llamó
«exiliados económicos», siempre fueron emigrantes. Por lo visto el calificativo
de exiliado económico es sólo para los altamente cualificados. Lo que nos lleva
a Owen Jones y la lectura equivocada que, a mi juicio, hace Pablo Iglesias de
esa obra monumental que es Chavs, la
demonización de la clase obrera. Debo
confesar que yo mismo le regalé el libro con la vana esperanza de ver alteradas
sus posiciones post-modernas y post-obreristas porque, aunque le dedique este
artículo acusándolo de vil reformista académico, lo aprecio y le quiero un
montón.
El debate no es si la clase obrera es representada por un obrero de mono
azul o una reponedora. La clase obrera no es ni ha sido nunca un ente
inamovible ajeno a las mutaciones del capitalismo. La clase obrera se ha ido
transformando al compás de las propias transformaciones capitalistas y por
tanto, obviamente, su representación varía en función de muchos factores:
histórico, geográfico, cultural, etc. En Europa en los años cincuenta era
representada por el obrero fordista de mono azul, pero en los años treinta en
España era la gente pobre del campo la que nutría masivamente las filas de la
CNT. Es muy revelador estudiar muchos carteles de la época en los que se
apelaba a dependientes y camareros, a nutrir las filas de la clase obrera
contra el fascismo. En la Venezuela bolivariana era representada por un militar
de origen humilde como era Chávez o en la actualidad por un conductor de
autobuses llamado Nicolás Maduro. En Bolivia por un sindicalista al que le
cierran el espacio aéreo europeo (pero ya no hay imperialismo ¿verdad?). En la
Andalucía del siglo XXI la clase obrera es representada por un profesor de
instituto y alcalde llamado Sánchez Gordillo y un jornalero sin estudios
llamado Diego Cañamero. En Vigo por los trabajadores de astilleros que se están
movilizando estos días. Quizá en Madrid es representada por un camarero o una
cajera de supermercado pero cuando la marcha minera entró en el Paseo de la
Castellana, fueron los mineros leoneses y asturianos los que representaban a la
clase obrera y al conjunto de los explotados, aunque fuera por unas horas. Ese
no es el debate, la clase obrera es flexible y multiforme y está ahí para ser
representada, dicha representación variará según las circunstancias. El debate
interesante es que, si a un camarero le cuesta identificarse con la clase
obrera no es porque ésta no pueda representarle (pudo hacerlo en el pasado y lo
hará en el futuro) sino porque una legión de teóricos le dice que no debe
identificarse con ella, que la clase obrera es un anacronismo del pasado, que
ahora es 99%, precariado o un nuevo sujeto emergente. Lo más irónico de todo es
que la primera revolución socialista sobre la tierra se diera en un país cuya
clase obrera se encontraba en insultante minoría. Pero nada, podéis seguir
pensando que sin mono azul masculino no hay paraíso: me decía Jorge Moruno por
Twitter (afilada pluma de la izquierda postmoderna en nuestro país y
responsable del blog La Revuelta de las neuronas) que la clase obrera no puede
representar a todo el conjunto de los explotados. Y obviamente, mientras sigáis
pensando que la clase obrera es únicamente un tipo con mono azul que fuma
ducados, seguiremos nadando en ese mar de incertidumbre y relativismo que tanto
parece gustaros a los postmodernos. El problema es que cierta izquierda,
erróneamente a mi juicio, ha convertido fordismo y clase obrera en un binomio
indisoluble. Craso error: la clase obrera existía antes del fordismo, existe en
el postfordismo y existirá mientras haya un cabrón repartiendo sobres de dinero
en cuentas B. De hecho ni Marx ni Engels (unos tipos que sabían algo de la
clase obrera) conocieron el fordismo. El problema no es si la clase obrera puede
representar a todos los explotados, la cuestión es que la clase obrera está ahí
para ser representada como herramienta aglutinante, sea un jornalero sin
estudios, sea un líder sindical andaluz, sea los trabajadores de tierra del
aeropuerto del Prat ocupando las pistas o sea Pablo Iglesias en un plató de La
Sexta, dependerá de cada contexto. Pero claro, la cuestión del liderazgo pone
nerviosa a la izquierda postmoderna, mucho más proclive a empantanarse en
horizontales y eternas asambleas que nunca (y corríjame quién crea oportuno si
me equivoco) sirvieron de mucho. El problema es que si hablas de liderazgo (o
liderazgos en plural como apunta acertadamente el profesor Monedero)
automáticamente se produce un proceso químico en algunas cabezas que les hace
ver a Stalin hasta en las cajas de cereales.
Pablo Iglesias cita Chavs y se queda en la punta del iceberg: que la clase
obrera ha sufrido transformaciones no es ninguna novedad. La tesis principal
del libro no es dicha transformación sino la posterior criminalización e
invisibilización que la clase obrera viene sufriendo desde hace dos décadas.
Invisivilización que toma cuerpo en el idílico y egocéntrico retrato que el
citado profesor de la Complutense hace de ‘los de abajo’, retrato que alimenta
sus presupuestos teóricos postobreristas: hay sitio para el migrante (y me
tendrá que explicar por qué un albañil ecuatoriano es antes migrante que
albañil), para el estudiante (que por supuesto es camarero de forma eventual
para el día de mañana ser arquitecto), para el reponedor, el teleoperador, la
cajera de supermercado y el parado de larga duración y en definitiva para
cualquier sujeto que valide el carnaval de identidades y elimine a la clase
obrera como sujeto histórico y dispositivo aglutinante. Incluso se atreve a
incluir en los de abajo al grupo de amigos que monta un bar o una empresa de
informática. Supongo que no se referirá a ese pequeño comercio que coacciona a
sus trabajadores el día de la huelga o paga sueldos de miseria y sin contrato.
Es lo que tiene no hacer divisiones sociales en función de la propiedad de los
medios de producción: al final resulta que todo aquel que no lleve sombrero de
copa y puro es de los de abajo, que es más o menos el lema de Occuppy
Wall Street y su «somos el 99%». El problema es que los sombreros de copa pasaron de moda.
El lenguaje no es inocente y es muy significativo que no mencione a
fontaneros, albañiles, electricistas, instaladores de gas y calefacción,
técnicos de electrodomésticos u operarios que suben y reparan torres de alta
tensión. Curiosamente y pese a llevar mono azul de trabajo, pertenecen todos al
sector servicios y no al industrial, benditas contradicciones de la
postmodernidad. ¿Los obvias porque llevan mono de trabajo o porque tienen
derechos? ¿O porque son oficios que implican años de aprendizaje a jornada
completa que están destinados a los hijos de la clase obrera y no a los
estudiantes de tu clase cuyo paso por el mundo laboral antes de terminar la
carrera será a media jornada de camarero? Invisibilización que remarca
así, una innecesaria línea divisoria (que únicamente beneficia a la burguesía)
entre los trabajadores precarios y los que lo son menos. Después es fácil
acusar a los sindicatos de que sólo miran por sus afiliados, cuando estamos
haciendo completamente lo mismo pero a la inversa. Luego no resulta extraño que
los analistas extranjeros se pregunten asombrados cómo es posible que con
nuestras tasas de paro y miseria no se produzca un estallido social. La respuesta es obvia: las movilizaciones en este país, del 15M a las mareas verdes y blancas, han sido dirigidas por la clase media. Es un hecho constatado, el mundo del trabajo ha brillado por su ausencia
en dichas movilizaciones, empezando por el embrión de toda esta ola de
protestas, el 15M. Quizá un buen comienzo sería dejar de señalar esa línea
divisoria entre trabajadores precarios y no precarios. Huelga recordar que si
un trabajador de la SEAT o un encofrador tiene más derechos que un reponedor no
es por un ejercicio de altruismo por parte de la empresa, son fruto de
dolorosas movilizaciones y de una tradición de lucha que no incluía la batucada
y la recogida
de formas vía Change.org entre sus métodos. Y Pablo me dirá que los disturbios no son la victoria y obviamente
no, pero han ganado muchas batallas y conseguido muchos derechos. Los
disturbios en sí no representan nada, pero su presencia implica un grado de
movilización y concienciación que no se da allí donde la recogida de firmas y
los talleres de malabares son el Santo Grial. No sé si serán la victoria pero
su presencia organizada implica posibilidades de transformación y allí dónde se
producen la izquierda transformadora goza de muy buena salud, sea en Grecia vía
Syriza, sea en Euskal Herria vía Bildu o sea la Barcelona de los centros
sociales ocupados, las viviendas ocupadas por la PAH o las huelgas que terminan
con Starbucks en llamas.
De ahí la importancia de la PAH. Es el único frente verdaderamente
interclasista que es nutrido por miembros de lo más debajo de la pirámide
social, así es cuando un movimiento es puede llegar a ser temible. Mientras se
trate de luchas sectoriales de estudiantes, profesores o médicos, poco podemos
esperar. Es muy emocionante ver en los desahucios a gente que la oyes hablar y
sabes que viene de lo más bajo, que notas a la legua que en su vida se había
movilizado. Es triste pero es así: los movimientos sociales están participados
mayoritariamente por gente con estudios o por gente proveniente de la clase
media. Nadie dijo nunca que movilizar a la clase obrera fuera algo fácil, muy
pocos lo consiguieron, menos todavía los que consiguieron vencer. Y se trata de
movilizar ¿no? Es entonces cuando, pellizcándome las mejillas, no doy crédito a
lo que leen mis ojos: «Esos son los de abajo y sólo la miopía de cierta
izquierda puede insistir en agruparles a todos bajo la etiqueta de obreros e
invitarles a afiliarse a los sindicatos (ojalá pudieran). Muchos de ellos ni
siquiera pueden ejercer su derecho a la huelga y, sin embargo, ellos son el
pueblo». INCREÍBLE.
Esto no es real politik ni reformismo, esto es legitimar la realidad
existente y negar toda esperanza de transformación social. ¿Que no pueden hacer
huelga? ¿Que no pueden sindicarse? ¿Por qué motivo? ¿Porque perderán el empleo?
¿En serio? En este país —y tú lo sabes bien— hay gente que se sindicaba
sabiendo perfectamente que podía perder el trabajo, con el riesgo añadido de
ser torturado salvajemente en comisaría y verse privado de libertad durante una
larga temporada. Y se sindicaban clandestinamente. E iban a la huelga. Asumían
un riesgo elevadísimo. Me parece un auténtico despropósito que digas que los
precarios 'no pueden' sindicarse ni ir a la huelga. Te
contaré un secreto de revolucionario folk: a mí me
ponen muchos los trabajadores de astilleros levantando barricadas o los mineros
disparando cohetes pero con el porno no hago distinciones ya que, me ponen
incluso más los informáticos:
Hace unos días sucedía algo verdaderamente insólito en nuestro país. Por
primera vez un colectivo de informáticos, trabajadores de la empresa HP, iba a
la huelga y conseguía una victoria parcial (consiguieron evitar la bajada de
sueldos) en un ámbito laboral estrictamente post-obrerista. Si alguna profesión
representa como ninguna otra al llamado precariado y los nuevos sujetos
emergentes, es sin lugar a dudas la de informático: una profesión relativamente
nueva, sin tradición de lucha sindical y que nunca utilizó la huelga como
herramienta de presión. Y vencieron. ¿Cómo?¿Buscando una nueva identidad?
¿Reinventando ultramodernos métodos de lucha que se adapten a las nuevas
necesidades del mercado flexible? ¿Reformulando conceptos que cubran
nuevas sensibilidades en el mundo del trabajo terciario-semiótico? NO. En
absoluto: vencieron organizándose en un sindicato de clase (CGT) y yendo a la
huelga de forma masiva e indefinida. Por supuesto que corrieron riesgos y se
jugaron su puesto, pero apostaron de forma colectiva y vencieron. Podemos
seguir diciéndoles a los 'nuevos sujetos' que no se sindiquen porque no son de
la clase obrera y corren el riesgo de verse en la calle o podemos dar un
paso al frente y sacar a relucir el ejemplo de los informáticos de CGT. Podemos
asumir de una vez por todas que para la clase obrera, sin sangre no hay
paraíso. Que no hacen falta infinitas reformulaciones ni reinvenciones hasta el
absurdo: lo que hace falta es conciencia de clase y
un sindicato con agallas (en el que sé que pagas la cuota como
yo). Cuando hay conciencia de clase y un sindicato digno no importa si eres
informático, reponedor o estibador en el puerto. La clase obrera
es temible si está organizada.
Por último y volviendo de nuevo a Chavs, te olvidas del sujeto que Jones
justifica en su libro: el cani de barrio sin estudios y la choni que trabaja en
la peluquería para ponerse unas tetas nuevas y que, por si alguien no se había
dado cuenta, son mayoría. Ese sujeto urbano que sale con la rojigualda a la
calle cuando España gana un mundial, sigue con detenimiento las nominaciones de
Gran hermano y no se pierde un capítulo de Gandía Shore, entre otras cosas
porque se siente identificado. Ese sujeto que sirve como carne de cañón y
entretenimiento en programas como Hermano mayor, El diario de Patricia o el
deleznable Princesas de barrio. O en el muy progre APM con los charnegos de
barrio como centro de las mofas porque cometen errores gramaticales cuando se
expresan y porque unos burros de carga sin estudios resultan de lo más gracioso
para la burguesa y cosmopolita TV3. Sin olvidarnos de 'El Neng de Castefa' en
el no menos progre Buenafuente: bakala, de la periferia, charnego y reponedor
de supermercado por cierto. Los estudiantes de tu clase (ni los que escuchan a Los
Chikos del Maíz o Riot
Propaganda) serán nunca protagonistas en uno de
estos infames espacios de entretenimiento; la clase obrera sí. Y eso es lo que
denuncia Jones en su libro. La clase obrera extirpada de su orgullo y
convertida en entretenimiento y motivo de mofa y escarnio por el resto de la
sociedad. Lo que denuncia Jones en su libro es el elitismo de la clase media
occidental, que se manifiesta en nuestro país cuando todo un profesor de
Universidad Pompeu Fabra y referente de la izquierda (postmoderna eso sí) como
Raimundo Viejo Viñas, sube a su Facebook la foto que acompaña este artículo y
no es para denunciarla por su clasismo decadente y su elitismo, sino porque le
resulta muy graciosa y acertada.
A mí también me paran muchas veces para
felicitarme por el grupo. Sé perfectamente cuál es mi perfil de oyente: un
joven universitario preocupado por la política y la cuestión social. Por eso,
cuando muy de vez en cuando, me para un cani, me dicen que sueno en el almacén
del polígono o me pide una foto un currela de los que será currela para
siempre, me emociono y verdaderamente me siento orgulloso de mi
trabajo. Los de arriba de la foto son la sal de la tierra, la espalda del
mundo. Y sin ellos estamos condenados a no vencer. Sin ellos el miedo no puede
cambiar de bando. Quizás van en distintos camarotes pero vamos todos en el
mismo barco. A pelear. Y a seguir metiendo caña en la tele compañero.
Fuente:
La clase obrera hoy: canis e
informáticos
La clase obrera hoy: canis e
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Pablo Iglesias
Cita:
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¿En general qué es la clase “media”? Se trata de una
construcción, inventada en Occidente, con el objetivo de destruir el concepto
de clases del marxismo. Desde el punto de vista del marxismo no tiene sentido –
es una quimera, que existe gracias a los recursos financieros sobrantes, en la
que entran tanto la cúpula de la clase obrera, como la pequeña y mediana
burguesía, así como los que sirven a las clases altas. Desde el punto de vista
del actual estado burgués con su modelo de capitalismo financiero, la clase
“media” es el grupo humano con un comportamiento de consumo tipo, y no
únicamente en cuanto a los bienes y servicios, sino también en cuanto a los
servicios políticos. Hacia este grupo se orienta todo el sistema de publicidad
total y educación, dirigido al máximo aumento del consumo y la prohibición de
hecho de los valores más meditados. En consecuencia, precisamente este grupo
proporciona la base para la estabilidad político-social del actual estado
occidental. Señalemos también que su creación también fue posible en parte,
gracias al desplazamiento de la industria masiva y “burda” a los países del
“tercer mundo” y, la posterior redistribución de los beneficios a favor de los
países desarrollados. Siga leyendo………..
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