miércoles, 4 de junio de 2014

Qué es y qué quiere el Partido Obrero de Unificación Marxista



Este texto reproduce íntegramente el folleto publicado por el Comité Ejecutivo del POUM en febrero de 1936, destinado a dar a conocer los principios fundamentales del nuevo partido creado en septiembre de 1935, a partir de la fusión del Bloque Obrero y Campesino y la Izquierda Comunista. Su redacción fue fundamentalmente obra de Nin y de Maurín. Fue reeditado como suplemento de La Batalla en el exilio, en 1972.


El movimiento revolucionario de Octubre de 1934. seguramente el acontecimiento más trascendental en la historia del proletariado de nuestro país, puso de relieve con caracteres salientes la falta de un gran partido socialista revolucionario.


La historia de todas las revoluciones, triunfantes o fracasadas, demuestra de una manera incontrovertible que sin un fuerte partido revolucionario que sea el eje real, el motor y el cerebro a la vez de las grandes masas puestas en acción, no es posible la victoria revolucionaria.


Para que triunfara la revolución burguesa en Inglaterra y en Francia -las dos grandes revoluciones burguesas clásicas- hubo necesidad de un partido revolucionario de la burguesía: el “independiente” de Cromwell en la primera, y el jacobino de Robespierre y Saint-Just, en la segunda. Para que se impusiera la revolución de Octubre en Rusia, Lenin tuvo antes que forjar un partido, el partido bolchevique.


Sin partido revolucionario de la clase trabajadora, no es posible la victoria de la revolución socialista.


El fracaso de la insurrección de Octubre, en nuestro país, fue debido, en primer lugar, a la falta de ese partido.


Esta constatación era la primera que tuvo que hacerse todo marxista al sacar las consecuencias históricas del movimiento revolucionario de Octubre.


Llegaron a esa misma conclusión dos organizaciones comunistas que hasta entonces se habían mantenido distanciadas: el Bloque Obrero y Campesino y la Izquierda Comunista. Al coincidir en la apreciación del examen crítico de los hechos y asimismo en las perspectivas generales, era natural que se fusionaran, demostrando prácticamente que la teoría del partido único no era una simple consigna de agitación, sino que realmente constituía, tanto para el BOC como para la Izquierda Comunista, el motivo capital de toda su actuación en el presente momento.


El Congreso de unidad, celebrado en Barcelona el 29 de septiembre de 1935-al cumplirse el año de la sublevación de Octubre-, era una primera concreción práctica de las deducciones de aquel primer acto de la segunda revolución.


El Partido Obrero de Unificación Marxista (Bloque Obrero y Campesino e Izquierda Comunista unificados) ha nacido de la fusión de dos organizaciones marxistas revolucionarias, teniendo como objetivo capital de toda su actuación la  unidad revolucionaria de la clase trabajadora, premisa indispensable para el triunfo de la revolución democrático-socialista en nuestro país.


                                                     I
COMO VE LA ACTUAL SITUACIÓN POLÍTICA Y COMO SE SITÚA ANTE ELLA EL PARTIDO OBRERO DE UNIFICACIÓN MARXISTA

La fase actual de la revolución que tiene lugar en España es un momento de transición entre la contrarrevolución fascista y la revolución democrático-socialista.


Esta situación viene prolongándose desde 1931 y puede continuar todavía durante algún tiempo con oscilaciones, ya sea hacia la izquierda, ya hacia la derecha. Pero inexorablemente el desenlace final será: socialismo o fascismo. O el ejemplo de la revolución de Octubre rusa, o el de Italia y Alemania. O triunfarán las fuerzas contrarrevolucionarias de la gran burguesía y de los residuos feudales, imponiendo la más implacable y desenfrenada dictadura de tipo fascista -y esto significaría la desaparición orgánica del movimiento obrero durante todo un período-, o será la clase trabajadora la que obtenga la victoria, implantando la dictadura del proletariado que llevará a cabo la revolución democrática truncada en manos de la pequeña burguesía, para pasar sin solución de continuidad a la revolución socialista.


El carácter de la revolución en nuestro país no es simplemente democrático, sino que es democrático-socialista.


Solamente si la clase trabajadora toma el Poder se llevará a término la revolución democrática íntimamente enlazada, en esta época histórica, con la revolución socialista.


La burguesía ha perdido toda capacidad revolucionaria. No puede mantenerse sobre las bases de la democracia. Evoluciona más o menos de prisa, según las circunstancias, hacia una situación fascista, ya que el fascismo es la manifestación política de la decadencia de la burguesía.


La clase trabajadora es la única garantía de la verdadera democracia. Por medio de la defensa impertérrita de las reivindicaciones democráticas que la burguesía teme (burguesía de izquierda) y destruye (burguesía de derecha), la clase trabajadora llegará hasta el umbral de la revolución socialista.


El proletariado debe convertirse en el heraldo verdadero de las conquistas democráticas. Ha de ser el gran libertador que aporte la solución ansiada a los problemas de la revolución democrática: tierra, nacionalidades, estructuración del Estado, liberación de la mujer, destrucción del Poder de la Iglesia, aniquilamiento de las castas parasitarias, mejoramiento moral y material de la situación de los trabajadores.


La dictadura del proletariado-transitoria, pues sólo existirá hasta que se hayan borrado las diferencias de clases y las clases, por lo tanto-, no destruirá la democracia, sino que, por el contrario, la afianzará dando vida a la democracia verdadera: la democracia obrera.


El proletariado tomará el Poder cuando el interés general de la inmensa mayoría de la población y el de la clase trabajadora coincidan y exista -es condición indispensable- un fuerte partido socialista revolucionario.


El proletariado ha de tender al mismo tiempo que a forjar un partido, a convertirse en el centro de atracción de las grandes masas populares, sedientas de una estructuración social más justa que la presente.


Para ello ha de desplegar una doble acción convergente: con respecto a la clase trabajadora en general y con respecto a las clases intermedias: pequeña burguesía, clase media, campesinos.


Por lo que se refiere a la clase trabajadora, el Partido Obrero sostiene la necesidad de: Primero, unidad de acción de todos los trabajadores, formando el frente único horizontal y verticalmente. Alianza Obrera local y regional, y Alianza Obrera nacional. Segundo, unidad sindical. Todas las organizaciones sindicales existentes que reconozcan la lucha de clases, han de integrarse constituyendo localmente un solo sindicato de ramo o industria, una sola Federación local, y nacionalmente, una Central Sindical Única. Tercero, un solo Partido Marxista Revolucionario.


En relación con la pequeña burguesía, el Partido Obrero ni adopta la clásica posición de la social democracia de un contacto orgánico permanente con los partidos pequeño-burgueses que últimamente ha revalidado la Internacional Comunista con el llamado Frente Popular, ni adopta tampoco la absurda posición de poner a la pequeña burguesía en el mismo saco que la gran burguesía.


Los partidos pequeño burgueses han traicionado por incapacidad, impotencia y cobardía las promesas que habían hecho a los obreros, a los campesinos e incluso a la propia pequeña burguesía. Por eso, es una cuestión inexcusable la lucha ideológica y táctica contra esos partidos demagógicos con objeto de sacar de su radio de influencia a las masas trabajadoras que todavía le siguen, y atraer al mismo tiempo a una parte de la pequeña burguesía, sobre todo a los campesinos, neutralizando a la otra.


El fascismo, impulsado por la gran burguesía, se fundamenta principalmente sobre la pequeña burguesía y clases medias arruinadas y empobrecidas. Esta pequeña burguesía se orienta hacia el fascismo cuando han fracasado los partidos de la pequeña burguesía y el movimiento obrero se presenta dividido y sin capacidad para hacer triunfar la revolución que resuelva de una manera definitiva los problemas democrático-socialistas planteados.


[Error de impresión en la fuente utilizada respecto al párrafo siguiente que no aparece completo. Dicho párrafo no figura en la reedición contenida en “La revolución española en la práctica”, Víctor Alba, 1977] (...) Hay que saber distinguir aquellos momentos históricos en que la amenaza contrarrevolucionaria sea extraordinariamente grave y convenga entonces hacer pactos circunstanciales, transitorios, manteniendo siempre, no obstante, la independencia orgánica del Partido Obrero y el derecho de crítica de los partidos pequeño burgueses.
Esta posición es justa. Lenin aceptaba los pactos circunstanciales con la burguesía radical. Pero de esta posición a la que últimamente ha puesto en marcha la Internacional Comunista -Frente Popular- que encadena el movimiento obrero a la burguesía, media un abismo.
(Lo subrallado en negrilla está explicado escuetamente)
 Internacional Comunista
El VI Congreso Mundial de la Internacional Comunista 
El VII Congreso Mundial de la Internacional Comunista 



                                                              II
                       EL PROBLEMA DE LA UNIFICACIÓN MARXISTA


No existe todavía en España, desgraciadamente, el gran Partido Socialista Revolucionario que la revolución necesita. Y sin embargo, cada día más, las necesidades revolucionarias hacen apremiante la formación del partido que conduzca la revolución a su triunfo.


El Partido Socialista no es el partido que la revolución exige. y no lo es porque el Partido Socialista, a pesar de la rectificación iniciada, que hay que reconocer, continúa siendo fundamentalmente un partido de tipo socialdemócrata. Contiene dentro de él tres tendencias opuestas: Primera, derechista, reformista hasta la médula, reproducción fiel de lo que fue la socialdemocracia alemana y de lo que es el laborismo inglés. Segunda, centrista, republicanizante, profundamente menchevique, que no aspira a otra cosa que ayudar a los republicanos pequeño burgueses. La tendencia centrista que tiene la dirección del partido Socialista, parte del supuesto que nuestra revolución es democrática y no democrático-socialista, negándose por consiguiente a reconocer la necesidad de que la clase trabajadora tome el Poder por medio de la insurrección armada. Tercera, izquierdista, representada por las Juventudes y por una fracción importante del propio Partido, que lucha contra la tendencia reformista y la centrista. En la perspectiva de la unificación marxista es el ala izquierda del Partido Socialista la que tiene una mayor importancia. No obstante, el ala izquierda socialista mantiene sobre muchas cuestiones posiciones equivocadas fundamentalmente. Por ejemplo, ha iniciado su orientación hacia la política de la Internacional Comunista, cuando precisamente la IC en su VII Congreso ha hecho un viraje radical, inaugurando una política que se encuentra situada a la derecha de la extrema derecha socialdemócrata. La izquierda socialista, además, no se ha pronunciado todavía de una manera clara sobre cuestiones tan importantes como la Alianza Obrera, la unidad sindical, la unidad marxista revolucionaria.


Como vemos, el Partido Socialista está muy lejos de constituir un todo fuertemente centralizado y unificado en el pensamiento y en la acción. No tiene nada que le aproxime al tipo de Partido bolchevique. En su seno conviven todas las tendencias, desde la que se afirma ser leninista, hasta la evolucionista de carácter laborista, pasando por la meramente republicana. De hecho, se aproxima más a una Federación de diferentes tendencias que a un partido fuertemente cohesionado.


Doctrinalmente, el Partido Socialista no ha logrado asimilar no ya las doctrinas de Lenin, que ni siquiera las de Marx y Engels. Ha sido un rasgo característico del viejo Partido Socialista Obrero Español, su insuficiencia teórica. Mantiene posiciones equívocas respecto a la definición del carácter de la etapa actual de la revolución española. No ha tomado una posición justa respecto al problema de las nacionalidades y al de la tierra. Se ha colocado de una manera completamente socialdemócrata ante el problema de la guerra, respaldando a la Sociedad de las Naciones.


El Partido Comunista de España no es tampoco el Partido bolchevique de nuestra revolución. Sujeto, como sección oficial de la Internacional Comunista a las fluctuaciones de la política exterior del Estado Soviético, se ve obligado a actuar de acuerdo no con las necesidades del movimiento revolucionario en nuestro país, sino de conformidad con las conveniencias de la diplomacia soviética, lo que, con frecuencia, está en abierta contradicción.


Comienza por faltar en el Partido Comunista un régimen de democracia interna. La línea política, la táctica, incluso el propio nombramiento de los Comités directivos, son determinados no por el partido en sus Congresos, sino por órdenes procedentes de Moscú.


No hay mas que ver las oscilaciones tácticas seguidas por el Partido Comunista de España (sección española de la Internacional Comunista) desde que se proclamó la República hasta ahora para darse cuenta de su artificialidad.


Al proclamarse la República, el 14 de Abril, el Partido Comunista de España, siguiendo, como es natural, instrucciones de arriba, gritaba: “¡Abajo la República!”, “¡Vivan los Soviets!”. Objetivamente, el PC, sin quererlo, se ponía al lado de los monárquicos más empedernidos. Han transcurrido más de cinco años, y la república burguesa está completamente desprestigiada. Su nombre ha sido manchado por torrentes de sangre proletaria y por los negocios más fraudulentos y escandalosos. Y es en ese momento, cuando la clase trabajadora, después de la experiencia de Octubre, debe ser orientada hacia la toma del Poder, que el Partido Comunista, siguiendo los mandatos de Moscú, de un salto se coloca a la derecha de la derecha socialista. Para el Partido Comunista, el dilema “fascismo o socialismo” se ha convertido en breves instantes en este otro: “fascismo o democracia. Una consigna completamente republicano-burguesa encuentra en el Partido Comunista su más firme apoyo.


En la cuestión de frente único, el Partido Comunista de España no ha podido tener una actitud más desgraciada. Fue el Partido que pretendía monopolizar la bandera del Frente único. Ahora bien, cuando el Frente único cristalizó prácticamente en forma de Alianza Obrera, esto tuvo lugar al margen del Partido Comunista y con su oposición sistemática encarnizada. Durante largo tiempo, el PC combatió la Alianza Obrera a la que llegó oficialmente, a calificar incluso de «Santa Alianza de la Contrarrevolución». No obstante, unos meses después, ante una corriente irresistible de movimiento hacia la Alianza Obrera, el Partido Comunista rectificó en 24 horas, adhiriendo a la Alianza Obrera el día 4 de octubre, cuando la batalla ya había empezado.


El Partido Comunista, con esta inestabilidad, hija de su falta absoluta de democracia interna, y por su desvío cada vez más acentuado de la política tradicional del bolchevismo, está asimismo muy lejos de ser el partido de la revolución.


El Partido Obrero de Unificación Marxista, resultado de la fusión del Bloque Obrero y Campesino y la Izquierda Comunista, cree que nos es posible enfocar las cosas hacia el ingreso de todos los marxistas en un determinado partido ya existente. El problema no es de ingreso o de absorción, sino de unificación marxista revolucionaria. Es un Partido nuevo el que precisa formar mediante la fusión de los marxistas revolucionarios.


El Partido Obrero cree que la unificación marxista revolucionaria -que nada tiene que ver con un absurdo amontonamiento de tipo laborista -se prepara por medio de una clarificación previa de posiciones. «Antes de unirnos ya fin de unirnos es preciso que nos diferenciemos», dijo Lenin.


El Partido Obrero opina que las premisas fundamentales para que la unificación marxista revolucionaria sea un hecho son las siguientes:


Primera. La revolución española es una revolución de tipo democrático-socialista. El dilema es: socialismo o fascismo. La clase trabajadora no podrá tomar el Poder pacíficamente, sino por medio de la insurrección armada.


Segunda. Una vez tomado el Poder, establecimiento transitorio de la dictadura del proletariado. Los órganos de Poder presupone la más amplia y completa democracia obrera. El Partido de la revolución no puede, no debe ahogar la democracia obrera.


Tercera. Necesidad de la Alianza Obrera localmente y nacionalmente. La Alianza Obrera debe pasar necesariamente por tres fases: Primera, órgano de Frente Único, llevando a cabo acciones ofensivas y defensivas legales y extralegales; segunda, órgano insurreccional; y tercera, órgano de Poder.


Cuarta. Reconocimiento de los problemas de las nacionalidades. España quedará estructurada en forma de Unión Ibérica de Repúblicas Socialistas.


Quinta. Solución democrática, en su primera fase, del problema de la tierra. La tierra para el que la trabaja.


Sexta. Ante la guerra, transformación de la guerra imperialista en guerra civil. Ninguna esperanza en la Sociedad de las Naciones, que es el frente único del Imperialismo.


Séptima. El Partido Unificado permanecerá al margen de la II y III Internacionales, fracasadas ambas, luchando por la unidad socialista revolucionaria mundial hecha sobre bases nuevas.


Octava. Defensa de la URSS pero no favoreciendo su política de pactos con los estados capitalistas, sino por medio de la acción revolucionaria internacional de la clase trabajadora. Derecho de criticar la política de los dirigentes de la URSS que pueda ser contraproducente para la marcha de la revolución mundial.


Novena. Régimen permanente de centralismo democrático en el Partido Unificado.


Ya existe un partido-el Partido Obrero-que defiende con entusiasmo la tesis justa de la unidad. Esto constituye, no hay duda, un factor importante. Lo que precisa ahora es ganar a este punto de vista a los sectores realmente marxistas de los partidos socialista y comunista para que ambos conquistados a la idea de un sólo partido socialista revolucionario, se pronuncien por un Congreso de unificación marxista revolucionario. 


                                                                  III
                                    EL FRENTE ÚNICO: ALIANZA OBRERA
Las dos organizaciones que fusionadas han constituido el Partido Obrero de Unificación Marxista -el Bloque obrero y Campesino y la Izquierda Comunista- han tenido una participación directa, y en algunos casos decisiva, en la formación de las Alianzas Obreras.


Para el Partido Obrero, la Alianza Obrera -unidad de acción- es, sin ningún género de dudas, en la historia de nuestro movimiento obrero, un acontecimiento trascendental. Por medio de la Alianza Obrera, el movimiento obrero concentra sus fuerzas sin necesidad de destruir la independencia y características de sus organizaciones tradicionales.


La Alianza Obrera viene a desempeñar en nuestro país basándose en las condiciones del movimiento obrero, el papel que en la revolución rusa representaron los soviets: órganos de frente único, primero, insurreccionales luego, e instrumentos de Poder, después. Cuando la clase trabajadora conquiste el Poder, el Estado burgués actual deberá ser reemplazado por algo nuevo que está precisamente en germen en la Alianza Obrera.


Son, pues, tres las fases que se han de dar en el proceso evolutivo, estrechamente ligado al de la revolución, de la Alianza Obrera: frente único ofensivo y defensivo, insurreccional y de Poder.


La Alianza Obrera ya no es una simple hipótesis. Constituye una realidad. Ha pasado por el fuego de una formidable revolución, dando pruebas indiscutibles de su fuerza y capacidad representativa. Las jornadas de Octubre de 1934 fueron la cristalización dinámica de la Alianza Obrera. En primer lugar, la Alianza Obrera, durante el transcurso de los meses que precedieron a Octubre, logró formar, en gran parte, la unidad de acción de las masas trabajadores. Y porque esta unidad se constituyó, fue posible el movimiento insurreccional de Octubre. Los dos focos principales de la acción insurreccional fueron Asturias y Cataluña. En Asturias en donde la Alianza Obrera estaba formada por todas las organizaciones, los anarquistas incluso, el movimiento obrero se impuso desde el primer instante. En Cataluña, la Alianza Obrera no era completa, ya que estaban al margen de ella los anarco-sindicalistas. No obstante la decadencia del anarquismo en Cataluña durante los últimos tiempos, no hay duda que su falta en la Alianza Obrera contribuyó en gran medida a que la insurrección obrera no llegara en Cataluña hasta las últimas consecuencias como en Asturias.


Si la insurrección de Octubre en general fue vencida, se debió a que nos existía aún un vasto movimiento de Alianza Obrera, Frente Único, en todo el país, ni tampoco un Partido Socialista Revolucionario con fuerza y autoridad para convertirse en el eje real de ese Frente Único.


Es esa constatación la que lleva el Partido Obrero a formular la necesidad perentoria, al lado de la constitución de un Partido Marxista Revolucionario único, de dar a la Alianza Obrera -germen de nuestro soviet- la gran importancia que tiene.


Respecto a la Alianza Obrera, mantienen una actitud equivocada los camaradas socialistas, anarquistas y comunistas oficiales, como vamos a ver.


Los socialistas afirman que la Alianza Obrera sólo puede tener el carácter de instrumento insurreccional. Es decir, le niegan las condiciones de su primera fase -Frente Único- y las de la tercera- órgano de Poder. El hecho de ver la Alianza Obrera, no como un proceso, sino simplemente como algo rígido, estratificado, demuestra que los socialistas que mantienen esta posición, no han comprendido todavía el sentido de la revolución proletaria. La Alianza Obrera, como ya hemos dicho, no puede ser instrumento insurreccional si antes no lo ha sido de Frente Único, o sea unidad de acción ofensiva y defensiva. Y un partido obrero que aspira a la insurrección y no tenga preparado el órgano adecuado de Poder, no hará nunca la insurrección y si la hace, quedará reducida a un golpe de Estado, sin que pueda asentar el Poder conquistado sobre bases sólidas e indestructibles. El Partido no debe ser un órgano de Poder. Es completamente falsa la posición de aquellos socialistas que dicen: «El Poder, para el Partido Socialista». El Poder no ha de ser para éste o aquel partido, sino para la clase trabajadora, que ha de ejercerlo a través de sus órganos democráticos-soviets, consejos, alianzas obreras.


Partiendo del principio axiomático que socialismo y democracia obrera son inseparables, que no puede haber socialismo sin democracia obrera, ni democracia obrera sin socialismo, el problema de cuales serán los órganos de Poder ha de ser planteado a tiempo. Decía Lenin: «Si la fuerza creadora de las clases revolucionarias no hubiese dado vida a los soviets, la revolución proletaria no tendría ningún porvenir, ya que hubiese sido imposible al proletariado guardar el Poder con el antiguo aparato de Estado y es imposible crear de súbito un nuevo mecanismo gubernamental». Trasladando a España el sentido de lo que manifestara Lenin, podemos decir que sin Alianzas Obreras constituidas, organizadas, con vida propia, fuertemente arraigadas, la clase trabajadora no conseguirla guardar el Poder, aunque lo tomara por sorpresa.


La posición de los socialistas que mantienen una tal actitud con respecto a la Alianza Obrera es, pues, completamente equivocada.


El porvenir de nuestra revolución está ligado al desarrollo de la Alianza Obrera.


La situación político-social presente coloca la Alianza Obrera en su primera fase: la de Frente Único de todos los trabajadores.


Contra la Alianza Obrera en esta etapa -sin la cual no pueden existir ni la segunda ni la tercera- se alzan los socialistas y los anarquistas.


Si el parecer de los socialistas y de los anarquistas que, en último término, coinciden en los resultados finales, prevaleciera, no habría Frente Único y, como consecuencia, la revolución quedaría truncada.


Los anarquistas, en la cuestión de Frente Único (Alianza Obrera), igual que en la de la unidad sindical, no tienen posiciones fijas, no responden a una tesis determinada. En su seno hay ideas contrapuestas. Prueba evidente de que son extremadamente vulnerables. Las masas anarquistas con sentido clasista, tanto como las que siguen a los socialistas, son materia prima revolucionaria de un valor formidable. Y esas masas si ven el movimiento de unidad no como una maniobra, sino como una marcha hacia la acción revolucionaria, irán a la unidad, como los anarco-sindicalistas de Asturias que se enrolaron en la Alianza Obrera.


La Alianza Obrera ha de existir, ganando a las masas socialistas y a los anarquistas a la concepción de su necesidad, imprescindible. La Alianza Obrera ha de ensancharse. Toda, absolutamente toda la clase trabajadora ha de formar parte de las Alianzas Obreras. Y, además, el funcionamiento de las Alianzas Obreras ha de democratizarse, dejando de ser, progresivamente, una superorganización formada desde arriba para afirmarse sobre la gran cantera de las masas trabajadoras actuando democráticamente. De una manera gradual, las Alianzas Obreras han de transformarse adoptando las características de los soviets en la Revolución rusa.


Es errónea, por otra parte, la posición de aquellos –pues existen- que llevan su entusiasmo por la Alianza Obrera hasta tal punto que llegan a olvidar incluso o subvalorizar el papel del Partido Obrero Revolucionario. Un Frente Único obrero, por amplio que sea, si no tiene un eje central que lo mueva, y este no puede ser otro que el Partido Socialista Revolucionario, es una herramienta mellada. La Alianza Obrera, en sus tres etapas de Frente Único, instrumente insurreccional y órgano de Poder, requiere, indispensablemente, la presencia del Partido Obrero Marxista Revolucionario en sus funciones de orientador, de guía, de vanguardia. Sin Partido dotado de una teoría revolucionaria, la Alianza Obrera pudiera convertirse en un pedestal para que se formara un Frente Popular republicano-obrero-reformista, como propugna ahora el Partido Comunista de España.


El Partido Comunista oficial, aun cuando ahora afirma ser partidario de la Alianza Obrera, trata, de hecho, de sustituirla por el Frente Popular.


La política de Frente Popular que la Internacional Comunista lleva actualmente a cabo en muchos países, y entre ellos, el nuestro, constituye la ruptura completa con tradiciones del marxismo.


El Frente Popular, tal como lo propaga la IC, es el contacto orgánico permanente del movimiento obrero y la burguesía liberal.


Esta nueva táctica de la IC entraña tantos peligros, sino más todavía, que el propio sectarismo llevado a cabo durante el llamado «tercer período», que consistió en una guerra irreconciliable contra la socialdemocracia.


Por medio del Frente Popular se pierden totalmente las diferencias de clase y se asesta, por lo tanto, un golpe a la lucha de clases, que es la piedra angular del marxismo.


Si la política del «social-fascismo» condujo al triunfo fascista, la política del Frente Popular lleva directamente a la guerra.


En Francia, que es donde el Frente Popular está en pleno apogeo, se ha podido ver cómo el Partido Comunista ha liquidado totalmente su actuación antimilitarista, ha votado los créditos de guerra, y constituye uno de los más fuertes defensores de la «unión sagrada».


Si la guerra entre Francia y Alemania estalla, los comunistas franceses, en virtud de la política del Frente Popular, serán los entrenadores en el seno de la masa trabajadora en favor de la lucha armada, y en defensa del imperialismo alemán [sic, debe querer decir francés ].

En España, la actuación del Partido Comunista oficial conduce a posiciones parecidas. Los gobiernos burgueses de izquierda encuentran el más firme apoyo de los comunistas estalinianos. Prácticamente esta política de sostén conduce a frenar la acción de las masas en marcha hacia la revolución socialista. La burguesía tiene hoy un aliado de un valor enorme: es el Partido Comunista con su defensa a ultranza del Frente Popular.

La experiencia de los resultados del Frente Popular ya ha sido vivida en nuestro país. El Partido Socialista, en 1931-1933, practicó la política del Frente Popular, cuya segunda edición propaga ahora con entusiasmo el Partido Comunista. La colaboración republicano-socialista condujo al triunfo de la contrarrevolución, en noviembre-diciembre de 1933. Las conclusiones serían ahora más catastróficas aún si la posición de los comunistas oficiales, más radical-socialista que comunista, prevaleciera.
Esta interpretación nuestra del Frente Popular no está en contradicción, como pudiera aparentemente suponerse, con el hecho de que el POUM firmara el documento que sirvió de base para las elecciones generales del 16 de febrero de 1936. Se trataba entonces de un simple pacto de carácter electoral teniendo como finalidad principal la Amnistía. El POUM desarrolló entonces su propaganda con completa independencia, señalando que al pacto establecido no podía dársele otra interpretación que el de un compromiso pura y exclusivamente electoral.
El P0UM -como ya se ha indicado más arriba- no rechaza los contactos y alianzas con la pequeña burguesía, pero estos pactos y alianzas han de ser siempre para cuestiones concretas y circunstanciales.
Lo otro es el Frente popular, inadmisible para todo marxista revolucionario.
                                                               IV
                                             LA CUESTIÓN SINDICAL
En España ha existido desde los mismos comienzos del movimiento obrero organizado una división de la clase trabajadora. Un sector, dirigido por el Partido Socialista, se agrupó sindicalmente formando la Unión General de Trabajadores, de tendencia generalmente reformista. Otro sector, influenciado por el anarquismo, después de una larga serie de tanteos orgánicos, acabó por constituir la Confederación Nacional del Trabajo.


CNT y UGT, la organización sindical anarcosindicalista y la socialista, han ejercido de hecho el monopolio de la organización sindical de la clase trabajadora en nuestro país.


Esta división ha sido funesta para el movimiento obrero. Una de las causas de la relativa estabilidad del capitalismo en España hay que achacarla a esta escisión histórica de nuestro movimiento obrero. La burguesía ha encontrado un terreno propicio mientras la clase trabajadora partida en dos trozos se combatía incesantemente.


La consigna sindical del Partido Obrero de Unificación Marxista, en éste como en los demás aspectos del problema obrero, es bien categórica: unificación. No hay lugar para dos centrales sindicales. Una clase. Un frente. Una sola central sindical.


Sin embargo, mientras que en Francia, por ejemplo, el problema de la unificación sindical ha sido más fácil de resolver que el del Partido Único, no es el mismo el caso en España. Aquí la unidad sindical tendrá lugar probablemente más tarde que la unidad política marxista. La pugna entre anarquistas y socialdemócratas es muy profunda para que sea posible ganar a la idea de unidad sindical a ambos contendientes. La división se prolonga desde hace más de medio siglo y no es, en realidad, cosa fácil superarla en breve tiempo.


De todos modos, la unidad sindical es necesaria y puesto que es necesaria, tendrá que hacerse. Los marxistas debemos plantearnos de este modo tan trascendental problema.


Ahora bien, ¿cómo llegar a la unidad sindical?


Los socialistas mantienen también en este dominio actitudes que nosotros juzgamos equivocadas. Unos dicen: «unidad dentro de la Unión General de Trabajadores», o no atreviéndose a plantear la cuestión de la unidad, propugnan otros: «Ingreso en la UGT de todos los sindicatos autónomos, y unidad de acción entre UGT y la CNT».


Ambas posiciones, mantenidas por unos u otros socialistas, son falsas. Idénticas en el fondo, ocultan el deseo de mantener constantemente la escisión obrera. Los anarquistas -y su fuerza sindical es importante-, no ingresarán jamás en la UGT. El solo hecho de plantearlo da como resultado inmediato la vigorización de la posición anarquista.


Los anarquistas se han desarrollado y han crecido en fuerza en tanto que oposición a la política reformista de los socialistas. En ese momento de la historia, los anarquistas tenían una gran parte de razón, mucha más, no hay duda, que los socialistas. Si el Partido Socialista no es ahora capaz de rectificar su pasado-y la piedra de toque de esta rectificación la constituye el arduo problema de la unidad-, el anarquismo lejos de desaparecer puede seguir vegetando con más o menos fuerza, pero siendo bastante fuerte para mantener la división de la clase trabajadora.


El Partido Obrero planteándose, pues el problema de la unidad en éste, como en los demás dominios, se cree en el deber de no limitarse a una simple propaganda de la unidad sindical, sino que trabaja prácticamente en dicho sentido. A tal efecto, el POUM, aunque partido peninsular, opina, basándose en el estudio de la realidad, que la clave para levantar el edificio de la unidad sindical en España, se encuentra en Cataluña, que es donde la organización sindical está más disgregada.


La pulverización del movimiento sindical existente en Cataluña no tiene límites. La Confederación Nacional del Trabajo, que antes ejerció la supremacía absoluta, ha visto cómo sus fuerzas iban disminuyendo hasta pasar a una posición indiscutiblemente minoritaria. La gran masa obrera de Cataluña, está, como consecuencia del fracaso de la CNT dirigida por los anarquistas de la FAI, desorganizada. Pero la parte organizada existente se encuentra agrupada así: 1º)  Sindicatos influenciados por el Partido Obrero, seguramente el sector más importante. 2º) Sindicatos de Oposición en la CNT (treintistas). 3º) Confederación Regional del Trabajo de Cataluña (CNT). 4º) Unión General de Trabajadores (Federación Catalana). 5º) Sindicatos influenciados por la Unión Socialista de Cataluña, y 6º) Sindicatos Autónomos.


Pues bien, se trata de constituir la Unidad Sindical de los trabajadores de Cataluña. Esta Unidad Sindical, precisamente por considerarse como transitoria, en espera de la unificación sindical definitiva en todo el país, se mantendrá al margen de la Confederación Nacional del Trabajo y de la Unión General de Trabajadores, luchando por su unidad, por la formación de una Central Única.


La importancia que este paso pueda tener para el desarrollo ulterior del movimiento unitario, es incalculable. El hecho de que la clase trabajadora de Cataluña que ha sido hasta hace poco la base principal de la Confederación Nacional del Trabajo, levante en alto la bandera de la Unión Sindical tendrá en toda España una extraordinaria repercusión. La formación de la Alianza Obrera en Cataluña determinó como continuación inmediata su extensión a todo el país. En la cuestión de la Unidad Sindical ocurrirá lo mismo.


Lo interesante en este aspecto, como en los demás, es salir de la abstracción y partir de un punto concreto. Lo concreto en este caso, el punto de partida, es empezar la Unidad Sindical en Cataluña. Lo demás vendrá como consecuencia. Es a esa tarea que en el orden sindical se consagra el Partido Obrero de Unificación Marxista, firmemente persuadido de que es el camino más corto para llegar a la plena realización de la Unidad Sindical en toda España, logrado lo cual la Unidad Sindical de los trabajadores de Cataluña pasará automáticamente a ser la Federación Catalana de la Central Única constituida.


                                                                V
                                         EL PROBLEMA DE LA TIERRA


Partiendo del principio que nuestra revolución es democráticosocialista, la posición verdaderamente marxista, adoptada por el Partido Obrero, no puede ser otra que la aplicación, en esta primera etapa revolucionario, de la consigna clásica: la tierra para el que la trabaja.


Nuestra revolución es democráticosocialista, es decir burguesa y socialista a la vez. Ahora bien, hay aspectos burgueses, democráticos, de la revolución que lejos de estar en contradicción con los objetivos socialistas, concuerdan. El hecho de que los campesinos españoles tomen la tierra es un acto revolucionario de gran trascendencia, ya que ayuda a destruir el Poder de los residuos feudales estrechamente unidos a la gran burguesía.


El proceso de esta revolución es doble: mientras que, por un lado, los campesinos zaparán con su acción la fortaleza feudal-burguesa, el proletariado, por el otro lado, comenzará a nacionalizar la gran industria: mina, transportes, Banca, etc., es decir, iniciará el aspecto socialista de la revolución. La revolución burguesa en los campos y la revolución socialista en las ciudades coincidirán.


Ha sido tradicionalmente falsa la actitud de la socialdemocracia con respecto al problema de la tierra.


La socialdemocracia ha pretendido que no podía conciliar la revolución burguesa en el campo y la revolución socialista efectuada por el proletariado. Ha mantenido una posición aparentemente extremista ante el problema de la tierra, que ha servido, prácticamente, al proponer objetivos irrealizables de una manera inmediata, para encubrir su carencia absoluta de espíritu revolucionario.


En países como el nuestro en donde el desarrollo industrial es primario y el campo ocupa en la economía un lugar importantísimo, la revolución -revolución democráticosocialista -no podrá triunfar sin la estrecha colaboración de las fuerzas progresivas y el proletariado. Una de esas fuerzas progresivas, la principal, la constituyen precisamente los campesinos en marcha hacia la revolución agraria. El proletariado ha de ponerse, pues, al frente del movimiento campesino cuyo objetivo es la conquista de la tierra, destruyendo todos los privilegios feudales y semifeudales que están en vigor todavía.


Es evidente que esta grandiosa transformación agraria no puede hacerla la burguesía, como ha sido demostrado de una manera palpable en nuestro propio país. La burguesía industrial está ligada por una tupida red de intereses con los residuos del feudalismo, que constituyen la capa social de los grandes terratenientes. La Reforma Agraria dictada por las Constituyentes, no fue, en último término, más que un hábil expediente para frenar la revolución que estaba madurando en el campo.


El problema no es de reforma, sino de revolución.


La clase trabajadora, al tomar el Poder, entregará a los campesinos la tierra en usufructo. Es decir, tendrán la tierra en posesión, no en propiedad, ya que la tierra será nacionalizada, teniendo un propietario único: el Estado obrero. El campesino dispondrá de toda la tierra que necesite para poder vivir, pues tierra es lo que sobra en España, pero no podrá ni venderla ni arrendarla.



El Estado obrero pondrá a disposición de los campesinos aquellos factores auxiliares indispensables para ellos, pero que, bajo el régimen capitalista, están monopolizados: transportes, abonos, crédito, máquinas, dirección técnica, etc.


El Estado obrero organizará por su cuenta directa o ayudará a la creación cooperativa de grandes granjas colectivas con la consiguiente industrialización progresiva de la agricultura, ensayos que serán el comienzo de la segunda fase revolucionaria en el campo, la de la socialización.


Mientras que la clase trabajadora lucha por la toma del Poder, los campesinos han de ser ganados a nuestra concepción democráticosocialista del proceso revolucionario, comprendiendo no sólo a los explotados directos sino asimismo a los arrendatarios, aparceros, pequeños propietarios, con objeto de crear un vasto movimiento campesino que vea su sola liberación posible en el triunfo de la clase trabajadora.

                                                          VI
                                      EL PROBLEMA NACIONAL

La socialdemocracia no ha dado nunca al problema de las nacionalidades la interpretación revolucionaria debida.


Si en el primero de esos aspectos, ha sacrificado la revolución a la frase, en el segundo, si bien teóricamente se ha visto obligada a reconocer el derecho de los pueblos a su independencia, en el dominio práctico ha sido incapaz de salir de los límites del nacionalismo burgués.


La revolución proletaria -y el ejemplo nos lo ha dado la revolución rusa-triunfará en tanto que revolución democráticosocialista, hemos dicho. En el estado actual de la historia, no puede haber ya revoluciones exclusivamente democráticas, ni en cierta medida, revoluciones exclusivamente socialistas. La revolución ha de ser democráticosocialista, en su primera etapa.


Pues bien, las tres fuerzas motrices de esa revolución las constituyen: el proletariado, el campesino que quiere conquistar la tierra, y el movimiento de liberación nacional. Si esas tres fuerzas convergen y se encuentran, el proletariado se convierte en el eje central del movimiento revolucionario. Sin la unidad de esos tres frentes de lucha, la revolución democráticosocialista no puede triunfar, sobre todo en un país como el nuestro en donde el aspecto democrático de la revolución es tan pronunciado.


Esos movimientos de emancipación nacional tienen un contenido democrático que el proletariado ha de sostener sin reservas. Una clase que combate encarnizadamente todas las formas de opresión no se puede mostrar indiferente delante de la opresión nacional. Los movimientos de emancipación nacional constituyen un factor revolucionario de primer orden que la clase trabajadora no puede dejar de lado.


El proletariado sólo puede tener una actitud: sostener activamente el derecho indiscutible de los pueblos a disponer libremente de sus destinos y a constituirse en Estado independiente, si esta es su voluntad.


Sosteniendo este derecho, el proletariado no se identifica con la burguesía nacional, que quiere subordinar los intereses de la clase a los intereses nacionales y, en los momentos decisivos, se pone al lado de las clases dominantes de la nación opresora con objeto de aplastar los movimientos populares. El proletariado, campeón decidido de las reivindicaciones democráticas, ha de desplazar a la burguesía ya los partidos pequeño-burgueses de la dirección de las movimientos nacionales que traicionan, y llevar la lucha por la emancipación de las nacionalidades hasta las últimas consecuencias.


La lucha por el derecho de los pueblos a la independencia no presupone, sin embargo, la disgregación de los obreros de las diversas nacionalidades que componen el Estado, sino, por el contrario, su unión más estrecha, que es la única garantía del triunfo.


El reconocimiento del derecho indiscutible de los pueblos a disponer de sus destinos, de un lado, y la lucha común de los obreros de todas las naciones del Estado, del otro lado, constituyen la premisa indispensable de la futura Confederación de pueblos libres.


Los movimientos de emancipación nacional pasan por tres fases. En la primera, es la burguesía reaccionaria quien los monopoliza, haciendo de lo que tiene un sentido progresivo y justo, una fortaleza al servicio de la contrarrevolución. Es lo que sucedió en nuestro país durante el siglo pasado cuando el carlismo se apoyó sobre el deseo autonomista latente, y durante una parte del siglo actual en Cataluña y Vasconia, principalmente, en donde las fuerzas conservadoras se han hecho suyo el problema autonomista con objeto de utilizarlo como ganzúa para favorecer sus intereses económicos y para impedir un desarrollo revolucionario.


La segunda etapa está caracterizada por el paso del problema nacional a manos de la pequeña burguesía, que es lo que se da actualmente entre nosotros, y de un modo particular en Cataluña. Durante esta fase la pequeña burguesía -Esquerra en Cataluña- hace una gran demagogia prometiendo la solución completa del problema nacional. Pero tan pronto como la pequeña burgues1a constata que la profundización de la revolución democrática, en éste como en los demás dominios en el de la tierra especialmente, aproxima la revolución socialista, hace marcha atrás precipitadamente, llegando a la más vergonzosa capitulación, como ocurrió en Cataluña, primero aceptando un Estatuto que dejaba sin solución fundamental el problema planteado, y segundo, entregándose al enemigo -Octubre de 1934- cuando vio que la defensa de la cuestión nacional pasaba a manos de la clase trabajadora.


La tercera fase es aquella en que el proletariado se hace suyo el problema nacional y le aporta, revolucionariamente, la solución debida. Esta etapa se ha iniciado ya en nuestro país. El problema nacional empieza a ser considerado por el proletariado como un factor revolucionario.


El Partido Obrero de Unificación Marxista trabajará por el desplazamiento de la pequeña burguesía del frente del movimiento nacional con objeto de que sea el propio proletariado quien lo dirija y solucione, llegando a la estructuración de la Unión Ibérica de Repúblicas Socialistas.


                                                     VII
                ANTE LA SITUACIÓN INTERNACIONAL Y LA GUERRA


Las condiciones internas del capitalismo hacen que las crisis se repitan con un ritmo cada vez más acelerado y violento. La aparición de nuevos centros industriales, los movimientos revolucionarios en las colonias y la rápida industrialización de la URSS de un lado, y el desenvolvimiento del capitalismo desde el punto de vista técnico y de organización (trusts, cartels, monopolios, racionalización), del otro lado, impiden la aplicación de medios normales para la solución de la crisis, y en primer término la extensión del mercado mundial.


La crisis mundial actual no tiene nada que ver con la crisis periódicas anteriores, de las cuales se distingue no solamente por la amplitud, la gravedad y la prolongación, sino por el hecho de que señala el punto culminante del desenvolvimiento capitalista. Lo que está en crisis, es el régimen capitalista mismo que ha entrado en contradicción con los intereses vitales de la sociedad. A medida que el capitalismo se desarrolla técnicamente, más baja es la capacidad adquisitiva de las masas. El ejército de los sin trabajo, aumenta en todas partes en proporciones aterradoras. A un aumento constante de producción, y por lo tanto de la riqueza, corresponde el empobrecimiento progresivo de las masas.


Para salir de esta situación, la clase capitalista arroja por la borda las formas parlamentarias y democráticas, impotentes para ahogar las explosiones que resultan de las contradicciones internas del régimen y recurre a las formas dictatoriales fascistas.


Una terrible crisis que somete a las masas populares a una miseria sin precedentes, el peligro mundial del fascismo, la perspectiva de un nuevo ciclo de guerras que amenaza destruir toda civilización humana: he ahí el espectáculo que ofrece el mundo como consecuencia de la bancarrota del régimen capitalista.


O la revolución proletaria destruye este régimen totalmente y emprende la transformación socialista de la sociedad, o el mundo caerá en la barbarie.


La crisis mundial del capitalismo plantea el deber de romper radicalmente con la política reformista y de poner en el orden del día de la lucha revolucionaria por la conquista del Poder y la instauración transitoria de la dictadura del proletariado, único camino que puede conducir a la transformación de la sociedad capitalista en sociedad socialista.


La doctrina de la conquista pacífica del Poder por la aplicación de los métodos parlamentarios y democráticos es una ilusión peligrosa que priva a la clase trabajadora de sus medios de defensa.


La revolución proletaria es, por esencia, una revolución internacional. El proletariado no puede edificar una sociedad socialista completa, esto es una sociedad sin clases, si no es sobre la base de la división internacional del trabajo y la colaboración internacional. Sin embargo, esto no quiere decir que hay que esperar pasivamente en cada país a que estalle una revolución de carácter internacional; al contrario, la clase obrera de cada país ha de hacer tender todos sus esfuerzos a la conquista del Poder, y reafirmar su dictadura nacional por medio del comienzo de la edificación socialista, que tiene que ser forzosamente incompleta y contradictoria mientras el proletariado no haya conquistado el Poder, al menos en unos cuantos países capitalistas importantes. La clase obrera victoriosa en un país ha de consagrar a la vez todas sus fuerzas a la expansión de la revolución socialista a los otros países.


Sobre la base capitalista, no es posible la solución práctica de los conflictos entre los diversos grupos imperialistas, entre el imperialismo y la URSS, ni entre el imperialismo y los movimientos de emancipación nacional.


De la misma manera que el capitalismo no puede resolver orgánicamente las contradicciones del sistema y evitar las crisis y sus consecuencias, las tentativas de la Sociedad de las Naciones, las Conferencias del Desarme y los Pactos serán infructuosos para liquidar las amenazas de guerra. Estas tentativas internacionales conducen a un nuevo reagrupamiento de las potencias imperialistas, a un refuerzo de los rearmamentos y a nuevos conflictos.


La única arma eficaz contra la guerra es la revolución proletaria. El proletariado no ha de dejarse seducir, pues, por las ilusiones pacifistas, sino que debe prepararse sin perder un momento, si no puede evitar previamente la guerra por su victoria sobre la burguesía, para la transformación de la guerra imperialista en guerra social, es decir contra la propia burguesía.


La posición que adopte ante la guerra un determinado Partido Obrero, constituye la piedra de toque para medir la consistencia real de sus principios. La socialdemocracia galardonea en todas partes de un internacionalismo teórico, pero en la hora de contrastar la solidez de sus posiciones capitula colocándose decididamente al lado de la burguesía nacional, como hizo en 1914, o poniéndose al lado de un determinado imperialismo, como ha demostrado al surgir el conflicto italo-abisinio, o mejor dicho italo-británico.


El capitalismo conduce a la guerra. Es su razón de ser. Mientras haya régimen capitalista, la guerra es inevitable. Hay que colocarse, pues, ante el problema de la guerra, no de una manera pacifista, como hace la pequeña burguesía sentimental, sino partiendo del supuesto que se está en presencia de un fenómeno histórico ineludible. La clase trabajadora debe luchar contra la guerra, oponerse a la guerra, pero si la guerra estalla, entonces hay que tratar de sacar de ella consecuencias revolucionarias, transformándola en guerra civil.


La guerra puede adoptar los siguientes aspectos: primero, conflicto bélico entre dos países o dos grupos de países imperialistas rivales, como ocurrió en 1914. Segundo, guerra entre un país imperialista y un pueblo atrasado, que defiende su independencia-guerra colonial, la mayor parte de las veces. Tercero, guerra entre un país imperialista o un grupo de potencias imperialistas y la URSS. Cuarto, guerra entre dos países imperialistas o grupos imperialistas, uno de los cuales mantiene una alianza militar con la URSS. La posición a adoptar en cada uno de dichos casos es la siguiente:


En el primero, el proletariado si no ha podido impedir la guerra con su acción revolucionaria, debe ir a la guerra transformándose en derrotista. Esto es, suponiendo un conflicto entre Francia y Alemania, por ejemplo, los obreros franceses han de preparar la derrota de la burguesía francesa y los trabajadores alemanes la derrota de la burguesía alemana. El derrotismo es la primera parte de la transformación de la guerra imperialista en guerra civil. La derrota determinada por la acción revolucionaria puede conducir a la insurrección victoriosa de la clase trabajadora.


En el segundo caso, las simpatías del movimiento obrero y su ayuda efectiva han de dirigirse hacia el pueblo atrasado, agredido por una potencia imperialista. El imperialismo intentará cubrir sus propósitos hablando de «civilización», de «sacar al país agredido de su atraso secular», etc. Todo esto no tiene ningún valor. El capitalismo entiende por «civilización» robar, asesinar, explotar. El derecho de los pueblos a disponer de sus destinos ha de colocarse por encima de todo. Ahora bien, esta posición a adoptar no ha de significar en manera alguna que el proletariado se identifique con el régimen existente en el país atrasado que es objeto de una agresión imperialista. Al mismo tiempo que defiende su independencia, dicho país atrasado ha de hacer su revolución democrática, lo que permitirá identificar plenamente el sentir general del pueblo con la causa de la independencia con lo cual la fuerza de resistencia será infinitamente mayor, como se vio en las guerras de la Revolución francesa. En el caso del conflicto italo-abisinio, por ejemplo, hay que trabajar por la derrota del imperialismo fascista, ayudando a Abisinia, pero sin identificarse con el régimen feudal del Negus, los «ras» y la Iglesia copta. La revolución democrática en Abisinia reforzaría la lucha por la independencia. El Negus, los «ras» y el clero copto defienden sus privilegios más que la independencia de su pueblo, que no está representado por esas taifas feudales, sino por los millones de campesinos explotados moral y materialmente por el feudalismo de los «ras» y la Iglesia.


En el tercer caso, la clase trabajadora de todos los países ha de colocarse, naturalmente, al lado de la URSS, en contra del imperialismo agresor.


En el cuarto caso, si un país aliado militarmente con la URSS es agredido por una potencia imperialista, la posición no difiere en nada del primer caso. Hay que ser derrotista asimismo y transformar la guerra imperialista en guerra civil.


Se pretende hacer por parte de la socialdemocracia y de la Internacional Comunista, un mito de la lucha de los países democráticos contra el fascismo. Esto es tan falso como la categoría establecida en 1914: «la lucha del Derecho y la Libertad contra la barbarie y la fuerza».


Supongamos una guerra entre Alemania y Francia, países imperialistas ambos, con ventaja superior para el segundo, con la diferencia circunstancial, sin embargo, que Alemania padece un régimen fascista y Francia se encuentra en régimen pseudo-democrático.


El deber del proletariado francés, no consiste, como quieren la socialdemocracia y la IC, en hacer la «unión sagrada» desde la «Acción Francesa» y las «Cruces de Fuego» hasta los comunistas y socialistas, en defensa de la «patria amenazada», sino que ha de llevar a cabo igualmente la consigna de transformar la guerra imperialista en guerra civil. Si el proletariado francés derrota a la burguesía y toma el Poder, la revolución triunfante en Francia será la ofensiva más implacable que pueda llevarse contra el fascismo hitleriano. La masas trabajadoras alemanas, encadenadas por el fascismo, despertarán y empezarán a sacudir su yugo. La guerra de 1914 la terminó la Revolución rusa. El triunfo del bolchevismo produjo la descomposición del ejército kaiserista y el movimiento revolucionario de Alemania. En un nuevo período de la historia, Hitler no será vencido militarmente, sino revolucionariamente. Así, pues, debe desecharse en absoluto la política del Frente Popular llevado a la guerra, y debe acentuarse más y más la posición clasista y el derrotismo revolucionario.


Adoptar el «defensismo revolucionario» que preconizan la Internacional Comunista y la socialdemocracia, seria tanto como entregar a la clase trabajadora atada de pies y manos al militarismo imperialista


                                                                VIII
                                      EL POUM Y LA INTERNACIONAL


El movimiento obrero es internacionalista. Esto es un principio básico del marxismo al que, como es natural, se atiene el Partido Obrero.


Actualmente, existen dos Internacionales: la Internacional Obrera Socialista y la Internacional Comunista.


La primera es la continuación exacta de la Internacional que, en agosto de 1914, capituló vergonzosamente entregando las masas trabajadoras de todo el mundo a la carnicería imperialista. Terminada la guerra, los mismos jefes socialistas que la hicieron Posible, reconstruyeron la Internacional (Ginebra, 1919, y Hamburgo, 1923), que siguío en lo sucesivo una política completamente reformista, de colaboración de clases. Las dos secciones más importantes de la II Internacional, en esta segunda etapa, fueron el partido socialdemocrático alemán y el partido socialista austriaco. Ambos partidos que gracias a la revolución de 1918-1919 tuvieron el Poder en las manos, procedieron de tal modo, su política general fue de tal manera anti-marxista, anti-proletaria, que el fascismo ha podido triunfar con relativa facilidad en aquellos países.


De hecho, sobre todo después de la catástrofe austro-alemana de 1933 y 1934, la II Internacional no es nada más que un cadáver insepulto que emponzoña la atmósfera obrera mundial.


El Partido Obrero de Unificación Marxista está resueltamente contra la II Internacional.


Como reacción saludable contra la II Internacional, en marzo de 1919, fue fundada, inspirada por Lenin, la III Internacional o Internacional Comunista.


La Internacional Comunista ha pasado por tres etapas: primera, desde su fundación hasta 1924. Segunda, desde 1924 hasta 1935. Y la tercera, que es la actual, se inició en 1935.


Durante la primera fase, el período glorioso y heroico de la Internacional Comunista, la III Internacional, llevó a cabo una labor revolucionaria en todos los países, construyó los Partidos Comunistas, fue el guía revolucionario mundial del proletariado, alentó la lucha de los pueblos oprimidos en busca de su liberación. Los cuatro primeros Congresos de la IC fueron un modelo de política marxista revolucionaria. En la IC y sus secciones existía una saludable democracia interior. El Partido Comunista ruso era una sección de la IC, pero no la IC.


La desaparición de Lenin y el cambio de ruta de la Internacional Comunista, coinciden. En 1924, se inicia un nuevo curso en la m Internacional. Desaparece la democracia interna. La dirección burocrática se impone. La sección rusa se convierte en hegemónica. Las demás secciones nacionales quedan completamente subordinadas, colonizadas, podríamos decir. La política de la IC es unas veces «putschista» (Estonia, Bulgaria, Cantón) , otras veces completamente oportunistas. La línea consecuente del marxismo revolucionario de los primeros tiempos ha sido quebrada. Se va de un extremo al otro de una manera empírica, abandonando del todo los fundamentos esenciales del marxismo.


Ese falso rumbo que tiene como consecuencia más sobresaliente determinar el fracaso de la revolución china, se agudiza más aún desde 1928 con la llamada política de “clase contra clase” y del “socialfascismo”. La Internacional Comunista, dominada ya de una manera absoluta por la sección rusa, deja de ser una Internacional para convertirse progresivamente en un instrumento del Estado Soviético. Durante el período que media entre 1928 y 1933, la Internacional Comunista, ya su voz de mando, sus secciones nacionales completamente subyugadas, dejan de lado el peligro fascista inminente, sosteniendo la tesis que para destruir el fascismo precisa previamente acabar con la socialdemocracia. Esta actitud sectaria, antimarxista, contribuye al triunfo de Hitler en Alemania. La IC es tan responsable, sino más que la II Internacional, de la catástrofe experimentada por la clase trabajadora alemana y con ella la de todo el mundo.


Después de que la IC ayudó con su torpe política, junto con la de la socialdemocracia -cada uno por un procedimiento diferente, pero finalmente convergentes-, a la victoria hitleriana, determinando, en Alemania, la formación de un régimen antisoviético, centro de concentración de los enemigos de la URSS, la IC fue variando de táctica, culminando este cambio en el VII Congreso celebrado en agosto de 1935.


El VII Congreso representa la liquidación absoluta de la Internacional Comunista en tanto que Internacional y en tanto que movimiento comunista. Toda perspectiva socialista queda anulada. En lo sucesivo, el dilema no es fascismo o socialismo, sino fascismo o democracia. Es decir, que en el momento histórico en que el capitalismo vive una crisis jamás igualada, la clase trabajadora ha de reivindicar el renacimiento de una forma de dominio capitalista ya sobrepasada: la democracia burguesa.


La III Internacional, después de haber ahogado el movimiento revolucionario, ha perdido la fe en el proletariado mundial y ahora busca apoyo más que en la clase trabajadora, en aquellos sectores capitalistas que por una u otra circunstancia, están contra los que son adversarios de la URSS. La política de Frente Popular, cuya cristalización más importante ha tenido lugar en Francia, constituye la deificación de la colaboración de clases y del millerandismo, que siempre han sido consideradas como opuestos a los principios del marxismo.


La III Internacional prácticamente ha dejado de existir en tanto que organización revolucionaria del proletariado. Hoy la política de Moscú está más a la derecha que la de la propia socialdemocracia.


Por eso el POUM está al margen de la III Internacional, se siente identificado con el espíritu que presidió sus cuatro primeros Congresos, y combate la funesta política actual de la IC que concuerda con la del oportunismo reformista y que, de triunfar, destruiría toda perspectiva revolucionaria para largo tiempo.


El POUM cree que después del fracaso de ambas Internacionales el problema estriba en constituir fuertes partidos socialistas revolucionarios sobre los cuales habrá de apoyarse la futura unidad mundial revolucionaria del proletariado.


Comprendiéndolo así, el POUM forma parte del Comité Internacional pro Unidad Socialista Revolucionaria, cuyo centro está en Londres, y al que adhieren los Partidos Socialistas y Comunistas independientes que se encuentren fuera de la II y de la III Internacionales.


El Comité Internacional pro Unidad Socialista Revolucionaria no es el germen de una nueva Internacional, sino el centro de convergencia de aquellos partidos socialistas revolucionarios que luchan por la reconstrucción de la unidad revolucionaria mundial sobre bases nuevas.


                                                                        IX
                                                    EL POUM Y LA URSS


La Revolución rusa es una de las grandes conquistas históricas del proletariado. En la URSS el capitalismo ha sido abatido, y la clase trabajadora ha iniciado la marcha hacia el socialismo. En este sentido pues, el POUM es un ardiente defensor de la Revolución rusa. Ahora bien, esta simpatía que todo trabajador revolucionario ha de tener por el hecho ruso, no significa que cuanto sucede en la URSS ha de ser recibido con admiración beata. El marxismo es examen y crítica constantes. Los admiradores profesionales de la URSS son tan perjudiciales para la causa revolucionaria, como sus detractores sistemáticos. Lenin, con razón -porque era marxista- señaló oportunamente («La Revolución proletaria») la necesidad de hacer la critica de la obra de la revolución. Dijo: «Estaremos profundamente agradecidos a todo marxista de Occidente que después de haberse informado debidamente haga la crítica de nuestra política, ya que de ese modo nos prestará un gran servicio a nosotros y a la revolución en marcha en todo el mundo».


Este principio fundamental del marxismo, ha querido desconocerlo la dirección actual de la URSS y de la IC, ahogando el derecho y el deber de examen y de crítica. De este modo, el socialismo se transforma en una especie de secta religiosa que sólo tiene una misión, que es la de obedecer ciegamente y tener fe.


Los verdaderos marxistas no pueden en manera alguna hipotecar su libertad de pensamiento.


Llevando a cabo esa crítica objetiva, prestamos un gran servicio a la Revolución rusa y a la causa de la revolución mundial.


Cada proletariado explotado tiene el deber de defender la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, en donde la gloriosa revolución de Octubre de 1917 creó las premisas de la primera experiencia de la dictadura del proletariado, fundada en la abolición de la propiedad privada de los medios de producción y cambio. La lucha contra la URSS continúa siendo uno de los objetivos fundamentales de la reacción imperialista mundial.


La defensa más eficaz de la URSS, no la constituyen ni los Pactos ni los Tratados, sino la lucha revolucionaria por el hundimiento de la burguesía de los demás países.


El POUM considera, pues, como un deber ineludible la defensa de la primera República obrera triunfante, reservándose, sin embargo, el derecho de criticar objetivamente las posiciones de la dirección de la URSS que pueda creer equivocadas para la propia URSS y para los intereses del movimiento revolucionario mundial.

                                                                          X
                                ESTRUCTURACIÓN ORGÁNICA DEL POUM


El Partido Obrero de Unificación Marxista se basa en el principio más absoluto de la democracia interna, rigiéndose por las normas del centralismo democrático. Quiere decir que los organismos directivos, elegidos democráticamente, tienen plena autoridad para aplicar la política acordada en las asambleas regulares del Partido.


La autoridad suprema del Partido Obrero la constituye su Congreso, quien discute la actuación pasada, y señala las normas que el Partido ha de seguir en lo futuro. Las decisiones del Congreso son soberanas.


El Congreso elige el Comité Central y el Secretario General. El Comité Central, compuesto de 41 miembros elige los seis camaradas que junto con el Secretario General, forman el Comité Ejecutivo.


El Congreso se reúne regularmente una vez cada año. El Comité Central, cada tres meses. El Comité Ejecutivo regularmente, una vez a la semana, y extraordinariamente siempre que sea preciso. El Comité Ejecutivo es responsable ante el Comité Central y ante el Congreso. El Comité Central lo es ante el Congreso.


La estructuración orgánica del Partido es celular, local, comarcal, regional y nacional.


La política general del Partido es determinada por el Congreso. El Comité Central señala las modalidades de interpretación. El Comité Ejecutivo lleva a la práctica las decisiones del Congreso y del Comité Central. Los Comités locales, comarcales y regionales, tienen siempre un carácter técnico de aplicación de las decisiones señaladas por el Comité Ejecutivo.


La cotización por afiliado al Comité Ejecutivo, es de 0'50 pesetas mensualmente. La cotización es obligatoria. Los miembros en paro forzoso están exentos de cotizar.


Los miembros del Partido no pueden formar parte de ninguna otra organización política.


Dentro del Partido, no está tolerada ninguna fracción.


Cada miembro del Partido ha de formar parte necesariamente de un Sindicato en el que trabajará con arreglo a las normas del Partido.


Hasta que se abra el período de discusión, dos meses por lo menos antes de cada Congreso, los militantes del Partido tienen la obligación de seguir sin discusión alguna las decisiones de los Comités directivos correspondientes. Antes de cada Congreso se inicia, con la publicación de un Boletín interior, el período de discusión durante el cual cada militante, en el marco de su organización, tiene plena libertad de discutir la actuación pasada de los Comités, la línea política empleada en los diferentes aspectos y el curso que conviene seguir. En este Boletín se publican las resoluciones de las células para el conocimiento general del Partido con objeto de que les sirva de guía para el Congreso.


La celebración del Congreso da fin al período de discusión. Una vez que el Congreso haya tomado acuerdos, los que hubiesen quedado en minoría están obligados a acatar las decisiones del Congreso y no podrán hacer estado público ante el Partido de sus diferencias hasta que se inicie el nuevo período de discusión con vistas al Congreso siguiente.


Pueden ser expulsados del Partido aquellos que hagan una labor contraría al mismo y se manifiesten en contra de las decisiones del Congreso y de su aplicación por los Comités superiores. Las expulsiones de carácter político no pueden hacerlas, sin embargo, los Comités locales. Estos pueden sugerirlas al Comité Ejecutivo quien a su vez, previo informe, las propondrá al Comité Central ya que sólo este organismo o el Congreso pueden llevar a cabo expulsiones de carácter político. Los Comités Locales están facultados, no obstante, para suspender en sus funciones hasta decisión superior a aquellos miembros cuya conducta o actuación sea considerada como perniciosa.


Todo miembro del Partido está obligado a formar parte de la organización de ayuda a los presos: Socorro Rojo del POUM.


Asimismo es obligación suya leer y propagar la prensa del Partido: LA BATALLA, órgano central, FRONT, portavoz del Partido en Cataluña, LA NUEVA ERA, revista teóríca mensual, y aquellos otros periódicos que pudieran publicarse además.


Periódicamente el Comité Ejecutivo publica un Boletín interior destinado a los Comités del Partido. 
                                                                         FINAL
                                                ¡A TODOS LOS TRABAJADORES!
He ahí expuesto, con la máxima concisión posible, qué es y qué quiere el Partido Obrero de Unificación Marxista.


Después de la experiencia de la República y de la revolución de Octubre, la clase trabajadora ha de ir a la toma violenta del poder. De lo contrario, será el fascismo quien triunfará. Fascismo a socialismo: he ahí el dilema inexorable.


Para que el proletariado tome el poder precisa un gran partido marxista revolucionario. Pero para la formación de este partido marxista revolucionario, la unidad ideológica ha de preceder a la unidad orgánica.


El POUM no comparte los puntos de vista de aquellos sectores que creen que la que precisa es hacer un partido de gran volumen, sin tener en cuenta su completa unidad ideológica.


El POUM cree que el partido de la revolución ha de estar caracterizado por una completa unidad de pensamiento y de acción.


Es en ese sentido que entiende la unificación marxista.


Los trabajadores que hayan leído este folleto llegarán en su mayoría -estamos persuadidos de ello- a la conclusión de que el POUM está acertado en sus posiciones.


Pues si tienen ese convencimiento, su deber es acudir a las filas del POUM para luchar por el triunfo de la revolución socialista.


El P0UM es hoy una esperanza para el movimiento revolucionario de la clase trabajadora española. Encarna una rectificación fundamental y el comienzo de la formación del partido bolchevique que la revolución necesita. 



Internacional Comunista
El VI Congreso Mundial de la Internacional Comunista tuvo lugar entre julio y septiembre de 1928 en Moscú. En el nuevo contexto del comienzo de la grave crisis económica soviética, se aprobaron la consigna de "clase contra clase", que oficializó el comienzo del llamado "Tercer Periodo", aunque sin criticar la Nueva Política Económica. Se aprobó también el "Programa de la Internacional Comunista", y se reiteró la necesidad de evitar alianzas con otros grupos de izquierda pero acudir a la revolución armada sólo como recurso último para la toma del poder. Con esta recomendación, se evidencia que la "guía" soviética resulta en el total predominio de facto del Partido Comunista de la Unión Soviética sobre sus partidos homólogos.
En abril de 1929 Nikolái Bujarin se vio obligado a dimitir de su cargo, acusado de derechista y tras caer en desgracia con la dirigencia del PCUS, donde empezó a destacarse Stalin, siendo que la influencia de Trotski dentro del régimen soviético comenzaba a reducirse rápidamente. Para sustituir a Bujarin al frente del CEIC, fue elegido en 1934 el comunista búlgaro Georgi Dimitrov, residente en la URSS, quien dirigiría la Internacional Comunista hasta su disolución.
El VII Congreso Mundial de la Internacional Comunista se reunió en agosto de 1935 en Moscú. Tras el auge de los fascismos, y el fracaso de la política ultraizquierdista aprobada en el anterior congreso, se dio paso a la política de frentes populares donde los comunistas sí buscarían aliarse con otros grupos, política auspiciada insistentemente por Stalin (quien ya era gobernante supremo de la URSS, tras eliminar a sus rivales en la Gran Purga). En este periodo se oficializó la ruptura entre Stalin y Trotski, y éste último tuvo que refugiarse fuera de la URSS mientras sus seguidores fueron encarcelados o asesinados por el nuevo régimen.
Mientras los movimientos trotskistas rechazaban la política de frentes populares y promovían la revolución mundial inmediata, los partidos y organizaciones comunistas no trotskistas aceptaban sin crítica los postulados soviéticos. Para entonces, la sujeción ideológica de los partidos comunistas extranjeros a la línea política de la URSS era ya casi absoluta, siendo imposible formular cuestionamiento alguno al régimen de Stalin.



[El marxismo en España (1919-1939)] Historia del BOC y del POUM



El homenaje de Cataluña a Nin y la reacción estalinista vergonzante desde Red Roja




La situación política y las tareas del proletariado
Proyecto de “Tesis políticas”, elaboradas por Nin, para presentarla al Congreso nacional del POUM, el 19 de junio de 1937. Dicho Congreso no llegó a celebrarse a causa de la represión.



Hacia la segunda revolución, de Joaquín Maurin



Trotski y el POUM: un balance


León Trotsky, escritos sobre España (La revolución española al día)




España, primer ensayo de democracia popular


EL POUM EN LA HISTORIA



Trotsky justificando la represión de la insurrección de Kronstadt.




Constitución española de 1931



CONSTITUCIÓN DE LA REPÚBLICA ESPAÑOLA
Artículo 1. España es una República democrática de trabajadores de toda clase, que se organiza en régimen de Libertad y de Justicia.
Los poderes de todos sus órganos emanan del pueblo.
La República constituye un Estado integral, compatible con la autonomía de los Municipios y las Regiones.
La bandera de la República española es roja, amarilla y morada.













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