sábado, 21 de junio de 2014

¿República o payasadas? El reaccionario keyneysiano de Juan Torres






Es lamentable que la demanda de un nuevo modelo en España se vincule a la exhibición de banderas que dividen en lugar de unir




Tengo la convicción de que la democracia, por muy avanzada que pudiera ser, siempre queda imperfecta cuando el pueblo no tiene la posibilidad de elegir a quien ostenta la máxima jefatura del Estado, nada más y nada menos que a su representación más alta, al mando supremo de sus Fuerzas Armadas o a quien sanciona y promulga las leyes. Sobre todo, porque a la vista está que nacer en las más altas cunas o pertenecer a dinastías centenarias no asegura que los reyes sean personas honradas y de comportamiento personal, público o familiar intachable. Pero no soy tan ingenuo como para creer que la República sea por sí misma garantía de democracia. Hemos visto ya muchas de ellas con menos democracia que algunas monarquías y, lo que es peor, sin republicanismo, es decir, en donde no reinan los valores que nos hacen de verdad iguales, libres y fraternos.


La República no es solo la posibilidad de elegir al Jefe del Estado. Es la convicción en la práctica generalizada de que a los demás, a las otras y a los otros, hay que contemplarlos como nos contemplamos a nosotros mismos y tratarlos y relacionarnos con ellos como si el otro fuese nuestro propio yo. De ahí que la República sea, quizá por encima de cualquier otra cosa, dignidad en todas y cada una de las personas cuando todas ellas sin distinción tienen la posibilidad efectiva y no solo formal de ser exactamente igual que cualquier otra en todos los órdenes de la vida social. De hecho, la no elegibilidad de los reyes no es lo que más habitualmente hace que las monarquías dejen de ser deseadas. Lo que suele acabar con ellas es la percepción ciudadana mayoritaria de su connivencia con quienes acaban con la dignidad y el bienestar del pueblo.


Por eso creo que la mejor manera de conseguir que mañana España sea republicana es unir cada vez más a los españoles y no meterlos en nuevas disputas. Y por eso me parece tan lamentable que la demanda de una nueva República en España se vincule a la exhibición de banderas que dividen en lugar de unir a los españoles o incluso a la experiencia traumática del pasado, en lugar de convertirla en una aspiración nueva, superior y mayoritaria hacia un futuro distinto. Por no hablar de quien cree hacer algo por ella llevando guillotinas a las manifestaciones o yendo a trabajar al Parlamento vestido de futbolista. La República no es una patria de nailon, como decía Mario Benedetti, y la única manera de salvarla —o de traerla— según Ortega y Gasset, es “pensar en grande, sacudirse de lo pequeño y proyectar hacia lo por venir”.



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