viernes, 11 de septiembre de 2015

Melodía populista: dulce que te quiero dulce




El populismo de izquierdas se mueve a golpe de coyuntura, mediante mensajes radicales inconexos pero sin horizontes ideológicos que tracen una estrategia política coherente a medio y largo plazo.
Su terreno propicio reside en un anticapitalismo de discurso puntual, vestido de truenos muy sonoros vacíos de convicciones sólidas y contenido real.


Ese nuevo populismo no es más que la vieja socialdemocracia adaptada a los tiempos posmodernos de la crisis y el caos permanente. Por esa razón resulta necesaria una reivindicación consecuente del concepto comunista: para dar la batalla ideológica de una forma más o menos organizada al sistema imperante en la globalidad neoliberal con objetivos claros y concretos de alcance internacional. Sin la unión de diversas fuerzas representativas de la clase trabajadora en todo el mundo, la lucha será ineficaz y meramente testimonial.


Ahora mismo, la clase trabajadora no tiene conciencia de sí. La inmensa mayoría de la población se encuadra dentro de las denominadas sociológicamente clases medias, un espacio amorfo donde cabe todo y en el cual se diluyen las capacidades y energías políticas del pueblo llano.


El momento actual, plagado de contradicciones ideológicas, tiene como motivo fundamental y causa preponderante para la situación a la deriva de la izquierda en su conjunto la ausencia de un sujeto político que otorgue consistencia plena a sus programas de acción social.


Decir que no existe sujeto actuante es una evidencia más que manifiesta al haber desertado de sus funciones históricas la antigua clase trabajadora, tanto por razones internas como externas: el capitalismo subvencionado de los estados del bienestar creó unas elites sindicales abocadas al pacto como única meta política, mientras que la propaganda capitalista vendía su producto de progreso constante como la panacea de todos los males inherentes al régimen.


A través del consumo masivo de fetiches materiales e inmateriales la clase trabajadora ha ido olvidando sus horizontes ideológicos y sus reivindicaciones por una sociedad de iguales sin explotadores ni explotados.


Ganar unas elecciones generales no es vencer al capitalismo ni deshacer de cuajo las contradicciones de clase. Véase el ejemplo de Syriza: mucho ruido mediático para pocas nueces políticas. Y ahora, otra vez a aliarse con la derecha o el bipartidismo clásico.


El populismo de izquierdas nos ofrece más de lo mismo con ropajes muy chics que van de la sofisticación intelectual a la campechanía popular para llegar a diferentes esferas ambientales o nichos particulares de la sociedad actual.


Los votos son importantes, sin embargo lo esencial sería saber reunir voluntades concienciadas de cuáles son las colosales fuerzas reaccionarias que hay que enfrentar y adónde se pretende llegar en el impulso político contra la derecha y las castas dominantes.


Los atajos en política siempre han terminado dándose de bruces con las estructuras capitalistas y la cultura cotidiana que le ofrece cobijo ideológico. Nunca hay que olvidar que los votos en las democracias occidentales son veleidosos y coyunturales, prisioneros de las directrices emanadas de los principales medios de comunicación. La masa se mueve mejor a través de emociones inmediatas y siguiendo las consignas fáciles de los gurús e iconos más populares del momento.


Pensar, así a lo bruto e ilusionado, que el monárquico PSOE más la heterogénea amalgama de Podemos, con el concurso parcial de las huestes rosas de IU, pueden reformar el capitalismo español de un modo radical y socialista es creer en el misterio de la santísima trinidad.



¿Qué sujeto político llevará a cabo la transformación de las estructuras estatales, incluidos el ejército y la policía? ¿Los parados? ¿Los inmigrantes? ¿Los activistas de cualquier noble causa? ¿Los trabajadores en precario? ¿Los intelectuales mediáticos posmodernos? ¿Las personas desencantadas o las abstencionistas recurrentes? ¿La burguesía ilustrada de oenegé biempensante y solidaria?


Una mezcla tan variopinta y con intereses a veces contrapuestos no toma cuerpo de la noche a la mañana ni se convierte en sujeto político por arte de magia. Las mayorías electorales sin base ideológica fuerte suelen evaporarse en un santiamén: lo que dura duro el populismo de miras cortas.


¡Qué fácil sería hacer la revolución con eslóganes creativos y música alternativa de cantautor underground de buen rollo! Que los empresarios cesaran en sus roles y menesteres habituales y los mercados saltaran por los aires a voluntad propia. Como en el cuento tradicional del flautista de Hamelin, que todas las ratas y contradicciones capitalistas (¡y también las castas!) siguieran la melodía de la armonía populista de izquierdas y se autoinmolaran en el ancho río de la fraternidad, la solidaridad y la libertad. Demasiado bonito para que fuese cierto. ¿O no?





2 comentarios:

  1. Que bonito es decir que la revolución se hace desde despachos y a medida de los tiempos, cuando es todo lo contrario, bueno, seguid así que vais de culo y sin remedio, compañerxs, yo seguiré al pie de los MMSS.

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  2. Mira Juan, te he dicho por Facebook, que eres un trotskista reaccionario, que defiende la invasión imperialista en libia y en Siria, además eres de la secta de los podemitas. Espero que no opine más, porque es mi blog y no es Facebook https://www.facebook.com/juanantonio.gilabertgil

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