Miércoles, 18 de septiembre de 2013
Documento de análisis del grupo Iniciativa de Clase
Más allá de lo que los voceros del capital pretendan vendernos
como buena nueva de un supuesto ciclo de recuperación económica –plagado de
incertidumbres, riesgos y amenazas según los más inteligentes partidarios de
este sistema de dominación económica-, lo cierto es que la clase trabajadora en
los países centrales del capitalismo ha conocido muchas más derrotas que
victorias en este período.
Son muchos los factores que explican estas derrotas. Entre ellas
cabe citar el hundimiento del llamado socialismo real, que puso en jaque a la
misma idea de progreso, la asunción por las izquierdas de la sociedad de
mercado como horizonte político-económico, la adquisición por parte de casi
todas las izquierdas y por la mayor parte del sindicalismo de un pensamiento, un
discurso y una práctica ajenas a sus propios valores, la ideología
individualista del ciudadano-consumidor como caballo de Troya de la idea de
clase en tanto que proyecto colectivo, la incapacidad de crear una recuperación
de los valores de una izquierda revolucionaria desde el alternativismo
(profunda pero inconfesamente reformista) o la incompetencia teórico-práctica
de los segmentos de la izquierda dogmática y sectaria. Como elemento
material y objetivo de la praxis política, el debilitamiento de los Estados al
que han contribuido los distintos gobiernos liberales y conservadores,
social-liberales y liberal-progresistas aprobando leyes que permitían su
pérdida de control sobre la actividad económica, favoreciendo la desregulación
del capitalismo internacional, no sólo del financiero sino también del comercio
y la producción, y dando muerte al Estado del Bienestar.
Las palabras del recién proclamado Rey de Holanda, Guillermo
Alejandro, en la apertura oficial del año parlamentario son premonitorias al respecto
de ese agonizante Estado del Bienestar, al declarar en su discurso la
sustitución del “clásico
estado de bienestar de la segunda mitad del siglo XX por una sociedad
participativa” Y continua el monarca, afirmando que “cada holandés debe
adaptarse a los cambios que se avecinan”… “El paso hacia una sociedad
participativa es particularmente notable en la seguridad social y en los que
necesiten cuidados de larga duración. Es precisamente en esos sectores donde el
clásico Estado del bienestar de la segunda mitad del siglo XX ha producido
sistemas que en su forma actual ni son sostenibles ni están adaptados a las
expectativas de los ciudadanos”. Guillermo Alejandro, que hablaba por boca
del gobierno de coalición holandés liberal-socialdemócrata, podría haber sido
aún más crudo pero es suficientemente claro, al menos para quienes quieran
entender lo que se avecina en todos los países centrales del capitalismo. Las
reformas y recortes, que en Holanda, serán de 6.000 millones de euros más sobre
lo ya recortado, no son medidas provisionales, más tarde reversibles, una vez
superada la crisis capitalista. Son definitivas y se ahondarán hasta dualizar
la sociedad entre poseedores y desposeídos, entre trabajador@s y parados, por
un lado, y empresarios por otro. La crisis, lejos de amainar, dará lugar a un
período de estancamiento, con crecimientos 0 o raquíticos, altas tasas de
desempleo y pobreza. Esta crisis capitalista ha demostrado la compatibilidad,
de momento, de beneficios empresariales y financieros junto con el
empobrecimiento social. Ello se está logrando mediante el descenso de los
costes salariales, las ayudas públicas a la empresa y a la banca y el descenso
de la contribución de las grandes fortunas y las empresas al sostenimiento del
Estado social.
Es llamativo que este anuncio se haya realizado en un país que
ha sido uno de los primeros en impulsar el Estado social, tras los acuerdos de
Bretton Woods, y de llevarlo hasta una extensión que jamás alcanzó en los
países mediterráneos. Y es significativo que dos días después de su anuncio,
Guillermo Alejandro visite España, donde sin duda transmitirá a Juan Carlos I y
a parte de l@s polític@s español@s los dictados de las grandes corporaciones
europeas sobre el fin de un modelo de Estado.
Como Dante en “La divina comedia”, podemos decir aquello
de “Oh vosotros los que entráis, abandonad toda esperanza” a las
puertas del infierno del retorno al auténtico capitalismo, el liberal.
Mientras tanto, allá donde gobiernan, las “izquierdas
reformistas”, admitan serlo o no, se hacen el harakiri, como último homenaje
destructor de lo que un día contribuyeron a erigir haciendo que el edificio
caiga y ellos sucumban con él. El resto de las izquierdas que no son cómplices
sorprenden por su impotencia, irrelevancia e incompetencia para dirigir la
protesta social hacia un enfrentamiento directo y claro con el Estado
capitalista y especialmente con la clase a la que éste representa. No debe
sorprendernos, en consecuencia, que la sociedad europea esté girando
políticamente hacia el fascismo, que canaliza la rabia social hacia derroteros
históricamente conocidos, o hacia el empresariado, como figura salvadora, según
una encuesta encargada por la televisión nacional holandesa NOS.
Por si aún quedan dudas acerca de lo que representa la llamada
sociedad participativa con la que el gobierno holandés pretende sustituir a su
Estado del Bienestar, Guillermo Alejandro, y el gobierno redactor de su
discurso, se las aclaran: “La gente quiere decidir por sí misma, organizar
su vida y cuidar unos de otros”. Más claro, agua. Buscaos la vida, vagos,
porque a partir de ahora vuestra supervivencia es sólo cosa vuestra. El Estado
no está para sosteneros. Tan sólo para ayudar al mundo empresarial y al
capitalismo a no sucumbir y a recuperarse. Esto es lo que están diciendo desde
hace tiempo los Estados capitalistas y sus gobiernos de la clase, se
autoproclamen del color que quieran, capitalista. Ha sido necesario que un rey
obscena y descaradamente sincero lo diga para que algun@s más entiendan lo que
está pasando.
Mientras tanto, ignorantes políticos, tontos de baba,
reaccionarios y fascio-liberales confesos o en proceso, seguirán mirando
al dedo (políticos) que señala a la luna (empresarios). Es el empresariado el
auténtico poder que dicta las políticas que llevan a cabo los Estados
capitalistas y sus gobiernos. Esta convergencia de intereses se da por el hecho
de que el Estado, bajo el capitalismo, no es un espacio de poder neutro y
superaclasista, que medie entre los intereses sociales divergentes y
antagónicos de las clases sociales, sino un Estado de clase, de la clase
capitalista.
En abril de 1917 escribía Lenin, parafraseando a otro autor: "Los
puestos en los consejos de administración — escribe Jeidels — son confiados
voluntariamente a personalidades de renombre, así como a antiguos funcionarios
del Estado, los cuales pueden proporcionar no pocas facilidades (!!) en las
relaciones con las autoridades. . . en el consejo de administración de un banco
importante hallamos generalmente a un miembro del parlamento o del ayuntamiento
de Berlín" (“El imperialismo, fase superior del capitalismo”. V.I.
Ulianov). Pero muchos de los que hoy descubren, indignados, estos hechos
pretenden dar la vuelta a los mismos y proclamar que la culpa es de esos
políticos que ocupan dichos puestos en los Consejos de Administración de Bancos
y grandes corporaciones, en lugar de admitir que sólo son los facilitadores de
las órdenes que dicta el capital. En España, el caso Bankia-Caja Madrid y
los escandalosos sueldos de los representantes políticos en ella es ilustrativo
del modo en que los capitalistas sabotearon un tipo de banca semipública (las
cajas de ahorros) para destruirlas en beneficio de una banca privada que
buscaba la concentración financiera y acabar con “el intrusismo” de unos
competidores hasta entonces parcialmente regulados. Esa es la cuestión y no
otra.
Si durante un tiempo fue posible el Estado del Bienestar es
porque las izquierdas habían sido previamente fuertes y capaces de imponer un
pacto social que sería su auténtica amanita faloides, al envenenarlas
desmovilizándolas, para gestionar un Estado capitalista que no estaba al
servicio de la clase trabajadora sino de la necesidad de un consumo industrial
de masas que el Estado del Bienestar y el consumo a crédito hicieron posibles.
Una vez cazada en esa trampa la clase trabajadora, debilitada su conciencia y
su identidad y comprada la izquierda bajo el falso sueño, en realidad
pesadilla, de la cogestión con el capital, la trampa se cerró. Cuando las tasas
de beneficio del capital industrial y de los servicios empezaron a descender,
como consecuencia de la saturación de la oferta y del creciente coste de
amortización de los equipos productivos, derivados de una innovación
tecnológica por encima de las necesidades reales, se abrió el paso hacia la
desregulación de los capitales, el debilitamiento del pacto social y los
inicios de la voladura del Estado del Bienestar con Thatcher, Reagan, los
Chicago Boys y la escuela austriaca de economía.
Hoy se completa esa fase y se cierra un período de la historia
de los Estados centrales del capitalismo.
A menudo se habla del capitalismo casi como un concepto
abstracto, un tanto difuso y de fuerzas económicas casi opacas y desconocidas.
No es cierto. El capitalismo está formado por empresas, fundamentalmente
grandes y transnacionales, pero también pequeñas y medianas, como
organizaciones integradas en un sistema económico y en unas relaciones sociales
de producción concretas. Cualquier asalariado/a que trabaje fuera de
empresas de propiedad colectiva (cooperativas y otras formas similares) o de
los restos no privatizados de los servicios públicos entenderá a qué nos
referimos cuando hablamos de una empresa capitalista y de unas relaciones
sociales de producción capitalistas.
Desde hace mucho tiempo la empresa capitalista en los países
centrales de este sistema económico no era un espacio de sumisión, temor,
expectativas negativas, anomia, alienación, frustración y sobreexplotación del
trabajador/a como lo es ahora.
Es el momento de reorientar la protesta social, extendiéndola
desde la defensa de lo público, herido de muerte, hasta la actuación en un
doble frente de lucha: contra el Estado de clase del capital y contra las
propias empresas y elevando los objetivos políticos de dicha lucha más allá de
la resistencia hacia la defensa de un nuevo sistema económico que destruya el
capitalismo ya abra paso a la emancipación de la clase trabajadora. Ello supone
la lucha por un horizonte de sociedad socialista, que nada tiene que ver con
los gobiernos de partidos autoproclamados socialistas.
Si desde el interior de la bestia, la empresa, la lucha se hace
especialmente difícil por la represión empresarial que ello entraña, puede ser
el momento de complementar la
debilitada acción sindical con la lucha de fuera hacia dentro.
Cercar a la empresa capitalista mediante un ejercicio de
señalamiento de la figura empresarial como el auténtico origen de dolor que sus
gobiernos causan a nuestra clase, criminalizando y estigmatizando socialmente
la figura de los empresarios, evidenciando las relaciones entre negocios y
política de Estado, protestando ante las puertas de las grandes corporaciones,
volviendo a hacer sindicalismo con el panfleto en la mano y la toma de contacto
con la clase trabajadora a la salida de los centros de trabajo. Ese puede ser
un camino a explorar que el ciudadanismo, la basura ideológica del “bien común”
y el “capitalismo humano”, el interclasismo en la dirección de las luchas y las
propuestas de maquillaje de las instituciones burguesas -listas abiertas, ILPs,
referéndums, leyes de transparencia, procesos constituyentes y demás sucedáneos
que no incorporan una movilización para derrotar al capitalismo y a la
naturaleza de clase de sus Estados- tratan de evitar con un bucle recurrente de
protesta destinado a impedir que la clase trabajadora ocupe el centro del
escenario de las luchas.
Eso o que el capitalismo se dé la alternativa a sí mismo a
través del fascismo y de una derrota de histórica de nuestra clase del que
tardaremos muchas generaciones en recuperarnos.
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