Por
Ricard Juan
Santiago Alba Rico, miembro e impulsor de la plataforma electoralista Podemos -liderada por Pablo Iglesias- y director de rebelión.org ha publicado un artículo titulado: “Podemos” en Ucrania.
“En Ucrania no ha habido un golpe de estado
ultraderechista; hubo una rebelión, un “movimiento muy amplio y espontáneo de
los ciudadanos indignados”.
Citando a un tal Yasinsky, ha llegado a afirmar -ocultando el papel de
los nazis y neoliberales ucranianos al servicio de la OTAN en el cambio de
régimen- que no ha habido “un golpe de estado ultraderechista; hubo una
“rebelión”, un “movimiento muy amplio y espontáneo de los ciudadanos
indignados”, llegando incluso a decir que el Gobierno de Yakunovich ha caído
por la “espontánea, heroica y desesperada acción de miles de ucranianos“.
Alba Rico no deja de sorprendernos al maquillar el intervencionismo
directo e indirecto de la OTAN, diciendo que “EEUU nunca ha intervenido tan
poco” y “lleva diez años sin intervenir militarmente en ningún sitio“. Pese a
vivir en Túnez, parece que ha olvidado que el ejército estadounidense sigue
ocupando Irak y Afganistán, o los brutales bombardeos sobre Libia.
Tras sus afirmaciones delirantes en el pasado como “no es la OTAN quien
está bombardeando a los libios sino Gadafi” o que “la intervención de la OTAN
en Libia salvó vidas”, vuelve a la carga con su cruzada anticomunista “equidistante”,
esta vez, utilizando el Golpe de Estado en Ucrania.
Su apasionamiento histérico tiene dos objetivos, combatir la influencia
de los comunistas en la izquierda: “La historia misma nos ha llevado a un punto
en el que tan inevitable es cuestionar el capitalismo como imposible combatirlo
en nombre del comunismo soviético” y vaciar a la izquierda de todo contenido
antiimperialista equiparando la extrema agresividad de la OTAN con la
autodefensa de Rusia y China: “Por desgracia esta izquierda “analógica” no es
anti-imperialista sino anti-estadounidense”.
Alba Rico quiere desideologizar a la izquierda para sustituirla por una
suerte de populismo “indignado”: “En estos esquemas, de derechas y de
izquierdas, siempre falta un “actor”: el pueblo o, si se quiere, “la gente”.
Alba Rico quiere “euromaidanizar” a la “gente” de izquierdas o al “pueblo”,
para desarmarla contra el capitalismo y el fascismo, con ese difuso discurso
del “sentido común ni de izquierdas ni de derechas” de la marca electoralista
Podemos.
Artículo completo de Santiago Alba Rico titulado “Podemos en Ucrania”:
Produce tanto asombro la posibilidad racional de encontrar analogías
entre fenómenos aparentemente disociados, que a veces la razón -o un cierto
tipo de razonar- se inclina a buscar sólo semejanzas. La resistencia a la
analogía y la afirmación de las diferencias puede conducir a un nominalismo
casi solipsista en el que cada cosa se expresa sólo a sí misma, sin relación
con las demás; por el contrario, la tentación de la analogía puede llevar a
establecer conexiones epidémicas que acaban disolviendo todas las
especificidades concretas en una red de voluntades abstractas y opuestas. La
primera tentación se llama autismo; la segunda paranoia. La paranoia se
corresponde muy bien al viejo esquema de la Guerra Fría.
No soy un experto en la región ex-soviética y no sé cómo va a evolucionar
el conflicto entre Ucrania y Rusia, que es también un conflicto entre
ucranianos y ucranianos y un conflicto entre Rusia y EEUU. Pero observo que, en
coincidencia con otros focos de conflicto abiertos en otros países, la
tentación “ideológica” de establecer semejanzas vuelve a ser muy fuerte. Hay
-digamos- dos esquemas: uno de derechas y otro de izquierdas. El de la derecha
identifica, por ejemplo, los gobiernos de Ucrania, Siria y Venezuela como
“dictatoriales”, en una lista potencialmente infinita y carente de rigor en la
que siempre se pueden añadir nuevos elementos a la medida de los intereses
coyunturales (Corea del Norte, Irán, Bielorusia, claro, pero también Ecuador o
Bolivia o la propia Rusia). Del otro lado, el esquema de la izquierda establece
las mismas semejanzas entre Ucrania, Siria y Venezuela, pero ahora como
“víctimas del imperialismo”, en una lista igualmente larga e igualmente carente
de rigor que no por casualidad (pues son esquemas especulares e interactivos)
incluye siempre los mismos nombres. Los dos, desde la derecha y desde la
izquierda, utilizan manipulaciones y semiverdades propagandísticas -cuando no
abiertas mentiras- para demostrar estas semejanzas.
En estos esquemas, de derechas y de izquierdas, siempre falta un “actor”:
el pueblo o, si se quiere, “la gente”. Para el esquema de derechas, la gente o
no existe o siempre quiere “democracia”, aunque en su seno haya grupos de
extrema derecha; para el esquema de izquierdas, la gente o no existe o es un
mero “peón mercenario” de los EEUU, aunque haya motivos sobrados para protestar
y rebelarse.
Hay que reprimir, pues, la tentación hiperracional de la analogía y
evitar las semejanzas facilonas entre gobiernos que se distinguen entre sí por
su política, por su historia, por el modo en que han llegado al poder, por el
papel que juegan en las relaciones de fuerza geo-estratégicas internacionales.
¿No hay pues semejanzas? Creo que las hay, pero que hay que buscarlas
precisamente del lado de la gente. En un reciente artículo sobre Ucrania, Oleg
Yasinsky hace un análisis que, a mi juicio, puede trasladarse a otras muchas
protestas y movilizaciones recientes: “Siempre creímos que derrotar al mal gobierno
de Yanukovich era un derecho justo y el deber del pueblo ucraniano. También
advertimos que la legitima rebelión civil desde sus inicios fue manipulada,
utilizada y al final encabezada por grupos de extrema derecha que supieron
aprovechar el vacío social generado por falta de una izquierda de verdad”. En
Ucrania -dice Yasinsky- no hay una revolución, pero tampoco un golpe de estado
ultraderechista; hubo una “rebelión”, un “movimiento muy amplio y espontáneo de
los ciudadanos indignados, por el abuso y la prepotencia del poder, sin mayor
experiencia y menos cálculos políticos. De los cálculos se encargaron otros,
los políticos de la oposición, alma gemela pro occidental del régimen pro ruso
y los lideres de los movimientos neonazis que supieron usar la coyuntura”.
Contra la izquierda pro-rusa, Yasinsky recuerda que las protestas eran
legítimas y que “Yanukovich no fue derrotado por un complot de Occidente, ni
cayó víctima de una guerra mediática (aunque Occidente se involucró, igual que
“Oriente”, y la guerra mediática todavía sigue), sino por una espontánea,
heroica y desesperada acción de miles de ucranianos, que permanecieron durante
meses en las calles y plazas con temperaturas muy por debajo de cero”. Contra
la derecha pro-europea, Yasinsky recuerda que es el FMI el que “está por
auspiciar la mortífera unión entre los neoliberales y los nazis en el primer
gobierno “revolucionario” de Ucrania” y que “los monstruos y payasos que
disputan ahora el poder, una vez más, no representan en lo más mínimo los intereses
y las necesidades del pueblo ucraniano”.
Ignoro si el texto de Yasinsky refleja bien la realidad de lo ocurrido en
Ucrania -donde hay, junto a las tensiones oligárquicas, tensiones
étnico-lingüísticas muy vivas- o sólo la posición de un minoritario sector de
la izquierda, pero todos -me parece- reconocemos la descripción. En el marco de
una crisis capitalista global retransmitida en tiempo real por medios de
comunicación y de intercambio muy fluidos y también globales, en todas partes
se reproduce el mismo modelo de protesta: revoluciones árabes, 15-M, Brasil,
Estambul, Ucrania, etc., países en los que malestares legítimos, “en ausencia
de una izquierda de verdad”, son aprovechados por otros sectores internos, a
veces peores que los gobiernos contra los que se protesta, para negociar y
vender en el “mercado” geoestratégico las revueltas. Es esa “indeterminación
cuántica” de la gente, resultado de la derrota ideológica de las dos fuerzas
implicadas en la Guerra Fría, la que permite establecer una primera semejanza
entre las diferentes protestas en distintas regiones del planeta. La historia
misma nos ha llevado a un punto en el que tan inevitable es cuestionar el
capitalismo como imposible combatirlo en nombre del comunismo soviético.
Hace unos días mi admirado amigo Manolo Monereo sostenía la tesis muy
sensata de la decadencia del dominio estadounidense y la exacerbación de los
forcejeos sobre el tablero geoestratégico. Estoy de acuerdo, salvo porque no
creo que los EEUU tengan en estos momentos una política internacional más
agresiva que en el pasado, al menos en términos militarmente convencionales.
¿En qué momento de la historia no ha habido -digamos- saturación
geoestratégica? Lo nuevo no es la intervención de los Estados sino la de la
“gente”, de esa gente amontonada, absurda, promiscua, desorientada,
desorganizada, totalmente desasida de una memoria histórica y un referente
político. De hecho, EEUU nunca ha intervenido tan poco, al menos en términos
militares convencionales, pues es verdad que el uso de drones y de la CIA les
garantiza un alto nivel de intervención. Pero lleva diez años sin intervenir
militarmente en ningún sitio. En Libia dejó a los franceses e ingleses el
protagonismo, se ha reprimido (o ha sido reprimido) en Siria, se ha retirado de
Iraq, se está retirando de Afganistán, va a reducir sus fuerzas armadas y su
presupuesto de defensa. Su hegemonía militar sigue siendo aplastante y no creo
que dude en utilizar su única ventaja comparativa si se ve contra las cuerdas,
pero ahora mismo su debilidad objetiva no se traduce en más intervenciones
armadas sino en menos; lo que también se debe sin duda a que otros Estados (las
llamadas “potencias emergentes”), que hasta ahora intervenían de tapadillo o
asumían un papel ancilar, aprovechan la debilidad de EEUU para fortalecerse y
presionar a la potencia aún hegemónica a fin de contrarrestar sus ganas de
intervenir.
Lo que ha durado poco, y en eso tiene razón Monereo, es la soledad en la
cúspide de los estadounidenses, fruto de su victoria en la Guerra Fría. Pero no
hay que olvidar que fue esa derrota de la URSS en 1989 la que paradójicamente
está poniendo en dificultades a los vencedores. Cuando pensamos en la caída del
muro y en la victoria estadounidense siempre pensamos en las llamadas revoluciones
de colores y en el avance avasallador del capitalismo en el Este europeo; pero
los procesos democratizadores de América Latina, que tanto incomodan a los EEUU
y que comenzaron también en esas fechas, habrían sido imposibles en el marco de
la confrontación de bloques. Desde comienzos de los años 90 se produce en todo
el mundo, en efecto, una demanda general de democracia al margen de los
enfrentamientos ideológicos binarios; una demanda popular que resultó
sospechosa -y beneficiosa para los EEUU- en la órbita ex-soviética (Yugoslavia,
Georgia, la Ucrania de 2004), donde el anticomunismo contiene, nos guste o no,
un impulso también democrático, pero una demanda que cuestionó en cambio el
poder de los EEUU en América Latina (Venezuela, Ecuador, Bolivia, etc.), donde
la democracia contiene un impulso también socialista. Ese “deshielo de la
Guerra Fría” alcanzó con retraso en 2011 el mundo árabe, una zona literalmente
congelada durante décadas bajo el hielo de la dictadura y la geoestrategia, y
sigue levantando olas un poco por todas partes a medida que la crisis mina al
mismo tiempo las condiciones de supervivencia y los marcos de legitimidad.
Porque esta es la segunda semejanza que podemos encontrar entre todas
estas movilizaciones espontáneas: me refiero a esa creciente ilegitimidad
global que afecta a todos los gobiernos por igual (también, sí, nos guste o no,
a Venezuela o Ecuador) y que están aprovechando obviamente los Estados más
fuertes, y no la gente, en el marco de un nuevo enfrentamiento inter-imperialista
multinacional en el que se nos va a querer obligar a tomar partido por uno de
los Matones del “mercado” -mientras la fuerzas internas mejor organizadas,
entre las que no se cuenta la izquierda, van a vender esa gente a sus
patrocinadores. ¿Eso se llama geoestrategia? Sin duda. Pero no hay ahí nada
nuevo. Lo nuevo es esa falta de legitimidad general que cuestiona la frontera
ideológica convencional derecha/izquierda; y lo nuevo es asimismo (porque nos
devuelve a la 1ª guerra mundial, pero con armamento nuclear) el carácter
inter-imperialista multinacional de la batalla. En cuanto a la posición de la
izquierda, es comprensible nuestro miedo a este “deshielo” que amenaza con
llevarse por delante, antes que al capitalismo, nuestras certezas de análisis y
de combate y que puede desembocar en un capitalismo peor o en algo peor que el
capitalismo; y es comprensible que un sector reaccione casi con alivio y
nostalgia en Ucrania (como antes en Siria) ante este regüeldo de enfrentamiento
ruso-estadounidense: como escribe en broma mi amigo Gorka Larrabeiti al ver los
tanques en Crimea, “por fin un poco de serena Guerra Fría”. Pero no deja de ser
triste que haya un sector de la izquierda que estudia concienzudamente la
geoestrategia y cree que, en ese tablero general, se puede pactar con Rusia o
con Bachar el-Assad, pero que no quiere perder un minuto en estudiar a la gente
y considera además una traición, a nivel político concreto, pactar con la
gente. ¿No queremos hacerlo nosotros? Pactarán otros con ella y se la venderán
a los nacionalismos más siniestros, a los racismos más abyectos, a las
dictaduras más criminales. No tenemos ningún Lenin -no lo hay- que enarbole una
consigna simple y universal en favor de un proyecto realmente democrático,
anticapitalista y anti-imperialista (es decir, que incluya no sólo a los EEUU
sino a todos los imperialismos emergentes). Por desgracia esta izquierda
“analógica” no es anti-imperialista sino anti-estadounidense y no es
gente-estratégica sino reductoramente geo-estratégica.
Parecerá extraño que haya hecho este largo recorrido a partir de Ucrania
para defender -muy brevemente ya- el proyecto Podemos en España, y para
defenderlo no como un mal menor sino como un bien pequeño. Si este esquema de
“indeterminación cuántica” es aplicable un poco a todas partes y también, por
tanto, a nuestro país, Podemos surge de la terrible evidencia de un peligro
inmediato y de la apremiante necesidad de crear -como dice el doloroso artículo
del izquierdista ucraniano Oleg Yasinsky- “un movimiento de abajo y de
izquierda, humanista y revolucionario, que, aunque tal vez no use ninguna de
estas cuatro palabras”, trate de dar una opción a los pueblos. A los que
objetan que Podemos es oportunista, yo les diría que es oportuno; y si acaso es
inoportuno no lo será porque incomode a fuerzas amigas sino porque nace, de
cualquier modo, demasiado tarde, con unas derechas mucho mejor preparadas ya
que nosotros para cuestionarse a sí mismas y tomar las plazas.
Más me preocupan las críticas de los que columbran graves peligros en
diluir el discurso, hacer concesiones mediáticas, tratar de enganchar con la
gente a través de la ambigüedad de los conceptos. Lo que necesitamos -nos dicen
con razón- es una gran organización revolucionaria con conciencia de clase y una
estrategia clara de transformación radical. Aceptando que “conciencia de clase”
sea un concepto menos confuso que “dictadura de los bancos”, estoy seguro de
que necesitamos una organización así. Pero hay que recordar que Podemos no ha
venido a sabotear una gran organización revolucionaria con conciencia de clase
que estaba a punto de tomar el poder sino a responder a la ausencia de esa gran
organización. Y a responder a esa ausencia a partir de una conciencia que, si
no es de clase, es desde luego ya anticapitalista: la conciencia de que esa
ausencia está llena: llena de mercado, de paro, de desahucios, de televisión,
de partidos de derechas, de hartazgo institucional, de miedo, de ganas de echar
la culpa a alguien, de ganas de querer a alguien. Está llena también de gente
común, ideológicamente gelatinosa, que podrá ser anticapitalista, pero que en
ningún caso -en ningún caso- será ya jamás “soviética”. Ese fondo
anticapitalista, alimentado por la crisis y la ética común, permite trazar unas
líneas rojas y, al mismo tiempo, politizar el malestar desde la recuperación de
una práctica democrática que el doble bipartidismo de la “transición”no ha
dejado de erosionar desde 1978. Un poquito de democracia (frente a la dictadura
estructural) y un poquito de anticapitalismo (frente al capitalismo total) son
prácticas colectivas mucho más claras y revolucionarias de facto que la
invocación onanista del mantra de la “lucha de clases” y la “revolución”.
Hace unos días escribía en un artículo que el problema de los intelectuales
y los militantes de izquierdas no es que no sepamos cómo vive “la clase
obrera”; es que no tenemos ni idea de cómo viven tampoco las “clases medias
precarias” y su “juventud sin futuro”: qué comen, qué leen, qué miran, qué
desean. El 15M tuvo algo de revelación y de vacuna; revelación de un mundo que
no es el nuestro y al que podemos enseñar ya poco (pero no nada) y de vacuna
frente a ese neofascismo en ciernes que ensombrece el horizonte. Los peligros
son enormes, pero tenemos alguna ventaja sobre Ucrania. Podemos -o así quiero
entenderlo yo- no es una candidatura, aunque se presente finalmente a las
elecciones; ni un partido de izquierdas, aunque acabe elaborando un programa de
izquierdas. Es, sobre todo, un anticipo de la plaza, un anticiparse al secuestro
de la plaza. Una tentativa de evitar que a la gente normal, cuando vote o
cuando salga en tsunami a la calle, le pase como a Oleg Yasinsky; de evitar, en
fin, que se apoderen de la plaza los nazis de Maidan, los islamistas de Tahrir
o los escuálidos de Altamira. Para eso, también nosotros tenemos que formar
parte de ella (de la gente normal) y no al revés. Apoyo a Podemos un poco a
regañadientes, contra mi propio puritanismo y elitismo tendencial, no porque me
guste menos el programa de IU (o el de otros partidos de la izquierda marxista
radical) sino porque creo que Podemos ha entendido que la única manera de
conjurar los peligros del fascismo es aceptar los peligros de tratar con gente
normal. Y si Podemos no puede, o fracasa, o mete la pata, o se corrompe en
electoralismo y liderazgo, no habremos perdido nada que ahora tengamos.
Sencillamente habrá que seguir luchando.
Santiago Alba Rico para Rebelion.org
El ideólogo y fundador de “Podemos”
justifica a los nazis ucranianos
Santiago
Alba Rico, miembro e
impulsor de la plataforma electoralista Podemos –liderada
por Pablo Iglesias– ha publicado un artículo titulado “Podemos” en Ucrania.
Citando a un
tal Yasinsky, ha llegado a afirmar –ocultando el papel de los nazis
y neoliberales ucranianos al servicio de la OTAN en el cambio
de régimen– que no ha habido “un golpe de estado ultraderechista; hubo
una “rebelión”, un “movimiento muy amplio y espontáneo de los ciudadanos
indignados”, llegando incluso a decir que el Gobierno de Yakunovich ha
caído por la “espontánea, heroica y desesperada acción de miles de
ucranianos”.
Alba Rico no deja de sorprendernos al
maquillar el intervencionismo directo e indirecto de la OTAN, diciendo que “EEUU
nunca ha intervenido tan poco” y “lleva diez años
sin intervenir militarmente en ningún sitio”. Pese a vivir en Túnez, parece
que ha olvidado que el ejército estadounidense sigue ocupando Irak y
Afganistán, o los brutales bombardeos sobre Libia.
Tras sus
afirmaciones delirantes en el pasado como “no es la OTAN quien está
bombardeando a los libios sino Gadafi” o que “la
intervención de la OTAN en Libia salvó vidas”, vuelve a la carga
con su cruzada anticomunista “equidistante”, esta vez, utilizando el Golpe de
Estado en Ucrania.
Su
apasionamiento histérico tiene dos objetivos, combatir la influencia de los
comunistas en la izquierda: “La historia misma nos ha llevado a un
punto en el que tan inevitable es cuestionar el capitalismo como imposible combatirlo
en nombre del comunismo soviético” y vaciar a la izquierda de todo contenido
antiimperialista equiparando la extrema agresividad de la OTAN con
la auto-defensa de Rusia y China: “Por
desgracia esta izquierda “analógica” no es anti-imperialista sino
anti-estadounidense”.
Alba Rico quiere desideologizar a
la izquierda para sustituirla por una suerte de populismo “indignado”: “En
estos esquemas de derechas y de izquierdas, siempre falta un“actor”: el
pueblo o, si se quiere, “la gente”. Alba Rico quiere “euromaidanizar” a
la “gente” de izquierdas o al “pueblo”, para
desarmarla contra el capitalismo y el fascismo, con ese difuso discurso
del “sentido común ni de izquierdas ni de derechas” de la
marca electoralista ”Podemos”.
[Fuente:
Ricard Juan / La
República]
“
“Podemos”
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Pablo
Iglesias: “La clave no es un eje derecha-izquierda, sino democracia-dictadura”
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Iglesias Turrión
Pablo
Iglesias elude defender a Venezuela, ante Alfonso Rojo. CEPS ¿los asesores
necesarios?
Pablo
Iglesias, líder de la plataforma 'Podemos'. 28-1-2014
Publicado
el 28/01/2014
Pablo
Iglesias comenzó a labrarse un nombre como activista de izquierdas dentro de la
universidad cuando todavía era estudiante. En la actualidad es profesor titular
interino en la Facultad de Políticas y Sociología de la Complutense de Madrid.
La fama fuera de los ámbitos académicos le comenzó a llegar gracias a sus
programas en Tele K e Hispan TV, pero cuando realmente se hizo conocido para el
gran público fue al desembarcar en tertulias de Interconomía, laSexta y Cuatro.
Ahora da una paso en la acción política al encabezar la plataforma 'Podemos',
con la que quiere presentarse a las elecciones europeos de 2014. Ha visitado
Periodista Digital para hablar de este proyecto.
OPERACIÓN
COLETA O DE CÓMO EL PODER EMPRESARIAL EXTORSIONA A I.U
Los
pseudoizquierdistas en guerra imperialista, cuando dicen “Ni OTAN, Ni Al-Assad”
es decir en la práctica “Sí a la OTAN”.
¿Contra
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izquierda occidentalista
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