Guarimba
por la renta
11-03-2014 Eduardo
Sartelli Razón y Revolución
La
estructura económica venezolana, como la ecuatoriana, la boliviana y la
argentina, tienen una matriz común: las cuatro dependen de la renta (petrolera,
gasífera, agraria). A partir de esa base común se organizan sistemas
productivos relativamente sencillos, incluso en el caso argentino, el más
complejo de todos ellos. Son capitalismos chicos, que compensan su atraso
relativo, es decir, la menor productividad del trabajo que impera en sus
fronteras, con los ingresos extra que supone el monopolio del elemento fuente
de renta. De allí que, históricamente, las diferentes clases y fracciones que
componen la estructura social (incluyendo al capital extranjero) construyen,
destruyen, arman y desarman alianzas en torno a la disputa de la renta. El
reformismo, cualquiera sea la forma ideológica que asuma, tiene, en estos
países, su base en alianzas entre fracciones burguesas, pequeño-burguesas y
obreras, cuya función consiste en apelar al “pueblo” como masa de maniobra en
las disputas intra-burguesas. El chavismo, el masismo, el peronismo, eso que
algunos llaman “populismo”, son la expresión fenoménica de estos procesos.
Siendo en
general muy similares, cada uno de estos epifenómenos de la lucha de clases
tiene su peculiaridad. En una estructura tan simplificada como la venezolana,
el control de una sola empresa (PDVSA) crea un poder de arbitraje fabuloso para
quien detente el poder del Estado. Recordemos brevemente cómo es el país de
Bolívar. Por empezar, una burguesía nacional reducida y débil, dependiente del
Estado en grado sumo, dominada por las fracciones mercantiles y financieras,
con una muy pobre presencia industrial. Por debajo, una extensa capa de pequeña
burguesía ligada sobre todo al pequeño comercio y los servicios, incluyendo un
amplio funcionariado estatal. Una amplia clase obrera se divide una pequeña
fracción industrial, una mayor cantidad de empleados mercantiles y de servicios
y una gigantesca masa de población sobrante. El rasgo dominante de la
estructura social venezolana es esta debilidad general de la burguesía nacional
combinada con la extensísima presencia de la población sobrante. No se trata de
un panorama exclusivo de Venezuela, sino que se repite en muchos países
latinoamericanos.
Estas
características peculiares han confundido a muchos compañeros que tienden a ver
a las masas desocupadas, semi y seudo-ocupadas (parados, con empleo precario,
estacional o temporario, empleados en empresas por debajo de la productividad
media, vendedores callejeros, empleados estatales excedentes, masas rurales,
etc.), como no obreros. Campesinos, indígenas, cuentapropistas, auto-empleados
o “trabajadores”, son conceptos usualmente utilizados para describir a estas
masas, lo que tiene por consecuencia ocultar a la población sobrante como capa
de la clase obrera. A esta situación se suma la tradición de la izquierda
revolucionaria latinoamericana que tiende a ver como “sujeto revolucionario”
sólo a la clase obrera fabril y que define como “campesino” todo lo que
transita por el campo. De las peculiaridades de la estructura y las tradiciones
heredadas obsoletas, la izquierda latinoamericana tiende a recaer
permanentemente en una especie de menchevismo espontáneo que reproduce la
política de alianzas con la burguesía “progresista” que desarrollaron los
partidos comunistas estalinistas desde los años ’30 del siglo pasado. Esta
tendencia es común a maoístas, estalinistas, socialistas “nacionales”,
trotskistas y guevaristas, todos los cuales coinciden en que Latinoamérica es
un continente de naciones incompletas en las que, o la burguesía (maoístas,
estalinistas, nacionalistas, guevaristas), o el proletariado (trotskistas)
tienen que culminar la tarea.
Estas
conclusiones estratégicas son las que han llevado a muchos a denominarse
socialistas con algún aditamento que explique la evidente distancia entre los
dichos y los hechos. El “socialismo del siglo XXI” es su formulación más
célebre y no por ello menos mentirosa. En efecto, el chavismo no alteró en
ningún grado significativo la estructura de la sociedad venezolana, no importa
cuál haya sido el grado de distribución de la renta alcanzado o los beneficios
que haya aportado a la condición de vida de las masas. En realidad, el chavismo
no es más que una alianza de fracciones de clase con dominio burgués, lo que
Marx denominaba “bonapartismo”. Esa alianza reúne a las fracciones más débiles
de la burguesía venezolana, a la pequeña burguesía y a la clase obrera, en
particular, a la capa constituida por la población sobrante. Básicamente,
“boliburguesía” y población sobrante son las bases del bonapartismo chavista,
cuyo personal político se recluta fundamentalmente en el aparato del Estado,
las fuerzas armadas, junto con un sector proveniente de filas obreras. Por
fuera de la alianza quedan, por arriba, las fracciones más poderosas de la
burguesía y el proletariado industrial. La primera se organiza a través de las
variantes derechistas que conforman la “oposición” y los segundos en los
partidos de izquierda revolucionaria no incorporados al chavismo. La fuerza del
chavismo resulta de aglutinar a la mayoría de la población en torno del reparto
de la renta. Mientras esta se mantuvo a alto nivel, su primacía resultó
incontestable. Con su decadencia, se abra la crisis.
La crisis y la clase obrera
El bonapartismo venezolano atraviesa su peor crisis, luego de más de una década de gobierno. La inflación llegó al 56% en 2013, el nivel de desabastecimiento es del 30%, los cortes de luz se multiplican y falta agua. En breve, se anunciará un aumento de los combustibles. Las condiciones de vida de la clase obrera descienden abruptamente y los reclamos no se han hecho esperar. Previamente a la marcha organizada por Leopoldo López, el 12 de febrero, trabajadores petroleros, gráficos, estatales, automotrices habían emprendido sendos planes de lucha contra la precarización y contra los despidos. Las bases sindicales del chavismo son cada vez más reducidas. Las elecciones resultaron en un completo fracaso para toda la política burguesa. Si el chavismo se jacta de haber ampliado su ventaja en términos porcentuales, debería tomar nota de que perdió un millón y medio de votos en relación al último comicio. La oposición, claro, perdió cuatro millones, por eso ha buscado un recambio.
La crisis
provoca, primero que nada, la ruptura de la alianza chavista. Los rumores del
destronamiento de Maduro, un hombre ligado por origen a la población sobrante,
por Diosdado Cabello,
un representante del aparato del Estado y cercano a la boliburguesía, son
síntoma de que una parte de la alianza busca resolver la crisis a costa de la
otra. La inflación y el desabastecimiento son los elementos desencadenantes de
la crisis en la alianza chavista.
Su
resultado es el engrosamiento de la oposición, que recluta proporciones
crecientes de los componentes del chavismo. No es cierto que la clase obrera
venezolana no haya estado en la calle luchando del lado opositor. De hecho, no
hay forma de que en Venezuela un candidato se arrime al 50% de los votos sin
recoger amplias simpatías entre el proletariado. En este terreno, a mitad de
camino entre Maduro y López, se mueve Capriles y con él, el imperialismo en
general, incluyendo sus socios, como Colombia. Porque no es cierto, tampoco,
que la oposición quiera la caída de Maduro. Eso sólo es pretensión de López y
los sectores más extremos, pero minoritarios, de un arco político muy amplio.
Solo los locos del Tea Party y alguno que otro más apoyan a López y Machado. La
apuesta de Capriles y la mayoría del arco opositor es que el chavismo caiga
solo, de ser posible, en las urnas, envuelto en una crisis generalizada que
opere de hecho el ajuste de la economía venezolana. Acelerar la crisis sólo
reforzaría al ala dura del chavismo dominada por Cabello, sobre el cual se
recostaría Maduro en última instancia, además de entregarle el poder a Capriles
antes de que la crisis reordene las variables económicas por sí sola y lo
obligue a realizar un ajuste que pondría en jaque a un gobierno opositor a poco
de arribado al poder. El riesgo, para esta estrategia, se encuentra en la
posibilidad de una recomposición de la renta que permita al Gobierno
restablecer la situación, algo que hoy parece lejano.
Por lo
tanto, a diferencia de lo que dicen los chavistas más recalcitrantes, no
estamos en un escenario de estabilidad, el cual los fascistas vendrían a
romper. Esta avanzada de la derecha no se produce, como en el 2002, en el marco
de una creciente influencia política de los trabajadores y su expresión en
conquistas económicas, sino que se monta en un proceso de quiebre de la
relación entre el chavismo y la clase obrera. Eso es lo que explica dos
elementos a tener en cuenta. El primero, que entre las consignas principales de
la marcha sea la exigencia con terminar con el desabastecimiento y la
inflación. Es decir, que se levanten reclamos netamente obreros. El segundo, la
presencia de la clase obrera en esas marchas, reconocida incluso por dirigentes
de izquierda que no la apoyan (como Chirino) y chavistas que hablan de
“demagogia”. Eso no quiere decir que hayan movilizado a millones. En la última
marcha de “unidad” opositora, La Nación –un diario afín a Capriles- informó la
asistencia de sólo 50.000 personas. La diferencia que hace la oposición es más
bien a nivel nacional.
Maduro ha
tenido dos reacciones: llamar a la movilización popular y apelar a las fuerzas
armadas. La primera, ha sido un fracaso: ha juntado 40.000 personas en Caracas.
La segunda, la militarización de Táchira, la promoción del personal militar,
además y la creación de “milicias obreras” controladas por el Maduro, a lo que
se suma un virtual estado de sitio en todo el país. Se trata de un ataque a la
clase obrera y a sus posibilidades de reclamo, por más que se disfrace del
combate al fascismo. No se puede permitir que en nombre del combate a los
“golpistas” se le impida a los trabajadores reclamar una salida obrera a la
crisis. En ese contexto, el llamado a la “paz” por el gobierno se revela como
el intento de crear un cogobierno Maduro-Capriles, que enfrente la situación y
aplique un ajuste consensuado.
Con todo,
la llave del conflicto sigue sin aparecer: el grueso de la población obrera, la
sobrepoblación relativa, la que habita barrios como el 23 de enero o el Petare
en Caracas, todavía no se ha pronunciado. El núcleo de la estabilidad política
en Venezuela se encuentra en el control de esta población. Todavía el chavismo
puede aspirar a él siempre que sostenga a los subsidios y a las misiones. Su
desmantelamiento daría aire económico a la burguesía venezolana, pero podría
constituir un suicidio político en estas condiciones.
La izquierda y la crisis
Para la izquierda revolucionaria se inicia un período de prueba. Esta izquierda es muy débil, como resultado del impacto del chavismo y su capacidad de arrastre de las masas, pero también por sus decisiones estratégicas. En primer lugar, buena parte de ella ha sucumbido ideológicamente al chavismo, incorporándose al PSUV o realizando una política de “entrismo” más o menos explícito, ya sea organizativo o bajo la forma de “apoyo crítico”. Otros, que han sabido resistir a estas presiones, lo han hecho, en general, desde un obrerismo extremo, que abandona la población sobrante a manos del chavismo, concentrándose en el proletariado fabril. Se condena así a la inanidad social y a la irrelevancia política. Así, entre el Frente popular y el sectarismo, la izquierda resulta incapaz de acaudillar a las masas en la resistencia al ajuste en marcha, que no hará más que profundizarse, con cualquiera de las variantes burguesas que se disputan la capitalización de la crisis.
Una
estrategia posible de acción se encuentra ya a mano, provista por la historia
del movimiento socialista. Nos referimos al Frente único. Las organizaciones de
izquierda revolucionaria deben llamar a todas las organizaciones obreras,
provengan del arco ideológico que sea, a conformar un organismo centralizado,
un congreso nacional de trabajadores ocupados y desocupados de todas las ramas
de la economía, a fin de construir un programa contra el ajuste:
1. Aumento salarial de emergencia.
2. Freno a la inflación sin afectar los ingresos obreros, sean salarios, planes sociales, misiones, etc.
3. Resolución del problema del desabastecimiento.
4. Estabilización de la moneda.
5. Ataque profundo a la corrupción estatal.
6. Plan nacional inmediato para resolver el problema de la seguridad.
7. Contra la militarización de la vida política y por el desarme de todos los elementos represivos paraestatales.
8. Nacionalización de todas las empresas que colaboren en el desabastecimiento.
9. Nacionalización del comercio exterior bajo control obrero.
10. Ocupación de todas las empresas cerradas o vaciadas.
11. Control obrero de la producción en todas las empresas.
Los trabajadores deben exigir la derogación inmediata de la Conferencia Nacional de Paz y la instauración de un Comité de Crisis integrado por delegados de los organismos obreros. Para ello, la población que ya se está movilizando debe organizarse por barrio y/o lugar de trabajo y debatir un pliego de demandas y un curso de salida a la crisis, con la perspectiva de desarrollar un Congreso Nacional de Trabajadores Ocupados y Desocupados. Si Maduro quiere derrotar al fascismo, entonces que deje de reprimir obreros, saque al ejército y de lugar a la clase obrera organizada. Si la derecha quiere combatir el desabastecimiento, entonces que deje de organizar el ajuste y permita a los principales perjudicados encabezar el reclamo y dirigir las acciones.
Bonapartismo
Categoría
política empleada por Marx a partir del ejemplo histórico de Luis Bonaparte,
quien encabezó un golpe de Estado en Francia en 1851. Hace referencia a un tipo
de liderazgo político que aparenta ser “equidistante” en la lucha de clases. Es
una forma de dominación política donde el ejército, la burocracia y el Estado
—durante una crisis aguda— se independizan parcialmente de la burguesía. Ésta
se separa de los partidos políticos tradicionales y pasa a ser representada por
el ejército o por algún liderazgo carismático. Para Marx tiene un contenido
negativo.
Sobre el mal
uso del concepto "Bonapartismo"
Miércoles 26 de febrero 2014
Lorenzo Mendoza en la Conferencia de Paz
VIDEO COMPLETO: Conferencia Nacional de Paz, dirigida por
Nicolás Maduro
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