lunes, 6 de enero de 2014

[El marxismo en España (1919-1939)] Historia del BOC y del POUM




A este magnífico documento le he añadido algunos libros que hace referencia


Nota del autor

En España no ha habido apenas marxistas. Los socialistas españoles se acercaban más, ideológicamente, a las concepciones del laborismo británico que al marxismo. Los comunistas –cuya fuerza era mínima antes de 1936- adoptaban el vocabulario marxista tal como lo emplearan Lenin y Stalin, pero sus líneas políticas dependían de los intereses de Moscú. El anarquismo y el anarcosindicalismo, muy poderosos, impidieron, durante años, la penetración del marxismo en la zona neurálgica del movimiento obrero español, Cataluña.

Hubo, sin embargo, un partido que se consideraba marxista, que propagó y aplicó el marxismo en su política y en su interpretación de la realidad española hasta lograr darle influencia en amplios sectores del proletariado catalán, y ganar simpatizantes en el resto de España: este partido, que adoptó sucesivamente los nombres de Bloque Obrero y Campesino (BOC) y de Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM), desempeñó un papel de catalizador ideológico, antes y durante la guerra civil, pero no había adquirido suficiente desarrollo para influir decisivamente, de modo directo, en los acontecimientos. Sin embargo, no era como uno de los "grupúsculos" al uso actualmente en todo el mundo, sino que dirigía sindicatos y organizaciones culturales obreras y actuaba como un partido político en constante crecimiento.

La historia de cómo se formó este partido, partiendo de la Tercera Internacional, y de cómo fue perseguido, hasta la eliminación física, por los representantes de la misma Tercera Internacional, constituye un episodio importante y muy aleccionador, de la historia del movimiento obrero español. Y como la guerra civil española influyó considerablemente en el movimiento obrero mundial de la época, puede considerársele, sin exageración, como un factor importante del movimiento obrero mundial, además de ser el único ejemplo de actuación marxista en España.

El Bloque y el POUM se adelantaron en varios años a la comprensión del estalinismo y en varias décadas a la interpretación actualmente más aceptada de la realidad española. En este sentido, su historia es útil. Por otro lado, los militantes del Bloque y del POUM mostraron un sentido político y una tenacidad -a veces hasta el heroísmo-, en sus convicciones, que bien merecen pasar a la historia escrita del movimiento obrero.

El Bloque y el POUM contaban con elementos bien preparados para escribir esta historia. Pero el tráfago de la actividad diaria, acaso la tentación de justificar posturas pasadas, y la dispersión de la documentación hicieron que nadie emprendiera esta tarea. La comienzo ahora con la convicción de que será provechosa como lección histórica, y de que puedo llevarla a cabo con la mezcla adecuada de pasión -puesto que fui miembro del Bloque y del POUM- y de objetividad -puesto que nunca ocupé cargos dirigentes y no tengo, por tanto, que justificar nada-. Los acontecimientos en los que el Bloque y el POUM intervinieron no pueden comprenderse fuera de su contexto emotivo; la atmósfera del momento es, acaso, tan importante como los documentos. Los historiadores del futuro sólo contarán con los documentos. Yo quiero proporcionarles, en lo posible, el clima político y social.

Por lo demás, los documentos no abundan. Los archivos del Bloque y del POUM (nunca bien organizados, como suele ocurrir en las organizaciones obreras españolas), deben estar en Moscú, por las razones que se explicarán. Los que se hallan desperdigados por el mundo o en España bastan, sin embargo, para apoyar las afirmaciones fundamentales de esta historia. Las citas que en ella se encontrarán son extensas, precisamente porque la dificultad de consultar esos documentos me ha aconsejado reproducirlos con cierto detalle. Para escribir esta historia me he basado no sólo en documentos, sino, en gran medida, en recuerdos personales y en entrevistas con miembros del Bloque y del POUM, lo mismo militantes que dirigentes. A todos ellos, y especialmente a Ignacio Iglesias, Juan Roca, Manuel Grossi, Wilebaldo Solano y Pere Bonet, quiero darles las gracias. El libro debería estar dedicado a los que murieron en las calles de Barcelona, en el frente, en manos de los comunistas oficiales o ante un piquete de ejecución. Porque ellos, tanto como los teorizantes y dirigentes, hicieron del POUM lo que fue y lo que sigue siendo en el recuerdo de muchos.
Kent, Ohio, 1971
Barcelona, 1973

 
Capítulo 1. Los primeros comunistas

Barcelona, capital de Cataluña, ha sido también la capital del movimiento obrero español. En ella se fundaron, a finales del siglo XIX, las primeras agrupaciones anarquistas, y las dos grandes centrales sindicales del país.

España tenía una burguesía tímida, que iba a remolque de las fuerzas feudales (grandes terratenientes, Iglesia, Ejército), pero la clase obrera era muy combativa, a pesar de su escasez numérica. La periferia de la Península fue el lugar donde la burguesía adquirió más desarrollo, y por tanto, también el movimiento obrero: Asturias con sus minas de carbón, el País Vasco con su siderurgia, Cataluña con su industria textil, Valencia con su industria ligera y siderúrgica. La burguesía, ya en el siglo XVIII, bajo el despotismo ilustrado de Carlos III, quiso llegar al poder, pero la revolución francesa la asustó. Luego, estuvo aliado de los liberales durante el siglo XIX, en sus luchas contra los conservadores. En 1868, la burguesía destronó a Isabel II y en 1873 estableció una república que sólo duró once meses. Pero cada vez que la burguesía, apoyada por la clase obrera, se acercaba al poder, acababa atemorizada por la presión obrera y aliándose con las fuerzas que la víspera quiso destruir. El mismo juego continuó en el siglo actual: en 1909, cuando abandonó a los obreros en la Semana Trágica de Barcelona; en 1917, cuando estuvo a punto de derrocar a la monarquía. En 1923, asustada por el auge del movimiento sindicalista, apoyó a la dictadura del general Miguel Primo de Rivera, pero lo abandonó en 1930, cuando no pudo superar las repercusiones de la crisis económica mundial. Se puso al lado de la República, cuando ésta se proclamó en abril de 1931, pero apoyó a las derechas en 1933, de nuevo temerosa del empuje del movimiento obrero.

España tuvo sociedades obreras ya en 1840, y en 1855 se declaró la primera huelga general -precisamente en Barcelona-. La Primera Internacional (AIT) encontró buena acogida entre obreros y artesanos, fue perseguida por los gobiernos y defendida por los republicanos. En 1868 se creó el primer núcleo de la AIT, en la cual pronto predominaron los partidarios de Bakunin sobre los de Marx. En 1878 se fundó el PSOE (Partido Socialista Obrero Español), que en 1888 estableció su propia central sindical, la UGT (Unión General de Trabajadores). Los anarquistas habían organizado ya su Federación de Trabajadores de la Región Española, que en 1910 se transformó en CNT (Confederación Nacional del Trabajo). Los socialistas eran fuertes en Madrid y el Norte y los anarquistas en Cataluña, Levante y entre los peones del campo andaluz.

La represión gubernamental se ejerció sobre todo contra los anarquistas que en diversas ocasiones organizaron atentados contra el rey Alfonso XIII y políticos y generales destacados, y que fueron los elementos principales en algunas insurrecciones (como la ya citada Semana Trágica de Barcelona). La lucha entre la tendencia autoritaria y la antiautoritaria fue interrumpida algunas veces por alianzas circunstanciales, como cuando en 1917 una huelga general revolucionaria puso en un brete al régimen monárquico.

El movimiento obrero se desarrolla en una sociedad caracterizada por graves problemas que era incapaz de solucionar: el de la gran propiedad de la tierra, en manos de la aristocracia; y el del predominio de la iglesia en la vida cultural y educativa; el de la tradición de golpes militares y de intervencionismo político del ejército, heredada del siglo XIX, y de la existencia en la Península, bajo el Estado español, de distintas nacionalidades (vasca, catalana, gallega) en las cuales persistían una tradición histórica y cultural y una lengua propias; este último problema se agravaba por el hecho de que dos de las nacionalidades eran los centros industriales más poderosos del país.

Los socialistas veían en la proclamación de la república una panacea que debía hacer desparecer estos problemas; los anarquistas veían la panacea en el establecimiento de una sociedad de comunidades federadas. Pero estos objetivos eran demasiado vagos para ofrecer soluciones viables a problemas muy concretos e inmediatos. Cuando terminó la primera guerra mundial (durante la cual España había mantenido una posición de neutralidad), era evidente que el movimiento obrero necesitaba renovarse y salir de los programas generales para enfrentarse a las cuestiones españolas del momento.

A los ojos de muchos, las condiciones sociales del país semejaban las de la Rusia zarista. Por esto la revolución rusa despertó mucha simpatía entre los socialistas y los anarquistas, que creían que en España sería posible hacer una revolución comparable a la rusa.

Aunque León Trotsky pasó por Madrid en 1916 y sufrió una detención de tres días -que se terminó gracias a una interpelación parlamentaria socialista-, no ejerció ninguna influencia en los socialistas que lo acogieron. En cambio, la idea del soviet, por la espontaneidad de su organización, provocó el interés de los anarquistas.

En el segundo congreso de la CNT (Madrid, diciembre de 1919) estaban representados 100.000 obreros. Los delegados afirmaron que la CNT era partidaria de instaurar un régimen comunista libertario, pero al mismo tiempo "se sugestionaron por la revolución rusa, al punto de ver en ella la revolución soñada por ellos. Para muchos de nosotros -agrega el anarquista que escribió estas frases-, el bolchevique era un semidiós, portador de la libertad y de la felicidad comunes... ¿Quién, en España, siendo anarquista, desdeñó motejarse a sí mismo de bolchevique?" (1). Pocos realmente. Uno de estos pocos, el asturiano Eleuterio Quintanilla, se opuso en el Congreso a la idea de que la CNT se adhiriera a la Internacional Comunista, entonces en periodo de organización, porque decía: “la revolución rusa no encarna nuestros ideales... Su dirección y orientación no corresponden a las intervenciones de los trabajadores, sino de los partidos políticos”. No bastaron los que lo apoyaron para impedir que el congreso decidiera adherir provisionalmente a la Tercera Internacional, y enviar a Rusia una delegación de tres miembros, de las cuales sólo pudo llegar Ángel Pestaña, recibido en Moscú por Víctor Serge, amigo suyo de la época en que el escritor ruso estuvo en Barcelona.

Pestaña fue elegido miembro del Comité del Segundo Congreso de la Internacional. Su oposición a la fundación de partidos comunistas le valió una réplica dura de Trotsky. Pestaña se abstuvo de votar las 21 condiciones que Lenin sugirió como requisito para la admisión en la Internacional, pero firmó el manifiesto de convocatoria de un congreso para constituir la Profintern o Internacional Sindical Roja. De regreso, fue detenido en Italia, y por esto no pudo informar inmediatamente a la CNT acerca de sus impresiones rusas, que luego expuso en el libro “Sesenta días en Rusia”.
 
Entre tanto, se había planteado en el PSOE, como en casi todos los partidos socialistas del mundo, la cuestión de la adhesión a la Tercera Internacional. El PSOE contaba con 30.000 afiliados, de los cuales 2.000 en las Juventudes; en éstas la posición procomunista era muy fuerte, apoyada por diversos miembros de la Comisión Ejecutiva del Partido que publicaban el semanario “La Internacional”. A finales de 1919 se puso en contacto con este grupo el ruso Mikhail Borodin, enviado por Moscú, que llegaba de los Estados Unidos y México y que luego sería consejero de Chiang-Kai-Chek. No entró en contacto con la CNT y después de entrevistarse con diversos socialistas, continuó el viaje, dejando como delegado suyo a un mejicano que lo acompañaba, Manuel Ramírez.

En diciembre de 1919 un congreso extraordinario del PSOE acordó expresar su simpatía por la revolución rusa, pero sin adherirse a la Internacional (12.497 votos por la adhesión y 14.010 en contra de ella). En junio de 1920, en un congreso de la UGT los partidarios de la adhesión a la Internacional solamente consiguieron 17.916 votos, en contra de 110.902 favorables a la adhesión a la Federación Sindical Internacional (o Internacional de Amsterdam).

Pero los jóvenes socialistas de Madrid consiguieron, en abril de 1926, apoderarse de la Federación de Juventudes Socialistas y le cambiaron el nombre por el de Partido Comunista. Los siguieron aproximadamente la mitad de los miembros, de modo que el nuevo partido, dirigido por el maestro de escuela Ramón Merino Gracia, tuvo un millar de afiliados.

En junio de 1920, nuevo congreso extraordinario del PSOE. Esta vez ganaron los partidarios de la adhesión a la Internacional (8.268 votos contra 5.016). Se envió a Moscú una delegación formada por Daniel Anguiano y Fernando de los Ríos. Después de escuchar los informes de esos delegados, a su regreso, un nuevo congreso del PSOE votó definitivamente contra la adhesión (8.808 en contra y 6.025 en favor), y decidió adherirse, en cambio, a la Internacional Reconstructora, organizada sin éxito por los socialistas austriacos y que Lenin llamaba la Internacional “Dos y Medio”.

Fue a De los Ríos que Lenin dio la famosa respuesta: “Libertad. ¿para qué?” (“Liberté, pour quoi faire?”). Y el catedrático socialista citó indignado esta frase al congreso de su partido. Los que en él quedaron en minoría decidieron retirarse y formar el Partido Comunista Obrero. Muchos militantes y algunos dirigentes salieron así del socialismo.

Los dos partidos comunistas (el de los jóvenes y el obrero) enviaron delegaciones al tercer congreso de la Internacional y allí, por decisión de ésta, se fusionaron en un partido único, el Partido Comunista de España. La fusión en España misma fue controlada por el abogado italiano Antonio Graziadiei, enviado por Moscú. El órgano del Partido era el semanario “La Antorcha”, publicado en Madrid. El secretario general era Rafael Millá, de los jóvenes; cuando lo detuvieron lo sustituyó Manuel Núñez Arenas, de los adultos. Entre los fundadores del Partido encontramos muchos nombres que aparecerán en este libro: José Bullejos, Oscar Pérez Solís, Juan Andrade, Luis Portela, Julián Gómez (Gorkin), etc.

El PC no consiguió mucha popularidad. En las elecciones de 1923 su candidatura por Madrid logró 2.476 votos (contra 21.417 a los socialistas). 

Pero el problema del país no era de votos. La primera guerra mundial dio a la burguesía especialmente a la catalana- la oportunidad de enriquecerse rápidamente. La clase obrera crecía no sólo en número sino también en combatividad. El republicanismo de la clase media y el catalanismo (movimiento autonomista catalán) ya no satisfacían a las masas. Varios dirigentes republicanos se acercaron al anarcosindicalismo, entre ellos los abogados Francesc Layret y Lluís Companys. Salvador Seguí y otros sindicalistas comprendieron que los sindicatos no podían encerrarse en el viejo anarquismo y descubrían las posibilidades de la política de clase.

Para muchos, la revolución rusa abría perspectivas nuevas: no solamente inducía a leer las obras de Lenin y Trotsky -traducidas a toda prisa y mal-, sino que ponía de relieve la insuficiencia de las soluciones tradicionales. Entre los que recibieron la triple influencia de la tradición republicana, la combatividad anarcosindicalista y la esperanza rusa estaba un joven maestro, Joaquín Maurín, nacido en 1896, en Bonanza (Huesca), que enseñaba en una escuela particular de Lérida. Era miembro de las Juventudes Republicanas y redactor de su diario “El Ideal”. Se encargó de la campaña local por la amnistía de los sentenciados por el movimiento de 1917 y esto le puso en contacto con el Centro Obrero donde conoció a Seguí, secretario del comité regional catalán de la CNT.

En 1919 está en Madrid, de soldado. Asiste al segundo congreso de la CNT. Él mismo cuenta:
Me sentía decididamente atraído por la causa obrera. Ahora bien, en España había dos movimientos obreros distanciados y a veces divergentes. Del socialismo me atraían la historia, la continuidad y el sentido de responsabilidad. Del sindicalismo, su espíritu revolucionario, combativo. Doctrinalmente, me encontraba cerca de los socialistas. Pero prácticamente, los sindicalistas me parecían más realistas, más audaces, más jóvenes. En mi orientación me ayudó grandemente la lectura de George Sorel. El sindicalismo soreliano, asentado sobre lo que hay de sólido en el marxismo, pragmático y creador, contestó favorablemente a mis preguntas” (2).

En el segundo congreso de la CNT, que causó sensación en el país, otro maestro catalán, nacido en el Vendrell en 1892, Andreu Nin, defendió la adhesión de la CNT a la Internacional. Además de aprobar esta adhesión, como ya se dijo, el Congreso decidió ir hacia la absorción de la UGT, y esto dividió, inexorablemente por muchos años, el movimiento obrero español.

De regreso a Lérida, Maurín fue nombrado secretario del Comité Central de la CNT y director de su semanario “Lucha Social” y de la escuela del Centro Obrero. Uno de los colaboradores destacados del semanario era Pere Bonet, del que se hablará a menudo aquí. El Comité Regional enviaba a veces a oradores para los actos de propaganda y así Maurín trabó amistad con Nin.

El año 1920 pudo ser decisivo. El sindicalismo catalán se había fortalecido. Los sindicatos únicos (de industria) creados por iniciativa de Seguí en 1918, era un instrumento eficaz. La crisis económica que siguió a la guerra era fuerte y la burguesía quería que los obreros pagaran los platos rotos. Era de prever una ofensiva patronal. Los dirigentes de la CNT, abandonando su aspiración irrealizable de absorber a la UGT, decidieron buscar la unidad de acción entre las dos centrales sindicales. Se firmó, así, en agosto, un pacto CNT-UGT. Pero el pacto no pudo evitar que la burguesía catalana consiguiera del gobierno de Madrid una política de represión contra la CNT: los patronos organizaron sindicatos "libres" y bandas de pistoleros, la policía aplicaba la ley de fugas y la ciudad de Barcelona fue escenario de docenas de atentados contra dirigentes sindicales y contra patronos y policías. El diputado Layret, abogado de la CNT, fue asesinado por los pistoleros de la patronal. La cárcel Modelo de Barcelona, el castillo de Montjuic y el castillo de La Mola (Menorca) se llenaron de detenidos sindicalistas. Evelio Boal, secretario del Comité Nacional de la CNT, fue asesinado y Nin lo sustituyó. El Comité Regional catalán fue detenido y lo reemplazó otro en el cual Maurín representaba a Lérida. El enlace de este Comité Regional con él Nacional era un joven metalúrgico de 30 años, Ramón Arch, que según dice Maurín, “concibió y dirigió la estrategia antiterrorista, apuntando arriba, al Presidente del Consejo de Ministros, Eduardo Dato". Arch fue asesinado en el verano de 1921. Pero antes, el 8 de marzo de 1920, desde una moto que seguía al coche de Dato, dispararon contra éste y el Jefe del Gobierno murió de los disparos. Los autores del atentado eran tres sindicalistas: Mateu, Nicolau y Casanellas, que desaparecieron. El terrorismo se detuvo y al cabo de un tiempo un nuevo gobierno presidido por el conservador José Sánchez Guerra, cambió el jefe de policía y el gobernador de Barcelona y dejó en libertad a los sindicalistas detenidos.

Mientras todo esto sucedía, Moscú invitó a la CNT a enviar una delegación al tercer Congreso de la Internacional Comunista y al congreso de fundación de la Profintern. Había un deslumbramiento de la Internacional, porque ésta, como escribió luego Maurín, “en sus comienzos trataba de parecerse más que a la Segunda Internacional, formada por los partidos socialistas, a la Primera, que agrupaba al conjunto del movimiento obrero, sin distinción de sindicatos y partidos. Por otra parte, Lenin, aunque marxista, tenía una gran simpatía por el movimiento sindicalista libertario, muy vigoroso entonces en los países latinos” (3).

El libro de Lenin, escrito en vísperas de octubre de 1917, “El Estado y la Revolución”, "era el puente doctrinal que enlazaba el bolchevismo con el sindicalismo y el anarquismo" (4).

Pestaña, cuenta Maurín, “simpatizaba con la revolución rusa como cuestión de principio. Ahora bien, le alarmaba la hegemonía del partido comunista, que hacía presentir la dictadura de un partido sobre el proletariado. Lenin enseguida descubrió lo que Pestaña era: un obrero inteligente y puritano, dotado de un gran don de observación y de sentido crítico, para quien la idea de libertad era la piedra angular de su edificio ideológico”.

Mientras Pestaña estaba en Rusia y luego detenido en Italia, el Comité Nacional que substituía al desmantelado por la policía reunió un pleno nacional de la CNT. Para despistar a la policía, los delegados fueron convocados en Lérida y desde allí Maurín los dirigió a la casa de un militante en el Pueblo Seco de Barcelona, donde se congregaron el 28 de abril de 1921. Asistían Andreu Nin del Comité Nacional, Jesús Ibáñez de Asturias, Hilario Arlandis de Valencia, Joaquín Maurín de Cataluña y Arturo Parera de Aragón; no pudieron enviar delegados las regionales del Centro, Norte y Andalucía.

Durante las cuatro horas de la reunión se discutió, ante todo, la situación del país; la regional aragonesa quería hacer del terrorismo la base de la actuación de la CNT, mientras que los demás se oponían al terrorismo como sistema; este punto de vista prevaleció. Luego se planteó la cuestión del envío de una delegación a Moscú, en respuesta a la invitación de la Internacional. Maurín sugirió que se formara con militantes que hablaran, por lo menos, una lengua extranjera. Se designaron Maurín, Nin, Ibáñez y Arlandis; éste propuso que se incluyera a un representante de los grupos anarquistas, que luego nombraron al francés Gaston Leval. Días después, Maurín y Nin por un lado, y los tres restantes por otro, pasaron la frontera, la mayoría sin pasaporte y sin dinero. Maurín había recibido, para el viaje, 200 pesetas de los sindicatos de Lérida. Los delegados confiaban sobre todo en la ayuda de los sindicalistas europeos.

No les falló. Los condujeron de París a Metz y de allí a Sarrebruck, Frankfurt y Berlín. En la capital alemana, los sindicalistas locales les informaron que Ibáñez, llegado unos días antes (era a comienzos de junio), estaba detenido; la policía de toda Europa cazaba a anarquistas españoles, deseosa de ganarse la recompensa de un millón de pesetas ofrecida por el gobierno español por la captura de los autores del atentado contra Dato, y éste fue el motivo de la detención de Ibáñez. Teodoro Plievier (novelista entonces anarquista y luego comunista) guió a la delegación cenetista. Rudolf Rocker, el teórico anarquista, les dijo que la revolución rusa no había conducido a la dictadura del proletariado, sino a la dictadura sobre el proletariado. Por fin Ibáñez fue puesto en libertad. La delegación recibió pasaportes como rusos repatriados, entregados por la embajada soviética, y se dirigió a Stettin, donde se embarcó hacia Reval; de allí, en tren a Petrogrado y Moscú.

Hacía sólo dos meses y medio que Trotsky se había encargado de aplastar la rebelión semianarquista de los marinos de Kronstadt, los mismos que en 1917 apoyaron a los bolcheviques e hicieron inevitable su victoria. Esto colocaba a los cenetistas en una situación difícil cuando, el 22 de junio, se inauguró en el Kremlin el tercer Congreso de la Internacional. En él Lenin explicó su Nueva Política Económica (NEP) y la necesidad de coexistir con el capitalismo internacional, que era más fuerte de lo que había creído.

Lenin produjo una gran impresión en los delegados cenetistas, como antes la produjeron en Pestaña.

Personalmente sencillo y modesto, daba la impresión de tener conciencia de sus limitaciones -ha escrito Maurín-. Era un mediano teorizante, un mediano economista, un mediano escritor, un mediano orador... Pero como estratega político alcanzaba proporciones de genio” (5).

Los delegados cenetistas lo vieron en las sesiones del congreso de la Internacional, a las cuales asistieron como espectadores, porque donde debían intervenir era en el congreso de constitución de la Profintern, que se celebró poco después, en julio, en la Casa de los Sindicatos de Moscú (el antiguo club de la nobleza). Maurín fue el secretario de la delegación española, Arlandis e Ibáñez intervenían en las comisiones y Nin en las sesiones plenarias. Una de las primeras cosas que hubieron de decidir fue su posición ante la cuestión fundamental del Congreso: las relaciones entre la Profintern y la Comintern (y, en consecuencia, entre los sindicatos y los partidos comunistas en cada país). Arlandis, que terminó como fiel comunista oficial, se oponía entonces a toda relación entre las dos organizaciones, mientras que los demás delegados querían que hubiera relaciones, pero no supeditación.

Había otro asunto que interesaba a la delegación española: la posición contra los anarquistas rusos. Los delegados anarcosindicalistas de diversos países se reunieron en el Hotel Lux, donde se alojaban, y enviaron una delegación a Djerjinsky, el jefe de la Cheka, que no les concedió nada, y luego a Lenin, que les prometió plantear la cuestión en el Buró Político. Poco después, muchos de los anarquistas detenidos fueron libertados y pudieron salir de Rusia.

Los delegados españoles estuvieron en relación, sobre todo, con el francés Alfred Rosmer y el ruso-belga Víctor Serge. Tuvieron una larga entrevista con Trotsky, al que, por encargo del Comité Nacional de la CNT, le pidieron armas para hacer la revolución en España. La respuesta fue tajante: no. Para hacer la revolución hay que contar con la simpatía del pueblo y, por tanto, de los soldados, que son quienes tienen las armas. Las armas para la revolución española están en España, les dijo.

A finales de agosto, después de las consabidas visitas a fábricas, campos y escuelas, Ibáñez y Maurín regresaron a España. El primero fue detenido, porque viajaba con pasaporte legal; el segundo, con pasaporte falso, se escabulló de la policía.

Una idea de las costumbres de la época la proporciona la ficha policíaca de Maurín (publicada por Pere Foix, “Los archivos del terrorismo blanco”, Barcelona, 1932), en la cual se dan como nombres falsos que utilizaba para viajar los de Juan Olmedo, José Antonio Escolá Macellas y Luis Seral Soro. Dice también la ficha que en su viaje de regreso de Rusia estuvo detenido cinco días en la ciudad alemana de Stettin y expulsado de Alemania. En ese momento viajaba con un pasaporte con el romántico nombre de Honorio de Lima. La ficha informa todavía de su “boite-à-lettres” y confiesa que la policía nunca logró averiguar su domicilio.

En octubre de 1921 se reunió en Lérida un pleno nacional de la CNT. Maurín informó del viaje a Rusia. No había aún muchas dudas sobre los bolcheviques, en los medios confederales, y el informe fue aprobado por unanimidad. Pero pronto comenzaron las polémicas. El semanario madrileño “Nueva Senda” pedía que la CNT se retirara de la Internacional mientras que “Lucha Social”, de Lérida, defendía su permanencia en ella. Maurín era ahora secretario provisional del Comité Nacional, pues Nin se había quedado en Moscú, por decisión de la delegación cenetista; la policía española lo consideraba implicado en el atentado contra Dato y su regreso a Barcelona le hubiera hecho correr un peligro inútil. Nin, poco después, entró a trabajar en la Profintern y permaneció nueve años en Moscú (6).

Maurín, tajante y persuasivo a la vez, con un prestigio creciente en los medios cenetistas, pudo evitar que la polémica pasara de los semanarios al Comité Nacional, el cual ratificó la adhesión de la CNT a la Profintern, por considerar que era un acuerdo de Congreso que sólo un Congreso podía modificar.

Pero la influencia de Maurín terminó súbitamente. El 22 de febrero de 1920 fue detenido. El Comité Nacional comenzó a vacilar, entonces, en la cuestión del Profintern. En junio de 1922, la CNT volvió a la legalidad, porque había cambiado el gobierno y el nuevo suspendió la persecución de los cenetistas. Inmediatamente se reunió en Zaragoza una Conferencia Nacional de la CNT que decidió retirar la adhesión a la Profintern y enviar una delegación a un congreso convocado en Berlín para crear la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT, el mismo nombre de la Primera Internacional), en el cual se congregarían los diversos movimientos anarquistas y anarcosindicalistas.

En esta decisión influyó el hecho, ya indudable, de que la Profintern era un apéndice de la Internacional Comunista. Los anarcosindicalistas españoles veían que su presencia en la Profintern no servía para dar a esta organización una personalidad independiente, y su apoliticismo prevaleció sobre las razones de orden táctico y la simpatía por la revolución rusa, que iba disminuyendo entre ellos. Las dotes dialécticas de Maurín sólo consiguieron retrasar este momento. Maurín ausente, la tradición predominó. Ayudó a ello también la campaña que desde hacía dos años sostenía contra los anarcosindicalistas el semanario madrileño “El Comunista”, que hacían Andrade, Pumarega y Merino Gracia. 


Maurín y los que pensaban como él no aceptaron esta decisión, porque no procedía de un congreso y, sobre todo, porque representaba el predominio en la CNT de los elementos anarquistas sobre los sindicalistas, que consideraban peligroso para el provenir de la central sindical. Para expresar estos puntos de vista y tratar de hacerlos aceptar por la CNT, Maurín, Nin (desde Moscú), Arlandis, Ibáñez, Bonet, Víctor Colomer y otros formaron su propia organización, aunque continuando como miembros de la CNT. No era una nueva central sindical, sino unos simples grupos, que llamaron Comités Sindicalistas Revolucionarios, que trabajaban dentro de los sindicatos cenetistas. Los Comités fueron establecidos por una Conferencia de los elementos cenetistas -sobre todo catalán, asturiano y valencianos- que querían mantener la adhesión a la Profintern. Se reunió en Bilbao, a últimos de 1922. Naturalmente, el nuevo movimiento lanzó inmediatamente un semanario, “La Batalla”, que dirigía Maurín y el primer número del cual salió en diciembre de 1922. Tiraba 3.000 ejemplares, de los cuales 300 se vendían en Lérida, 100 en Tarragona y unos pocos en Barcelona; los demás, fuera de Cataluña. No tenía local, sino sólo un apartado de correos. Cuando, en abril de 1923 los pistoleros del "libre" asesinaron al administrador José María Foix (un sindicalista que trabajaba con Maurín en la Asociación de Empleados Municipales de Barcelona), la compañera de Bonet, Natalia, se encargó de la administración. Arlandis y Bonet eran los redactores.

Los Comités se inspiraron, en cierta medida, en los que en Francia habían organizado los sindicalistas del grupo “La Vie Ouvrière”, de Pierre Monate y Alfredo Rosmer. Encontraron amplio eco en la base sindical. Tres sindicatos importantes de Barcelona estaban dirigidos por elementos de los Comités: el de los Transportes, el Metalúrgico y el Textil. Los Comités no trataban de dividir a la CNT, sino de ganarse la confianza de los trabajadores y, con ello, conseguir la dirección de la central sindical.

Los Comités y “La Batalla” atrajeron a muchos militantes de valor. Uno de ellos era Daniel Rebull (conocido por David Rey, que pasó una tercera parte de su vida en la cárcel). Otro fue que los hombres de acción anarquista visitaban, cuando estaban heridos, al médico Tomás Tusó. Eusebio Rodríguez Salas se adhirió con un grupo de compañeros de Tarragona (Rodríguez Salas era manco y se contaba de él que una vez, para ocultarse de la policía, había pasado un día entero encaramado a un árbol).

Los contactos con los cenetistas eran frecuentes, a pesar de que los anarquistas intentaban oponerse a ellos. El último de estos contactos fue en diciembre de 1923, ya proclamada la Dictadura y suspendido el diario de la CNT, “Solidaridad Obrera”, cuando los redactores de “La Batalla” hicieron un diario, “Lucha Obrera”, en el cual trabajaron los redactores de la “Soli”; pero los anarquistas prefirieron que los obreros no tuvieran diarios a que tuvieran uno que ellos no controlaban, impusieron a los redactores de la “Soli” que abandonaran “Lucha Obrera”, y este periódico desapareció a las tres semanas.

Entre tanto, el Partido Comunista comenzaba a organizarse en federaciones, siguiendo la tradición del movimiento obrero español. El órgano del Partido fue, como se ha dicho, “La Antorcha”, que salía en Madrid los viernes y en cuya redacción figuraban César Rodríguez González, Manuel Núñez Arenas, Antonio García Quejido, Isidro Acevedo, Oscar Pérez Solís, Ramón Merino Gracia, Andreu Nin, Virginia González, José Bullejos, Eduardo Torralva, Ramón Lamoneda, Evaristo Salmerón, Juan Andrade y José Loredo Aparicio. La fuerza obrera del Partido le venía del Sindicato de mineros vascos, dirigido por comunistas, y de los sindicatos catalanes dirigidos por elementos de los Comités Sindicalistas Revolucionarios.

En marzo de 1922 tuvo lugar el primer Congreso del Partido. Asistió a él el suizo Jules Humbert-Droz, que hasta 1932, (7) fue delegado de la Internacional para el partido español. El Congreso discutió, sobre todo, las posibilidades de formar un frente único obrero, de acuerdo con la consigna lanzada por la Comintern. Dirigió un llamamiento a la CNT y la UGT para que se aliaran; pero no obtuvo respuesta alguna. También se habló de la posibilidad de atraer a los campesinos.

En marzo de 1923 el segundo Congreso del Partido condenó el terrorismo como medio de lucha obrera, por considerarlo no sólo estéril, sino, a la larga, favorable a las fuerzas reaccionarias. Por esa época estuvo en Madrid un italiano enviado por Moscú para ayudar a crear el Socorro Obrero Internacional, Dino Tranquili. Detenido, escribió desde la cárcel algunos artículos para “La Batalla”, que firmó con el seudónimo de Ignazio Silone.

Los Comités Sindicalistas Revolucionarios tenían buenas perspectivas en su lucha. Losovsky, el secretario de la Profintern, escribió una carta a Seguí (probablemente redactada por Nin) invitándolo a visitar Moscú el Primero de Mayo. Nin agregó a ella una posdata manuscrita. Seguí no pudo contestarla, porque el 10 de marzo de 1923 lo asesinaron los pistoleros del "libre". Maurín había seguido en contacto con Seguí, como con muchos otros cenetistas, y confiaba que del viaje a Rusia regresaría, si no comunista, sí dispuesto a dar a la CNT un carácter más sindicalista y menos anarquista.

Pero esas perspectivas quedaron anuladas cuando el general Miguel Primo de Rivera, impulsado por el rey y por la burguesía catalana, dio un golpe de estado el 13 de septiembre de 1923. El Partido Comunista, ante el golpe, se puso en contacto con la Federación de Grupos Anarquistas y la CNT y las tres organizaciones se dirigieron a la UGT y el PSOE proponiéndoles una huelga general de protesta. No obtuvieron respuesta. Poco después, la CNT se vio arrojada a la clandestinidad. Pagaba el no haber sabido prever ni frustrar el golpe militar. El terrorismo sin objetivo político había conducido a la reacción y no a la revolución. Los Comités Sindicalistas Revolucionarios ya no pudieron actuar, pues su campo de acción eran las asambleas sindicales donde podían hacerse escuchar por los trabajadores. Pero continuaron publicando “La Batalla”, con muchos espacios en blanco impuestos por la censura, hasta que el general Severiano Martínez Anido, ministro de gobernación del gobierno militar, la suspendió en el verano de 1924.

Para asistir a un congreso de la Profintern, en el verano de 1924, los Comités nombraron una delegación formada por Maurín, dos dirigentes del sindicato de transportes, Desiderio Trilles (muerto en julio de 1936 en el puerto de Barcelona, por rivalidades sindicales), y José Grau Jassans (más tarde diputado por la Esquerra), y dos del sindicato metalúrgico, José Valls y José Jover.

Moscú era distinto de la ciudad de 1921. No había ya fiebre revolucionaria. La revolución se burocratizaba. "La impresión general produjo un gran desagrado en la delegación española -recuerda Maurín-. Ninguno de los cuatro obreros que la integraban se sintió atraído por el comunismo" (8).

La realidad rusa fue más fuerte que las lecturas y la propaganda. Hay que recordar que si bien la Dictadura española impuso la censura a la prensa, se mostró muy tolerante con las editoriales. Se publicaba lo que se quería y diversas editoriales consideraban un buen negocio publicar obras de bolcheviques y sobre la URSS. “La Batalla”, más modestamente, publicó, mientras salió, folletos que se vendían en los quioscos de periódicos. Entre ellos hubo uno de Nin sobre “El sindicalismo revolucionario y la Internacional”, dos de Maurín sobre “El sindicalismo a la luz de la revolución rusa” y “La crisis de la CNT”, y varios de Losovsky. 


El Partido Comunista, entre tanto, pasaba por una pequeña crisis. Virginia González, su hijo, Ramón Lamoneda y varios más, regresaron al PSOE. El Comité Ejecutivo quedó formado por Oscar Pérez Solís (un antiguo capitán del ejército), como Secretario General, José Bullejos como Secretario de Organización y otros.

Empezaba a sonar en Barcelona otro nombre político, el de la Unió Socialista de Catalunya (USC), formada una semanas antes del golpe de 1923 por un grupo de profesores y empleados, decepcionados de los republicanos, poco interesados por el socialismo a la madrileña y más inspirados por el laborismo que por el marxismo. Manuel Serra i Moret y Rafael Campalans eran sus dirigentes más destacados. Sus militantes tenían como centro de atracción el Ateneo polytechnicum, del mismo modo que los de los Comités Sindicalistas Revolucionarios tenían como centro el Ateneo Enciclopédico popular y otros Ateneos obreros en diversos barrios de la ciudad.

Es difícil comprender ahora el papel que la red de ateneos, coros, grupos teatrales, grupos excursionistas y hasta centros vegetarianos y esperantistas, tuvo en el desarrollo del movimiento obrero. La misma Dictadura no comprendió que esos centros, con sus bibliotecas y salas de conferencias, eran el vivero del movimiento obrero. Por esto no los clausuró definitivamente, sino que se contentó con cerrarlos de vez en cuando, para hacer acto de autoridad. Los libros y los ateneos fueron el caldo de cultivo de la generación que actuó durante la República y sostuvo la guerra civil. Bajo la Dictadura, clausurados los sindicatos y prohibidas las reuniones políticas, los ateneos eran lugar de refugio de quienes no se resignaban a abandonar la acción.

Claro que no todo tenía lugar en los ateneos. Había tentativas de complot, reuniones clandestinas. y persecución, aunque no muy sangrienta, sí persistente, sistemática. Cuando Pérez Solís fue detenido (y en la cárcel se convirtió al catolicismo, por obra de un dominicano muy popular, el padre José Gafo), los dirigentes del Partido se marcharon a París. El Partido, sin embargo, no se hallaba en la ilegalidad. Frente a su local central, en la calle de Madrazo, de Madrid, había dos policías con casco y espada y sus semanarios sufrían frecuentes suspensiones pero no estaban prohibidos.

Por esa época, los Comités Sindicalistas Revolucionarios entraron a formar parte de la Federación Comunista Catalano-Balear, que reunía una treintena de miembros, entre los cuales Pérez Baró, Ramón Comas, Ramón Merino Gracia (que se pasó a los sindicatos "libres" cuando lo detuvieron en 1925). Había cinco afiliados en Mallorca. Eso era todo. Los Comités, pues, quedaron de hecho dueños de la Federación, porque eran más numerosos.

El grupo de “La Batalla” estaba en desacuerdo con la pasividad del Partido. Este creía que, siendo débil, debía amoldarse a la situación, mientras que Maurín consideraba que debía combatirse a la Dictadura, yendo, si fuera preciso, a la clandestinidad, pues en este combate crecería el Partido. En noviembre de 1924 se reunió en Madrid un pleno del Comité Central. Hubo críticas duras contra la dirección, el Comité Ejecutivo dimitió y el pleno eligió a otro, con Maurín de Cataluña, González Canet de Levante y Martín Sastre del Norte. De hecho, la dirección quedaba en manos de la Federación Catalano-Balear. Lo primero que hizo fue publicar un periódico ilegal, “Vanguardia”, muy duro con la Dictadura. Esta reaccionó y en enero de 1925 empezaron las detenciones: Sastre y González Canet en Madrid, Maurín y otros en Barcelona.

La detención de Maurín estuvo a punto de costarle la vida, pues el 12 de enero, cuando salía del Ateneo Barcelonés, unos policías de paisano le dieron el alto, Maurín echó a correr, para perderse en los callejones de aquella parte de la ciudad; dispararon contra él y lo hirieron en la pierna. Lo llevaron al hospital y de allí a la cárcel, donde ya encontró a otros miembros del grupo de “La Batalla” (uno de ellos, Fontanilles, se convirtió al catolicismo, mientras estaba en la prisión, y al salir entró en los sindicatos “libres”).

En noviembre de 1927 se reunió en París una conferencia hispano-francesa sobre Marruecos. Los compañeros de Maurín creyeron que el momento era oportuno y movilizaron en París a unos cuantos personajes -Henry Torres entre ellos-, que pidieron la libertad de Maurín y sus camaradas. Como el gobierno de Madrid no tenía interés en que la conferencia se celebrara en un ambiente de agitación, dejó en libertad a Maurín y sus amigos. Tenía pendiente una sentencia de cuatro años, dada por un juez de Bilbao, pero el gobierno hizo la vista gorda. 


Maurín estaba "quemado", de momento. La policía lo seguía por todas partes; su correspondencia era censurada. Ante esto, lo llamaron a París, en octubre de 1928. Allí encontró la situación del Partido más bien turbia. Mientras había estado en la cárcel, recibió ecos de la lucha por la sucesión de Lenin. No tomó posición, pero se negó sistemáticamente a condenar a Trotsky, como se había puesto de moda que hicieran los dirigentes de los partidos afiliados a la Internacional. Maurín podía adoptar esta actitud porque no debía su posición dirigente a un nombramiento de Moscú, sino a su propia actividad y a la confianza de sus compañeros. Por otro lado, los Comités y “La Batalla” eran el Partido, en Cataluña.

En París, Maurín se encargó de dirigir las Ediciones Europa-América, utilizadas por el Comintern para popularizar las obras que le interesaban. Eran ediciones muy cuidadosas y con excelentes notas, porque en Moscú todavía se tomaba en serio el marxismo. Maurín se sumergió inmediatamente en la lucha política entre los exilados españoles, que celebraban reuniones, organizaban mítines de protesta, anudaban conjuras y vivían de rumores.

La vida política no impedía, empero, la vida privada. Maurín se casó con Jeanne Souvarine, hermana de Boris Souvarine, uno de los fundadores del Partido Comunista francés, que acabó fuera de él. Años después tuvieron un hijo, Mario.

En París se encontraban ya Gorkin y otros, así como el grupo del ex-teniente coronel del ejército español y ex-diputado catalán Francesc Macia, que en 1925 había ido a Moscú, donde después de entrevistarse con Zinoviev y Bujarin, no consiguió la ayuda que pedía para sus planes de invasión armada de Cataluña (9). Había también elementos anarquistas que en 1927 habían fundado, en una reunión clandestina en Valencia, la Federación Anarquista Ibérica (FAI).

En España, la caída de la Dictadura se veía inminente. Todo el mundo quería que ocurriera algo, pero pocos sabían qué. Había conjuras, tentativas románticas, como unas frustradas invasiones de los catalanistas y los anarquistas. Maurín, en París, se impacientaba por volver, para tratar de orientar esas energías y esperanzas.

Pero la influencia de Stalin en el Comintern ya se dejaba sentir. El colonialismo ideológico implícito en el predominio del partido comunista ruso en la Tercera Internacional iba haciéndose evidente. Después del sexto Congreso en 1928 (el último hasta 1935), en que se aprobó la lírica del "socialfascismo", del frente único por la base y de "clase contra clase", consignas que en definitiva abrieron a Hitler las puertas del poder, Maurín y sus compañeros comenzaron a sentirse como en un cuarto cerrado y a asfixiarse. 


El Partido no debía tener más allá de 500 miembros en España, bajo una dirección que nadie respetaba. Maurín recibió de la Internacional el encargo de preparar un informe y proponer soluciones a la crisis del Partido. Entre tanto, José Bullejos y un joven intelectual, Gabriel León Trilla, habían sido nombrados por Moscú dirigentes del Partido. Consiguieron, desde París, dos éxitos: el viaje de Macia a Moscú y la adhesión al Partido de un grupo de obreros del puerto de Sevilla encabezada por José Díaz (que con el tiempo acabaría sustituyendo a Bullejos). Bullejos ha contado cómo Moscú resolvió la crisis:

La situación creada en España determinó una nueva intervención del Comité Ejecutivo de la Internacional. Acababa yo de llegar por primera vez a Moscú, correspondiéndome desempeñar el papel de actor principal en la solución de la crisis como en los acontecimientos posteriores. Una Comisión creada por el Ejecutivo de la Internacional deliberó durante varios días acerca de la política que convenía seguir en España y de los diferentes problemas de organización. Participaron en las deliberaciones Doriot y Marty, del Partido francés; Antonio Gramsci y Verti, del italiano; Codovila, argentino; Almanza, del mexicano, y Humbert Drotz, Losowsky, Andrés Nin por los Secretariados de la Internacional. Representábamos al Partido español Jesús Ibáñez, Julián Gorkin y yo”.

Trazadas las nuevas directivas, se resolvió -de acuerdo con lo expuesto en diversas cartas por los compañeros de Barcelona [las de Maurín]- encomendarme la tarea de reorganizar la dirección del Partido Comunista de España, para lo cual, días después, partí de Moscú” (10).

Nada de esto podía desvanecer las dudas que la política de la Internacional suscitaba en dirigentes y militantes de los Comités Sindicalistas Revolucionarios. La campaña de bolchevización de los partidos, emprendida por Zinoviev, los había inquietado, porque su formación se oponía a la idea de que los partidos comunistas tuvieran que ser uniformes, con dirigentes nombrados de hecho por Moscú y una línea política fijada por Moscú.

El Partido daba pruebas de falta de sensibilidad política, no había comprendido el valor revolucionario del problema de las nacionalidades ibéricas y aplicaba a ciegas la política de "clase contra clase", siendo así que, bajo una dictadura, convenía a ojos vistas crear coaliciones contra el dictador. Cuando el dictador estableció una Asamblea Nacional, con miembros designados por él, Moscú, que negociaba importantes contratos de venta de petróleo a España, ordenó al Partido que participara en la parodia de parlamento. Pero la posición era tan absurda que la troika Bullejos-Trilla-Adame no pudo por menos de oponerse a ella ante la presión de los militantes.

Maurín y sus amigos no se recataban de criticar las posiciones de la dirección. Hasta que llegaron a comprender que no se trataba de un caso de mala dirección, sino de una cuestión de principio. Amistad con la URSS, sí; sumisión al PC soviético, no. Cada partido debía fijar su línea política y elegir a sus dirigentes. Sin esto no existía el centralismo democrático del que hablara Lenin. La troika quiso deshacerse de Maurín y someter a la Federación Catalano-Balear. Trilla fue a Moscú y lanzó una serie de acusaciones contra Maurín: derechista, indisciplinado, etc. Nin se enteró y avisó a su compañero. Maurín contraatacó y “La Correspondencia Internacional”, órgano de la Comintern, publicó una nota reivindicando a Maurín y a la Federación Comunista Catalano-Balear.

En 1932 Maurín explicó la evolución que los puntos de vista de la Federación Catalano-Balear habían tenido. Decía que mientras estaba en la cárcel, en 1925, “surgió entre nosotros y el grupo de funcionarios que, aprovechándose de nuestro encarcelamiento, había asaltado la dirección del partido comunista, una seria divergencia”.

Nosotros opinábamos que era necesario continuar la política que habíamos iniciado, es decir, proseguir la acción contra la Dictadura y al mismo tiempo, concentrar en Cataluña la actuación principal del partido”.

Bullejos, Trilla, trotskistas primero, luego furibundos antitrotskistas cuando Trotsky fue derrotado, trasladaron al partido comunista de España todos los vicios de la degeneración burocrática. Faltos de la más elemental inteligencia política para dirigir un partido, al sentirse apoyados por la I.C. se hicieron fuertes en sus posiciones y se lanzaron a la magnífica tarea de "estructurar" el partido. Se expulsó a camaradas excelentes que aun admitiendo que sostuvieron tesis equivocadas, no dejaban, sin embargo, de ser elementos valiosísimos. Las Federaciones fueron trituradas implacablemente. Se destituían los Comités a capricho del grupo de dictadorzuelos infatuados. En una palabra, el partido era "bolchevizado"”.

Con la dictadura del aparato burocrático corría pareja la táctica equivocada de la Internacional Comunista que no comprendió jamás la esencia de la política española. En 1927 como demostración palpable de su incomprensión absoluta, quiso imponer al partido comunista de España la intervención en la Asamblea consultiva de Primo de Rivera. Esto significaba, literalmente, la muerte del comunismo en España para una larga época. La. I.C. hizo una resolución famosa, en enero de 1927, obligando al partido a que tomara parte en la Asamblea de Primo de Rivera. "La táctica del boicot a la Asamblea -decía la Resolución- estaría únicamente justificada en el caso de que la situación política de España fuese inmediatamente revolucionaria, en el caso de que hubiera una situación en la que las masas fueran arrastradas a movilizarse espontáneamente contra el Directorio de una manera activa. Pero en la situación presente, la convocatoria de la Asamblea y sus trabajos eventuales deben ser considerados como un punto de partida para un trabajo de agitación y organización y los trabajos de una asamblea representativa cualquiera (Parlamento, municipalidad, etc.). Esta línea, que corresponde a la tradición bolchevique y a la práctica del partido comunista ruso, es la única que se adapta a la situación actual de España y del Partido Comunista Español...".

En Cataluña, el antiguo grupo de “La Batalla” que había resistido una dura represión, no viendo posibilidad alguna, con una táctica tan errónea, de poner en pie un movimiento comunista que se había iniciado con tantas dificultades, se disgregó, en parte.

Muchos camaradas reflexionaban así: "Nuestra posición ha sido fuerte y hemos hecho grandes progresos mientras que hemos estado al margen de la I.C., trazándonos nosotros mismos el camino. Pero en el momento en que hemos aceptado la disciplina y la política de la I.C., nos hemos convertido en extranjeros a nuestro movimiento obrero, nos hemos divorciado inmediatamente de la realidad. Su razonamiento era justo. Era cierto.

Otros creíamos que era preciso llegar hasta el último extremo para evitar la escisión del movimiento comunista. Decidimos permanecer dentro del partido y de la Internacional abrigando una esperanza, aunque muy débil, es cierto, sobre la rectificación de la I.C.

Pero la I.C., muerto Lenin, se había burocratizado enormemente bajo el mando de Zinoviev. Bujarin, que le sustituyó, no hizo nada más que cambiar de equipo. El régimen era el mismo. El afán de ahogar la personalidad de los partidos y la mecanización absurda que se imponía a todos ellos había llegado al límite máximo.

La I.C. había conocido el fracaso en Alemania en 1923, en Estonia en 1924, en Bulgaria en 1925, en China en 1927. En 1922 no había sido capaz de impedir la toma del poder por los fascistas de Mussolini. Su política había hecho posible el triunfo de Hindenburg, como presidente del Reich, en 1926. Al sistema "putchista" de Zinoviev sustituyó la política de derecha de Bujarin-Stalin que culminó en la alianza con Chiang-Kai-Chek, cuando Chiang-Kai-Chek preparaba el exterminio brutal de los heroicos comunistas chinos.

¿Cómo podía salvarse nuestro pequeño movimiento comunista en medio de ese desconcierto?” (11)
En 1929 debía celebrarse el tercer congreso del Partido, pero varios delegados fueron detenidos en la frontera. Finalmente, en agosto se reunió el congreso en París. La Federación Catalano-Balear dio su mandato a Maurín y a Bonet, pero no fueron admitidos a las sesiones. El delegado de la Internacional, un italiano que se hacía llamar Greco, ayudó a la troika a impedir que pudieran hablar los opositores. Todo se hizo muy "reglamentariamente"; como Maurín y Bonet vivían en París por orden del Partido, se les dijo que debían ser miembros del PC francés y que, por tanto, no eran miembros del PC español. Pero, así y todo, el Congreso sustituyó a la troika dirigente por una nueva. La Federación Catalano-Balear envió al Congreso su propio proyecto de tesis política, que, dice Maurín, “quedarán en la historia de nuestro movimiento como una intuición magnífica de cómo había de desarrollarse el movimiento revolucionario en España. Se decía en ellas que la revolución sería democrática, y se acababa propugnando como consigna, en ese momento de Dictadores: la República Federal Democrática”.

Las Tesis de la Federación Comunista Catalana fueron rechazadas por la I.C. como derechistas. Y, en cambio, se tradujeron al español las tesis de exportación de la "dictadura democrática de los obreros y campesinos".

La I.C. volvía a equivocarse en España. No comprendió que estábamos en vísperas de la revolución democrática, y que la fórmula dada provocaría como resultado un divorcio completo entre las aspiraciones políticas de las grandes masas obreras y el partido comunista. Pedir como sustitución de un régimen de dictadura otra dictadura era el suicidio (12)."

Cayó el dictador. La dirección del Partido no lo había previsto. Bullejos comentó el fin de la Dictadura diciendo en “La Correspondencia Internacional” que "no ha pasado nada". Manuilsky, uno de los dirigentes rusos de la Internacional, afirmó que los acontecimientos de España "no tienen importancia".

Pero los hechos no pedían permiso a la gente de Moscú. Para tratar de ponerse de acuerdo con los hechos, la “troika” convocó en Bilbao una conferencia nacional del Partido, en marzo de 1930. Esta conferencia dio la dirección del Partido, por imposición de Moscú, a la vieja “troika” destruida por el Congreso de París medio año antes. Además, consideró justa la tesis del Partido de que la Dictadura (ahora, la dictadura de transición que había seguido a la del general Primo de Rivera) sólo podía ser derrocada por el triunfo del proletariado. Y afirmó que el objetivo del Partido era la instauración de "una dictadura democrática de obreros y campesinos que tenga como base los soviets de obreros y campesinos y como expresión un gobierno obrero y campesino". Bullejos dijo, años más tarde, sobre esta conferencia, que “aunque en apariencia los acuerdos del VI Congreso de la Internacional no fueran la causa determinante de la crisis interior que en 1930 dividió el movimiento comunista español, es necesario, sin embargo, estudiarla en relación con la política del Comité Ejecutivo de la Internacional. Porque fue ésta la que influyó esencialmente en la separación del grupo Maurín del Partido Comunista” (13).

A partir de 1926 habíanse manifestado algunas discrepancias entre Maurín y la Federación Catalano-Balear, de una parte, y la dirección del Partido de otra. Giraban éstas sobre las relaciones con las fuerzas democráticas burguesas y la política de independencia de la clase obrera con respecto a los partidos burgueses que realizaban el Partido y la Internacional. A estas divergencias de opinión uníase la oposición de Maurín a los métodos de la Internacional y la línea política y táctica de ésta a partir del V Congreso”.

En 1930 la delegación de la Federación Catalana en la Conferencia Nacional celebrada en Bilbao rectificaba sus puntos de vista respecto a la política del Comité Central, aceptando las líneas generales de ésta (14). Su gestión fue desautorizada en Barcelona por la Federación, y ésta era separada del Partido por el Comité Central a propuesta de la delegación de la Internacional” (15).

Trotsky, expulsado de la Unión Soviética en 1929 por su labor contrarrevolucionaria, que tendía a restablecer el capitalismo, trasladó la lucha a la palestra internacional, intentando crear una plataforma común para todos los renegados y abrir un cisma en la Internacional Comunista. En España los trotskistas abrieron fuego contra la política del Partido en todos los problemas fundamentales de la revolución, tratando de apoderarse de la dirección del Partido para la realización de sus fines contrarrevolucionarios”.

Los intentos trotskistas de dividir el Partido Comunista de España fueron fallidos. El Partido se mantuvo unido y fiel a la Internacional Comunista”.

Sin embargo, en Cataluña, Maurín consiguió con malas artes arrastrar a una parte de la Federación Comunista Catalano-Balear. Esta desgarradura tuvo consecuencias dolorosas para el desarrollo del Partido en Cataluña, si bien, a pesar del revés temporal, un núcleo de firmes militantes reorganizó las filas del Partido”.

La separación de la Federación Catalano-Balear se presenta a posteriori como una maniobra trotskista. Ya veremos al hablar de la guerra civil española, por qué los comunistas de hoy quieren dar una imagen trotskista de los disidentes de 1930.

Maurín y sus amigos se encontraban, pues, fuera del Partido, pero no sin partido.


 Capítulo 2.La Federación Catalano-Balear y el Partit Comunista Català

En el país había muchos más comunistas que afiliados al Partido. Era el suyo un comunismo especial, menos dogmático que el del Partido, que no seguía consignas, sino que derivaba de la simpatía por la URSS, a la que se veía entonces como un gran experimento social, cuyo éxito ayudaría a cambiar las cosas en el mundo y en España también.

La Dictadura -como ya se dijo- no había sido severa con las ediciones; abundaban las obras de los bolcheviques, de los marxistas europeos y los libros sobre la revolución rusa. Las ediciones “Europa-América”, además, publicaban mucho. Lo que el Partido Socialista no hizo, lo hacía la simpatía por la URSS, popularizar el marxismo. Claro que los lectores de esta literatura no eran marxistas químicamente puros. En su mayoría jóvenes, se habían formado bajo la Dictadura o, los mayores, en los años de pujanza del sindicalismo. Había en ellos una dosis de anticlericalismo republicano, de federalismo pimargalliano, de enciclopedismo anarquizante. Mucha inquietud por el futuro y desconcierto por el presente. Habían constatado el fracaso sucesivo de los republicanos que no proclamaron la república, de los catalanistas que no había conseguido la autonomía, de los anarquistas que no hicieron su revolución libertaria. Pensaban que en Rusia se había hecho todo esto. La consecuencia era lógica: buscar la solución en las doctrinas que inspiraron a quienes hicieron la revolución rusa.

Todo cuanto se conocía de la URSS era por la propaganda comunista. Los anticomunistas eran tan evidentemente reaccionarios que inclinaban a los jóvenes hacia el comunismo. El partido no supo capitalizar esta simpatía difusa, ese marxismo autodidacta, porque la línea política dictada por el sexto congreso de la Internacional no encajaba en la realidad española. Decir a los españoles que los anarquistas constituían “la antesala del fascismo” era contarles cuentos de miedo. Los socialistas, que colaboraron en cierto grado con la Dictadura, estaban rectificando y aparecían para muchos como una esperanza; nadie creía que fueran la “antesala del fascismo”. La Dictadura había molestado a muchos. Obreros, campesinos, estudiantes, clase media, intelectuales, estuvieron contra ella. Decir que sólo los obreros podían destruirla era renunciar a desempeñar un papel en los acontecimientos.

Repitamos que a comienzos de 1930, cuando cayó el dictador, no había más de 500 afiliados al Partido. Una tercera parte de ellos estaban en la Federación Catalano-Balear. Pero había muchos más, posiblemente millares, de simpatizantes con el comunismo. Y cuando las notas del gobierno atribuían a los comunistas toda la oposición, la gente se decía que los comunistas no podían ser tan malos, si combatían lo que ella detestaba.

Esta simpatía dio a la Federación Catalano-Balear su partido. Un partido en potencia. Sólo faltaba descubrirlo y organizarlo. Esta fue la tarea inmediata de la Federación, cuando se encontró separada del Partido Comunista.

A comienzos de 1930 había en Cataluña diversos grupos comunistas. El más visible era el de los estudiantes; un par de docenas; no se contentaban con la esperanza de una república. En el Estat Cátala, de Macià, había quienes querían no sólo libertades para Cataluña, sino también para los catalanes, y que creían que ambas únicamente podían conseguirse con el socialismo. Una docena, en total, también. En Madrid había un pequeño grupo -de nuevo, una docena- de trotskistas, en torno a Juan Andrade, y en Barcelona media docena que se congregó alrededor de Andreu Nin cuando éste regresó de la URSS a mediados de año (1). Había también algunos militares jóvenes –acaso una docena- que flirteaban con el marxismo y que, al mismo tiempo, tenían contactos con los anarquistas.

Ninguno de estos núcleos estaba organizado; se mantenían por la amistad y por el contacto diario y actuaban dispersos, participando en todas las actividades contra la monarquía. Pero había dos grupos organizados: uno era la Federación Catalano-Balear. El otro, el Partit Comunista Cátala (PCC). La Federación congregaba a los sobrevivientes de los Comités Sindicalistas Revolucionarios. No pasaban de 150 a 200 hombres. Su historia se ha resumido en el capítulo anterior. El PCC tenía un origen más reciente.

Un puñado de muchachos, inquietos, impacientes, catalanistas, deslumbrados por la URSS, se consideraban comunistas, aunque no habían leído mucho marxismo. Al mismo tiempo veían con desconfianza al Partido Comunista español, por estar demasiado atado a Moscú y porque estimaban que no comprendía el problema catalán. Querían un partido comunista catalán, que encontrara en el comunismo la solución al problema nacional y que fuera independiente de Moscú. Este deseo cristalizó cuando el Partido Comunista recibió la orden de Moscú de tomar parte en la Asamblea Nacional organizada por el dictador. Un maestro de Lérida, amigo de Maurín, Víctor Colomé, se separó con algunos otros de la Federación Catalano-Balear, porque estimó que no podía seguir creyéndose en la posibilidad de regenerar al Partido desde dentro. Se le unieron algunos que no eran afiliados a la Federación, pero que simpatizaban con su posición, el más destacado de los cuales era un joven trabajador mercantil, Jordi Arquer; el núcleo más numeroso de este grupo estaba en Lérida.

El 2 de noviembre de 1928 se reunieron secretamente en el depósito ferroviario de Lérida y fundaron el Partit Comunista Català. Su secretario general fue Domènec Ramón, un trabajador mercantil. Poco después, los miembros barceloneses de este nuevo partido ilegal se apoderaron (afiliándose y logrando la mayoría en la asamblea) de un centro de aficionados al teatro y lo convirtieron en la sede ilegal del PCC. Al mismo tiempo, politizaron el boletín de este centro, le cambiaron el nombre por el de “Treball” (Trabajo) y lo convirtieron en órgano disimulado del PCC. El PCC encontró cierto eco, porque dos años después, a la caída de la Dictadura, contaba con unos 200-250 miembros, es decir, más que la Federación.

Entre tanto, aprovechando la caída del dictador, la Federación volvió a publicar “La Batalla”. En 1930 hay pues, en Cataluña, centro del movimiento obrero español, dos partidos comunistas y dos periódicos comunistas; todos están fuera de la disciplina de la Internacional.

En febrero de 1930, el gobierno del general Dámaso Berenguer, que sucede a la Dictadura, da una amnistía. Salen los presos políticos, regresan los exiliados. Maurín vuelve a Barcelona y en mayo la Federación y el Partido rompen, como ya se explicó.

Pero la Federación era poco más que “La Batalla”. Es difícil comprender, hoy, la importancia de los semanarios en el movimiento obrero. La gente, súbitamente politizada por la caída de la Dictadura, estaba ávida de lectura. Se necesitaba poco dinero para lanzar un periódico. Los periódicos obreros se sostenían mediante suscripciones voluntarias entre sus simpatizantes y en general eran mediocres. Pero “La Batalla”, que también dependía de las aportaciones de sus lectores, fue siempre uno de los periódicos obreros mejor hechos del mundo, con amplios comentarios internacionales, artículos teóricos, análisis de la realidad local, todo ello sin pérdida de su combatividad. Era, por sí solo, una escuela de marxismo -la única en el país, de hecho-. Al reaparecer, tiró 3000 ejemplares. Entre “La Batalla” y sus lectores se estableció pronto una especie de relación personal. Maurín y sus amigos visitaban los núcleos en barrios y pueblos, les daban conferencias, trataban de organizarlos. El tono de “La Batalla” era el de Maurín, que la dirigía. Esto se vio claro cuando apareció, a mediados de 1930, su primer libro, “Los hombres de la Dictadura” (publicado por la Editorial Cénit, recién fundada y que se dedicaba a literatura comunista). Durante su estancia en París, Maurín pudo ver las cosas de España con perspectiva. El resultado de esto fue el libro, que comenzó a escribir en París y terminó en la cárcel de Barcelona (pues a poco de llegar lo detuvieron por unas semanas).
El libro llevaba debajo del título, seis nombres: José Sánchez Guerra (un político conservador), Francisco Cambó (un político catalanista burgués), Melquiades Álvarez (un republicano convertido en monárquico), Alejandro Lerroux (un demagogo republicano), Pablo Iglesias y Francisco Largo Caballero (dos dirigentes socialistas). Eran, según Maurín, los hombres que, en defensa de los intereses que representaban, habían preparado el camino de la Dictadura, unos, y hecho de mentores de ella, otros. Todavía en esta selección se veía la influencia de la política del socialfascismo de Moscú, a pesar de que Maurín la rechazaba.

Las doscientas cincuenta páginas de prosa clara, de frases cortas, sin retórica, con una argumentación bien trabada, causaron mucha impresión. La prensa comentó el libro, se leyó en los corrillos políticos y en los núcleos de militantes obreros. Muchos discreparon de su tesis, pero todos reconocieron que había aparecido un nuevo escritor político, en un país que tenía muy pocos. Maurín contaba entonces 34 años.

El movimiento obrero español abundó en organizadores eficaces, en propagandistas encendidos y en hombres de acción audaces, pero careció de teorizantes. Fueron republicanos como Pi y Margall, o populistas como Joaquín Costa, quienes le dieron buena parte de sus ideas. Después del ayuno intelectual de la época de la Dictadura, el libro de Maurín fue una revelación: primera interpretación marxista de la realidad social y política española, pero no de un marxismo adocenado, dogmático, de fórmulas, sino vivo, tomado como método de análisis y no como Biblia de la cual podía citarse para apoyar cualquier tesis. Maurín no había sido marcado por el estilo de la Comintern. En su libro no se encuentran las frases hechas ni los clichés comunes en la literatura comunista.

Los seis nombres eran de personajes que se habían declarado opuestos a la Dictadura -decía- pero que todos, de un modo u otro, habían contribuido a llevar a la Dictadura y a que se mantuviera. Los hombres y los partidos que hicieron inevitable la Dictadura se presentaban ahora (en 1930) como sus adversarios. Lo importante del libro era el análisis a la luz del marxismo de los últimos sesenta años de la historia de España, desde la revolución de 1868. Por primera vez se veían en esa revolución, en la república de 1873, en los “años bobos” que la siguieron, en la Dictadura, expresiones de la lucha de clases. Maurín consideraba un peligro cierto la posibilidad de que la masa se dejara arrastrar por las ilusiones suscitadas por republicanos y socialistas. Los primeros, al no saber hacer la república en el momento oportuno (1909-1917), y los segundos al no hacer la unidad con los anarquistas y al colaborar con la dictadura (de la cual fue consejero de Estado, Largo Caballero, por decisión del partido), prepararon el camino al general Primo de Rivera. La burguesía catalana y la aristocracia terrateniente andaluza hicieron lo mismo.

Por otro lado, Maurín fue el primero que señaló y estudió la influencia de las inversiones británicas en la política española, a las que achacaba que trataran de evitar el desarrollo económico del país (con la guerra de Marruecos y con las exportaciones de capital español a América a través de empresas de origen británico).

Según Maurín, Cambó (catalanismo burgués), del brazo de la clase media (republicanos) y de parte de la clase obrera (socialistas), atacó a la monarquía en 1917, pero tuvo miedo y acabó aliándose a las fuerzas feudales (Sánchez Guerra). La Dictadura salvó al PSOE de una grave crisis interna (rivalidad con el anarcosindicalismo y escisión comunista); la Dictadura le toleró hacer propaganda, mientras que perseguía a otras fuerzas obreras, y esto le permitió aumentar sus efectivos de seis a doce mil miembros. Los republicanos apartaron a los trabajadores de sus partidos de clase. Y la burguesía catalana sacrificó los intereses de Cataluña a sus intereses de clase, cada vez que temiendo un avance anarcosindicalista, pedía el apoyo de las fuerzas represivas de Madrid.

España necesitaba una revolución democrático-burguesa, que diera libertad a las nacionalidades (vascos, catalanes, gallegos), que separara a la Iglesia del Estado, que dejara que los campesinos tomaran la tierra, que licenciara al ejército y que liberara al país del yugo británico. Esto podía lograrse con una república federal. Para ello, era preciso “dar alas a la insurrección general del pueblo para dar la victoria a la revolución burguesa”. Pero “la república no puede asegurarse sin el triunfo de una revolución social de gran envergadura. No basta con que se vaya el rey. Hay que echarlo y destruir el régimen monárquico”.

Hablando del papel de Sánchez Guerra, el exministro conservador que intentó un golpe contra la Dictadura, lo compara con Prim:

“Su proyecto [de Prim] inicial de pronunciamiento ha fracasado varias veces. La insurrección, para triunfar, ha de ser popular; el pueblo ha de tomar en ella una parte activísima. Además, precisa atacar al enemigo allí donde su resistencia es menor.

Prim, por fin, acierta. La insurrección de 1868 se hace contando con el pueblo. No se trata ya de un pronunciamiento para cambiar de Gobierno, sino de una sublevación para derrocar el régimen. La consigna de Prim era: "¡Abajo lo existente, y Cortes constituyentes!". Prim decide esta vez operar en Andalucía. Paúl y Angulo, que en ese momento refleja el espíritu de la burguesía andaluza y a la vez el de la clase obrera revolucionaria, convence a Prim de que hay que desembarcar en Cádiz, asegurándole la insurrección general del pueblo andaluz. Los paisanos han de jugar el papel principal en el movimiento.

La insurrección surgida en Cádiz se extiende como un reguero de pólvora por toda la provincia, comunicándose a las demás de Andalucía. La España feudal-teocrática, cuyo centro es la Monarquía de Isabel II, se desmorona. Las ratas huyen a la desbandada del barco que se hunde. La insurrección triunfa.

Prim, seguro ya de Andalucía recorre el litoral hasta Barcelona, sublevando a su paso todas las ciudades de la costa: Málaga, Almería, Cartagena, Alicante, Valencia y Barcelona. Luego, como una flecha, se dirige a Madrid. La primera parte de la operación ha triunfado. La insurrección ha ganado totalmente la partida.

Así tuvo lugar la revolución de 1863.
 
Sánchez Guerra pudo haberse servido [en su complot contra la Dictadura] de esa experiencia histórica si en realidad hubiera existido en sus propósitos favorecer el triunfo de una revolución democrática.

Prim, intuitivamente, a última hora, siguió con bastante exactitud las reglas de la insurrección que Engels, en 1852, escribía como resultado de sus experiencias personales y, sobre todo, como fruto de sus estudios históricos: "La insurrección es un arte de igual modo que el de la guerra y cualquier otro, y, como tal, sometido a ciertas reglas que, si son infringidas, conducen al partido que las infringe al descalabro. La primera es no jugar nunca con la insurrección antes de estar completamente preparado para afrontar las consecuencias de la acción. La insurrección es un cálculo de proporciones muy indeterminadas, cuyo valor puede cambiar cada día; las fuerzas contrarias tienen todas las ventajas de la organización, de la disciplina, y la costumbre de la autoridad. Si no les oponéis una fuerte superioridad, estáis vencidos y perdidos. En segundo lugar, una vez que hayáis entrado en la vía insurreccional, obrad con la mayor decisión y tomad la ofensiva. La defensiva es la muerte de toda sublevación armada, que si adopta esa táctica, perece antes de haber podido medir sus fuerzas con las del enemigo. Sorprended a vuestros enemigos cuando sus fuerzas están diseminadas; preparad siempre nuevos triunfos, aunque pequeños, pero repitiéndose cada día. Conservad el ascendente moral que la primera insurrección victoriosa os ha dado; atraed a vuestro lado a los elementos vacilantes que siguen siempre la impulsión del más fuerte y que miran siempre del lado menos peligroso; forzad a vuestros enemigos a retirarse antes de que puedan reunir fuerzas contra vosotros, y, como dijo Dantón, el mayor artista conocido de la política revolucionaria: '¡audacia, audacia, siempre audacia!."

Estas reglas clásicas del arte de la insurrección quizá no eran conocidas por Sánchez Guerra, quien está muy lejos, evidentemente, de leer la literatura marxista. Es posible que el señor Sánchez Guerra, antes de lanzarse a la acción, hubiese hojeado la novela, de Baroja, “El aprendiz de conspirador”, y creyera que eso era suficiente. Pero Aviraneta era un revolucionario de verdad, que es la condición primera para lanzarse a una aventura conspirativa...”.

¿Hubiera podido Sánchez Guerra seguir siendo quien era, de haber adoptado estas reglas? ¿Quién era realmente Sánchez Guerra, no como persona, sino como símbolo de ciertas fuerzas sociales?:

“Sánchez Guerra y Primo de Rivera son los hombres representativos del proceso de crisis del capitalismo español. El primero encarna la continuidad de la alianza feudal-burguesa, el segundo representaba el desbordamiento triunfante del absolutismo. La fuerza de Primo de Rivera durante seis años y medio ha consistido en que su ascensión al Poder se verificó como consecuencia fatal del crecimiento de los restos feudales. La debilidad de Sánchez Guerra, su fracaso, dimana de su afán de hacer contramarcha, de volver atrás, cuando los puentes habían sido volados. Sánchez Guerra quisiera imponer a la historia de España el zig-zag que en otra época le imprimió Cánovas. Sánchez Guerra no sabe, sin duda, que la Historia no se repite exactamente. En este sentido, él es más reaccionario que Primo de Rivera.

Sánchez Guerra aspira a volver a los años que precedieron al golpe de Estado. Ahí está precisamente su gran error político, su incomprensión total de las fuerzas motrices de los procesos históricos. Los resabios feudales se impusieron en 1923 porque habían llegado a un grado tal de evolución que la burguesía no podía jugar a su lado más que el papel de mozo de estoques. y durante los años de la dictadura, naturalmente, no han perdido el tiempo. Las posiciones conquistadas no serán abandonadas fácilmente. Sánchez Guerra ignora que la lucha de clases es tan inflexible como la guerra de trincheras. Para desalojar al enemigo hay que reducirlo por la fuerza. Una actitud más comprensible en Sánchez Guerra fuera si su objetivo hubiese sido el triunfo de la revolución burguesa y la destrucción cruenta de toda la roña feudal. Pero Sánchez Guerra no puede, evidentemente, saltar por encima de su sombra. La época de las revoluciones burguesas, hechas por la burguesía, se ha cerrado. La burguesía no es ya una clase revolucionaria. Al contrario, cuando vislumbra la posibilidad de una conmoción social y política, se agarra a los restos feudales como un náufrago a una tabla. La revolución rusa ha cambiado el reloj de la Historia. Desde 1848, la burguesía, en todas partes, fue perdiendo su espíritu revolucionario. En España, en donde el oleaje de Europa llega siempre con retraso, los acontecimientos de 1848 se dieron veinte años después, en 1868. La gran convulsión rusa ha acabado de operar esta transformación. La burguesía -y el ejemplo más palpable para los españoles es España misma- es hoy el baluarte más firme para impedir la revolución burguesa. La solidez del régimen inaugurado por Primo de Rivera y continuado por Berenguer se basa en eso precisamente. La burguesía teme un cambio que pueda nuevamente hacer posible la aparición del proletariado, cuyo solo recuerdo le interrumpe el sueño.

Sánchez Guerra, como la mayor parte de la decadente burguesía española, vive sumido en una bruma histórica que le aleja de la realidad presente. A la burguesía española le ha faltado un ramalazo brutal, una sacudida en su propia base que le hiciera estremecer sin compasión para hacerla entrar en su verdadera órbita. Sólo así sus hombres representativos se hubiesen percatado del cambio enorme operado durante los últimos veinte años en la relación de fuerzas.”

Fuera de esas fuerzas conservadoras, representadas por Sánchez Guerra, ¿qué hay en el país? Los republicanos, por un lado. Dos clases de republicanos: los de tipo catalán y los de tipo andaluz:
“Andalucía tiene dos aspectos: el terrateniente, a un lado, y el siervo de la gleba, el jornalero, al otro. Los dos extremos: el señor de horca y cuchillo y el miserable que revienta de fatiga para poder comer el gazpacho. En Andalucía existe apenas la burguesía industrial y comercial. Sevilla y Málaga son dos oasis insignificantes en medio de una sabana de tierra que cubre la mitad de la Península casi.

Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen arbitrariamente, en la forma escogida por ellos, sino en las condiciones dadas directamente y heredadas del pasado, decía Marx. Esta verdad fundamental, aplicada a España, lleva a conclusiones sorprendentes. Andalucía ha sido la parte de la Península más difícil de conquistar por el feudalismo español. La lucha entre el feudalismo árabe y los señores feudales cristianos por la posesión de Andalucía duró ocho siglos. Andalucía es la flor más hermosa de España, la región más rica, la más extensa, la que atesora mayores posibilidades. El combate por el dominio de esta parte de la Península fue duro. Una vez conquistada, los boyardos andaluces se han creído con derecho y con fuerza para escribir la historia de España. Ellos han tenido el Poder desde 1874. Los liberales (¡) castellanos y gallegos no han sido otra cosa que sus servidores abnegados.

Andalucía, la gran propiedad, reina y gobierna, ordena y manda. Una clase ejerce el Poder, se sostiene en él por mil medios. Sus enemigos naturales, con frecuencia, por el juego caprichoso de la Historia, constituyen su mejor apoyo. El feudo andaluz, además del asistente castellano y gallego, que le sujetan el estribo, ha tenido dos aliados indirectos que le han apoyado grandemente a ejercer su predominio: el republicanismo y el anarquismo andaluces.

El republicanismo andaluz ha luchado contra el republicanismo catalán, acabando por dominarlo. Cataluña y Andalucía son los dos polos opuestos en la vida política española. La una es la industria naciente, tímida, algo artificial, la burguesía, en fin, y la otra es la gran propiedad, el latifundio. Los combates entre una y otra, sus alianzas momentáneas, sus antagonismos, determinan la marcha de los acontecimientos. Cuando, a comienzos de siglo, la pequeña burguesía catalana se agitaba y se preparaba para un ataque, la gran propiedad, Moret, envió a Barcelona a Lerroux, andaluz, para que tomara la dirección de ese movimiento. El republicanismo catalán fue puesto de este modo al servicio de los señores andaluces.”
Los republicanos se apoyan en la pequeña burguesía. Pero:
“la pequeña burguesía española, como los generales jubilados que aun sueñan con fantásticas batallas, no sabe darse cuenta del cambio que se ha producido en el mundo, y en España, por tanto, durante los últimos veinte años. Discurre de igual modo que cuando la clase obrera iba detrás de ella. La fuerza de ésta, la pequeña burguesía creía que era la suya propia. Se imaginaba aún un Júpiter silencioso que en un momento de cólera puede desencadenar el rayo. Sin embargo, la pequeña burguesía, sin la clase trabajadora, no es más que una sombra que pasea a lo largo del camino planeando Repúblicas fantásticas que no supo crear cuando esto era factible.”

¿Por qué ese fracaso constante de la pequeña burguesía?:
“Una revolución vencida lo es siempre, más que por el combate perdido a última hora, por la batalla que se pudo ganar y, sin embargo, no fue empeñada. La burguesía española salía derrotada en 1873. ¿Por qué?

Todas las experiencias revolucionarias, desde la gran Revolución francesa, han evidenciado que la revolución, una vez empeñada con objetivos meramente burgueses, adquiere a la postre un cariz proletario, ya que es la clase obrera la fuerza motriz que anima los acontecimientos. El proletariado que ha peleado aliado de la burguesía para aplastar las fuerzas reaccionarias, no se detiene fácilmente en el momento en que la burguesía quiere hacer alto. "Se empieza, y luego ya se ve cómo hay que seguir", decía Napoleón refiriéndose a las batallas. La clase trabajadora, en pleno combate, hace esfuerzos para ganar la dirección del movimiento. Esta experiencia, desde Babeuf, ha venido repitiéndose infaliblemente en todas las revoluciones posteriores. Junio de 1848 y la  Commune, en Francia; 1917, en Rusia; 1918-1919, en Alemania, son ejemplos históricos que no dejan lugar a duda. El proletariado se une a la burguesía descontenta, pero no tarda en volverse contra ella. La revolución, que es una cosa dinámica, no se estanca. Toma luego un carácter pronunciado de clase. Por eso la burguesía se horroriza ante la perspectiva de una revolución, aun cuando aparentemente esté inspirada y dirigida por ella. El comienzo es fácil señalarlo y distinguirlo, pero el fin, ¿quién podrá determinarlo? La revolución no obedece ni a los razonamientos de los más profundos sabios oficiales de turno ni a los arrebatadores párrafos oratorios de los Demóstenes burgueses. Sigue adelante, imperturbable, como un meteoro.”

La clase obrera, pero, dividida entre anarcosindicalistas y socialistas, no pudo -o no supo- empujar hacia la revolución. Y no supo tampoco impedir el golpe de Estado:

“Los sindicalistas habían dado de sí todo lo que humanamente era posible. Encerrados en un círculo vicioso, no hacían más que dar vueltas yendo al asalto de su propia sombra. La huelga del transporte que tuvo lugar en Barcelona, en mayo-julio de 1923, provocada por la burguesía y de hecho contradirigida por Primo Rivera, fue la medida de la resistencia de la clase obrera. Vencida en una lucha a la que se había dejado arrastrar estúpidamente por un  enemigo que iba tanteando el terreno, estuvo colocada fuera de combate.

La clase obrera de Madrid y de Barcelona tenía una dirección incapaz. El golpe militar, con un Estado Mayor proletario medianamente inteligente, pudo haber fracasado. La huelga general en Barcelona y el Madrid hubiera hecho abortar el pronunciamiento. El proletariado catalán, aunque destrozado por la represión ejercida por el partido conservador, debió haber reaccionado ante un hecho tal. Pero el sindicalismo anarquista se había pasado años y años predicando a las masas obreras el apartamiento de la política. Los anarco-sindicalistas españoles, a la zaga del movimiento obrero de los países europeos industrialmente avanzados, creía hacer un formidable descubrimiento predicando un sindicalismo caducado, estéril, infecundo. A su entender, la clase obrera debía preocuparse solamente de pesetas y de jornales. Lo otro, la política, carecía de importancia, era una especulación puramente burguesa. De ese modo, al proletariado se le inutilizaba para toda acción eficaz en las horas difíciles de lucha social enconada. El 13 de septiembre [de 1923], la clase obrera catalana se mantuvo en la pasividad más completa.

El formidable acontecimiento político que acababa de sobrevenir no le dijo nada de momento. Para los anarcosindicalistas se trataba meramente de discusiones entre los bandos burgueses. A sus jefes, desorientados, confusos, sin saber qué hacer, no se les ocurrió más que ocultarse. Lo que acababa de ocurrir estaba por encima de sus cálculos.

La dictadura ganó la primera batalla: en Barcelona. La segunda victoria se la dieron los socialistas. El partido socialista, que no había sido destrozado por la reacción como los sindicalistas, tenía fuerzas para detener el movimiento. La declaración de huelga general en Madrid, que hubiera trascendido inmediatamente a Bilbao y Asturias, hubiese sido de efectos políticos indiscutibles. El personaje misterioso, que nadie nombra y que todos conocen, que intervenía en el affaire, ante una perspectiva revolucionaria, hubiera, muy valientemente, dado media vuelta. Con la huelga general en Madrid, los sindicalistas hubiesen tenido tiempo para reponerse de su estupefacción y lanzarse asimismo a la acción. El éxito de las grandes batallas puede depender de un momento. La rapidez en la maniobra puede decidir la victoria. El pronunciamiento pudo haber sido vencido el 13 de septiembre. El 14 era ya demasiado tarde. Se trataba de un giro político instantáneo. Los socialistas podían cambiar totalmente el aspecto de la situación. Pero no quisieron. Premeditadamente se abstuvieron. El golpe de Estado era para ellos la salvación que llegaba inesperadamente.”

¿Qué eran, en realidad, lo socialistas españoles?
Una vez el hecho consumado, los socialistas, sin titubear mucho tiempo, aceptaron el nuevo estado de cosas, encontrando en él toda una serie incalculable de ventajas. Les libraba de una catástrofe inminente. Anulaba, por lo menos temporalmente, a toda una serie de adversarios temibles. En la inmunda chirlata que fue la dictadura, los socialistas tenían pase para entrar y salir libremente. Todos los caminos se les abrieron. El Estado dictatorial les sonrió y los acarició con halago. Surgía para ellos de súbito un mundo de risueñas esperanzas.

Durante los cuatro años que precedieron al golpe de Estado, los socialistas habían atravesado instantes extremadamente críticos. En 1919 estuvieron a punto de desaparecer. Rozaron el abismo. El pánico que se apoderó de ellos fue inconmensurable. El “mane”, “thecel”, “phares” baltasariano apareció grabado en las paredes de la Casa del Pueblo. Sintieron que sus días estaban contados.

La gran avalancha obrera se dirigía hacia el sindicalismo. Las masas obreras proletarias y campesinas iban en tropel a la Confederación Nacional del Trabajo. Los sindicalistas, cuyos campamentos se encontraban en Barcelona, embriagados por sus éxitos, decidieron invadir toda España. Fueron a Madrid también. La Casa del Pueblo se tambaleaba. “El Noi del Sucre” y Pestaña daban conferencias sindicalistas en los salones de la socialdemocracia. La organización obrera de toda España estaba con los sindicalistas. A los socialistas les quedaba solamente, como puesto fuerte, el núcleo madrileño, que amenazaba ruina asimismo. Los Largo Caballero, Saborit, etc., habían hecho la señal de la cruz y se disponían a soportar la dura prueba de la ejecución. Todas las rutas parecían cerradas. No había ni un rayo de esperanza. Sólo un paso en falso del adversario podía evitar el asalto de la Casa del Pueblo y la decapitación de los santones socialistas. Los sindicalistas cometieron ese error. Ilusionados con su fuerza y su empuje, en vez de ir a tomar la Casa del Pueblo, esperaron pacientemente que se entregara a ellos. La socialdemocracia ganó un momento. Para ella era preferible un sitio largo a un asalto brusco e irresistible. En el ataque cuerpo a cuerpo, los socialistas hubieran perecido sin gloria y sin honor. En la espera, podían sobrevenirle al enemigo contratiempos en otros frentes. Y eso fue lo que ocurrió. El lock-out, en Barcelona, hizo variar la dirección de la lucha sindicalista. Las condiciones de la lucha se modificaron. Luego vino la represión contra el sindicalismo. Los socialistas, respiraron. Se habían salvado de milagro. Quedaban muy desquiciados, pero con vida, sin embargo. El enemigo había sido atacado con furia en otro sector y se veía obligado a efectuar un repliegue rápido. Se alzaba el sitio de Madrid... En los garitos de la Casa del
Pueblo, los rabadanes socialistas entonaban un “Te deum” de satisfacción. ¡Santo Dios, qué horas de terrible angustia habían pasado!

Las desdichas socialdemócratas, sin embargo, no habían terminado. Un nuevo cataclismo amenazaba la descomposición de sus filas, bastante malparadas por cierto después de la ofensiva sindicalista. Se trataba de la lucha interior entre partidarios de la Segunda y de la Tercera Internacional. El partido iba a dividirse en dos fracciones, que en adelante se combatirían encarnizadamente. La revolución rusa fue la piedra de toque para los partidos socialdemócratas. Fosilizados en gran parte, anquilosados, convertidos en un apéndice de la burguesía, había llegado la hora de definirse y de tomar posiciones. A un lado o al otro. La escisión se efectuó en marzo de 1921.”

Para explicar estas actitudes, Maurín hace un análisis duro y razonado de las características del socialismo español:

"El partido socialista descansaba sobre tres pilares: una masa proletaria, un crecido grupo de intelectuales, que le daban prestigio, y la burocracia interna apoyándose en la aristocracia obrera. Las masas proletarias, es decir, Vizcaya y Asturias, en buena parte, abandonan el viejo partido socialista. La “intelligentsia” se separó también. Los "pioniers" del partido, García Quejido, Perezagua y Acevedo, siguieron el impulso de la masa. Sólo se quedaron sosteniendo el tronado torreón la aristocracia obrera y los funcionarios reformistas, cuya acción, libre de toda traba, fue en adelante convertir el partido en un museo de antigüedades y en una pequeña bolsa de trabajo.

La escisión fue un rudo golpe para el partido socialista. En 1919 había tenido que soportar la tremenda ofensiva exterior, en 1920-1921 se dividía interiormente. Los mejores elementos, masas e intelectuales, se marchaban. La desaparición del partido socialista como factor político importante quedaba inscrita en la orden del día.

La represión de 1920-1921 contra los sindicalistas favoreció a la socialdemocracia. La persecución de que, al mismo tiempo, fueron asimismo objeto los comunistas, ayudó a los socialistas a recobrar fuerzas.

Pero, en 1922-1923, las cosas políticas cambiaron. El Ministro Sánchez Guerra, y luego la situación liberal “pour rire”, permitieron a los sindicalistas y a los comunistas rehacerse en parte. La socialdemocracia, dentro del movimiento obrero, fue atacada en dos sectores. Los sindicalistas recobraron paulatinamente las posiciones que tuvieron en 1919-1920. Cataluña, Levante, Zaragoza, Coruña, iban entrando de nuevo bajo su influjo. Las dos plazas fuertes más importantes que antes poseía la socialdemocracia, Vizcaya y Asturias, pasaban rápidamente a los comunistas, quedándole sólo Madrid y algunos núcleos dispersos por la Península, sin importancia específica alguna.

Hasta 1919, el sindicalismo y la socialdemocracia se respetaban mutuamente sus posiciones respectivas. Los primeros, teniendo como centro Barcelona, ejercían su influencia en Cataluña y Levante, y algo en Andalucía. La socialdemocracia, asentada en Madrid, dominaba en el Norte y se ensanchaba por Castilla. Las dos Españas, en el orden obrero se toleraban la una a la otra. Mas, en 1919, el sindicalismo halló las fronteras estrechas y buscó expansionarse. En 1922-1923, siguiendo este impulso, continuó minando las posiciones socialistas.

Por su parte, los comunistas, siguiendo una tácita distinta de la de los sindicalistas, procuraban quedarse dentro de la Unión General de Trabajadores para actuar en su seno en contra de la dirección reformista. Esta recurrió a la expulsión de sindicatos para librarse de la crítica y del control de una fracción políticamente adversa. No obstante, a pesar de todos los esfuerzos de los jefes socialistas para dificultar la intromisión comunista, quedaba siempre una pequeña minoría, que en todo momento encendía la mecha y provocaba explosiones. La paz no reinaba jamás en la Unión General de Trabajadores. El diablo de la discordia hacía estragos.

Los socialistas estaban, pues, atacados por los sindicalistas y comunistas. La fortaleza reformista, sometida a este asedio, tenía necesariamente que capitular, tarde o temprano. La situación era enormemente difícil.

No sólo esto. El panorama era, ciertamente, poco agradable en el terreno sindical. Por si esto fuera poco, en la arena política renacía otro contendiente, que volvía a proyectar su sombra sobre los socialistas: el movimiento republicano.

La socialdemocracia ha crecido en todos los países, atrayéndose una parte de los elementos que antes formaban parte del radicalismo pequeñoburgués. La descomposición del republicanismo aportaba fuerzas a los socialistas. Esta etapa histórica se vivió en España entre 1910 y 1920. El crecimiento de la socialdemocracia en Madrid se hizo sobre la base de la pulverización del republicanismo.

La debilidad de partido socialista como resultado de la escisión surgida en 1921 y de la ofensiva sindicalista, así como su incapacidad congénita para comprender la importancia de los problemas políticos y su reacción ante ellos, hicieron que el partido socialista fuese aventajado por los republicanos en la acción política que tuvo lugar en 1922-1923, a consecuencia del desastre de Marruecos. El republicanismo conquistaba fuerzas que la socialdemocracia le había arrebatado. Perdido el núcleo intelectual, el partido socialista, como partido pequeñoburgués, era inferior realmente al partido republicano. Este ascendía en la proporción que la socialdemocracia bajaba.

Tal era el panorama, con respecto al partido socialista, en septiembre de 1923. En las esferas dirigentes reinaba el pánico más atroz. Después de un pequeño crecimiento, en 1917, tenían que constatar una disgregación rápida y una próxima muerte inevitable. Los tres frentes dirigidos contra la socialdemocracia bombardeaban sin compasión. La hora de la derrota total, definitiva, no podía hacerse esperar. Únicamente un cambio brutal de la política general de España podía evitar la catástrofe. Sólo un golpe de Estado, que hiciera enmudecer a los tres adversarios que cañoneaban contra los socialistas y garantizara a estos últimos la existencia, lograría modificar las siniestras perspectivas.

El golpe de Estado era tan indispensable a los socialistas como a la Monarquía, al Militarismo, al Clero, al capital bancario y a la gran burguesía industrial. Los socialistas comprendieron enseguida el alcance de la mutación política, y, sin perder momento, prestaron a los nuevos señores todo su concurso. La dictadura, como recompensa, persiguió a comunistas y sindicalistas. Sin estos enemigos temibles, el partido socialista tendría tiempo y ocasión para fortalecerse y trocarse en un gran partido, en la quinta rueda del sistema burgués. Ese era, al menos, el pensamiento de Largo Caballero y compañía.”

Hay en el movimiento obrero español una dualidad que no es solamente ideológica y que Maurín, formado en Cataluña, ligado al movimiento obrero catalán, comprende mejor que los socialistas y que los propios anarcosindicalistas:

“La capital de la España medieval tenía que ser Toledo, Valladolid o Madrid; es decir, una plaza en el centro de la estepa castellana. Es lógico que el feudalismo procurara la defensa de sus posiciones.

Con el descubrimiento de América y el progresivo desarrollo de la burguesía, la capital debía ser Lisboa o Barcelona. En uno o en otro caso, la burguesía que hubiera crecido en la capital hubiese acabado por asaltar el Estado, realizando la revolución burguesa. Esto es lo que Felipe II comprendió bien, asentando la capital en el desierto.

En Madrid no hay gran burguesía. En cambio, es el foco de todos los restos del feudalismo. La pequeña burguesía madrileña, la más radical de España, precisamente porque tienen que enfrentarse con la reacción feudal, no puede ganar por sí sola una revolución que subvierta los fundamentos de la estructura histórica de España.

Madrid es la capital oficial de España, pero la capital efectiva, real, es Barcelona. Todos los grandes acontecimientos politicosociales sobrevenidos en España durante los últimos años han tenido lugar en Barcelona o han sido inspirados en Barcelona. Y esto tanto en el campo obrero como en el dominio de la burguesía.

La explosión proletaria más sensacional, más gigantesca que hasta comienzos de siglo se había dado en España fue la huelga general de Barcelona del año 1902, que constituye un jalón imperecedero en la historia de las luchas sociales en nuestro país. La Solidaridad Catalana, 1906-1907, y toda la serie de hechos políticos que de ella se derivaron -antimilitarismo, ley de Jurisdicciones, cuestión catalanista- estremecieron la política general de España. El 1909 rojo, que pudo haber sido una revolución trascendental, ocurrió en Barcelona y no en Madrid. En 1917, la aparición de las Juntas de defensa y la Asamblea de Parlamentarios surgen asimismo en las Ramblas. El 1919 sindicalista, tumultuario, soviético, fulgurante, es hijo de Barcelona. El golpe de Estado, en 1923, se da cerca de la estatua de Colón...

Esta característica diferencial entre Madrid y Barcelona debió haber sido comprendida por los primeros propagadores del movimiento obrero. Hacer de Madrid el centro de la clase trabajadora significaba consagrar la escisión permanente del proletariado español.

Pablo Iglesias se apartó de Barcelona, dejando el campo libre a todas las experiencias anarquistas y a la demagogia de la pequeña burguesía por las mismas razones que el feudalismo había trocado un villorrio insignificante en capital de España. Pablo Iglesias, representante típico del oportunismo socialista, de la colaboración de clases, comprendió que Barcelona como centro obrero de España crearía la unidad de la clase trabajadora frente a la dualidad de la burguesía -agraria e industrial-, lo cual sería causa de perturbaciones políticas de gran alcance. Barcelona, inspiradora del movimiento obrero, significaría el triunfo de la corriente revolucionaria y la derrota de la tendencia reformista. Pablo Iglesias, guiado más por los intereses de la burguesía que por los de la clase obrera, consagró la escisión proletaria, dejando Barcelona a merced del azar.

Este fue el primer gran pecado de la socialdemocracia española.

La protesta contra los crímenes horrorosos de Montjuic fue llevada a cabo por la pequeña burguesía. El socialismo se mantuvo en una actitud de soberana indiferencia o manifestó un intervencionismo de encargo, puramente formal.

La huelga general de 1902, no sólo fue objeto del boicot por parte de los socialistas, negándose a colaborar, sino que Pablo Iglesias y su grupo se esforzaron porque las Trade-Unions británicas, que se disponían a ayudar a los huelguistas moral y materialmente, desistieran de sus propósitos.

Después de esta huelga general famosa, Barcelona obrera daba por terminada una etapa -la anarquista- y se disponía a emprender otro sendero. ¿Cuál? El proletariado no encuentra empíricamente su camino. Dejado a su libre impulso, sin guía doctrinal, cae en un estrecho corporativismo o se deja arrastrar por la pequeña burguesía radical.

El momento era llegado para que el partido socialista se adueñara de la dirección del proletariado catalán y surgiera un formidable partido obrero en España. Esto hubiera cambiado del todo la dinámica de la política habitual del país. La aparición de un partido obrero revolucionario con una base inexpugnable en Barcelona hubiese sido un estampido de cañón en la mitad de la noche.

La acción de masas que tuvo lugar con el lerrouxismo hubiera poseído otro carácter más sólido, más taladrante. La clase obrera hubiese ayudado, en 1906, a la burguesía catalana a imponer la revolución democrática, en vez de hacer la política favorable al Estado que siguió Lerroux. La revolución burguesa tenía la victoria segura con la clase obrera como aliado.

Pero la socialdemocracia se alejó de Barcelona una vez más.

En 1909, las masas obreras de Cataluña, impulsadas por la necesidad histórica de la revolución, se insurreccionaron. Aquel movimiento, caótico, incoherente, sin dirección, fue, sin embargo, una de las páginas más brillantes del proletariado español. La clase obrera, dirigida por la pequeña burguesía, se equivocó en el ataque. Cayó sobre el clericalismo en lugar de lanzarse al asalto del Estado. Quemó conventos e iglesias en vez de tomar los cuarteles, Montjuic, Capitanía, el Gobierno civil, los Bancos. No obstante su error básico, aquella protesta encendida merecía el apoyo entusiasta de todos los trabajadores españoles. La revolución de julio, triunfante en Cataluña, pudo ser ahogada en flor, exterminada violentamente, porque el resto de España se mantuvo en la mayor pasividad. Si la insurrección hubiese estallado al mismo tiempo en Vizcaya, Asturias y Madrid, el aspecto del movimiento hubiera sido otro, conduciendo irremediablemente a la lucha por el Poder. Pero la defección de la socialdemocracia se dio la mano con la pequeña burguesía aterrorizada. Socialistas y lerrouxistas se movían siguiendo el mismo impulso. La reacción pudo poner en práctica todos los medios para aplastar a los “sansculottes” del Paralelo. La responsabilidad del fracaso y del asesinato de Ferrer corresponde por igual a Lerroux y a Pablo Iglesias.

Después de 1909 empieza el declive del radicalismo. La clase obrera catalana ha comprendido, tras una dura experiencia, que la dirección de las masas proletarias ejercida por la pequeña burguesía conduce al desastre. La reacción natural es el odio a la política, ya que la política ensayada ha sido catastrófica. Es el partido socialista quien con una labor revolucionaria tenía que enseñar a las clases trabajadoras que hay una política obrera y otra burguesa, una democracia obrera y otra burguesa, y que los objetivos de dos clases diferentes en manera alguna pueden ser idénticos. El partido socialista, como en el último cuarto del siglo XIX y como a comienzos del XX, dejó de cumplir con su deber. El movimiento obrero catalán fue orientándose hasta el sindicalismo y apartándose de la acción política.”

La crítica de la socialdemocracia no puede separarse del análisis de la historia contemporánea del país:

“En 1917 vuelve a manifestarse en España la crisis revolucionaria. Ahora la socialdemocracia es fuerte y puede desempeñar en los acontecimientos un papel importantísimo. Las masas obreras se orientan hacia el partido socialista y quieren convertirlo, a pesar suyo, en un instrumento de combate y de conquistas políticas. La socialdemocracia podía entonces, actuando dignamente, obtener la hegemonía del proletariado español.

La huelga general de agosto de 1917 era el comienzo de la revolución. En ese momento la burguesía no estaba aún tan aterrorizada por las perspectivas inciertas como tres meses más tarde. La burguesía, que quería el Poder y no sabía cómo ganarlo, lo hubiese recibido gracias a la acción revolucionaria de las masas obreras.

Pero en la hora decisiva los socialistas se batieron en retirada. La huelga general fue asesinada por la espalda por aquel Comité de ilustres revolucionarios integrado por Besteiro, Largo Caballero y Saborit. El movimiento de agosto era apuñalado por Cambó y por los socialistas. El sincronismo político de socialistas y gran burguesía se repetía una vez más. No había de ser la última. En la hora decisiva, seis años más tarde, estarían a un mismo lado de la barricada.

En el verano de 1920, Salvador Seguí, con la intuición perfecta del giro de los acontecimientos, salió de Barcelona a Madrid y obligó a Largo Caballero a firmar un pacto entre la Unión General de Trabajadores y la Confederación Nacional del Trabajo. Se convenía que cuando una de las dos organizaciones fuese atacada por el Gobierno, la otra ofrecería su concurso. Los socialistas aceptaron el pacto sin ningún entusiasmo. Seguí quería formar un potente bloque para desvirtuar el ataque a muerte que la burguesía catalana se disponía a emprender.

El fuego se rompió al cabo de pocos meses, a últimos de noviembre. Martínez Anido fue nombrado gobernador civil de Barcelona, recibiendo plenos poderes para “restablecer la calma”. El Estado Mayor sindicalista: Seguí, David Rey, Botella, etc., fue deportado a Mahón; Layret cayó acribillado a balazos. Empezó la “pacificación”.

La Unión General de Trabajadores, con arreglo al pacto acordado y, aunque el pacto no hubiera existido, por un deber ineludible de solidaridad proletaria, tenía que movilizarse rápidamente para salir en defensa de los obreros ametrallados.

La Unión General de Trabajadores recibió de los núcleos sindicalistas el aviso para ir a un paro general; pero la Unión General de Trabajadores no se movió. Dejó que en Barcelona se asesinara impunemente y que las cuerdas de deportados recorrieran todas las carreteras de España. No hubo de su parte la menor protesta activa.”

La conclusión del análisis de las fuerzas políticas españolas es que la destrucción del régimen político ya no la pueden hacer los republicanos, la pequeña burguesía, sino que ha de ser obra de la clase trabajadora. Lo dice Maurín con las frases más encendidas del libro, que recuerdan al Maurín orador: voz sorda, gestos tajantes, mechón sobre la frente, frases cortas como puñetazos:

“Hay algo que los republicanos no comprenden. Y es que la Monarquía no es el rey, sino todo lo que ella encarna. La fuerza de la Corona, su vivacidad, a pesar de todos los contratiempos, radica en su valor representativo. La Monarquía es una Sociedad Anónima cuyos accionistas principales son la Iglesia, el Militarismo, las oligarquías financieras, el Banco de España, la Aristocracia, los grandes latifundistas y, los elevados dignatarios de la máquina del Estado. En esta Sociedad Anónima, el monarca desempeña las funciones de presidente. La Sociedad Anónima monárquica sabe que la deposición del presidente puede ser causa de una grave crisis interior. Por eso la defensa del rey es la defensa propia. De ahí la firmeza de la Corona.

Los republicanos, excesivamente simplistas, no ven en esa monstruosa Sociedad Anónima más que la figura que está en la cúspide, es decir, el rey. Y creen que hacerlo bajar de su sitial es fácil y ello lo resuelve todo.

Y, sin embargo, no es así. Es la Monarquía en totalidad la que hay que abatir. Y esto no puede hacerse sin una profunda revolución.

El rey pudiera un día ser destronado en virtud de una algarada militar. Pero la gran Sociedad Anónima monárquica, ¿desaparecería automáticamente por un golpe de varita mágica? Toda la raigambre de intereses que se concentran alrededor de los restos feudales, de los que la Monarquía no es más que la clave de bóveda, con la inercia que comunica una persistencia de siglos y siglos, no puede saltar si no es mediante una mina cargada de dinamita. Sólo una revolución que socave las entrañas de la sociedad actual pulverizará la agrietada, pero firme aún fortaleza de las supervivencias feudales.

Naturalmente, esta revolución creadora no puede ser obra de los republicanos. No la llevaron a cabo cuando tenían fuerzas suficientes. Menos la harán ahora. Los republicanos, como máximo, podrán producir un engendro híbrido, como el de 1873.

La gran revolución española será la clase trabajadora quien la lleve a cabo.”

El libro contribuyó a aclarar las ideas y dio unos objetivos definidos a muchos comunistas sin organizar y a la Federación misma. Del análisis se derivaban una estrategia y una táctica, que Maurín aplicará en los años sucesivos: alentar toda conquista que acelere la revolución democráticoburguesa y oponerse a toda medida que la retrase.

Maurín preveía un periodo de ilusiones obreras con la República. Los socialistas no hablaban de medidas sociales, sino sólo políticas. La gente estaba tan descontenta con la monarquía, que pensaba sólo en el cambio formal de régimen. Los anarquistas, a pesar de su tradicional apolítica, ayudaban a los republicanos sin hacer nada para obligarlos a adoptar posiciones sobre las cuestiones sociales. La república aparecía, para la mayoría, como una panacea. Maurín sabía que no podía serlo y su análisis de la historia moderna de España lo llevaba a concluir que había que empujar hacia la proclamación de la República, pero al mismo tiempo vacunar al proletariado contra las ilusiones republicanas para que no dejara de presionar y no abandonara su misión del momento: hacer la revolución democráticoburguesa.

El grupo de “La Batalla” iba, pues, contra la corriente. Se encontraba aislado del Partido oficial (así lo llamaremos en lo sucesivo, porque así era como se le conocía en el movimiento obrero español, donde a los comunistas también los llamaban “chinos” o, por extensión “coletas”, porque hablaban más de la revolución china que de la española). A los republicanos y socialistas, el de “La Batalla” les parecía un grupo de mal agüero. Las direcciones socialistas y anarquistas eran impermeables a la propaganda, pero no las masas. Y a éstas, a la base de la CNT sobre todo, se dirigía “La Batalla”. Fueron las masas las que indujeron a sustituir el gobierno de un general -Juan Bautista Aznar- y a éste a convocar elecciones municipales. Las masas también impulsaron a los republicanos a unirse, firmando el llamado Pacto de San Sebastián en agosto de 1930, y luego a constituir un Comité Revolucionario de republicanos, socialistas y catalanistas de izquierda. Algunos militares (entre los cuales el coronel piloto Ramón Franco, y el general Gonzalo Queipo del Llano) se sublevaron en Madrid y luego los capitanes Fermín Galán y José García Hernández se sublevaron en Jaca en diciembre de 1930. Estas sublevaciones no reflejaban a los dirigentes guiando a las masas, sino a las masas empujando a los dirigentes. Esta situación de superioridad de las masas con respecto a sus dirigentes se repetirá diversas veces, en 1934, en 1936, en 1937. En las masas, pues, había que confiar para formar un partido capaz de llevar a la revolución democráticoburguesa.

De momento el grupo de “La Batalla” debía limitarse a la propaganda de sus puntos de vista, a través de su semanario y de una revista mensual teórica, “La Nueva Era”, cuyo primer número salió en París en enero de 1930 y los sucesivos en Barcelona. Otro semanario se hizo eco de esos mismos puntos de vista, a los que sus redactores habían llegado por su cuenta y también como eco del libro de Maurín: “L'Hora”, que apareció en catalán a partir de diciembre de 1930. Los que publicaban este semanario se consideraban comunistas, pero no estaban afiliados al Partido Oficial. Muchos de ellos formaban parte del Partit Comunista Català.

A fines de julio de 1930 Maurín es detenido y está unas semanas en la prisión. El 2 de octubre, firma un manifiesto de protesta por la detención y expulsión a Francia de Francesc Macià, que había regresado. En la cárcel están también Jordi Arquer y algunos otros elementos del PCC, amigos de Maurín. Hablan con éste sobre todo de la cuestión catalana y cuando se convencen de que su posición sobre ella, expresada en su libro, es sincera, deciden trabajar juntos para formar con la Federación y el PCC un solo partido.

Los hechos pesaban mucho y los hechos exigían un partido nuevo. En la Federación, algunos conservan todavía la esperanza de cambiar al Partido oficial, y en el PCC algunos no creían en la separación real de la Federación y el Partido oficial. Pero se siguió hablando de las posibilidades de fusión.

Hubo una reunión clandestina de militantes de la Federación, en una playa cercana a Barcelona. La mayoría se mostró favorable a la fusión. La ruptura con el Partido quedó, pues, confirmada. Varios, de los que se opusieron a la fusión decidieron quedarse en el Partido y otros siguieron en la Federación (algunos de los cuales, más tarde, regresaron al Partido, mientras que la mayoría permanecieron leales a la Federación y, con el tiempo, comprendieron que no era posible cambiar al Partido desde dentro).

Por la misma época, en octubre de 1930, el PCC celebró su congreso. La mayoría se pronunció por la fusión. Un grupo de profesionales, sin embargo, se opuso a ella y se quedó fuera. Entre ellos había el que figuraba como propietario del semanario “Treball” (puesto que siendo el PCC ilegal, no podía, lógicamente poseer un periódico legal); y se negó a devolver el periódico al PCC. Esto hizo posible que “Treball”, que no volvió a aparecer más que esporádicamente, se convirtiera durante la guerra civil en el órgano de los comunistas de Barcelona, puesto que con ellos acabó quien había retenido la propiedad del título.

Entre tanto, en septiembre de 1930, Andreu Nin había regresado a Barcelona. Maurín esperaba que una vez volviera a sentirse en su casa, los hechos inducirían a Nin a ingresar en el futuro partido resultado de la fusión ya decidida. Nin mismo, durante un tiempo lo creyó también y así se lo escribió a Trotski (2).

Nin se encontraba atraído por dos influencias contradictorias. Por un lado, la enorme influencia de su experiencia rusa y su afecto personal por Trotski. Por otro lado, la realidad del país, que no encajaba en los clichés de la Internacional ni en los de Trotski. No puede participar en la política activa, porque el grupo trotskista es ínfimo. El 23 de octubre, informa a Trotski de sus impresiones de regreso:

“Actualmente tenemos: 1) el Partido [comunista] oficial, que no tiene ninguna fuerza efectiva y cuya autoridad en las masas es nula; 2) las Federaciones Comunistas de Cataluña y Valencia, excluidas del partido, y que, en realidad, junto con los grupos más influyentes de Asturias y de otros lugares, constituyen, de hecho, un partido independiente; 3) el Partit Comunista Català, que tiene un buen equipo dirigente y cuenta con cierta influencia entre los obreros del puerto de Barcelona y domina el movimiento obrero de Lérida, y 4) la Oposición de Izquierda [trotskista], que no tiene ninguna fuerza en Cataluña.”

Una semana después (el 2 de noviembre), habla a Trotski de Maurín, que, “a pesar de sus vacilaciones, es un camarada muy inteligente y, sobre todo, muy honrado”. “La Batalla” le parece “confusionista” y espera que Maurín pronto se hará trotskista. “Sería una adquisición de gran valor, pues es muy apreciado y muy honrado. Podríamos perder todo esto si lo atacáramos de un modo demasiado injustificado”.

A fines de diciembre de 1930, Nin se encuentra en la Cárcel Modelo, detenido después de la huelga general que apoyó, en Barcelona, la ya citada sublevación militar de Jaca, y escribe desde allí un artículo a “L'Hora”, en el cual defiende el mismo punto de vista de Maurín, sobre la necesidad de que el proletariado haga la revolución democrático-burguesa.

Nin se encuentra, pues, entre la espada y la pared: quisiera ingresar en el partido que se está preparando y sabe que en él tendría un buen lugar, pero al mismo tiempo, por lealtad con Trotski, considera que esta entrada debería ser para conquistar el nuevo partido y convertirlo en trotskista. Cuando, en febrero de 1931, se habla de elecciones legislativas, Nin anuncia al jefe bolchevique que la Federación lo presentará en candidatura y propone que dos trotskistas de Madrid ingresen en la Federación. Ante el anuncio de esas elecciones, “L 'Hora” sugiere que se forme una candidatura de presos políticos. Pero no habrá elecciones legislativas, sino sólo municipales, y esta iniciativa no se llevará a la práctica.

Los hechos van más deprisa que las negociaciones para la fusión de la Federación y el PCC. La sublevación de Jaca y la huelga general de Barcelona impiden que el congreso de fusión se celebre en diciembre, como estaba previsto. Militantes de ambos grupos en la cárcel y en la calle, conviven ya de hecho como miembros de un mismo partido.

Precisamente porque los acontecimientos van deprisa, es necesario diferenciar las posiciones. La Federación publica en “La Batalla”, una carta abierta al Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista, en la cual expone sus críticas a la línea del Partido: la dirección del Partido oficial no ha hecho absolutamente nada para crear en Vasconia, en Galicia, en Andalucía, un movimiento de independencia nacional íntimamente ligado a la clase obrera revolucionaria. La carta señala cuál debería ser la política del Partido, en este terreno: “Somos partidarios de un Estado por cada nación”. Propone, además, la formación de juntas revolucionarias, ya que parecía absurdo pedir, como hacía el Partido, todo el poder para los soviets, cuando en España nunca hubo soviets y muy pocos sabían la que eran. La junta es la forma española, espontánea, de organización del contra-poder que aspira a convertirse en poder. Finalmente, la carta prometía “luchar con todas las fuerzas” por la realización total de la revolución democrática (3).

Los acontecimientos hacen lo que los comentaristas llaman precipitarse. Cae el gobierno del general Berenguer una vez la oposición republicana anuncia que no participará en las elecciones legislativas convocadas por el general. Substituye a éste el almirante Aznar. El 20 de marzo de 1931 tiene lugar en Madrid la vista de la causa contra los miembros del Comité Revolucionario, por haber firmado un manifiesto republicano en diciembre. Seis meses de cárcel a cada encartado. El 22 de marzo, el gobierno restablece las garantías constitucionales y convoca elecciones municipales, como una prueba de su deseo de volver a la constitucionalidad y con la vana esperanza de que unas elecciones habitualmente administrativas no adquieran carácter político.

Ante todo esto y el futuro, hay que fijar posiciones. Los militantes del PCC y de la Federación se reúnen, en grupos, en casas particulares o en cafés, y van redactando textos políticos, de organización, sindicales. A base de esos textos Maurín y unos pocos más escriben las tesis que discutirá y aprobará el congreso de fusión y que serán la plataforma del nuevo partido. Las células de los dos partidos, al recibir la copia mimeografiada de esas tesis, las discuten y proponen enmiendas.

Hay que dar forma oficial a la fusión, que ya existe de hecho. El congreso convocado para diciembre puede reunirse, finalmente, en marzo de 1931, en un bar de la ciudad fabril de Terrassa.

Uno de los asistentes, al ver el reducido número de delegados, comenta:

-Estamos en familia-. Y agrega, para consolarse: -Menos eran los primeros bolcheviques...
 
Notas del capítulo 1
(1) Manuel Buenacasa: “El movimiento obrero español”. Barcelona, 1928, pp. 109, 71,72 y 110.
(2) Joaquín Maurín: “Hombres e historia”, serie de artículos en “España libre” de Nueva York, a partir del 19 de febrero de 1960.
(3) Maurín, op. cit.
(4) Andando el tiempo. Maurín adoptó una actitud más crítica sobre la fundación de la Tercera Internacional. En 1960 (op. cit), en efecto, escribió que al fundar la Internacional "Lenin cometió un grave error de enfoque cuyas repercusiones fueron desastrosas para el movimiento obrero mundial y para la causa de la democracia. En 1919, Lenin creía que la revolución rusa era el comienzo de la revolución mundial y procedía en consecuencia. A su modo de ver, la Tercera Internacional agruparía a las fuerzas revolucionarias de todo el mundo y la toma del poder político y económico por la clase trabajadora se produciría con la facilidad con que el fruto cae del árbol cuando está maduro. Ideológicamente, Lenin era una mezcla de socialista marxista y socialista utópico. Su marxismo "científico" tenía mucha ganga utópica... En la concepción de la Tercera Internacional el utopista se sobrepuso al marxista. La Tercera Internacional no produjo la revolución mundial, sino la contrarrevolución mundial. La clase obrera quedó dividida en dos organizaciones rivales y por la brecha abierta penetró poco después el fascismo".
(5) Joaquín Maurín: “Revolución y contrarrevolución en España”, París. 1966. Apéndice, p. 258.
(6) Para más detalles véase de Víctor Alba: “La formació d'un revolucionari: Andreu Nin”. Barcelona, 1973.
(7) Para la interpretación de los acontecimientos españoles por el delegado de la Internacional, consúltense: Jules Humbert-Droz: “Dix années au service de l´Internationale Communiste”. Ginebra, 1971. Su conocimiento de España era tan superficial que hubo casos, según él mismo cuenta, en que, estando en España, se enteró de una huelga general por los diarios.
(8) Maurín: “Revolución y contrarrevolución en España”, p. 266.
(9) Para más detalles sobre este viaje de Macià, véase de Víctor Alba: “La formació d'un revolucionari: Andreu Nin”. cap. 3.
(10) José Bullejos: “Europa entre dos guerras”. México, 1945. pp. 100-101.
(11) Joaquín Maurín: “El Bloque Obrero y Campesino”. Barcelona, 1932, pp. 13-17.
(12) Maurín: “El Bloque Obrero y Campesino”, p. 18-19.
(13) José Bullejos: op. cit. p. 127-128.
(14) En realidad, me afirma Maurín en 1972, la Federación Catalano-Balear no envió ningún delegado, porque se consideraba ya separada del Partido, pero la dirección de éste escogió a dos militantes a los que atribuyó la representación de la Federación. Bullejos no lo dice así porque él, entonces, formaba parte de esta dirección.
(15) Es interesante comparar esta versión, dada por el dirigente máximo del Partido en 1930, pero escrita cuando ya no formaba parte del movimiento comunista, con la que da un equipo de militantes actuales del Partido, encabezado por Dolores Ibarruri ("La Pasionaria"), todos los cuales, en 1930, eran simples miembros. Esta versión se encuentra en la Historia del Partido Comunista de España (París, 1965. p. 82).
Notas del capítulo 2
(1) Nin había estado en la Profintern hasta el 1928. Después de inclinarse por Bujarin, manifestó su simpatía por Trotski y fue despedido de la burocracia de la Internacional Sindical Roja, a cuyo servicio, antes, había hecho viajes clandestinos a Italia, Alemania y Francia (donde fue detenido y expulsado). Después de vivir varios meses de traducciones, le permitieron salir del país con su mujer -una rusa-, y sus dos hijas. Naturalmente, se instaló en Barcelona, puesto que, caída la Dictadura, se permitió el regreso de los exilados.
(2) Para más detalles sobre Nin, véase de Víctor Alba: La formació d'un revolucionari: Andreu Nin, Barcelona 1973. La correspondencia entre Nin y Trotski se encuentra fragmentada, en “La Révolution espagnole”, Etudes Marxistes núms. 7-8, París, 1969.
(3) Como curiosidad histórica, señalemos que quince años más tarde, un trotskista mexicano que estaba en España durante la guerra civil, G. Munis, en su libro Jalones de derrota, promesa de victoria, México, 1948. p. 59, calificaba esta carta abierta de centrismo estalinista y de nacionalismo pequeño-burgués, porque admitía la posibilidad de luchar por la revolución democrática independientemente de la revolución socialista. 

  G. Munis   JALONES DE DERROTA PROMESA DE VICTORIA
Crítica y teoría de la revolución española  (1930-1939)

Revolución y contrarrevolución en España, de Joaquín Maurín


Hacia la segunda revolución, de Joaquín Maurin


3. El Bloque Obrero y Campesino

El congreso de Terrassa debía enfrentarse a dos cuestiones fundamentales: cuál era la realidad del país y cuál querían que fuera en el futuro, por un lado, y por el otro qué tipo de organización era la más adecuada para luchar por transformar esta realidad en la que deseaban.

La mayoría de los participantes eran jóvenes, formados bajo la Dictadura, sin experiencia política ni sindical, pero había un puñado de viejos militantes cenetistas y de la primera hora del Partido Comunista, con una larga experiencia de combate
obrero.

Los problemas que se les planteaban eran inéditos. Había que inventar soluciones y respuestas. Poco les valía que otros también lo hicieran, porque rechazaban sus posiciones: las del apoliticismo sindicalista, las del colonialismo ideológico comunista, las de la evasión republicana. La visión de la realidad española que tenían los reunidos era única, nueva, distinta de todas las restantes.

Esta visión se sintetizó en las tesis políticas aprobadas, que había preparado Maurín. España necesitaba una revolución democrático-burguesa que debía realizar la clase obrera, puesto que la burguesía se había mostrado incapaz de hacerla. Así se abriría el camino hacia la revolución socialista. Esta revolución debía llevarse a cabo con completa independencia internacional, sin someterse a ninguna línea política que no fuera determinada por los propios obreros de la Península.

Esto marcaba ya la posición internacional del nuevo partido. No se afiliaría a ninguna de las Internacionales existentes, y defendería la revolución rusa sin abandonar por esto el derecho y el deber de criticar lo que considerara errores de sus dirigentes. Se opondría al colonialismo y al imperialismo, apoyaría los movimientos de emancipación nacional y las rebeliones coloniales.

Una cuestión que, dada la diversidad de origen de los congresistas, preocupaba a muchos, era la posición del nuevo partido frente al problema catalán. Las tesis del Congreso sobre él lo presentaban no como un problema aislado, sino relacionándolo con las cuestiones más generales de las nacionalidades ibéricas y también de las reivindicaciones de la revolución democrática:

Los comunistas de Cataluña, que no olvidan la doble esclavitud que sufrimos como trabajadores sometidos a una burguesía y como catalanes dominados por un poder extranjero, reclaman el derecho de Cataluña, el derecho de todas las nacionalidades ibéricas, a la libre determinación de su propio destino, hasta la separación inclusive.

No queremos decir aquí que nos separemos de otros pueblos de Iberia. Queremos solamente decir, que como comunistas partidarios del libre albedrío de los pueblos, no nos podemos oponer si reclaman esta libertad y se organizan por separado de las otras nacionalidades que constituyen España.

Naturalmente, no confundimos este derecho con las necesidades de una burguesía cualquiera, que quiera proclamarse autónoma a causa de sus necesidades económicas de clase.

Pero, partidarios de un Estado por cada nación, los comunistas de Cataluña invocan la organización de todas las naciones ibéricas en una federación de estados agrupados sobre la base de un reconocimiento mutuo de una completa libertad interior.

Nuestra reivindicación es, en lo que se refiere a la cuestión nacionalista: Unión de las Repúblicas Ibéricas. En lo que concierne a Marruecos pedimos su abandono total. Que los marroquíes se organicen como quieran. No tenemos el derecho de intervenir en sus decisiones”.

Pero tener posiciones que se consideran justas no es garantía de que las mismas influirán en la realidad. Precisa una organización que consiga para ellas la adhesión de las masas. ¿Cuál debía ser esa organización? Los congresistas no estimaron que un simple partido comunista, aunque independiente de la Internacional, bastara. La masa obrera no sabía lo que el comunismo era y su formación marxista era levísima. Había pues, el riesgo de que si el programa y la acción del nuevo partido atraían a mucha gente -y los congresistas lo esperaban-, esa gente, sin formación marxista, acabaría dando al partido un tono que los reunidos en Terrassa no consideraban el apropiado a las necesidades del país.

El nuevo partido debía ser democrático y regirse por la voluntad de sus militantes, libremente expresada, después de libres discusiones periódicas y espontáneas. Pero un partido así, en un medio con pocos marxistas, podía dejar pronto de ser marxista. ¿Cómo resolver esta situación? La solución surgió cuando se propuso crear un partido con dos niveles, uno de marxistas militantes y otro, por decirlo así, de noviciado, de simpatizantes, para que, una vez la experiencia les hubiera formado, pasaran a ser militantes del otro nivel.

¿Qué nombre dar a esas dos organizaciones de un mismo partido? Se discutió mucho sobre esto. En los congresos, las cuestiones de táctica suelen ocupar mucho más tiempo que las de principio. Finalmente, el congreso encontró la solución: habría una Federación Comunista Catalano-Balear, de la que formarían parte todos los miembros de la Federación y del PCC, los cuales desaparecían, y a la cual irían entrando los miembros de la otra organización, una vez preparados y educados políticamente. Esta otra organización, que se esperaba que fuera de masas, debía tener un nombre atrayente, que sintetizara su carácter. El nombre fue el de Bloc Obrer i Camperol (Bloque Obrero y Campesino), que pronto fue conocido por BOC. Recordaba una consigna de la Tercera Internacional en 1927, la de formar bloques de obreros y campesinos. Pero parecía adecuado a la situación social del país.

El nombre, además, sonaba bien lo mismo en catalán que en castellano. ¿Para qué preocuparse de esto en un partido que tenía su base solamente en Cataluña? Por dos razones: porque una buena parte del proletariado catalán era inmigrado, de habla castellana, y porque el nuevo partido aspiraba a extenderse con el tiempo, al resto de España (1).

El Congreso eligió un Comité Central, que a su vez designó un Comité Ejecutivo, en los cuales había por mitad elementos procedentes del PCC y elementos de la Federación. El primer Comité Ejecutivo del Bloque estaba formado por Joaquín Maurín como secretario general, y por David Rey, Pere Bonet, Miquel Ferrer, Jordi Arquer y Víctor Colomer. Cuando la fusión se realizó a nivel local, donde la exigüidad de los grupos muchas veces no permitía preocuparse de las cuestiones de paridad, el nuevo partido llegó a tener 700 miembros (2).
Esos setecientos afiliados eran todos militantes y todos conocidos en sus lugares de trabajo, en su sindicato, ateneo, pueblo o barrio. Todos habían participado en las actividades contra la Dictadura.
Los acontecimientos llamaban a la puerta. Se habían convocado elecciones municipales. La Esquerra Republicana de Catalunya, partido de clase media organizado por Macià, cuando finalmente la policía le permitió regresar a Barcelona, propuso al Bloque entrar en la coalición electoral que había establecido con la Unió Socialista de Catalunya. El Bloque declinó, porque las elecciones eran una oportunidad de darse a conocer. Por otro lado, el programa de la Esquerra era vago y el del Bloque, muy concreto (3).
El Bloque presentó candidatos en los pueblos donde tenía sección (una decena, de momento, la mayoría en Lérida) y en casi todos los distritos de Barcelona (4). Todos los dirigentes del Bloque fueron candidatos a concejal. Ninguno, claro, esperaba triunfar. La campaña electoral fue breve y poco intensa, por falta de organización y de dinero. Pero así y todo permitió exponer un programa municipal que puede resumirse con una frase: ni un céntimo para los barrios de los ricos, todo el dinero para los barrios obreros. Pedía también la construcción de un edificio para alojar a sindicatos y partidos obreros, subsidio para los obreros en paro forzoso (que no existía entonces), cobro de impuestos a conventos e iglesias (que no los pagaban), municipalización de los servicios públicos e importación de trigo soviético para abaratar el pan, así como revisión de las fortunas de los concejales de los últimos treinta años y anulación de los contratos turbios aprobados por el ayuntamiento durante la Dictadura (cuyos miembros habían sido nombrados por el gobierno y no elegidos). El programa reflejaba mucha inexperiencia, puesto que en vez de dar dos o tres consignas claras, contundentes, se dispersaba en veinte reivindicaciones detalladas. De todos modos, fue el único clasista que se presentó. Pero el Bloque no sólo era novicio en cuestiones políticas, sino también en técnica electoral. Muchos de los candidatos no habían votado nunca. El que más votos obtuvo llegó a los 2.176 en la ciudad de Barcelona.
Las ilusiones populares, que Maurín preveía y temía, dieron la victoria al partido que menos la esperaba: la Esquerra. Macià, el político que la gente consideraba como un iluminado soñador, había fascinado a las masas. Cenetistas, viejos republicanos, catalanistas jóvenes, votaron por la Esquerra (43.000 votos en Barcelona). El partido de la burguesía, la Liga Regionalista, quedó deshecho (28.000 votos). En todas las ciudades de España vencen los republicanos y socialistas; sólo en los pueblos ganan los monárquicos. ¿Qué haría Macià con la victoria?

Cuarenta y ocho horas después de las elecciones, el martes 14 de abril, a las dos de la tarde, Macià proclama la República Catalana (unos minutos antes, Companys, del mismo partido, ha proclamado la República sin adjetivos nacionalistas).
L'Hora sale a la calle con un número preparado un día antes: "Hay que aprovechar la voluntad republicana del pueblo para proclamar la república". Lo que el día 13 habría parecido una posición extremista, el 14 era simplemente el anuncio de algo que va a acaecer unas horas más tarde.
Proclamada la República en Barcelona pero con el rey todavía en Madrid y los generales y la policía todavía vacilantes-, un grupo de bloquistas se va al palacio donde se ha instalado el gobierno catalán y monta la guardia. Son los únicos, en todo el país, que piensan en la posibilidad de violencia.
L'Hora, en una hoja extraordinaria, pide que no se permita al rey marcharse y que se organice una guardia cívica. Pero el rey abandona el país y la república se proclama en toda España. El gobierno provisional republicano envía a tres ministros a Barcelona, a negociar con Macià, porque Madrid teme que la república, si consiente tener un Estado catalán en su seno, aparezca ante los españoles como disgregadora de la "unidad nacional". Se llega a un acuerdo: Cataluña tendrá autonomía, con gobierno y parlamento propios y su gobierno se llamará de la Generalitat de Catalunya, utilizando el nombre de una vieja institución de la época medieval en que Cataluña era reino independiente.
El Comité Ejecutivo del Bloque publica una carta abierta al Comité Nacional de la CNT, proponiéndole que se formen juntas revolucionarias de obreros y campesinos, coordinadas por una junta central. La CNT no contesta siquiera, porque sus dirigentes, que colaboraron con los republicanos, quieren dar tiempo a éstos. El Bloque, en cambio, desea que se ejerza presión, para que el cambio de régimen no quede en meramente político.
El 17 de abril, un manifiesto del Bloque pide de nuevo la formación de juntas revolucionarias, el armamento del pueblo, la tierra para quien la trabaja, la separación de la Iglesia y del Estado, el reconocimiento del derecho de las nacionalidades a la autodeterminación hasta la separación si lo desean, la ayuda a los obreros en paro forzoso, la constitución de un tribunal revolucionario y el establecimiento de una Unión de Repúblicas de Iberia. Consignas todas propias de una revolución democrática. Socialistas y anarcosindicalistas no presionan al gobierno, y el Bloque no es bastante fuerte para hacerlo. Maurín, en un artículo en L'Hora del 17 de abril, afirma que ha sido un error dejar marchar al rey, porque la monarquía será el centro de atracción de las fuerzas que buscarán el desquite y eso hará inevitable una guerra civil. “Se ha perdido la primera batalla -dice-. Los trabajadores españoles deberán verter mucha sangre en defensa de las conquistas revolucionarias”. En el número 6 de La Nueva Era (abril de 1931), el editorial señala que “la revolución no ha terminado, como pretenden los sectores que actualmente son dueños del poder, sino que, por el contrario, se encuentra en plena ascensión...”. Las fuerzas motrices de la revolución son los obreros, los campesinos, el movimiento nacionalista y una parte importante de la juventud. Estas fuerzas deben actuar paralelamente. Pero para conseguir esto "es indispensable una comprensión exacta del fenómeno revolucionario, sobre todo en los medios dirigentes de las clases populares... Precisa un poco de revolución cada día. Que las clases trabajadoras jueguen un papel cada vez más activo en los acontecimientos políticos". Hay que llevar sobre todo la revolución al campo, hacer que los campesinos "se adelanten a las leyes de propiedad que han de estatuir las futuras Cortes Constituyentes". Sólo cuando el "retorno del pasado" no sea ya posible, podrá marcharse hacia "la instauración de la república socialista".

Pero a últimos de abril va decayendo la agitación. Ninguna organización, aparte del Bloque, parece desconfiar de la república. El gobierno provisional quiere que la constitución venga antes que los hechos, y deja toda la legislación importante para las futuras Cortes Constituyentes. El Bloque, en cambio, quisiera que la república se hiciera primero en la calle y luego se legalizara en las Cortes.
Esta actitud atrajo al Bloque a cierto número de obreros. En dos meses, sus afiliados doblaron. Pero mil cuatrocientos militantes no son muchos, comparados con los cientos de miles de afiliados a la CNT o la UGT, con las decenas de miles del PSOE. La Batalla, que en las semanas siguientes a la proclamación de la república llegó a los 30.000 ejemplares, estabiliza ahora su tirada en los 7.000.

Hay que suplir la deficiencia en número con el entusiasmo y la organización. El modelo es la organización típica de los partidos comunistas: células de cinco miembros en la base, comités de barrio nombrados por las células, comités locales nombrados por los barrios, y un Comité Central elegido por el Congreso, con el encargo de designar entre sus miembros al Comité Ejecutivo. Pocas veces hubo células de empresa, porque no era frecuente que en una misma industria u oficina trabajaran cinco bloquistas. En cambio, había células de sindicato o minorías sindicales, en los sindicatos de la CNT a los cuales los bloquistas estaban afiliados (en Cataluña no existía, de hecho, la UGT, y además los bloquistas adultos procedían todos de los medios anarcosindicalistas).
Lo que distinguía al Bloque de los partidos comunistas es que este sistema funcionaba en la realidad y no sólo sobre el papel. El Bloque se sostenía sin subsidios de nadie, por la cotización de sus militantes y en las células se discutían realmente las tesis para los congresos, las resoluciones del Comité Central -que se reunía a menudo- y las decisiones del Comité Ejecutivo. Los congresos se componían de delegados realmente elegidos por la base. El centralismo democrático, que bajo Lenin funcionó entre los bolcheviques, pero que luego cesó, se hizo una realidad en el Bloque.
Las finanzas eran simples, pero no fáciles. Los militantes cotizaban semanalmente -la cotización era la más alta de todas las organizaciones obreras españolas-. Un porcentaje de la misma se lo quedaba el comité local para sus gastos, y el resto iba al Comité Ejecutivo. Había un sólo cargo con sueldo –muy modesto-, el de Secretario General. Como los militantes eran pocos, el dinero siempre escaseaba. Muchas cosas se hacían por los propios militantes, sin costo: pegar carteles, "imprimir" carteles a mano, hasta barrer los locales. Los pocos que tenían coche, lo ponían a disposición del Bloque para llevar oradores a los pueblos, los domingos (día preferido para los mítines políticos). Todos los años se abría una suscripción pública en favor de La Batalla, aunque ésta cubría su costo; con el resultado de la misma se ayudaba a sostener los otros gastos del partido. Cada vez que había elecciones, se abría otra suscripción voluntaria, que servía, además de reunir dinero, para poner a la gente en contacto con el programa del Bloque. A veces no se podía pagar el alquiler del local central, en Barcelona {que casi siempre había que alquilar a nombre de un militante, porque los propietarios no querían hacerlo a una organización obrera). Los locales eran destartalados, en casas viejísimas, someramente amueblados con muebles viejos. Una conferencia en un local del Bloque (usualmente los domingos por la tarde), era pintoresca porque raramente había tres sillas iguales. Los libros para las bibliotecas -que nunca faltaban-, eran también donativo de los militantes. ¿Oficinas? No las había; los encargados de alguna labor burocrática -correspondencia, ficheros, listas electorales, cotizaciones- hacían el trabajo de noche, en su casa. Los mítines constituían una de las partidas más costosas: alquilar local (a menos que lo cediera el ayuntamiento) e imprimir carteles, pero solían pagarse por sí solos, porque a la salida se hacían colecta entre los asistentes. Podría decirse que en una época en que 200 pesetas mensuales eran un salario corriente, los militantes gastaban unas doce pesetas para el Bloque.

Se suponía que este sistema de organización preparaba al partido para la clandestinidad, con comités de recambio, etc. Las dos veces que tuvo que ponerse a prueba, funcionó bien.

El Bloque era un partido obrero. No sólo de nombre, sino por su composición. Había pocos intelectuales (y ninguno ya famoso), algunos profesionales (abogados, bastantes médicos) y escasos elementos de la clase media (sobre todo, estudiantes). Tal vez el 90 por ciento de los afiliados eran obreros -con un alto porcentaje de obreros de cuello blanco, pero no la mayoría- y en los pueblos, campesinos. El nombre del partido reflejaba lo que era: un partido obrero y campesino en mucha mayor medida que los partidos comunistas oficiales y también que cualquier grupo comunista o socialista disidente en el resto del mundo (que solían componerse de intelectuales y empleados, pero con pocos trabajadores manuales). Probablemente por esto, a los ojos del público el Bloque pronto dejó de ser un partido comunista disidente y se le vio como un partido con personalidad propia.

Había relativamente pocas mujeres (muchas de ellas esposas o hijas de militantes), pero más que en otras organizaciones obreras, aparte acaso de las anarquistas. Un alto porcentaje de los afiliados tenía menos de 30 años; por esto hubo que fijar los 21 años (cuando se iba al servicio militar), la edad hasta la cual se podía pertenecer a las Juventudes, porque de tener las edades habituales en las organizaciones obreras, casi todo el partido hubiera estado en sus juventudes.

Para sus miembros, el Bloque tenía una característica especial: era necesario. Un socialista, si le clausuraban la Casa del Pueblo, se sentía desorientado, pero podía seguir viviendo. Un cenetista, si le clausuraban el sindicato, seguía su existencia normal, aunque echaba algo de menos. Pero para el bloquista, el Bloque era una extensión de su hogar y el trabajar para el Bloque, el militar, era más importante que el trabajo que le daba de comer, pues proporcionaba a su existencia sentido y objetivo. Los locales del Bloque estaban llenos, todos los días, a partir de las siete de la tarde, cuando se cerraban fábricas y tiendas. Para el militante, era inconcebible pasar una velada en que hiciera algo que no estuviera relacionado con el Bloque. Incluso los domingos se dedicaban al Bloque. Las amistades, fuera de las familiares, eran todas del Bloque o trataba de atraerlas al Bloque. Cada bloquista tenía la novia o la mujer, la familia, el trabajo... y su Bloque. Había familias enteras afiliadas al Bloque. Ingresar en el Bloque significaba cambiar de vida; significaba ser bloquista como se es rubio o moreno, alto o bajo. Ser del Bloque se convirtió en una manera de ser.

No era una manera fanática ni puritana. Los bloquistas solían ser disfrutadores de la vida, tenían sentido del humor y en general se sentían, digamos, felices. Escaseaban los resentidos o los que por motivos íntimos se inclinan a los movimientos revolucionarios. No quiere esto decir que los bloquistas no tenían las mismas pequeñeces, terquedades, chismerío, etc., que los miembros de cualquier otra organización; pero tenían algo que nadie más tenía: el Bloque. Así lo sentían ellos.

Esto no era por azar ni por una superioridad inherente del Bloque, sino consecuencia de la situación política del país.
El Bloque, en efecto, no ofrecía perspectivas a los ambiciosos impacientes. Tenía posiciones que no eran sencillas: comunista, pero fuera de la Internacional Comunista; revolucionario y obrero, pero defendiendo en aquel momento la necesidad de una revolución democráticoburguesa; partido de la república, pero procurando evitar que la gente se ilusionara con ella; marxista y, por tanto, adversario del anarquismo, pero trabajando dentro de la CNT; internacionalista, pero defendiendo el derecho de las nacionalidades a la autodeterminación. Precisa, pues, para adherir al Bloque, no ser ambicioso y tener cierta sutileza política. Pedía disciplina en un país donde todo el mundo va a la suya, e iniciativa personal y actividad en un país donde los partidos solían ser personalistas. Veían las consecuencias políticas de todo, en un medio en el cual los obreros eran apolíticos. Con su constante reclamación de ir más allá, de hacer más de lo que se hacía, los bloquistas iban contra la corriente. Cuando todos estaban convencidos de que se había conquistado la libertad, los bloquistas se organizaban como si debieran ir a la clandestinidad al día siguiente. En un ambiente en el cual daba el tono Macià con su imagen de abuelo, y en el cual las amistades valían más que las convicciones, los bloquistas eran rigurosos, sobrios, sin espuma oratoria. La gente que podía sentirse atraída por estas características era una gente distinta de aquella a la que la CNT o la Esquerra atraían. Más exigente, más escéptica y a la vez más entusiasta, inclinada a pensar por cuenta propia, sin clichés, más dispuesta a la disciplina y, al mismo tiempo, más intransigente respecto a sus derechos de militante. Recordando aquellas primeras semanas de la república, siempre me admiró y me pareció imposible que hubiera más de un millar de personas en Cataluña dispuestas a ser bloquistas. Pero entonces los bloquistas veían las cosas tan claras, tan evidentes, que lo que les extrañaba era que hubiera sólo mil.

Para los bloquistas, la revolución no era un motín, sino una manera de vivir; no tenía un perfil definido, sino que era algo que se hacía todos los días, que tomaba el perfil de lo que se iba haciendo. Se identificaba con el Bloque; ningún bloquista creía que la CNT pudiera hacerla, ni que la república la permitiera. A pesar de las ilusiones de aquellos primeros meses de república, los bloquistas sentían que el hombre de la calle quería más de lo que la república daba y su misión consistía, entonces, en explicar en qué consistía ese "más" y en cómo conseguirlo. Esto, para ellos, era ya la revolución.

Los bloquistas nunca tuvieron tiempo de aburrirse. No sabían aburrirse, porque ser bloquistas era una gran aventura. Ser bloquista daba sentido a cuanto se hacía. El bloquista no era distinto de los demás ni un sabelotodo insoportable; unos estaban obsesionados por los libros, otros por las faldas, otros sabían reír de todo corazón. No eran estudiantes, obreros, hombres casados que, además eran bloquistas, sino que eran bloquistas que trabajaban, o que estudiaban, o que estaban casados. El patriotismo de partido, entre ellos, era algo real. Por esto, muy pocos de los que se afiliaban abandonaban al cabo de un tiempo el militar. No hablaban del "partido", sino del Bloque. Y éste era mucho más que un partido. Era el Bloque, simplemente.

Esta atmósfera fue posible gracias a la conjunción de una serie de circunstancias especiales. Había pocos bloquistas, y esto permitía conocerse y comprenderse. Pero no eran tan pocos que entre ellos se formara el espíritu de capillita o secta. Y eran bastantes para que hubiera dirigentes y militantes, pero no bastantes para que surgieran diferencias entre unos y otros. El sistema de célula, si funciona democráticamente, es excelente para evitar que las diferencias se conviertan en enemistad (*) personal y que las coincidencias se transformen en dogmatismo. Entusiastas y partidistas, los bloquistas, por esto mismo, no eran fanáticos. El diálogo -aunque fuera a gritos- les era indispensable. Justamente el Bloque debía su origen a la necesidad de diálogo de las dos organizaciones que, al fusionarse, lo constituyeron.
El bloquista buscaba las ocasiones de discutir. En el trabajo, en el hogar, en todas partes. Iba a los corrillos de aficionados al fútbol, a los coleccionistas de sellos, a los de compradores de libros viejos, para transformar las discusiones en política. No despreciaba ninguna oportunidad de hacer proselitismo, pero no partidismo, porque quería más que se compartieran sus puntos de vista que no que la gente se afiliara al Bloque.

El Bloque -y en eso, en aquella época, era único- constituía una escuela de educación permanente. Necesitaba serlo, puesto que la inmensa mayoría de sus miembros eran jóvenes, formados bajo la Dictadura, sin experiencia política. Los dirigentes, fuera de media docena, no pasaban de los 40 años; los militantes, de los 30, en general. Esto les permitió hacer del Bloque el tipo de partido que deseaban, que habían soñado. Cada bloquista era, en cierto modo, su propio dirigente, que en cada momento debía improvisar la táctica y los argumentos al servicio de la estrategia fijada por los Congresos y los Comités, en cuya discusión ningún bloquista se abstenía. Había un contacto constante entre dirigentes y militantes, no sólo a través de las células, sino personalmente.

Pero si esto era una educación permanente -y yo diría que lo fue incluso en aquello de la formación del carácter de que hablan los pedagogos-, no bastaba. No había tradición marxista en el país. El Partido oficial no hizo nada en este sentido. Los socialistas no eran marxistas, sino liberales de izquierda. La formación política de los militantes de cualquier partido obrero aparecía como una sanfaina de anticlericalismo republicano, federalismo novocentista y espíritu de clase cenetista. Pero el Bloque se consideraba un partido marxista -el primero y único del país-. Ser marxista independiente –es decir, aprender de Marx al mismo tiempo que de la propia experiencia, y analizar la realidad a través de Marx y de la propia experiencia- no es cosa simple, y puede ser compleja si el marxismo no está en la atmósfera política, si no se respira y se ha de aprender desde el abecedario y si choca con todas las tradiciones mentales que rodean al que quiere ser marxista.

Para el bloquista, el marxismo era una manera de pensar y no un dogma. Se sentía como quien ha sido miope toda la vida, sin saberlo, y de súbito se encuentra con lentes y descubre, gracias a ellos, las formas y colores del mundo. La Batalla, con sus folletones teóricos y sus ediciones de folletos, las conferencias dominicales y finalmente una Escuela Marxista organizada en Barcelona y en algunas ciudades provinciales, eran los elementos que formaban a los bloquistas en el marxismo, además, naturalmente, de la lectura de libros y de la experiencia de la propia actividad política. En las células, con un celo y una pedantería de novatos, se discutían muchas cuestiones teóricas.
La propaganda del Bloque que debía llevar el marxismo a la masa -en la medida de lo posible-, era muy especial. Acaso el hecho de que Maurín, Colomer y otros fueran maestros, influyó en esto. El Bloque se desarrollaba en un medio humano que nunca supo nada del marxismo y su propaganda debía aprovechar cada acontecimiento político para dar una lección de cosas, sin emplear la fraseología marxista, porque ésta hubiera bastado para que se cerraran todos los oídos. La historia del movimiento obrero, explicada con sentido crítico, fue un excelente auxiliar en esta tarea. Y lo mismo el análisis de la economía española.
En esta labor ayudaban también las distintas organizaciones que fue creando el Bloque. El Socorro Rojo, por ejemplo, mantenido por suscripciones públicas -que eran un pretexto para entablar discusiones-, atendía a los presos políticos y represaliados. La Secretaría Electoral de cada comité local trataba de entrenar a los militantes en la monótona actividad de las mesas electorales. La Sección Femenina, no para que en ella militaran las mujeres afiliadas -que lo hacían en las células, al lado de los hombres-, sino para acercarse a las mujeres no afiliadas y tratar de politizarlas discutiendo con ellas sus problemas como amas de casa, como esposas de obreros, como muchachas trabajadoras. Hubo incluso un Teatro Proletario -de aficionados mediocres- que representó obras de Ernst Toller, Gorkin y otros, y que organizó algunas conferencias de Salvador Dalí en una breve época en que éste flirteó con el Bloque, en 1932.
Había también, como es lógico, una Sección de Defensa, con sus grupos de choque, para proteger a los que iban a pegar carteles, contra las agresiones -sobre todo de grupos del Partido oficial-, para ayudar a los huelguistas cuando había que ejercer una presión violenta sobre una empresa o protegerlos contra la policía, para defender los mítines contra las interrupciones, etc.; esos grupos tenían unas docenas de pistolas compradas ilegalmente y en general viejas y con poca munición. Funcionaba asimismo una sección de propaganda –de la que era parte, de hecho, todo el Bloque-, encargada de coordinar la actividad de la veintena de oradores del partido, de organizar actos, de planear carteles, etc., y que prestaba una atención muy especial a las conferencias -también ahí se veía el sentido pedagógico ya anotado-. La propaganda, por lo demás, no era fácil: había que criticar a todos sin antagonizar a nadie en el movimiento obrero y hasta entre los republicanos; había que hacer marxistas sin que se dieran cuenta.
Finalmente, había las Juventudes del BOC, de las cuales formaban parte los militantes hasta que iban al servicio militar, a los 21 años. Se organizaron a últimos de 1931 y fueron siempre una fuerza importante dentro del partido, tanto por su número como por su actividad. Llorenç Masferrer fue su primer secretario general; cuando marchó al servicio, en 1935, lo sustituyó Germinal Vidal, hasta que lo mataron el 18 de julio de 1936; le sucedió, hasta el final de la guerra civil, Wilebaldo Solano, un estudiante de medicina. Las juventudes encontraron bastante eco en la calle, porque durante la república los jóvenes estaban muy politizados. Fue en la sección del Bloque en que figuraba un mayor porcentaje de afiliados de clase media (estudiantes). Esto llevó a una división amistosa entre lo que se llamó, medio en broma, la minoría de la alpargata y la minoría de los zapatos (esta última la más radical). Como puede imaginarse, las juventudes proporcionaron buena parte de los elementos de los grupos de choque. La penetración entre los estudiantes fue lenta y no muy extensa; debía haber, en la Universidad de Barcelona una docena de bloquistas, pero existía bastante simpatía por las posiciones del Bloque. El sistema de organización de las Juventudes era el mismo que el de la Federación: células, comités y congreso. Muchos de los dirigentes locales procedían de las juventudes o eran a la vez, miembros de éstas y del Bloque, cuando en él no había bastantes militantes adultos. Ocurrieron, con los años, algunas pocas defecciones en el Bloque; ninguna en las Juventudes.

El trabajo sindical constituía la parte más compleja y la menos "rentable" de la actividad de los bloquistas.

En los sindicatos se encontraba la masa obrera. Era, pues, preciso trabajar en ellos. Y los obreros catalanes estaban en la CNT.

"La posición, pues, no era cómoda. Faltas de verdadero partido revolucionario, las masas se orientaron hacia la CNT... El anarcosindicalismo resucitó de manera inesperada... En 1931, la CNT-FAI ocupaban a su manera un lugar histórico comparable al partido bolchevique en Rusia en 1917" (5).

Dentro de la CNT lucharon tres tendencias: la sindicalista, con Ángel Pestaña como dirigente más conocido, que controlaba la organización cuando se proclamó la república y que había colaborado con los republicanos contra la monarquía; esta tendencia fue desplazada en 1931-32 por la anarquista de la FAI, porque los miembros de la última supieron aprovechar la política llevada a cabo por los socialistas desde el Ministerio de Trabajo del gobierno republicano, consistente en hacer forzosa la aceptación de los Jurados Mixtos para resolver cualquier conflicto de trabajo; ahora bien, los anarcosindicalistas eran partidarios acérrimos de la acción directa y enemigos de toda intervención del Estado en las cuestiones de trabajo; como los sindicalistas habían colaborado con los republicanos y socialistas que ahora querían forzar a la CNT a aceptar la intervención estatal, los anarquistas puros pudieron acusarlos de haber abandonado los principios y, así, sustituirlos en los lugares de dirección; los socialistas no consiguieron, como querían, destruir a la CNT y reemplazarla allí donde era fuerte, pero en cambio lograron ponerla al margen y en contra, de la república y lanzarla a una serie de insurrecciones abortadas para establecer el comunismo libertario (cuatro en total en 1932-33).

Frente a estas dos tendencias, había la minoritaria del Bloque que se llamaba Oposición Sindicalista Revolucionaria, y que se abría paso muy lentamente. Quería una CNT en la cual pudieran convivir todas las tendencias y que participara en las acciones revolucionarias del futuro al lado del resto del movimiento obrero y no sólo por cuenta propia. Algunos sindicatos de Barcelona (artes gráficas, mercantil) estaban dirigidos por bloquistas. Los bloquistas asistían a las asambleas de los sindicatos (no pocas veces con carnets prestados por obreros indiferentes) y trataban de discutir las posiciones predominantes y, de ser posible, tener puestos de dirección. En general fracasaron en la ciudad de Barcelona, pero fueron conquistando muchos sindicatos de Gerona y Tarragona y casi todos los de Lérida. No era fácil hacerse escuchar en las asambleas sindicales barcelonesas, porque anarquistas y sindicalistas se unían contra los bloquistas y trataban de impedirles el uso de la palabra. Algunas veces se llegó a los golpes.

Cuando la FAI predominó absolutamente sobre los sindicalistas, éstos lanzaron un manifiesto, firmado por treinta viejos dirigentes (por lo que su tendencia se llamó de los treintistas) y separaron sus sindicatos de la CNT, sobre todo en la provincia de Barcelona y en Valencia. Pero la FAI seguía dominando el punto clave: los sindicatos de la ciudad de Barcelona. Ya plenamente en el poder; la FAI hizo aprobar por un pleno nacional, a comienzos de 1932, que no podrían tener cargos sindicales quienes hubieran sido candidatos de algún partido político. Esto iba dirigido contra el Bloque. Los sindicatos que se negaron a destituir a sus dirigentes que hubieran sido candidatos fueron expulsados de la CNT: varios de Barcelona y los de Gerona, Tarragona y Lérida. Formaron un grupo, coordinado de hecho por la Secretaría Sindical del BOC a cargo de Bonet, llamado Sindicatos Expulsados de la CNT, del mismo modo que los dirigidos por los treintistas se llamaban Sindicatos de Oposición de la CNT. Los sindicatos que la FAI trató de organizar para enfrentarlos con los separados o expulsados no arraigaron.

El movimiento sindical catalán, pues, se hallaba dividido en tres sectores: el anarquista fuerte en Barcelona y algunos lugares de su provincia, el sindicalista fuerte en la provincia de Barcelona y el bloquista fuerte en el resto de Cataluña. En España, el movimiento sindical estaba dividido también en tres sectores: el anarquista con la CNT, el socialista con la UGT (de fuerzas aproximadamente iguales) y la CGTU comunista, sin fuerza en ninguna parte fuera de algunos puntos del Norte y el puerto de Sevilla.

La cuestión sindical planteaba el problema del anarquismo. Mientras éste predominara en el movimiento obrero catalán; las perspectivas del Bloque serían limitadas. No podía hacérsele desaparecer con las maniobras de los socialistas, que el Bloque criticaba, ni con la persuasión a los dirigentes anarquistas, sino haciendo que la masa fuera pensando más y más en marxista. La fuerza de los anarquistas no les venía ni de su doctrina ni de su actividad -en general catastrófica- sino del apoyo de la masa. Era la masa, pues, la que había que conquistar.

Por esto, el Bloque criticaba la política seguida por los anarquistas catalanes y el anarquismo como doctrina, a la vez que defendía a los anarquistas de la persecución y protestaba contra ésta. Así, a pesar de que la crítica del Bloque era la más dura que se les dirigía, los anarquistas sentían cierto respeto por los bloquistas.

Esa crítica afirmaba que el "anarquismo español ha sido indirectamente un aliado de la burguesía, que lo ha utilizado como cuña en el movimiento obrero...", ha servido "de trampolín al radicalismo burgués". Pues los anarquistas, "cuando han de intervenir en política, lo hacen en segunda persona, apoyando a alguien de la burguesía. Como reacción a esto vinieron el anarcosindicalismo y la CNT. Pero la CNT carecía de doctrina revolucionaria y no supo aprovechar las circunstancias en 1919 y 1920. Las masas estuvieron a mayor altura que sus jefes. La CNT después se enfrascó en un estúpido terrorismo", y no supo oponerse a la Dictadura. En 1930, renació el anarquismo "a remolque de la burguesía", y en 1931, en lugar de presentar una candidatura propia, dio el voto a los republicanos. "Como a comienzos de siglo, las masas obreras pasaron a una zona influenciada por la pequeña burguesía. El anarquismo hace más difícil que los obreros vayan a los partidos de clase y les abre las puertas de los partidos pequeño burgueses (6)."

Nada parecía debilitar la influencia anarquista en la CNT. La república se encargaba de dar a la CNT la imagen revolucionaria que sus propios dirigentes no hubieran podido proporcionarle. Con sus dilaciones, los dirigentes republicanos provocaban la impaciencia y desilusionamiento de las masas obreras. De esto, claro, se beneficiaba el Bloque, pero mucho más la CNT, con exasperación de los bloquistas, que no acababan de entender cómo era posible que ellos, que habían predicho lo que estaba ocurriendo, atrajeran a menos gente que los anarquistas, que eran en parte responsables de lo que sucedía. Todavía no habían aprendido que en política, para atraer a la masa es más importante tener masa que tener razón.

Aunque menos que la CNT, el Bloque recibe su parte de persecución oficial. El 6 de mayo la policía entra en el local central de la calle del Vidre, de Barcelona. No encuentra las armas que busca. Naturalmente, incidentes como éste, que se repiten en los pueblos, no detienen el avance del Bloque. Al lado de los dos semanarios barceloneses, aparecen otros: L'Espurna (La Chispa) en Gerona y Combat en Lérida. Esta prensa, comentando el proyecto de Estatuto redactado, dicen, por unos diputados no elegidos, propone que se le substituya por uno muy escueto: "Artículo único: Cataluña tiene derecho a hacer lo que le dé la gana". Es decir, a luchar por un pacto de igualdad con los otros pueblos de la Península y a formar con ellos una Unión de Repúblicas de Iberia.

A comienzos de junio de 1931, Maurin ha sido invitado a hablar en el Ateneo de Madrid. Allí trata de limpiar el comunismo del desprestigio en que lo sume la política del Partido oficial -que insiste en pedir todo el poder para los soviets-, y afirma que España necesita de momento una república de jacobinos. Dice:

"Creemos que España ha comenzado su revolución, y toda revolución efectiva tiene dos etapas: la revolución democrática y la revolución socialista. Sin la primera no es posible la segunda. Pero nuestra revolución debe ser una revolución típicamente española. Todas las grandes revoluciones han sido un fenómeno nacional, aunque en su fondo, pero no en su forma, hayan tenido irradiaciones universales. La ortodoxia formulista ha fracasado siempre, revolucionariamente. Por eso fracasó la Internacional Comunista en Alemania, en China y en Bulgaria. El querer reproducir en esos países la fórmula rusa ha sido el motivo del fracaso" (7).

Maurín tiene amigos en Madrid, fundadores del Partido oficial, ahora- separados de él, que forman una Agrupación Comunista. Luis Portela, que publica el semanario La Antorcha, es el más destacado. Sin entrar en el Bloque, colaboran con él.

Los bloquistas, en sus conferencias, repetían las tres condiciones que Lenin fijó para que una revolución fuera posible: que la clase dirigente se halle desmoralizada, que las clases explotadas tengan conciencia de que sólo una revolución podrá resolver sus problemas y que exista un partido revolucionario capaz de dirigir estas clases explotadas. Las dos primeras condiciones, decían los bloquistas, se daban en España, pero la tercera, no. Era preciso transformar el Bloque en este partido. La propaganda, pues, era la actividad fundamental en aquella coyuntura.

Y no era fácil. "Cuando Maurín decía en un mitin: ´Tenemos que enviar a la cárcel ..' se veía interrumpido por gritos de '¡Basta de cárceles!', y cuando trataba de precisar que había que ahorcar a los usureros y verdugos, le gritaban: '¡Dictador, Muera Rusia!" (8). Estas interrupciones, claro, no impedían el discurso más que el tiempo de cambiarse unos puñetazos y de que el público se inclinara con más atención aún hacia el orador.

Mientras en las Cortes Constituyentes se discutían los proyectos de Constitución y luego del Estatuto de Cataluña y de las Bases de la Reforma Agraria, el Bloque celebró mítines casi cada domingo, en todos los lugares donde tenía sesión, para fijar su posición ante cada cuestión importante. El Bloque no tenía diputados, pero no quería estar ausente de los debates parlamentarios, -que llevaba ante el público. En su número 7 (junio-agosto de 1931) el editorial de La Nueva Era resume los temas de esta campaña:

"La República ha sido el nuevo ensayo de Gobierno que la burguesía española ha llevado a cabo para evitar su derrumbamiento final y el consiguiente triunfo de la clase trabajadora.

La crisis del régimen semi-feudal español empezó a tomar graves proporciones en 1917-1919, cuando la clase trabajadora, apartándose del republicanismo pequeño-burgués, comenzó a manifestarse con personalidad propia. El equilibrio feudal-burgués había podido mantenerse hasta entonces gracias al alejamiento de los trabajadores, como clase independiente, de toda actividad política y social importante.

La burguesía, sintiéndose acosada por su adversario histórico, rompió desde ese momento la apariencia de una legalidad constitucional y recurrió al régimen de dictadura.

En el proceso del desquiciamiento capitalista hay tres etapas características: a) 1917-1919. Periodo de coalición de los partidos agrarios e industrial lo que no logró, sin embargo, dar solución a la crisis general: b) 1923-1931. Etapa de la dictadura militar. El capitalismo intenta salvarse apelando a un régimen de fuerza bordeando el fascismo: c) La República. El 14 de abril se hundió la monarquía, comenzando la fase del desmoronamiento definitivo del régimen semi-feudal. La burguesía, encontrándose en una situación inextricable, arroja por la borda a la monarquía. La dictadura sigue subsistiendo. Ha habido, no obstante, una variación importante en la relación de fuerzas.

El Gobierno provisional de la República es un bloque compacto de la gran propiedad agraria -Alcalá Zamora-, de las oligarquías financieras -Maura, Lerroux y Prieto-, de la burguesía catalana -Nicolau d'Olwer-, de la pequeña burguesía -Albornoz y Domingo-, de la burocracia del Estado -Azaña- y de la social-democracia -Largo Caballero.

La burguesía española se ha visto obligada a formar la "unión sagrada" para retrasar la hora de su caída final.

El Gobierno provisional ha logrado durante las primeras semanas contener el impulso revolucionario haciendo promesas y fiándolo todo a las Cortes.

Pero en el momento en que la clase trabajadora ha querido evitar que la Revolución fuese estrangulada, el Gobierno se ha colocado abiertamente al lado de la contrarrevolución.

La huelga revolucionaria de Sevilla, a mediados de julio, y la huelga de Teléfonos, han constituido la linde de demarcación histórica. A partir de ese momento la pequeña burguesía que había flirteado con la revolución democrática, hace marcha atrás y, horrorizada, se entrega en brazos de las fuerzas reaccionarias.

En toda Revolución se llega a un momento en que chocan las fuerzas motrices revolucionarias, puestas en movimiento, y el Gobierno que frena. En la Revolución de 1848, en junio, tuvieron lugar las matanzas de los trabajadores parisienses y el triunfo de la dictadura de Cavaignac. En la revolución española de 1873, a los cinco meses de proclamarse la República, se entronizó una dictadura republicana -Castelar- que abatiendo a sangre y fuego a los obreros y campesinos, preparó el terreno, para el golpe de Estado del general Pavía. En la Revolución alemana de 1918-1919, los espartaquistas, provocados por la burguesía y la social-democracia, se lanzaron a un movimiento de asalto sin contar con la mayoría de la clase trabajadora, y fueron vencidos.

En Rusia, 1917, cuando el movimiento bolchevique fue ganando la simpatía general de las masas trabajadoras, el Gobierno del Kerensky quiso entablar la batalla antes de que los bolcheviques fuesen suficientemente fuertes. Lenin se negó, en julio, a aceptar el combate. Había que esperar que la burguesía se desgastara más. En una situación revolucionaria aguda, uno de los beligerantes tiene que atacar necesariamente. Lo inteligente es atacar a tiempo. La contrarrevolución rusa después de haber provocado a los bolcheviques sin resultado, no tuvo más remedio que lanzarse al asalto: insurrección de Kornilov. El partido bolchevique, que no estaba diezmado por haber sabido maniobrar con tino, pudo desbaratar el ataque. Desde ese momento, el poder le estaba asegurado. Sobre la derrota de Kornilov pudo levantarse la victoria de octubre.

En España, vivimos ahora un momento extraordinariamente inquietante. La clase trabajadora y la burguesía, frente a frente, se observan atentamente. La reacción hace todo lo posibles porque el proletariado libre la batalla antes de que esté suficientemente preparado. La huelga de Sevilla ha sido la primera provocación importante.

Hasta ahora, el desbordamiento de la reacción ha sido impedido en gran parte a causa del hecho revolucionario que ha creado la dualidad de poderes: Gobierno provisional, en Madrid, y Gobierno de la Generalidad, en Cataluña. La Generalidad, aunque Gobierno pequeño-burgués, se ha visto obligada, en determinados momentos, bajo la presión de los trabajadores, a servir de acantilado contra el oleaje reaccionario del Gobierno provisional.

El Estatuto de la Generalidad, si bien no encarna el derecho de Cataluña a disponer de sus destinos, es una cuña que se introduce en el viejo Estado monárquico. El movimiento autonomista general que surge en toda España como reflejo del de Cataluña y como fuerza centrífuga frente al Estado, contribuye a la desarticulación de éste, ayudando por este solo hecho, indirectamente, al triunfo de la clase trabajadora.

El Gobierno de la Generalidad entre la presión obrera y radical nacional a un lado, y la de la gran burguesía a otro lado, fluctúa y atraviesa una crisis que hace prever una completa capitulación ante la burguesía panespañola.

La crisis económica española es debida en gran parte a la crisis capitalista general. Y como la crisis mundial se agudiza más cada día, el desconcierto económico de España no tiene perspectivas de arreglo dentro del régimen capitalista. La crisis económica adquiere en España enormes proporciones. La industria se paraliza. Los bancos quiebran y se restringe el crédito. El comercio exterior disminuye. La capacidad adquisitiva del mercado interior disminuye. La peseta no posee más que el 47 por 100 de su valor nominal. Una mala cosecha ha venido aún a acrecer la situación económica desesperada.

La solución de este antagonismo entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción no puede ser otra que la ruptura brusca y el triunfo total de la clase trabajadora para pasar a estructurar la economía con arreglo a los principios socialistas.

En la etapa actual de nuestra Revolución se constata una gran separación entre el proletariado y las masas campesinas. Los campesinos en gran parte viven aún el periodo del ilusionismo democrático.

Una Revolución proletaria que no fuese apoyada por los campesinos, que en España constituyen la mayoría de la población, está condenada al fracaso.

El movimiento proletario y el de los campesinos deben soldarse para que la Revolución sea impulsada adelante por ambas fuerzas motrices.

La masa trabajadora sigue en casi su totalidad a la social-democracia y al anarco-sindicalismo. La primera,  convertida en la quinta rueda de la burguesía, quiere servirse del poder, no para llevar a cabo la revolución socialista, sino para hacer una política de transición como Mac Donald, en Inglaterra. El anarco-sindicalismo rechaza el poder político.

Por eso se observa hoy en España una gran ofensiva económica por parte de los trabajadores, pero en cambio, hay un gran retraso en su evolución política en el sentido de marchar con paso rápido a  la conquista de) poder.

Cuando la clase trabajadora logre dar al gran movimiento huelguístico un contenido político, la hora de su triunfo será próxima.

El porvenir de la Revolución depende de la capacidad de las masas trabajadoras para reaccionar y adaptarse al ritmo político. Si este cambio tiene lugar con mayor lentitud que el de la burguesía para asegurar su dominio, la Revolución será aplastada.

¡República socialista frente a la República burguesa! He ahí la piedra sobre la cual hay que levantar el castillo de la defensa y del ataque".

La masa de la clase media estaba con los republicanos y aprobaba automáticamente cuanto la república hacía. Una gran parte de la clase obrera estaba también, políticamente, con los republicanos, aunque sindicalmente siguiera las consignas de la FAI: La parte activa de la CNT ignoraba sistemáticamente cuanto discutían las Cortes, simplemente porque lo hacía una institución política. La masa de las derechas y la burguesía desconfiaban de la república. El Bloque tenía que educar, pues, ante todo a la clase obrera, para inmunizarla contra el apoliticismo anarquista, y después a la clase media, para darle un sentido crítico e impulsarla a empujar a los republicanos hacia posiciones más radicales. Era la primera vez que muchos españoles veían funcionar un parlamento. La campaña del Bloque, pues, era realmente de educación política. No cambió la manera de pensar de la masa obrera, pero planteó problemas y sugirió soluciones. Con el tiempo, se vio que no había sido estéril. El Bloque se convirtió, a los ojos del público, en un partido Con el que debía contarse, sino todavía en términos de fuerza, sí ya en términos de pensamiento político.

El 20 de junio L'Hora publica una entrevista con Maurín, de regreso de Madrid. En ella explica que la Internacional Comunista había realizado bajo mano algunas gestiones, rechazadas por Maurín y el Comité Ejecutivo del Bloque, para llevarlos de nuevo al Partido oficial. ."Queremos democracia y no burocracia", decía Maurín. "Nos oponemos a la creación de una central sindical comunista. El Partido oficial quiere una república soviética. Esto es comunismo infantil. Hay que pasar por la experiencia democrática y que las masas obreras se desilusionen de la república. Hay que crear Juntas revolucionarias para aprovechar esta desilusión inevitable. Los anarcosindicalistas de la CNT han sido desplazados por la FAI porque convirtieron a la CNT en un apéndice de los republicanos. La CNT ya no es una organización dirigida por revolucionarios, sino por dogmáticos".

El 30 de julio de 1931 La Batalla afirmaba: "La república ya está gastada. Han bastado tres meses de gobierno para ponerla completamente a prueba. Todo el poder debe ir a las organizaciones obreras". La Monarquía española, decían los bloquistas, había hecho de árbitro entre los intereses de los obreros y de los industriales, a la manera del despotismo asiático, con el cual Marx la había comparado. Era preciso que la república no hiciera el mismo papel, sino que tomara partido por el pueblo, y esto sólo sería posible si los obreros llegaban a controlar la república, es decir, a gobernar.

El 1 de agosto, L'Hora recomienda que se vote en favor del anteproyecto de Estatuto que se somete a referéndum en Cataluña, para llevarlo luego a las Cortes, a pesar de que lo encuentra "reducido, limitado", pues da demasiada intervención al Estado central y no prevé el financiamiento del progreso económico de Cataluña. A pesar de esto, "votar contra el anteproyecto sería ayudar al centralismo". Pero, agregaba el periódico, "si las Cortes mutilan el anteproyecto de Estatuto, hay que estar dispuestos a proclamar de nuevo la República Catalana".

El 15 de agosto, comentando la "ley de fugas" aplicada por la policía a unos obreros en el Parque María Luisa de SevillaL'Hora proclama: "¡Obreros, armaos!" y pone de relieve que en diciembre de 1930 se pedía la libertad de los presos políticos, en abril de 1931, el encarcelamiento de los responsables de la corrupción monárquica, y ahora, en agosto de 1931, otra vez hay que reclamar la libertad de los presos políticos.

En octubre de 1931, primer gobierno de izquierdas, puesto que los ministros de derechas del gobierno provisional (Alcalá Zamora y Maura) han dimitido por no estar de acuerdo con los artículos de la Constitución sobre materia religiosa. Lo preside el escritor Manuel Azaña. "Gobierno Kerensky", dice L'Hora (23 de octubre). A pesar de sus divisiones internas, la CNT es la gran fuerza obrera; por tanto, "todo el poder a los sindicatos". Maurín, más realista, dice en una entrevista a La Tierra de Madrid, que la crisis hubiera debido resolverse dando el poder no a un republicano, Azaña, sino a los socialistas, que a pesar de sus defectos, forman un partido obrero.

El 6 de noviembre, aniversario de la Revolución Rusa: "Una cosa es la admiración y otra el servilismo. Rusia es la patria de los rusos y nada más", diceL'Hora.

Mientras se llevaba a cabo esta campaña de educación política, el Bloque tuvo que hacer frente a otras dos tareas: las elecciones complementarias y la acción de la policía. Esta, que perseguía a fondo a la CNT, hostigaba al Bloque. La diferencia de trato se debía, claro está, a la diferencia de importancia de las dos organizaciones. El 2 de agosto, manifestación por una huelga en Barcelona: tres de los heridos son bloquistas. El 9 de agosto, nueva visita de la policía, en busca de armas, al local barcelonés del Bloque, cuando estaba reunido el Comité Central. El 12 de septiembre, “ley de fugas” frente a la Jefatura de Policía de Barcelona; tres muertos y varios heridos; entre los detenidos, diversos bloquistas. El 31 de septiembre, la edición de L'Hora confiscada por la policía por un artículo reclamando la tierra para quien la trabaja. Nada de esto, claro, perjudicaba el crecimiento del Bloque, sino que más bien lo favorecía.

Todo esto, simultaneado con una campaña electoral que para el Bloque duró tres meses.

Los bloquistas, evidentemente, no confían en las elecciones para hacer la revolución, pero quisieran tener a alguien en las Cortes, porque son una buena tribuna. Obtuvieron cierto éxito, con sorpresa suya, en las elecciones municipales del 12 de abril: 11 puestos de concejal, aunque ninguno en la ciudad de Barcelona. En las elecciones de junio, para Cortes Constituyentes, el Bloque saca 17.536 votos en Cataluña y ningún diputado (9).

Dos de los diputados elegidos por la ciudad de Barcelona lo han sido también en provincias, y renuncian a su puesto barcelonés. Hay que cubrir estos dos puestos el 4 de octubre. Maurín es el candidato del Bloque. Los anarquistas y su periódico Solidaridad Obrera hacen campaña contra él y a favor de un candidato del partido radical (que a pesar de su nombre es republicano moderado). El candidato de la derecha gana con 30.000 votos. Maurín saca 8.326 (el Partido oficial obtiene 1.264). Han votado por Maurín muchos simpatizantes que en otras elecciones dan su voto a candidatos con más probabilidades de triunfar. Hay ballotage para el segundo puesto. Se resuelve el domingo siguiente: el candidato catalanista moderado gana con 42.000 votos. Maurin saca 13.708. El Bloque, pues, no tendrá ni un diputado. El partido burgués, Lliga Catalana, ha ordenado a sus afiliados que votaran por el candidato catalanista moderado, para impedir una posible victoria de Maurín. Y los anarquistas indicaron a sus simpatizantes que votaran por cualquiera excepto Maurín.

El año 1932 comienza con casi cuatro mil bloquistas. Un año antes eran setecientos.

Esto refleja la desilusión de las masas con la república. La Nueva Era (nº 8, septiembre-octubre de 1931) explica las causas de esta decepción:

"La República de 1931 sigue los mismos pasos que la de 1873. La Revolución democrática es ahogada en sangre.

La Revolución democrática tiene cuatro aspectos fundamentales como objetivos a realizar: 1º) La destrucción total de la monarquía. 2º) El reparto general de la tierra. 3º) Separación de la Iglesia y del Estado. 4º) Derecho de las nacionalidades a la autodeterminación.
¿Qué es lo que ha sido llevado a cabo? ¿Qué se ha realizado?
La monarquía queda en pie. La desaparición del rey no quiere decir que las bases monárquicas hayan sido destruidas. El rey no era más que la cúspide de una monstruosa pirámide. La monarquía la constituían la Iglesia, la aristocracia, los grandes propietarios de la tierra, la Banca, las oligarquías financieras, el ejército, la guardia civil, la policía, la burocracia, la rutina histórica... ¿Qué ha sido destruido de todo eso? Nada. No ha habido alteración alguna. La monarquía tiene sus tentáculos clavados en el corazón de España. La República se apoya sobre bases monárquicas; se sirve, en realidad, de la antigua organización monárquica para sostenerse.

La burguesía no es capaz de destruir una monarquía milenaria.

Al triunfo de la República ayudó mucho la insurrección agraria, el malestar entre los campesinos.

¿Qué ha hecho la República burguesa en pro de los campesinos?

Ha anunciado un proyecto de Reforma Agraria. Reforma es la antítesis de Revolución. No es Reforma, sino Revolución, lo que se precisa ahora. La Reforma quiere oponerse a la Revolución.

España necesita que una Revolución agraria, como la de Francia de fines del siglo XIII, como la de Rusia, a comienzos del siglo actual, la estremezca por los cuatro costados, removiéndolo todo, y no dejando piedra sobre piedra. ¡Basta de foros, basta de latifundios, basta de aparcerías, basta de "rabassa morta"! Todas estas supervivencias feudales han de ser extirpadas brutalmente por el arado de la Revolución agraria. ¡La tierra para el que la trabaja! Es decir, nacionalización de la tierra, y el libre derecho de usufructo a los que la trabajen. La Revolución agraria transformará en poco tiempo todo el suelo de la Península. Se acabará el paro forzoso. Se terminará el hambre crónica. El mercado interior se ensanchará en proporciones fabulosas, y la industria saldrá de su raquitismo tradicional.

Maura, en el discurso pronunciado en Burgos, y Alcalá Zamora, en un artículo publicado por toda la prensa, han dicho claramente que el propietario cobrará el 100 por 100 del valor de la tierra. Es decir, que el campesino tendrá que comprar la tierra, una tierra que ha fecundado él con su trabajo.

La burguesía republicana ahogará, si puede, la Revolución campesina.

El deber de un gobierno republicano era romper inmediatamente las relaciones con el Vaticano e imponer la separación brusca de la Iglesia y del Estado. A esta medida profiláctica, debía haber seguido la expropiación de todos los bienes que posee la Iglesia y la disolución de las congregaciones religiosas.

¿Qué ha hecho el gobierno?

Ha tolerado que la Iglesia complotara impunemente contra el nuevo régimen. Las congregaciones religiosas han continuado dedicándose a la enseñanza. Los jesuitas han hecho emigrar una buena parte de su capital.

"Más aún. El gobierno ha estado en relación constante con el nuncio, para llegar a un acuerdo, que parece ya esbozado en líneas generales. Se llegaría a una separación de la Iglesia y del Estado, sí, pero, durante el "proceso de adaptación", durante diez años, el Estado proseguirá sosteniendo a la Iglesia...

En la cuestión religiosa, la burguesía trata igualmente  de hacer fracasar la Revolución.

Cataluña, al proclamar la República Catalana, dio el toque a rebato que precipitó la caída de la monarquía. Cataluña conquistaba el derecho a gobernarse libremente. Sin embargo, la burguesía pan-española, a los tres días, sustrajo a Cataluña su condición de República. La promesa del Estatuto fue el pago que se le hizo.

El movimiento autonomista va tomando amplias proporciones en toda España. La Revolución permite que se manifieste el divorcio histórico entre la Nación y el Estado. En la base, hay una fuerte rebelión contra el Estado unitario, opresor. Sin embargo, la burguesía, y con ella su quinta rueda, la social-democracia, se oponen, no sólo al reconocimiento del derecho nacional a la separación, sino incluso a la estructuración federal.

Nos encontramos, pues, que la burguesía trata, por todos los medios a su alcance, de estrangular la Revolución democrática. La situación es la misma que en Rusia en 1917. El gobierno Miliukov-Kerensky frenó cuanto pudo la Revolución democrática. Fueron los bolcheviques, en noviembre, al tomar el poder, los que realmente, llevaron a cabo la Revolución democrática. Destruyeron sin compasión las raigambres del viejo Estado zarista, dieron la tierra a los campesinos, la libertad a las nacionalidades y asestaron un golpe mortal a la Iglesia ortodoxa. Durante largo tiempo, los bolcheviques estuvieron entregados a la Revolución democrática, que la burguesía no había querido, o no había podido realizar.

La burguesía española ha perdido toda condición revolucionaria. Mejor dicho aún: es la muralla que se levanta para contener el oleaje de la Revolución.

¿Qué hacer, pues?

Cuando la burguesía ha dado ya la medida de lo que quiere, entonces hay que llevar a la clase trabajadora a la convicción de que es ella la que ha de tomar el poder, para terminar la Revolución democrática y pasar luego a la Revolución socialista".

Había quienes encontraban esta forma de ver las cosas como pequeñoburguesa y nacionalista. Los trotskystas, por ejemplo (10).

Ya se explicó cómo Nin, al regresar de Rusia, colaboró en L'Hora y simpatizó con el Bloque. Pero "la Federación" escribía a Trotsky el 7 de marzo de 1931, "consideraba que su [de Nin] adhesión podía agravar sus relaciones con la Internacional Comunista", y esto le parecía justo. El mismo día de las elecciones municipales que trajeron la república, Nin dice al viejo bolchevique: "Hay que entrar en la Federación, hacer en ella un trabajo sistemático y crear una fracción". Esta era la posición de los trotskystas en todo el mundo: formar fracciones en los partidos comunistas, para regenerarlos; en Cataluña, esto debía hacerse en el Bloque, puesto que el Partido oficial era de hecho inexistente. Pero en junio (día 29) las cosas ya no son tan claras, porque Nin escribe al desterrado de Prinkipo que la política de la Federación es "vacilante, indefinida. Mis relaciones con sus dirigentes han pasado por diversas etapas: colaboración, ruptura, nueva colaboración, nueva ruptura".

Entre tanto, Nin ha despertado algo a la letárgica Sección Española de la Oposición Comunista y ha comenzado a aparecer la revista mensual Comunismo, en cuyo número 3 escribe un artículo criticando al Bloque y a Maurín y afirmando que la campaña electoral del Bloque "tuvo poco de comunista". Pero el 18 de septiembre, todavía dice a Trotsky que si consiguiera formar un núcleo trotskysta en Cataluña, sería partidario de que sus miembros adhirieran al Bloque en provincias y al Partido oficial en la ciudad de Barcelona. "Podrían contribuir activamente a la descomposición del Bloque".

Por lealtad personal y algo por debilidad de carácter ante la intransigencia de Trotsky, Nin acepta, creo que de mala gana, lo que Trotsky le escribe el 20 de junio: "hay que someter a Maurín a una crítica implacable e incesante, que los acontecimientos confirmarán brillantemente". Lo que los acontecimientos reflejaron fue un constante crecimiento del Bloque y el estancamiento de la Oposición Comunista.

La posición de Nin, claro está, desagradaba a los bloquistas. El 30 de abril, L'Hora califica el trotskysmo de "enfermedad de snobs" y el 7 de mayo publica un artículo de Arquer, "Contra las luchas intestinas comunistas", en el cual se decía que las luchas de los trotskystas tenían razón de ser en la URSS, pero no fuera de ella, donde "hacer trotskystas era trabajar contra el comunismo". Cuando Nin, en mayo, se decide a pedir su ingreso al Bloque, el Comité Ejecutivo le contestó que su adhesión no era conveniente, de momento. "Vuestra respuesta evasiva demuestra -les contestó Nin- que mis deseos sinceros de contribuir a la unificación indispensable de las fuerzas comunistas no ha encontrado en vosotros el eco que merecía". El Comité Ejecutivo rechazaba, de hecho, no a Nin, sino al trotskysmo, y al hacerlo sabía que protegía al Bloque del fraccionalismo que, como se ha visto, los trotskystas se proponían realizar dentro de él.

El 1 de septiembre de 1932, Trotsky ordenaba, desde su isla turca, que la Oposición rompiera con la Federación y unos días después agregaba que "entrar en la Federación deshonraría a la Oposición". Los hechos, sin embargo, dieron la razón al Bloque. Los trotskystas vieron cómo sus relaciones con Trotsky se enfriaban, porque disentían de él sobre cuestiones de personalidad relacionadas con el Secretariado Internacional de la Oposición. En diciembre de 1933, Trotsky, en una carta a las secciones de la Oposición, criticaba a la sección española y hablaba del "peligro y falsedad de la política del camarada Nin". En septiembre de 1934, un editorial de Comunismo informaba que la Oposición española había roto con la organización trotskysta internacional, porque se negaba a aceptar la nueva táctica, fijada por Trotsky, de entrar en los partidos socialistas (lo que se llamó el viraje francés, puesto que se inspiraba en la situación de Francia en aquel momento). Si Nin hubiera sido aceptado en el Bloque en 1931, habría tenido que defender en él estas posiciones sucesivas, hubiese creado divisiones y, finalmente, hubieran tenido que expulsarlo. Lo que Nin calificaba de respuesta evasiva era, pues, en realidad, un intento de despersonalizar y suavizar la negativa de admisión (11)

Nin había publicado, a su regreso, una respuesta a un libro del lider catalanista de derechas Francesc Cambó en el cual éste daba consejos al dictador español y analizaba el fascismo italiano. Este libro de Nin, Les dictadures dels nostres dies, tuvo éxito. Luego, hizo, como ganapán, una serie de magnificas traducciones de novelas rusas al catalán, y preparaba un libro sobre el marxismo y la cuestión nacional. Los intelectuales admiraban al traductor y los dirigentes obreros respetaban al militante. El Bloque hubiera visto con gusto a Nin en sus filas. Esperaban que la experiencia catalana iría eliminando el barniz que nueve años de estancia en la URSS habían posado sobre sus reacciones. Pero era demasiado arriesgado aceptar a alguien, por muchos méritos que tuviera, que de momento estaba destinado, por su convicciones y lealtades, a dividir al Bloque.

Maurín escribía a comienzos de 1932:

"El BOC es combatido por la secta impotente de los trotskystas como un movimiento puramente catalanista. El BOC ha sabido dar a la cuestión nacional una interpretación leninista que los pedantes trotskystas son incapaz de asimilar. Ha visto la gran fuerza revolucionaria democrática que posee el movimiento de liberación nacional y ha buscado su concurso, como se ha procurado asimismo el de los campesinos" (12).

Si la crítica del Bloque por los trotskystas era un eco de lo que pensaba Trotsky, la que dirigió el Partido oficial era una mala traducción de loe escrito en Moscú por los altos funcionarios de la Tercera Internacional.

El Partido oficial se quedó sin sección catalano-balear cuando la Federación se separó de él (o, como d decía el partido, fue expulsada). En 1931, una docena de miembros de la Federación que no habían seguido a ésta, formaban, aunque sólo fuera de nombre, el Partido oficial en Cataluña. Ya se vio que en las elecciones de junio de 1931 obtuvieron 2.320 votos en toda Cataluña.

La Internacional esperaba atraerse todavía a la Federación. Realizó, sin éxito, algunas gestiones privadas (13) El Buró Político del Partido oficial se reunió entonces, y decidió hacer un ofrecimiento público: los disidentes podían regresar al Partido como si no hubiera sucedido nada. Bullejos -que sin duda tenía a Maurín como competidor por la dirección- se opuso a que este ofrecimiento lo abarcara. El delegado de la Comintern, Humbert-Droz, decidió entonces invitar a Maurín y otros bloquistas a Moscú, donde podían discutir todas las cuestiones pendientes con Bullejos, al que darían la orden de ir allí. Maurín rechazó la invitación. No se trataba de una cuestión de quien debía dirigir el Partido, sino de principios. Arlandis y algunos otros, que para entonces se arrepentían ya de haber seguido a la Federación, insistieron para que aceptara, y lo mismo hicieron algunos dirigentes bloquistas. Pero Maurín siguió negándose a ir, aunque no se opuso a que fuera una delegación, y en vista de esto el delegado de la Internacional retiró la invitación no sólo a Maurín, sino a los demás. Comprendieron por fin que Moscú quería que Maurín fuera a la capital rusa para no dejarlo regresar (14). No hubo ya más dudas. Pero el Partido oficial todavía creía que sería posible separar a Maurín del Bloque. El semanario Mundo Obrero, órgano oficial del Partido, publicó a últimos de junio de 1931 un llamamiento a los militantes del Bloque invitándolos a entrar en el Partido:

"En diferentes ocasiones, la Internacional Comunista y el Partido intentaron poner fin a esta situación que tanto daño ocasionaba al desarrollo del movimiento comunista en España. Últimamente la Internacional pidió a los jefes del Bloque el envío de una delegación a Moscú para tratar de las condiciones de su reintegro al Partido, y, por tanto, de la unificación de todas las fuerzas comunistas. Maurín, que ya había emprendido resueltamente su política de alianza con la burguesía catalana, capitulando vergonzosamente ante Macià, y que desde la tribuna del Ateneo de Madrid atacaba a la Internacional Comunista, rechazó la invitación que se le hacía, poniendo así de manifiesto, tanto sus propósitos escisionistas como la falsedad de todas sus declaraciones respecto a la unificación comunista en Cataluña.

El Comité Central del Partido Comunista (S.E. de la I.C.) os dirige un caluroso llamamiento para que reintegréis en nuestras filas y declara que está dispuesto a admitiros en bloque, sobre la base de la aceptación sin reservas del programa y de la línea política de la Internacional Comunista y de su Sección española (15).

Miravitlles, en una conferencia, caracterizó así esta invitación:
"El Partido Comunista de España, sección española de la Internacional Comunista, hizo honor a su subtítulo (16)".

La invitación no tuvo eco alguno en el Bloque, pero dio pretexto a algunos elementos de la Federación que habían seguido de mala gana a Maurín, para regresar a la vida descansada (intelectualmente hablando) del Partido oficial. Estos elementos trataron de dividir al Bloque y fueron expulsados por el Comité Central. Ninguno tenía cargos importantes, pero llegaron a ocuparlos en el Partido oficial. Los más destacados eran Antonio Sesé e Hilario Arlandis. Finalmente, la Internacional convalidó, en julio de 1931, la decisión del Buró Político del Partido oficial de expulsar a la Federación Comunista Catalano-Balear. En la resolución correspondiente de Moscú, se acusaba al liberalismo y menchevismonacionalismo pequeño burgués, de reflejar las ideas de Trotsky y de negar el papel dirigente del proletariado. Es curioso observar que las mismas acusaciones lanzaban contra el Bloque los trotskystas.

Era evidente que Moscú -cuyo partido tenía en toda España menos afiliados que el Bloque en sólo Cataluña-, debía crear una organización que se enfrentara a los bloquistas. Por aquel entonces había regresado de la URSS aquel Ramón Casanellas que se refugió allí en 1921 después de haber participado en el atentado que costó la vida al jefe del gobierno Eduardo Dato, organizado por la CNT. Lo acompañaba un delegado de la Internacional, el húngaro Erno Gerö, que desde entonces actuó siempre en Cataluña bajo el seudónimo de Pedro. (Ese mismo Gerö se encargó, en 1956, de pedir la entrada de los tanques soviéticos en Hungría.) Casanellas fue candidato del Partido oficial en Barcelona. Lo detuvieron luego y lo expulsaron so pretexto de que, habiendo adquirido la nacionalidad soviética estando en Rusia, entró en España sin permiso. Pero al poco normalizó su situación jurídica y regresó a Barcelona.

No era buen orador ni buen escritor, no gozaba de prestigio entre las masas. Moscú pensó, sin duda, que el haber sido uno de los autores de la muerte de Dato le daría influencia entre los anarquistas, pero éstos lo consideraban pasado al enemigo marxista. En su breve actuación (murió en 1933 en un accidente de moto), siguió siempre fielmente las indicaciones de Gerö.

Moscú no estaba satisfecho con la situación de sus fuerzas en España. El 15 de enero de 1932, la oficina para la Europa Occidental del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista publicó una carta en la cual decía que el partido comunista español "no tuvo una actitud correcta respecto al grupo Maurín y su Bloque Obrero y Campesino. Sin menguar en ningún modo la lucha por desenmascarar a Maurín y sus ideas pequeño-burguesas y la colaboración en práctica de su grupo con la burguesía -en realidad, intensificando esa lucha y negándose a hacer cualquier concesión, en cuestión de principios-, sin disimular las diferencias existentes, el partido comunista debe ayudar a todos los miembros de esta organización que están prontos a acogerse a la bandera del Comintern a unirse a las filas del partido comunista".

En marzo de 1932 se reunió en Sevilla el quinto Congreso del Partido oficial, y entre otras cosas, decidió crear un Partido Comunista en Cataluña, que sería aparentemente autónomo y estaría nominalmente adherido de modo directo a la Internacional Comunista. Aunque se esperaba halagar así a los catalanistas, éstos pronto se dieron cuenta de que no habían sido los comunistas catalanes quienes crearon su propio partido, sino que fue establecido por una decisión del Partido español siguiendo indicaciones de la Comintern.

En mayo comenzó a funcionar el Partit Comunista de Catalunya, con Casanellas como Secretario General y con el semanario Catalunya Roja como órgano de prensa. Tanto el Partido español como el catalán empezaron entonces una activa campaña permanente, contra el Bloque, que no tuvo repercusión alguna. El folleto “Los renegados del comunismo. El Bloque Obrero y Campesino de Maurín” (17) resume los argumentos del comunismo oficial contra el Bloque.

"La burguesía -decía el folleto-, tiene como agentes en el seno de la clase obrera no sólo a los jefes socialfascistas y anarcosindicalistas. Los agentes de la burguesía no se encubren solamente con el nombre de "socialismo" o "anarquismo", sino también con el de "comunismo". "El Bloque obrero y campesino" de Maurín y "la Izquierda comunista" de los trotskystas representan dos organizaciones que cumplen el mandato de la burguesía de debilitar y descomponer las filas del Partido Comunista. La destrucción de la dirección traidora y renegada de estas organizaciones, la conquista para el comunismo verdaderamente leninista de los obreros revolucionarios engañados por ellos, es una tarea importantísima del Partido comunista, como lo es la destrucción de la dirección socialfascista y anarcosindicalista.

El "Bloque Obrero y Campesino" de Maurín manifiesta su oportunismo y traición en formas abiertas y bastante descaradas. En su famosa conferencia del Ateneo de Madrid, en junio de 1931, Maurín, para tranquilizar al público burgués, declaró que él no era un comunista ortodoxo, sino un comunista de género especial, al cual es más fácil comprender y que se adapta mejor a las condiciones de España. Esta "adaptación" de Maurín se expresó en la renuncia a la consigna de los soviets, en la defensa de una "Convención" pequeño-burguesa y en la lucha directa contra la Internacional Comunista".

Decir que el gobierno Azaña era pequeño-burgués, como hacía Maurín, equivalía, según el folleto, a apoyar y propagar "la ilusión de que este gobierno no es contrarrevolucionario". Separarse de la Internacional equivaldría a romper con el comunismo. La consigna dada por el Bloque de toma del poder por los comités de fábrica parecía errónea al Partido oficial, porque el poder sólo pueden tomarlo los soviets. El sistema de organización a dos niveles del Bloque era "liquidacionismo" y al oponerse al Partido oficial, el BOC cumplía "un mandato indudable de la burguesía". Maurín era "un agente de la burguesía para la descomposición de las filas comunistas que aprovecha la máscara comunista como requisito necesario de su trabajo de traición".

En otro folleto (18) "el Partido oficial arremete contra la posición del Bloque en la cuestión catalana. El Bloque hace el juego a la burguesía y de hecho "sostiene el gobierno contrarrevolucionario de Macià, al considerar que la formación de la Generalitat ha creado un segundo poder, lo cual es favorable a la revolución democrática. Esta posición, dice el nada misterioso Prof. I. Kom, es parecida a la de los trotskystas, pero aún peor que ella (y para ser peor que un trotskysta, a los ojos de un comunista oficial, hay que ser realmente muy malo), porque el Bloque propugna el separatismo y Trotsky se opone a él. Pero esto se debe a que los "maurinistas" quieren estar al servicio de la burguesía catalana, mientras que los trotskystas prefieren estar al servicio de la "nación imperialista española"

Después de este delirio de casuística, el autor del folleto afirma que el problema nacional español se reduce a la rebelión de los campesinos catalanes y gallegos contra los sistemas de arrendamiento prevalecientes en su zona. Los obreros no tienen nada que ver, pues, con el problema nacional, que es lo que sostenían Lerroux en 1909 y la FAI en 1932.

Merece la pena citar las frases principales de esos folletos:

"La táctica política de los maurinistas sirve de excelente demostración práctica de que la separación del movimiento comunista de la Internacional significa en realidad la ruptura con el Comunismo. Renunciando a aplicar la línea leninista justa y consecuentemente, Maurín empezó a ocuparse de maniobras sin principio entre varios grupos políticos, en relación con diferentes cuestiones políticas, y le parece, prisionero como se halla de la burguesía, que ejerce una influencia sobre ella. Como resultado ha llegado a una confusión ecléctica en el dominio de las formulaciones teóricas y al servilismo político práctico respecto de la burguesía. Tal es la suerte inevitable de los politicastros pequeño-burgueses.

Es errónea también la consigna de la "toma del poder por los Comités de Fábrica". Los comités de fábrica y los comités de campesinos son realmente amplias organizaciones especiales políticas primordiales, capaces de ser un potente instrumento para la preparación de la toma del poder por el proletariado y de sus aliados, los campesinos. Pero este papel lo pueden desempeñar solamente en embrión, como antecesores, como camino hacia la creación de los Soviets, como los reductos de los Soviets en las fábricas, como garantía para la solidez de los soviets, como palanca potente de la victoria de los soviets, única forma del poder revolucionario obrero y campesino.

El sentido fundamental y el contenido del maurinismo es la lucha contra el comunismo, la lucha por el rompimiento de la unidad de las fuerzas revolucionarias del proletariado bajo las banderas del Partido Comunista. A La posición anticomunista de los maurinistas en los problemas fundamentales de la estrategia y táctica de la revolución, corresponde también su posición anticomunista en la cuestión del, Partido mismo. Los maurinistas de hecho disuelven al Partido en el Bloque Obrero y Campesmo. El artículo de Víctor Colomé "La Federación y el Bloque" ("La Batalla" del 24 de diciembre de 1931), desarrolla una "teoría" original, que subraya el completo alejamiento de los maurinistas de la doctrina leninista sobre el Partido.
Colomé plantea la cuestión de la profunda diferencia y contraposición entre los miembros del Partido preparados y conscientes y las amplias masas de obreros que simpatizan con el comunismo. La incorporación de esos obreros al Partido, en otras palabras, la creación de un partido comunista de masas, Colomé la considera inaceptable. Un partido comunista de masas, en su opinión, "quedará reducido a la impotencia por la diversidad de opiniones y confusiones que irán desde el comunista mejor preparado hasta el que comienza a simpatizar. El mecanismo funcionará con gran dificultad y las crisis serán permanentes. Resultado: un aparato inútil" (Víctor Colomé, "La Federación y el Bloque", La Batalla, 24 de diciembre de 1931). Por otra parte, continúa Colomé, el grupo de comunistas preparados, conscientes, es cuantitativamente limitado y necesita de una amplia organización de simpatizantes para llevar a cabo su política. La Federación comunista de Maurín y el Bloque Obrero y Campesino representan precisamente, según la opinión de Colomé, la unión de esta minoría consciente con la amplia organización de simpatizantes.

Este punto de vista es absolutamente extraño al comunismo. El comunismo preconiza un Partido comunista de masas capaz de aplicar su línea en las amplias organizaciones sin partido: en los sindicatos, en los soviets, etc, El comunismo no debilita ni separa a los obreros comunistas preparados de los no preparados, sino al contrario los une, garantiza la dirección de toda la clase por la vanguardia. Si las simpatías comunistas de los obreros y su deseo de luchar en las filas del partido comunista están ya suficientemente determinadas y esos obreros piden el ingreso en el Partido, aceptan su programa, resoluciones y disciplina, el Partido les acoge y realiza su educación en las filas del partido y no en una organización de simpatizantes. El punto de vista de los maurinistas representa dos crímenes fundamentales contra el comunismo: la distinción de los comunistas "conscientes" en una secta limitada y la creación, en vez del partido, de una imitación indeterminada de él en forma de organización de simpatizantes, la creación, en vez del partido del proletariado, del "Bloque Obrero y Campesino".

Pero una manifestación todavía más clara del liquidacionismo de los maurinistas es su posición frente al partido. Es difícil imaginarse una posición más cobarde y contrarrevolucionaria. Los maurimstas declaran que el partido comunista es un "mito" y proclaman abiertamente que el objeto final de ellos es derrumbar y aniquilar el partido. Esto es un mandato indudable de la burguesía, la cual comprende perfectamente que su único enemigo peligroso es la Internacional Comunista y sus secciones.

En la resolución del Pleno ampliado del partido de Maurín leemos:

"Hasta aquí, el desbordamiento de la reacción republicano fascista ha sido impedido en gran parte gracias al hecho revolucionario de la dualidad de poderes: Gobierno provisional de Madrid y Gobierno de la Generalidad de Cataluña. La Generalidad, aunque gobierno pequeñoburgués, se ha visto obligada en determinados momentos, bajo
la presión de los trabajadores, a servir de acantilado ante el oleaje reaccionario del Gobierno provisional...".

Y más lejos se dice con la misma franqueza: "La clase trabajadora...ha de tratar de acentuar la dualidad de poderes, procurando con su actuación política transformar el gobierno pequeñoburgués de la Generalidad en gobierno obrero de la República obrera de Cataluña" ("La Batalla", 13-11-31).

Las conclusiones políticas son claras: el deber del proletariado consiste de este modo en sostener el doble poder, es decir, en "sostener el gobierno contrarrevolucionario de Macia", y ello hasta su "transformación pacífica (mediante la actividad política del proletariado, es decir la presión de abajo) en el gobierno obrero de Cataluña".

A pesar de la enternecedora unidad de opiniones en las cuestiones políticas "cardinales" de los trotskystas y Maurín, existen también "divergencias" entre ellos. Maurín propugna el apoyo al movimiento nacionalista “separatista” de las nacionalidades oprimidas, el movimiento por la "separación" de Cataluña y España.

Trotsky combate el "separatismo", la separación de Cataluña y el desmembramiento de España en nombre de la "unidad económica" del país: "Nuestro programa es la federación hispánica con el mantenimiento indispensable de la unidad económica", dice Trotsky en la "Carta con motivo de la cuestión catalana" (Verité ", 1-septiembre-1931).

¿Dónde se ha ido a esconder el derecho de las nacionalidades a la autodeterminación hasta la separación del Estado central? ¿Por qué defiende Maurín la separación de Cataluña, el separatismo? Porque representa el ala "izquierda" de la burguesía "catalana" nacional contrarrevolucionaria que, de palabra, es partidaria de la separación, pero que "de hecho sostiene" al gobierno de Macia y a sus dueños imperialistas de Madrid. ¿Por qué los trotskystas luchan tan enérgicamente "contra" la separación, contra el separatismo, en nombre de la "unidad económica" de España, realizada como es sabido bajo la égida del gobierno opresor imperialista de Azaña-Largo Caballero? Porque a los trotskystas no les agrada de ningún modo estar al servicio únicamente de la burguesía "catalana" (aunque hacen esto, como ya hemos visto, declarando que Macia se atiene  "a las soluciones radicales". Prefieren intervenir con el partido socialista de España en calidad de exploradores y trovadores de la "nación imperialista española".

Los socialistas españoles no se preocupan menos que Trotsky de la "unidad económica" de España y combaten el separatismo como "el peor enemigo de la democracia, de la paz y de Cataluña" ("El Socialista", 6-VIII-931).

Lo que los comunistas oficiales no pueden perdonar al Bloque, en realidad, es la crítica bloquista a la burocracia de la Internacional. En el folleto de Maurín ya citado (19) se lee, por ejemplo, esto:

Algo que ha contribuido mucho a la fortaleza del BOC, aunque en ciertos momentos constituya un motivo de grandes dificultades, es su pobreza. No tiene otros recursos que los que consigue con las cotizaciones.

La ayuda económica que los partidos comunistas oficiales reciben de la I.C., es extremadamente perniciosa. Se crea una burocracia permanente que acaba por estar de acuerdo de una manera sistemática con quien manda. Así las cosas, la actividad de los partidos depende del tanto por ciento de protección que reciben. La personalidad de los partidos desaparece, quedando convertidos en piezas de una gran máquina burocrática...
La experiencia ha demostrado de un modo asaz concluyente que el régimen de dictadura burocrática que impera en los partidos comunistas oficiales es tremendamente funesto para la vitalidad del movimiento comunista.

Los republicanos, por su parte, no dejan de dirigir reproches al Bloque, en especial el de que con su crítica de la actuación de la república debilita a ésta. Le achacan además que no es partidario de la democracia. Maurín contesta a esto con unas frases bien claras:

El BOC reivindica la democracia obrera y cree que en ella hay una gran fuerza creadora. Rechaza la teoría de que sólo una pequeña minoría es la que ha de pensar y la gran masa obedecer, y actúa de manera que sea por la acción y el pensamiento de todos su adherentes que el BOC triunfe y trace su línea de conducta (20).

El año 1932 aporta no sólo éstas y otras críticas, sino también luchas, aciertos y tropiezos. Comenzó con un levantamiento anarquista en la cuenca catalana del Alto Llobregat, el 21 de enero, que fue aplastado por las fuerzas policíacas. Pero ocurrió algo interesante: por primera vez unos comités anarquistas, en los pueblos mineros de Fígols y Sallent, tomaron el poder, se instalaron en los ayuntamientos y dieron órdenes para organizar la vida de esas ciudades, durante las 48 horas que estuvieron en sus manos. La Batalla del 29 de enero lo pone de relieve: “Estamos en presencia de un hecho histórico de la más alta significación, que señala para la marcha de nuestra revolución un giro importantísimo. El anarquismo ha dejado de existir. Los obreros y entre ellos, naturalmente, los anarquistas, han aceptado la tesis marxista de la toma del poder”. Los hechos, más tarde, demostrarán que este optimismo no estaba justificado, puesto que en otros lanzamientos anarquistas, en 1932 y 1933, no se repitió la toma del poder local.

Los hechos del Alto Llobregat aportaron al Bloque a algunos militantes cenetistas que habían participado en ellos y aprendieron su lección, después de haber sido deportados a Bata (Africa Occidental) por el gobierno Azaña. Manuel Prieto fue el más destacado. Otro cenetista, que no había tomado parte en dichos hechos, también ingresó al Bloque, Ramón Magre, dirigente destacado de la Unión Gastronómica, un sindicato autónomo de cocineros y camareros. Pero estas adhesiones no determinaron una corriente de cenetistas hacia el Bloque. Las razones eran más psicológicas que políticas. Un militante es, a la vez, un hombre que piensa en términos ideológicos determinados y un hombre que vive en un ambiente dado (el de su organización). En el Bloque los anarquistas se encontraban fuera de su casa, no sólo porque era difícil pasar de la retórica ácrata a la marxista, sino también porque el sentimiento de amistad entre los militantes no se abría fácilmente a los recién llegados procedentes de otras organizaciones.

Había otros medios de expansión. Uno de ellos eran los ateneos obreros. Mientras los miembros de la Unió Socialista de Catalunya se concentraban en el Ateneo Polytechnicum, los bloquistas conquistaron el Ateneo Enciclopédico Popular,
de muy larga tradición. Para ello, los bloquistas se afiliaron en masa y obtuvieron así mayoría en la asamblea para elegir la Junta Directiva. A partir de ese momento, el Enciclopédico redobló su actividad, adoptó iniciativas importantes en el terreno de la educación para los hijos de obreros (por ejemplo, encabezó una campaña pro escuelas) y organizó cursillos de educación política a cargo de figuras destacadas del movimiento obrero. No fue una actividad sectarea, pero era evidente que favorecía al Bloque el simple hecho de que la llevaran a cabo los bloquistas. La USC, los nacionalistas de la Esquerra y el Partido oficial se alarmaron y trataron de copar las asambleas, pero hasta la guerra civil los bloquistas dirigieron el Enciclopédico en colaboración con viejos socios súbitamente rejuvenecidos. Conquistaron también otros ateneos en los barrios obreros y en varias ciudades de provincias; cuando no los había, los fundaron. En los ateneos estaba la sal del proletariado y el Bloque atrajo a los mejores elementos de esta selección, al darles participación en la dirección de los ateneos (21). Los oradores bloquistas sabían que disponían de tribunas prestigiosas desde las cuales exponer sus puntos de vista, pero no trataron de monopolizarlas.

Otro terreno en el cual el Bloque avanzaba era el sindical. Un pleno regional de la CNT, reunido en Sabadell en abril de 1932, expulsó a las Federaciones locales de sindicatos de Lérida y Gerona, dirigidas por bloquistas, y en mayo el Comité Regional expulsó a la Federación local de Tarragona, por igual motivo. Fue una especie de pataleta de los anarquistas por la crítica bloquista de tal aventura insurreccional de enero (22).

Al lado de estas organizaciones de trabajadores industriales, los bloquistas trataban de organizar a los campesinos. Estos no estaban encuadrados en ninguna parte, fuera de los rabassaires (medieros de la vid), cuya Unión se hallaba controlada por la Esquerra, aunque en ella los bloquistas iban penetrando lentamente. En 1932, fundaron en Lérida la Unió Agraria y en Gerona la Acció Social Agraria. En 1934, la Unió de Lérida tenía casi tantos afiliados como la Unió de Rabassaires (18.000), y la de Gerona se acercaba a los 12.000 (23).

En el terreno sindical el Bloque tuvo una iniciativa que luego otros trataron de atribuirse y que lógicamente hubiera debido corresponder a la CNT si esta central sindical no se hubiese puesto a sí misma entre la espada de las aventuras insurreccionales y la pared de las reivindicaciones inmediatas de sus afiliados. Me refiero a la lucha para defender a los obreros en paro forzoso.

El país pasaba por una crisis económica fuerte, eco de la mundial, pero agravada por la fuga de capitales y el sabotaje económico de los industriales y grandes terratenientes adversarios de la república. Había 400.000 obreros sin trabajo, la mayoría en el campo, y de ellos 34.000 en la provincia de Barcelona (24).

Para un partido obrero, era deber y conveniencia tratar de organizar a los obreros parados. El Bloque se lanzó a esta tarea. Josep Coll, un albañil sin trabajo, era el cerebro de la campaña y Andreu Sabadell, un obrero sin empleo del ramo del agua, su agitador más eficaz. El Bloque había hablado ya del paro forzoso en su programa municipal de 1931.

La campaña encontró eco y condujo a la formación de un Frente Obrero contra el Paro Forzoso, dirigido por bloquistas. El Bloque convocó a una conferencia sobre el paro forzoso, que se reunió el 12 de febrero de 1933, con delegados del Bloque, la USC, varios sindicatos autónomos y las Federaciones expulsadas de la CNT (es decir, dirigidas por bloquistas). El Partido oficial, la CNT y los treintistas no participaron.

Esta conferencia aprobó una lista de reivindicaciones: jornada de seis horas, seguro contra el paro, aumento de los subsidios a los parados (35 pesetas semanales a los obreros y 50 a los casados) y una reforma tributaria que permitiera aplicar estas medidas. El Bloque, al convocar la conferencia había advertido:

Es preciso que la clase obrera concrete en unas consignas sus aspiraciones inmediatas. Hay que concretar estas aspiraciones pero no nos hagamos la ilusión de que el problema del paro forzoso se pueda resolver dentro del régimen capitalista. Sabemos de sobra que, a pesar de conformarnos con poca cosa, esa poca cosa a la que podemos aspirar actualmente nos costará muchísimo conseguirla. Los obreros que trabajan deben ponerse al lado de los parados. Deben luchar por hacer triunfar las reivindicaciones de los que están sin trabajo por solidaridad de clase y porque mañana mismo pueden ser las consignas que les interesen de una manera directa”.

En abril; el Frente contra el Paro Forzoso escribió a los diputados al Parlamento catalán. Los socialistas del mismo propusieron una ley estableciendo la jornada de seis horas. El Parlamento no la aceptó y en cambio creó un Instituto contra el Paro Forzoso, con 65.7 millones de pesetas anuales. Esta ley, presentada por la Esquerra, era más amplia que la propuesta por sus aliados los socialistas catalanes. Sin la campaña y la conferencia, nada de esto hubiera tenido lugar.

Pero pequeños éxitos como éste no hacían perder la cabeza a los bloquistas. La situación del país era inquietante. El 10 de agosto de 1932, el general José Sanjurjo se sublevó en Sevilla contra la República. Una huelga general frustró esta tentativa. El Bloque, que había denunciado los preparativos de golpe desde hacía varios meses, reclamó la ejecución de Sanjurjo (que fue juzgado, condenado a muerte e indultado a petición de los socialistas). El mismo día de la sublevación, Mundo Obrero, el diario comunista, publicaba a toda página este título: “El gobierno Azaña es el centro de la contrarrevolución fascista”. Por ésta y otras pruebas de falta de sensibilidad política, Moscú acabó cambiando la troika Bullejos- Trilla-Adame y sustituyéndola por una nueva encabezada por el sevillano. José Díaz, que siguió al frente del partido hasta que se suicidó en Georgia, ya terminada la guerra civil española. Pero nada cambió en el Partido oficial, porque el mal no venía de latroika sino de su sumisión a Moscú. La nueva dirección continuó con la táctica del "social-fascismo", que en Alemania estaba abriendo las puertas del poder a Hitler. Criticar a los socialistas y anarquistas, como hacía el Bloque, no quería decir que hubiera que considerarlos la "antesala del fascismo", como decía el Partido oficial por órdenes de Moscú. Por esto, el Partido oficial seguía siendo un esqueleto. En las elecciones a diputados al Parlamento catalán, en noviembre de 1932, el Bloque obtuvo 12.000 votos en Cataluña, de los cuales 3.565 en Barcelona-ciudad, y el Partido oficial 1.216. La Lliga tuvo en Barcelona 37.000 votos y la Esquerra 65.000.

La diferencia de posiciones políticas entre el Bloque y cualquier otra organización obrera, se vio clara en el segundo Congreso de la Federación Comunista Catalano-Balear (es decir, la organización de militantes del Bloque). Se reunió en abril de 1932, en un nuevo local central, en la calle de Palau número 6. Desde dos meses antes, La Batalla publicó las tesis que discutiría el congreso, para que se debatieran en las células. El Congreso aprobó cambiar el nombre de la Federación por el de Federación Comunista Ibérica, con el fin de englobar a pequeños grupos de simpatizantes en Asturias, Madrid y Valencia. Algunos delegados se opusieron, porque consideraban que era prematuro poder extenderse fuera de Cataluña.

Tal vez el documento más interesante fue la tesis aprobada sobre la cuestión nacional. Merece reproducirse porque analiza la posición de otras fuerzas obreras sobre este problema y porque muestra que había una plena coincidencia entre los bloquistas procedentes del comunismo catalán y los procedentes de la CNT y del comunismo oficial; el aporte de nuevos elementos había, en realidad, sumergido y fundido a estos grupos fundadores. Decía así, en lo fundamental: (25)

1.-La caída de la monarquía y la implantación de la república, como que este cambio de régimen no ha ido acompañado de la incorporación al nuevo Estado político del programa de la revolución democrática, no representa un avance muy sensible no sólo en el orden de las relaciones de las clases sociales en pugna, sino que tampoco en las relaciones entre las colectividades nacionales que viven, de buen o mal grado, dentro del marco del Estado español.

2.-Bajo la monarquía, el Estado imperialista pan-español, formado históricamente de nacionalidades diversas, sobre las cuales ejercía su hegemonía el feudalismo de Castilla vinculado estrechamente con la monarquía y dominando en las grandes arterias capitalistas superpuestas sobre una economía semi-feudal y pequeño-burguesa, no había logrado fundirse en un solo espíritu nacional. El espíritu asimilista del imperialismo castellano no consiguió vencer la personalidad de las naciones de la periferia: Cataluña, Galicia, Vasconia.

Se ha formado el Estado antes que la nación. El Estado castellano ha logrado poco a poco ejercer su hegemonía sobre las demás nacionalidades ibéricas, destruyendo los organismos estatales de estas nacionalidades. La formación histórica del Estado español no se apoya, pues, sobre bases burguesas sino que toma todas las características feudales, hostil, por tanto, al capitalismo industrial. Dentro del Estado español han ejercido la supremacía no las naciones más progresivas y de mayor impulso industrial -Cataluña, Vasconia- sino las más atrasadas; los núcleos donde aún impera el feudalismo agrario -Castilla, Andalucía, Extremadura, etc.-. Este hecho, explica en parte la contradicción histórica de que el capitalismo no se haya desenvuelto y que falto de impulso al tener que vivir controlado y reglamentado por un Estado de tipo feudal y adverso al capitalismo industrial, éste haya: tenido que vivir a la sombra del arancel, concesión que le ha sido hecha por el latifundismo agrario como paga a su sumisión política.

8.-EI movimiento obrero en Cataluña, sobre el cual ha ejercido durante décadas su hegemonía el anarquismo, se desinteresaba de los problemas políticos, y confundiendo lamentablemente la parte anecdótica del catalanismo -el hecho de que estuviese controlada por la burguesía- con el hecho esencial de una colectividad que comenzaba a reivindicar el derecho a su personalidad independiente, produjo la gran paradoja de que un movimiento esencialmente liberador no interesara a las masas obreras y que su solución, por tanto, no fuese puesta en sus programas de clase.

Esta actitud de incomprensión de los anarco-sindicalistas no ha cambiado en lo más mínimo hasta hoy. En nombre de la "unidad revolucionaria (?) del proletariado" los elementos directivos de la Confederación Nacional del Trabajo han llegado a hacer la afirmación suicida, centralista y reaccionaria, de que se "levantarían en armas contra todo intento de separación", prestando así apoyo al centralismo feudal y colocándose en una situación eminentemente contraria a sus postulados libertarios.

9.-La posición ante el problema de las nacionalidades ibéricas de los hombres del “Partido Socialista Obrero Español”, no se aparta ni poco ni mucho de la posición adoptada por sus colegas, los partidos socialistas que giran en torno de la Segunda Internacional. Con la sola diferencia que mientras los partidos socialistas del resto de Europa han hecho declaraciones teóricas, exclusivamente sobre el papel, proclamando el derecho a la libertad de las naciones “cultas” -y así sostenían de una manera directa el derecho de las potencias imperialistas sobre los pueblos coloniales- sin que por otra parte hicieran nada para ayudar prácticamente para que los pueblos “cultos” obtuviesen su independencia el “Partido Socialista Obrero Español” ni tan siquiera ha hecho estas declaraciones teóricas. Peor aún: como buenos sostenedores del imperialismo pan-español se han pronunciado de una forma brutalmente imperialista contra las reivindicaciones de los pueblos hispanos.

10.- Tampoco el “Partido Comunista de España” ha tenido una posición justa ante la cuestión nacional. En éste como en tantos otros aspectos, su miopía mental ante la realidad, ha sido la causa primera de que no influyese en lo más mínimo en el movimiento de emancipación de las nacionalidades ibéricas. Oficialmente obligados por la Internacional Comunista, han puesto de una manera fría y mecánica en sus programas y entre sus consignas, el derecho de Cataluña, Vasconia y Galicia a su libertad y a su independencia. Pero esto ha sido tan sólo la aceptación del principio del derecho de los pueblos a su autodeterminación como un simple formalismo verbal para no ponerse en desacuerdo con las declaraciones y resoluciones de la I.C. [Internacional Comunista] respecto al papel que tienen que desempeñar los partidos comunistas en los movimientos de liberación nacional.

12.-La aprobación del Estatuto de Cataluña no puede ser en manera alguna la solución del pleito catalán. El Estatuto fue elaborado de espaldas al pueblo y hecho aprobar por "chantage". La masa obrera y campesina no se siente representada en él. El Estatuto es una claudicación vergonzante ante el Estado imperialista.

13.-La “Federación Comunista Catalano-Balear” como núcleo dirigente de la organización de masas “Bloque Obrero y Campesino”, declara: que siendo la cuestión nacional uno de los puntos básicos del programa de la revolución democrática que no ha sido llevada a cabo como pretende la burguesía con el simple hecho de haberse substituido el régimen monárquico por el republicano, luchará por el derecho de los pueblos a disponer de sí mismos, llegando si precisa a la separación, si tal es su voluntad.

17.-El problema de desarticular los restos del feudalismo español vinculado hoy por culpa de la burguesía a la actual estructuración de la economía española tiene que ser la obra de la clase trabajadora. En esta lucha juega un rol importantísimo la lucha por la libertad de Cataluña, Vasconia, Galicia y Marruecos. La “Federación Comunista Catalano-Balear” consciente de sus deberes históricos como núcleo dirigente de las masas trabajadoras, al aceptar la responsabilidad de la dirección de esta lucha a muerte contra los restos feudales y contra la burguesía impotente que los sostiene con sus claudicaciones, se pronuncia, pues, de una manera clara que no deja lugar a dudas ni equívocos: aceptamos e impulsamos el separatismo como factor de descomposición del Estado español, si bien como comunistas no somos separatistas en el sentido burgués nacionalista.

Mas a pesar de la lucha que mantengamos contra el Estado imperialista español para lograr la libertad de las naciones oprimidas, no solamente no será esto motivo para provocar una ruptura entre el proletariado de los pueblos hispanos, sino que en interés de esta misma lucha contra el enemigo común, el proletariado de Cataluña, Marruecos, Vasconia y Galicia se mantendrá unido con el proletariado de las demás tierras del Estado español. Si aceptamos "como comunistas" el separatismo es sólo para desarticular el Estado español. Mas una vez lo hayamos logrado y el proletariado dueño del poder político del Estado, garantizada efectivamente la libertad absoluta de todos los pueblos ibéricos, no habrá ningún interés que los impulse a una separación suicida. No nos interesa la balcanización de la península Ibérica. Contrariamente, hacemos nuestra la fórmula de Lenin: "Separación en interés de la unión". Esto es: separar primero, para unir después. Sólo el proletariado en el poder podrá lograr lo que la burguesía ha sido incapaz de conseguir: que las nacionalidades ibéricas se federen voluntariamente y formen una unidad política que de hecho aún no ha existido nunca dentro del Estado español. La clase trabajadora está llamada; pues, a cumplir la unidad ibérica, reincorporando Portugal al ritmo general revolucionario del Estado federal proletario y redimiendo Gibraltar del vasallaje del imperialismo británico al cual está sometido.

19.-Para conseguir esta finalidad la “Federación Comunista Catalano-Balear” luchará incansablemente para evitar que la clase obrera se integre en las organizaciones específicamente "nacionalistas" que pretenden solucionar la cuestión social después de haber logrado la libertad de Cataluña, olvidando lamentablemente el hecho de que el problema de la libertad de Cataluña sólo puede hallar solución cuando las masas trabajadoras al realizar la revolución social se hagan dueñas del poder. Combatiremos, por tanto, este tipo de extremismo revolucionario nacionalista, que es aún una tendencia burguesa, oportunismo de izquierda, dentro del movimiento de liberación de las nacionalidades ibéricas”.

Se discutió una tesis internacional. El Bloque era el único partido del país que mostraba interés por las cuestiones del mundo y el único que condenaba la política española en Marruecos y pedía la independencia del "protectorado". Era natural, porque las razones mismas que condujeron a la formación del Bloque fueron de carácter internacional. En ese año de 1932, lo que sucedía en Alemania parecía a los bloquistas que iba a influir mucho en España. La tesis internacional señalaba la responsabilidad de la socialdemocracia alemana en el ascenso de Hitler por su política del mal menor, y del comunismo por su política de socialfascismo. “Por la brecha abierta entre socialistas y comunistas se está colando el fascismo”. Por la separación entre socialistas y anarquistas españoles podría también colarse un día el fascismo.

Las tesis políticas tenían por título "La revolución española  las tareas del proletariado". Se exponía en ellas la interpretación ya citada varias veces de la revolución española, evolución democrático-burguesa que la clase obrera debía hacer ante la incapacidad de la república burguesa de llevarla a cabo. Y se agregaba que "el comunismo, aun aceptando desde luego, los principios fundamentales del marxismo y del leninismo, no podrá sin embargo conquistar la dirección de la clase trabajadora más que si es fruto directo de la realidad histórica ibérica, y no un modelo estandarizado sujeto a indicaciones burocráticas completamente extrañas a nuestra revolución. La revolución española ha de ser hecha por los trabajadores españoles. El colonialismo revolucionario es desastroso para la  marcha de la revolución".

En relación con esto, el congreso aprobó también unas tesis sobre la unificación comunista en las cuales se leía: "El comunismo, por tender hacia la democracia auténtica y desprovista de todo vestigio de clase, debe conservar y acrecer como un bien precioso los elementos de la democracia históricamente adquiridos en la lucha de clases y no rehusar el beneficio de la democracia más que a aquellos que conscientemente o no, quieren privar de ella al proletariado".

El congreso, finalmente eligió a un nuevo Comité Central, y éste a un nuevo Comité Ejecutivo: Maurín, Arquer, Rovira, Bonet, Colomé, David Rey, Ferrer.

En el acto de clausura, Maurín resumió así la situación:

Existen condiciones objetivas favorables para que la revolución triunfe completamente: incapacidad y caos, arriba; malestar, abajo, provocado por la tremenda crisis económica que padece el país. Falta, sin embargo, que el proletariado comprenda, realmente, que sólo si él toma el Poder, la revolución democrática podrá triunfar plenamente, que exista un fuerte partido comunista -Federación Comunista- y que se cree una alianza entre proletarios y campesinos -Bloque Obrero y Campesino.

El BOC y la Federación Comunista tratan de dar a la clase trabajadora española los instrumentos revolucionarios que históricamente le son necesarios.

La Federación Comunista y el Bloque obrero y Campesino, iniciados en Cataluña, comprenden que es indispensable extender su organización por toda España para que el triunfo final de la clase trabajadora sea posible.

La Esquerra, habiendo fracasado rotundamente, no puede aspirar a dirigir la vida política de Cataluña. La clase obrera, por medio del BOC, ha de asaltar la Generalidad y desde allí con el apoyo de las masas trabajadoras transformar Cataluña en una República Socialista.

La República Socialista de Cataluña será la avanzada de la Unión Ibérica de Repúblicas Socialistas".

En ese periodo salieron dos libros escritos por bloquistas, además de una serie de folletos. El primero era “De Jaca a Sallent”, de Jaume Miravitlles (Ediciones CIB, Barcelona, 1932), en catalán. Se agotó pronto. Jaca era la ciudad donde en diciembre de 1930 se habían sublevado contra la monarquía dos capitanes del ejército, que fueron fusilados, y Sallent la ciudad donde la FAI tomó el poder local en enero de 1932. El libro compara las dos maneras de plantearse el problema de la revolución: la marxista y la anarquista.

Empieza señalando que en España nunca hubo un Cronwell ni un Lutero, ni revolución industrial, ni parlamentarismo ni nacionalismo burgués. El resultado de estas carencias es la escasa industria, la escasa población, el escaso parlamentarismo. Hay en España, país sin revolución, dos teorías revolucionarias: la inexistente del anarcosindicalismo o la equivocada del pronunciamiento militar. Revolución supone complot, para los españoles. Pero los complots siempre fallan. Para los anarquistas como para los patronos, hay dos clases de obrero, dice Miravitlles: el bueno y el malo. El que es buen obrero para uno es malo para los otros, y viceversa. Los anarcosindicalistas confunden política con elecciones. Por esto nunca han tenido una política de salarios, de distribución de la riqueza, etc.

El reformismo, sigue diciendo, ha de fracasar en España porque el sistema que predomina es irreformable. y los anarquistas, incluso cuando quieren hacer la revolución, piensan en términos de reformas.

La insurrección de enero puso en evidencia que... "la célula de la revolución española no será el soviet, sino el sindicato y el municipio... La FAI es el fermento del movimiento proletario... Su impaciencia ideológica, producida por un hecho temperamental, de orden biológico, nos llevará a la catástrofe. No se pude jugar con la insurrección... El fracaso de la insurrección abre las puertas al fascismo".

No basta con tomar la economía, como quisiera la CNT, sino que debe tomarse también el poder político. y después de afirmar esto, el autor traza un cuadro de las medidas que la clase obrera debería adoptar en España: tomar el poder con un programa democrático, estabilizarlo con los órganos de poder de la clase obrera (consejos o juntas y sindicatos) y abrir las puertas a la revolución socialista.

El análisis es más general, no se limita a los anarquistas, en el otro libro, éste de Maurín, comenzado en el otoño de 1931 y que se publica en el verano de 1932: La revolución española. De la monarquía absoluta a la revolución socialista (Editorial Cénit, Madrid-Barcelona, 1932.) Era una interpretación de lo sucedido en el país desde la caída de la Dictadura y de lo que significaba la república. Causó menos impresión que el primer libro de Maurín, y, por su tesis, se le hizo el vacío en la prensa. Sin embargo, se agotó pronto.

Siguiendo su costumbre de plantear todos los problemas en términos históricos -costumbre derivada del marxismo, pero también de la personalidad misma del autor-, empieza señalando que España fue el primer país europeo que hizo la unidad nacional, pero no por obra de la burguesía, sino de la monarquía absoluta, hipotecada por la Iglesia a causa de la reconquista contra los árabes. El feudalismo luchó contra la burguesía por la teología (contrarreforma y jesuitas), por la expulsión (de judíos y moriscos), por la emigración (América, válvula de escape de las energías que, en la Península, habrían podido ser revolucionarias), y por el exterminio (germanías y comunidades). Por esto la unidad nacional y el absolutismo no condujeron a la revolución burguesa.

Desde entonces, la burguesía, aliada con otras fuerzas, intentó reformar el país, pero siempre, temerosa de sus propios aliados, acabó poniéndose al lado de las fuerzas feudales. Poco a poco, la monarquía feudal, para sobrevivir, recurre a apoyar a la burguesía, le hace concesiones, persigue al movimiento obrero, trata de industrializar artificialmente (con la Dictadura). Pero no se atreve nunca, claro, a hacer la revolución agraria que es indispensable para que la industria pueda expandirse. Las masas se inquietan y para “evitar que las masas derribaran al rey, lo derriban los señores” convertidos en republicanos.

¿Qué ha sido la república? Maurín contesta con una cita de Marx que en 1854 escribía en el Tribune de Nueva York:

Una de las características de la revolución [española] consiste en el hecho de que el pueblo, precisamente en el momento en que se dispone a dar un gran paso adelante y empezar una nueva era, cae bajo el poder de las ilusiones del pasado y todas las fuerzas y todas las influencias conquistadas, a costa de tantos sacrificios, pasan a manos de gentes que aparecen como representantes de los movimientos populares de una época anterior”.

Agrega Maurín:
En 1931, Marx hubiera empezado de la misma manera. La dirección. de la vida política española pasó, al triunfar la república, a los representantes más típicos del viejo régimen.... Los dos puestos más importantes [del gobierno republicano provisional], la presidencia y el ministerio de la Gobernación, estaban ocupados por dos monárquicos...“.

Apoyan el Estatuto catalán y con ello buscan una alianza de la gran propiedad andaluza con la pequeña burguesía catalana. Pero esta alianza no basta:

La burguesía, una vez más, ha demostrado su inteligencia atando a los socialistas al carro del Poder. Y con la particularidad que les entregó las tres carteras más espinosas: las de Hacienda, Trabajo y Justicia.

Los problemas capitales de la revolución española pasaban, precisamente, por los ministerios ocupados por los socialistas. La crisis económica, el movimiento obrero, las leyes de propiedad y de relación entre el Estado y la Iglesia, fueron confiadas a los ministros socialistas”.

Mientras se discute la constitución, en la calle ocurren cosas importantes:

Al mismo tiempo que en las Cortes se debatía el problema religioso, los campesinos de Andalucía asaltaban los cortijos y se repartían las tierras. Las revueltas agrarias surgían por doquier. La revolución agraria tomaba de súbito un impulso inusitado.

La burguesía necesitaba proceder a una maniobra rápida, con el propósito de estrangular la revolución campesina. Alcalá Zamora y Maura eran dos obstáculos. Una ley represiva presentada por Maura, corría el riesgo de fracasar. El intento de Ley de Defensa de la República, preparado en julio, abortó. Maura y Alcalá Zamora suscitaban una gran desconfianza, a causa de su pasado monárquico.

La contienda originada con motivo del asunto religioso dio el pretexto para proceder a un cambio de personas que permitiera meter de matute, sin que nadie pudiese poner el grito en el cielo, la Ley de Defensa de la República.

Alcalá Zamora y Maura debían ser sacrificados para proceder rápidamente, por un golpe táctico, a asegurar la Dictadura republicana. Desaparecidos ambos, “ipso facto”, el Gobierno republicano de Azaña logró la ley draconiana, que amordaza el movimiento obrero y trata de embridar la revolución”.

Pero las Cortes no se hacen eco de lo que ocurre en la calle:

El grito fuerte, viril, del pueblo trabajador, no se ha oído en el Parlamento. Los socialistas no pueden pretender ser los verdaderos representantes de la clase trabajadora revolucionaria. Ni los campesinos andaluces, ni los rabassaires catalanes, ni los obreros huelguistas de Barcelona, Granada, Asturias, han tenido en las Cortes quien se hiciera eco de sus inquietudes y de sus heroicos esfuerzos. Una cosa es el Parlamento y otra la España revolucionaria.

La salud no estaba en las Cortes Constituyentes, que habían de buscar soluciones intermedias, sino en una Convención que encarnara los ímpetus revolucionarios de las masas trabajadoras. Las Cortes Constituyentes, sin embargo, han triunfado sobre la idea de Convención revolucionaria.

El Parlamento acabaría su existencia completamente desprestigiado. Ha sido un vulgar diletante. Colocado por historia ante unos cuantos problemas trascendentales a resolver, no ha hecho más que aflorarlos, sin ahondar ninguno”.
Finalmente, las Cortes aprueban una Constitución:

¿A quién dará satisfacción la Constitución aprobada? No la da al pueblo trabajador. España no es "una República de trabajadores". No la da ni a los campesinos explotados que quieren la tierra, ni a los propietarios que se niegan a darla. No la da ni a los autonomistas, que desean una estructuración federal de España, ni a los unitarios empedernidos. No la da a los que desean el exterminio de la Iglesia, ni a los que gritan: "¡Viva el Papa-Rey! “.

La Constitución elaborada por las Cortes es un puente entre la revolución y la contrarrevolución, entre la República democrática y la República fascista. No es la Carta Magna de una nación, ni el Código de una revolución triunfante.

Lassalle, cuando se iba formando el Imperio alemán, estableció la célebre distinción entre la Constitución real y la Constitución jurídica. Los parlamentarios españoles han querido con una Constitución jurídica ahogar la Constitución real, que elaboraba el pueblo en las luchas de todos los días.

La Constitución no será más que un breve armisticio, no largo. Ni la reacción ni la revolución se sienten satisfechas. La Constitución de 1931, en la revolución española, no será más que un prólogo, como la Constituyente de 1789, con respecto a la Convención de 1793, como la Constitución de 1869, en España, con relación a la efímera República de 1873.

La Constitución es pequeño-burguesa, en un país en donde la pequeña burguesía tiene poco peso específico. En España sólo cabe una constitución como la de 1876, que permita anularla a cada momento o una Constitución revolucionaria que sea la consagración definitiva de la revolución triunfante.

Una Constitución, por su mismo significado, no puede ser una pauta a la que sujetar el porvenir, sino la consagración de un hecho plenamente realizado. La Constitución nace de la revolución, no la precede. Ha de ser el índice, no el prefacio. En la Revolución francesa, quien refleja el momento histórico es la Constitución jacobina de 1793, nacida después de cuatro años de explosión revolucionaria. En la revolución de Méjico, comenzada en 1910, es en 1917, al cabo de siete años de acción, que los revolucionarios se reúnen en Querétaro para escribir la Carta. En la Revolución rusa, la verdadera Constitución, la definitiva, la de la Unión Soviética, es únicamente en 1924 que se formula”.

Cuando se publica el libro, las Cortes están discutiendo un Estatuto de autonomía para Cataluña:

La aprobación por las Cortes del Estatuto de Cataluña no solucionará la cuestión nacional. El problema es mucho más hondo. El Estatuto no será más que una carta automática que confiere a Cataluña una delegación de Poder -pero no el Poder- en cuestiones administrativas, secundarias. Cataluña no recobra su personalidad nacional. Queda sujeta a la voluntad de la burguesía panespañola.

Las dos fuerzas políticas más importantes son: la gran burguesía y la socialdemocracia. Ambas se oponen completamente a todo intento de descentralización. Que el Poder sea ejercido por la una o por la otra es lo mismo desde el punto de vista nacional. Las dos encarnan la tradición absorbente, imperialista, del viejo Estado. La cuestión nacional subsistirá igualmente. Si antes el opresor era la Monarquía, ahora serán la burguesía republicana y la socialdemocracia".

Las Cortes debaten también un proyecto de base de la reforma agraria. Maurín discrepa acerca de cómo se ha planeado el problema:

La solución del problema campesino en España no está en un simple reparto de tierras -reparto que la burguesía de la República no hará-, sino en la industrialización general del país. La revolución agraria y la revolución industrial son la cara y la cruz de la misma medalla.

La una no puede existir sin la otra. Entramos, pues, de lleno en la revolución social. La burguesía española no es capaz de industrializar, porque esto supondría una ruptura con el mundo capitalista. España, bajo el control burgués, no saldrá de su situación de colonia. La burguesía, sea monárquica o republicana, no tiene arrestos para afrontar las consecuencias de querer modelar una nación nueva.

España sólo puede ser salvada si el Estado, durante el periodo de transición al socialismo, se transforma en un gran empresario que, nacionalizando tierra, Banca, minas, transportes, comunicaciones, con arreglo a un plan científico trazado de antemano, se dispone a cambiar a España de los pies a la cabeza.

Naturalmente, esta empresa corresponde a la clase trabajadora”.

Este y otros problemas, como dice incesantemente el Bloque, sólo pueden ser resueltos por la clase obrera. Pero la clase obrera no existe aisladamente, sino que es producto de la misma sociedad que debe transformar:

El proletariado catalán, a quien la historia ha confiado la grave responsabilidad de ser el agente de más importancia en la transformación social de España, no ha podido formar su conciencia proletaria a causa de la constante emigración campesina de España hacia Cataluña. El torrente de campesinos de Andalucía, Levante y Aragón hacia Barcelona ha dado carácter al movimiento obrero, deformándolo. El proletariado no ha logrado asimilarlo. La gran masa ha ahogado en él sus condiciones característicamente proletarias.

El proletariado de Cataluña, o, lo que es lo mismo, la Confederación Nacional del Trabajo, a través de la influencia campesina, pequeño-burguesa como es natural, ha sido un material fácil para ser moldeado por la pequeña burguesía radical. No ha llegado a descubrirse a sí mismo.

Después de haberse apartado, por lo menos orgánicamente, de la pequeña burguesía, en 1917-1919, cuando con su actuación, en 1930, hacía conmover las bases del régimen existente, volvió a caer bajo el influjo dirigente de la burguesía.

Toda la clase trabajadora española ha estado, desde que la Monarquía empezó a dar fuertes bandazos, a las órdenes de la burguesía por intermedio de la socialdemocracia y del anarcosindicalismo.

Hubo un instante, sin embargo, en noviembre-diciembre de 1930, en que el movimiento empezaba a salirse de los raíles que la burguesía había colocado. Ni Largo Caballero, ni Pestaña y Peiró podían dirigir en la forma que Alcalá Zamora y Maura querían. Las masas trabajadoras comenzaban a desmandarse buscando intuitivamente su órbita.

La proclamación de la República fue obra de la clase trabajadora. El día 14 de abril, si las masas obreras de Barcelona, en vez de servir de trampolín a la burguesía, hubiesen deseado realmente imponer su triunfo, su victoria era segura.

Pero la clase obrera no quiso más que la República burguesa. La impotencia del proletariado en esa hora histórica era el resultado final de sesenta años de socialdemocracia reformista y de anarquismo”.

En 1930, el proletariado estaba a la ofensiva. En 1931, después de la proclamación de la república, la burguesía contraataca y el proletariado pasa a la defensiva:

La clase obrera en esta fase ha sido vencida a causa de su incapacidad política. El sindicalismo anarquista ha sido, inconscientemente, quien ha dado el triunfo a la burguesía. En horas difíciles para la burguesía -septiembre 1930/julio 1931- la clase obrera revolucionaria ha sido fuertemente atada a la burguesía a través del anarcosindicalismo, impidiendo que el proletariado adquiera una personalidad política independiente con objetivos propios.

Los trabajadores, el día 12 de abril, votaban a las izquierdas burguesas. El día 14 de abril se lanzaban a la calle para proclamar la República burguesa. El día 22 de junio volvían a votar a la pequeña burguesía. El sindicalismo apolítico rompía su costumbre tradicional, más no para hacer una política obrera, sino para ayudar a la burguesía seudoliberal.
Supongamos que la clase obrera que dirige el anarcosindicalismo hubiese tomado parte en las contiendas políticas directamente, dando la cara.

Es arriesgado aventurar hipótesis. Pero, por lo que a Barcelona se refiere -clave indiscutible de bóveda de la política española-, no hay duda que el día 12 de abril la candidatura obrera hubiera triunfado por gran mayoría.

¿Qué hubiese ocurrido el día 14 de abril? Barcelona en manos de los obreros quiere decir que la revolución se extiende por toda la provincia de Barcelona y por toda España”.

Esta carencia de la clase obrera se debe a que no ha comprendido el papel del segundo poder:

"En la presente revolución española, nuestra clase obrera no ha comprendido la necesidad imperiosa de crear un segundo Poder frente del de la burguesía. La idea lanzada por dilettantes del movimiento revolucionario de crear Soviets no ha encontrado eco alguno. Proponer es cosa fácil. Nadie es capaz de forzar a la Historia para que saque de sus entrañas un nuevo tipo de organización. Cada país y cada etapa histórica poseen sus formas características.

El Soviet es una creación rusa que no ha logrado adaptarse a ningún otro país. En Italia, cuando la revolución de 1920, eran los comités de fábrica, lo mismo que en Alemania, en 1923, los que encarnaban la actividad revolucionaria y representaban a los trabajadores. Los comités de fábrica ya existían antes de 1920 y 1923. La revolución no hizo nada más que transformarlos en órganos revolucionarios.

Es cuestión de estudiar si el fracaso del movimiento comunista en Alemania, en Bulgaria, en Estonia y en China no ha sido debido a un afán de estereotipar las fórmulas y los métodos de la Revolución rusa. Una revolución tiene una gran fuerza creadora. Empeñarse en querer sujetarla a moldes determinados previamente es condenarla al fracaso.

Si Lenin no hubiera dado la vuelta a las clásicas concepciones del socialismo, en lo que se refiere a la cuestión de la tierra, de las nacionalidades, y a la posición ante la guerra, la revolución bolchevique no habría triunfado.

Los soviets no han surgido en España, como no han aparecido en la revolución mejicana ni se dieron tampoco en la Commune de 1871. ¿Por qué? Porque no corresponden a las tradiciones y a la organización de nuestra clase obrera. Los soviets rusos hicieron su aparición en 1905, cuando la revolución había de tardar aún doce años en triunfar. No era, pues, la proximidad de la victoria, la madurez del movimiento revolucionario, lo que les daba vida sino que, por el contrario, nacían para ayudar a la acción revolucionaria. No fueron ni Lenin, ni Plejanov, ni Trotsky quienes idearon los soviets. Surgieron solos. En Rusia no había sindicatos, los partidos políticos revolucionarios vivían en la clandestinidad, no existían grandes organizaciones de masas. El soviet nació como expresión natural, primaria, de los obreros para organizarse y manifestarse. Era un rudimento de organización. Correspondía a la situación particularísima del país.

Los soviets, a medida que los sindicatos, las cooperativas y, sobre todo, el partido comunista, se han ido desarrollando en el transcurso de la revolución, han ido desapareciendo en importancia. Los soviets son una mera ficción. Hay un gobierno del partido, una dictadura del partido.

Esperar que la clase trabajadora española tome el Poder sólo cuando exista una amplia red de soviets extendida por todo el país, es diferir la victoria del proletariado. El Poder no se toma de una manera metafísica, sino creando la palanca del segundo Poder”.

¿Qué hacer, pues?

Lo que precisa hacer es aprovecharse de los materiales existentes para construir el instrumento que hace falta.

La organización sindical tiene en España una vivacidad extraordinaria. Los partidos políticos de la clase trabajadora han arraigado poco, pero los sindicatos son una cantera riquísima. Las represiones violentas de la burguesía los han arrasado, más han resurgido, recobrando su pasado esplendor.

El sindicato en España, sobre todo el sindicato influenciado por la Confederación Nacional del Trabajo, es a la vez organización económica, partido político y fortaleza revolucionaria. Tiene contornos inconfundibles. No puede comparársele ni al burocrático sindicato alemán y francés ni a las conservadoras “trade-unions” británicas.

Nuestro sindicato es el segundo Poder, que espera que se le confiera esa misión. Todo el porvenir revolucionario está en él.

El estancamiento de nuestra revolución, la gran suerte para la burguesía, se debe a que, en las circunstancias históricas en que la formación del Poder proletario se halla planteada, anarquistas y sindicalistas, no saben salir del círculo vicioso en que se encuentran. Quieren sacarse del pozo tirándose de las orejas”.

¿Qué papel debe desempeñar el sindicato? Maurín, rompiendo con las tradiciones cenetistas de su juventud, y las leninistas de su madurez, lo dice claramente:

El sindicato y el comité de fábrica son los embriones reales del Poder obrero.
La idea de la toma del Poder por los sindicatos asustará a todos los repetidores de un marxismo fosilizado. Querer calcar sobre el mapa de España el de Rusia es grotesco. La revolución española, aunque influenciada por la revolución de los demás países, tiene sus particularidades. De la misma manera que hay un sistema soviético puede surgir un sistema sindicalista. La Historia no es estéril ni quiere aceptar un tipo determinado de estandarización.

Los sindicatos pueden, en el proceso revolucionario, adquirir formas nuevas, insospechadas. Los consejos de fábrica serán derivaciones naturales. Dentro del Sindicato hay una suma enorme de posibilidades que no han sido ensayadas todavía. Puede ser un órgano insurreccional, como demostró el Sindicato de la construcción de Barcelona durante la huelga general revolucionaria, a comienzos de septiembre.

Lo que precisa es crear una palanca de poder. Con ella puede darse a España una rotación de 180 grados”.

¿Qué han de hacer los sindicatos? La revolución democrática, porque:

España era uno de los pocos países que aún no habían hecho la revolución democrático-burguesa. Turquía la había llevado a cabo. Y Méjico. E incluso la China. España quedaba en un rincón del mapa, como si la Historia la hubiese olvidado. Pero la Historia no exceptúa a nadie.
Parece, por fin, llegada la hora de España.

Estamos ante una revolución democrática, en un momento en que la burguesía ha perdido ya toda condición revolucionaria, y la revolución democrática es inseparable de la revolución socialista. Por otra parte, el proletariado, que debiera ser quien aportara la solución definitiva, está todavía enormemente retrasado. No acaba de comprender cuál es su misión en este instante trascendental de los destinos nacionales.

He ahí la gran contradicción que da carácter a la actual etapa revolucionaria”.

Pero no todo es pesimista en el panorama. La desilusión de las masas comienza a tener efectos. Por ejemplo:

La socialdemocracia se encuentra presionada por una radicalización general de las masas obreras, y no tiene más remedio que ser el puntal más firme del Poder para ayudar a la burguesía a evitar la revolución.

Que la socialdemocracia, al cabo de ocho meses de República, haya pasado a ser la clave de la situación política –ya que el Gabinete de Azaña está completamente bajo el control de los socialistas- es un hecho histórico de la mayor importancia. Pone de relieve que la burguesía, mediante las formas democráticas, va perdiendo progresivamente la dirección política. El Poder ejercido por los socialistas, no es todavía el Poder en manos del proletariado; pero no hay duda de que está más cerca de él que si el Gobierno estuviera representado por Lerroux o Maura-Sanjurjo”.

Por esto, la política, que vista en los periódicos parece un juego de maniobras en los pasillos, de personalismos pueriles y de retórica grandilocuente, vista por Maurín se nos presenta como una expresión clara de la lucha de clases:

Los residuos feudales permanecen agazapados, aunque sin darse por vencidos. Buscan el reagrupamiento. La gran propiedad, oligarquías financieras, capital bancario, Iglesia, Ejército y Guardia civil aprovecharán la disminución de la fuerza centrífuga de la revolución, si realmente, la revolución empieza a decaer, y unificarán sus fuerzas.

Revolución o contrarrevolución: es así como se plantea el problema. No hay término medio posible. O adelante o atrás”.

Por esto:

Nuestra burguesía buscará la salida por medio de un golpe de Estado republicano-militar, inaugurando una etapa bonapartista al estilo de Pilsudsky, en Polonia.

Todos los síntomas son favorables a una orientación burguesa en ese sentido”.

No puede predecirse, claro está, lo que sucederá, pero Maurín recuerda que:

Marx hizo ya observar que nuestro país no había sabido asimilarse la costumbre francesa de hacer una revolución en tres días, y que empleaba, en sus ciclos revolucionarios, de tres a nueve años.
Claro está que desde 1854, que es cuando Marx hizo esa constatación, hasta hoy, el ritmo de la historia ha cambiado enormemente; las relaciones de fuerzas son diferentes. No obstante, la afirmación de Marx sigue teniendo un valor relativo. En España los procesos revolucionarios son largos. Es normal un término medio de seis años, como vamos a ver.

La revolución que comenzó en 1868 duró hasta 1874. Es decir, seis años. El movimiento revolucionario pequeño-burgués que se inicia a raíz de la huelga general de fines de 1902, en Barcelona, pasando por Solidaridad catalana, culminó en la explosión de 1908. Nuevo ciclo de seis años. El año 1917, con la aparición de las "Juntas de defensa", la ofensiva obrera y la asamblea de parlamentarios abre una nueva etapa revolucionaria, que se extiende hasta el golpe de Estado de 1923. Transcurren seis años. La Dictadura, fenómeno de contrarrevolución, se mantuvo firme desde 1923 hasta 1929, en que empezó a zozobrar. Seis años también.

La caída de Primo de Rivera, enero de 1930, constituye el comienzo de un nuevo ciclo, en el cual, la proclamación de la República no es nada más que un episodio.

Esta periodicidad, a la que no hay que dar en manera alguna el carácter de rotación matemática, corresponde al mismo dominio de las hipótesis revolucionarias sobre los intervalos que, en 1885, llevaba a Engels a afirmar que, después de la Revolución francesa, las revoluciones, esto es, los grandes desplazamientos de fuerzas, en el terreno político, se han sucedido en Europa, aproximadamente, cada quince o dieciocho años.

Que esta etapa revolucionaria dure seis años o menos depende de la clase trabajadora. Si no logra aprovechar los momentos que tiene a su disposición para formular su doctrina de la conquista del Poder y, percatada de la necesidad de que ha de ser ella quien haga la revolución democrática, no se lanza al asalto, decidida a trocar a España en una Unión de Repúblicas Socialistas, entonces, fatalmente, el bonapartismo se impondrá triunfante.

Hay tres fuerzas históricas que pueden converger y estrangular un alzamiento a lo Kornilov: el proletariado, los campesinos y el movimiento de emancipación nacional.

La toma del Poder por la clase trabajadora, gracias a la coordinación de esas tres fuerzas, significaría el fin de una pesadilla que se prolonga durante siglos.

La revolución democrática sería realizada en breve tiempo. Y obreros y campesinos, libres, se lanzarían a la revolución socialista”.

Pocas semanas después de la publicación del libro, el general José Sanjurjo dio su fallido golpe militar. Los republicanos no parecen alarmados, pero el Bloque sí. Esto determina un cambio en su táctica. El adversario tiene prisa. Hay, pues, que apresurarse también. Durante tres años y medio, hasta el 19 de julio de 1936, el Bloque llevará lo que podría llamarse una carrera contra la historia.
 
Notas
(1) En el segundo congreso de la Federación, en 1932, se decidió cambiar su nombre por el de Federación Comunista Ibérica y poco a poco, a medida que los miembros del BOC se educaban políticamente y que los acontecimientos politizaban a la clase obrera no afiliada, se fue borrando la diferencia orgánica entre Bloque y Federación.
(2) Humbert-Droz (Op. cit., p. 403) caracteriza así la situación del Partido oficial: "En Cataluña, el Partido Comunista [quiere decir el Bloque], dirigido por Maurín de tendencia trotskysta, agrupaba a la gran mayoría de la organización comunista. No quedaba en Barcelona más que un pequeño grupo fiel a la Internacional". Como puede verse, el delegado de la Tercera Internacional, en 1931, había aprendido el arte de la amalgama y calificaba al Bloque de trotskysta, cuando ya Trotsky había perdido la batalla contra Stalin y el ser trotskysta era anatema en la URSS y cuantos se negaban a seguir a Stalin eran tildados automáticamente de trotskystas. Pero en un informe a Manuilsky, del 25 de febrero de 1931 (Op. cit., p. 426) , reconoce que La Batalla publica artículos de Stalin y parece que quiere evitar ligarse con los trotskystas. Los maurinistas son muy activos y crean numerosas dificultades a nuestro partido. Le pido que siga de cerca La Batalla. Dice también (p. 409) que el Partido oficial no pasaba de los 50 militantes en toda Cataluña, mientras que el Bloque tiene más de setecientos.
(3) Humbert-Droz (Op. cit.. p. 191) dice que la Internacional indicó al Partido oficial, que formara una coalición con las fuerzas de izquierda, tal como sugería Maurín para Barcelona. En realidad, como acaba de verse, el Bloque rechazó la propuesta de alianza de la Esquerra. Por otro lado, el mismo delegado de la Internacional afirma (p. 448) que el Bloque lleva en Cataluña una campaña de gran violencia contra el partido y ha consolidado sus filas, a pesar de las afirmaciones en contrario de nuestros camaradas. Los elementos que hace dos meses creíamos haber reconquistado, son candidatos del bloque obrero y campesino de Maurin, de modo que desconfío de las afirmaciones de nuestros camaradas, que cada día hablan de la rápida desintegración del partido de Maurín. El resultado de las elecciones dará un cuadro más exacto respecto a esto. No soy optimista y deseo equivocarme.
(4) L'Hora del 8 de abril de 1931 (las elecciones debían celebrarse el 12 de abril), da la lista y fotos de los candidatos de Barcelona, y anuncia que la redacción del semanario ha decidido apoyar la candidatura del Bloque, cuyo programa municipal publica y comenta.
(5) Joaquín Maurín: La revolución española. Madrid, 1932. p. 117.
(6) Joaquín Maurín: "El movimiento obrero en Cataluña", en Leviatán núm. 6, Madrid, octubre de 1934.
(7) Nin, que habla en el Ateneo madrileño al día siguiente de Maurín, se da cuenta de la impresión que la conferencia ha causado en un público acostumbrado a las vaguedades del momento, puesto que dedica toda su charla a combatir las ideas expuestas por el dirigente del Bloque. Los dos han sido entrevistados por Nuevo Mundo (12 de junio de 1931), que publica estas entrevistas bajo el título pomposo de "D. Joaquín Maurín y D.. Andrés Nin y el fantasma comunista".
(8) Francisco Madrid, Film de la República Comunista Libertaria. Barcelona, 1932, p. 170.
(9) El Partido oficial sacó 2.320 votos, a pesar de que reforzaron su propaganda los diputados comunistas franceses André Marty y Jacques Duclos, ambos detenidos y expulsados por la policía.
(10) Para más detalles sobre los trotskystas españoles y sobre Nin, véase de Víctor Alba: La formació d'un revolucionari: Andreu Nin, Barcelona, 1973, donde se encontrarán citas más extensas de su correspondencia con Trotsky y una bibliografía sobre el tema.
(11) La correspondencia entre Nin y Trotsky, puede encontrarse -no íntegra, sino seleccionada por una de las tres organizaciones trotskystas francesas actuales- en el número 7/8 de Etudes Marxistes, París, 1969, dedicado a La Révolution Espagnole. Una parte había sido ya publicada en 1933 por el Boletín Internacional de la Oposición de Izquierda, con una nota de Trotsky en la cual hablaba del camarada Nin que se ha hallado en lucha casi permanente con la dirección de la Oposición Internacional y las direcciones de todas las secciones.
(12) Joaquín Maurín: El Bloque Obrero y Campesino, p.28.
(13) Por ejemplo, Humbert-Droz (Op. cit., p. 457) cuenta que en Barcelona reanudé el contacto con el partido disidente de Maurín, donde tenía algunos camaradas de confianza. Pero mis esfuerzos...no consiguieron rehacer la unidad. Lancé de nuevo, para Barcelona y Cataluña, "mí" periódico, "Heraldo Obrero", del cual yo era el principal redactor.
(14) Conversación con Josep Coll. París, 1969.
(15) Mundo Obrero había comenzado a aparecer en Madrid en agosto de 1930, con 80.000 pesetas que adelantó la Editorial Cénit y con 50.000 pesetas reunidas, oficialmente, por una suscripción popular, es decir, de hecho, un subsidio de la Internacional. Lo dirigía el peruano Cesar Falcón, al que se premiaba así el haber fusionado con el Partido el grupo Nosotros, fundado por él y que durante unos meses fue muy popular. En noviembre de 1931, Mundo Obrero se convirtió en diario.
(16) Jaume Miravitlles: Perquè sóc comunista. Barcelona, 1932. Hay una edición en castellano.
(17) Este folleto formó luego parte de un libro, La revolución española, firmado por un inexistente profesor I. Kom (es decir, Internacional Comunista), Ediciones Edeya, Barcelona 1932.
(18) "La cuestión nacional y el movimiento nacional revolucionario en España" en La revolución española, Barcelona, 1932.
(19) Joaquín Maurín: El Bloque Obrero y Campesino. p. 29-30.
(20) Joaquín Maurín: El Bloque Obrero y Campesino. p. 30-31.

 (21) El Ateneu Obrer Martinenc en la barriada barcelonesa de El Clot y uno de los ateneos obreros más importantes de Cataluña, fue controlado por nosotros los bloquistas. (Nota del Editor, Costa Amic)
(22) A pesar de esto, los bloquistas se opusieron a las maniobras del Partido oficial para escindir la CNT con el fin de crear su propia central sindical. A veces, esto llevó al borde de la violencia. Arlandis, ya fuera del Bloque, fue a Reus para tratar de dividir a los sindicatos de esta ciudad en un mitin de escisión sindical. Los bloquistas de Reus pidieron que el Comité Ejecutivo les enviara un orador y acudió Jaume Miravitlles (que procedía del viejo Estat Català de Macià y que tenía un gran sentido de la pedagogía política). El mitin fue copado por los bloquistas y quien habló en él fue Miravitlles en vez de Arlandis. Las cosas sucedían así, a menudo...
(23) Como elemento de comparación, daré unas cifras. En 1932, la UGT tenía 1.000.000 de afiliados en las 49 provincias de España, de los cuales 32.000 en Cataluña (la mayoría en Barcelona y su puerto), y la CNT contaba con 1.200.000 afiliados, de los cuales 200.000 en Cataluña (casi todos en la ciudad y provincia de Barcelona). Los treintistas tenían unos 30.000 afiliados en la provincia de Barcelona. Por otro lado, en 1932 se fundó el partido de Estat Català Proletari (nacionalista y socialista catalán), y en el año siguiente Ángel Pestaña creó el Partido Sindicalista. Ninguno llegó a tener ni siquiera la escasa fuerza del Partido oficial catalán y no fueron obstáculo al crecimiento del Bloque.
(24) Alberto Balcells: Crisis económica y agitación social en Cataluña 1930-1936. Barcelona 1971. pp. 153-54.
(25) La Batalla del 10 de marzo de 1932 publicó el anteproyecto, que no fue apenas modificado por el Congreso. Esta tesis fue, en lo principal, obra de Arquer.
 
Notas de la Fundación Andreu Nin
(*) En el original, en lugar de enemistad dice enemiga


4. La Alianza Obrera

El 30 de enero de 1933, el presidente de Alemania, mariscal Paul Hindenburg, nombra a Adolfo Hitler, del partido nacionalsocialista, jefe del gobierno.

Para el Bloque, que posee una mentalidad internacional muy arraigada, este hecho tiene más importancia que muchas de las cosas acaecidas en España, porque considera que ejercerá una influencia determinante en el mundo entero y también directamente en España.

La toma del poder por los nazis confirma, a los ojos de los bloquistas, la política seguida por el Bloque. Si los socialistas y comunistas alemanes, en vez de luchar entre sí, se hubieran aliado, no sólo hubiesen detenido el avance nazi, sino que habrían podido hacer la revolución. Y una revolución socialista en Alemania, país industrial, hubiese arrebatado a la URSS la primacía en el movimiento comunista y hubiera cambiado el signo de todo el movimiento obrero. Pero los socialistas se habían contentado con defender, en posiciones de retirada, la república de Weimar (que, por paradoja, inspiraba a los republicanos españoles justamente cuando se descomponía); los comunistas, por su parte, habían estado al lado de los nazis más de una vez, con el fin de destruir a los Socialistas. La tesis de Moscú era que ante todo había que eliminar a los socialistas, porque provocaban ilusiones democráticas en los obreros alemanes. El primer número de la Rote Fahne, periódico comunista, que salió en Suiza después de la llegada de Hitler al gobierno, decía a toda página: "Nacht Hitler uns", después de Hitler, nosotros.

Esta posición había sido defendida también en España por el Partido oficial, siguiendo órdenes de la Internacional. Sólo cuando en Moscú se vio que la consigna era equivocada, aunque nunca se confesó francamente el error, se cambió de política (lo cual tuvo como consecuencia la ya indicada substitución de la troika del Partido oficial, con José Díaz sucediendo a José Bullejos). Pero de momento los comunistas oficiales españoles no aprovecharon la lección alemana. Siguieron diciendo que el peligro estaba en los socialistas; no veían la amenaza reaccionaria española y menos la posibilidad de la formación de un movimiento fascista en España.

Ahora que había fracasado el intento de tomar la república desde fuera, decía el Bloque, vendría un intento de tomarla desde dentro. Los radicales de Lerroux se aliarían con las derechas y tratarían de dar el poder a las fuerzas feudales, para anular lo que había hecho la república, que era poco para el gusto de los obreros, pero que era demasiado para el gusto de la burguesía y los grandes terratenientes.

Esto planteaba una situación nueva. Los socialistas solos no podrían hacer frente a esta amenaza. Los anarquistas, ni parecían verla: el 8 de enero de 1933 hicieron una huelga general revolucionaria, que fracasó y de la cual formó parte el incidente trágico de Casas Viejas. Si el anarquismo era el castigo por el oportunismo socialista, bien podía preverse que la reacción seria el castigo por el frenesí anarquista.

El 1933 fue un año de progresos graduales de las derechas. El Bloque trató de crear una oposición en la calle contra este avance, ya que ni las Cortes ni el gobierno Azaña parecían capaces de modificar la situación. (A Azaña, lo que se le ocurrió fue lograr la aprobación, en junio de una ley de Orden público a todas luces antiobrera).

¿Cómo contener el avance de las derechas? El Bloque, evidentemente, no se bastaba para ello. La CNT y la UGT, los anarquistas y los socialistas, tenían a la mayoría de la clase trabajadora. Era, pues, preciso hacer ver a cenetistas y ugetistas el carácter verdadero de la amenaza y hacerles aceptar la necesidad de luchar unidos contra ella.

Diríase que el Bloque se buscaba siempre las tareas más ingratas, las menos "rentables" para la prosperidad del partido. Pero no se las inventaba, sino que las imponía la realidad. Desgraciadamente, sólo el Bloque parecía verla. Tal vez, si hubiera sido un gran partido, habría tenido la misma miopía que aquejaba a socialistas y anarquistas. En todo caso, fue la única organización que en 1933 hablaba de la necesidad de establecer un frente contra la reacción. De momento, esta posición no favoreció al Bloque; 1933 fue un año de crecimiento más lento que los anteriores.

El segundo Congreso de la Federación Comunista Ibérica, en abril, lanzó la consigna de unidad obrera contra el fascismo. De momento, no encontró eco. Para propagarla, Maurín propuso que se abriera una suscripción y que se publicara un diario. Algunos se opusieron, por creer que absorbería todas las energías del partido, pero Maurín y los militantes estaban ilusionados con la idea de tener un diario. A la sazón, cada partido poseía su diario ya los bloquistas les parecía indispensable tener el suyo.

Las tesis internacionales del Congreso -escritas por Maurín y Gorkín- fueron su documento más interesante. Analizaban lo ocurrido en Alemania -como se ha resumido hace un momento- condenaban la política de las dos internacionales- la socialista y la comunista- y pedían la unión de las fuerzas obreras para luchar contra el fascismo y, de momento, evitar que conquistara nuevas posiciones.

El diario apareció poco después del congreso, con las 50,000 pesetas logradas por la suscripción pública. Se imprimía en una muy vieja rotativa alquilada, y se titulaba Adelante. No se presentaba como órgano del Bloque, sino como diario de alianza obrera. Lo dirigía Maurín y lo administraba Luis Portela. Tenía sólo cuatro páginas. Varios de sus redactores fueron procesados por artículos y reportajes publicados en él. El consejero de gobernación del gobierno de la Generalidad, Joseph Dencas, nacionalista catalán furibundo y jefe de una organización de la Esquerra, los escamots, que con el tiempo hubiera llegado a ser fascista, lo suspendió a mediados de marzo de 1934. De todos modos, la base del Bloque no era bastante amplia para sostenerlo y penetró poco en otros medios obreros.

Entre tanto, los sindicatos controlados por bloquistas seguían aumentando en provincias, pero en Barcelona la CNT lo dominaba casi todo. En el campo, el Bloque avanzaba más rápidamente; daba la consigna a los medieros de que no pagaran las rentas hasta que se revisaran en su favor los contratos.  Las autoridades de la Generalidad dificultaban esta tarea, porque temían, sin duda, que el Bloque penetrara demasiado entre los rabassaires.(l)

Donde el Bloque tuvo un éxito que sorprendió a los propios bloquistas fue entre los trabajadores mercantiles.(2) Los trabajadores de cuello y corbata no han figurado nunca entre los más combativos. Son, en general, los últimos en organizarse y los primeros en desmoralizarse. No se consideran obreros, sino de la clase media y se organizan en centros o asociaciones de escaso carácter sindical. La más importante de éstas, en Cataluña, era el CADCI (Centre Autonomista de Dependents del Comerç i de la Indústria). Había además dos sindicatos mercantiles: uno esquelético, creado por los anarquistas cuando la CNT expulsó al que dirigía Arquer, en 1932, y este último, que, autónomo en 1933, fue el alma del movimiento mercantil. En abril, la USC había intentado formar un frente mercantil, pero fracasó, porque los empleados no creían que la USC pudiera batirse por ellos (formaba parte del gobierno de la Generalidad, además), y no se sentían capaces de batirse solos. Necesitaban una fuerza política que los empujara.

Entonces, el Sindicato Mercantil convocó una serie de reuniones con las organizaciones autónomas de empleados. Nadie quería oír hablar de huelga. Eso quedaba para los obreros manuales. ..La gente del Mercantil no se desalentó. Sabía que en la base de estas organizaciones había descontento con los dirigentes y su conformismo. Poco a poco, estos dirigentes acabaron aceptando la idea de un frente mercantil y de la huelga, o fueron desplazados democráticamente y substituidos por otros más combativos. Finalmente, en septiembre de 1933 se formó el Frente Único Mercantil con el CADCI, sociedades autónomas, sindicato de empleados del gas y la electricidad, la Unión Ultramarina, de empleados de la alimentación (ambos dirigidos por bloquistas), la Federación de Empleados y Técnicos (dirigida por elementos de la USC, que la fundaron) y el Sindicato Mercantil. Surgía una nueva forma de lucha, impuesta por la situación.

La columna vertebral del Frente era el Sindicato Mercantil. El simple hecho de que se hablara de huelga entre los empleados mostraba hasta qué punto la tensión social era fuerte. El Bloque lo había sentido y ahora estaba en condiciones de dirigir el movimiento huelguístico más importante de Cataluña en los años de la república, porque abarcaría a 80,000 trabajadores y haría entrar en la lucha social a un sector obrero alejado de ella hasta entonces.

El 14 de octubre, un Frente Único de Luz y Fuerza (iniciado por bloquistas encabezado por Miguel Tarafa) consiguió unas bases de trabajo con semana de 44 horas, el cobro del salario en caso de enfermedad y otras mejoras. Esto alentó a los mercantiles. El jurado mixto del comercio llevaba meses discutiendo las nuevas bases, con las demandas de las distintas organizaciones del Frente Mercantil. El 13 de noviembre, ante la amenaza de huelga por las dilaciones del jurado mixto, se reunieron con el Consejero de Trabajo de la Generalidad los representantes de patronos y obreros. A las 48 horas, el Comité del Frente se presentó ante una asamblea y explicó que las dos partes, ante la imposibilidad de llegar a un acuerdo, habían decidido que el Consejero de Trabajo (Martí Barrera, un excenetista pasado a la Esquerra), diera un laudo. La asamblea, pero, se encrespó cuando se vio que no había nada en firme para los obreros de la alimentación, los más explotados. Y acordó ir a la huelga el martes día 14.

La huelga fue un éxito. Los grupos de choque del Bloque actuaron (los obreros mercantiles estaban poco preparados para la violencia, aunque se mostraban muy agresivos). Gracias a esto, cerraron las oficinas (menos visibles que las tiendas y por tanto más inclinadas a seguir abiertas a pesar de la huelga). Para no enajenarse a la opinión de las amas de casa, se dejaron funcionar las tiendas de comestibles. La huelga fue declarada ilegal, la policía clausuró el CADCI y trató de hacer abrir las tiendas. El día 15 se publicó el laudo, que daba satisfacción a muchas de las reivindicaciones de los mercantiles. Pero la huelga continuó hasta el viernes, en que se publicó un decreto de la Generalidad estableciendo la jornada de 8 horas para la industria de la alimentación, que hasta entonces no había tenido límite en el número de horas que hacía trabajar a sus empleados; además prohibía la costumbre de que los aprendices vivieran en la tienda, durmiendo sobre los mostradores. A la vista de esto, una nueva asamblea de mercantiles decidió aceptar el laudo y dar por terminada la huelga. Esta, como se ve, había sido por solidaridad con una minoría. Para comenzar, no estaba mal...

La huelga terminó tres días antes de las elecciones a diputados. En enero de 1934, la patronal, creyendo que la victoria de las derechas en estas elecciones le daba carta blanca, recurrió contra el laudo ante el Tribunal de Garantías constitucionales de Madrid y utilizó esto como pretexto para no aplicarlo.

Los bloquistas se movilizaron, hubo roturas de escaparates y tiros al aire, y la patronal finalmente renunció a su recurso y acató el laudo. El Frente, gracias al cerrillismo de los patronos, se mantuvo ya finales de 1933 eligió a Jordi Arquer como representante suyo en el Consejo Económico de Cataluña, que si bien era consultivo nada más, proporcionaba una buena tribuna.
Los Frentes Únicos de Luz y Fuerza y Mercantil habían abierto el camino. Era preciso, ahora, que éste condujera del terreno sindical al político. El Bloque se encargó de tratar de conseguirlo.

Los bloquistas de luz y fuerza mercantiles no habían organizado sus frentes únicos obedeciendo a iniciativas del Comité Ejecutivo del Bloque. Lo propusieron por su cuenta, porque les parecía la técnica adecuada y porque el Bloque, ya desde 1932, hablaba de la necesidad de un frente obrero contra las fuerzas reaccionarias.

Pero en el campo político la iniciativa debía salir de una organización política. La situación empeoraba. La descomposición de las izquierdas republicanas se aceleraba: el Partido radical socialista (que no era ni una cosa ni la otra) se dividió; se aprobó la ley antiobrera de orden público; las derechas ganaron las elecciones para designar a los miembros del Tribunal de Garantías Constitucionales; Alejandro Lerroux formó gobierno al dimitir por esto el de Azaña; Diego Martínez Barrio, otro radical, formó gobierno; el 19 de noviembre, las derechas ganaron las elecciones a diputados, durante las cuales la CNT hizo una intensa campaña de "Obreros, no votéis"; del 8 al 14 de diciembre, nueva insurrección anarquista en Aragón, con 87 muertos y 700 detenciones; segundo gobierno Lerroux, fallecimiento de Macia; tercer gobierno Lerroux.

El Bloque obtuvo 5.745 votos en Barcelona y 24.000 en el resto de Cataluña.(3) En las elecciones municipales del 14 de enero, las izquierdas catalanas se recobraron, pero el Bloque sólo obtuvo 1.959 votos en la ciudad de Barcelona (la Lliga, 133.000 y la Esquerra, 162.000). En Lérida sacó 636. Muchos que en otro momento hubieran votado por los candidatos bloquistas, aun sabiendo que no podían vencer, lo hicieron por la Esquerra, para cortarle el paso a la Lliga. El Bloque tiene, en ese momento, 5.000 afiliados.(4)

Hubo, en ese 1934, una mala noticia: Jaime Miravitlles anuncia, de súbito, que abandona el Bloque y se pasa a la Esquerra, porque cree que su política es la justa, y ante la ofensiva de la derecha, hay que apoyarla. La noticia duele a los militantes, que pierden a un excelente propagandista ya un compañero agradable, caluroso. Miravitlles ya no brillará; su personalidad política venia del Bloque; tendrá algún cargo, es cierto, pero no volverá a ser el Met, como lo llamaban los militantes. Nadie le sigue, ni ha intentado arrastrar a nadie.

Los acontecimientos no se detienen. La CNT pierde la huelga de tranvías y parece agotada. El paro forzoso aumenta. Las fábricas de la Unión Algodonera cierran y 4.000 obreros quedan sin trabajo. En Barcelona hay 40.000 parados. Diversos sindicatos autónomos forman el Frente Único de la Industria Textil y Fabril y piden la semana de cinco días, para dar trabajo a los desempleados. El número de huelgas decrece y el de huelgas ganadas cae verticalmente: en 1933, el 40 por ciento de las huelgas se ganaron, mientras que en 1934, sólo el 29 por ciento.

La Esquerra baila en la cuerda floja: por un lado, adopta algunas medidas de protección a los trabajadores y por la otra Josep Dencas, en la Conserjería de Gobernación, emprende una ofensiva sistemática contra la CNT, que no retrocede ante las torturas a los detenidos. Maurín resume así la situación: (5)

La situación político-social en nuestro país, no podía ser más grave para la clase trabajadora. El reformismo del Partido Socialista, el ultra-izquierdismo disparatado de la FAI y la labor desacertada llevada a cabo por el Partido Comunista oficial, todo esto había conducido al movimiento obrero a dos pasos de su hundimiento completo, con el correspondiente triunfo del fascismo.

La división interna del proletariado, cuando empieza a constatarse el fracaso de la revolución democrática hecha por la burguesía y las fuerzas reaccionarias, no destruidas, proceden a un reagrupamiento rápido, disponiéndose a reconquistar las posiciones perdidas, crea una situación propicia para que el fascismo pueda desarrollarse primero y triunfar luego. La victoria de Hitler en Alemania tendrá en España una repercusión inevitable. Dará alientos al fascismo naciente, de igual modo que la marcha sobre Roma de Mussolini, en octubre de 1922, determinó, en gran parte, el golpe de Estado de Primo de Rivera, diez meses después.

¿Qué debía hacerse ante este estado de cosas? La respuesta, para un bloquista era evidente:

Hay que cerrar el paso al fascismo. ¿Cómo? ¿Creando organismos imaginarios y artificiales en forma de “Comités contra el fascismo", como durante los últimos años han hecho los comunistas estalinianos? ¿Siguiendo estérilmente la crítica de la que debió hacerse y no se hizo? No. Lo interesante es hacer algo concreto. Dar un paso adelante. Crear las bases de acuerdo de las organizaciones existentes. No precisa inventar nada. Tampoco es necesario hacer contrabando de importaciones. Nuestro proletariado, cuyo pasado combativo es importantísimo, puede y debe encontrar la nueva forma de organización que las circunstancias exigen.

¿Cuál podría ser esta forma? El Bloque hablaba a menudo de frente único obrero. La consigna del frente único había sido desprestigiada por los comunistas oficiales. Después de dividir al movimiento obrero en todo el mundo, la Tercera Internacional lanzó en 1922 la consigna de frente único. Los socialistas no les hicieron caso. Stalin empeoró las cosas, al dar la orden de que la propaganda comunista propusiera el frente único "por la base". Esto significaba nuevas divisiones, pues pedir a los obreros, que habían elegido a sus dirigentes sindicales y políticos, que se alzasen contra ellos para unirse a los comunistas, no sólo era absurdo, sino también divisionista. Esta propaganda reforzó a la socialdemocracia, porque le dio armas contra el frente único.

Fue esta política del falso frente único lo que permitió a Hitler subir al poder, pues si en Alemania se hubiese formado un frente único verdadero, los nazis hubieran sido derrotados. Juntos, socialistas y comunistas hubieran podido cerrar la puerta al fascismo, pues entre los dos contaban muchos más votos que Hitler, incluso en las últimas elecciones alemanas.

En 1933, las cosas se presentaban en todo el mundo de tal modo que el frente único era indispensable. En España más aún: (6)

La teoría del Frente Único va siendo demostrada por el desarrollo de los acontecimientos.

Mientras el capitalismo se mantuvo en la fase de prosperidad, de ascenso, y la clase trabajadora no presentó de una manera efectiva el problema del Poder, la burguesía se mantuvo dividida en partidos políticos que se combatían entre sí, representando intereses y pugnas de intereses de unos y otros sectores del capitalismo.

Pero cuando el capitalismo en virtud de su desarrollo histórico ha ido pasando de la fase de la libre concurrencia a la del capitalismo de los monopolios, y al mismo tiempo la clase trabajadora más fuerte, más unida y más consciente de su misión se ha presentado como la sucesora natural del capitalismo, encarnando una nueva estructuración social, entonces la burguesía ha procurado formar su frente único contra el movimiento obrero. Nace el fascismo.

En los países fascistas -Italia, Alemania, etc.- toda la burguesía forma un frente. Sólo hay un partido: el fascista. El fascismo es, pues, el frente único de la burguesía.

La clase trabajadora si no quiere ser aniquilada por el fascismo, si desea mantener en pie sus conquistas políticas y económicas, tiene que combatir a la burguesía en marcha hacia el fascismo con iguales armas, esto es, formando un frente, el Frente Único. El problema planteado no se refiere simplemente a éste o a aquel sector de la clase trabajadora, sino que incumbe a todos los obreros, a los comunistas, como a los anarquistas, socialistas y simplemente republicanos. 

Si el fascismo triunfa -ejemplos todos los países en donde tiene el Poder- el movimiento obrero es triturado. En totalidad, sin que quede exceptuado nadie.

El Frente Único es, por lo tanto, una cuestión de vida o muerte. O todos los trabajadores unidos contra la burguesía o la burguesía formando el frente único fascista pulverizará totalmente a los trabajadores.

El dilema es terminante.

Pero en España nadie hablaba de frente único. Los socialistas seguían tratando, ya fuera del gobierno, de monopolizar el movimiento obrero; los anarquistas preparaban nuevos estallidos; los comunistas insistían en su propaganda de frente único por la base y se esforzaban en dividir aún más el movimiento obrero, creando, como se ha dicho, su propia central sindical. En Cataluña, además del Bloque, había una larga serie de organizaciones que se llamaban obreras: la Unió Socialista de Catalunya, la Federación Sindicalista Libertaria, el Partido Sindicalista. En el movimiento sindical se hallaban los sindicatos mayoritarios de la CNT, los muy minoritarios de la UGT, los de los treintistas, los controlados por la USC, los controlados por bloquistas y una serie de sindicatos autónomos. Mientras el movimiento obrero se hallaba roído por rivalidades y resentimientos, las derechas se unían (el principal partido derechista, la CEDA, era una Confederación Española de Derechas Autónomas) y se fortalecían (la Falange Española y las JONS o Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista se formaron en 1933).

De entre todas las organizaciones obreras, el Bloque era la sola que hablaba de frente único y que trataba de dar a esta consigna su sentido auténtico, literal. Pero precisaba que la acción demostrara que el frente único era posible y eficaz. Por esto los bloquistas organizaron el Frente Único contra el Paro Forzoso, primero, y luego los Frentes Únicos de Luz y Fuerza y Mercantil, que tuvieron éxito y dieron resultados. Era una prueba práctica de que el frente único podía realizarse.

Cuando Hitler tomó el poder en Alemania, uno de los bloquistas más conocidos, el doctor Tomás Tussó, que tenía muchos amigos en todos los sectores obreros, propuso un cambio de impresiones entre la USC y el Bloque. Hubo varias reuniones en casa de Tussó, con Maurín por el Bloque y Joan Comorera y Joan Fronjosa por la USC. La delegación socialista catalana propuso la fusión y la bloquista la rechazó porque la USC era un partido de cuadros sin base, aliado de la Esquerra y componente del gobierno de la Generalidad, y el Bloque estaba en ascenso. Se decidió que en lugar de hablar de fusión, se tratara de formar una alianza de las organizaciones obreras y se creyó que sería conveniente que el llamamiento en tal sentido lo hiciera una organización obrera neutral.

El Ateneo Enciclopédico Popular, controlado por bloquistas, fue esta organización. Convocó a una reunión, a la que asistieron delegados de la USC, el Bloque, la UGT catalana, el PSOE de Cataluña, los sindicatos treintistas, los sindicatos controlados por bloquistas, la Izquierda Comunista y la Unió de Rabassaires y se decidió formar una Alianza Obrera. Fueron invitados, pero no asistieron, la CNT y el Partido comunista oficial.

El 27 de julio de 1933 hubo un mitin, bajo la presidencia de un representante del Ateneo, en el cual hablaron oradores de esas organizaciones. El acto impresionó, tal vez más fuera de Barcelona que en la ciudad misma. La Alianza ya existía. De momento, era un símbolo más que otra cosa. Ninguno de los componentes de la Alianza ni todos juntos podían considerarse mayoritarios o decisivos en el movimiento obrero catalán. Pero formaban el núcleo en torno al cual otras fuerzas podían congregarse en el futuro. Eran el trampolín del frente único. Demostraban que gente de concepciones tan diversas como sindicalistas, comunistas disidentes, socialistas reformistas podían hablar y buscar una plataforma común. Ahora precisaba ensanchar la Alianza, hasta incluir en ella a la CNT, la FAI, el PSOE y la UGT del resto de España. Difícil, pero indispensable. Los hechos demostraban que la Alianza no era un capricho político ni una maniobra, sino que respondía a una necesidad. y empezaba a verse que respondía también a un anhelo de la clase obrera.

Los obreros, en efecto, comenzaban a alarmarse. Mostraban más perspicacia que sus dirigentes. La Alianza Obrera fue responsable por esta conciencia de los peligros del momento. Celebró actos en toda Cataluña. El Bloque se tomaba esta actividad más en serio que los demás componentes de la Alianza. Para éstos, la Alianza era un complemento de su acción de partido; para el Bloque era su acción misma.

El éxito de los frentes únicos sindicales condujo a reunir una Conferencia de Frente Único Sindical de Cataluña, en noviembre de 1933. La CNT no asistió, pero sí los sindicatos dirigidos por bloquistas, treintistas y uscistas. Tal vez con el tiempo podrían reunir entre todos una fuerza que obligara a reflexionar a los dirigentes cenetistas. De momento, la conferencia no dio resultados concretos.

El documento de constitución de la Alianza lleva fecha del 16 de diciembre de 1933: "Las entidades abajo firmantes, de tendencias y aspiraciones doctrinales diversas, pero unidas en un común deseo de salvaguardar las conquistas conseguidas hasta hoy por la clase trabajadora española, hemos constituido la Alianza Obrera, para oponernos al entronizamiento de la reacción en nuestro país, para evitar cualquier intento de golpe de Estado o instauración de una dictadura, si así se pretende, y para mantener intactas, incólumes, todas aquellas ventajas conseguidas hasta hoy, y que representan el patrimonio más estimado de la clase trabajadora". Firman: Manuel Mascarell, Progreso Alfarache, Juan Peiró, por los Sindicatos de Oposición: Emili Vivas, Agustí Gabanel, por la Federación Sindicalista Libertaria; Pedro Bonet, por la Federación de sindicatos Excluidos de la CNT; Antoni Vila Cuenca, por la UGT; Ángel Pestaña, por el Partido Sindicalista; Rafael Vidiella, por la Federación Catalana del PSOE; Joaquín Maurín, por el Bloque Obrero y Campesino; J. Martínez Cuenca, por la Unió Socialista de Catalunya; Andreu Nin, por la Izquierda Comunista y Josep Calvet, por la Unió de Rabassaires.

Todas las fuerzas obreras catalanas, menos la CNT y el Partido oficial están en la Alianza. La ausencia de la CNT es importante, porque se trata del elemento obrero más poderoso del país. Se intentan algunas gestiones personales, pero la gente de la FAI no presta oídos. Tienen una especie de soberbia, porque son fuertes -aunque menos que un año antes- y creen que solos se bastan para hacerlo todo, empezando por la revolución. Por otro lado, entrar en la Alianza sería, a sus ojos, dar beligerancia a fuerzas políticas, lo cual es anatema para sus principios, y aceptar la existencia de fuerzas cuya realidad niegan, como los sindicatos de oposición y los excluidos. Sería, finalmente, reconocer que fue errada su táctica de ir solos y querer hacer la revolución con el método tradicional de los anarquistas puros, el método de la chispa (encender muchas chispas con la esperanza de que alguna prenderá el gran incendio que destruya la sociedad). Pero los dirigentes de la Alianza, que saben que los de la FAI son revolucionarios sinceros (no creen, claro está, el rumor hecho circular por los republicanos, según el cual los anarquistas recibieron subvenciones de los lerrouxistas para su campaña de abstención electoral) y confían en que los hechos acabarán por persuadir a los anarquistas.

Por lo demás, entre éstos hay diversas posiciones. En febrero de 1934, Orobón Fernández, uno de sus teóricos más respetados, publica en La Tierra de Madrid un ensayo, "Directrices de la Alianza Obrera", en el cual sugiere puntos de acuerdo posibles y pide que se trace un plan táctico revolucionario, que se garantice la democracia revolucionaria y que se prometa la socialización inmediata de los elementos de la producción. Como se ve, los anarquistas favorables a la Alianza no se daban cuenta todavía de que su objetivo inmediato no puede ser realizar la revolución, sino evitar la contrarrevolución. 

Después de este ensayo de Orobón Fernández se reunió en Barcelona (13 de febrero) un pleno de regionales cenetistas, que acordó "emplazar a la UGT a que manifieste cuáles son sus aspiraciones revolucionarias", para poder aliarse con ella. No hubo respuesta. La regional catalana, en este pleno, llevó la voz cantante contra la Alianza Obrera. Pero el 23 de junio, en otro pleno de regionales, en Madrid, la regional asturiana reclamó la libertad de acción cosa que se aceptó "por motivos de realismo local".(7) En este pleno, otros cenetistas se mostraron favorables a la Alianza, entre ellos Vicente Ballester de Andalucía y Orobón Fernández, del Centro. Este, el más persuasivo, murió poco después, y la posición proaliancista quedó sin voz en la CNT.

Los dirigentes de la Alianza no se preocupan por la posición del Partido comunista oficial. Este participó en un par de reuniones de la Alianza catalana, trató de conseguir que se eliminara a la Izquierda Comunista y, al no lograrlo, se retiró y comenzó una campaña contra la Alianza, acusándola de ser un instrumento de la burguesía, de ocultar la “traición socialista" y de querer impedir, con su constitución, la formación de soviets.
La Alianza comenzó a organizarse. Tuvo un Comité Ejecutivo, formado por los representantes de todas las organizaciones adheridas. Se reunía a menudo y se esforzaba en crear comités locales de Alianza y en hacer llegar al resto de España su ejemplo. Se celebraron numerosos mítines, con éxito considerable. En Barcelona, donde la Alianza era débil, empezaba a ser conocida, a pesar de que la CNT quiso rodearla de silencio. Fuera de Barcelona, los bloquistas y sindicalistas consiguieron formar muchos comités locales de Alianza. En Valencia, donde había un grupo de bloquistas, Servín inició negociaciones para constituir la Alianza valenciana. Y en Asturias, el núcleo de simpatizantes bloquistas hizo lo mismo. La Alianza publicó manifiestos poniendo en alerta ante el avance de las derechas y condenando los malos tratos inflingidos por la policía de Barcelona a los anarquistas.

Fue a propósito de esto que se planteó la primera discrepancia seria. La USC estaba aliada con la Esquerra y formaba parte del gobierno de la Generalidad, que después de la muerte de Macia, en diciembre de 1923, fue presidido por Lluis Companys, elegido por el parlamento catalán. El Comité Ejecutivo de la Alianza planteó a la USC la contradicción entre el hecho de que firmara los manifiestos protestando por las torturas a los anarquistas y, al mismo tiempo, estuviera en el gobierno cuyo consejero de Gobernación ordenaba esas torturas. La USC prefirió seguir aliada con la Esquerra y salió de la Alianza. 

Para arraigar, la Alianza no podía contentarse con manifiestos, debía luchar. En Madrid, la patronal, alentada por la victoria electoral de las derechas, trataba de reducir las conquistas obreras. Se perdían casi todas las huelgas. Exasperados, los sindicatos socialistas madrileños declararon una huelga general, en marzo de 1934, y el Comité Ejecutivo de la Alianza decretó una huelga general de 24 horas en toda Cataluña, por solidaridad con los huelguistas de Madrid, el día 13. Hasta entonces, sólo la CNT había podido declarar huelgas generales en Cataluña. ¿Lograría la Alianza hacer la suya? Los anarquistas y los policías que en otras ocasiones los torturaban, se encontraron juntos oponiéndose a esta huelga de solidaridad. Pero si en Barcelona no tuvo apenas extensión, en el resto de Cataluña fue general. Tradicionalmente, cuando había una huelga general, Barcelona cerraba y las provincias no, o mucho menos. Ahora fue al revés: las provincias cerraron y Barcelona, no.

La huelga tuvo eco. Los bloquistas de Castellón y Valencia, consiguieron al calor de este ejemplo, formar Alianzas Obreras. La de Valencia, apenas constituida, declaró con éxito huelga general de solidaridad con los huelguistas de una empresa hidroeléctrica. Importante era que si bien la CNT estaba ausente de esas dos Alianzas, formaban parte de ella la UGT y el PSOE locales. Esto repercutió en Asturias, donde el movimiento obrero, era a la vez, combativo y deflexivo. Se formó allí la Alianza, y en esta estaban no sólo la UGT y el PSOE, junto con el Bloque y la Izquierda Comunista, sino también la CNT, gracias a lo acordado en el pleno de junio ya citado. Poco a poco, se formaron comités de Alianza en lugares inesperados: Jaén, Córdoba, Sevilla, y finalmente en Madrid. Pero eran comités locales. No había aún una Alianza nacional. La base iba más deprisa que las direcciones nacionales.

Se comenzaba a ver que la Alianza era un tipo nuevo de organización, que no sumaba sino que multiplicaba las fuerzas de sus componentes sin por ello exigir a las organizaciones adheridas concesiones ni abandonos de principios. Se vio que la Alianza podía hacer ganar huelgas que, sin ella, se perderían, y empezaba a creerse que, cuando llegara el momento, podía conducir a la victoria. Porque, no se olvide, los obreros a pesar del triunfo electoral de las derechas, conservan un espíritu ofensivo. La minoría cada día más numerosa de obreros activos, politizados, desilusionados con la república, consideraba que lo necesario era tomar el poder. La Alianza, pues, aparecía como un arma defensiva, ahora, y de ataque cuando llegara el momento. 

La Alianza quiere extenderse. Una delegación (Pestaña, Vila Cuenca y Maurín) va a Madrid. Se entrevista con dirigentes socialistas y de la UGT. Francisco Largo Caballero es el único que se interesa por la nueva táctica. Poco después, en febrero de 1934, va a Barcelona y se entrevista con Maurín, que le toma unas declaraciones para Adelante: "No hay legalmente solución de derechas posible. Sin embargo, hay que estar preparados, en guardia, porque los reaccionarios, dada la situación difícil en que se encuentran, pudieran intentar una salida brusca".

Lo más importante de las declaraciones de Largo Caballero (Adelante de Barcelona, 24 de febrero de 1934) dice:

Realmente no hay solución parlamentaria. No se puede hablar de una situación de izquierdas sustituyendo a la actual. Esto, parlamentariamente, es impracticable en las circunstancias actuales. ¿Una situación de derechas? Es también imposible. En primer lugar, porque el país no la toleraría, y en segundo término, porque con él. Parlamento abierto nosotros le cerraríamos el paso no dejándole hacer nada.

Gil Robles puede derribar a Lerroux cuando quiera, pero está aterrorizado pensando lo que va a pasar luego. Porque ¿y después, quién? Aun en el caso de que el presidente de la República llame a Gil Robles para encargarle la formación de Gobierno, no puede hacerlo. Sería un golpe de Estado al que el movimiento obrero de toda España contestaría de una manera rápida y enérgica. Cataluña -y fíjese que no le digo la Generalidad- se sublevaría también, porque un Gobierno de derechas, aunque hiciera promesas, sería la muerte de las libertades de Cataluña. Un Gobierno Gil Robles sería también un Gobierno Cambó. y si Cambó tiene el Poder en Madrid, esto quiere decir que, automáticamente, la Generalidad sería una dependencia en la que se marcaría el paso a su voz de mando .

No hay, pues, legalmente solución de derechas posible. Sin embargo, hay que estar preparados, en guardia, porque los reaccionarios, dada la situación difícil en que se encuentran, pudieran intentar una salida brusca. Las derechas empiezan a desmoralizarse. Hay una ofensiva a fondo de la clientela contra sus jefes, a los que llaman traidores, porque no han cumplido ninguna de las promesas que hicieron. Existe entre ellos una gran nerviosidad. No es cuestión de propugnar por su parte una disolución del Parlamento, porque sus fuerzas disminuirían enormemente, cosa que quieren evitar.

Lerroux se aguanta porque Gil Robles le sostiene. Nosotros podríamos hacer posible la vida del Gobierno Lerroux durante cierto tiempo llevando al Parlamento una fuerte ofensiva contra él. Las derechas, inmediatamente, formando bloque compacto, se pondrían a su lado para sostenerle; pero esta interinidad forzada no nos interesa. Es preferible que se despejen las cosas.

Si Lerroux quiere mantener su Partido unificado, no puede en manera alguna consentir una ruptura interior, cuyas consecuencias fatales serían la descomposición inmediata de su Partido. Esta situación inextricable no tiene más salida que o una dictadura de las derechas -y el movimiento obrero lo hará imposible- o una dictadura obrera. La clase trabajadora ha de prepararse para ir a la toma violenta del Poder político y económico.

Con este criterio, es lógico que la Alianza le parezca útil. La idea avanza ya. En junio de 1934 un congreso de las juventudes Comunistas oficiales propone la unidad a las Juventudes Socialistas, y éstas contestan invitándolas a ingresar en las alianzas obreras locales. El 16 del mismo junio, en un mitin en Gerona, Maurín trata de plantear una estrategia. "Hay que formar un frente único para implantar el socialismo antes de que triunfe el fascismo". Las Juventudes Socialistas y la Izquierda Comunista de Madrid toman la iniciativa de formar la Alianza Obrera local (faltan en ella la CNT, el Partido comunista oficial y el Bloque que no tiene sección madrileña). La componen sobre todo sindicatos dirigidos por trotskystas o socialistas de izquierda. En julio, Largo Caballero es elegido secretario general de la UGT, las Comisiones Nacionales de la UGT y del PSOE deciden, finalmente, apoyar la idea de una Alianza Obrera, pero no todavía con carácter nacional (mientras no acepte la idea de CNT). 

El Socialista de Madrid (6 de marzo de 1934) da cuenta así de la constitución de la Alianza Obrera de la capital española:

La experiencia de dos años de régimen republicano ha demostrado a la clase trabajadora que nada puede esperar de la burguesía y de sus organizaciones coactivas, como no sea represión si se rebela, y hambre y dolor si no se somete.
Esta experiencia ha llevado al convencimiento al proletariado de la necesidad de crear el arma eficaz para defenderse de las acometidas cada día más brutales de la reacción y de la burguesía, y en su momento poder dar la batalla definitiva.

Esta arma sólo puede ser la unión de todos los explotados. Consecuentes con este criterio, varias organizaciones políticas y sindicales de Madrid: Partido Socialista (Agrupación de Madrid), Administrativa de la Casa del Pueblo, Sección Tabaquera de Madrid, perteneciente a la Federación Tabaquera Española; Agrupación Sindicalista, Izquierda Comunista y Juventud Socialista, han constituido "Alianza Obrera", organismo que tiene por finalidad, en primer término, la lucha contra el fascismo en todas manifestaciones y preparación de la clase trabajadora para la implantación de la Paz pública socialista federal en España, como condición indispensable para su total liberación.

Es deseo vehemente de los elementos que constituimos esta Alianza la incorporación de todos los sectores obreros y políticos que mantienen el principio de Lucha de clases a este organismo- Todos ellos han sido invitados; razones que respetamos obstaculizaron nuestros propósitos; pero creemos que la reflexión hará rectificar estos
obstáculos y esperamos que el interés de la clase trabajadora se imponga, acogiendo en esta aspiración común a los trabajadores organizados de Madrid.-La Comisión.
Quienes persistían en hacerse el sordo eran los comunistas. Francisco Galán, hermano del capitán fusilado por la sublevación de Jaca en 1930, que había hablado en mítines del Bloque en 1931, era ahora comunista y escribía: "Si tuviera que sentarme en la misma mesa que los líderes socialistas, me ruborizaría como una virgen entre prostitutas. (8) Mientras ya todos hablan de unidad, en abril de 1934, los comunistas oficiales, aplicando imperturbables las órdenes de Moscú, formaron la CCTU, central sindical esquelética. En la misma época se reunió en Barcelona el primer congreso del Partit Comunista de Catalunya, al cual asistió el delegado de la Internacional Cero y una delegación del Partido Oficial español dirigida por Vicente Uribe. Este redactó un informe sobre el congreso (9) en el cual después de poner de relieve la gran cohesión política e ideológica de nuestro Partido catalán, se afirma que la compenetración con la línea política del Partido Comunista de España y su Comité central y la Internacional comunista. ..es un hecho de la máxima importancia cuanto que en la aplicación de nuestra táctica de Frente Único ha habido una serie de vacilaciones y dudas, tanto en la dirección del Partido Catalán como en cierto número de organizaciones, dudas y vacilaciones expresadas en la tendencia de concebir el Frente Único como un Bloque de organizaciones, borrando la fisonomía del Partido Comunista. Se ha hecho una gran crítica y autocrítica a este respecto, todos los delegados se han mostrado de acuerdo enteramente con la línea de la IC y del Partido Comunista de España en la aplicación del Frente Único por la base.

No debemos olvidar que es en Cataluña donde ha nacido ese engendro de "Alianza Obrera", parida por los renegados del Bloque Obrero y Campesino, “Treintistas” y Socialistas, alianza contra el Frente Único y la Revolución. La justa táctica del Frente Único nos permite desbaratar los planes contrarrevolucionarios de la "Alianza Obrera" y lo que es más importante, ganar para la lucha a millares de obreros anarquistas y realizar la unidad de combate del proletariado catalán y de las masas campesinas bajo la dirección del Partido Comunista.

Después de felicitar al Partido oficial catalán por haber creado la CGTU en Cataluña, "superando así la división del movimiento sindical", Uribe le da unos cuantos consejos:

El Partit Comunista de Catalunya ha comenzado a romper su aislamiento de las masas. Ha venido al Congreso con un balance de actividad, que aunque no muy grande, refleja que nuestro Partido entra en la vida de la dirección de las huelgas de las masas...

El Partit Comunista de Catalunya tendrá que hacer grandes esfuerzos para superar el retraso, pese a ciertos pequeños éxitos, en que aún se encuentra. Será sobre todo yendo audazmente a las fábricas, formulando las reivindicaciones y necesidades de los trabajadores, organizándoles para la lucha sobre la base del Frente Único, luchando encarnizadamente por la Unidad Sindical de clase, organizando y dirigiendo la lucha antifascista de masas, combatiendo sin piedad, sin concesiones de principio al anarquismo ilusionista pequeño-burgués, aislándole de las masas, como conseguirá ganar el retraso. Lucha contra los renegados y sus amos de la socialdemocracia. Lucha contra el imperialismo español y el Gobierno de la Generalidad. Campeón y dirigente de la lucha de liberación nacional y social del pueblo catalán, dirigente de la Revolución agraria, el I Congreso del Partit Comunista de Catalunya ha mostrado a las masas populares a su Partido. Este debe vencer las debilidades de organización, evidenciadas a través del Congreso, reclutar millares de nuevos combatientes, y con la ayuda y dirección del Partido Comunista de España y su Comité Central, ganará a la mayoría del proletariado catalán ya las partes más avanzadas del campo, para el comunismo, para los soviets, para el Gobierno Obrero y Campesino, y hará de Cataluña el baluarte inquebrantable del triunfo de la Revolución Soviética en España.

Tres meses después, sin que hubiera sucedido nada que no pudiera preverse cuando se escribió este informe, hubo otro de Vicente Arroyo (10) sobre una reunión extraordinaria del Comité Central del Partido oficial español celebrada en Madrid el 11 y 12 de septiembre:

Un solo punto figuraba en el orden del día: Frente Único y Alianzas Obreras.

El Comité Central del P .C. de E. ha discutido esta cuestión ante millares de trabajadores, y por unanimidad ha aprobado la proposición del Buró de “Ingresar en las Alianzas Obreras”, con una sola condición: "Tener derecho a la exposición y discusión fraternal sobre todos los problemas de la revolución".

(Este acuerdo significa un formidable paso adelante en el camino de la unidad de acción, que es el camino de la victoria. El ingreso del P .C. en las Alianzas Obreras no es la completa unidad de acción, porque en ella faltan todavía fuerzas formidables como la CNT, las masas campesinas, los obreros inorgánizados. Pero con el ingreso de nuestro Partido, que no disfraza su pensamiento ni sus propósitos de trabajar dentro de las Alianzas por atraer a ellas a todas las fuerzas obreras, las "Alianzas Obreras" toman un nuevo carácter. Nuestro Partido dentro de ellas trabajará por transformarlas de conglomerados de direcciones de Partidos en organismos vivos de frente único, pues como se decía en el informe del secretario del Partido: "Los delegados a las Alianzas deberán ser elegidos democráticamente en asambleas de sindicatos, de organizaciones, comités de fábrica, campesinos y parados".)

El Partido oficial rectifica, pues. y ello no por la situación española, sino porque desde junio en que el Partido oficial catalán atacaba a la Alianza Obrera hasta septiembre, en que el Partido oficial español la acepta, se ha iniciado en Moscú el viraje que un año más tarde conducirá al Frente Popular. Moscú teme que Hitler trate en el futuro de poner en práctica su idea de la marcha hacia el Este expuesta claramente en el Mein Kampf y busca aliados a través de sus partidos comunistas.

El Partido oficial catalán se decide a comerse sus frases de cuatro meses antes y pide su admisión en la Alianza Obrera, que, claro está, le es concedida inmediatamente. Lo hace el 4 de octubre, cuando todos prevén una lucha inmediata. En Asturias ni siquiera pidió el ingreso. Entró en la Alianza, sin formulismos, cuando ya había comenzado la lucha. (11)

El Partido Oficial, una vez iniciado el viraje, trata de capitalizarlo. Vittorio Codovila, el argentino delegado de Moscú en Madrid, que se hace llamar “Medina”, visita a Largo Caballero presentado por Margarita Nelken, que ya entonces era agente de la Internacional Comunista dentro del PSOE. Quería convencer al dirigente socialista de que sería conveniente subsistituir el nombre de Alianza Obrera por otro "más en armonía con el vocabulario ruso", dice Largo Caballero,(12) con el fin de facilitar la entrada de los comunistas. Pero Largo Caballero rehusó y al día siguiente la prensa comunista anunció que el Partido oficial había decidido ingresar en la Alianza. La maniobra era evidente: hacer cambiar el nombre, para que no pareciera que el Partido oficial aceptaba lo que había criticado y para que el público creyera que la Alianza, con un nombre nuevo, era una creación comunista oficial. Esto, exactamente, fue lo que hicieron con el Frente Popular de 1935, lo mismo en Francia que en España.-
Los acontecimientos, como se ve, iban más deprisa que el Partido oficial.

Los acontecimientos dan la razón a la Alianza.

En marzo, un grupo de monárquicos firma un acuerdo con Mussolini, para recibir ayuda financiera y en armas. En abril, concentración de la CEDA en el Escorial: todo el poder para el jefe (José María Gil Robles), y huelga general en Madrid. Gobierno Samper. Fracaso de la huelga campesina de la UGT, que demuestra la necesidad de más de una organización para un movimiento de envergadura. El Institut Agrícola Catala de Sant Isidre (organización de los propietarios rurales catalanes) recurre ante el Tribunal de Garantías Constitucionales, en Madrid, contra una ley sobre contratos de cultivos adoptada por el Parlamento catalán, y el Tribunal la declara inconstitucional (11 de junio). Nueva votación de la misma ley por el Parlamento catalán. El 8 de septiembre viaje en masa a Madrid de los propietarios rurales catalanes, para pedir al gobierno que actúe contra esta segunda ley de contratos de cultivos; los recibe una huelga general decretada por la UGT y apoyada por la CNT; es la primera vez que el proletariado madrileño hace un gesto de solidaridad con Cataluña. Huelga general en Asturias, declarada por la Alianza Obrera, en respuesta a una concentración de la CEDA en Covadonga, y gran manifestación en Barcelona, convocada por la Alianza. Incendio (ligero) del local del Institut Catala. de Sant Isidre, en Barcelona (llevado a cabo por los grupos de choque del Bloque).

En el Comité Ejecutivo de la Alianza se discute mucho. Los treintistas se declaran partidarios de defender la autonomía catalana (por primera vez se interesan por esta reivindicación, porque comprenden por fin que es inseparable de las libertades obreras). Nin propone que se pida la expropiación de los propietarios rurales. Maurín, reflejando el criterio del Comité Ejecutivo del Bloque, cree que ésta se prepare para la proclamación de la República catalana, quitando así la iniciativa de las vacilantes manos de la Esquerra y poniéndola en las de la clase obrera.

Estas distintas posiciones se llevaron, el 17 de junio, a la primera Conferencia de los Comités Comarcales y Locales de la Alianza (en Cataluña). La Alianza es un organismo democrático y debe, por tanto, consultar a la base. La base se muestra más moderada que el Bloque. Este propone en la Conferencia que si el gobierno de Madrid ataca a Cataluña y con este motivo se proclama la República catalana, la Alianza apoye el movimiento y trate de tomar su dirección y guiarlo hacia el triunfo de la República Socialista Federal. Pero la Conferencia rechaza esta posición. Entonces, para no romper la Alianza, la delegación bloquista propone otra resolución, que es aprobada: se esperará el ataque reaccionario y cuando éste llegue, se pedirá la proclamación de la República catalana.(13)

Todos insisten en la necesidad de extender la Alianza al resto de España. No basta con Alianzas locales, precisa la alianza de las organizaciones a nivel de las direcciones nacionales. La CNT comienza a suavizar su posición en los pueblos, pero en Barcelona se muestra intratable. En cambio, en Madrid participa en la huelga general del 8 de septiembre, porque, dice su periódico, repugna a los obreros trabajar cuando otros obreros están en huelga, pero teme que este movimiento se aproveche por los socialistas para presionar por volver a formar parte del gobierno.

Los escamots (grupos de acción) de Estat Català. (organización nacionalista catalana extrema, afiliada a la Esquerra, compuesta sobre todo de clase media y empleados, y dirigida por Josep Dencàs, que es consejero de Gobernación, y por Miquel Badia, que es Comisario de Orden Público de Barcelona) hacen todo lo posible para que no cambie la actitud de la CNT. Esta, debido a la política de la FAI, ha perdido un tercio de los efectivos que tenía en 1931, pero es todavía la gran fuerza de Barcelona, donde se la considera la única capaz de declarar una huelga general. La Consejería de Gobernación, a través de la Comisaría de Orden Público, acosa constantemente a los cenetistas y faistas: clausuras de sindicatos, suspensiones de Solidaridad Obrera (tres en un año, una de ellas de 104 días), 34 recogidas del diario cenetista, torturas en la Jefatura de Policía, detenciones gubernamentales constantes (la república no sólo no ha abolido, sino que utiliza a fondo esta costumbre policíaca de la monarquía, consistente en detener por un periodo máximo de 15 días, sin causa ninguna, a elementos considerados peligrosos para el orden, y mantenerlos a disposición del gobernador; no es raro que cuando llega el momento de dejarlos en libertad, la policía los espere a la puerta de la cárcel y los vuelva a detener por 15 días más y así hasta varios meses). El mayo de 1934, cinco dirigentes de la FAI (Carbó, Esgleas, García Oliver, Sanz y Herrero), visitan a Companys en su despacho de Presidente de la Generalidad y le piden que detenga la persecución de los escamots. Companys unos días después ordena que se deje en libertad a todos los detenidos gubernativos, pero en agosto el Consejo de la Generalidad decide, de nuevo, privar de libertad de acción a la FAI para apaciguar al público. Badia sale de la Comisaría de Policía, y lo substituye un tal Coll i Llac. Los escamots hacen de rompehuelgas en la huelga de tranvías.

Pero la Esquerra y la FAI se encuentran en un mismo lado cuando se trata de fastidiar a la Alianza Obrera. El 7 de septiembre se recibe de Madrid la noticia de que los obreros de la capital irán a la huelga, al día siguiente, para recibir a los propietarios del Institut Català. de Sant Isidre. La Alianza se reúne y convoca a los partidos no obreros. La Esquerra acude y discute: en Barcelona, dice, gobierna Companys y, por lo tanto, no ha de haber huelga; ésta bien en Madrid, donde gobiernan los republicanos de derechas. Los delegados de la Esquerra consiguen prolongar las discusiones hasta que ya no hay tiempo para circular órdenes de paro, y sin la CNT el concurso de la Esquerra parece indispensable para hacer una huelga general, porque puede neutralizar a la policía. La Alianza tiene que limitarse a organizar una manifestación. La convoca para el 10 de septiembre. A la misma hora, la Esquerra organiza otra. Cuando la obrera llega ante el Palacio de la Generalidad, Companys está echando un discurso a los manifestantes de la Esquerra, poniéndoles en guardia contra los provocadores. Los grupos de choque del Bloque y los escamots se enfrentan y los últimos ceden finalmente el paso. Companys ha de guardar silencio durante 40 minutos, hasta que ha desfilado la manifestación de la Alianza. Esto es una anécdota, pero sirve para mostrar el estado de ánimo general. La Esquerra desconfía de la Alianza. La Alianza quiere empujar a la Esquerra. La CNT desconfía de la Esquerra y quiere aislar a la Alianza.

El ambiente económico no es en general propicio par a la política. La crisis aleja a los obreros de la acción, del mismo modo que la prosperidad los empuja a actuar. Ahora hay crisis. El 13 por ciento de los trabajadores españoles están sin trabajo. El paro obrero ha doblado durante 1934. Los patrones despiden a los "cabezas calientes".

Pero, esta vez, a pesar de la crisis, los obreros no se alejan de la política. Hay en ellos, bien clara, una voluntad de poder. Están convencidos de que pueden gobernar mejor que los republicanos y administrar mejor que los patrones. Esto se percibe en seguida por quien conozca la atmósfera obrera del país. La Esquerra procura debilitar a la Alianza. La Unió de Rabassaires se separa, porque los campesinos, dicen sus dirigentes -de la Esquerra-, no son revolucionarios. "Los rabassaires se retiraron porque querían hacerlos ir a una huelga contra la Generalidad y separarlos, así, de la Esquerra. Los campesinos no hubieran seguido, si hubieran permanecido en la Alianza Obrera", escribe uno de sus dirigentes.(14)

La Esquerra temía verse desbordada por la Alianza, que no hacía un misterio de su táctica. En cuestiones políticas no sirven los planes secretos ni los complots. Maurín ha descrito la táctica de la Alianza:

La Generalidad puede hacer abortar el avance de la derecha; si ésta avanza, lo perderá todo. Pero si la Generalidad reacciona, puede temer las consecuencias de su gesto. Por esto, el movimiento obrero ha de estar al lado de la Generalidad para presionarla y prometerle ayuda, sin ponerse delante de ella, sin aventajarla en los primeros momentos. Lo que interesa es que la insurrección comience y que la pequeña burguesía, con sus fuerzas armadas, no tenga tiempo de retroceder. Después, ya veremos.(15)

En el resto de España, la táctica debía ser diferente, porque los partidos de la pequeña burguesía estaban fuera del poder. Allí, la Alianza debía hacerlo todo. Santiago Carrillo, entonces secretario de las Juventudes Socialistas, atribuía a la Alianza la misión de organizar la insurrección armada. Largo Caballero declaraba: "Las Alianzas no deben consistir en tirar manifiestos y organizar mítines".(16)
La segunda quincena de septiembre es muy tensa. La policía registra centenares de casas y locales. Encuentra armas en varios lugares. Muchos de sus dueños no sabrían dispararas, pero hay una fiebre general. Todo el mundo está seguro de que se hará algo para evitar que las derechas se queden con el país. El Bloque acelera su crecimiento. Los diarios de izquierdas queman. Avance de Oviedo, que dirige el socialista Javier Bueno, y El Socialista de Madrid son denunciados, multados, recogidos. La Batalla y L 'Hora coleccionan las denuncias. Nadie se preocupa por esto. En cines, cuando se proyectan las actualidades, la gente se abofetea no sólo por Gil Robles o Largo Caballero, sino por Hitler y Mussolini.

El primero de octubre, en las Cortes, Gil Robles invita a Ricardo Samper a dimitir. y Samper dimite. Consultas. Las izquierdas republicanas todavía esperan que Alcalá Zamora impedirá que Gil Robles y la CEDA entren en el gobierno. Quisieran que disolviera las Cortes y que hubiese nuevas elecciones.

No es una crisis ministerial más. Finalmente, es evidente que Lerroux formará gobierno con ministros de la CEDA, que no han hecho ninguna declaración de aceptar la república.

Después del fracaso del golpe de Estado desde fuera con Sanjurjo, el golpe desde dentro con Gil y la ayuda de Lerroux. 

La Alianza lanza manifiestos y organiza una manifestación contra este peligro. Dencàs no da permiso. Pero la manifestación se hace, en las Ramblas. Choques con la policía montada. Desde el día 3, el Comité Ejecutivo de la Alianza está reunido en sesión permanente e indica a todos los comités comarcales y locales que hagan lo mismo.

La Alianza no tiene dinero. No tiene, pues, armas. Pero los escamots poseen millares de Winchesters. Son 12000 hombres. Habría que poder forzar a la Generalidad a dar armas a los obreros. Pero ¿cómo si en la Generalidad se ve en la Alianza a un adversario?

El Comité Ejecutivo de la Alianza manda un delegado a Madrid, para enlazar con la Alianza de la capital, los socialistas y acaso los cenetistas; pues en la Regional del Centro de la CNT se intensifica la posición aliancista. El Comité Ejecutivo del Bloque se reúne todos los días. En España la Alianza necesita empuje y audacia. En Cataluña, además, ha de hacer muchos equilibrios, y mostrar mucho tacto, para no separarse más aún de la CNT y para acercarse a la pequeña burguesía, siempre inclinada a abandonar sus posiciones.

El jueves, día 4, se conoce la idea del cuarto gobierno Lerroux: Gil Robles es ministro de la Guerra. A las diez de la noche, en el local de la Federación Catalana del Partido Socialista, se reúnen en asamblea los delegados de las Alianzas locales, convocados por teléfono (y hasta para pagar estas conferencias los miembros del Ejecutivo han de hacerlo con su dinero personal). Cada delegado expone la situación de fuerzas en su pueblo.

La conclusión es evidente: si empieza la lucha, la Alianza controlará la vida de todas las poblaciones de Cataluña menos Barcelona. Pero es el punto decisivo. Nin y Bonet, antiguos cenetistas, se entrevistan, tras muchas tentativas, con unos cuantos dirigentes de la F Al, entre ellos Francisco Ascaso. La CNT no cree necesario establecer alianzas ni pactos; en la calle nos encontraremos, les dicen.

Otra delegación va a la Generalidad. Entrevista fría con Companys, que ha tenido que interrumpir una cena tardía. Los delegados de la Alianza le comunican el acuerdo, ya conocido, de junio: si las derechas atacan -y ahora atacan, con entrada en el gobierno- hay que proclamar la república catalana. Companys vacila. No sabe qué harán los socialistas republicanos. Alcalá Zamora, dice, había prometido no admitir a la CEDA. Finalmente, la delegación aliancista le informa que el día siguiente habrá huelga general en toda Cataluña y que espera que la Generalidad no ponga obstáculos a esta expresión de lucha.

La asamblea al escuchar el informe de estas entrevistas, saca la impresión de que no ocurrirá nada si no se presiona. Decide que haya huelga general al día siguiente, viernes 5. el Centro de Dependientes (CADCI) y otras organizaciones que no forman parte de la Alianza, pero que han sido invitadas a la asamblea, anuncian su adhesión a la huelga. Maurín cierra la reunión: (17)
La Alianza Obrera hace honor a su propia consigna. Hemos sido nosotros los que primero hemos dicho que un gobierno Lerroux-Gil Robles sería la señal de una huelga general revolucionaria. Los trabajadores piden el poder para organizar la economía sobre bases socialistas. ...¡O el feudalismo o nosotros! ¡O el fascismo o la revolución social! ...Hemos invitado al Gobierno de la Generalidad a proclamar la República Catalana. Si no la proclama, lo  haremos nosotros. Hay que atacar a fondo el Estado feudocentralista...

Vamos a una huelga revolucionaria. Van a ella los obreros del resto de España. La Esquerra ha dicho que no se opondrá a una huelga de protesta. Nosotros la haremos con carácter revolucionario hasta allá donde nos permitan las circunstancias y si éstas son propicias, lo de hoy puede ser el prólogo de la insurrección armada.

Cada uno de los delegados saldrá ahora por el medio de transporte más rápido de que disponga. En la localidad respectiva, los Comités de Alianza y Comités revolucionarios declararán inmediatamente la huelga general revolucionaria. Si los ayuntamientos y otras autoridades son de la Esquerra, de momento se llevará una acción conjunta con ellas, hasta que cambien las circunstancias o haya una orden de la Alianza. Pero allí donde las autoridades sean de derechas, serán destituidas inmediatamente. La finalidad inmediata ya sabéis cuál es: la República Catalana. Hay que empujar a la Esquerra a que la proclame. Si no lo hace, lo hacéis vosotros. La Alianza está atenta a la marcha de los acontecimientos e irá dando las consignas apropiadas para el triunfo del movimiento.

Y ahora, que cada uno ocupe el lugar que le corresponde. No se nos ocultan las dificultades. La situación es grave. Pero hay que tener audacia y fe en la fuerza de la clase obrera. También tenían dificultades, y enormes, los. trabajadores rusos, y supieron triunfar. La Alianza Obrera, que significa la unión de todos los trabajadores, es una garantía para nosotros. Adelante y a la victoria...

A las tres y media de la madrugada ya del viernes, todos los asambleístas regresan a sus pueblos. En éstos, los comités de Alianza, previendo las decisiones, han comenzado a caldear el ambiente, a tomar disposiciones, a reunir todas las pistolas de que se dispone, que son muy pocas.

En los locales del Bloque, movilización general, total. El Ejecutivo escucha el informe de la asamblea de la Alianza. En un cuarto de al lado, se improvisa un comité militar –Rovira, Rodríguez, Salas y algunos otros-. El problema es conseguir que la huelga sea general en Barcelona, pues de que lo será en Cataluña todos están seguros. Los bloquistas no fían mucho en el dinamismo de las demás organizaciones de la Alianza; los comunistas han ingresado en ella en la asamblea de aquella noche y todos saben que tratarán de sacar tajada, pero no se preocupa nadie por ello. Al Bloque corresponde, tácitamente, el preparar la huelga general de Barcelona. Sobre un plano de la ciudad, extendido encima de una mesa, marcas en rojo: las cocheras de los tranvías (toda huelga debe comenzar por la paralización de los tranvías), las centrales telefónicas, las fábricas más importantes. Los militantes llegan trayendo botellas que se llenan de gasolina en la cocina del viejo piso donde está el local central del Bloque.

A las cinco de la madrugada, los bloquistas se han distribuido por los lugares marcados en rojo sobre el plano de la ciudad. Los grupos de choque, para impedir la salida de los tranvías, los demás, sin armas (porque no las tienen) a repartir manifiestos impresos a toda prisa, a hablar a los grupos de obreros que se dirigen al trabajo. Cada hoja que cae en manos de un trabajador lleva en grandes letras negras: "Huelga general".

Las cosas no iban como los bloquistas las habían soñado, en los pocos momentos en que se permitían soñar. Lo que se veía venir, según me dijo Portela al salir de la asamblea de la Alianza, era "una revolución con permiso de la autoridad competente". Pero la autoridad resultó más bien incompetente y su permiso fue de estira y afloja.

Aquella misma madrugada, la Delegación del Estado (policía) en Barcelona enviaba por telex al ministro de la Gobernación un informe en el cual se decía:

La Alianza Obrera Revolucionaria intentará para la próxima madrugada la huelga general en toda Cataluña. ..La Esquerra no quiere la huelga, porque cree que esto la perjudicaría, complicando la situación; pero los “escamots” del Estat Català separatista la secundarán, porque creen que la Alianza Revolucionaria les ayudará a proclamar una República separatista y es posible que, incluso, cooperen a la huelga.

Sin embargo, como que los anarquistas están en contra del movimiento, es muy difícil que, al menos en Barcelona, la Alianza Obrera Revolucionaria consiga un paro completo. La última vez que la Alianza quiso hacer una huelga, fracasó completamente en la capital, donde no la secundaron los anarquistas y no holgó ni una fábrica. En otros sitios de Cataluña, la Alianza Obrera, que son los comunistas, socialistas y sindicalistas de Pestaña, tiene una fuerza evidente y puede hacer una huelga aunque se oponga la CNT.

El Delegado del Estado, J. Carreras y Pons, no erraba en la evaluación de las fuerzas. Pero se equivocó en pensar que los obreros de la CNT seguirían a sus dirigentes. La huelga fue general. Los obreros, aunque no recibieron la orden de quienes estaban acostumbrados a seguir, comprendieron que la situación exigía que reaccionaran y por esto respondieron al llamamiento de la Alianza. La CEDA en el gobierno significaba jornada más larga y salario más corto. Los dirigentes de la CNT quedaron sorprendidos.
La huelga fue un éxito en toda Cataluña, Barcelona incluida. La Esquerra se oponía a ella. La policía no fue neutral. Para impedir la salida de los tranvías hubo que tirotearse con los policías afiliados a Estat Catala de Dencas. que los vigilaban desde que la CNT, unos meses antes, había perdido la huelga del transporte urbano. Precisó incendiar algunos vehículos que lograron salir. Hacia las ocho y media, ya no quedaba ningún tranvía en la ciudad. El Metro y los autobuses habían parado. Costó media docena de aliancistas heridos. Cuando grupos de la Alianza iban a hacer cerrar los bancos, que habían abierto, un obrero fue muerto. Pero los bancos cerraron. Hubo tiroteos con la policía en otros lugares de la ciudad. Sesenta y tres aliancistas detenidos y treinta y dos pistolas incautadas. La policía se dedicó, incluso, a clausurar sindicatos. El Comisario de Orden Público había dado orden de que se detuviera a quienes fomentaran la huelga y que, por primera vez en muchos meses, se dejara en paz a los cenetistas. Por fin los detenidos fueron dejados en libertad por la tarde, cuando ya se había comprobado que la huelga era realmente general y la ciudad parecía un desierto.
La FAI se resistía. Mientras en Asturias los cenetistas preparaban la huelga junto con los demás componentes de la Alianza, en Barcelona los faístas trataban de entrar al trabajo:

El mayor escollo de la huelga fue la resistencia que opuso la FAI. Los de la FAI se negaban a cesar en el trabajo. Cedían en algunas fábricas ante la coacción momentánea, pero tornaban al trabajo, y aún con más ahínco que nunca, tan pronto como los coaccionadores se alejaban. Se dio el caso de ofrecerse los obreros de la FAI a sus patronos para defender la fábrica y las mismas cajas de caudales. (18)

En algunos lugares los faístas recibieron a tiros a la comisión de obreros que iba a pedirles que dejaran el trabajo. "En la calle nos encontraremos", habían dicho los dirigentes anarquistas a los delegados de la Alianza. Pero, al parecer, se encontraban en distintos lados de la barricada. En el resto de Cataluña, los anarquistas, en minoría, se mostraron pasivos, no se opusieron a la Alianza y en algunos pueblos hasta colaboraron individualmente con ella.

En Sabadell, la Alianza aisló a la guardia civil, ocupó el Ayuntamiento y proclamó la República Catalana; en Vilanova, proclamó la República Socialista; en Sitges, ocupó el Ayuntamiento; en Lérida, los ferroviarios se unieron a la huelga y para hacerla más completa descarrilaron un tren de mercancías por el lado de Madrid. Tiroteos con la guardia civil casi en todas partes y huelga en todos los pueblos y ciudades. Dencàs cuando supo que en Sabadell se había proclamado la República Catalana, se puso furioso; se enteró porque se lo dijeron unos delegados de la Alianza que habían ido a verlo para pedirle armas, que lo encontraron durmiendo ya los que recibió en calzoncillos.

Del resto de España llegaban noticias: huelga general en Madrid, en otras ciudades. La CNT no se oponía, pero no participaba, fuera de Asturias.

Por fin, en Barcelona, Estat Català, viendo que estaba siendo desbordado, formó unas comisiones de huelga, a mediodía, cuando ya la huelga era general. Entonces, habiendo cesado el peligro de tiroteos, la gente salió a la calle. El Parlamento Catalán se reunió. La Generalidad tenía 2 500 guardias de asalto y los mozos de escuadra (guardia especial de la Generalidad) concentrados en Barcelona, siete mil escamots con Winchesters y cinco mil sin armas o sólo con pistola. El capitán general ordenó el acuartelamiento de las tropas. Lo que Companys creía que sería un nuevo 14 de abril y Dencàs vio cómo un paseo triunfal con matanzas de obreros, se convertía, gracias a la Alianza, en un movimiento revolucionario.

La Generalidad controlaba, con la policía, las emisoras de radio, que la Alianza no pudo utilizar ni una sola vez. Se husmeaba el olor de la claudicación por miedo al empuje obrero. (19) Para atajarla, la Alianza organizó una manifestación el viernes al atardecer. A las ocho de la noche, la manifestación se puso en marcha detrás de un desplegado que decía: “Exigimos la proclamación de la República Catalana”. Doce mil personas llegaron al Palacio de la Generalidad, en el cual entró una delegación para hablar con Companys. Este la recibe delante de un grupo de diputados. Por las ventanas llega el grito de la multitud: ¡Armas! ¡Armas

Hay que tener serenidad y confiar en el gobierno de la Generalidad. Si se necesitaran, habría armas... dice Companys. La delegación le contesta que lo que el pueblo quiere es la proclamación de la República Catalana y armas para defenderla. No comprende la pasividad de la Generalidad. En toda defensa siempre es mejor atacar. Companys se enoja: "Sabemos perfectamente lo que hay que hacer". Y no comprende por qué se ha organizado esta manifestación. “Pero no iremos más allá de los que, en este momento, tienen la palabra”. No dice quiénes son estos misteriosos personajes que tienen la palabra y no la usan. Azaña lo visitó el día antes.

Los diputados miran con asombro a Companys discutiendo con los cuatro delegados de la Alianza, que insisten en que hay  que actuar y dar armas. Companys, furioso, corta la entrevista afirmando que "todo está previsto". Pero la delegación insiste. Por fin, Companys toma del brazo a un viejo militante, del cual había sido defensor en los tiempos heroicos de la CNT,  David Rey, del Bloque, y se lo lleva a su despacho privado. A través de la puerta se oyen los gritos. El viejo militante sale,  rojo de cara y con los puños cerrados.

Desde lo alto de una escalera, uno de los delegados informa a la multitud:

Hemos conminado al Gobierno a proclamar la República Catalana y le hemos dicho que si él no lo hace, lo hará la Alianza Obrera. Hemos pedido armas. Se nos ha dicho que mañana se adoptará una decisión y que si las circunstancias lo aconsejan, nos darán armas... La Alianza ha concedido este margen de confianza, pero si ve que se duda, proclamará la República Catalana y llamará al pueblo a defenderla.

No hay aplausos. La gente está decepcionada. Pero comprende que no se puede hacer otra cosa. Romper con la Generalidad, en ese momento, impediría toda posibilidad de acción.

Grupos de aliancistas recorren las armerías para asaltarlas, pero todas están bien guardadas por fuertes piquetes de policía. Luchar contra ésta sería absurdo, en este momento. Dencàs sigue obsesionado por el temor de que la Alianza se arme. De madrugada se pega a los muros de la ciudad un Boletín de la Alianza Obrera, con noticias de la huelga y de las provincias. En Lérida patrulla las calles una milicia obrera; en Tarragona, igual; en Gerona, la Alianza lo controla todo; en Villafranca, los obreros se han instalado en los locales de los partidos de derechas; y han quemado un convento y cuatro iglesias.

A las nueve de la noche, grupos de aliancistas requisan autos para mantener el contacto con los barrios y los pueblos, puesto que no funcionan los transportes urbanos.

Seis de octubre. Sábado, día de huelga general en Cataluña. No hay periódicos. La gente se entera de lo que ocurre por la radio y por otro Boletín de la Alianza. Este comienza, con grandes letras: "Viva la República Catalana". La FAI hace circular un manifiesto ordenando a los obreros que vayan a reabrir los locales de los sindicatos clausurados por la policía. No adhiere a la huelga, pero quiere aprovecharse de ella. Dencàs tiene un motivo ahora, para tomar la ciudad “militarmente” con los escamots. Las paredes se cubren de carteles de la Alianza: "En esta hora grave precisa una acción enérgica y decidida. Hay que proclamar la República Catalana hoy mismo, mañana acaso ya sería tarde. ¡Viva la huelga general revolucionaria!¡Viva la República Catalana!
En el resto de Cataluña, la presión aumentaba. Se habían constituido comités revolucionarios, con la colaboración de los rabassaires, a pesar de las órdenes de sus dirigentes, y en algunos lugares, de la CNT local. El comité registraba las casas de los elementos de derechas y les tomaba las armas ocultas. El de Lérida se incautó de una imprenta y publicó un diario. El de Manresa convocó a una asamblea popular en la plaza de toros. En Gerona, en uno de los trenes paralizados, viajaba el ministro de asuntos exteriores francés, que se hallaba de vacaciones. En Palafrugell se quemaron los muebles de los locales de partidos de derechas. La Generalidad pide al Comité Ejecutivo de la Alianza que indique al de Lérida que deje circular un tren cargado de ganado. A las tres de la tarde del sábado, ya se ha proclamado la República Catalana en toda Cataluña, menos en Barcelona.

Una comisión de la Alianza vuelve a visitar la Generalidad. No puede esperarse más, le dice a Companys. Lo que se haga en Cataluña determinará lo que se haga en el resto de España, donde la huelga es casi general. Hay que aprovechar el espíritu combativo de la masa, dar armas, rodear los cuarteles... Companys asegura, promete, vacila, se enoja. .. Los grupos de choque del Bloque han ocupado, entre tanto, el edificio del Fomento del Trabajo Nacional, la patronal, que acaba de trasladar sus oficinas a un nuevo edificio. Allí se instala la Alianza, muy cerca del Palacio de la Generalidad. Se dispone un lugar de socorro, con enfermeras y médicos, y un depósito de las escasas municiones, de que se dispone. Pero el Comité Ejecutivo se reúne en otros lugares, porque en cualquier momento Dencàs puede dar orden de detenerlo.

Las armerías siguen guardadas por la policía. Un comité militar de la Alianza, formado por la mañana, convierte la ancha calle donde está el local en un campo de adiestramiento. Se forman grupos y secciones con hombres de la misma organización, para que se conozcan entre sí. Se crea una sección de ametralladoras -sin ametralladoras-, bajo el mando de un antiguo sargento. Hay unos seis mil hombres y unas docenas de mujeres.

A las seis de la tarde, el Ejecutivo de la Alianza considera que es inútil seguir visitando a Companys y para presionarlo organiza una nueva manifestación, de aspecto militar. Las calles están desiertas, pero la gente se aglomera en los balcones y aplaude. Orden de resistencia pasiva si la policía intenta impedir el desfile. Debajo de la pancarta de la Alianza, el Comité Ejecutivo en peso. Muchos salen de su casa para agregarse a la manifestación. Cuando ésta llega delante del Palacio de la Generalidad, las ventanas están cerradas. La gente desfila, tratando de marcar el paso, por delante del Comité Ejecutivo. puño en alto y gritando solamente: ¡Viva la República Catalana! ¡Queremos armas!...

Nadie sabe qué efecto habrá tenido el desfile, que Companys ha contemplado desde detrás de las persianas. No hay que esperar mucho por la respuesta. A las ocho de la tarde, Companys sale al balcón de la Generalidad y delante de la gente que llena a medias la ancha plaza, proclama el Estado Catalán dentro de la República Federal Española. No da órdenes ni orientaciones, sólo pide que se tenga confianza en su gobierno.

Ahora les llega el turno a los escamots, los únicos con armas.

La gente de la Alianza está concentrada en el edificio de la patronal, esperando armas. Muchos piensan que en cuanto oigan unos tiros, irán allí para recoger los Winchesters de los escamots que caigan bajo las balas.

En el CADCI se han reunido unos cuantos miembros de Estat Català Proletari -recién constituido y que no forma parte de la Alianza-, y desde los balcones, con fusiles vigilan el cuartel de Atarazanas, al otro lado de las Ramblas. Los otros cuarteles, nadie los vigila, porque la policía está concentrada en las Comisarías y losescamots están en sus locales. La calle pertenece al primero que la ocupe.

El primero en ocuparla es el ejército. Después de cruzar por teléfono unas frases con Companys y de constatar con Madrid por telex, el capitán general, el catalán Domenec Batet (fusilado en 1936 en Burgos por los militares alzados), da orden a la tropa de salir a proclamar el estado de guerra y de restablecer el orden.

A las nueve de la noche salen de Atarazanas cañones y ametralladoras. Cañonean el CADCI -donde mueren varios de sus defensores, entre ellos los jefes de Estat Català Proletari Jaume Comte y J. García Alba-. ¡Increíble! Dencas, el tartarín nacionalista, no moviliza a su gente. A las diez, los soldados están frente al Palacio de la Generalidad.

Al escuchar los primeros tiros, muchos obreros salen de sus casas y van a los locales de la Alianza. Dencas, a las siete y media, había prometido mil fusiles, pero nunca llegaron. Las únicas armas que la Generalidad entrega a los obreros son las pistolas personales de Companys y algunos diputados, que las dan, ya pasada media noche, a un militante aliancista que había ido de enlace a la Generalidad. Una docena en total...

Los aliancistas comienzan a visitar las viviendas de los derechistas, exigiendo la entrega de armas. La radio lanza al aire canciones folklóricas y discursos de Dencàs. Los escamots siguen en sus locales, con los fusiles entre las piernas. Hay que comer. Se requisan alimentos en las tiendas cuyos dueños, según el sindicato correspondiente, tratan peor a sus empleados. En cambio, los farmacéuticos entregan de buena gana gasas y material de cura para los botiquines.

Cuando amanece, la gente concentrada en la Alianza comienza a dispersarse. Sólo quedan los militantes. Llega el ruido de los cañones que disparan contra la Generalidad. Les contestan fusiles. A las seis y media, Companys decide rendirse, en vez de salir por la puerta trasera, ponerse al frente de la Alianza y losescamots y establecerse en cualquiera de las ciudades catalanas, como le sugiere su jefe de Mozos de Escuadra. Había hecho el gesto y esto le bastaba. Mientras el gobierno de la Generalidad y los miembros del Ayuntamiento pasan detenidos entre dos filas de soldados. Dencàs sale por las alcantarillas del edificio de la Conserjería de Gobernación y Badía, su lugarteniente, huye de una casa cercana a la Generalidad donde deja un considerable depósito de bombas, fusiles, unas ametralladoras y mucha munición, sin haber disparado ni un solo tiro.

La rendición llega sin derrota. Estaban los escamots, la Alianza, armas y mucha gente dispuesta a actuar. Toda Cataluña en poder de la Alianza o de la Esquerra. En las poblaciones cercanas a Barcelona habían comenzado a movilizarse grupos de obreros y rabassaires dispuestos a intervenir sin esperar ya más las órdenes que no llegaban. Desorientadas por el hitlerismo de Dencàs -que a última hora, por radio, pedía a la Alianza que se lanzara al combate sin armas, mientras mantenía a losescamots armados encerrados en sus locales-, estas fuerzas se habían rehecho, en la madrugada del domingo día 7. Querían luchar. Si el gobierno de la Generalidad se hubiera trasladado a cualquier población, hubiese encontrado un apoyo en masa y el combate hubiera podido comenzar y continuar. No se sabe, claro, con qué resultado, pero Cataluña hubiese podido hacer, por lo menos, lo mismo que Asturias.

Cuando la radio dio la noticia de la rendición de la Generalidad, los centros de escamots se vaciaron en diez minutos. Los Winchesters quedaron tirados bajo las mesas. En los pueblos, la gente de la Esquerra abandonó los ayuntamientos, donde quedaron sólo los aliancistas. Finalmente, la Alianza ordenó: apoderaos de las armas abandonadas; retiraos a casa; cuando llegue la represión, negad; lo importante, ahora, es salvar hombres y armas; la lucha ha terminado hoy, pero continuará en el futuro.

El miedo a los obreros, más que al ejército, hizo capitular a la Generalidad. Posiblemente la Alianza no hubiera sido bastante fuerte para tomar la dirección de la lucha, si ésta hubiérase realmente comenzado. Pero Companys no quiso arriesgarse.

Los aliancistas recorrieron algunos locales de escamots, recogiendo armas y municiones, que ocultaron para días mejores. No pocas de estas armas sirvieron el 19 de julio de 1936. Una quincena de bloquistas fueron a la Comisaría de Orden Público -abandonada por el Comisario General-, pero encontraron a los guardias tan desmoralizados y sin oficiales, que no pudieron hacer nada.

Se dio la orden de retirarse del local de la Alianza. U n grupo de aliancistas se dirigió a Gracia. Sostuvo tiroteos con la guardia civil en diversos lugares, llegó a Sant Cugat, donde se instaló en el ayuntamiento y después hasta cerca de Sabadell. Ante la inutilidad de su intento, finalmente se desbandó. Dejó, en los tiroteos, a cuatro muertos (entre ellos, dos mujeres bloquistas) ya diecisiete detenidos, que semanas más tarde fueron condenados por un consejo de guerra y estuvieron en el fuerte de San Cristóbal de Pamplona hasta febrero de 1936.

Cuando ya no había lucha en ninguna parte, Patricio Navarro, del Comité Regional de la CNT, habló por radio desde la Capitanía General ordenando a los obreros que acudieran al trabajo.

Los hechos de octubre costaron en Cataluña 74 muertos (de ellos 22 de las fuerzas de orden público) y 252 heridos. (20) Fuera de dos muertos de la Esquerra y una docena de víctimas accidentales, los demás fueron todos aliancistas.

En Asturias, la Alianza Obrera no había tenido que esperar la colaboración de los republicanos. No sintió miedo a la revolución. Se luchó durante dos semanas y el gobierno tuvo que recurrir a las fuerzas del Tercio (Legión Extranjera) para aplastar el alzamiento de los mineros. El Bloque, claro está, participó en esta lucha, aunque sólo contaba allí con un grupo reducido. Los miembros de éste eran gente de tradición, conocida de los mineros y ocuparon cargos de responsabilidad en los comités que organizaron la vida local durante el tiempo que los obreros dominaron a Asturias. Uno de ellos, Manuel Grossi, fue condenado a muerte e indultado como los demás civiles encartados. (21)

Asturias confirmó el acierto de las tesis de la Alianza, y de rebote el acierto del Bloque al proponer su formación en Cataluña. Si la Alianza no hubiera surgido en Barcelona, posiblemente la iniciativa no habría aparecido en otros lugares de España. La Alianza asturiana demostró mucha imaginación y dotes de iniciativa en organizar la vida cotidiana. Quien observara bien los acontecimientos de Asturias podía prever, en cierto modo, lo que sucedería en julio de 1936. Las milicias, las colectivizaciones y los comités que aparecieron en los comienzos de la guerra civil, estaban ya en germen en la experiencia asturiana de 1934.

Llegaba la hora de la autopsia. ¿De qué había muerto el movimiento de octubre en Cataluña? Poco después de él, la CNT hizo su examen de conciencia en un pleno regional, en el cual hubo fuertes críticas al Comité Regional, que fue substituido. (22) Sin embargo, todavía en 1966 había anarquistas que justificaban la abstención de la CNT en Cataluña porque, decían, el movimiento se desarrolló como "un movimiento político nacionalista, bajo el signo de la Esquerra y de su apéndice la Alianza Obrera”. (23)

Dencàs, que en el exilio se atrevía aún a hablar, hizo unas declaraciones a un periódico comunista francés (24) y pretendió que él había ordenado la proclamación de la  República Catalana en provincias. Olvidaba, sin duda, que con las prisas de la huida, había dejado sobre su mesa oficial unas instrucciones en las cuales se ordenada: "El público no ha de colaborar con el ejército [catalán] para evitar confusiones... El público puede alistarse".

Companys fue más sincero. Al declarar en el juicio que se le siguió ante el Tribunal de Garantías Constitucionales contra el gobierno de la Generalidad, dijo: (25) "El gobierno de la Generalidad se sentía sin fuerza moral para reducir por la violencia la protesta que se exteriorizaba, puesto que ésta nacía de una alarma y de unos sentimientos que el gobierno compartía; aunque quería evitar que derivara hacia una situación caótica, con los protestatarios dispersos, sin finalidad y sin dirigentes. .." como si la Alianza no hubiera fijado una finalidad y como si no tuviera dirigentes.

Los comunistas oficiales, por su parte, trataron de atribuirse todo lo que se hizo. Afirmaron que se cometió el error de pedir armas a la Generalidad, en vez de quitárselas a la policía, como si esto hubiera sido posible sin romper con la Generalidad. Y se vanagloriaban de los éxitos parciales, en los que no tuvieron parte alguna. Por ejemplo, dijeron que “en Lérida se levantaron barricadas bajo los pliegues de nuestra bandera roja”, (26) cuando en realidad era la bandera del Bloque.

¿Qué decía el Bloque? Dio su versión de los hechos en un folleto (27) en el cual se lee:

En los acontecimientos de octubre, hubo dos centros revolucionarios principales: Asturias y Cataluña. Precisamente los dos lugares, en donde la Alianza Obrera tenía una mayor virtualidad.

En Asturias, la Alianza Obrera era completa. Comprendía a todos, absolutamente todos los trabajadores. De ahí su fuerza irresistible. De ahí el empuje arrollador del proletariado asturiano que en breves horas hizo triunfar su insurrección.

Los obreros de Asturias se insurreccionaron porque se sintieron fuertes. y se sintieron fuertes porque se sabían unidos, porque marchaban juntos.

El movimiento revolucionario asturiano fue obra de la Alianza Obrera. Su importancia, su significación, su heroísmo procede todo de la Alianza Obrera.

La insurrección obrera obtuvo la victoria en Asturias. Si luego, finalmente, fue vencida, se debió a que los trabajadores del resto de la Península no hicieron lo propio que los obreros de Asturias.

En Cataluña, los acontecimientos adquirieron otro giro a causa de la presencia de la Generalidad y de la traición que, a última hora, hicieron los partidos pequeño-burgueses.

La Alianza Obrera de Cataluña no era completa. Faltaba la Confederación Nacional del Trabajo, cosa que no ocurría en Asturias.

La Alianza Obrera, siguiendo una política acertadísima, consideró que su misión; en los primeros momentos, consistía en impulsar a la Esquerra y a la Generalidad a insurreccionarse, ya que, en resumidas cuentas, la clave de bóveda de todo el movimiento revolucionario residía precisamente en la dualidad de Poderes: Madrid-Generalidad.

Los Dencàs, Companys, Lluhí, Esteve, etc., viendo que la clase trabajadora transformaría la insurrección en insurrección obrera, hicieron rápidamente marcha atrás, entregándose cobardemente y decapitando el movimiento revolucionario.

Si en Asturias el partido obrero que tomó una mayor participación en la acción fue el Partido Socialista, por tener un mayor peso, en Cataluña fue el Bloque Obrero y Campesino. Pero en Cataluña como en Asturias el alcance de la movilización obrera y sus consecuencias deben ser atribuidas a la Alianza Obrera.

En el resto del país, exceptuados algunos chispazos en las provincias limítrofes de Asturias y en Vizcaya, no hubo insurrección. El movimiento quedó limitado a una huelga general más o menos intensa, cuando no hubo normalidad completa, como ocurrió en aquellos sitios en donde los anarquistas pudieron hacer prevalecer sus equivocados puntos de vista.

Octubre ha sido la demostración práctica de que la clase obrera para vencer necesita tener formado el Frente Único, cuya cristalización, en nuestro país, la constituye la Alianza Obrera. Octubre fue el estallido que sobrevino como consecuencia de la formación de la Alianza Obrera. Es indiscutible que sin la Alianza Obrera, en octubre no se hubiera dado la explosión revolucionaria más formidable ocurrida en el Occidente de Europa después de la Commune de París de 1871.

Si la Alianza Obrera hubiera estado constituida en todas partes, y, además, concentrada nacionalmente, no hay duda que el desenlace de las cosas hubiese sido muy diferente del que tuvo lugar.

Octubre constituye, pues, una formidable lección que hay que aprovechar.

Maurín, unos meses después, resumirá la experiencia en términos políticos: (28) “la pequeña burguesía de la Generalidad ha vendido las libertades de Cataluña y al mismo tiempo del movimiento obrero”.

Queda la Alianza Obrera. Es la única que se salva del desastre de octubre, porque hizo cosas en Asturias y hubiera podido hacerlas en Cataluña. Por unos días, sus componentes -por lo menos los bloquistas- creyeron que podrían repetir el octubre ruso de 1917, que una minoría, la Alianza, con audacia y visión justa, podría hacer la revolución y tomar el poder. Pero el modelo ruso, bien lo sabían los bloquistas, no servía en España. La política inmediata impide al Bloque decir lo que sus militantes piensan: que si la Alianza no pudo hacer en Cataluña lo que hizo en Asturias (y con ello dar una vuelta completa a la situación), se debió a la ausencia de la CNT. La culpa de esta ausencia es, en primer lugar, de los anarquistas, pero los bloquistas piensan que es culpa también de ellos, por no haber sabido atraer a la CNT y no haber sabido hacerles comprender los verdaderos términos del problema. Es claro que esto, con los escamots haciendo de rompehuelgas y de torturadores policíacos, era casi imposible. Pero lo imposible es precisamente lo que los bloquistas creen que han de hacer.

Esto, evidentemente, no es una posición política, sino una manera de sentir las cosas, una especie de obsesión con la responsabilidad histórica convertida casi en vicio. No será la última vez que una situación idéntica se planteara a los bloquistas.

De momento, importa salvar del desastre todo lo posible y convertirlo en punto de partida de éxitos futuros.
 
Notas
(1) Por lo menos, esto es lo que sostenía Ferrán Urgell en La lluita de classes al camp, Barcelona, 1933, opúsculo favorable a los propietarios de tierras.
(2) Para lo referente al movimiento mercantil me he basado, además de en mis recuerdos y notas personales, en un libro todavía inédito de Martí Sans y una conferencia de Jordi Arquer dada en París en 1970. Ambos eran bloquistas y fueron dirigentes del movimiento de los obreros mercantiles.
(3) Como un gesto de propaganda del frente único, el Bloque había presentado candidatura conjunta con la minúscula Agrupación Socialista de Barcelona ( PSOE) , que nunca, antes, participó en elecciones. Esta candidatura llevó el nombre de Frente Obrero.
(4) Por cierto que fue durante esta campaña que Santiago Carrillo, entonces secretario general de las Juventudes Socialistas y ahora secretario general del Partido comunista oficial (o del principal de ellos, porque en 1972 hay varios) , tuvo una buena idea: la CEDA había cubierto los muros con carteles que decían: Para salvar a España del marxismo, votad por la CEDA. Los jóvenes socialistas hicieron circular esta otra consigna: Para salvar a España del marxismo, votad comunista.
(5) Mont-Fort (seudónimo de Maurín) : Alianza Obrera. Barcelona, 1935.
(6) Mont-Fort : Op. cit. p. 10.
(7) Es interesante señalar cómo la ebriedad de la propia fuerza puede influir hasta a posteriori. José Peirats, historiador cenetista, cuando habla de Asturias en 1934, (La CNT en la revolución española, Buenos Aires, 1955 Vol. I, pp.86-88), no hace ninguna referencia a la Alianza Obrera, sino a un inexistente pacto CNT-UGT, despreciando a los demás componentes de la Alianza asturiana, que en fin de cuentas fueron quienes la iniciaron.
La CNT en la revolución española, José Peirats, Vol. I,

(8) Cit. por G. Munis: Jalones de derrota, promesas de victoria, p. 112.
  G. Munis   JALONES DE DERROTA PROMESA DE VICTORIA
Crítica y teoría de la revolución española  (1930-1939)

(9) Publicado en la Correspondencia Internacional del 3 de junio de 1934.
(10) Publicado en la Correspondencia Internacional del 23 de septiembre de 1934.
(11) La Historia del Partido Comunista de España, ya citada, afirma (p. 88) que el Partido Comunista, con gran sentido de responsabilidad nacional, aceptó participar en las Alianzas Obreras. Este acuerdo. ..constituyó un viraje táctico audaz. ..Ni una palabra, claro, sobre el hecho de que la Alianza se había formado partiendo de una iniciativa del Bloque.

HISTORIA DEL PARTIDO COMUNISTA DE ESPAÑA (Versión abreviada 1960)

Apuntes para una historia del PCE  Juan Andrade



(12) Francisco Largo Caballero: Mis recuerdos, México, 1954. p. 224. Este libro no contiene las memorias de Largo Caballero, que todavía siguen inéditas, sino que se compone de una serie de cartas escritas en París, 1945-46, a su amigo Enrique de Francisco.
Francisco Largo Caballero: Mis recuerdos

(13) “La Conferencia de la Alianza Obrera de Cataluña”, en Sindicalismo, Barcelona, 24 de junio de 1934.
(14) Nònit Puig i Vila: Què es la Unió de Rabassaires? Barcelona, 1935.
(15) Joaquín Maurín: Hacia la segunda revolución. Barcelona, 1935. p. 124-5.
Revolución y contrarrevolución en España, de Joaquín Maurín


Hacia la segunda revolución, de Joaquín Maurin



(16) El socialista. Madrid, 12 de agosto de 1934.
(17) Angel Estivill: 6 d’octubre, l’ensulciada dels jacobins. Barcelona, 1935. pp. 125-26.
(18) Enrique de Angulo: Diez horas de Estat Cátala, Barcelona, 1935, p.53. Angulo era el corresponsal en Barcelona del diario católico de derechas El debate, de Madrid.
(19) Se publicaron en 1935 23 libros hablando de los acontecimientos de octubre, con versiones contradictorias de los hechos y de las motivaciones. El Bloque publicó, además del libro de Estivill ya citado, el folleto La insurrecció d'octubre a Catalunya, Barcelona, 1935, sin nombre de autor.
(20) E. Comín Colomer: Historia del Partido Comunista de España. Madrid, 1962. Vol. II, p. 325.
(21) Las ediciones de La Batalla publicaron en 1935 un libro de Grossi, La Insurrección de Asturias, con prólogo de Maurín y epílogo de Gorkin.
(22) Diego Abad de Santillán: Los anarquistas y la insurrección de octubre. Barcelona, 1935. p. 4.
(23) José Peirats: La CNT en la revolución española. Buenos Aires, 1955, Vol. I. p. 98.
(24) L'Humanité, París, 22 de octubre de 1934.
(25) Cit. por Balcells: Op. cit. p. 217.
(26) L'Humanité, París, 23 de octubre de 1934, entrevista con dirigentes anónimos del Partit Comunista de Catalunya.
(27) Mont-Fort (seudónimo de Maurín): Alianza Obrera. Barcelona, 1935. pp.22-25.
(28) Joaquín Maurín: Hacia la segunda revolución. Barcelona, 1935, p. 204.
 


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