A este magnífico documento le he añadido algunos libros que hace
referencia
Nota del autor
Capítulo 1: Los primeros comunistas
Capítulo 2: La Federación Catalano-Balear y el Partit Comunista Català
Capítulo 3: El Bloque Obrero y Campesino
Capítulo 4: La Alianza Obrera
Capítulo 5: El POUM
Capítulo 6: La Revolución
Capítulo 7: La persecución
Nota
del autor
En España no ha habido apenas marxistas. Los socialistas españoles se acercaban más, ideológicamente, a las concepciones del laborismo británico que al marxismo. Los comunistas –cuya fuerza era mínima antes de 1936- adoptaban el vocabulario marxista tal como lo emplearan Lenin y Stalin, pero sus líneas políticas dependían de los intereses de Moscú. El anarquismo y el anarcosindicalismo, muy poderosos, impidieron, durante años, la penetración del marxismo en la zona neurálgica del movimiento obrero español, Cataluña.
Hubo, sin
embargo, un partido que se consideraba marxista, que propagó y aplicó el
marxismo en su política y en su interpretación de la realidad española hasta
lograr darle influencia en amplios sectores del proletariado catalán, y ganar
simpatizantes en el resto de España: este partido, que adoptó sucesivamente los
nombres de Bloque Obrero y Campesino (BOC) y de Partido Obrero de Unificación
Marxista (POUM), desempeñó un papel de catalizador ideológico, antes y durante
la guerra civil, pero no había adquirido suficiente desarrollo para influir
decisivamente, de modo directo, en los acontecimientos. Sin embargo, no era
como uno de los "grupúsculos" al uso actualmente en todo el mundo,
sino que dirigía sindicatos y organizaciones culturales obreras y actuaba como
un partido político en constante crecimiento.
La historia
de cómo se formó este partido, partiendo de la Tercera Internacional, y de cómo
fue perseguido, hasta la eliminación física, por los representantes de la misma
Tercera Internacional, constituye un episodio importante y muy aleccionador, de
la historia del movimiento obrero español. Y como la guerra civil española
influyó considerablemente en el movimiento obrero mundial de la época, puede
considerársele, sin exageración, como un factor importante del movimiento
obrero mundial, además de ser el único ejemplo de actuación marxista en España.
El Bloque y
el POUM se adelantaron en varios años a la comprensión del estalinismo y en
varias décadas a la interpretación actualmente más aceptada de la realidad
española. En este sentido, su historia es útil. Por otro lado, los militantes
del Bloque y del POUM mostraron un sentido político y una tenacidad -a veces
hasta el heroísmo-, en sus convicciones, que bien merecen pasar a la historia
escrita del movimiento obrero.
El Bloque y
el POUM contaban con elementos bien preparados para escribir esta historia.
Pero el tráfago de la actividad diaria, acaso la tentación de justificar
posturas pasadas, y la dispersión de la documentación hicieron que nadie
emprendiera esta tarea. La comienzo ahora con la convicción de que será
provechosa como lección histórica, y de que puedo llevarla a cabo con la mezcla
adecuada de pasión -puesto que fui miembro del Bloque y del POUM- y de
objetividad -puesto que nunca ocupé cargos dirigentes y no tengo, por tanto,
que justificar nada-. Los acontecimientos en los que el Bloque y el POUM
intervinieron no pueden comprenderse fuera de su contexto emotivo; la atmósfera
del momento es, acaso, tan importante como los documentos. Los historiadores
del futuro sólo contarán con los documentos. Yo quiero proporcionarles, en lo
posible, el clima político y social.
Por lo
demás, los documentos no abundan. Los archivos del Bloque y del POUM (nunca bien
organizados, como suele ocurrir en las organizaciones obreras españolas), deben
estar en Moscú, por las razones que se explicarán. Los que se hallan
desperdigados por el mundo o en España bastan, sin embargo, para apoyar las
afirmaciones fundamentales de esta historia. Las citas que en ella se
encontrarán son extensas, precisamente porque la dificultad de consultar esos
documentos me ha aconsejado reproducirlos con cierto detalle. Para escribir
esta historia me he basado no sólo en documentos, sino, en gran medida, en
recuerdos personales y en entrevistas con miembros del Bloque y del POUM, lo
mismo militantes que dirigentes. A todos ellos, y especialmente a Ignacio
Iglesias, Juan Roca, Manuel Grossi, Wilebaldo Solano y Pere Bonet, quiero
darles las gracias. El libro debería estar dedicado a los que murieron en las
calles de Barcelona, en el frente, en manos de los comunistas oficiales o ante
un piquete de ejecución. Porque ellos, tanto como los teorizantes y dirigentes,
hicieron del POUM lo que fue y lo que sigue siendo en el recuerdo de muchos.
Kent, Ohio,
1971
Barcelona, 1973
Barcelona, 1973
Barcelona, capital de Cataluña, ha sido también la capital del movimiento obrero español. En ella se fundaron, a finales del siglo XIX, las primeras agrupaciones anarquistas, y las dos grandes centrales sindicales del país.
España tenía
una burguesía tímida, que iba a remolque de las fuerzas feudales (grandes
terratenientes, Iglesia, Ejército), pero la clase obrera era muy combativa, a
pesar de su escasez numérica. La periferia de la Península fue el lugar donde
la burguesía adquirió más desarrollo, y por tanto, también el movimiento
obrero: Asturias con sus minas de carbón, el País Vasco con su siderurgia,
Cataluña con su industria textil, Valencia con su industria ligera y
siderúrgica. La burguesía, ya en el siglo XVIII, bajo el despotismo ilustrado
de Carlos III, quiso llegar al poder, pero la revolución francesa la asustó.
Luego, estuvo aliado de los liberales durante el siglo XIX, en sus luchas
contra los conservadores. En 1868, la burguesía destronó a Isabel II y en 1873
estableció una república que sólo duró once meses. Pero cada vez que la
burguesía, apoyada por la clase obrera, se acercaba al poder, acababa
atemorizada por la presión obrera y aliándose con las fuerzas que la víspera
quiso destruir. El mismo juego continuó en el siglo actual: en 1909, cuando
abandonó a los obreros en la Semana Trágica de Barcelona; en 1917, cuando
estuvo a punto de derrocar a la monarquía. En 1923, asustada por el auge del
movimiento sindicalista, apoyó a la dictadura del general Miguel Primo de
Rivera, pero lo abandonó en 1930, cuando no pudo superar las repercusiones de
la crisis económica mundial. Se puso al lado de la República, cuando ésta se proclamó
en abril de 1931, pero apoyó a las derechas en 1933, de nuevo temerosa del
empuje del movimiento obrero.
España tuvo
sociedades obreras ya en 1840, y en 1855 se declaró la primera huelga general
-precisamente en Barcelona-. La Primera Internacional (AIT) encontró buena
acogida entre obreros y artesanos, fue perseguida por los gobiernos y defendida
por los republicanos. En 1868 se creó el primer núcleo de la AIT, en la cual
pronto predominaron los partidarios de Bakunin sobre los de Marx. En 1878 se fundó
el PSOE (Partido Socialista Obrero Español), que en 1888 estableció su propia
central sindical, la UGT (Unión General de Trabajadores). Los anarquistas
habían organizado ya su Federación de Trabajadores de la Región Española, que
en 1910 se transformó en CNT (Confederación Nacional del Trabajo). Los
socialistas eran fuertes en Madrid y el Norte y los anarquistas en Cataluña,
Levante y entre los peones del campo andaluz.
La represión
gubernamental se ejerció sobre todo contra los anarquistas que en diversas
ocasiones organizaron atentados contra el rey Alfonso XIII y políticos y
generales destacados, y que fueron los elementos principales en algunas
insurrecciones (como la ya citada Semana Trágica de Barcelona). La lucha entre
la tendencia autoritaria y la antiautoritaria fue interrumpida algunas veces
por alianzas circunstanciales, como cuando en 1917 una huelga general
revolucionaria puso en un brete al régimen monárquico.
El
movimiento obrero se desarrolla en una sociedad caracterizada por graves problemas
que era incapaz de solucionar: el de la gran propiedad de la tierra, en manos
de la aristocracia; y el del predominio de la iglesia en la vida cultural y
educativa; el de la tradición de golpes militares y de intervencionismo
político del ejército, heredada del siglo XIX, y de la existencia en la
Península, bajo el Estado español, de distintas nacionalidades (vasca,
catalana, gallega) en las cuales persistían una tradición histórica y cultural
y una lengua propias; este último problema se agravaba por el hecho de que dos
de las nacionalidades eran los centros industriales más poderosos del país.
Los
socialistas veían en la proclamación de la república una panacea que debía
hacer desparecer estos problemas; los anarquistas veían la panacea en el establecimiento
de una sociedad de comunidades federadas. Pero estos objetivos eran demasiado
vagos para ofrecer soluciones viables a problemas muy concretos e inmediatos.
Cuando terminó la primera guerra mundial (durante la cual España había
mantenido una posición de neutralidad), era evidente que el movimiento obrero
necesitaba renovarse y salir de los programas generales para enfrentarse a las
cuestiones españolas del momento.
A los ojos
de muchos, las condiciones sociales del país semejaban las de la Rusia zarista.
Por esto la revolución rusa despertó mucha simpatía entre los socialistas y los
anarquistas, que creían que en España sería posible hacer una revolución
comparable a la rusa.
Aunque León
Trotsky pasó por Madrid en 1916 y sufrió una detención de tres días -que se
terminó gracias a una interpelación parlamentaria socialista-, no ejerció
ninguna influencia en los socialistas que lo acogieron. En cambio, la idea del
soviet, por la espontaneidad de su organización, provocó el interés de los
anarquistas.
En el
segundo congreso de la CNT (Madrid, diciembre de 1919) estaban representados
100.000 obreros. Los delegados afirmaron que la CNT era partidaria de instaurar
un régimen comunista libertario, pero al mismo tiempo "se sugestionaron
por la revolución rusa, al punto de ver en ella la revolución soñada por ellos.
Para muchos de nosotros -agrega el anarquista que escribió estas
frases-, el bolchevique era un semidiós, portador de la libertad y de
la felicidad comunes... ¿Quién, en España, siendo anarquista, desdeñó motejarse
a sí mismo de bolchevique?" (1). Pocos realmente. Uno de estos pocos,
el asturiano Eleuterio Quintanilla, se opuso en el Congreso a la idea de que la
CNT se adhiriera a la Internacional Comunista, entonces en periodo de
organización, porque decía: “la revolución rusa no encarna nuestros ideales...
Su dirección y orientación no corresponden a las intervenciones de los
trabajadores, sino de los partidos políticos”. No bastaron los que lo apoyaron
para impedir que el congreso decidiera adherir provisionalmente a la Tercera
Internacional, y enviar a Rusia una delegación de tres miembros, de las cuales
sólo pudo llegar Ángel Pestaña, recibido en Moscú por Víctor Serge, amigo suyo
de la época en que el escritor ruso estuvo en Barcelona.
Pestaña fue
elegido miembro del Comité del Segundo Congreso de la Internacional. Su
oposición a la fundación de partidos comunistas le valió una réplica dura de
Trotsky. Pestaña se abstuvo de votar las 21 condiciones que Lenin sugirió como
requisito para la admisión en la Internacional, pero firmó el manifiesto de
convocatoria de un congreso para constituir la Profintern o Internacional
Sindical Roja. De regreso, fue detenido en Italia, y por esto no pudo informar
inmediatamente a la CNT acerca de sus impresiones rusas, que luego expuso en el
libro “Sesenta días en Rusia”.
Entre tanto,
se había planteado en el PSOE, como en casi todos los partidos socialistas del
mundo, la cuestión de la adhesión a la Tercera Internacional. El PSOE contaba
con 30.000 afiliados, de los cuales 2.000 en las Juventudes; en éstas la
posición procomunista era muy fuerte, apoyada por diversos miembros de la
Comisión Ejecutiva del Partido que publicaban el semanario “La Internacional”.
A finales de 1919 se puso en contacto con este grupo el ruso Mikhail Borodin,
enviado por Moscú, que llegaba de los Estados Unidos y México y que luego sería
consejero de Chiang-Kai-Chek. No entró en contacto con la CNT y después de
entrevistarse con diversos socialistas, continuó el viaje, dejando como delegado
suyo a un mejicano que lo acompañaba, Manuel Ramírez.
En diciembre
de 1919 un congreso extraordinario del PSOE acordó expresar su simpatía por la
revolución rusa, pero sin adherirse a la Internacional (12.497 votos por la
adhesión y 14.010 en contra de ella). En junio de 1920, en un congreso de la
UGT los partidarios de la adhesión a la Internacional solamente consiguieron
17.916 votos, en contra de 110.902 favorables a la adhesión a la Federación
Sindical Internacional (o Internacional de Amsterdam).
Pero los
jóvenes socialistas de Madrid consiguieron, en abril de 1926, apoderarse de la
Federación de Juventudes Socialistas y le cambiaron el nombre por el de Partido
Comunista. Los siguieron aproximadamente la mitad de los miembros, de modo que
el nuevo partido, dirigido por el maestro de escuela Ramón Merino Gracia, tuvo
un millar de afiliados.
En junio de
1920, nuevo congreso extraordinario del PSOE. Esta vez ganaron los partidarios
de la adhesión a la Internacional (8.268 votos contra 5.016). Se envió a Moscú
una delegación formada por Daniel Anguiano y Fernando de los Ríos. Después de
escuchar los informes de esos delegados, a su regreso, un nuevo congreso del
PSOE votó definitivamente contra la adhesión (8.808 en contra y 6.025 en
favor), y decidió adherirse, en cambio, a la Internacional Reconstructora,
organizada sin éxito por los socialistas austriacos y que Lenin llamaba la
Internacional “Dos y Medio”.
Fue a De los
Ríos que Lenin dio la famosa respuesta: “Libertad. ¿para qué?” (“Liberté,
pour quoi faire?”). Y el catedrático socialista citó indignado esta frase
al congreso de su partido. Los que en él quedaron en minoría decidieron
retirarse y formar el Partido Comunista Obrero. Muchos militantes y algunos
dirigentes salieron así del socialismo.
Los dos
partidos comunistas (el de los jóvenes y el obrero) enviaron delegaciones al
tercer congreso de la Internacional y allí, por decisión de ésta, se fusionaron
en un partido único, el Partido Comunista de España. La fusión en España misma
fue controlada por el abogado italiano Antonio Graziadiei, enviado por Moscú.
El órgano del Partido era el semanario “La Antorcha”, publicado en Madrid. El
secretario general era Rafael Millá, de los jóvenes; cuando lo detuvieron lo
sustituyó Manuel Núñez Arenas, de los adultos. Entre los fundadores del Partido
encontramos muchos nombres que aparecerán en este libro: José Bullejos, Oscar
Pérez Solís, Juan Andrade, Luis Portela, Julián Gómez (Gorkin), etc.
El PC no
consiguió mucha popularidad. En las elecciones de 1923 su candidatura por
Madrid logró 2.476 votos (contra 21.417 a los socialistas).
Pero el problema del país no era de votos. La primera guerra mundial dio a la burguesía especialmente a la catalana- la oportunidad de enriquecerse rápidamente. La clase obrera crecía no sólo en número sino también en combatividad. El republicanismo de la clase media y el catalanismo (movimiento autonomista catalán) ya no satisfacían a las masas. Varios dirigentes republicanos se acercaron al anarcosindicalismo, entre ellos los abogados Francesc Layret y Lluís Companys. Salvador Seguí y otros sindicalistas comprendieron que los sindicatos no podían encerrarse en el viejo anarquismo y descubrían las posibilidades de la política de clase.
Para muchos,
la revolución rusa abría perspectivas nuevas: no solamente inducía a leer las
obras de Lenin y Trotsky -traducidas a toda prisa y mal-, sino que ponía de
relieve la insuficiencia de las soluciones tradicionales. Entre los que
recibieron la triple influencia de la tradición republicana, la combatividad
anarcosindicalista y la esperanza rusa estaba un joven maestro, Joaquín Maurín,
nacido en 1896, en Bonanza (Huesca), que enseñaba en una escuela particular de
Lérida. Era miembro de las Juventudes Republicanas y redactor de su diario “El
Ideal”. Se encargó de la campaña local por la amnistía de los sentenciados por
el movimiento de 1917 y esto le puso en contacto con el Centro Obrero donde
conoció a Seguí, secretario del comité regional catalán de la CNT.
En 1919 está
en Madrid, de soldado. Asiste al segundo congreso de la CNT. Él mismo cuenta:
“Me
sentía decididamente atraído por la causa obrera. Ahora bien, en España había
dos movimientos obreros distanciados y a veces divergentes. Del socialismo me
atraían la historia, la continuidad y el sentido de responsabilidad. Del
sindicalismo, su espíritu revolucionario, combativo. Doctrinalmente, me
encontraba cerca de los socialistas. Pero prácticamente, los sindicalistas me
parecían más realistas, más audaces, más jóvenes. En mi orientación me ayudó
grandemente la lectura de George Sorel. El sindicalismo soreliano, asentado
sobre lo que hay de sólido en el marxismo, pragmático y creador, contestó
favorablemente a mis preguntas” (2).
En el
segundo congreso de la CNT, que causó sensación en el país, otro maestro
catalán, nacido en el Vendrell en 1892, Andreu Nin, defendió la adhesión de la
CNT a la Internacional. Además de aprobar esta adhesión, como ya se dijo, el
Congreso decidió ir hacia la absorción de la UGT, y esto dividió, inexorablemente
por muchos años, el movimiento obrero español.
De regreso a
Lérida, Maurín fue nombrado secretario del Comité Central de la CNT y director
de su semanario “Lucha Social” y de la escuela del Centro Obrero. Uno de los
colaboradores destacados del semanario era Pere Bonet, del que se hablará a
menudo aquí. El Comité Regional enviaba a veces a oradores para los actos de
propaganda y así Maurín trabó amistad con Nin.
El año 1920
pudo ser decisivo. El sindicalismo catalán se había fortalecido. Los sindicatos
únicos (de industria) creados por iniciativa de Seguí en 1918, era un
instrumento eficaz. La crisis económica que siguió a la guerra era fuerte y la
burguesía quería que los obreros pagaran los platos rotos. Era de prever una
ofensiva patronal. Los dirigentes de la CNT, abandonando su aspiración
irrealizable de absorber a la UGT, decidieron buscar la unidad de acción entre
las dos centrales sindicales. Se firmó, así, en agosto, un pacto CNT-UGT. Pero
el pacto no pudo evitar que la burguesía catalana consiguiera del gobierno de
Madrid una política de represión contra la CNT: los patronos organizaron
sindicatos "libres" y bandas de pistoleros, la policía aplicaba la
ley de fugas y la ciudad de Barcelona fue escenario de docenas de atentados
contra dirigentes sindicales y contra patronos y policías. El diputado Layret,
abogado de la CNT, fue asesinado por los pistoleros de la patronal. La cárcel
Modelo de Barcelona, el castillo de Montjuic y el castillo de La Mola (Menorca)
se llenaron de detenidos sindicalistas. Evelio Boal, secretario del Comité
Nacional de la CNT, fue asesinado y Nin lo sustituyó. El Comité Regional
catalán fue detenido y lo reemplazó otro en el cual Maurín representaba a
Lérida. El enlace de este Comité Regional con él Nacional era un joven
metalúrgico de 30 años, Ramón Arch, que según dice Maurín, “concibió y dirigió
la estrategia antiterrorista, apuntando arriba, al Presidente del Consejo de
Ministros, Eduardo Dato". Arch fue asesinado en el verano de 1921. Pero
antes, el 8 de marzo de 1920, desde una moto que seguía al coche de Dato,
dispararon contra éste y el Jefe del Gobierno murió de los disparos. Los
autores del atentado eran tres sindicalistas: Mateu, Nicolau y Casanellas, que
desaparecieron. El terrorismo se detuvo y al cabo de un tiempo un nuevo
gobierno presidido por el conservador José Sánchez Guerra, cambió el jefe de
policía y el gobernador de Barcelona y dejó en libertad a los sindicalistas
detenidos.
Mientras
todo esto sucedía, Moscú invitó a la CNT a enviar una delegación al tercer
Congreso de la Internacional Comunista y al congreso de fundación de la
Profintern. Había un deslumbramiento de la Internacional, porque ésta, como
escribió luego Maurín, “en sus comienzos trataba de parecerse más que a la
Segunda Internacional, formada por los partidos socialistas, a la Primera, que
agrupaba al conjunto del movimiento obrero, sin distinción de sindicatos y
partidos. Por otra parte, Lenin, aunque marxista, tenía una gran simpatía por
el movimiento sindicalista libertario, muy vigoroso entonces en los países
latinos” (3).
El libro de
Lenin, escrito en vísperas de octubre de 1917, “El Estado y la Revolución”,
"era el puente doctrinal que enlazaba el bolchevismo con el
sindicalismo y el anarquismo" (4).
Pestaña,
cuenta Maurín, “simpatizaba con la revolución rusa como cuestión de
principio. Ahora bien, le alarmaba la hegemonía del partido comunista, que
hacía presentir la dictadura de un partido sobre el proletariado. Lenin
enseguida descubrió lo que Pestaña era: un obrero inteligente y puritano,
dotado de un gran don de observación y de sentido crítico, para quien la idea
de libertad era la piedra angular de su edificio ideológico”.
Mientras
Pestaña estaba en Rusia y luego detenido en Italia, el Comité Nacional que
substituía al desmantelado por la policía reunió un pleno nacional de la CNT.
Para despistar a la policía, los delegados fueron convocados en Lérida y desde
allí Maurín los dirigió a la casa de un militante en el Pueblo Seco de
Barcelona, donde se congregaron el 28 de abril de 1921. Asistían Andreu Nin del
Comité Nacional, Jesús Ibáñez de Asturias, Hilario Arlandis de Valencia,
Joaquín Maurín de Cataluña y Arturo Parera de Aragón; no pudieron enviar
delegados las regionales del Centro, Norte y Andalucía.
Durante las
cuatro horas de la reunión se discutió, ante todo, la situación del país; la
regional aragonesa quería hacer del terrorismo la base de la actuación de la
CNT, mientras que los demás se oponían al terrorismo como sistema; este punto
de vista prevaleció. Luego se planteó la cuestión del envío de una delegación a
Moscú, en respuesta a la invitación de la Internacional. Maurín sugirió que se
formara con militantes que hablaran, por lo menos, una lengua extranjera. Se
designaron Maurín, Nin, Ibáñez y Arlandis; éste propuso que se incluyera a un
representante de los grupos anarquistas, que luego nombraron al francés Gaston
Leval. Días después, Maurín y Nin por un lado, y los tres restantes por otro,
pasaron la frontera, la mayoría sin pasaporte y sin dinero. Maurín había recibido,
para el viaje, 200 pesetas de los sindicatos de Lérida. Los delegados confiaban
sobre todo en la ayuda de los sindicalistas europeos.
No les
falló. Los condujeron de París a Metz y de allí a Sarrebruck, Frankfurt y
Berlín. En la capital alemana, los sindicalistas locales les informaron que
Ibáñez, llegado unos días antes (era a comienzos de junio), estaba detenido; la
policía de toda Europa cazaba a anarquistas españoles, deseosa de ganarse la
recompensa de un millón de pesetas ofrecida por el gobierno español por la
captura de los autores del atentado contra Dato, y éste fue el motivo de la
detención de Ibáñez. Teodoro Plievier (novelista entonces anarquista y luego
comunista) guió a la delegación cenetista. Rudolf Rocker, el teórico
anarquista, les dijo que la revolución rusa no había conducido a la dictadura
del proletariado, sino a la dictadura sobre el proletariado. Por fin Ibáñez fue
puesto en libertad. La delegación recibió pasaportes como rusos repatriados,
entregados por la embajada soviética, y se dirigió a Stettin, donde se embarcó
hacia Reval; de allí, en tren a Petrogrado y Moscú.
Hacía sólo
dos meses y medio que Trotsky se había encargado de aplastar la rebelión
semianarquista de los marinos de Kronstadt, los mismos que en 1917 apoyaron a
los bolcheviques e hicieron inevitable su victoria. Esto colocaba a los
cenetistas en una situación difícil cuando, el 22 de junio, se inauguró en el
Kremlin el tercer Congreso de la Internacional. En él Lenin explicó su Nueva
Política Económica (NEP) y la necesidad de coexistir con el capitalismo
internacional, que era más fuerte de lo que había creído.
Lenin
produjo una gran impresión en los delegados cenetistas, como antes la
produjeron en Pestaña.
“Personalmente
sencillo y modesto, daba la impresión de tener conciencia de sus
limitaciones -ha escrito Maurín-. Era un mediano teorizante, un
mediano economista, un mediano escritor, un mediano orador... Pero como
estratega político alcanzaba proporciones de genio” (5).
Los
delegados cenetistas lo vieron en las sesiones del congreso de la
Internacional, a las cuales asistieron como espectadores, porque donde debían
intervenir era en el congreso de constitución de la Profintern, que se celebró
poco después, en julio, en la Casa de los Sindicatos de Moscú (el antiguo club
de la nobleza). Maurín fue el secretario de la delegación española, Arlandis e
Ibáñez intervenían en las comisiones y Nin en las sesiones plenarias. Una de
las primeras cosas que hubieron de decidir fue su posición ante la cuestión
fundamental del Congreso: las relaciones entre la Profintern y la Comintern (y,
en consecuencia, entre los sindicatos y los partidos comunistas en cada país).
Arlandis, que terminó como fiel comunista oficial, se oponía entonces a toda
relación entre las dos organizaciones, mientras que los demás delegados querían
que hubiera relaciones, pero no supeditación.
Había otro
asunto que interesaba a la delegación española: la posición contra los
anarquistas rusos. Los delegados anarcosindicalistas de diversos países se
reunieron en el Hotel Lux, donde se alojaban, y enviaron una delegación a
Djerjinsky, el jefe de la Cheka, que no les concedió nada, y luego a Lenin, que
les prometió plantear la cuestión en el Buró Político. Poco después, muchos de
los anarquistas detenidos fueron libertados y pudieron salir de Rusia.
Los
delegados españoles estuvieron en relación, sobre todo, con el francés Alfred
Rosmer y el ruso-belga Víctor Serge. Tuvieron una larga entrevista con Trotsky,
al que, por encargo del Comité Nacional de la CNT, le pidieron armas para hacer
la revolución en España. La respuesta fue tajante: no. Para hacer la revolución
hay que contar con la simpatía del pueblo y, por tanto, de los soldados, que
son quienes tienen las armas. Las armas para la revolución española están en
España, les dijo.
A finales de
agosto, después de las consabidas visitas a fábricas, campos y escuelas, Ibáñez
y Maurín regresaron a España. El primero fue detenido, porque viajaba con
pasaporte legal; el segundo, con pasaporte falso, se escabulló de la policía.
Una idea de
las costumbres de la época la proporciona la ficha policíaca de Maurín
(publicada por Pere Foix, “Los archivos del terrorismo blanco”, Barcelona,
1932), en la cual se dan como nombres falsos que utilizaba para viajar los de
Juan Olmedo, José Antonio Escolá Macellas y Luis Seral Soro. Dice también la
ficha que en su viaje de regreso de Rusia estuvo detenido cinco días en la
ciudad alemana de Stettin y expulsado de Alemania. En ese momento viajaba con
un pasaporte con el romántico nombre de Honorio de Lima. La ficha informa
todavía de su “boite-à-lettres” y confiesa que la policía nunca logró averiguar
su domicilio.
En octubre
de 1921 se reunió en Lérida un pleno nacional de la CNT. Maurín informó del
viaje a Rusia. No había aún muchas dudas sobre los bolcheviques, en los medios
confederales, y el informe fue aprobado por unanimidad. Pero pronto comenzaron
las polémicas. El semanario madrileño “Nueva Senda” pedía que la CNT se
retirara de la Internacional mientras que “Lucha Social”, de Lérida, defendía
su permanencia en ella. Maurín era ahora secretario provisional del Comité
Nacional, pues Nin se había quedado en Moscú, por decisión de la delegación
cenetista; la policía española lo consideraba implicado en el atentado contra
Dato y su regreso a Barcelona le hubiera hecho correr un peligro inútil. Nin,
poco después, entró a trabajar en la Profintern y permaneció nueve años en
Moscú (6).
Maurín,
tajante y persuasivo a la vez, con un prestigio creciente en los medios
cenetistas, pudo evitar que la polémica pasara de los semanarios al Comité
Nacional, el cual ratificó la adhesión de la CNT a la Profintern, por
considerar que era un acuerdo de Congreso que sólo un Congreso podía modificar.
Pero la
influencia de Maurín terminó súbitamente. El 22 de febrero de 1920 fue
detenido. El Comité Nacional comenzó a vacilar, entonces, en la cuestión del
Profintern. En junio de 1922, la CNT volvió a la legalidad, porque había
cambiado el gobierno y el nuevo suspendió la persecución de los cenetistas.
Inmediatamente se reunió en Zaragoza una Conferencia Nacional de la CNT que
decidió retirar la adhesión a la Profintern y enviar una delegación a un
congreso convocado en Berlín para crear la Asociación Internacional de
Trabajadores (AIT, el mismo nombre de la Primera Internacional), en el cual se
congregarían los diversos movimientos anarquistas y anarcosindicalistas.
En esta
decisión influyó el hecho, ya indudable, de que la Profintern era un apéndice
de la Internacional Comunista. Los anarcosindicalistas españoles veían que su
presencia en la Profintern no servía para dar a esta organización una
personalidad independiente, y su apoliticismo prevaleció sobre las razones de
orden táctico y la simpatía por la revolución rusa, que iba disminuyendo entre
ellos. Las dotes dialécticas de Maurín sólo consiguieron retrasar este momento.
Maurín ausente, la tradición predominó. Ayudó a ello también la campaña que
desde hacía dos años sostenía contra los anarcosindicalistas el semanario
madrileño “El Comunista”, que hacían Andrade, Pumarega y Merino Gracia.
Maurín y los que pensaban como él no aceptaron esta decisión, porque no procedía de un congreso y, sobre todo, porque representaba el predominio en la CNT de los elementos anarquistas sobre los sindicalistas, que consideraban peligroso para el provenir de la central sindical. Para expresar estos puntos de vista y tratar de hacerlos aceptar por la CNT, Maurín, Nin (desde Moscú), Arlandis, Ibáñez, Bonet, Víctor Colomer y otros formaron su propia organización, aunque continuando como miembros de la CNT. No era una nueva central sindical, sino unos simples grupos, que llamaron Comités Sindicalistas Revolucionarios, que trabajaban dentro de los sindicatos cenetistas. Los Comités fueron establecidos por una Conferencia de los elementos cenetistas -sobre todo catalán, asturiano y valencianos- que querían mantener la adhesión a la Profintern. Se reunió en Bilbao, a últimos de 1922. Naturalmente, el nuevo movimiento lanzó inmediatamente un semanario, “La Batalla”, que dirigía Maurín y el primer número del cual salió en diciembre de 1922. Tiraba 3.000 ejemplares, de los cuales 300 se vendían en Lérida, 100 en Tarragona y unos pocos en Barcelona; los demás, fuera de Cataluña. No tenía local, sino sólo un apartado de correos. Cuando, en abril de 1923 los pistoleros del "libre" asesinaron al administrador José María Foix (un sindicalista que trabajaba con Maurín en la Asociación de Empleados Municipales de Barcelona), la compañera de Bonet, Natalia, se encargó de la administración. Arlandis y Bonet eran los redactores.
Los Comités
se inspiraron, en cierta medida, en los que en Francia habían organizado los
sindicalistas del grupo “La Vie Ouvrière”, de Pierre Monate y Alfredo Rosmer.
Encontraron amplio eco en la base sindical. Tres sindicatos importantes de
Barcelona estaban dirigidos por elementos de los Comités: el de los
Transportes, el Metalúrgico y el Textil. Los Comités no trataban de dividir a
la CNT, sino de ganarse la confianza de los trabajadores y, con ello, conseguir
la dirección de la central sindical.
Los Comités
y “La Batalla” atrajeron a muchos militantes de valor. Uno de ellos era Daniel
Rebull (conocido por David Rey, que pasó una tercera parte de su vida en la
cárcel). Otro fue que los hombres de acción anarquista visitaban, cuando
estaban heridos, al médico Tomás Tusó. Eusebio Rodríguez Salas se adhirió con
un grupo de compañeros de Tarragona (Rodríguez Salas era manco y se contaba de
él que una vez, para ocultarse de la policía, había pasado un día entero
encaramado a un árbol).
Los
contactos con los cenetistas eran frecuentes, a pesar de que los anarquistas
intentaban oponerse a ellos. El último de estos contactos fue en diciembre de
1923, ya proclamada la Dictadura y suspendido el diario de la CNT, “Solidaridad
Obrera”, cuando los redactores de “La Batalla” hicieron un diario, “Lucha
Obrera”, en el cual trabajaron los redactores de la “Soli”; pero los
anarquistas prefirieron que los obreros no tuvieran diarios a que tuvieran uno
que ellos no controlaban, impusieron a los redactores de la “Soli” que
abandonaran “Lucha Obrera”, y este periódico desapareció a las tres semanas.
Entre tanto,
el Partido Comunista comenzaba a organizarse en federaciones, siguiendo la
tradición del movimiento obrero español. El órgano del Partido fue, como se ha
dicho, “La Antorcha”, que salía en Madrid los viernes y en cuya redacción
figuraban César Rodríguez González, Manuel Núñez Arenas, Antonio García
Quejido, Isidro Acevedo, Oscar Pérez Solís, Ramón Merino Gracia, Andreu Nin,
Virginia González, José Bullejos, Eduardo Torralva, Ramón Lamoneda, Evaristo
Salmerón, Juan Andrade y José Loredo Aparicio. La fuerza obrera del Partido le
venía del Sindicato de mineros vascos, dirigido por comunistas, y de los
sindicatos catalanes dirigidos por elementos de los Comités Sindicalistas
Revolucionarios.
En marzo de
1922 tuvo lugar el primer Congreso del Partido. Asistió a él el suizo Jules
Humbert-Droz, que hasta 1932, (7) fue delegado de la Internacional para el
partido español. El Congreso discutió, sobre todo, las posibilidades de formar
un frente único obrero, de acuerdo con la consigna lanzada por la Comintern.
Dirigió un llamamiento a la CNT y la UGT para que se aliaran; pero no obtuvo
respuesta alguna. También se habló de la posibilidad de atraer a los
campesinos.
En marzo de
1923 el segundo Congreso del Partido condenó el terrorismo como medio de lucha
obrera, por considerarlo no sólo estéril, sino, a la larga, favorable a las
fuerzas reaccionarias. Por esa época estuvo en Madrid un italiano enviado por
Moscú para ayudar a crear el Socorro Obrero Internacional, Dino Tranquili.
Detenido, escribió desde la cárcel algunos artículos para “La Batalla”, que
firmó con el seudónimo de Ignazio Silone.
Los Comités
Sindicalistas Revolucionarios tenían buenas perspectivas en su lucha. Losovsky,
el secretario de la Profintern, escribió una carta a Seguí (probablemente
redactada por Nin) invitándolo a visitar Moscú el Primero de Mayo. Nin agregó a
ella una posdata manuscrita. Seguí no pudo contestarla, porque el 10 de marzo
de 1923 lo asesinaron los pistoleros del "libre". Maurín había
seguido en contacto con Seguí, como con muchos otros cenetistas, y confiaba que
del viaje a Rusia regresaría, si no comunista, sí dispuesto a dar a la CNT un
carácter más sindicalista y menos anarquista.
Pero esas
perspectivas quedaron anuladas cuando el general Miguel Primo de Rivera,
impulsado por el rey y por la burguesía catalana, dio un golpe de estado el 13
de septiembre de 1923. El Partido Comunista, ante el golpe, se puso en contacto
con la Federación de Grupos Anarquistas y la CNT y las tres organizaciones se
dirigieron a la UGT y el PSOE proponiéndoles una huelga general de protesta. No
obtuvieron respuesta. Poco después, la CNT se vio arrojada a la clandestinidad.
Pagaba el no haber sabido prever ni frustrar el golpe militar. El terrorismo
sin objetivo político había conducido a la reacción y no a la revolución. Los
Comités Sindicalistas Revolucionarios ya no pudieron actuar, pues su campo de
acción eran las asambleas sindicales donde podían hacerse escuchar por los
trabajadores. Pero continuaron publicando “La Batalla”, con muchos espacios en
blanco impuestos por la censura, hasta que el general Severiano Martínez Anido,
ministro de gobernación del gobierno militar, la suspendió en el verano de
1924.
Para asistir
a un congreso de la Profintern, en el verano de 1924, los Comités nombraron una
delegación formada por Maurín, dos dirigentes del sindicato de transportes,
Desiderio Trilles (muerto en julio de 1936 en el puerto de Barcelona, por
rivalidades sindicales), y José Grau Jassans (más tarde diputado por la
Esquerra), y dos del sindicato metalúrgico, José Valls y José Jover.
Moscú era
distinto de la ciudad de 1921. No había ya fiebre revolucionaria. La revolución
se burocratizaba. "La impresión general produjo un gran desagrado en la
delegación española -recuerda Maurín-. Ninguno de los cuatro
obreros que la integraban se sintió atraído por el comunismo" (8).
La realidad
rusa fue más fuerte que las lecturas y la propaganda. Hay que recordar que si
bien la Dictadura española impuso la censura a la prensa, se mostró muy
tolerante con las editoriales. Se publicaba lo que se quería y diversas
editoriales consideraban un buen negocio publicar obras de bolcheviques y sobre
la URSS. “La Batalla”, más modestamente, publicó, mientras salió, folletos que
se vendían en los quioscos de periódicos. Entre ellos hubo uno de Nin sobre “El
sindicalismo revolucionario y la Internacional”, dos de Maurín sobre “El
sindicalismo a la luz de la revolución rusa” y “La crisis de la CNT”, y varios
de Losovsky.
El Partido Comunista, entre tanto, pasaba por una pequeña crisis. Virginia González, su hijo, Ramón Lamoneda y varios más, regresaron al PSOE. El Comité Ejecutivo quedó formado por Oscar Pérez Solís (un antiguo capitán del ejército), como Secretario General, José Bullejos como Secretario de Organización y otros.
Empezaba a
sonar en Barcelona otro nombre político, el de la Unió Socialista de Catalunya
(USC), formada una semanas antes del golpe de 1923 por un grupo de profesores y
empleados, decepcionados de los republicanos, poco interesados por el
socialismo a la madrileña y más inspirados por el laborismo que por el
marxismo. Manuel Serra i Moret y Rafael Campalans eran sus dirigentes más
destacados. Sus militantes tenían como centro de atracción el Ateneo
polytechnicum, del mismo modo que los de los Comités Sindicalistas
Revolucionarios tenían como centro el Ateneo Enciclopédico popular y otros
Ateneos obreros en diversos barrios de la ciudad.
Es difícil
comprender ahora el papel que la red de ateneos, coros, grupos teatrales,
grupos excursionistas y hasta centros vegetarianos y esperantistas, tuvo en el
desarrollo del movimiento obrero. La misma Dictadura no comprendió que esos
centros, con sus bibliotecas y salas de conferencias, eran el vivero del
movimiento obrero. Por esto no los clausuró definitivamente, sino que se
contentó con cerrarlos de vez en cuando, para hacer acto de autoridad. Los
libros y los ateneos fueron el caldo de cultivo de la generación que actuó
durante la República y sostuvo la guerra civil. Bajo la Dictadura, clausurados
los sindicatos y prohibidas las reuniones políticas, los ateneos eran lugar de
refugio de quienes no se resignaban a abandonar la acción.
Claro que no
todo tenía lugar en los ateneos. Había tentativas de complot, reuniones
clandestinas. y persecución, aunque no muy sangrienta, sí persistente,
sistemática. Cuando
Pérez Solís fue detenido (y en la cárcel se convirtió al catolicismo, por obra
de un dominicano muy popular, el padre José Gafo), los dirigentes del Partido
se marcharon a París. El Partido, sin embargo, no se hallaba en la ilegalidad.
Frente a su local central, en la calle de Madrazo, de Madrid, había dos
policías con casco y espada y sus semanarios sufrían frecuentes suspensiones
pero no estaban prohibidos.
Por esa
época, los Comités Sindicalistas Revolucionarios entraron a formar parte de la
Federación Comunista Catalano-Balear, que reunía una treintena de miembros,
entre los cuales Pérez Baró, Ramón Comas, Ramón Merino Gracia (que se pasó a
los sindicatos "libres" cuando lo detuvieron en 1925). Había cinco
afiliados en Mallorca. Eso era todo. Los Comités, pues, quedaron de hecho
dueños de la Federación, porque eran más numerosos.
El grupo de
“La Batalla” estaba en desacuerdo con la pasividad del Partido. Este creía que,
siendo débil, debía amoldarse a la situación, mientras que Maurín consideraba
que debía combatirse a la Dictadura, yendo, si fuera preciso, a la clandestinidad,
pues en este combate crecería el Partido. En noviembre de 1924 se reunió en
Madrid un pleno del Comité Central. Hubo críticas duras contra la dirección, el
Comité Ejecutivo dimitió y el pleno eligió a otro, con Maurín de Cataluña,
González Canet de Levante y Martín Sastre del Norte. De hecho, la dirección
quedaba en manos de la Federación Catalano-Balear. Lo primero que hizo fue
publicar un periódico ilegal, “Vanguardia”, muy duro con la Dictadura. Esta
reaccionó y en enero de 1925 empezaron las detenciones: Sastre y González Canet
en Madrid, Maurín y otros en Barcelona.
La detención
de Maurín estuvo a punto de costarle la vida, pues el 12 de enero, cuando salía
del Ateneo Barcelonés, unos policías de paisano le dieron el alto, Maurín echó
a correr, para perderse en los callejones de aquella parte de la ciudad;
dispararon contra él y lo hirieron en la pierna. Lo llevaron al hospital y de
allí a la cárcel, donde ya encontró a otros miembros del grupo de “La Batalla”
(uno de ellos, Fontanilles, se convirtió al catolicismo, mientras estaba en la
prisión, y al salir entró en los sindicatos “libres”).
En noviembre
de 1927 se reunió en París una conferencia hispano-francesa sobre Marruecos.
Los compañeros de Maurín creyeron que el momento era oportuno y movilizaron en
París a unos cuantos personajes -Henry Torres entre ellos-, que pidieron la
libertad de Maurín y sus camaradas. Como el gobierno de Madrid no tenía interés
en que la conferencia se celebrara en un ambiente de agitación, dejó en
libertad a Maurín y sus amigos. Tenía pendiente una sentencia de cuatro años,
dada por un juez de Bilbao, pero el gobierno hizo la vista gorda.
Maurín estaba "quemado", de momento. La policía lo seguía por todas partes; su correspondencia era censurada. Ante esto, lo llamaron a París, en octubre de 1928. Allí encontró la situación del Partido más bien turbia. Mientras había estado en la cárcel, recibió ecos de la lucha por la sucesión de Lenin. No tomó posición, pero se negó sistemáticamente a condenar a Trotsky, como se había puesto de moda que hicieran los dirigentes de los partidos afiliados a la Internacional. Maurín podía adoptar esta actitud porque no debía su posición dirigente a un nombramiento de Moscú, sino a su propia actividad y a la confianza de sus compañeros. Por otro lado, los Comités y “La Batalla” eran el Partido, en Cataluña.
En París,
Maurín se encargó de dirigir las Ediciones Europa-América, utilizadas por el
Comintern para popularizar las obras que le interesaban. Eran ediciones muy
cuidadosas y con excelentes notas, porque en Moscú todavía se tomaba en serio
el marxismo. Maurín se sumergió inmediatamente en la lucha política entre los
exilados españoles, que celebraban reuniones, organizaban mítines de protesta,
anudaban conjuras y vivían de rumores.
La vida
política no impedía, empero, la vida privada. Maurín se casó con Jeanne
Souvarine, hermana de Boris Souvarine, uno de los fundadores del Partido
Comunista francés, que acabó fuera de él. Años después tuvieron un hijo, Mario.
En París se
encontraban ya Gorkin y otros, así como el grupo del ex-teniente coronel del
ejército español y ex-diputado catalán Francesc Macia, que en 1925 había ido a
Moscú, donde después de entrevistarse con Zinoviev y Bujarin, no consiguió la
ayuda que pedía para sus planes de invasión armada de Cataluña (9). Había
también elementos anarquistas que en 1927 habían fundado, en una reunión
clandestina en Valencia, la Federación Anarquista Ibérica (FAI).
En España,
la caída de la Dictadura se veía inminente. Todo el mundo quería que ocurriera
algo, pero pocos sabían qué. Había conjuras, tentativas románticas, como unas
frustradas invasiones de los catalanistas y los anarquistas. Maurín, en París,
se impacientaba por volver, para tratar de orientar esas energías y esperanzas.
Pero la
influencia de Stalin en el Comintern ya se dejaba sentir. El colonialismo
ideológico implícito en el predominio del partido comunista ruso en la Tercera
Internacional iba haciéndose evidente. Después del sexto Congreso en 1928 (el
último hasta 1935), en que se aprobó la lírica del "socialfascismo",
del frente único por la base y de "clase contra clase", consignas que
en definitiva abrieron a Hitler las puertas del poder, Maurín y sus compañeros
comenzaron a sentirse como en un cuarto cerrado y a asfixiarse.
El Partido no debía tener más allá de 500 miembros en España, bajo una dirección que nadie respetaba. Maurín recibió de la Internacional el encargo de preparar un informe y proponer soluciones a la crisis del Partido. Entre tanto, José Bullejos y un joven intelectual, Gabriel León Trilla, habían sido nombrados por Moscú dirigentes del Partido. Consiguieron, desde París, dos éxitos: el viaje de Macia a Moscú y la adhesión al Partido de un grupo de obreros del puerto de Sevilla encabezada por José Díaz (que con el tiempo acabaría sustituyendo a Bullejos). Bullejos ha contado cómo Moscú resolvió la crisis:
“La
situación creada en España determinó una nueva intervención del Comité
Ejecutivo de la Internacional. Acababa yo de llegar por primera vez a Moscú,
correspondiéndome desempeñar el papel de actor principal en la solución de la
crisis como en los acontecimientos posteriores. Una Comisión creada por el
Ejecutivo de la Internacional deliberó durante varios días acerca de la
política que convenía seguir en España y de los diferentes problemas de
organización. Participaron en las deliberaciones Doriot y Marty, del Partido
francés; Antonio Gramsci y Verti, del italiano; Codovila, argentino; Almanza,
del mexicano, y Humbert Drotz, Losowsky, Andrés Nin por los Secretariados de la
Internacional. Representábamos al Partido español Jesús Ibáñez, Julián Gorkin y
yo”.
“Trazadas
las nuevas directivas, se resolvió -de acuerdo con lo expuesto en diversas
cartas por los compañeros de Barcelona [las de Maurín]- encomendarme la tarea
de reorganizar la dirección del Partido Comunista de España, para lo cual, días
después, partí de Moscú” (10).
Nada de esto
podía desvanecer las dudas que la política de la Internacional suscitaba en
dirigentes y militantes de los Comités Sindicalistas Revolucionarios. La
campaña de bolchevización de los partidos, emprendida por Zinoviev, los había
inquietado, porque su formación se oponía a la idea de que los partidos
comunistas tuvieran que ser uniformes, con dirigentes nombrados de hecho por
Moscú y una línea política fijada por Moscú.
El Partido
daba pruebas de falta de sensibilidad política, no había comprendido el valor
revolucionario del problema de las nacionalidades ibéricas y aplicaba a ciegas
la política de "clase contra clase", siendo así que, bajo una
dictadura, convenía a ojos vistas crear coaliciones contra el dictador. Cuando
el dictador estableció una Asamblea Nacional, con miembros designados por él,
Moscú, que negociaba importantes contratos de venta de petróleo a España,
ordenó al Partido que participara en la parodia de parlamento. Pero la posición
era tan absurda que la troika Bullejos-Trilla-Adame no pudo por menos de
oponerse a ella ante la presión de los militantes.
Maurín y sus
amigos no se recataban de criticar las posiciones de la dirección. Hasta que
llegaron a comprender que no se trataba de un caso de mala dirección, sino de
una cuestión de principio. Amistad con la URSS, sí; sumisión al PC soviético,
no. Cada partido debía fijar su línea política y elegir a sus dirigentes. Sin
esto no existía el centralismo democrático del que hablara Lenin. La troika
quiso deshacerse de Maurín y someter a la Federación Catalano-Balear. Trilla
fue a Moscú y lanzó una serie de acusaciones contra Maurín: derechista,
indisciplinado, etc. Nin se enteró y avisó a su compañero. Maurín contraatacó y
“La Correspondencia Internacional”, órgano de la Comintern, publicó una nota
reivindicando a Maurín y a la Federación Comunista Catalano-Balear.
En 1932
Maurín explicó la evolución que los puntos de vista de la Federación
Catalano-Balear habían tenido. Decía que mientras estaba en la cárcel, en 1925,
“surgió entre nosotros y el grupo de funcionarios que, aprovechándose de
nuestro encarcelamiento, había asaltado la dirección del partido comunista, una
seria divergencia”.
“Nosotros
opinábamos que era necesario continuar la política que habíamos iniciado, es
decir, proseguir la acción contra la Dictadura y al mismo tiempo, concentrar en
Cataluña la actuación principal del partido”.
“Bullejos,
Trilla, trotskistas primero, luego furibundos antitrotskistas cuando Trotsky
fue derrotado, trasladaron al partido comunista de España todos los vicios de
la degeneración burocrática. Faltos de la más elemental inteligencia política
para dirigir un partido, al sentirse apoyados por la I.C. se hicieron fuertes
en sus posiciones y se lanzaron a la magnífica tarea de "estructurar"
el partido. Se expulsó a camaradas excelentes que aun admitiendo que
sostuvieron tesis equivocadas, no dejaban, sin embargo, de ser elementos
valiosísimos. Las Federaciones fueron trituradas implacablemente. Se destituían
los Comités a capricho del grupo de dictadorzuelos infatuados. En una palabra,
el partido era "bolchevizado"”.
“Con la
dictadura del aparato burocrático corría pareja la táctica equivocada de la
Internacional Comunista que no comprendió jamás la esencia de la política
española. En 1927 como demostración palpable de su incomprensión absoluta,
quiso imponer al partido comunista de España la intervención en la Asamblea
consultiva de Primo de Rivera. Esto significaba, literalmente, la muerte del
comunismo en España para una larga época. La. I.C. hizo una resolución famosa,
en enero de 1927, obligando al partido a que tomara parte en la Asamblea de
Primo de Rivera. "La táctica del boicot a la Asamblea -decía la
Resolución- estaría únicamente justificada en el caso de que la situación
política de España fuese inmediatamente revolucionaria, en el caso de que
hubiera una situación en la que las masas fueran arrastradas a movilizarse
espontáneamente contra el Directorio de una manera activa. Pero en la situación
presente, la convocatoria de la Asamblea y sus trabajos eventuales deben ser
considerados como un punto de partida para un trabajo de agitación y
organización y los trabajos de una asamblea representativa cualquiera
(Parlamento, municipalidad, etc.). Esta línea, que corresponde a la tradición
bolchevique y a la práctica del partido comunista ruso, es la única que se
adapta a la situación actual de España y del Partido Comunista Español...".
En
Cataluña, el antiguo grupo de “La Batalla” que había resistido una dura
represión, no viendo posibilidad alguna, con una táctica tan errónea, de poner
en pie un movimiento comunista que se había iniciado con tantas dificultades,
se disgregó, en parte.
Muchos
camaradas reflexionaban así: "Nuestra posición ha sido fuerte y hemos
hecho grandes progresos mientras que hemos estado al margen de la I.C.,
trazándonos nosotros mismos el camino. Pero en el momento en que hemos aceptado
la disciplina y la política de la I.C., nos hemos convertido en extranjeros a
nuestro movimiento obrero, nos hemos divorciado inmediatamente de la realidad.
Su razonamiento era justo. Era cierto.
Otros
creíamos que era preciso llegar hasta el último extremo para evitar la escisión
del movimiento comunista. Decidimos permanecer dentro del partido y de la
Internacional abrigando una esperanza, aunque muy débil, es cierto, sobre la
rectificación de la I.C.
Pero la
I.C., muerto Lenin, se había burocratizado enormemente bajo el mando de
Zinoviev. Bujarin, que le sustituyó, no hizo nada más que cambiar de equipo. El
régimen era el mismo. El afán de ahogar la personalidad de los partidos y la
mecanización absurda que se imponía a todos ellos había llegado al límite
máximo.
La I.C.
había conocido el fracaso en Alemania en 1923, en Estonia en 1924, en Bulgaria
en 1925, en China en 1927. En 1922 no había sido capaz de impedir la toma del
poder por los fascistas de Mussolini. Su política había hecho posible el
triunfo de Hindenburg, como presidente del Reich, en 1926. Al sistema
"putchista" de Zinoviev sustituyó la política de derecha de
Bujarin-Stalin que culminó en la alianza con Chiang-Kai-Chek, cuando
Chiang-Kai-Chek preparaba el exterminio brutal de los heroicos comunistas
chinos.
¿Cómo
podía salvarse nuestro pequeño movimiento comunista en medio de ese
desconcierto?” (11)
En 1929
debía celebrarse el tercer congreso del Partido, pero varios delegados fueron
detenidos en la frontera. Finalmente, en agosto se reunió el congreso en París.
La Federación Catalano-Balear dio su mandato a Maurín y a Bonet, pero no fueron
admitidos a las sesiones. El delegado de la Internacional, un italiano que se
hacía llamar Greco, ayudó a la troika a impedir que pudieran hablar los opositores.
Todo se hizo muy "reglamentariamente"; como Maurín y Bonet vivían en
París por orden del Partido, se les dijo que debían ser miembros del PC francés
y que, por tanto, no eran miembros del PC español. Pero, así y todo, el
Congreso sustituyó a la troika dirigente por una nueva. La Federación
Catalano-Balear envió al Congreso su propio proyecto de tesis política, que,
dice Maurín, “quedarán en la historia de nuestro movimiento como una
intuición magnífica de cómo había de desarrollarse el movimiento revolucionario
en España. Se decía en ellas que la revolución sería democrática, y se acababa
propugnando como consigna, en ese momento de Dictadores: la República Federal
Democrática”.
“Las
Tesis de la Federación Comunista Catalana fueron rechazadas por la I.C. como
derechistas. Y, en cambio, se tradujeron al español las tesis de exportación de
la "dictadura democrática de los obreros y campesinos".
La I.C.
volvía a equivocarse en España. No comprendió que estábamos en vísperas de la
revolución democrática, y que la fórmula dada provocaría como resultado un
divorcio completo entre las aspiraciones políticas de las grandes masas obreras
y el partido comunista. Pedir como sustitución de un régimen de dictadura otra
dictadura era el suicidio (12)."
Cayó el dictador.
La dirección del Partido no lo había previsto. Bullejos comentó el fin de la
Dictadura diciendo en “La Correspondencia Internacional” que "no ha pasado
nada". Manuilsky, uno de los dirigentes rusos de la Internacional, afirmó
que los acontecimientos de España "no tienen importancia".
Pero los
hechos no pedían permiso a la gente de Moscú. Para tratar de ponerse de acuerdo
con los hechos, la “troika” convocó en Bilbao una conferencia nacional del
Partido, en marzo de 1930. Esta conferencia dio la dirección del Partido, por
imposición de Moscú, a la vieja “troika” destruida por el Congreso de París
medio año antes. Además, consideró justa la tesis del Partido de que la
Dictadura (ahora, la dictadura de transición que había seguido a la del general
Primo de Rivera) sólo podía ser derrocada por el triunfo del proletariado. Y
afirmó que el objetivo del Partido era la instauración de "una
dictadura democrática de obreros y campesinos que tenga como base los soviets
de obreros y campesinos y como expresión un gobierno obrero y campesino".
Bullejos dijo, años más tarde, sobre esta conferencia, que “aunque en
apariencia los acuerdos del VI Congreso de la Internacional no fueran la causa
determinante de la crisis interior que en 1930 dividió el movimiento comunista
español, es necesario, sin embargo, estudiarla en relación con la política del
Comité Ejecutivo de la Internacional. Porque fue ésta la que influyó
esencialmente en la separación del grupo Maurín del Partido Comunista”
(13).
“A partir
de 1926 habíanse manifestado algunas discrepancias entre Maurín y la Federación
Catalano-Balear, de una parte, y la dirección del Partido de otra. Giraban
éstas sobre las relaciones con las fuerzas democráticas burguesas y la política
de independencia de la clase obrera con respecto a los partidos burgueses que
realizaban el Partido y la Internacional. A estas divergencias de opinión
uníase la oposición de Maurín a los métodos de la Internacional y la línea
política y táctica de ésta a partir del V Congreso”.
“En 1930
la delegación de la Federación Catalana en la Conferencia Nacional celebrada en
Bilbao rectificaba sus puntos de vista respecto a la política del Comité
Central, aceptando las líneas generales de ésta (14). Su gestión fue
desautorizada en Barcelona por la Federación, y ésta era separada del Partido
por el Comité Central a propuesta de la delegación de la Internacional”
(15).
“Trotsky,
expulsado de la Unión Soviética en 1929 por su labor contrarrevolucionaria, que
tendía a restablecer el capitalismo, trasladó la lucha a la palestra
internacional, intentando crear una plataforma común para todos los renegados y
abrir un cisma en la Internacional Comunista. En España los trotskistas
abrieron fuego contra la política del Partido en todos los problemas fundamentales
de la revolución, tratando de apoderarse de la dirección del Partido para la
realización de sus fines contrarrevolucionarios”.
“Los
intentos trotskistas de dividir el Partido Comunista de España fueron fallidos.
El Partido se mantuvo unido y fiel a la Internacional Comunista”.
“Sin
embargo, en Cataluña, Maurín consiguió con malas artes arrastrar a una parte de
la Federación Comunista Catalano-Balear. Esta desgarradura tuvo consecuencias
dolorosas para el desarrollo del Partido en Cataluña, si bien, a pesar del
revés temporal, un núcleo de firmes militantes reorganizó las filas del Partido”.
La
separación de la Federación Catalano-Balear se presenta a posteriori como una
maniobra trotskista. Ya veremos al hablar de la guerra civil española, por qué
los comunistas de hoy quieren dar una imagen trotskista de los disidentes de
1930.
Maurín y sus
amigos se encontraban, pues, fuera del Partido, pero no sin partido.
Capítulo 2.La Federación Catalano-Balear y el Partit Comunista Català
Capítulo 2.La Federación Catalano-Balear y el Partit Comunista Català
En el país había muchos más comunistas que afiliados al Partido. Era el suyo un comunismo especial, menos dogmático que el del Partido, que no seguía consignas, sino que derivaba de la simpatía por la URSS, a la que se veía entonces como un gran experimento social, cuyo éxito ayudaría a cambiar las cosas en el mundo y en España también.
La Dictadura
-como ya se dijo- no había sido severa con las ediciones; abundaban las obras
de los bolcheviques, de los marxistas europeos y los libros sobre la revolución
rusa. Las ediciones “Europa-América”, además, publicaban mucho. Lo que el
Partido Socialista no hizo, lo hacía la simpatía por la URSS, popularizar el
marxismo. Claro que los lectores de esta literatura no eran marxistas
químicamente puros. En su mayoría jóvenes, se habían formado bajo la Dictadura
o, los mayores, en los años de pujanza del sindicalismo. Había en ellos una
dosis de anticlericalismo republicano, de federalismo pimargalliano, de
enciclopedismo anarquizante. Mucha inquietud por el futuro y desconcierto por el
presente. Habían constatado el fracaso sucesivo de los republicanos que no
proclamaron la república, de los catalanistas que no había conseguido la
autonomía, de los anarquistas que no hicieron su revolución libertaria.
Pensaban que en Rusia se había hecho todo esto. La consecuencia era lógica:
buscar la solución en las doctrinas que inspiraron a quienes hicieron la
revolución rusa.
Todo cuanto
se conocía de la URSS era por la propaganda comunista. Los anticomunistas eran
tan evidentemente reaccionarios que inclinaban a los jóvenes hacia el
comunismo. El partido no supo capitalizar esta simpatía difusa, ese marxismo
autodidacta, porque la línea política dictada por el sexto congreso de la
Internacional no encajaba en la realidad española. Decir a los españoles que
los anarquistas constituían “la antesala del fascismo” era contarles cuentos de
miedo. Los socialistas, que colaboraron en cierto grado con la Dictadura,
estaban rectificando y aparecían para muchos como una esperanza; nadie creía
que fueran la “antesala del fascismo”. La Dictadura había molestado a muchos.
Obreros, campesinos, estudiantes, clase media, intelectuales, estuvieron contra
ella. Decir que sólo los obreros podían destruirla era renunciar a desempeñar
un papel en los acontecimientos.
Repitamos
que a comienzos de 1930, cuando cayó el dictador, no había más de 500 afiliados
al Partido. Una tercera parte de ellos estaban en la Federación
Catalano-Balear. Pero había muchos más, posiblemente millares, de simpatizantes
con el comunismo. Y cuando las notas del gobierno atribuían a los comunistas
toda la oposición, la gente se decía que los comunistas no podían ser tan
malos, si combatían lo que ella detestaba.
Esta
simpatía dio a la Federación Catalano-Balear su partido. Un partido en
potencia. Sólo faltaba descubrirlo y organizarlo. Esta fue la tarea inmediata
de la Federación, cuando se encontró separada del Partido Comunista.
A comienzos
de 1930 había en Cataluña diversos grupos comunistas. El más visible era el de
los estudiantes; un par de docenas; no se contentaban con la esperanza de una
república. En el Estat Cátala, de Macià, había quienes querían no sólo
libertades para Cataluña, sino también para los catalanes, y que creían que
ambas únicamente podían conseguirse con el socialismo. Una docena, en total,
también. En Madrid había un pequeño grupo -de nuevo, una docena- de
trotskistas, en torno a Juan Andrade, y en Barcelona media docena que se
congregó alrededor de Andreu Nin cuando éste regresó de la URSS a mediados de
año (1). Había también algunos militares jóvenes –acaso una docena- que
flirteaban con el marxismo y que, al mismo tiempo, tenían contactos con los
anarquistas.
Ninguno de
estos núcleos estaba organizado; se mantenían por la amistad y por el contacto
diario y actuaban dispersos, participando en todas las actividades contra la
monarquía. Pero había dos grupos organizados: uno era la Federación
Catalano-Balear. El otro, el Partit Comunista Cátala (PCC). La Federación
congregaba a los sobrevivientes de los Comités Sindicalistas Revolucionarios.
No pasaban de 150 a 200 hombres. Su historia se ha resumido en el capítulo
anterior. El PCC tenía un origen más reciente.
Un puñado de
muchachos, inquietos, impacientes, catalanistas, deslumbrados por la URSS, se
consideraban comunistas, aunque no habían leído mucho marxismo. Al mismo tiempo
veían con desconfianza al Partido Comunista español, por estar demasiado atado
a Moscú y porque estimaban que no comprendía el problema catalán. Querían un
partido comunista catalán, que encontrara en el comunismo la solución al
problema nacional y que fuera independiente de Moscú. Este deseo cristalizó
cuando el Partido Comunista recibió la orden de Moscú de tomar parte en la
Asamblea Nacional organizada por el dictador. Un maestro de Lérida, amigo de
Maurín, Víctor Colomé, se separó con algunos otros de la Federación
Catalano-Balear, porque estimó que no podía seguir creyéndose en la posibilidad
de regenerar al Partido desde dentro. Se le unieron algunos que no eran
afiliados a la Federación, pero que simpatizaban con su posición, el más
destacado de los cuales era un joven trabajador mercantil, Jordi Arquer; el
núcleo más numeroso de este grupo estaba en Lérida.
El 2 de
noviembre de 1928 se reunieron secretamente en el depósito ferroviario de Lérida
y fundaron el Partit Comunista Català. Su secretario general fue Domènec Ramón,
un trabajador mercantil. Poco después, los miembros barceloneses de este
nuevo partido ilegal se apoderaron (afiliándose y logrando la mayoría en la
asamblea) de un centro de aficionados al teatro y lo convirtieron en la sede
ilegal del PCC. Al mismo tiempo, politizaron el boletín de este centro, le
cambiaron el nombre por el de “Treball” (Trabajo) y lo convirtieron en órgano
disimulado del PCC. El PCC encontró cierto eco, porque dos años después, a la
caída de la Dictadura, contaba con unos 200-250 miembros, es decir, más que la
Federación.
Entre tanto,
aprovechando la caída del dictador, la Federación volvió a publicar “La
Batalla”. En 1930 hay pues, en Cataluña, centro del movimiento obrero español,
dos partidos comunistas y dos periódicos comunistas; todos están fuera de la
disciplina de la Internacional.
En febrero
de 1930, el gobierno del general Dámaso Berenguer, que sucede a la Dictadura,
da una amnistía. Salen los presos políticos, regresan los exiliados. Maurín
vuelve a Barcelona y en mayo la Federación y el Partido rompen, como ya se
explicó.
Pero la
Federación era poco más que “La Batalla”. Es difícil comprender, hoy, la
importancia de los semanarios en el movimiento obrero. La gente, súbitamente
politizada por la caída de la Dictadura, estaba ávida de lectura. Se necesitaba
poco dinero para lanzar un periódico. Los periódicos obreros se sostenían
mediante suscripciones voluntarias entre sus simpatizantes y en general eran
mediocres. Pero “La Batalla”, que también dependía de las aportaciones de sus
lectores, fue siempre uno de los periódicos obreros mejor hechos del mundo, con
amplios comentarios internacionales, artículos teóricos, análisis de la
realidad local, todo ello sin pérdida de su combatividad. Era, por sí solo, una
escuela de marxismo -la única en el país, de hecho-. Al reaparecer, tiró 3000
ejemplares. Entre “La Batalla” y sus lectores se estableció pronto una especie
de relación personal. Maurín y sus amigos visitaban los núcleos en barrios
y pueblos, les daban conferencias, trataban de organizarlos. El tono de “La
Batalla” era el de Maurín, que la dirigía. Esto se vio claro cuando apareció, a
mediados de 1930, su primer libro, “Los hombres de la Dictadura” (publicado por
la Editorial Cénit, recién fundada y que se dedicaba a literatura comunista).
Durante su estancia en París, Maurín pudo ver las cosas de España con
perspectiva. El resultado de esto fue el libro, que comenzó a escribir en París
y terminó en la cárcel de Barcelona (pues a poco de llegar lo detuvieron por
unas semanas).
El libro
llevaba debajo del título, seis nombres: José Sánchez Guerra (un político
conservador), Francisco Cambó (un político catalanista burgués), Melquiades
Álvarez (un republicano convertido en monárquico), Alejandro Lerroux (un
demagogo republicano), Pablo Iglesias y Francisco Largo Caballero (dos
dirigentes socialistas). Eran, según Maurín, los hombres que, en defensa de los
intereses que representaban, habían preparado el camino de la Dictadura, unos,
y hecho de mentores de ella, otros. Todavía en esta selección se veía la
influencia de la política del socialfascismo de Moscú, a pesar de que Maurín la
rechazaba.
Las
doscientas cincuenta páginas de prosa clara, de frases cortas, sin retórica,
con una argumentación bien trabada, causaron mucha impresión. La prensa comentó
el libro, se leyó en los corrillos políticos y en los núcleos de militantes
obreros. Muchos discreparon de su tesis, pero todos reconocieron que había aparecido
un nuevo escritor político, en un país que tenía muy pocos. Maurín contaba
entonces 34 años.
El
movimiento obrero español abundó en organizadores eficaces, en propagandistas
encendidos y en hombres de acción audaces, pero careció de teorizantes. Fueron
republicanos como Pi y Margall, o populistas como Joaquín Costa, quienes le
dieron buena parte de sus ideas. Después del ayuno intelectual de la época de
la Dictadura, el libro de Maurín fue una revelación: primera interpretación
marxista de la realidad social y política española, pero no de un marxismo
adocenado, dogmático, de fórmulas, sino vivo, tomado como método de análisis y
no como Biblia de la cual podía citarse para apoyar cualquier tesis. Maurín no
había sido marcado por el estilo de la Comintern. En su libro no se encuentran
las frases hechas ni los clichés comunes en la literatura comunista.
Los seis
nombres eran de personajes que se habían declarado opuestos a la Dictadura
-decía- pero que todos, de un modo u otro, habían contribuido a llevar a la
Dictadura y a que se mantuviera. Los hombres y los partidos que hicieron
inevitable la Dictadura se presentaban ahora (en 1930) como sus adversarios. Lo
importante del libro era el análisis a la luz del marxismo de los últimos
sesenta años de la historia de España, desde la revolución de 1868. Por primera
vez se veían en esa revolución, en la república de 1873, en los “años bobos”
que la siguieron, en la Dictadura, expresiones de la lucha de clases. Maurín
consideraba un peligro cierto la posibilidad de que la masa se dejara arrastrar
por las ilusiones suscitadas por republicanos y socialistas. Los primeros, al
no saber hacer la república en el momento oportuno (1909-1917), y los segundos
al no hacer la unidad con los anarquistas y al colaborar con la dictadura (de
la cual fue consejero de Estado, Largo Caballero, por decisión del partido),
prepararon el camino al general Primo de Rivera. La burguesía catalana y la
aristocracia terrateniente andaluza hicieron lo mismo.
Por otro
lado, Maurín fue el primero que señaló y estudió la influencia de las
inversiones británicas en la política española, a las que achacaba que trataran
de evitar el desarrollo económico del país (con la guerra de Marruecos y con
las exportaciones de capital español a América a través de empresas de origen
británico).
Según
Maurín, Cambó (catalanismo burgués), del brazo de la clase media (republicanos)
y de parte de la clase obrera (socialistas), atacó a la monarquía en 1917, pero
tuvo miedo y acabó aliándose a las fuerzas feudales (Sánchez Guerra). La
Dictadura salvó al PSOE de una grave crisis interna (rivalidad con el
anarcosindicalismo y escisión comunista); la Dictadura le toleró hacer
propaganda, mientras que perseguía a otras fuerzas obreras, y esto le permitió
aumentar sus efectivos de seis a doce mil miembros. Los republicanos apartaron
a los trabajadores de sus partidos de clase. Y la burguesía catalana sacrificó
los intereses de Cataluña a sus intereses de clase, cada vez que temiendo un
avance anarcosindicalista, pedía el apoyo de las fuerzas represivas de Madrid.
España
necesitaba una revolución democrático-burguesa, que diera libertad a las
nacionalidades (vascos, catalanes, gallegos), que separara a la Iglesia del
Estado, que dejara que los campesinos tomaran la tierra, que licenciara al
ejército y que liberara al país del yugo británico. Esto podía lograrse con una
república federal. Para ello, era preciso “dar alas a la insurrección
general del pueblo para dar la victoria a la revolución burguesa”. Pero “la
república no puede asegurarse sin el triunfo de una revolución social de gran
envergadura. No basta con que se vaya el rey. Hay que echarlo y destruir el
régimen monárquico”.
Hablando del
papel de Sánchez Guerra, el exministro conservador que intentó un golpe contra
la Dictadura, lo compara con Prim:
“Su
proyecto [de Prim] inicial de pronunciamiento ha fracasado varias veces. La
insurrección, para triunfar, ha de ser popular; el pueblo ha de tomar en ella
una parte activísima. Además, precisa atacar al enemigo allí donde su
resistencia es menor.
Prim, por
fin, acierta. La insurrección de 1868 se hace contando con el pueblo. No se
trata ya de un pronunciamiento para cambiar de Gobierno, sino de una
sublevación para derrocar el régimen. La consigna de Prim era: "¡Abajo lo
existente, y Cortes constituyentes!". Prim decide esta vez operar en
Andalucía. Paúl y Angulo, que en ese momento refleja el espíritu de la
burguesía andaluza y a la vez el de la clase obrera revolucionaria, convence a
Prim de que hay que desembarcar en Cádiz, asegurándole la insurrección general
del pueblo andaluz. Los paisanos han de jugar el papel principal en el
movimiento.
La
insurrección surgida en Cádiz se extiende como un reguero de pólvora por toda
la provincia, comunicándose a las demás de Andalucía. La España
feudal-teocrática, cuyo centro es la Monarquía de Isabel II, se desmorona. Las
ratas huyen a la desbandada del barco que se hunde. La insurrección triunfa.
Prim,
seguro ya de Andalucía recorre el litoral hasta Barcelona, sublevando a su paso
todas las ciudades de la costa: Málaga, Almería, Cartagena, Alicante, Valencia
y Barcelona. Luego, como una flecha, se dirige a Madrid. La primera parte de la
operación ha triunfado. La insurrección ha ganado totalmente la partida.
Así tuvo
lugar la revolución de 1863.
Sánchez
Guerra pudo haberse servido [en su complot contra la Dictadura] de esa
experiencia histórica si en realidad hubiera existido en sus propósitos
favorecer el triunfo de una revolución democrática.
Prim,
intuitivamente, a última hora, siguió con bastante exactitud las reglas de la
insurrección que Engels, en 1852, escribía como resultado de sus experiencias
personales y, sobre todo, como fruto de sus estudios históricos: "La
insurrección es un arte de igual modo que el de la guerra y cualquier otro, y,
como tal, sometido a ciertas reglas que, si son infringidas, conducen al
partido que las infringe al descalabro. La primera es no jugar nunca con la
insurrección antes de estar completamente preparado para afrontar las consecuencias
de la acción. La insurrección es un cálculo de proporciones muy indeterminadas,
cuyo valor puede cambiar cada día; las fuerzas contrarias tienen todas las
ventajas de la organización, de la disciplina, y la costumbre de la autoridad.
Si no les oponéis una fuerte superioridad, estáis vencidos y perdidos. En
segundo lugar, una vez que hayáis entrado en la vía insurreccional, obrad con
la mayor decisión y tomad la ofensiva. La defensiva es la muerte de toda
sublevación armada, que si adopta esa táctica, perece antes de haber podido
medir sus fuerzas con las del enemigo. Sorprended a vuestros enemigos cuando
sus fuerzas están diseminadas; preparad siempre nuevos triunfos, aunque
pequeños, pero repitiéndose cada día. Conservad el ascendente moral que la primera
insurrección victoriosa os ha dado; atraed a vuestro lado a los elementos
vacilantes que siguen siempre la impulsión del más fuerte y que miran siempre
del lado menos peligroso; forzad a vuestros enemigos a retirarse antes de que
puedan reunir fuerzas contra vosotros, y, como dijo Dantón, el mayor artista
conocido de la política revolucionaria: '¡audacia, audacia, siempre
audacia!."
Estas
reglas clásicas del arte de la insurrección quizá no eran conocidas por Sánchez
Guerra, quien está muy lejos, evidentemente, de leer la literatura marxista. Es
posible que el señor Sánchez Guerra, antes de lanzarse a la acción, hubiese
hojeado la novela, de Baroja, “El aprendiz de conspirador”, y creyera que eso
era suficiente. Pero Aviraneta era un revolucionario de verdad, que es la
condición primera para lanzarse a una aventura conspirativa...”.
¿Hubiera
podido Sánchez Guerra seguir siendo quien era, de haber adoptado estas reglas?
¿Quién era realmente Sánchez Guerra, no como persona, sino como símbolo de
ciertas fuerzas sociales?:
“Sánchez
Guerra y Primo de Rivera son los hombres representativos del proceso de crisis
del capitalismo español. El primero encarna la continuidad de la alianza
feudal-burguesa, el segundo representaba el desbordamiento triunfante del absolutismo.
La fuerza de Primo de Rivera durante seis años y medio ha consistido en que su
ascensión al Poder se verificó como consecuencia fatal del crecimiento de los
restos feudales. La debilidad de Sánchez Guerra, su fracaso, dimana de su afán
de hacer contramarcha, de volver atrás, cuando los puentes habían sido volados.
Sánchez Guerra quisiera imponer a la historia de España el zig-zag que en otra
época le imprimió Cánovas. Sánchez Guerra no sabe, sin duda, que la Historia no
se repite exactamente. En este sentido, él es más reaccionario que Primo de
Rivera.
Sánchez
Guerra aspira a volver a los años que precedieron al golpe de Estado. Ahí está
precisamente su gran error político, su incomprensión total de las fuerzas
motrices de los procesos históricos. Los resabios feudales se impusieron en
1923 porque habían llegado a un grado tal de evolución que la burguesía no
podía jugar a su lado más que el papel de mozo de estoques. y durante los años
de la dictadura, naturalmente, no han perdido el tiempo. Las posiciones
conquistadas no serán abandonadas fácilmente. Sánchez Guerra ignora que la
lucha de clases es tan inflexible como la guerra de trincheras. Para desalojar
al enemigo hay que reducirlo por la fuerza. Una actitud más comprensible en
Sánchez Guerra fuera si su objetivo hubiese sido el triunfo de la revolución
burguesa y la destrucción cruenta de toda la roña feudal. Pero Sánchez Guerra
no puede, evidentemente, saltar por encima de su sombra. La época de las
revoluciones burguesas, hechas por la burguesía, se ha cerrado. La burguesía no
es ya una clase revolucionaria. Al contrario, cuando vislumbra la posibilidad
de una conmoción social y política, se agarra a los restos feudales como un
náufrago a una tabla. La revolución rusa ha cambiado el reloj de la Historia.
Desde 1848, la burguesía, en todas partes, fue perdiendo su espíritu
revolucionario. En España, en donde el oleaje de Europa llega siempre con
retraso, los acontecimientos de 1848 se dieron veinte años después, en 1868. La
gran convulsión rusa ha acabado de operar esta transformación. La burguesía -y
el ejemplo más palpable para los españoles es España misma- es hoy el baluarte
más firme para impedir la revolución burguesa. La solidez del régimen
inaugurado por Primo de Rivera y continuado por Berenguer se basa en eso
precisamente. La burguesía teme un cambio que pueda nuevamente hacer posible la
aparición del proletariado, cuyo solo recuerdo le interrumpe el sueño.
Sánchez
Guerra, como la mayor parte de la decadente burguesía española, vive sumido en
una bruma histórica que le aleja de la realidad presente. A la burguesía
española le ha faltado un ramalazo brutal, una sacudida en su propia base que
le hiciera estremecer sin compasión para hacerla entrar en su verdadera órbita.
Sólo así sus hombres representativos se hubiesen percatado del cambio enorme
operado durante los últimos veinte años en la relación de fuerzas.”
Fuera de
esas fuerzas conservadoras, representadas por Sánchez Guerra, ¿qué hay en el
país? Los republicanos, por un lado. Dos clases de republicanos: los de tipo
catalán y los de tipo andaluz:
“Andalucía tiene dos aspectos: el terrateniente, a un lado, y el
siervo de la gleba, el jornalero, al otro. Los dos extremos: el señor de horca
y cuchillo y el miserable que revienta de fatiga para poder comer el gazpacho.
En Andalucía existe apenas la burguesía industrial y comercial. Sevilla y
Málaga son dos oasis insignificantes en medio de una sabana de tierra que cubre
la mitad de la Península casi.
Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen
arbitrariamente, en la forma escogida por ellos, sino en las condiciones dadas
directamente y heredadas del pasado, decía Marx. Esta verdad fundamental,
aplicada a España, lleva a conclusiones sorprendentes. Andalucía ha sido la
parte de la Península más difícil de conquistar por el feudalismo español. La
lucha entre el feudalismo árabe y los señores feudales cristianos por la
posesión de Andalucía duró ocho siglos. Andalucía es la flor más hermosa de
España, la región más rica, la más extensa, la que atesora mayores
posibilidades. El combate por el dominio de esta parte de la Península fue
duro. Una vez conquistada, los boyardos andaluces se han creído con derecho y
con fuerza para escribir la historia de España. Ellos han tenido el Poder desde
1874. Los liberales (¡) castellanos y gallegos no han sido otra cosa que sus
servidores abnegados.
Andalucía, la gran propiedad, reina y gobierna, ordena y manda. Una
clase ejerce el Poder, se sostiene en él por mil medios. Sus enemigos
naturales, con frecuencia, por el juego caprichoso de la Historia, constituyen
su mejor apoyo. El feudo andaluz, además del asistente castellano y gallego,
que le sujetan el estribo, ha tenido dos aliados indirectos que le han apoyado
grandemente a ejercer su predominio: el republicanismo y el anarquismo
andaluces.
El republicanismo andaluz ha luchado contra el republicanismo
catalán, acabando por dominarlo. Cataluña y Andalucía son los dos polos
opuestos en la vida política española. La una es la industria naciente, tímida,
algo artificial, la burguesía, en fin, y la otra es la gran propiedad, el
latifundio. Los combates entre una y otra, sus alianzas momentáneas, sus
antagonismos, determinan la marcha de los acontecimientos. Cuando, a comienzos
de siglo, la pequeña burguesía catalana se agitaba y se preparaba para un
ataque, la gran propiedad, Moret, envió a Barcelona a Lerroux, andaluz, para
que tomara la dirección de ese movimiento. El republicanismo catalán fue puesto
de este modo al servicio de los señores andaluces.”
Los
republicanos se apoyan en la pequeña burguesía. Pero:
“la
pequeña burguesía española, como los generales jubilados que aun sueñan con
fantásticas batallas, no sabe darse cuenta del cambio que se ha producido en el
mundo, y en España, por tanto, durante los últimos veinte años. Discurre de
igual modo que cuando la clase obrera iba detrás de ella. La fuerza de ésta, la
pequeña burguesía creía que era la suya propia. Se imaginaba aún un Júpiter
silencioso que en un momento de cólera puede desencadenar el rayo. Sin embargo,
la pequeña burguesía, sin la clase trabajadora, no es más que una sombra que
pasea a lo largo del camino planeando Repúblicas fantásticas que no supo crear
cuando esto era factible.”
¿Por qué ese
fracaso constante de la pequeña burguesía?:
“Una
revolución vencida lo es siempre, más que por el combate perdido a última hora,
por la batalla que se pudo ganar y, sin embargo, no fue empeñada. La burguesía
española salía derrotada en 1873. ¿Por qué?
Todas las
experiencias revolucionarias, desde la gran Revolución francesa, han
evidenciado que la revolución, una vez empeñada con objetivos meramente
burgueses, adquiere a la postre un cariz proletario, ya que es la clase obrera
la fuerza motriz que anima los acontecimientos. El proletariado que ha peleado
aliado de la burguesía para aplastar las fuerzas reaccionarias, no se detiene
fácilmente en el momento en que la burguesía quiere hacer alto. "Se
empieza, y luego ya se ve cómo hay que seguir", decía Napoleón
refiriéndose a las batallas. La clase trabajadora, en pleno combate, hace
esfuerzos para ganar la dirección del movimiento. Esta experiencia, desde
Babeuf, ha venido repitiéndose infaliblemente en todas las revoluciones
posteriores. Junio de 1848 y la Commune, en Francia; 1917, en Rusia;
1918-1919, en Alemania, son ejemplos históricos que no dejan lugar a duda. El
proletariado se une a la burguesía descontenta, pero no tarda en volverse
contra ella. La revolución, que es una cosa dinámica, no se estanca. Toma luego
un carácter pronunciado de clase. Por eso la burguesía se horroriza ante la
perspectiva de una revolución, aun cuando aparentemente esté inspirada y
dirigida por ella. El comienzo es fácil señalarlo y distinguirlo, pero el fin,
¿quién podrá determinarlo? La revolución no obedece ni a los razonamientos de
los más profundos sabios oficiales de turno ni a los arrebatadores párrafos
oratorios de los Demóstenes burgueses. Sigue adelante, imperturbable, como un
meteoro.”
La clase
obrera, pero, dividida entre anarcosindicalistas y socialistas, no pudo -o no
supo- empujar hacia la revolución. Y no supo tampoco impedir el golpe de
Estado:
“Los
sindicalistas habían dado de sí todo lo que humanamente era posible. Encerrados
en un círculo vicioso, no hacían más que dar vueltas yendo al asalto de su
propia sombra. La huelga del transporte que tuvo lugar en Barcelona, en
mayo-julio de 1923, provocada por la burguesía y de hecho contradirigida por
Primo Rivera, fue la medida de la resistencia de la clase obrera. Vencida en
una lucha a la que se había dejado arrastrar estúpidamente por un enemigo
que iba tanteando el terreno, estuvo colocada fuera de combate.
La clase
obrera de Madrid y de Barcelona tenía una dirección incapaz. El golpe militar,
con un Estado Mayor proletario medianamente inteligente, pudo haber fracasado.
La huelga general en Barcelona y el Madrid hubiera hecho abortar el
pronunciamiento. El proletariado catalán, aunque destrozado por la represión
ejercida por el partido conservador, debió haber reaccionado ante un hecho tal.
Pero el sindicalismo anarquista se había pasado años y años predicando a las
masas obreras el apartamiento de la política. Los anarco-sindicalistas
españoles, a la zaga del movimiento obrero de los países europeos
industrialmente avanzados, creía hacer un formidable descubrimiento predicando
un sindicalismo caducado, estéril, infecundo. A su entender, la clase obrera
debía preocuparse solamente de pesetas y de jornales. Lo otro, la política,
carecía de importancia, era una especulación puramente burguesa. De ese modo,
al proletariado se le inutilizaba para toda acción eficaz en las horas
difíciles de lucha social enconada. El 13 de septiembre [de 1923], la clase
obrera catalana se mantuvo en la pasividad más completa.
El
formidable acontecimiento político que acababa de sobrevenir no le dijo nada de
momento. Para los anarcosindicalistas se trataba meramente de discusiones entre
los bandos burgueses. A sus jefes, desorientados, confusos, sin saber qué
hacer, no se les ocurrió más que ocultarse. Lo que acababa de ocurrir estaba
por encima de sus cálculos.
La
dictadura ganó la primera batalla: en Barcelona. La segunda victoria se la
dieron los socialistas. El partido socialista, que no había sido destrozado por
la reacción como los sindicalistas, tenía fuerzas para detener el movimiento.
La declaración de huelga general en Madrid, que hubiera trascendido
inmediatamente a Bilbao y Asturias, hubiese sido de efectos políticos
indiscutibles. El personaje misterioso, que nadie nombra y que todos conocen,
que intervenía en el affaire, ante una perspectiva revolucionaria, hubiera, muy
valientemente, dado media vuelta. Con la huelga general en Madrid, los
sindicalistas hubiesen tenido tiempo para reponerse de su estupefacción y
lanzarse asimismo a la acción. El éxito de las grandes batallas puede depender
de un momento. La rapidez en la maniobra puede decidir la victoria. El
pronunciamiento pudo haber sido vencido el 13 de septiembre. El 14 era ya
demasiado tarde. Se trataba de un giro político instantáneo. Los socialistas
podían cambiar totalmente el aspecto de la situación. Pero no quisieron.
Premeditadamente se abstuvieron. El golpe de Estado era para ellos la salvación
que llegaba inesperadamente.”
¿Qué eran,
en realidad, lo socialistas españoles?
Una vez
el hecho consumado, los socialistas, sin titubear mucho tiempo, aceptaron el
nuevo estado de cosas, encontrando en él toda una serie incalculable de
ventajas. Les libraba de una catástrofe inminente. Anulaba, por lo menos temporalmente, a
toda una serie de adversarios temibles. En la inmunda chirlata que fue la
dictadura, los socialistas tenían pase para entrar y salir libremente. Todos
los caminos se les abrieron. El Estado dictatorial les sonrió y los acarició
con halago. Surgía para ellos de súbito un mundo de risueñas esperanzas.
Durante
los cuatro años que precedieron al golpe de Estado, los socialistas habían
atravesado instantes extremadamente críticos. En 1919 estuvieron a punto de
desaparecer. Rozaron el abismo. El pánico que se apoderó de ellos fue inconmensurable.
El “mane”, “thecel”, “phares” baltasariano apareció grabado en las paredes de
la Casa del Pueblo. Sintieron que sus días estaban contados.
La gran
avalancha obrera se dirigía hacia el sindicalismo. Las masas obreras
proletarias y campesinas iban en tropel a la Confederación Nacional del
Trabajo. Los sindicalistas, cuyos campamentos se encontraban en Barcelona,
embriagados por sus éxitos, decidieron invadir toda España. Fueron a Madrid
también. La Casa del Pueblo se tambaleaba. “El Noi del Sucre” y Pestaña daban
conferencias sindicalistas en los salones de la socialdemocracia. La
organización obrera de toda España estaba con los sindicalistas. A los
socialistas les quedaba solamente, como puesto fuerte, el núcleo madrileño, que
amenazaba ruina asimismo. Los Largo Caballero, Saborit, etc., habían hecho la
señal de la cruz y se disponían a soportar la dura prueba de la ejecución.
Todas las rutas parecían cerradas. No había ni un rayo de esperanza. Sólo un
paso en falso del adversario podía evitar el asalto de la Casa del Pueblo y la
decapitación de los santones socialistas. Los sindicalistas cometieron ese
error. Ilusionados con su fuerza y su empuje, en vez de ir a tomar la Casa del
Pueblo, esperaron pacientemente que se entregara a ellos. La socialdemocracia
ganó un momento. Para ella era preferible un sitio largo a un asalto brusco e
irresistible. En el ataque cuerpo a cuerpo, los socialistas hubieran perecido
sin gloria y sin honor. En la espera, podían sobrevenirle al enemigo
contratiempos en otros frentes. Y eso fue lo que ocurrió. El lock-out, en
Barcelona, hizo variar la dirección de la lucha sindicalista. Las condiciones
de la lucha se modificaron. Luego vino la represión contra el sindicalismo. Los
socialistas, respiraron. Se habían salvado de milagro. Quedaban muy
desquiciados, pero con vida, sin embargo. El enemigo había sido atacado con
furia en otro sector y se veía obligado a efectuar un repliegue rápido. Se
alzaba el sitio de Madrid... En los garitos de la Casa del
Pueblo, los rabadanes socialistas entonaban un “Te deum” de satisfacción. ¡Santo Dios, qué horas de terrible angustia habían pasado!
Pueblo, los rabadanes socialistas entonaban un “Te deum” de satisfacción. ¡Santo Dios, qué horas de terrible angustia habían pasado!
Las
desdichas socialdemócratas, sin embargo, no habían terminado. Un nuevo
cataclismo amenazaba la descomposición de sus filas, bastante malparadas por
cierto después de la ofensiva sindicalista. Se trataba de la lucha interior
entre partidarios de la Segunda y de la Tercera Internacional. El partido iba a
dividirse en dos fracciones, que en adelante se combatirían encarnizadamente.
La revolución rusa fue la piedra de toque para los partidos socialdemócratas.
Fosilizados en gran parte, anquilosados, convertidos en un apéndice de la
burguesía, había llegado la hora de definirse y de tomar posiciones. A un lado
o al otro. La escisión se efectuó en marzo de 1921.”
Para
explicar estas actitudes, Maurín hace un análisis duro y razonado de las
características del socialismo español:
"El
partido socialista descansaba sobre tres pilares: una masa proletaria, un
crecido grupo de intelectuales, que le daban prestigio, y la burocracia interna
apoyándose en la aristocracia obrera. Las masas proletarias, es decir, Vizcaya
y Asturias, en buena parte, abandonan el viejo partido socialista. La
“intelligentsia” se separó también. Los "pioniers" del partido,
García Quejido, Perezagua y Acevedo, siguieron el impulso de la masa. Sólo se
quedaron sosteniendo el tronado torreón la aristocracia obrera y los
funcionarios reformistas, cuya acción, libre de toda traba, fue en adelante
convertir el partido en un museo de antigüedades y en una pequeña bolsa de
trabajo.
La
escisión fue un rudo golpe para el partido socialista. En 1919 había tenido que
soportar la tremenda ofensiva exterior, en 1920-1921 se dividía interiormente.
Los mejores elementos, masas e intelectuales, se marchaban. La desaparición del
partido socialista como factor político importante quedaba inscrita en la orden
del día.
La
represión de 1920-1921 contra los sindicalistas favoreció a la
socialdemocracia. La persecución de que, al mismo tiempo, fueron asimismo
objeto los comunistas, ayudó a los socialistas a recobrar fuerzas.
Pero, en
1922-1923, las cosas políticas cambiaron. El Ministro Sánchez Guerra, y luego
la situación liberal “pour rire”, permitieron a los sindicalistas y a los
comunistas rehacerse en parte. La socialdemocracia, dentro del movimiento
obrero, fue atacada en dos sectores. Los sindicalistas recobraron
paulatinamente las posiciones que tuvieron en 1919-1920. Cataluña, Levante,
Zaragoza, Coruña, iban entrando de nuevo bajo su influjo. Las dos plazas
fuertes más importantes que antes poseía la socialdemocracia, Vizcaya y
Asturias, pasaban rápidamente a los comunistas, quedándole sólo Madrid y
algunos núcleos dispersos por la Península, sin importancia específica alguna.
Hasta
1919, el sindicalismo y la socialdemocracia se respetaban mutuamente sus
posiciones respectivas. Los primeros, teniendo como centro Barcelona, ejercían
su influencia en Cataluña y Levante, y algo en Andalucía. La socialdemocracia,
asentada en Madrid, dominaba en el Norte y se ensanchaba por Castilla. Las dos
Españas, en el orden obrero se toleraban la una a la otra. Mas, en 1919, el
sindicalismo halló las fronteras estrechas y buscó expansionarse. En 1922-1923,
siguiendo este impulso, continuó minando las posiciones socialistas.
Por su
parte, los comunistas, siguiendo una tácita distinta de la de los
sindicalistas, procuraban quedarse dentro de la Unión General de Trabajadores
para actuar en su seno en contra de la dirección reformista. Esta recurrió a la
expulsión de sindicatos para librarse de la crítica y del control de una
fracción políticamente adversa. No obstante, a pesar de todos los esfuerzos de
los jefes socialistas para dificultar la intromisión comunista, quedaba siempre
una pequeña minoría, que en todo momento encendía la mecha y provocaba
explosiones. La paz no reinaba jamás en la Unión General de Trabajadores. El
diablo de la discordia hacía estragos.
Los
socialistas estaban, pues, atacados por los sindicalistas y comunistas. La
fortaleza reformista, sometida a este asedio, tenía necesariamente que
capitular, tarde o temprano. La situación era enormemente difícil.
No sólo
esto. El panorama era, ciertamente, poco agradable en el terreno sindical. Por
si esto fuera poco, en la arena política renacía otro contendiente, que volvía
a proyectar su sombra sobre los socialistas: el movimiento republicano.
La
socialdemocracia ha crecido en todos los países, atrayéndose una parte de los
elementos que antes formaban parte del radicalismo pequeñoburgués. La
descomposición del republicanismo aportaba fuerzas a los socialistas. Esta
etapa histórica se vivió en España entre 1910 y 1920. El crecimiento de la
socialdemocracia en Madrid se hizo sobre la base de la pulverización del
republicanismo.
La
debilidad de partido socialista como resultado de la escisión surgida en 1921 y
de la ofensiva sindicalista, así como su incapacidad congénita para comprender
la importancia de los problemas políticos y su reacción ante ellos, hicieron
que el partido socialista fuese aventajado por los republicanos en la acción
política que tuvo lugar en 1922-1923, a consecuencia del desastre de Marruecos.
El republicanismo conquistaba fuerzas que la socialdemocracia le había
arrebatado. Perdido el núcleo intelectual, el partido socialista, como partido
pequeñoburgués, era inferior realmente al partido republicano. Este ascendía en
la proporción que la socialdemocracia bajaba.
Tal era
el panorama, con respecto al partido socialista, en septiembre de 1923. En las
esferas dirigentes reinaba el pánico más atroz. Después de un pequeño
crecimiento, en 1917, tenían que constatar una disgregación rápida y una
próxima muerte inevitable. Los tres frentes dirigidos contra la
socialdemocracia bombardeaban sin compasión. La hora de la derrota total,
definitiva, no podía hacerse esperar. Únicamente un cambio brutal de la
política general de España podía evitar la catástrofe. Sólo un golpe de Estado,
que hiciera enmudecer a los tres adversarios que cañoneaban contra los
socialistas y garantizara a estos últimos la existencia, lograría modificar las
siniestras perspectivas.
El golpe
de Estado era tan indispensable a los socialistas como a la Monarquía, al
Militarismo, al Clero, al capital bancario y a la gran burguesía industrial.
Los socialistas comprendieron enseguida el alcance de la mutación política, y,
sin perder momento, prestaron a los nuevos señores todo su concurso. La
dictadura, como recompensa, persiguió a comunistas y sindicalistas. Sin estos
enemigos temibles, el partido socialista tendría tiempo y ocasión para
fortalecerse y trocarse en un gran partido, en la quinta rueda del sistema
burgués. Ese era, al menos, el pensamiento de Largo Caballero y compañía.”
Hay en el
movimiento obrero español una dualidad que no es solamente ideológica y que
Maurín, formado en Cataluña, ligado al movimiento obrero catalán, comprende
mejor que los socialistas y que los propios anarcosindicalistas:
“La
capital de la España medieval tenía que ser Toledo, Valladolid o Madrid; es
decir, una plaza en el centro de la estepa castellana. Es lógico que el
feudalismo procurara la defensa de sus posiciones.
Con el
descubrimiento de América y el progresivo desarrollo de la burguesía, la
capital debía ser Lisboa o Barcelona. En uno o en otro caso, la burguesía que
hubiera crecido en la capital hubiese acabado por asaltar el Estado, realizando
la revolución burguesa. Esto es lo que Felipe II comprendió bien, asentando la
capital en el desierto.
En Madrid
no hay gran burguesía. En cambio, es el foco de todos los restos del
feudalismo. La pequeña burguesía madrileña, la más radical de España,
precisamente porque tienen que enfrentarse con la reacción feudal, no puede
ganar por sí sola una revolución que subvierta los fundamentos de la estructura
histórica de España.
Madrid es
la capital oficial de España, pero la capital efectiva, real, es Barcelona.
Todos los grandes acontecimientos politicosociales sobrevenidos en España
durante los últimos años han tenido lugar en Barcelona o han sido inspirados en
Barcelona. Y esto tanto en el campo obrero como en el dominio de la burguesía.
La
explosión proletaria más sensacional, más gigantesca que hasta comienzos de
siglo se había dado en España fue la huelga general de Barcelona del año 1902,
que constituye un jalón imperecedero en la historia de las luchas sociales en
nuestro país. La Solidaridad Catalana, 1906-1907, y toda la serie de hechos
políticos que de ella se derivaron -antimilitarismo, ley de Jurisdicciones,
cuestión catalanista- estremecieron la política general de España. El 1909 rojo,
que pudo haber sido una revolución trascendental, ocurrió en Barcelona y no en
Madrid. En 1917, la aparición de las Juntas de defensa y la Asamblea de
Parlamentarios surgen asimismo en las Ramblas. El 1919 sindicalista,
tumultuario, soviético, fulgurante, es hijo de Barcelona. El golpe de Estado,
en 1923, se da cerca de la estatua de Colón...
Esta
característica diferencial entre Madrid y Barcelona debió haber sido
comprendida por los primeros propagadores del movimiento obrero. Hacer de
Madrid el centro de la clase trabajadora significaba consagrar la escisión
permanente del proletariado español.
Pablo
Iglesias se apartó de Barcelona, dejando el campo libre a todas las
experiencias anarquistas y a la demagogia de la pequeña burguesía por las
mismas razones que el feudalismo había trocado un villorrio insignificante en
capital de España. Pablo Iglesias, representante típico del oportunismo
socialista, de la colaboración de clases, comprendió que Barcelona como centro
obrero de España crearía la unidad de la clase trabajadora frente a la dualidad
de la burguesía -agraria e industrial-, lo cual sería causa de perturbaciones
políticas de gran alcance. Barcelona, inspiradora del movimiento obrero,
significaría el triunfo de la corriente revolucionaria y la derrota de la
tendencia reformista. Pablo Iglesias, guiado más por los intereses de la
burguesía que por los de la clase obrera, consagró la escisión proletaria,
dejando Barcelona a merced del azar.
Este fue
el primer gran pecado de la socialdemocracia española.
La
protesta contra los crímenes horrorosos de Montjuic fue llevada a cabo por la
pequeña burguesía. El socialismo se mantuvo en una actitud de soberana
indiferencia o manifestó un intervencionismo de encargo, puramente formal.
La huelga
general de 1902, no sólo fue objeto del boicot por parte de los socialistas,
negándose a colaborar, sino que Pablo Iglesias y su grupo se esforzaron porque
las Trade-Unions británicas, que se disponían a ayudar a los huelguistas moral
y materialmente, desistieran de sus propósitos.
Después
de esta huelga general famosa, Barcelona obrera daba por terminada una etapa
-la anarquista- y se disponía a emprender otro sendero. ¿Cuál? El proletariado
no encuentra empíricamente su camino. Dejado a su libre impulso, sin guía doctrinal,
cae en un estrecho corporativismo o se deja arrastrar por la pequeña burguesía
radical.
El
momento era llegado para que el partido socialista se adueñara de la dirección
del proletariado catalán y surgiera un formidable partido obrero en España. Esto
hubiera cambiado del todo la dinámica de la política habitual del país. La
aparición de un partido obrero revolucionario con una base inexpugnable en
Barcelona hubiese sido un estampido de cañón en la mitad de la noche.
La acción
de masas que tuvo lugar con el lerrouxismo hubiera poseído otro carácter más
sólido, más taladrante. La clase obrera hubiese ayudado, en 1906, a la
burguesía catalana a imponer la revolución democrática, en vez de hacer la
política favorable al Estado que siguió Lerroux. La revolución burguesa tenía
la victoria segura con la clase obrera como aliado.
Pero la
socialdemocracia se alejó de Barcelona una vez más.
En 1909,
las masas obreras de Cataluña, impulsadas por la necesidad histórica de la
revolución, se insurreccionaron. Aquel movimiento, caótico, incoherente, sin
dirección, fue, sin embargo, una de las páginas más brillantes del proletariado
español. La clase obrera, dirigida por la pequeña burguesía, se equivocó en el
ataque. Cayó sobre el clericalismo en lugar de lanzarse al asalto del Estado.
Quemó conventos e iglesias en vez de tomar los cuarteles, Montjuic, Capitanía,
el Gobierno civil, los Bancos. No obstante su error básico, aquella protesta
encendida merecía el apoyo entusiasta de todos los trabajadores españoles. La
revolución de julio, triunfante en Cataluña, pudo ser ahogada en flor,
exterminada violentamente, porque el resto de España se mantuvo en la mayor
pasividad. Si la insurrección hubiese estallado al mismo tiempo en Vizcaya,
Asturias y Madrid, el aspecto del movimiento hubiera sido otro, conduciendo
irremediablemente a la lucha por el Poder. Pero la defección de la
socialdemocracia se dio la mano con la pequeña burguesía aterrorizada.
Socialistas y lerrouxistas se movían siguiendo el mismo impulso. La reacción
pudo poner en práctica todos los medios para aplastar a los “sansculottes” del
Paralelo. La responsabilidad del fracaso y del asesinato de Ferrer corresponde
por igual a Lerroux y a Pablo Iglesias.
Después
de 1909 empieza el declive del radicalismo. La clase obrera catalana ha
comprendido, tras una dura experiencia, que la dirección de las masas
proletarias ejercida por la pequeña burguesía conduce al desastre. La reacción
natural es el odio a la política, ya que la política ensayada ha sido catastrófica.
Es el partido socialista quien con una labor revolucionaria tenía que enseñar a
las clases trabajadoras que hay una política obrera y otra burguesa, una
democracia obrera y otra burguesa, y que los objetivos de dos clases diferentes
en manera alguna pueden ser idénticos. El partido socialista, como en el último
cuarto del siglo XIX y como a comienzos del XX, dejó de cumplir con su deber.
El movimiento obrero catalán fue orientándose hasta el sindicalismo y
apartándose de la acción política.”
La crítica
de la socialdemocracia no puede separarse del análisis de la historia
contemporánea del país:
“En 1917
vuelve a manifestarse en España la crisis revolucionaria. Ahora la
socialdemocracia es fuerte y puede desempeñar en los acontecimientos un papel
importantísimo. Las masas obreras se orientan hacia el partido socialista y
quieren convertirlo, a pesar suyo, en un instrumento de combate y de conquistas
políticas. La socialdemocracia podía entonces, actuando dignamente, obtener la
hegemonía del proletariado español.
La huelga
general de agosto de 1917 era el comienzo de la revolución. En ese momento la
burguesía no estaba aún tan aterrorizada por las perspectivas inciertas como
tres meses más tarde. La burguesía, que quería el Poder y no sabía cómo
ganarlo, lo hubiese recibido gracias a la acción revolucionaria de las masas
obreras.
Pero en
la hora decisiva los socialistas se batieron en retirada. La huelga general fue
asesinada por la espalda por aquel Comité de ilustres revolucionarios integrado
por Besteiro, Largo Caballero y Saborit. El movimiento de agosto era apuñalado
por Cambó y por los socialistas. El sincronismo político de socialistas y gran
burguesía se repetía una vez más. No había de ser la última. En la hora
decisiva, seis años más tarde, estarían a un mismo lado de la barricada.
En el
verano de 1920, Salvador Seguí, con la intuición perfecta del giro de los
acontecimientos, salió de Barcelona a Madrid y obligó a Largo Caballero a
firmar un pacto entre la Unión General de Trabajadores y la Confederación
Nacional del Trabajo. Se convenía que cuando una de las dos organizaciones
fuese atacada por el Gobierno, la otra ofrecería su concurso. Los socialistas
aceptaron el pacto sin ningún entusiasmo. Seguí quería formar un potente bloque
para desvirtuar el ataque a muerte que la burguesía catalana se disponía a
emprender.
El fuego
se rompió al cabo de pocos meses, a últimos de noviembre. Martínez Anido fue
nombrado gobernador civil de Barcelona, recibiendo plenos poderes para
“restablecer la calma”. El Estado Mayor sindicalista: Seguí, David Rey,
Botella, etc., fue deportado a Mahón; Layret cayó acribillado a balazos. Empezó
la “pacificación”.
La Unión
General de Trabajadores, con arreglo al pacto acordado y, aunque el pacto no
hubiera existido, por un deber ineludible de solidaridad proletaria, tenía que
movilizarse rápidamente para salir en defensa de los obreros ametrallados.
La Unión
General de Trabajadores recibió de los núcleos sindicalistas el aviso para ir a
un paro general; pero la Unión General de Trabajadores no se movió. Dejó que en
Barcelona se asesinara impunemente y que las cuerdas de deportados recorrieran
todas las carreteras de España. No hubo de su parte la menor protesta activa.”
La
conclusión del análisis de las fuerzas políticas españolas es que la
destrucción del régimen político ya no la pueden hacer los republicanos, la
pequeña burguesía, sino que ha de ser obra de la clase trabajadora. Lo dice
Maurín con las frases más encendidas del libro, que recuerdan al Maurín orador:
voz sorda, gestos tajantes, mechón sobre la frente, frases cortas como
puñetazos:
“Hay algo
que los republicanos no comprenden. Y es que la Monarquía no es el rey, sino
todo lo que ella encarna. La fuerza de la Corona, su vivacidad, a pesar de
todos los contratiempos, radica en su valor representativo. La Monarquía es una
Sociedad Anónima cuyos accionistas principales son la Iglesia, el Militarismo,
las oligarquías financieras, el Banco de España, la Aristocracia, los grandes
latifundistas y, los elevados dignatarios de la máquina del Estado. En esta
Sociedad Anónima, el monarca desempeña las funciones de presidente. La Sociedad
Anónima monárquica sabe que la deposición del presidente puede ser causa de una
grave crisis interior. Por eso la defensa del rey es la defensa propia. De ahí
la firmeza de la Corona.
Los
republicanos, excesivamente simplistas, no ven en esa monstruosa Sociedad
Anónima más que la figura que está en la cúspide, es decir, el rey. Y creen que
hacerlo bajar de su sitial es fácil y ello lo resuelve todo.
Y, sin
embargo, no es así. Es la Monarquía en totalidad la que hay que abatir. Y esto
no puede hacerse sin una profunda revolución.
El rey
pudiera un día ser destronado en virtud de una algarada militar. Pero la gran
Sociedad Anónima monárquica, ¿desaparecería automáticamente por un golpe de
varita mágica? Toda la raigambre de intereses que se concentran alrededor de
los restos feudales, de los que la Monarquía no es más que la clave de bóveda,
con la inercia que comunica una persistencia de siglos y siglos, no puede
saltar si no es mediante una mina cargada de dinamita. Sólo una revolución que
socave las entrañas de la sociedad actual pulverizará la agrietada, pero firme
aún fortaleza de las supervivencias feudales.
Naturalmente,
esta revolución creadora no puede ser obra de los republicanos. No la llevaron
a cabo cuando tenían fuerzas suficientes. Menos la harán ahora. Los
republicanos, como máximo, podrán producir un engendro híbrido, como el de
1873.
La gran
revolución española será la clase trabajadora quien la lleve a cabo.”
El libro
contribuyó a aclarar las ideas y dio unos objetivos definidos a muchos
comunistas sin organizar y a la Federación misma. Del análisis se derivaban una
estrategia y una táctica, que Maurín aplicará en los años sucesivos: alentar
toda conquista que acelere la revolución democráticoburguesa y oponerse a toda
medida que la retrase.
Maurín
preveía un periodo de ilusiones obreras con la República. Los socialistas no
hablaban de medidas sociales, sino sólo políticas. La gente estaba tan
descontenta con la monarquía, que pensaba sólo en el cambio formal de régimen.
Los anarquistas, a pesar de su tradicional apolítica, ayudaban a los
republicanos sin hacer nada para obligarlos a adoptar posiciones sobre las
cuestiones sociales. La república aparecía, para la mayoría, como una panacea.
Maurín sabía que no podía serlo y su análisis de la historia moderna de España
lo llevaba a concluir que había que empujar hacia la proclamación de la
República, pero al mismo tiempo vacunar al proletariado contra las ilusiones
republicanas para que no dejara de presionar y no abandonara su misión del
momento: hacer la revolución democráticoburguesa.
El grupo de
“La Batalla” iba, pues, contra la corriente. Se encontraba aislado del Partido
oficial (así lo llamaremos en lo sucesivo, porque así era como se le conocía en
el movimiento obrero español, donde a los comunistas también los llamaban
“chinos” o, por extensión “coletas”, porque hablaban más de la revolución china
que de la española). A los republicanos y socialistas, el de “La Batalla” les
parecía un grupo de mal agüero. Las direcciones socialistas y anarquistas eran
impermeables a la propaganda, pero no las masas. Y a éstas, a la base de la CNT
sobre todo, se dirigía “La Batalla”. Fueron las masas las que indujeron a
sustituir el gobierno de un general -Juan Bautista Aznar- y a éste a convocar
elecciones municipales. Las masas también impulsaron a los republicanos a
unirse, firmando el llamado Pacto de San Sebastián en agosto de 1930, y luego a
constituir un Comité Revolucionario de republicanos, socialistas y catalanistas
de izquierda. Algunos militares (entre los cuales el coronel piloto Ramón
Franco, y el general Gonzalo Queipo del Llano) se sublevaron en Madrid y luego
los capitanes Fermín Galán y José García Hernández se sublevaron en Jaca en
diciembre de 1930. Estas sublevaciones no reflejaban a los dirigentes guiando a
las masas, sino a las masas empujando a los dirigentes. Esta situación de
superioridad de las masas con respecto a sus dirigentes se repetirá diversas
veces, en 1934, en 1936, en 1937. En las masas, pues, había que confiar para
formar un partido capaz de llevar a la revolución democráticoburguesa.
De momento
el grupo de “La Batalla” debía limitarse a la propaganda de sus puntos de
vista, a través de su semanario y de una revista mensual teórica, “La Nueva
Era”, cuyo primer número salió en París en enero de 1930 y los sucesivos en
Barcelona. Otro semanario se hizo eco de esos mismos puntos de vista, a los que
sus redactores habían llegado por su cuenta y también como eco del libro de
Maurín: “L'Hora”, que apareció en catalán a partir de diciembre de 1930. Los
que publicaban este semanario se consideraban comunistas, pero no estaban
afiliados al Partido Oficial. Muchos de ellos formaban parte del Partit
Comunista Català.
A fines de
julio de 1930 Maurín es detenido y está unas semanas en la prisión. El 2 de
octubre, firma un manifiesto de protesta por la detención y expulsión a Francia
de Francesc Macià, que había regresado. En la cárcel están también Jordi Arquer
y algunos otros elementos del PCC, amigos de Maurín. Hablan con éste sobre todo
de la cuestión catalana y cuando se convencen de que su posición sobre ella,
expresada en su libro, es sincera, deciden trabajar juntos para formar con la
Federación y el PCC un solo partido.
Los hechos
pesaban mucho y los hechos exigían un partido nuevo. En la Federación, algunos
conservan todavía la esperanza de cambiar al Partido oficial, y en el PCC
algunos no creían en la separación real de la Federación y el Partido oficial.
Pero se siguió hablando de las posibilidades de fusión.
Hubo una
reunión clandestina de militantes de la Federación, en una playa cercana a
Barcelona. La mayoría se mostró favorable a la fusión. La ruptura con el
Partido quedó, pues, confirmada. Varios, de los que se opusieron a la
fusión decidieron quedarse en el Partido y otros siguieron en la
Federación (algunos de los cuales, más tarde, regresaron al Partido, mientras
que la mayoría permanecieron leales a la Federación y, con el tiempo,
comprendieron que no era posible cambiar al Partido desde dentro).
Por la misma
época, en octubre de 1930, el PCC celebró su congreso. La mayoría se pronunció
por la fusión. Un grupo de profesionales, sin embargo, se opuso a ella y se
quedó fuera. Entre ellos había el que figuraba como propietario del semanario
“Treball” (puesto que siendo el PCC ilegal, no podía, lógicamente poseer un
periódico legal); y se negó a devolver el periódico al PCC. Esto hizo posible
que “Treball”, que no volvió a aparecer más que esporádicamente, se convirtiera
durante la guerra civil en el órgano de los comunistas de Barcelona, puesto que
con ellos acabó quien había retenido la propiedad del título.
Entre tanto,
en septiembre de 1930, Andreu Nin había regresado a Barcelona. Maurín esperaba
que una vez volviera a sentirse en su casa, los hechos inducirían a Nin a
ingresar en el futuro partido resultado de la fusión ya decidida. Nin mismo,
durante un tiempo lo creyó también y así se lo escribió a Trotski (2).
Nin se
encontraba atraído por dos influencias contradictorias. Por un lado, la enorme
influencia de su experiencia rusa y su afecto personal por Trotski. Por otro
lado, la realidad del país, que no encajaba en los clichés de la Internacional
ni en los de Trotski. No puede participar en la política activa, porque el
grupo trotskista es ínfimo. El 23 de octubre, informa a Trotski de sus
impresiones de regreso:
“Actualmente
tenemos: 1) el Partido [comunista] oficial, que no tiene ninguna fuerza
efectiva y cuya autoridad en las masas es nula; 2) las Federaciones Comunistas
de Cataluña y Valencia, excluidas del partido, y que, en realidad, junto con
los grupos más influyentes de Asturias y de otros lugares, constituyen, de
hecho, un partido independiente; 3) el Partit Comunista Català, que tiene un
buen equipo dirigente y cuenta con cierta influencia entre los obreros del
puerto de Barcelona y domina el movimiento obrero de Lérida, y 4) la Oposición
de Izquierda [trotskista], que no tiene ninguna fuerza en Cataluña.”
Una semana
después (el 2 de noviembre), habla a Trotski de Maurín, que, “a pesar de sus
vacilaciones, es un camarada muy inteligente y, sobre todo, muy honrado”.
“La Batalla” le parece “confusionista” y espera que Maurín pronto se hará
trotskista. “Sería una adquisición de gran valor, pues es muy apreciado y
muy honrado. Podríamos perder todo esto si lo atacáramos de un modo demasiado
injustificado”.
A fines de
diciembre de 1930, Nin se encuentra en la Cárcel Modelo, detenido después de la
huelga general que apoyó, en Barcelona, la ya citada sublevación militar de
Jaca, y escribe desde allí un artículo a “L'Hora”, en el cual defiende el mismo
punto de vista de Maurín, sobre la necesidad de que el proletariado haga la
revolución democrático-burguesa.
Nin se
encuentra, pues, entre la espada y la pared: quisiera ingresar en el partido
que se está preparando y sabe que en él tendría un buen lugar, pero al mismo
tiempo, por lealtad con Trotski, considera que esta entrada debería ser para
conquistar el nuevo partido y convertirlo en trotskista. Cuando, en febrero de
1931, se habla de elecciones legislativas, Nin anuncia al jefe bolchevique que
la Federación lo presentará en candidatura y propone que dos trotskistas de
Madrid ingresen en la Federación. Ante el anuncio de esas elecciones, “L 'Hora”
sugiere que se forme una candidatura de presos políticos. Pero no habrá
elecciones legislativas, sino sólo municipales, y esta iniciativa no se llevará
a la práctica.
Los hechos
van más deprisa que las negociaciones para la fusión de la Federación y el PCC.
La sublevación de Jaca y la huelga general de Barcelona impiden que el congreso
de fusión se celebre en diciembre, como estaba previsto. Militantes de ambos
grupos en la cárcel y en la calle, conviven ya de hecho como miembros de un
mismo partido.
Precisamente
porque los acontecimientos van deprisa, es necesario diferenciar las
posiciones. La Federación publica en “La Batalla”, una carta abierta al Comité
Ejecutivo de la Internacional Comunista, en la cual expone sus críticas a la
línea del Partido: la dirección del Partido oficial no ha hecho absolutamente
nada para crear en Vasconia, en Galicia, en Andalucía, un movimiento de
independencia nacional íntimamente ligado a la clase obrera revolucionaria. La
carta señala cuál debería ser la política del Partido, en este terreno: “Somos
partidarios de un Estado por cada nación”. Propone, además, la formación de
juntas revolucionarias, ya que parecía absurdo pedir, como hacía el Partido,
todo el poder para los soviets, cuando en España nunca hubo soviets y muy pocos
sabían la que eran. La junta es la forma española, espontánea, de organización
del contra-poder que aspira a convertirse en poder. Finalmente, la carta
prometía “luchar con todas las fuerzas” por la realización total de la
revolución democrática (3).
Los
acontecimientos hacen lo que los comentaristas llaman precipitarse. Cae el
gobierno del general Berenguer una vez la oposición republicana anuncia que no
participará en las elecciones legislativas convocadas por el general.
Substituye a éste el almirante Aznar. El 20 de marzo de 1931 tiene lugar en
Madrid la vista de la causa contra los miembros del Comité Revolucionario, por
haber firmado un manifiesto republicano en diciembre. Seis meses de cárcel a
cada encartado. El 22 de marzo, el gobierno restablece las garantías
constitucionales y convoca elecciones municipales, como una prueba de su deseo
de volver a la constitucionalidad y con la vana esperanza de que unas
elecciones habitualmente administrativas no adquieran carácter político.
Ante todo
esto y el futuro, hay que fijar posiciones. Los militantes del PCC y de la
Federación se reúnen, en grupos, en casas particulares o en cafés, y van
redactando textos políticos, de organización, sindicales. A base de esos textos
Maurín y unos pocos más escriben las tesis que discutirá y aprobará el congreso
de fusión y que serán la plataforma del nuevo partido. Las células de los dos
partidos, al recibir la copia mimeografiada de esas tesis, las discuten y
proponen enmiendas.
Hay que dar
forma oficial a la fusión, que ya existe de hecho. El congreso convocado para
diciembre puede reunirse, finalmente, en marzo de 1931, en un bar de la ciudad
fabril de Terrassa.
Uno de los
asistentes, al ver el reducido número de delegados, comenta:
-Estamos
en familia-. Y agrega, para consolarse: -Menos eran los primeros
bolcheviques...
Notas
del capítulo 1
(1) Manuel
Buenacasa: “El movimiento obrero español”. Barcelona, 1928, pp. 109, 71,72 y
110.
(2) Joaquín
Maurín: “Hombres e historia”, serie de artículos en “España libre” de Nueva
York, a partir del 19 de febrero de 1960.
(3) Maurín,
op. cit.
(4) Andando
el tiempo. Maurín adoptó una actitud más crítica sobre la fundación de la
Tercera Internacional. En 1960 (op. cit), en efecto, escribió que al fundar la
Internacional "Lenin cometió un grave error de enfoque cuyas
repercusiones fueron desastrosas para el movimiento obrero mundial y para la
causa de la democracia. En 1919, Lenin creía que la revolución rusa era el comienzo
de la revolución mundial y procedía en consecuencia. A su modo de ver, la
Tercera Internacional agruparía a las fuerzas revolucionarias de todo el mundo
y la toma del poder político y económico por la clase trabajadora se produciría
con la facilidad con que el fruto cae del árbol cuando está maduro.
Ideológicamente, Lenin era una mezcla de socialista marxista y socialista
utópico. Su marxismo "científico" tenía mucha ganga utópica... En la
concepción de la Tercera Internacional el utopista se sobrepuso al marxista. La
Tercera Internacional no produjo la revolución mundial, sino la
contrarrevolución mundial. La clase obrera quedó dividida en dos organizaciones
rivales y por la brecha abierta penetró poco después el fascismo".
(5) Joaquín
Maurín: “Revolución y contrarrevolución en España”, París. 1966. Apéndice, p.
258.
(6) Para más
detalles véase de Víctor Alba: “La formació d'un revolucionari: Andreu Nin”.
Barcelona, 1973.
(7) Para la
interpretación de los acontecimientos españoles por el delegado de la
Internacional, consúltense: Jules Humbert-Droz: “Dix années au service de
l´Internationale Communiste”. Ginebra, 1971. Su conocimiento de España era tan
superficial que hubo casos, según él mismo cuenta, en que, estando en España,
se enteró de una huelga general por los diarios.
(8) Maurín:
“Revolución y contrarrevolución en España”, p. 266.
(9) Para más
detalles sobre este viaje de Macià, véase de Víctor Alba: “La formació d'un
revolucionari: Andreu Nin”. cap. 3.
(10) José
Bullejos: “Europa entre dos guerras”. México, 1945. pp. 100-101.
(11) Joaquín
Maurín: “El Bloque Obrero y Campesino”. Barcelona, 1932, pp. 13-17.
(12) Maurín:
“El Bloque Obrero y Campesino”, p. 18-19.
(13) José
Bullejos: op. cit. p. 127-128.
(14) En
realidad, me afirma Maurín en 1972, la Federación Catalano-Balear no envió
ningún delegado, porque se consideraba ya separada del Partido, pero la
dirección de éste escogió a dos militantes a los que atribuyó la representación
de la Federación. Bullejos no lo dice así porque él, entonces, formaba parte de
esta dirección.
(15) Es
interesante comparar esta versión, dada por el dirigente máximo del Partido en
1930, pero escrita cuando ya no formaba parte del movimiento comunista, con la
que da un equipo de militantes actuales del Partido, encabezado por Dolores
Ibarruri ("La Pasionaria"), todos los cuales, en 1930, eran simples
miembros. Esta versión se encuentra en la Historia del Partido Comunista de
España (París, 1965. p. 82).
Notas
del capítulo 2
(1) Nin
había estado en la Profintern hasta el 1928. Después de inclinarse por Bujarin,
manifestó su simpatía por Trotski y fue despedido de la burocracia de la
Internacional Sindical Roja, a cuyo servicio, antes, había hecho viajes
clandestinos a Italia, Alemania y Francia (donde fue detenido y expulsado).
Después de vivir varios meses de traducciones, le permitieron salir del país
con su mujer -una rusa-, y sus dos hijas. Naturalmente, se instaló en
Barcelona, puesto que, caída la Dictadura, se permitió el regreso de los
exilados.
(2) Para más
detalles sobre Nin, véase de Víctor Alba: La formació d'un
revolucionari: Andreu Nin, Barcelona 1973. La correspondencia entre Nin y
Trotski se encuentra fragmentada, en “La Révolution espagnole”, Etudes
Marxistes núms. 7-8, París, 1969.
(3) Como
curiosidad histórica, señalemos que quince años más tarde, un trotskista
mexicano que estaba en España durante la guerra civil, G. Munis, en su libro Jalones
de derrota, promesa de victoria, México, 1948. p. 59, calificaba esta carta
abierta de centrismo estalinista y de nacionalismo pequeño-burgués, porque
admitía la posibilidad de luchar por la revolución democrática
independientemente de la revolución socialista.
G.
Munis JALONES DE DERROTA PROMESA DE
VICTORIA
Crítica y
teoría de la revolución española (1930-1939)
Revolución
y contrarrevolución en España, de Joaquín Maurín
Hacia la
segunda revolución, de Joaquín Maurin
3. El Bloque Obrero y Campesino
El congreso de Terrassa debía enfrentarse a dos cuestiones fundamentales: cuál era la realidad del país y cuál querían que fuera en el futuro, por un lado, y por el otro qué tipo de organización era la más adecuada para luchar por transformar esta realidad en la que deseaban.
La mayoría
de los participantes eran jóvenes, formados bajo la Dictadura, sin experiencia
política ni sindical, pero había un puñado de viejos militantes cenetistas
y de la primera hora del Partido Comunista, con una larga experiencia de
combate
obrero.
obrero.
Los
problemas que se les planteaban eran inéditos. Había que inventar soluciones y
respuestas. Poco les valía que otros también lo hicieran, porque rechazaban sus
posiciones: las del apoliticismo sindicalista, las del colonialismo ideológico
comunista, las de la evasión republicana. La visión de la realidad española que
tenían los reunidos era única, nueva, distinta de todas las restantes.
Esta visión
se sintetizó en las tesis políticas aprobadas, que había preparado Maurín.
España necesitaba una revolución democrático-burguesa que debía realizar la
clase obrera, puesto que la burguesía se había mostrado incapaz de hacerla. Así
se abriría el camino hacia la revolución socialista. Esta revolución debía
llevarse a cabo con completa independencia internacional, sin someterse a
ninguna línea política que no fuera determinada por los propios obreros de la
Península.
Esto marcaba
ya la posición internacional del nuevo partido. No se afiliaría a ninguna de las
Internacionales existentes, y defendería la revolución rusa sin abandonar por
esto el derecho y el deber de criticar lo que considerara errores de sus
dirigentes. Se opondría al colonialismo y al imperialismo, apoyaría los
movimientos de emancipación nacional y las rebeliones coloniales.
Una cuestión
que, dada la diversidad de origen de los congresistas, preocupaba a muchos, era
la posición del nuevo partido frente al problema catalán. Las tesis del
Congreso sobre él lo presentaban no como un problema aislado, sino
relacionándolo con las cuestiones más generales de las nacionalidades ibéricas
y también de las reivindicaciones de la revolución democrática:
“Los
comunistas de Cataluña, que no olvidan la doble esclavitud que sufrimos como
trabajadores sometidos a una burguesía y como catalanes dominados por un poder
extranjero, reclaman el derecho de Cataluña, el derecho de todas las
nacionalidades ibéricas, a la libre determinación de su propio destino, hasta
la separación inclusive.
No queremos decir aquí que nos separemos de otros pueblos de Iberia.
Queremos solamente decir, que como comunistas partidarios del libre albedrío de
los pueblos, no nos podemos oponer si reclaman esta libertad y se organizan por
separado de las otras nacionalidades que constituyen España.
Naturalmente, no confundimos este derecho con las necesidades de una
burguesía cualquiera, que quiera proclamarse autónoma a causa de sus
necesidades económicas de clase.
Pero, partidarios de un Estado por cada nación, los comunistas de
Cataluña invocan la organización de todas las naciones ibéricas en una
federación de estados agrupados sobre la base de un reconocimiento mutuo de una
completa libertad interior.
Nuestra reivindicación es, en lo que se refiere a la cuestión
nacionalista: Unión de las Repúblicas Ibéricas. En lo que concierne a Marruecos
pedimos su abandono total. Que los marroquíes se organicen como quieran. No
tenemos el derecho de intervenir en sus decisiones”.
Pero tener
posiciones que se consideran justas no es garantía de que las mismas influirán
en la realidad. Precisa una organización que consiga para ellas la adhesión de
las masas. ¿Cuál debía ser esa organización? Los congresistas no estimaron que
un simple partido comunista, aunque independiente de la Internacional, bastara.
La masa obrera no sabía lo que el comunismo era y su formación marxista era
levísima. Había pues, el riesgo de que si el programa y la acción del nuevo
partido atraían a mucha gente -y los congresistas lo esperaban-, esa gente, sin
formación marxista, acabaría dando al partido un tono que los reunidos en
Terrassa no consideraban el apropiado a las necesidades del país.
El nuevo
partido debía ser democrático y regirse por la voluntad de sus militantes,
libremente expresada, después de libres discusiones periódicas y espontáneas.
Pero un partido así, en un medio con pocos marxistas, podía dejar pronto de ser
marxista. ¿Cómo resolver esta situación? La solución surgió cuando se propuso
crear un partido con dos niveles, uno de marxistas militantes y otro, por
decirlo así, de noviciado, de simpatizantes, para que, una vez la experiencia
les hubiera formado, pasaran a ser militantes del otro nivel.
¿Qué nombre
dar a esas dos organizaciones de un mismo partido? Se discutió mucho sobre
esto. En los congresos, las cuestiones de táctica suelen ocupar mucho más
tiempo que las de principio. Finalmente, el congreso encontró la solución:
habría una Federación Comunista Catalano-Balear, de la que formarían parte
todos los miembros de la Federación y del PCC, los cuales desaparecían, y a la
cual irían entrando los miembros de la otra organización, una vez preparados y
educados políticamente. Esta otra organización, que se esperaba que fuera de
masas, debía tener un nombre atrayente, que sintetizara su carácter. El nombre
fue el de Bloc Obrer i Camperol (Bloque Obrero y Campesino), que pronto fue
conocido por BOC. Recordaba una consigna de la Tercera Internacional en 1927,
la de formar bloques de obreros y campesinos. Pero parecía adecuado a la
situación social del país.
El nombre,
además, sonaba bien lo mismo en catalán que en castellano. ¿Para qué
preocuparse de esto en un partido que tenía su base solamente en Cataluña? Por
dos razones: porque una buena parte del proletariado catalán era inmigrado, de
habla castellana, y porque el nuevo partido aspiraba a extenderse con el
tiempo, al resto de España (1).
El Congreso
eligió un Comité Central, que a su vez designó un Comité Ejecutivo, en los
cuales había por mitad elementos procedentes del PCC y elementos de la Federación.
El primer Comité Ejecutivo del Bloque estaba formado por Joaquín Maurín como
secretario general, y por David Rey, Pere Bonet, Miquel Ferrer, Jordi Arquer y
Víctor Colomer. Cuando la fusión se realizó a nivel local, donde la exigüidad
de los grupos muchas veces no permitía preocuparse de las cuestiones de
paridad, el nuevo partido llegó a tener 700 miembros (2).
Esos
setecientos afiliados eran todos militantes y todos conocidos en sus lugares de
trabajo, en su sindicato, ateneo, pueblo o barrio. Todos habían participado en
las actividades contra la Dictadura.
Los
acontecimientos llamaban a la puerta. Se habían convocado elecciones
municipales. La Esquerra Republicana de Catalunya, partido de clase media
organizado por Macià, cuando finalmente la policía le permitió regresar a
Barcelona, propuso al Bloque entrar en la coalición electoral que había
establecido con la Unió Socialista de Catalunya. El Bloque declinó, porque las
elecciones eran una oportunidad de darse a conocer. Por otro lado, el programa de
la Esquerra era vago y el del Bloque, muy concreto (3).
El Bloque
presentó candidatos en los pueblos donde tenía sección (una decena, de momento,
la mayoría en Lérida) y en casi todos los distritos de Barcelona (4). Todos los
dirigentes del Bloque fueron candidatos a concejal. Ninguno, claro, esperaba
triunfar. La campaña electoral fue breve y poco intensa, por falta de
organización y de dinero. Pero así y todo permitió exponer un programa
municipal que puede resumirse con una frase: ni un
céntimo para los barrios de los ricos, todo el dinero para los barrios obreros.
Pedía también la construcción de un edificio para alojar a sindicatos y
partidos obreros, subsidio para los obreros en paro forzoso (que no existía
entonces), cobro de impuestos a conventos e iglesias (que no los pagaban),
municipalización de los servicios públicos e importación de trigo soviético
para abaratar el pan, así como revisión de las fortunas de los concejales de
los últimos treinta años y anulación de los contratos turbios aprobados por el
ayuntamiento durante la Dictadura (cuyos miembros habían sido nombrados por el
gobierno y no elegidos). El programa reflejaba mucha inexperiencia,
puesto que en vez de dar dos o tres consignas claras, contundentes, se
dispersaba en veinte reivindicaciones detalladas. De todos modos, fue el único
clasista que se presentó. Pero el Bloque no sólo era novicio en cuestiones
políticas, sino también en técnica electoral. Muchos de los candidatos no
habían votado nunca. El que más votos obtuvo llegó a los 2.176 en la ciudad de
Barcelona.
Las
ilusiones populares, que Maurín preveía y temía, dieron la victoria al partido
que menos la esperaba: la Esquerra. Macià, el político que la gente consideraba
como un iluminado soñador, había fascinado a las masas. Cenetistas, viejos
republicanos, catalanistas jóvenes, votaron por la Esquerra (43.000 votos en
Barcelona). El partido de la burguesía, la Liga Regionalista, quedó deshecho
(28.000 votos). En todas las ciudades de España vencen los republicanos y
socialistas; sólo en los pueblos ganan los monárquicos. ¿Qué haría Macià con la
victoria?
Cuarenta y
ocho horas después de las elecciones, el martes 14 de abril, a las dos de la
tarde, Macià proclama la República Catalana (unos minutos antes, Companys, del
mismo partido, ha proclamado la República sin adjetivos nacionalistas).
L'Hora sale a la calle con un número preparado un día antes: "Hay que aprovechar la voluntad republicana del pueblo para proclamar la república". Lo que el día 13 habría parecido una posición extremista, el 14 era simplemente el anuncio de algo que va a acaecer unas horas más tarde.
L'Hora sale a la calle con un número preparado un día antes: "Hay que aprovechar la voluntad republicana del pueblo para proclamar la república". Lo que el día 13 habría parecido una posición extremista, el 14 era simplemente el anuncio de algo que va a acaecer unas horas más tarde.
Proclamada
la República en Barcelona pero con el rey todavía en Madrid y los generales y
la policía todavía vacilantes-, un grupo de bloquistas se va al palacio donde se
ha instalado el gobierno catalán y monta la guardia. Son los únicos, en todo el
país, que piensan en la posibilidad de violencia.
L'Hora, en una hoja extraordinaria, pide
que no se permita al rey marcharse y que se organice una guardia cívica. Pero
el rey abandona el país y la república se proclama en toda España. El gobierno
provisional republicano envía a tres ministros a Barcelona, a negociar con
Macià, porque Madrid teme que la república, si consiente tener un Estado
catalán en su seno, aparezca ante los españoles como disgregadora de la "unidad
nacional". Se llega a un acuerdo: Cataluña tendrá autonomía, con
gobierno y parlamento propios y su gobierno se llamará de la Generalitat de
Catalunya, utilizando el nombre de una vieja institución de la época medieval
en que Cataluña era reino independiente.
El Comité
Ejecutivo del Bloque publica una carta abierta al Comité Nacional de la CNT,
proponiéndole que se formen juntas revolucionarias de obreros y campesinos,
coordinadas por una junta central. La CNT no contesta siquiera, porque sus
dirigentes, que colaboraron con los republicanos, quieren dar tiempo a éstos.
El Bloque, en cambio, desea que se ejerza presión, para que el cambio de
régimen no quede en meramente político.
El
17 de abril, un manifiesto del Bloque pide de nuevo la formación de juntas
revolucionarias, el armamento del pueblo, la tierra para quien la trabaja, la
separación de la Iglesia y del Estado, el reconocimiento del derecho de las
nacionalidades a la autodeterminación hasta la separación si lo desean, la
ayuda a los obreros en paro forzoso, la constitución de un tribunal
revolucionario y el establecimiento de una Unión de Repúblicas de Iberia. Consignas todas propias de una
revolución democrática. Socialistas y anarcosindicalistas no presionan al
gobierno, y el Bloque no es bastante fuerte para hacerlo. Maurín, en un
artículo en L'Hora del 17 de abril, afirma que ha sido un
error dejar marchar al rey, porque la monarquía será el centro de atracción de
las fuerzas que buscarán el desquite y eso hará inevitable una guerra civil. “Se
ha perdido la primera batalla -dice-. Los trabajadores
españoles deberán verter mucha sangre en defensa de las conquistas
revolucionarias”. En el número 6 de La Nueva Era (abril de
1931), el editorial señala que “la revolución no ha terminado, como
pretenden los sectores que actualmente son dueños del poder, sino que, por el
contrario, se encuentra en plena ascensión...”. Las fuerzas motrices de la
revolución son los obreros, los campesinos, el movimiento nacionalista y una
parte importante de la juventud. Estas fuerzas deben actuar paralelamente. Pero
para conseguir esto "es indispensable una comprensión exacta del
fenómeno revolucionario, sobre todo en los medios dirigentes de las clases
populares... Precisa un poco de revolución cada día. Que las clases
trabajadoras jueguen un papel cada vez más activo en los acontecimientos
políticos". Hay que llevar sobre todo la revolución al campo,
hacer que los campesinos "se adelanten a las leyes de propiedad que han
de estatuir las futuras Cortes Constituyentes". Sólo cuando el "retorno
del pasado" no sea ya posible, podrá marcharse hacia "la
instauración de la república socialista".
Pero a
últimos de abril va decayendo la agitación. Ninguna organización, aparte del
Bloque, parece desconfiar de la república. El gobierno provisional quiere que
la constitución venga antes que los hechos, y deja toda la legislación
importante para las futuras Cortes Constituyentes. El Bloque, en cambio,
quisiera que la república se hiciera primero en la calle y luego se legalizara
en las Cortes.
Esta actitud
atrajo al Bloque a cierto número de obreros. En dos meses, sus afiliados
doblaron. Pero mil cuatrocientos militantes no son muchos, comparados con los
cientos de miles de afiliados a la CNT o la UGT, con las decenas de miles del
PSOE. La Batalla, que en las semanas siguientes a la proclamación
de la república llegó a los 30.000 ejemplares, estabiliza ahora su tirada en
los 7.000.
Hay que
suplir la deficiencia en número con el entusiasmo y la organización. El modelo
es la organización típica de los partidos comunistas: células de cinco miembros
en la base, comités de barrio nombrados por las células, comités locales
nombrados por los barrios, y un Comité Central elegido por el Congreso, con el
encargo de designar entre sus miembros al Comité Ejecutivo. Pocas veces hubo
células de empresa, porque no era frecuente que en una misma industria u
oficina trabajaran cinco bloquistas. En cambio, había células de sindicato o
minorías sindicales, en los sindicatos de la CNT a los cuales los bloquistas
estaban afiliados (en Cataluña no existía, de hecho, la UGT, y además los
bloquistas adultos procedían todos de los medios anarcosindicalistas).
Lo que
distinguía al Bloque de los partidos comunistas es que este sistema funcionaba
en la realidad y no sólo sobre el papel. El Bloque se sostenía sin subsidios de
nadie, por la cotización de sus militantes y en las células se discutían
realmente las tesis para los congresos, las resoluciones del Comité Central -que
se reunía a menudo- y las decisiones del Comité Ejecutivo. Los congresos se
componían de delegados realmente elegidos por la base. El centralismo
democrático, que bajo Lenin funcionó entre los bolcheviques, pero que luego
cesó, se hizo una realidad en el Bloque.
Las finanzas
eran simples, pero no fáciles. Los militantes cotizaban semanalmente -la
cotización era la más alta de todas las organizaciones obreras españolas-. Un
porcentaje de la misma se lo quedaba el comité local para sus gastos, y el
resto iba al Comité Ejecutivo. Había un sólo cargo con
sueldo –muy modesto-, el de Secretario General. Como los militantes eran
pocos, el dinero siempre escaseaba. Muchas cosas se hacían por los propios
militantes, sin costo: pegar carteles, "imprimir" carteles a mano,
hasta barrer los locales. Los pocos que tenían coche, lo ponían a disposición
del Bloque para llevar oradores a los pueblos, los domingos (día preferido para
los mítines políticos). Todos los años se abría una suscripción pública en
favor de La Batalla, aunque ésta cubría su costo; con el resultado
de la misma se ayudaba a sostener los otros gastos del partido. Cada vez que
había elecciones, se abría otra suscripción voluntaria, que servía, además de
reunir dinero, para poner a la gente en contacto con el programa del Bloque. A
veces no se podía pagar el alquiler del local central, en Barcelona {que casi
siempre había que alquilar a nombre de un militante, porque los propietarios no
querían hacerlo a una organización obrera). Los locales eran destartalados, en
casas viejísimas, someramente amueblados con muebles viejos. Una conferencia en
un local del Bloque (usualmente los domingos por la tarde), era pintoresca
porque raramente había tres sillas iguales. Los libros para las bibliotecas
-que nunca faltaban-, eran también donativo de los militantes. ¿Oficinas? No
las había; los encargados de alguna labor burocrática -correspondencia,
ficheros, listas electorales, cotizaciones- hacían el trabajo de noche, en su
casa. Los mítines constituían una de las partidas más costosas: alquilar local
(a menos que lo cediera el ayuntamiento) e imprimir carteles, pero solían
pagarse por sí solos, porque a la salida se hacían colecta entre los
asistentes. Podría decirse que en una época en que 200 pesetas mensuales eran un
salario corriente, los militantes gastaban unas doce pesetas para el Bloque.
Se suponía
que este sistema de organización preparaba al partido para la clandestinidad,
con comités de recambio, etc. Las dos veces que tuvo que ponerse a prueba,
funcionó bien.
El Bloque
era un partido obrero. No sólo de nombre, sino por su composición. Había pocos
intelectuales (y ninguno ya famoso), algunos profesionales (abogados, bastantes
médicos) y escasos elementos de la clase media (sobre todo, estudiantes). Tal
vez el 90 por ciento de los afiliados eran obreros -con un alto porcentaje de
obreros de cuello blanco, pero no la mayoría- y en los pueblos, campesinos. El
nombre del partido reflejaba lo que era: un partido obrero y campesino en mucha
mayor medida que los partidos comunistas oficiales y también que cualquier
grupo comunista o socialista disidente en el resto del mundo (que solían
componerse de intelectuales y empleados, pero con pocos trabajadores manuales).
Probablemente por esto, a los ojos del público el Bloque pronto dejó de ser un
partido comunista disidente y se le vio como un partido con personalidad
propia.
Había
relativamente pocas mujeres (muchas de ellas esposas o hijas de militantes),
pero más que en otras organizaciones obreras, aparte acaso de las anarquistas.
Un alto porcentaje de los afiliados tenía menos de 30 años; por esto hubo que
fijar los 21 años (cuando se iba al servicio militar), la edad hasta la cual se
podía pertenecer a las Juventudes, porque de tener las edades habituales en las
organizaciones obreras, casi todo el partido hubiera estado en sus juventudes.
Para sus
miembros, el Bloque tenía una característica especial: era necesario. Un
socialista, si le clausuraban la Casa del Pueblo, se sentía desorientado, pero
podía seguir viviendo. Un cenetista, si le clausuraban el sindicato, seguía su
existencia normal, aunque echaba algo de menos. Pero para el bloquista, el
Bloque era una extensión de su hogar y el trabajar para el Bloque, el militar,
era más importante que el trabajo que le daba de comer, pues proporcionaba a su
existencia sentido y objetivo. Los locales del Bloque estaban llenos, todos los
días, a partir de las siete de la tarde, cuando se cerraban fábricas y tiendas.
Para el militante, era inconcebible pasar una velada en que hiciera algo que no
estuviera relacionado con el Bloque. Incluso los domingos se dedicaban al
Bloque. Las amistades, fuera de las familiares, eran todas del Bloque o trataba
de atraerlas al Bloque. Cada bloquista tenía la novia o la mujer, la familia, el
trabajo... y su Bloque. Había familias enteras afiliadas al Bloque. Ingresar en
el Bloque significaba cambiar de vida; significaba ser bloquista como se es
rubio o moreno, alto o bajo. Ser del Bloque se convirtió en una manera de ser.
No era una
manera fanática ni puritana. Los bloquistas solían ser disfrutadores de la
vida, tenían sentido del humor y en general se sentían, digamos, felices.
Escaseaban los resentidos o los que por motivos íntimos se inclinan a los
movimientos revolucionarios. No quiere esto decir que los bloquistas no tenían
las mismas pequeñeces, terquedades, chismerío, etc., que los miembros de
cualquier otra organización; pero tenían algo que nadie más tenía: el Bloque.
Así lo sentían ellos.
Esto no era
por azar ni por una superioridad inherente del Bloque, sino consecuencia de la
situación política del país.
El Bloque,
en efecto, no ofrecía perspectivas a los ambiciosos impacientes. Tenía
posiciones que no eran sencillas: comunista, pero fuera de la Internacional
Comunista; revolucionario y obrero, pero defendiendo en aquel momento la
necesidad de una revolución democráticoburguesa; partido de la república, pero
procurando evitar que la gente se ilusionara con ella; marxista y, por tanto,
adversario del anarquismo, pero trabajando dentro de la CNT; internacionalista,
pero defendiendo el derecho de las nacionalidades a la autodeterminación.
Precisa, pues, para adherir al Bloque, no ser ambicioso y tener cierta sutileza
política. Pedía disciplina en un país donde todo el mundo va a la suya, e
iniciativa personal y actividad en un país donde los partidos solían ser
personalistas. Veían las consecuencias políticas de todo, en un medio en el
cual los obreros eran apolíticos. Con su constante reclamación de ir más allá,
de hacer más de lo que se hacía, los bloquistas iban contra la corriente.
Cuando todos estaban convencidos de que se había conquistado la libertad, los
bloquistas se organizaban como si debieran ir a la clandestinidad al día
siguiente. En un ambiente en el cual daba el tono Macià con su imagen de
abuelo, y en el cual las amistades valían más que las convicciones, los
bloquistas eran rigurosos, sobrios, sin espuma oratoria. La gente que podía
sentirse atraída por estas características era una gente distinta de aquella a
la que la CNT o la Esquerra atraían. Más exigente, más escéptica y a la vez más
entusiasta, inclinada a pensar por cuenta propia, sin clichés, más dispuesta a
la disciplina y, al mismo tiempo, más intransigente respecto a sus derechos de
militante. Recordando aquellas primeras semanas de la república, siempre me
admiró y me pareció imposible que hubiera más de un millar de personas en
Cataluña dispuestas a ser bloquistas. Pero entonces los bloquistas veían las
cosas tan claras, tan evidentes, que lo que les extrañaba era que hubiera sólo
mil.
Para los
bloquistas, la revolución no era un motín, sino una manera de vivir; no tenía
un perfil definido, sino que era algo que se hacía todos los días, que tomaba
el perfil de lo que se iba haciendo. Se identificaba con el Bloque; ningún
bloquista creía que la CNT pudiera hacerla, ni que la república la permitiera.
A pesar de las ilusiones de aquellos primeros meses de república, los
bloquistas sentían que el hombre de la calle quería más de lo que la república
daba y su misión consistía, entonces, en explicar en qué consistía ese
"más" y en cómo conseguirlo. Esto, para ellos, era ya la revolución.
Los
bloquistas nunca tuvieron tiempo de aburrirse. No sabían aburrirse, porque ser
bloquistas era una gran aventura. Ser bloquista daba sentido a cuanto se hacía.
El bloquista no era distinto de los demás ni un sabelotodo insoportable; unos
estaban obsesionados por los libros, otros por las faldas, otros sabían reír de
todo corazón. No eran estudiantes, obreros, hombres casados que, además eran
bloquistas, sino que eran bloquistas que trabajaban, o que estudiaban, o que
estaban casados. El patriotismo de partido, entre ellos, era algo real. Por
esto, muy pocos de los que se afiliaban abandonaban al cabo de un tiempo el
militar. No hablaban del "partido", sino del Bloque. Y éste era mucho
más que un partido. Era el Bloque, simplemente.
Esta
atmósfera fue posible gracias a la conjunción de una serie de circunstancias
especiales. Había pocos bloquistas, y esto permitía conocerse y comprenderse.
Pero no eran tan pocos que entre ellos se formara el espíritu de capillita o
secta. Y eran bastantes para que hubiera dirigentes y militantes, pero no
bastantes para que surgieran diferencias entre unos y otros. El sistema de
célula, si funciona democráticamente, es excelente para evitar que las
diferencias se conviertan en enemistad (*) personal y que las coincidencias se
transformen en dogmatismo. Entusiastas y partidistas, los bloquistas, por esto
mismo, no eran fanáticos. El diálogo -aunque fuera a gritos- les era
indispensable. Justamente el Bloque debía su origen a la necesidad de diálogo
de las dos organizaciones que, al fusionarse, lo constituyeron.
El bloquista
buscaba las ocasiones de discutir. En el trabajo, en el hogar, en todas partes.
Iba a los corrillos de aficionados al fútbol, a los coleccionistas de sellos, a
los de compradores de libros viejos, para transformar las discusiones en
política. No despreciaba ninguna oportunidad de hacer proselitismo, pero no
partidismo, porque quería más que se compartieran sus puntos de vista que no
que la gente se afiliara al Bloque.
El Bloque -y
en eso, en aquella época, era único- constituía una escuela de educación
permanente. Necesitaba serlo, puesto que la inmensa mayoría de sus miembros
eran jóvenes, formados bajo la Dictadura, sin experiencia política. Los
dirigentes, fuera de media docena, no pasaban de los 40 años; los militantes,
de los 30, en general. Esto les permitió hacer del Bloque el tipo de partido
que deseaban, que habían soñado. Cada bloquista era, en cierto modo, su propio
dirigente, que en cada momento debía improvisar la táctica y los argumentos al
servicio de la estrategia fijada por los Congresos y los Comités, en cuya
discusión ningún bloquista se abstenía. Había un contacto constante entre
dirigentes y militantes, no sólo a través de las células, sino personalmente.
Pero si esto
era una educación permanente -y yo diría que lo fue incluso en aquello de la
formación del carácter de que hablan los pedagogos-, no bastaba. No había tradición
marxista en el país. El Partido oficial no hizo nada en este sentido. Los
socialistas no eran marxistas, sino liberales de izquierda. La formación
política de los militantes de cualquier partido obrero aparecía como una
sanfaina de anticlericalismo republicano, federalismo novocentista y espíritu
de clase cenetista. Pero el Bloque se consideraba un partido marxista -el
primero y único del país-. Ser marxista independiente –es decir, aprender de
Marx al mismo tiempo que de la propia experiencia, y analizar la realidad a
través de Marx y de la propia experiencia- no es cosa simple, y puede ser
compleja si el marxismo no está en la atmósfera política, si no se respira y se
ha de aprender desde el abecedario y si choca con todas las tradiciones mentales
que rodean al que quiere ser marxista.
Para el
bloquista, el marxismo era una manera de pensar y no un dogma. Se sentía como
quien ha sido miope toda la vida, sin saberlo, y de súbito se encuentra con
lentes y descubre, gracias a ellos, las formas y colores del mundo. La
Batalla, con sus folletones teóricos y sus ediciones de folletos, las
conferencias dominicales y finalmente una Escuela Marxista organizada en
Barcelona y en algunas ciudades provinciales, eran los elementos que formaban a
los bloquistas en el marxismo, además, naturalmente, de la lectura de libros y
de la experiencia de la propia actividad política. En las células, con un celo
y una pedantería de novatos, se discutían muchas cuestiones teóricas.
La
propaganda del Bloque que debía llevar el marxismo a la masa -en la medida de
lo posible-, era muy especial. Acaso el hecho de que Maurín, Colomer y otros
fueran maestros, influyó en esto. El Bloque se desarrollaba en un medio humano
que nunca supo nada del marxismo y su propaganda debía aprovechar cada
acontecimiento político para dar una lección de cosas, sin emplear la
fraseología marxista, porque ésta hubiera bastado para que se cerraran todos
los oídos. La historia del movimiento obrero, explicada con sentido crítico,
fue un excelente auxiliar en esta tarea. Y lo mismo el análisis de la economía
española.
En esta
labor ayudaban también las distintas organizaciones que fue creando el Bloque.
El Socorro Rojo, por ejemplo, mantenido por suscripciones públicas -que eran un
pretexto para entablar discusiones-, atendía a los presos políticos y
represaliados. La Secretaría Electoral de cada comité local trataba de entrenar
a los militantes en la monótona actividad de las mesas electorales. La Sección
Femenina, no para que en ella militaran las mujeres afiliadas -que lo hacían en
las células, al lado de los hombres-, sino para acercarse a las mujeres no
afiliadas y tratar de politizarlas discutiendo con ellas sus problemas como
amas de casa, como esposas de obreros, como muchachas trabajadoras. Hubo incluso
un Teatro Proletario -de aficionados mediocres- que representó obras de Ernst
Toller, Gorkin y otros, y que organizó algunas conferencias de Salvador Dalí en
una breve época en que éste flirteó con el Bloque, en 1932.
Había
también, como es lógico, una Sección de Defensa, con sus grupos de choque, para
proteger a los que iban a pegar carteles, contra las agresiones -sobre todo de
grupos del Partido oficial-, para ayudar a los huelguistas cuando había que
ejercer una presión violenta sobre una empresa o protegerlos contra la policía,
para defender los mítines contra las interrupciones, etc.; esos grupos tenían
unas docenas de pistolas compradas ilegalmente y en general viejas y con poca
munición. Funcionaba asimismo una sección de propaganda –de la que era parte,
de hecho, todo el Bloque-, encargada de coordinar la actividad de la veintena
de oradores del partido, de organizar actos, de planear carteles, etc., y que
prestaba una atención muy especial a las conferencias -también ahí se veía el
sentido pedagógico ya anotado-. La propaganda, por lo demás, no era fácil:
había que criticar a todos sin antagonizar a nadie en el movimiento obrero y
hasta entre los republicanos; había que hacer marxistas sin que se dieran
cuenta.
Finalmente,
había las Juventudes del BOC, de las cuales formaban parte los militantes hasta
que iban al servicio militar, a los 21 años. Se organizaron a últimos de 1931 y
fueron siempre una fuerza importante dentro del partido, tanto por su número
como por su actividad. Llorenç Masferrer fue su primer secretario general;
cuando marchó al servicio, en 1935, lo sustituyó Germinal Vidal, hasta que lo
mataron el 18 de julio de 1936; le sucedió, hasta el final de la guerra civil,
Wilebaldo Solano, un estudiante de medicina. Las juventudes encontraron
bastante eco en la calle, porque durante la república los jóvenes estaban muy
politizados. Fue en la sección del Bloque en que figuraba un mayor porcentaje
de afiliados de clase media (estudiantes). Esto llevó a una división amistosa
entre lo que se llamó, medio en broma, la minoría de la alpargata y la minoría
de los zapatos (esta última la más radical). Como puede imaginarse, las
juventudes proporcionaron buena parte de los elementos de los grupos de choque.
La penetración entre los estudiantes fue lenta y no muy extensa; debía haber,
en la Universidad de Barcelona una docena de bloquistas, pero existía bastante
simpatía por las posiciones del Bloque. El sistema de organización de las
Juventudes era el mismo que el de la Federación: células, comités y congreso.
Muchos de los dirigentes locales procedían de las juventudes o eran a la vez,
miembros de éstas y del Bloque, cuando en él no había bastantes militantes
adultos. Ocurrieron, con los años, algunas pocas defecciones en el Bloque;
ninguna en las Juventudes.
El trabajo
sindical constituía la parte más compleja y la menos "rentable" de la
actividad de los bloquistas.
En los
sindicatos se encontraba la masa obrera. Era, pues, preciso trabajar en ellos.
Y los obreros catalanes estaban en la CNT.
"La
posición, pues, no era cómoda. Faltas de verdadero partido revolucionario, las
masas se orientaron hacia la CNT... El anarcosindicalismo resucitó de manera
inesperada... En 1931, la CNT-FAI ocupaban a su manera un lugar histórico
comparable al partido bolchevique en Rusia en 1917" (5).
Dentro de la
CNT lucharon tres tendencias: la sindicalista, con Ángel Pestaña como dirigente
más conocido, que controlaba la organización cuando se proclamó la república y
que había colaborado con los republicanos contra la monarquía; esta tendencia
fue desplazada en 1931-32 por la anarquista de la FAI, porque los miembros de
la última supieron aprovechar la política llevada a cabo por los socialistas
desde el Ministerio de Trabajo del gobierno republicano, consistente en hacer
forzosa la aceptación de los Jurados Mixtos para resolver cualquier conflicto
de trabajo; ahora bien, los anarcosindicalistas eran partidarios acérrimos de
la acción directa y enemigos de toda intervención del Estado en las cuestiones
de trabajo; como los sindicalistas habían colaborado con los republicanos y
socialistas que ahora querían forzar a la CNT a aceptar la intervención
estatal, los anarquistas puros pudieron acusarlos de haber abandonado los
principios y, así, sustituirlos en los lugares de dirección; los socialistas no
consiguieron, como querían, destruir a la CNT y reemplazarla allí donde era
fuerte, pero en cambio lograron ponerla al margen y en contra, de la república
y lanzarla a una serie de insurrecciones abortadas para establecer el comunismo
libertario (cuatro en total en 1932-33).
Frente a
estas dos tendencias, había la minoritaria del Bloque que se llamaba Oposición
Sindicalista Revolucionaria, y que se abría paso muy lentamente. Quería una CNT
en la cual pudieran convivir todas las tendencias y que participara en las
acciones revolucionarias del futuro al lado del resto del movimiento obrero y
no sólo por cuenta propia. Algunos sindicatos de Barcelona (artes gráficas,
mercantil) estaban dirigidos por bloquistas. Los bloquistas asistían a las
asambleas de los sindicatos (no pocas veces con carnets prestados por obreros
indiferentes) y trataban de discutir las posiciones predominantes y, de ser
posible, tener puestos de dirección. En general fracasaron en la ciudad de
Barcelona, pero fueron conquistando muchos sindicatos de Gerona y Tarragona y
casi todos los de Lérida. No era fácil hacerse escuchar en las asambleas
sindicales barcelonesas, porque anarquistas y sindicalistas se unían contra los
bloquistas y trataban de impedirles el uso de la palabra. Algunas veces se
llegó a los golpes.
Cuando la
FAI predominó absolutamente sobre los sindicalistas, éstos lanzaron un
manifiesto, firmado por treinta viejos dirigentes (por lo que su tendencia se
llamó de los treintistas) y separaron sus sindicatos de la CNT, sobre todo en
la provincia de Barcelona y en Valencia. Pero la FAI seguía dominando el punto
clave: los sindicatos de la ciudad de Barcelona. Ya plenamente en el poder; la
FAI hizo aprobar por un pleno nacional, a comienzos de 1932, que no podrían
tener cargos sindicales quienes hubieran sido candidatos de algún partido
político. Esto iba dirigido contra el Bloque. Los sindicatos que se negaron a
destituir a sus dirigentes que hubieran sido candidatos fueron expulsados de la
CNT: varios de Barcelona y los de Gerona, Tarragona y Lérida. Formaron un
grupo, coordinado de hecho por la Secretaría Sindical del BOC a cargo de Bonet,
llamado Sindicatos Expulsados de la CNT, del mismo modo que los dirigidos por
los treintistas se llamaban Sindicatos de Oposición de la CNT. Los sindicatos
que la FAI trató de organizar para enfrentarlos con los separados o expulsados
no arraigaron.
El
movimiento sindical catalán, pues, se hallaba dividido en tres sectores: el
anarquista fuerte en Barcelona y algunos lugares de su provincia, el
sindicalista fuerte en la provincia de Barcelona y el bloquista fuerte en el
resto de Cataluña. En España, el movimiento sindical estaba dividido también en
tres sectores: el anarquista con la CNT, el socialista con la UGT (de fuerzas
aproximadamente iguales) y la CGTU comunista, sin fuerza en ninguna parte fuera
de algunos puntos del Norte y el puerto de Sevilla.
La cuestión
sindical planteaba el problema del anarquismo. Mientras éste predominara en el
movimiento obrero catalán; las perspectivas del Bloque serían limitadas. No
podía hacérsele desaparecer con las maniobras de los socialistas, que el Bloque
criticaba, ni con la persuasión a los dirigentes anarquistas, sino haciendo que
la masa fuera pensando más y más en marxista. La fuerza de los anarquistas no
les venía ni de su doctrina ni de su actividad -en general catastrófica- sino
del apoyo de la masa. Era la masa, pues, la que había que conquistar.
Por esto, el
Bloque criticaba la política seguida por los anarquistas catalanes y el
anarquismo como doctrina, a la vez que defendía a los anarquistas de la
persecución y protestaba contra ésta. Así, a pesar de que la crítica del Bloque
era la más dura que se les dirigía, los anarquistas sentían cierto respeto por
los bloquistas.
Esa crítica
afirmaba que el "anarquismo español ha sido
indirectamente un aliado de la burguesía, que lo ha utilizado como cuña en el
movimiento obrero...", ha servido
"de trampolín al radicalismo burgués". Pues los anarquistas,
"cuando han de intervenir en política, lo hacen en segunda persona,
apoyando a alguien de la burguesía. Como reacción a esto vinieron el
anarcosindicalismo y la CNT. Pero la CNT carecía de doctrina revolucionaria y
no supo aprovechar las circunstancias en 1919 y 1920. Las masas estuvieron a
mayor altura que sus jefes. La CNT después se enfrascó en un estúpido
terrorismo", y no supo oponerse a la Dictadura. En 1930, renació el
anarquismo "a remolque de la burguesía", y en 1931, en lugar
de presentar una candidatura propia, dio el voto a los republicanos. "Como
a comienzos de siglo, las masas obreras pasaron a una zona influenciada por la
pequeña burguesía. El anarquismo hace más difícil que los obreros vayan a los
partidos de clase y les abre las puertas de los partidos pequeño burgueses (6)."
Nada parecía
debilitar la influencia anarquista en la CNT. La república se encargaba de dar
a la CNT la imagen revolucionaria que sus propios dirigentes no hubieran podido
proporcionarle. Con sus dilaciones, los dirigentes republicanos provocaban la
impaciencia y desilusionamiento de las masas obreras. De esto, claro, se
beneficiaba el Bloque, pero mucho más la CNT, con exasperación de los
bloquistas, que no acababan de entender cómo era posible que ellos, que habían
predicho lo que estaba ocurriendo, atrajeran a menos gente que los anarquistas,
que eran en parte responsables de lo que sucedía. Todavía no habían aprendido
que en política, para atraer a la masa es más importante tener masa que tener
razón.
Aunque menos
que la CNT, el Bloque recibe su parte de persecución oficial. El 6 de mayo la
policía entra en el local central de la calle del Vidre, de Barcelona. No
encuentra las armas que busca. Naturalmente, incidentes como éste, que se
repiten en los pueblos, no detienen el avance del Bloque. Al lado de los dos
semanarios barceloneses, aparecen otros: L'Espurna (La Chispa)
en Gerona y Combat en Lérida. Esta prensa, comentando el
proyecto de Estatuto redactado, dicen, por unos diputados no elegidos, propone
que se le substituya por uno muy escueto: "Artículo único: Cataluña
tiene derecho a hacer lo que le dé la gana". Es decir, a
luchar por un pacto de igualdad con los otros pueblos de la Península y a
formar con ellos una Unión de Repúblicas de Iberia.
A comienzos
de junio de 1931, Maurin ha sido invitado a hablar en el Ateneo de Madrid. Allí
trata de limpiar el comunismo del desprestigio en que lo sume la política del
Partido oficial -que insiste en pedir todo el poder para los soviets-, y afirma
que España necesita de momento una república de jacobinos. Dice:
"Creemos
que España ha comenzado su revolución, y toda revolución efectiva tiene dos
etapas: la revolución democrática y la revolución socialista. Sin la primera no es posible la
segunda. Pero nuestra revolución debe ser una revolución típicamente española.
Todas las grandes revoluciones han sido un fenómeno nacional, aunque en su
fondo, pero no en su forma, hayan tenido irradiaciones universales. La
ortodoxia formulista ha fracasado siempre, revolucionariamente. Por eso fracasó
la Internacional Comunista en Alemania, en China y en Bulgaria. El querer
reproducir en esos países la fórmula rusa ha sido el motivo del fracaso" (7).
Maurín tiene
amigos en Madrid, fundadores del Partido oficial, ahora- separados de él, que
forman una Agrupación Comunista. Luis Portela, que publica el semanario La
Antorcha, es el más destacado. Sin entrar en el Bloque, colaboran con él.
Los
bloquistas, en sus conferencias, repetían las tres
condiciones que Lenin fijó para que una revolución fuera posible: que la clase
dirigente se halle desmoralizada, que las clases explotadas tengan conciencia
de que sólo una revolución podrá resolver sus problemas y que exista un partido
revolucionario capaz de dirigir estas clases explotadas. Las dos
primeras condiciones, decían los bloquistas, se daban en España, pero la
tercera, no. Era preciso transformar el Bloque en este partido. La propaganda,
pues, era la actividad fundamental en aquella coyuntura.
Y no era
fácil. "Cuando Maurín decía en un mitin: ´Tenemos que enviar a la
cárcel ..' se veía interrumpido por gritos de '¡Basta de cárceles!', y cuando
trataba de precisar que había que ahorcar a los usureros y verdugos, le
gritaban: '¡Dictador, Muera Rusia!" (8). Estas interrupciones, claro,
no impedían el discurso más que el tiempo de cambiarse unos puñetazos y de que
el público se inclinara con más atención aún hacia el orador.
Mientras en
las Cortes Constituyentes se discutían los proyectos de Constitución y luego
del Estatuto de Cataluña y de las Bases de la Reforma Agraria, el Bloque
celebró mítines casi cada domingo, en todos los lugares donde tenía sesión,
para fijar su posición ante cada cuestión importante. El Bloque no tenía
diputados, pero no quería estar ausente de los debates parlamentarios, -que
llevaba ante el público. En su número 7 (junio-agosto de 1931) el editorial
de La Nueva Era resume los temas de esta campaña:
"La
República ha sido el nuevo ensayo de Gobierno que la burguesía española ha
llevado a cabo para evitar su derrumbamiento final y el consiguiente triunfo de
la clase trabajadora.
La crisis
del régimen semi-feudal español empezó a tomar graves proporciones en
1917-1919, cuando la clase trabajadora, apartándose del republicanismo
pequeño-burgués, comenzó a manifestarse con personalidad propia. El equilibrio
feudal-burgués había podido mantenerse hasta entonces gracias al alejamiento de
los trabajadores, como clase independiente, de toda actividad política y social
importante.
La
burguesía, sintiéndose acosada por su adversario histórico, rompió desde ese
momento la apariencia de una legalidad constitucional y recurrió al régimen de
dictadura.
En el
proceso del desquiciamiento capitalista hay tres etapas características: a)
1917-1919. Periodo de coalición de los partidos agrarios e industrial lo que no
logró, sin embargo, dar solución a la crisis general: b) 1923-1931. Etapa de la
dictadura militar. El capitalismo intenta salvarse apelando a un régimen de
fuerza bordeando el fascismo: c) La República. El 14 de abril se hundió la
monarquía, comenzando la fase del desmoronamiento definitivo del régimen
semi-feudal. La burguesía, encontrándose en una situación inextricable, arroja
por la borda a la monarquía. La dictadura sigue subsistiendo. Ha habido, no
obstante, una variación importante en la relación de fuerzas.
El
Gobierno provisional de la República es un bloque compacto de la gran propiedad
agraria -Alcalá Zamora-, de las oligarquías financieras -Maura, Lerroux y
Prieto-, de la burguesía catalana -Nicolau d'Olwer-, de la pequeña burguesía -Albornoz
y Domingo-, de la burocracia del Estado -Azaña- y de la social-democracia
-Largo Caballero.
La
burguesía española se ha visto obligada a formar la "unión sagrada"
para retrasar la hora de su caída final.
El
Gobierno provisional ha logrado durante las primeras semanas contener el
impulso revolucionario haciendo promesas y fiándolo todo a las Cortes.
Pero en
el momento en que la clase trabajadora ha querido evitar que la Revolución
fuese estrangulada, el Gobierno se ha colocado abiertamente al lado de la
contrarrevolución.
La huelga
revolucionaria de Sevilla, a mediados de julio, y la huelga de Teléfonos, han
constituido la linde de demarcación histórica. A partir de ese momento la
pequeña burguesía que había flirteado con la revolución democrática, hace
marcha atrás y, horrorizada, se entrega en brazos de las fuerzas reaccionarias.
En toda
Revolución se llega a un momento en que chocan las fuerzas motrices
revolucionarias, puestas en movimiento, y el Gobierno que frena. En la
Revolución de 1848, en junio, tuvieron lugar las matanzas de los trabajadores
parisienses y el triunfo de la dictadura de Cavaignac. En la revolución
española de 1873, a los cinco meses de proclamarse la República, se entronizó
una dictadura republicana -Castelar- que abatiendo a sangre y fuego a los
obreros y campesinos, preparó el terreno, para el golpe de Estado del general
Pavía. En la Revolución alemana de 1918-1919, los espartaquistas, provocados
por la burguesía y la social-democracia, se lanzaron a un movimiento de asalto
sin contar con la mayoría de la clase trabajadora, y fueron vencidos.
En Rusia,
1917, cuando el movimiento bolchevique fue ganando la simpatía general de las
masas trabajadoras, el Gobierno del Kerensky quiso entablar la batalla antes de
que los bolcheviques fuesen suficientemente fuertes. Lenin se negó, en julio, a
aceptar el combate. Había que esperar que la burguesía se desgastara más. En
una situación revolucionaria aguda, uno de los beligerantes tiene que atacar
necesariamente. Lo inteligente es atacar a tiempo. La contrarrevolución rusa
después de haber provocado a los bolcheviques sin resultado, no tuvo más
remedio que lanzarse al asalto: insurrección de Kornilov. El partido
bolchevique, que no estaba diezmado por haber sabido maniobrar con tino, pudo
desbaratar el ataque. Desde ese momento, el poder le estaba asegurado. Sobre la
derrota de Kornilov pudo levantarse la victoria de octubre.
En
España, vivimos ahora un momento extraordinariamente inquietante. La clase
trabajadora y la burguesía, frente a frente, se observan atentamente. La
reacción hace todo lo posibles porque el proletariado libre la batalla antes de
que esté suficientemente preparado. La huelga de Sevilla ha sido la primera
provocación importante.
Hasta
ahora, el desbordamiento de la reacción ha sido impedido en gran parte a causa
del hecho revolucionario que ha creado la dualidad de poderes: Gobierno
provisional, en Madrid, y Gobierno de la Generalidad, en Cataluña. La
Generalidad, aunque Gobierno pequeño-burgués, se ha visto obligada, en
determinados momentos, bajo la presión de los trabajadores, a servir de
acantilado contra el oleaje reaccionario del Gobierno provisional.
El
Estatuto de la Generalidad, si bien no encarna el derecho de Cataluña a
disponer de sus destinos, es una cuña que se introduce en el viejo Estado
monárquico. El movimiento autonomista general que surge en toda España como
reflejo del de Cataluña y como fuerza centrífuga frente al Estado, contribuye a
la desarticulación de éste, ayudando por este solo hecho, indirectamente, al
triunfo de la clase trabajadora.
El
Gobierno de la Generalidad entre la presión obrera y radical nacional a un
lado, y la de la gran burguesía a otro lado, fluctúa y atraviesa una crisis que
hace prever una completa capitulación ante la burguesía
panespañola.
La crisis
económica española es debida en gran parte a la crisis capitalista general. Y
como la crisis mundial se agudiza más cada día, el desconcierto económico de
España no tiene perspectivas de arreglo dentro del régimen capitalista. La
crisis económica adquiere en España enormes proporciones. La industria se
paraliza. Los bancos quiebran y se restringe el crédito. El comercio exterior
disminuye. La capacidad adquisitiva del mercado interior disminuye. La peseta
no posee más que el 47 por 100 de su valor nominal. Una mala cosecha ha venido
aún a acrecer la situación económica desesperada.
La
solución de este antagonismo entre las fuerzas productivas y las relaciones de
producción no puede ser otra que la ruptura brusca y el triunfo total de la
clase trabajadora para pasar a estructurar la economía con arreglo a los
principios socialistas.
En la
etapa actual de nuestra Revolución se constata una gran separación entre el
proletariado y las masas campesinas. Los campesinos en gran parte viven aún el
periodo del ilusionismo democrático.
Una
Revolución proletaria que no fuese apoyada por los campesinos, que en España
constituyen la mayoría de la población, está condenada al fracaso.
El
movimiento proletario y el de los campesinos deben soldarse para que la
Revolución sea impulsada adelante por ambas fuerzas motrices.
La masa
trabajadora sigue en casi su totalidad a la social-democracia y al
anarco-sindicalismo. La primera, convertida en la quinta rueda de la
burguesía, quiere servirse del poder, no para llevar a cabo la revolución
socialista, sino para hacer una política de transición como Mac Donald, en
Inglaterra. El anarco-sindicalismo rechaza el poder político.
Por eso
se observa hoy en España una gran ofensiva económica por parte de los
trabajadores, pero en cambio, hay un gran retraso en su evolución política en
el sentido de marchar con paso rápido a la conquista de) poder.
Cuando la
clase trabajadora logre dar al gran movimiento huelguístico un contenido
político, la hora de su triunfo será próxima.
El
porvenir de la Revolución depende de la capacidad de las masas trabajadoras
para reaccionar y adaptarse al ritmo político. Si este cambio tiene lugar con
mayor lentitud que el de la burguesía para asegurar su dominio, la Revolución
será aplastada.
¡República socialista frente a la República burguesa! He ahí la
piedra sobre la cual hay que levantar el castillo de la defensa y del ataque".
La masa de
la clase media estaba con los republicanos y aprobaba automáticamente cuanto la
república hacía. Una gran parte de la clase obrera estaba también,
políticamente, con los republicanos, aunque sindicalmente siguiera las
consignas de la FAI: La parte activa de la CNT ignoraba sistemáticamente cuanto
discutían las Cortes, simplemente porque lo hacía una institución política. La
masa de las derechas y la burguesía desconfiaban de la república. El Bloque
tenía que educar, pues, ante todo a la clase obrera, para inmunizarla contra el
apoliticismo anarquista, y después a la clase media, para darle un sentido
crítico e impulsarla a empujar a los republicanos hacia posiciones más
radicales. Era la primera vez que muchos españoles veían funcionar un
parlamento. La campaña del Bloque, pues, era realmente de educación política.
No cambió la manera de pensar de la masa obrera, pero planteó problemas y
sugirió soluciones. Con el tiempo, se vio que no había sido estéril. El Bloque
se convirtió, a los ojos del público, en un partido Con el que debía contarse,
sino todavía en términos de fuerza, sí ya en términos de pensamiento político.
El 20 de
junio L'Hora publica una entrevista con Maurín, de regreso de
Madrid. En ella explica que la Internacional Comunista había realizado bajo
mano algunas gestiones, rechazadas por Maurín y el Comité Ejecutivo del Bloque,
para llevarlos de nuevo al Partido oficial. ."Queremos democracia y no
burocracia", decía Maurín. "Nos oponemos a la creación de una
central sindical comunista. El Partido oficial quiere una república soviética.
Esto es comunismo infantil. Hay que pasar por la experiencia democrática y que
las masas obreras se desilusionen de la república. Hay que crear Juntas
revolucionarias para aprovechar esta desilusión inevitable. Los
anarcosindicalistas de la CNT han sido desplazados por la FAI porque convirtieron
a la CNT en un apéndice de los republicanos. La CNT ya no es una organización
dirigida por revolucionarios, sino por dogmáticos".
El 30 de
julio de 1931 La Batalla afirmaba:
"La república ya está gastada. Han bastado tres meses de gobierno para
ponerla completamente a prueba. Todo el poder debe ir a las organizaciones
obreras". La Monarquía española, decían los bloquistas, había
hecho de árbitro entre los intereses de los obreros y de los industriales, a la
manera del despotismo asiático, con el cual Marx la había comparado. Era
preciso que la república no hiciera el mismo papel, sino que tomara partido por
el pueblo, y esto sólo sería posible si los obreros llegaban a controlar la
república, es decir, a gobernar.
El 1 de
agosto, L'Hora recomienda que se vote en favor del
anteproyecto de Estatuto que se somete a referéndum en Cataluña, para llevarlo
luego a las Cortes, a pesar de que lo encuentra "reducido, limitado",
pues da demasiada intervención al Estado central y no prevé el financiamiento
del progreso económico de Cataluña. A pesar de esto, "votar contra el
anteproyecto sería ayudar al centralismo". Pero, agregaba el
periódico, "si las Cortes mutilan el anteproyecto de Estatuto, hay que
estar dispuestos a proclamar de nuevo la República Catalana".
El
15 de agosto, comentando la "ley de fugas" aplicada por la
policía a unos obreros en el Parque María Luisa de Sevilla, L'Hora proclama:
"¡Obreros, armaos!" y pone de relieve que en diciembre de 1930
se pedía la libertad de los presos políticos, en abril de 1931, el
encarcelamiento de los responsables de la corrupción monárquica, y ahora, en
agosto de 1931, otra vez hay que reclamar la libertad de los presos políticos.
En octubre
de 1931, primer gobierno de izquierdas, puesto que los ministros de derechas
del gobierno provisional (Alcalá Zamora y Maura) han dimitido por no estar de
acuerdo con los artículos de la Constitución sobre materia religiosa. Lo
preside el escritor Manuel Azaña. "Gobierno Kerensky",
dice L'Hora (23 de octubre). A pesar de sus divisiones
internas, la CNT es la gran fuerza obrera; por tanto, "todo el poder a
los sindicatos". Maurín, más realista, dice en una entrevista a La
Tierra de Madrid, que la crisis hubiera debido resolverse dando el
poder no a un republicano, Azaña, sino a los socialistas, que a pesar de sus
defectos, forman un partido obrero.
El 6 de
noviembre, aniversario de la Revolución Rusa: "Una cosa es la
admiración y otra el servilismo. Rusia es la patria de los rusos y nada más",
diceL'Hora.
Mientras se
llevaba a cabo esta campaña de educación política, el Bloque tuvo que hacer
frente a otras dos tareas: las elecciones complementarias y la acción de la
policía. Esta, que perseguía a fondo a la CNT, hostigaba al Bloque. La
diferencia de trato se debía, claro está, a la diferencia de importancia de las
dos organizaciones. El 2 de agosto, manifestación por una huelga en Barcelona:
tres de los heridos son bloquistas. El 9 de agosto, nueva visita de la policía,
en busca de armas, al local barcelonés del Bloque, cuando estaba reunido el
Comité Central. El 12 de septiembre, “ley de fugas” frente a la Jefatura
de Policía de Barcelona; tres muertos y varios heridos; entre los detenidos,
diversos bloquistas. El 31 de septiembre, la edición de L'Hora confiscada
por la policía por un artículo reclamando la tierra para quien la trabaja. Nada
de esto, claro, perjudicaba el crecimiento del Bloque, sino que más bien lo
favorecía.
Todo esto,
simultaneado con una campaña electoral que para el Bloque duró tres meses.
Los
bloquistas, evidentemente, no confían en las elecciones para hacer la
revolución, pero quisieran tener a alguien en las Cortes, porque son una buena
tribuna. Obtuvieron cierto éxito, con sorpresa suya, en las elecciones
municipales del 12 de abril: 11 puestos de concejal, aunque ninguno en la
ciudad de Barcelona. En las elecciones de junio, para Cortes Constituyentes, el
Bloque saca 17.536 votos en Cataluña y ningún diputado (9).
Dos de los
diputados elegidos por la ciudad de Barcelona lo han sido también en
provincias, y renuncian a su puesto barcelonés. Hay que cubrir estos dos
puestos el 4 de octubre. Maurín es el candidato del Bloque. Los anarquistas y
su periódico Solidaridad Obrera hacen campaña contra él y a
favor de un candidato del partido radical (que a pesar de su nombre es
republicano moderado). El candidato de la derecha gana con 30.000 votos. Maurín
saca 8.326 (el Partido oficial obtiene 1.264). Han votado por Maurín muchos
simpatizantes que en otras elecciones dan su voto a candidatos con más
probabilidades de triunfar. Hay ballotage para el segundo
puesto. Se resuelve el domingo siguiente: el candidato catalanista moderado
gana con 42.000 votos. Maurin saca 13.708. El Bloque, pues, no tendrá ni un
diputado. El partido burgués, Lliga Catalana, ha ordenado a sus afiliados que
votaran por el candidato catalanista moderado, para impedir una posible
victoria de Maurín. Y los anarquistas indicaron a sus simpatizantes que votaran
por cualquiera excepto Maurín.
El año 1932
comienza con casi cuatro mil bloquistas. Un año antes eran setecientos.
Esto refleja
la desilusión de las masas con la república. La Nueva Era (nº
8, septiembre-octubre de 1931) explica las causas de esta decepción:
"La
República de 1931 sigue los mismos pasos que la de 1873. La Revolución democrática
es ahogada en sangre.
La Revolución democrática tiene cuatro aspectos fundamentales como
objetivos a realizar: 1º) La destrucción total de la monarquía. 2º) El reparto
general de la tierra. 3º) Separación de la Iglesia y del Estado. 4º) Derecho de
las nacionalidades a la autodeterminación.
¿Qué es
lo que ha sido llevado a cabo? ¿Qué se ha realizado?
La
monarquía queda en pie. La desaparición del rey no quiere decir que las bases
monárquicas hayan sido destruidas. El rey no era más que la cúspide de una
monstruosa pirámide. La monarquía la constituían la Iglesia, la aristocracia,
los grandes propietarios de la tierra, la Banca, las oligarquías financieras,
el ejército, la guardia civil, la policía, la burocracia, la rutina
histórica... ¿Qué ha sido destruido de todo eso? Nada. No ha habido alteración
alguna. La monarquía tiene sus tentáculos clavados en el corazón de España. La
República se apoya sobre bases monárquicas; se sirve, en realidad, de la
antigua organización monárquica para sostenerse.
La burguesía
no es capaz de destruir una monarquía milenaria.
Al
triunfo de la República ayudó mucho la insurrección agraria, el malestar entre
los campesinos.
¿Qué ha
hecho la República burguesa en pro de los campesinos?
Ha anunciado un proyecto de Reforma Agraria. Reforma es la antítesis
de Revolución. No es Reforma, sino Revolución, lo que se precisa ahora. La
Reforma quiere oponerse a la Revolución.
España
necesita que una Revolución agraria, como la de Francia de fines del siglo
XIII, como la de Rusia, a comienzos del siglo actual, la estremezca por los
cuatro costados, removiéndolo todo, y no dejando piedra sobre piedra. ¡Basta de
foros, basta de latifundios, basta de aparcerías, basta de "rabassa
morta"! Todas estas supervivencias feudales han de ser extirpadas
brutalmente por el arado de la Revolución agraria. ¡La tierra para el que la
trabaja! Es decir, nacionalización de la tierra, y el
libre derecho de usufructo a los que la trabajen. La Revolución agraria
transformará en poco tiempo todo el suelo de la Península. Se acabará el paro
forzoso. Se terminará el hambre crónica. El mercado interior se ensanchará en
proporciones fabulosas, y la industria saldrá de su raquitismo tradicional.
Maura, en
el discurso pronunciado en Burgos, y Alcalá Zamora, en un artículo publicado
por toda la prensa, han dicho claramente que el propietario cobrará el 100 por
100 del valor de la tierra. Es decir, que el campesino tendrá que comprar la
tierra, una tierra que ha fecundado él con su trabajo.
La
burguesía republicana ahogará, si puede, la Revolución campesina.
El deber
de un gobierno republicano era romper inmediatamente las relaciones con el
Vaticano e imponer la separación brusca de la Iglesia y del Estado. A esta
medida profiláctica, debía haber seguido la expropiación de todos los bienes
que posee la Iglesia y la disolución de las congregaciones religiosas.
¿Qué ha
hecho el gobierno?
Ha tolerado que la Iglesia complotara impunemente contra el nuevo
régimen. Las congregaciones religiosas han continuado dedicándose a la
enseñanza. Los jesuitas han hecho emigrar una buena parte de su capital.
"Más
aún. El gobierno ha estado en relación constante con el nuncio, para llegar a
un acuerdo, que parece ya esbozado en líneas generales. Se llegaría a una
separación de la Iglesia y del Estado, sí, pero, durante el "proceso de
adaptación", durante diez años, el Estado proseguirá sosteniendo a la
Iglesia...
En la
cuestión religiosa, la burguesía trata igualmente de hacer fracasar la
Revolución.
Cataluña,
al proclamar la República Catalana, dio el toque a rebato que precipitó la
caída de la monarquía. Cataluña conquistaba el derecho a gobernarse libremente.
Sin embargo, la burguesía pan-española, a los tres días, sustrajo a Cataluña su
condición de República. La promesa del Estatuto fue el pago que se le hizo.
El
movimiento autonomista va tomando amplias proporciones en toda España. La
Revolución permite que se manifieste el divorcio histórico entre la Nación y el
Estado. En la base, hay una fuerte rebelión contra el Estado unitario, opresor.
Sin embargo, la burguesía, y con ella su quinta rueda,
la social-democracia, se oponen, no sólo al reconocimiento del derecho nacional
a la separación, sino incluso a la estructuración federal.
Nos
encontramos, pues, que la burguesía trata, por todos los medios a su alcance,
de estrangular la Revolución democrática. La situación es la misma que en Rusia
en 1917. El gobierno Miliukov-Kerensky frenó cuanto pudo la Revolución
democrática. Fueron los bolcheviques, en noviembre, al tomar el poder, los que
realmente, llevaron a cabo la Revolución democrática. Destruyeron sin compasión
las raigambres del viejo Estado zarista, dieron la tierra a los campesinos, la
libertad a las nacionalidades y asestaron un golpe mortal a la Iglesia ortodoxa.
Durante largo tiempo, los bolcheviques estuvieron entregados a la Revolución
democrática, que la burguesía no había querido, o no había podido realizar.
La
burguesía española ha perdido toda condición revolucionaria. Mejor dicho aún:
es la muralla que se levanta para contener el oleaje de la Revolución.
¿Qué
hacer, pues?
Cuando la
burguesía ha dado ya la medida de lo que quiere, entonces hay que llevar a la
clase trabajadora a la convicción de que es ella la que ha de tomar el poder,
para terminar la Revolución democrática y pasar luego a la Revolución
socialista".
Había
quienes encontraban esta forma de ver las cosas como pequeñoburguesa y
nacionalista. Los trotskystas, por ejemplo (10).
Ya se
explicó cómo Nin, al regresar de Rusia, colaboró en L'Hora y
simpatizó con el Bloque. Pero "la Federación" escribía a Trotsky el 7
de marzo de 1931, "consideraba que su [de Nin] adhesión
podía agravar sus relaciones con la Internacional Comunista", y esto
le parecía justo. El mismo día de las elecciones municipales que trajeron la
república, Nin dice al viejo bolchevique: "Hay que entrar en la
Federación, hacer en ella un trabajo sistemático y crear una fracción".
Esta era la posición de los trotskystas en todo el mundo: formar fracciones en
los partidos comunistas, para regenerarlos; en Cataluña, esto debía hacerse en
el Bloque, puesto que el Partido oficial era de hecho inexistente. Pero en
junio (día 29) las cosas ya no son tan claras, porque Nin escribe al desterrado
de Prinkipo que la política de la Federación es "vacilante, indefinida.
Mis relaciones con sus dirigentes han pasado por diversas etapas: colaboración,
ruptura, nueva colaboración, nueva ruptura".
Entre tanto,
Nin ha despertado algo a la letárgica Sección Española de la Oposición
Comunista y ha comenzado a aparecer la revista mensual Comunismo,
en cuyo número 3 escribe un artículo criticando al Bloque y a Maurín y
afirmando que la campaña electoral del Bloque "tuvo poco de comunista".
Pero el 18 de septiembre, todavía dice a Trotsky que si consiguiera formar un
núcleo trotskysta en Cataluña, sería partidario de que sus miembros adhirieran
al Bloque en provincias y al Partido oficial en la ciudad de Barcelona. "Podrían
contribuir activamente a la descomposición del Bloque".
Por lealtad
personal y algo por debilidad de carácter ante la intransigencia de Trotsky,
Nin acepta, creo que de mala gana, lo que Trotsky le escribe el 20 de junio:
"hay que someter a Maurín a una crítica implacable e incesante, que los
acontecimientos confirmarán brillantemente". Lo que los
acontecimientos reflejaron fue un constante crecimiento del Bloque y el
estancamiento de la Oposición Comunista.
La posición
de Nin, claro está, desagradaba a los bloquistas. El 30 de abril, L'Hora califica
el trotskysmo de "enfermedad de snobs" y el 7 de mayo publica
un artículo de Arquer, "Contra las luchas intestinas comunistas", en
el cual se decía que las luchas de los trotskystas tenían razón de ser en la
URSS, pero no fuera de ella, donde "hacer trotskystas era trabajar
contra el comunismo". Cuando Nin, en mayo, se decide a pedir su
ingreso al Bloque, el Comité Ejecutivo le contestó que su adhesión no era
conveniente, de momento. "Vuestra respuesta evasiva demuestra -les
contestó Nin- que mis deseos sinceros de contribuir a la unificación indispensable
de las fuerzas comunistas no ha encontrado en vosotros el eco que merecía".
El Comité Ejecutivo rechazaba, de hecho, no a Nin, sino al trotskysmo, y al
hacerlo sabía que protegía al Bloque del fraccionalismo que, como se ha visto,
los trotskystas se proponían realizar dentro de él.
El 1 de
septiembre de 1932, Trotsky ordenaba, desde su isla turca, que la Oposición
rompiera con la Federación y unos días después agregaba que "entrar en
la Federación deshonraría a la Oposición". Los hechos, sin embargo,
dieron la razón al Bloque. Los trotskystas vieron cómo sus relaciones con
Trotsky se enfriaban, porque disentían de él sobre cuestiones de personalidad
relacionadas con el Secretariado Internacional de la Oposición. En diciembre de
1933, Trotsky, en una carta a las secciones de la Oposición, criticaba a la
sección española y hablaba del "peligro y falsedad de la política del
camarada Nin". En septiembre de 1934, un editorial de Comunismo informaba
que la Oposición española había roto con la organización trotskysta
internacional, porque se negaba a aceptar la nueva táctica, fijada por Trotsky,
de entrar en los partidos socialistas (lo que se llamó el viraje francés,
puesto que se inspiraba en la situación de Francia en aquel momento). Si Nin
hubiera sido aceptado en el Bloque en 1931, habría tenido que defender en él
estas posiciones sucesivas, hubiese creado divisiones y, finalmente, hubieran
tenido que expulsarlo. Lo que Nin calificaba de respuesta evasiva era, pues, en
realidad, un intento de despersonalizar y suavizar la negativa de admisión (11)
Nin había
publicado, a su regreso, una respuesta a un libro del lider catalanista de
derechas Francesc Cambó en el cual éste daba consejos al dictador español y
analizaba el fascismo italiano. Este libro de Nin, Les dictadures dels
nostres dies, tuvo éxito. Luego, hizo, como ganapán, una serie de
magnificas traducciones de novelas rusas al catalán, y preparaba un libro sobre
el marxismo y la cuestión nacional. Los intelectuales admiraban al traductor y
los dirigentes obreros respetaban al militante. El Bloque hubiera visto con
gusto a Nin en sus filas. Esperaban que la experiencia catalana iría eliminando
el barniz que nueve años de estancia en la URSS habían posado sobre sus
reacciones. Pero era demasiado arriesgado aceptar a alguien, por muchos méritos
que tuviera, que de momento estaba destinado, por su convicciones y lealtades,
a dividir al Bloque.
Maurín
escribía a comienzos de 1932:
"El
BOC es combatido por la secta impotente de los trotskystas como un movimiento
puramente catalanista. El BOC ha sabido dar a la cuestión nacional una
interpretación leninista que los pedantes trotskystas son incapaz de asimilar.
Ha visto la gran fuerza revolucionaria democrática que posee el movimiento de
liberación nacional y ha buscado su concurso, como se ha procurado asimismo el
de los campesinos" (12).
Si la
crítica del Bloque por los trotskystas era un eco de lo que pensaba Trotsky, la
que dirigió el Partido oficial era una mala traducción de loe escrito en Moscú por
los altos funcionarios de la Tercera Internacional.
El Partido
oficial se quedó sin sección catalano-balear cuando la Federación se separó de
él (o, como d decía el partido, fue expulsada). En 1931, una docena de miembros
de la Federación que no habían seguido a ésta, formaban, aunque sólo fuera de
nombre, el Partido oficial en Cataluña. Ya se vio que en las elecciones de
junio de 1931 obtuvieron 2.320 votos en toda Cataluña.
La
Internacional esperaba atraerse todavía a la Federación. Realizó, sin éxito,
algunas gestiones privadas (13) El Buró Político del Partido oficial se reunió
entonces, y decidió hacer un ofrecimiento público: los disidentes podían
regresar al Partido como si no hubiera sucedido nada. Bullejos -que sin duda
tenía a Maurín como competidor por la dirección- se opuso a que este
ofrecimiento lo abarcara. El delegado de la Comintern, Humbert-Droz, decidió
entonces invitar a Maurín y otros bloquistas a Moscú, donde podían discutir
todas las cuestiones pendientes con Bullejos, al que darían la orden de ir
allí. Maurín rechazó la invitación. No se trataba de una cuestión de quien
debía dirigir el Partido, sino de principios. Arlandis y algunos otros, que
para entonces se arrepentían ya de haber seguido a la Federación, insistieron
para que aceptara, y lo mismo hicieron algunos dirigentes bloquistas. Pero
Maurín siguió negándose a ir, aunque no se opuso a que fuera una delegación, y
en vista de esto el delegado de la Internacional retiró la invitación no sólo a
Maurín, sino a los demás. Comprendieron por fin que Moscú quería que Maurín
fuera a la capital rusa para no dejarlo regresar (14). No hubo ya más dudas.
Pero el Partido oficial todavía creía que sería posible separar a Maurín del
Bloque. El semanario Mundo Obrero, órgano oficial del Partido,
publicó a últimos de junio de 1931 un llamamiento a los militantes del Bloque
invitándolos a entrar en el Partido:
"En
diferentes ocasiones, la Internacional Comunista y el Partido intentaron poner
fin a esta situación que tanto daño ocasionaba al desarrollo del movimiento
comunista en España. Últimamente la Internacional pidió a los jefes del Bloque
el envío de una delegación a Moscú para tratar de las condiciones de su
reintegro al Partido, y, por tanto, de la unificación de todas las fuerzas comunistas.
Maurín, que ya había emprendido resueltamente su política de alianza con la
burguesía catalana, capitulando vergonzosamente ante Macià, y que desde la
tribuna del Ateneo de Madrid atacaba a la Internacional Comunista, rechazó la
invitación que se le hacía, poniendo así de manifiesto, tanto sus propósitos
escisionistas como la falsedad de todas sus declaraciones respecto a la
unificación comunista en Cataluña.
El Comité
Central del Partido Comunista (S.E. de la I.C.) os dirige un caluroso
llamamiento para que reintegréis en nuestras filas y declara que está dispuesto
a admitiros en bloque, sobre la base de la aceptación sin reservas del programa
y de la línea política de la Internacional Comunista y de su Sección
española (15).
Miravitlles,
en una conferencia, caracterizó así esta invitación:
"El
Partido Comunista de España, sección española de la Internacional Comunista,
hizo honor a su subtítulo (16)".
La
invitación no tuvo eco alguno en el Bloque, pero dio pretexto a algunos
elementos de la Federación que habían seguido de mala gana a Maurín, para
regresar a la vida descansada (intelectualmente hablando) del Partido oficial.
Estos elementos trataron de dividir al Bloque y fueron expulsados por el Comité
Central. Ninguno tenía cargos importantes, pero llegaron a ocuparlos en el
Partido oficial. Los más destacados eran Antonio Sesé e Hilario Arlandis.
Finalmente, la Internacional convalidó, en julio de 1931, la decisión del Buró
Político del Partido oficial de expulsar a la Federación Comunista Catalano-Balear.
En la resolución correspondiente de Moscú, se acusaba al liberalismo y menchevismo, nacionalismo
pequeño burgués, de reflejar las ideas de Trotsky y
de negar el papel dirigente del proletariado. Es curioso observar
que las mismas acusaciones lanzaban contra el Bloque los trotskystas.
Era evidente
que Moscú -cuyo partido tenía en toda España menos afiliados que el Bloque en
sólo Cataluña-, debía crear una organización que se enfrentara a los
bloquistas. Por aquel entonces había regresado de la URSS aquel Ramón
Casanellas que se refugió allí en 1921 después de haber participado en el
atentado que costó la vida al jefe del gobierno Eduardo Dato, organizado por la
CNT. Lo acompañaba un delegado de la Internacional, el
húngaro Erno Gerö, que desde entonces actuó siempre en Cataluña bajo el
seudónimo de Pedro. (Ese mismo Gerö se encargó, en 1956, de pedir
la entrada de los tanques soviéticos en Hungría.) Casanellas fue
candidato del Partido oficial en Barcelona. Lo detuvieron luego y lo expulsaron
so pretexto de que, habiendo adquirido la nacionalidad soviética estando en
Rusia, entró en España sin permiso. Pero al poco normalizó su situación
jurídica y regresó a Barcelona.
No era buen
orador ni buen escritor, no gozaba de prestigio entre las masas. Moscú pensó,
sin duda, que el haber sido uno de los autores de la muerte de Dato le daría
influencia entre los anarquistas, pero éstos lo consideraban pasado al enemigo
marxista. En su breve actuación (murió en 1933 en un accidente de moto), siguió
siempre fielmente las indicaciones de Gerö.
Moscú no
estaba satisfecho con la situación de sus fuerzas en España. El 15 de enero de
1932, la oficina para la Europa Occidental del Comité Ejecutivo de la
Internacional Comunista publicó una carta en la cual decía que el partido
comunista español "no tuvo una actitud correcta respecto al grupo
Maurín y su Bloque Obrero y Campesino. Sin menguar en ningún modo la lucha por
desenmascarar a Maurín y sus ideas pequeño-burguesas y la colaboración en
práctica de su grupo con la burguesía -en realidad, intensificando esa lucha y
negándose a hacer cualquier concesión, en cuestión de principios-, sin
disimular las diferencias existentes, el partido comunista debe ayudar a todos
los miembros de esta organización que están prontos a acogerse a la bandera del
Comintern a unirse a las filas del partido comunista".
En marzo de
1932 se reunió en Sevilla el quinto Congreso del Partido oficial, y entre otras
cosas, decidió crear un Partido Comunista en Cataluña, que sería aparentemente
autónomo y estaría nominalmente adherido de modo directo a la Internacional
Comunista. Aunque se esperaba halagar así a los catalanistas, éstos pronto se
dieron cuenta de que no habían sido los comunistas catalanes quienes crearon su
propio partido, sino que fue establecido por una decisión del Partido español
siguiendo indicaciones de la Comintern.
En mayo
comenzó a funcionar el Partit Comunista de Catalunya, con Casanellas como
Secretario General y con el semanario Catalunya Roja como
órgano de prensa. Tanto el Partido español como el catalán empezaron entonces
una activa campaña permanente, contra el Bloque, que no tuvo repercusión
alguna. El folleto “Los renegados del comunismo. El Bloque Obrero y Campesino
de Maurín” (17) resume los argumentos del comunismo oficial contra el Bloque.
"La
burguesía -decía el folleto-, tiene como agentes en el seno de la
clase obrera no sólo a los jefes socialfascistas y anarcosindicalistas. Los
agentes de la burguesía no se encubren solamente con el nombre de
"socialismo" o "anarquismo", sino también con el de
"comunismo". "El Bloque obrero y campesino" de Maurín y
"la Izquierda comunista" de los trotskystas representan dos
organizaciones que cumplen el mandato de la burguesía de debilitar y
descomponer las filas del Partido Comunista. La destrucción de la dirección
traidora y renegada de estas organizaciones, la conquista para el comunismo
verdaderamente leninista de los obreros revolucionarios engañados por ellos, es
una tarea importantísima del Partido comunista, como lo es la destrucción de la
dirección socialfascista y anarcosindicalista.
El
"Bloque Obrero y Campesino" de Maurín manifiesta su oportunismo y
traición en formas abiertas y bastante descaradas. En su famosa conferencia del
Ateneo de Madrid, en junio de 1931, Maurín, para tranquilizar al público
burgués, declaró que él no era un comunista ortodoxo, sino un comunista de
género especial, al cual es más fácil comprender y que se adapta mejor a las
condiciones de España. Esta "adaptación" de Maurín se expresó en la
renuncia a la consigna de los soviets, en la defensa de una
"Convención" pequeño-burguesa y en la lucha directa contra la
Internacional Comunista".
Decir que el
gobierno Azaña era pequeño-burgués, como hacía Maurín, equivalía, según el
folleto, a apoyar y propagar "la ilusión de que este gobierno no es
contrarrevolucionario". Separarse de la Internacional equivaldría a
romper con el comunismo. La consigna dada por el Bloque de toma del poder por
los comités de fábrica parecía errónea al Partido oficial, porque el poder sólo
pueden tomarlo los soviets. El sistema de organización a dos niveles del Bloque
era "liquidacionismo" y al oponerse al Partido oficial, el BOC
cumplía "un mandato indudable de la burguesía". Maurín era "un
agente de la burguesía para la descomposición de las filas comunistas que
aprovecha la máscara comunista como requisito necesario de su trabajo de
traición".
En otro
folleto (18) "el Partido oficial arremete contra la posición del
Bloque en la cuestión catalana. El Bloque hace el juego a la burguesía y de
hecho "sostiene el gobierno contrarrevolucionario de Macià, al considerar
que la formación de la Generalitat ha creado un segundo poder, lo cual es
favorable a la revolución democrática. Esta posición, dice el nada misterioso Prof.
I. Kom, es parecida a la de los trotskystas, pero aún peor que ella (y para ser
peor que un trotskysta, a los ojos de un comunista oficial, hay que ser
realmente muy malo), porque el Bloque propugna el separatismo y Trotsky se
opone a él. Pero esto se debe a que los "maurinistas" quieren estar
al servicio de la burguesía catalana, mientras que los trotskystas prefieren
estar al servicio de la "nación imperialista española"
Después de
este delirio de casuística, el autor del folleto afirma que el problema nacional
español se reduce a la rebelión de los campesinos catalanes y gallegos contra
los sistemas de arrendamiento prevalecientes en su zona. Los obreros no tienen
nada que ver, pues, con el problema nacional, que es lo que sostenían Lerroux
en 1909 y la FAI en 1932.
Merece la
pena citar las frases principales de esos folletos:
"La
táctica política de los maurinistas sirve de excelente demostración práctica de
que la separación del movimiento comunista de la Internacional significa en
realidad la ruptura con el Comunismo. Renunciando a aplicar la línea leninista
justa y consecuentemente, Maurín empezó a ocuparse de maniobras sin principio
entre varios grupos políticos, en relación con diferentes cuestiones políticas,
y le parece, prisionero como se halla de la burguesía, que ejerce una
influencia sobre ella. Como resultado ha llegado a una confusión ecléctica en
el dominio de las formulaciones teóricas y al servilismo político práctico
respecto de la burguesía. Tal es la suerte inevitable de los politicastros
pequeño-burgueses.
Es
errónea también la consigna de la "toma del poder por los Comités de
Fábrica". Los comités de fábrica y los comités de campesinos son realmente
amplias organizaciones especiales políticas primordiales, capaces de ser un
potente instrumento para la preparación de la toma del poder por el
proletariado y de sus aliados, los campesinos. Pero este papel lo pueden
desempeñar solamente en embrión, como antecesores, como camino hacia la
creación de los Soviets, como los reductos de los Soviets en las fábricas, como
garantía para la solidez de los soviets, como palanca potente de la victoria de
los soviets, única forma del poder revolucionario obrero y campesino.
El
sentido fundamental y el contenido del maurinismo es la lucha contra el comunismo,
la lucha por el rompimiento de la unidad de las fuerzas revolucionarias del
proletariado bajo las banderas del Partido Comunista. A La posición
anticomunista de los maurinistas en los problemas fundamentales de la
estrategia y táctica de la revolución, corresponde también su posición
anticomunista en la cuestión del, Partido mismo. Los maurinistas de hecho
disuelven al Partido en el Bloque Obrero y Campesmo. El artículo de Víctor
Colomé "La Federación y el Bloque" ("La Batalla" del 24 de
diciembre de 1931), desarrolla una "teoría" original, que subraya el
completo alejamiento de los maurinistas de la doctrina leninista sobre el
Partido.
Colomé
plantea la cuestión de la profunda diferencia y contraposición entre los
miembros del Partido preparados y conscientes y las amplias masas de obreros
que simpatizan con el comunismo. La incorporación de esos obreros al Partido,
en otras palabras, la creación de un partido comunista de masas, Colomé la
considera inaceptable. Un partido comunista de masas, en su opinión,
"quedará reducido a la impotencia por la diversidad de opiniones y
confusiones que irán desde el comunista mejor preparado hasta el que comienza a
simpatizar. El mecanismo funcionará con gran dificultad y las crisis serán
permanentes. Resultado: un aparato inútil" (Víctor Colomé, "La
Federación y el Bloque", La Batalla, 24 de diciembre de 1931). Por otra
parte, continúa Colomé, el grupo de comunistas preparados, conscientes, es
cuantitativamente limitado y necesita de una amplia organización de simpatizantes
para llevar a cabo su política. La Federación comunista de Maurín y el Bloque
Obrero y Campesino representan precisamente, según la opinión de Colomé, la
unión de esta minoría consciente con la amplia organización de simpatizantes.
Este
punto de vista es absolutamente extraño al comunismo. El comunismo preconiza un
Partido comunista de masas capaz de aplicar su línea en las amplias
organizaciones sin partido: en los sindicatos, en los soviets, etc, El
comunismo no debilita ni separa a los obreros comunistas preparados de los no
preparados, sino al contrario los une, garantiza la dirección de toda la clase
por la vanguardia. Si las simpatías comunistas de los obreros y su deseo de
luchar en las filas del partido comunista están ya suficientemente determinadas
y esos obreros piden el ingreso en el Partido, aceptan su programa,
resoluciones y disciplina, el Partido les acoge y realiza su educación en las
filas del partido y no en una organización de simpatizantes. El punto de vista
de los maurinistas representa dos crímenes fundamentales contra el comunismo:
la distinción de los comunistas "conscientes" en una secta limitada y
la creación, en vez del partido, de una imitación indeterminada de él en forma
de organización de simpatizantes, la creación, en vez del partido del
proletariado, del "Bloque Obrero y Campesino".
Pero una
manifestación todavía más clara del liquidacionismo de los maurinistas es su
posición frente al partido. Es difícil imaginarse una posición más cobarde y
contrarrevolucionaria. Los maurimstas declaran que el partido comunista es un
"mito" y proclaman abiertamente que el objeto final de ellos es
derrumbar y aniquilar el partido. Esto es un mandato indudable de la burguesía,
la cual comprende perfectamente que su único enemigo peligroso es la
Internacional Comunista y sus secciones.
En la
resolución del Pleno ampliado del partido de Maurín leemos:
"Hasta
aquí, el desbordamiento de la reacción republicano fascista ha sido impedido en
gran parte gracias al hecho revolucionario de la dualidad de poderes: Gobierno
provisional de Madrid y Gobierno de la Generalidad de Cataluña. La Generalidad,
aunque gobierno pequeñoburgués, se ha visto obligada en determinados momentos,
bajo
la presión de los trabajadores, a servir de acantilado ante el oleaje reaccionario del Gobierno provisional...".
la presión de los trabajadores, a servir de acantilado ante el oleaje reaccionario del Gobierno provisional...".
Y más
lejos se dice con la misma franqueza: "La clase trabajadora...ha de tratar
de acentuar la dualidad de poderes, procurando con su actuación política
transformar el gobierno pequeñoburgués de la Generalidad en gobierno obrero de
la República obrera de Cataluña" ("La Batalla", 13-11-31).
Las
conclusiones políticas son claras: el deber del proletariado consiste de este
modo en sostener el doble poder, es decir, en "sostener el gobierno
contrarrevolucionario de Macia", y ello hasta su "transformación
pacífica (mediante la actividad política del proletariado, es decir la presión
de abajo) en el gobierno obrero de Cataluña".
A pesar
de la enternecedora unidad de opiniones en las cuestiones políticas "cardinales"
de los trotskystas y Maurín, existen también "divergencias" entre
ellos. Maurín propugna el apoyo al movimiento nacionalista “separatista” de las
nacionalidades oprimidas, el movimiento por la "separación" de
Cataluña y España.
Trotsky
combate el "separatismo", la separación de Cataluña y el
desmembramiento de España en nombre de la "unidad económica" del
país: "Nuestro programa es la federación hispánica con el mantenimiento
indispensable de la unidad económica", dice Trotsky en la "Carta con
motivo de la cuestión catalana" (Verité ", 1-septiembre-1931).
¿Dónde se
ha ido a esconder el derecho de las nacionalidades a la autodeterminación hasta
la separación del Estado central? ¿Por qué defiende Maurín la separación de
Cataluña, el separatismo? Porque representa el ala "izquierda" de la
burguesía "catalana" nacional contrarrevolucionaria que, de palabra,
es partidaria de la separación, pero que "de hecho sostiene" al
gobierno de Macia y a sus dueños imperialistas de Madrid. ¿Por qué los
trotskystas luchan tan enérgicamente "contra" la separación, contra
el separatismo, en nombre de la "unidad económica" de España,
realizada como es sabido bajo la égida del gobierno opresor imperialista de
Azaña-Largo Caballero? Porque a los trotskystas no les agrada de ningún modo
estar al servicio únicamente de la burguesía "catalana" (aunque hacen
esto, como ya hemos visto, declarando que Macia se atiene "a las
soluciones radicales". Prefieren intervenir con el partido socialista de
España en calidad de exploradores y trovadores de la "nación imperialista
española".
Los
socialistas españoles no se preocupan menos que Trotsky de la "unidad
económica" de España y combaten el separatismo como "el peor enemigo
de la democracia, de la paz y de Cataluña" ("El Socialista",
6-VIII-931).
Lo que los
comunistas oficiales no pueden perdonar al Bloque, en realidad, es la crítica
bloquista a la burocracia de la Internacional. En el folleto de Maurín ya
citado (19) se lee, por ejemplo, esto:
Algo que
ha contribuido mucho a la fortaleza del BOC, aunque en ciertos momentos
constituya un motivo de grandes dificultades, es su pobreza. No tiene otros
recursos que los que consigue con las cotizaciones.
La ayuda
económica que los partidos comunistas oficiales reciben de la I.C., es extremadamente
perniciosa. Se crea una burocracia permanente que acaba por estar de acuerdo de
una manera sistemática con quien manda. Así las cosas, la actividad de los
partidos depende del tanto por ciento de protección que reciben. La
personalidad de los partidos desaparece, quedando convertidos en piezas de una
gran máquina burocrática...
La
experiencia ha demostrado de un modo asaz concluyente que el régimen de
dictadura burocrática que impera en los partidos comunistas oficiales es
tremendamente funesto para la vitalidad del movimiento comunista.
Los
republicanos, por su parte, no dejan de dirigir reproches al Bloque, en
especial el de que con su crítica de la actuación de la república debilita a
ésta. Le achacan además que no es partidario de la democracia. Maurín contesta
a esto con unas frases bien claras:
El BOC
reivindica la democracia obrera y cree que en ella hay una gran fuerza
creadora. Rechaza la teoría de que sólo una pequeña minoría es la que ha de
pensar y la gran masa obedecer, y actúa de manera que sea por la acción y el
pensamiento de todos su adherentes que el BOC triunfe y trace su línea de
conducta (20).
El año 1932
aporta no sólo éstas y otras críticas, sino también luchas, aciertos y
tropiezos. Comenzó con un levantamiento anarquista en la cuenca catalana del
Alto Llobregat, el 21 de enero, que fue aplastado por las fuerzas policíacas.
Pero ocurrió algo interesante: por primera vez unos comités anarquistas, en los
pueblos mineros de Fígols y Sallent, tomaron el poder, se instalaron en los
ayuntamientos y dieron órdenes para organizar la vida de esas ciudades, durante
las 48 horas que estuvieron en sus manos. La Batalla del 29 de
enero lo pone de relieve: “Estamos en presencia de un hecho histórico de la
más alta significación, que señala para la marcha de nuestra revolución un giro
importantísimo. El anarquismo ha dejado de existir. Los obreros y entre ellos,
naturalmente, los anarquistas, han aceptado la tesis marxista de la toma del
poder”. Los hechos, más tarde, demostrarán que este optimismo no estaba
justificado, puesto que en otros lanzamientos anarquistas, en 1932 y 1933, no
se repitió la toma del poder local.
Los hechos
del Alto Llobregat aportaron al Bloque a algunos militantes cenetistas que
habían participado en ellos y aprendieron su lección, después de haber sido
deportados a Bata (Africa Occidental) por el gobierno Azaña. Manuel Prieto fue
el más destacado. Otro cenetista, que no había tomado parte en dichos hechos,
también ingresó al Bloque, Ramón Magre, dirigente destacado de la Unión
Gastronómica, un sindicato autónomo de cocineros y camareros. Pero estas
adhesiones no determinaron una corriente de cenetistas hacia el Bloque. Las
razones eran más psicológicas que políticas. Un militante es, a la vez, un
hombre que piensa en términos ideológicos determinados y un hombre que vive en
un ambiente dado (el de su organización). En el Bloque los anarquistas se
encontraban fuera de su casa, no sólo porque era difícil pasar de la retórica
ácrata a la marxista, sino también porque el sentimiento de amistad entre los
militantes no se abría fácilmente a los recién llegados procedentes de otras
organizaciones.
Había otros
medios de expansión. Uno de ellos eran los ateneos obreros. Mientras los
miembros de la Unió Socialista de Catalunya se concentraban en el Ateneo
Polytechnicum, los bloquistas conquistaron el Ateneo Enciclopédico
Popular,
de muy larga tradición. Para ello, los bloquistas se afiliaron en masa y obtuvieron así mayoría en la asamblea para elegir la Junta Directiva. A partir de ese momento, el Enciclopédico redobló su actividad, adoptó iniciativas importantes en el terreno de la educación para los hijos de obreros (por ejemplo, encabezó una campaña pro escuelas) y organizó cursillos de educación política a cargo de figuras destacadas del movimiento obrero. No fue una actividad sectarea, pero era evidente que favorecía al Bloque el simple hecho de que la llevaran a cabo los bloquistas. La USC, los nacionalistas de la Esquerra y el Partido oficial se alarmaron y trataron de copar las asambleas, pero hasta la guerra civil los bloquistas dirigieron el Enciclopédico en colaboración con viejos socios súbitamente rejuvenecidos. Conquistaron también otros ateneos en los barrios obreros y en varias ciudades de provincias; cuando no los había, los fundaron. En los ateneos estaba la sal del proletariado y el Bloque atrajo a los mejores elementos de esta selección, al darles participación en la dirección de los ateneos (21). Los oradores bloquistas sabían que disponían de tribunas prestigiosas desde las cuales exponer sus puntos de vista, pero no trataron de monopolizarlas.
de muy larga tradición. Para ello, los bloquistas se afiliaron en masa y obtuvieron así mayoría en la asamblea para elegir la Junta Directiva. A partir de ese momento, el Enciclopédico redobló su actividad, adoptó iniciativas importantes en el terreno de la educación para los hijos de obreros (por ejemplo, encabezó una campaña pro escuelas) y organizó cursillos de educación política a cargo de figuras destacadas del movimiento obrero. No fue una actividad sectarea, pero era evidente que favorecía al Bloque el simple hecho de que la llevaran a cabo los bloquistas. La USC, los nacionalistas de la Esquerra y el Partido oficial se alarmaron y trataron de copar las asambleas, pero hasta la guerra civil los bloquistas dirigieron el Enciclopédico en colaboración con viejos socios súbitamente rejuvenecidos. Conquistaron también otros ateneos en los barrios obreros y en varias ciudades de provincias; cuando no los había, los fundaron. En los ateneos estaba la sal del proletariado y el Bloque atrajo a los mejores elementos de esta selección, al darles participación en la dirección de los ateneos (21). Los oradores bloquistas sabían que disponían de tribunas prestigiosas desde las cuales exponer sus puntos de vista, pero no trataron de monopolizarlas.
Otro terreno
en el cual el Bloque avanzaba era el sindical. Un pleno regional de la CNT,
reunido en Sabadell en abril de 1932, expulsó a las Federaciones locales de sindicatos
de Lérida y Gerona, dirigidas por bloquistas, y en mayo el Comité Regional
expulsó a la Federación local de Tarragona, por igual motivo. Fue una especie
de pataleta de los anarquistas por la crítica bloquista de tal aventura
insurreccional de enero (22).
Al lado de
estas organizaciones de trabajadores industriales, los bloquistas trataban de
organizar a los campesinos. Estos no estaban encuadrados en ninguna parte,
fuera de los rabassaires (medieros de la vid), cuya Unión se
hallaba controlada por la Esquerra, aunque en ella los bloquistas iban
penetrando lentamente. En 1932, fundaron en Lérida la Unió Agraria y en Gerona
la Acció Social Agraria. En 1934, la Unió de Lérida tenía casi tantos afiliados
como la Unió de Rabassaires (18.000), y la de Gerona se acercaba a los 12.000
(23).
En el
terreno sindical el Bloque tuvo una iniciativa que luego otros trataron de
atribuirse y que lógicamente hubiera debido corresponder a la CNT si esta
central sindical no se hubiese puesto a sí misma entre la espada de las
aventuras insurreccionales y la pared de las reivindicaciones inmediatas de sus
afiliados. Me refiero a la lucha para defender a los obreros en paro forzoso.
El país
pasaba por una crisis económica fuerte, eco de la mundial, pero agravada por la
fuga de capitales y el sabotaje económico de los industriales y grandes
terratenientes adversarios de la república. Había 400.000 obreros sin trabajo,
la mayoría en el campo, y de ellos 34.000 en la provincia de Barcelona (24).
Para un
partido obrero, era deber y conveniencia tratar de organizar a los obreros
parados. El Bloque se lanzó a esta tarea. Josep Coll, un albañil sin trabajo,
era el cerebro de la campaña y Andreu Sabadell, un obrero sin empleo del ramo
del agua, su agitador más eficaz. El Bloque había hablado ya del paro forzoso
en su programa municipal de 1931.
La campaña
encontró eco y condujo a la formación de un Frente
Obrero contra el Paro Forzoso, dirigido por bloquistas. El Bloque
convocó a una conferencia sobre el paro forzoso, que se reunió el 12 de febrero
de 1933, con delegados del Bloque, la USC, varios sindicatos autónomos y las
Federaciones expulsadas de la CNT (es decir, dirigidas por bloquistas). El
Partido oficial, la CNT y los treintistas no participaron.
Esta
conferencia aprobó una lista de reivindicaciones: jornada de seis horas, seguro
contra el paro, aumento de los subsidios a los parados (35 pesetas semanales a
los obreros y 50 a los casados) y una reforma tributaria que permitiera aplicar
estas medidas. El
Bloque, al convocar la conferencia había advertido:
“Es
preciso que la clase obrera concrete en unas consignas sus aspiraciones
inmediatas. Hay que concretar estas aspiraciones pero no nos hagamos la ilusión
de que el problema del paro forzoso se pueda resolver dentro del régimen
capitalista. Sabemos de sobra que, a pesar de conformarnos con poca cosa, esa
poca cosa a la que podemos aspirar actualmente nos costará muchísimo
conseguirla. Los obreros que trabajan deben ponerse al lado de los parados.
Deben luchar por hacer triunfar las reivindicaciones de los que están sin
trabajo por solidaridad de clase y porque mañana mismo pueden ser las consignas
que les interesen de una manera directa”.
En abril; el Frente contra el Paro Forzoso escribió a los diputados al
Parlamento catalán. Los socialistas del mismo propusieron una ley estableciendo
la jornada de seis horas. El Parlamento no la aceptó y en cambio creó un
Instituto contra el Paro Forzoso, con 65.7 millones de pesetas anuales. Esta
ley, presentada por la Esquerra, era más amplia que la propuesta por sus
aliados los socialistas catalanes. Sin la campaña y la conferencia, nada de
esto hubiera tenido lugar.
Pero
pequeños éxitos como éste no hacían perder la cabeza a los bloquistas. La
situación del país era inquietante. El 10 de agosto de
1932, el general José Sanjurjo se sublevó en Sevilla contra la República. Una
huelga general frustró esta tentativa. El Bloque, que había denunciado los
preparativos de golpe desde hacía varios meses, reclamó la ejecución de
Sanjurjo (que fue juzgado, condenado a muerte e indultado a petición de los
socialistas). El mismo día de la sublevación, Mundo Obrero,
el diario comunista, publicaba a toda página este título: “El gobierno Azaña es
el centro de la contrarrevolución fascista”. Por ésta y otras pruebas de falta
de sensibilidad política, Moscú acabó cambiando la troika Bullejos-
Trilla-Adame y sustituyéndola por una nueva encabezada por el sevillano. José
Díaz, que siguió al frente del partido hasta que se suicidó en Georgia, ya
terminada la guerra civil española. Pero nada cambió en el Partido oficial,
porque el mal no venía de latroika sino de su sumisión a Moscú. La nueva dirección continuó con la táctica del
"social-fascismo", que en Alemania estaba abriendo las puertas del
poder a Hitler. Criticar a los socialistas y anarquistas, como hacía el
Bloque, no quería decir que hubiera que considerarlos la "antesala del
fascismo", como decía el Partido oficial por órdenes de Moscú. Por esto,
el Partido oficial seguía siendo un esqueleto. En las elecciones a diputados al
Parlamento catalán, en noviembre de 1932, el Bloque obtuvo 12.000 votos en
Cataluña, de los cuales 3.565 en Barcelona-ciudad, y el Partido oficial 1.216.
La Lliga tuvo en Barcelona 37.000 votos y la Esquerra 65.000.
La diferencia
de posiciones políticas entre el Bloque y cualquier otra organización obrera,
se vio clara en el segundo Congreso de la Federación Comunista Catalano-Balear
(es decir, la organización de militantes del Bloque). Se reunió en abril de
1932, en un nuevo local central, en la calle de Palau número 6. Desde dos meses
antes, La Batalla publicó las tesis que discutiría el
congreso, para que se debatieran en las células. El Congreso aprobó cambiar el
nombre de la Federación por el de Federación Comunista Ibérica, con el fin de
englobar a pequeños grupos de simpatizantes en Asturias, Madrid y Valencia.
Algunos delegados se opusieron, porque consideraban que era prematuro poder
extenderse fuera de Cataluña.
Tal vez el
documento más interesante fue la tesis aprobada sobre la cuestión nacional.
Merece reproducirse porque analiza la posición de otras fuerzas obreras sobre
este problema y porque muestra que había una plena coincidencia entre los
bloquistas procedentes del comunismo catalán y los procedentes de la CNT y del
comunismo oficial; el aporte de nuevos elementos había, en realidad, sumergido
y fundido a estos grupos fundadores. Decía así, en lo fundamental: (25)
“1.-La
caída de la monarquía y la implantación de la república, como que este cambio
de régimen no ha ido acompañado de la incorporación al nuevo Estado político
del programa de la revolución democrática, no representa un avance muy sensible
no sólo en el orden de las relaciones de las clases sociales en pugna, sino que
tampoco en las relaciones entre las colectividades nacionales que viven, de
buen o mal grado, dentro del marco del Estado español.
2.-Bajo
la monarquía, el Estado imperialista pan-español, formado históricamente de
nacionalidades diversas, sobre las cuales ejercía su hegemonía el feudalismo de
Castilla vinculado estrechamente con la monarquía y dominando en las grandes
arterias capitalistas superpuestas sobre una economía semi-feudal y
pequeño-burguesa, no había logrado fundirse en un solo espíritu nacional. El
espíritu asimilista del imperialismo castellano no consiguió vencer la
personalidad de las naciones de la periferia: Cataluña, Galicia, Vasconia.
Se ha
formado el Estado antes que la nación. El Estado castellano ha logrado poco a
poco ejercer su hegemonía sobre las demás nacionalidades ibéricas, destruyendo
los organismos estatales de estas nacionalidades. La formación histórica del
Estado español no se apoya, pues, sobre bases burguesas sino que toma todas las
características feudales, hostil, por tanto, al capitalismo industrial. Dentro
del Estado español han ejercido la supremacía no las naciones más progresivas y
de mayor impulso industrial -Cataluña, Vasconia- sino las más atrasadas; los
núcleos donde aún impera el feudalismo agrario -Castilla, Andalucía,
Extremadura, etc.-. Este hecho, explica en parte la contradicción histórica de
que el capitalismo no se haya desenvuelto y que falto de impulso al tener que
vivir controlado y reglamentado por un Estado de tipo feudal y adverso al
capitalismo industrial, éste haya: tenido que vivir a la sombra del arancel,
concesión que le ha sido hecha por el latifundismo agrario como paga a su
sumisión política.
8.-EI
movimiento obrero en Cataluña, sobre el cual ha ejercido durante décadas su
hegemonía el anarquismo, se desinteresaba de los problemas políticos, y
confundiendo lamentablemente la parte anecdótica del catalanismo -el hecho de
que estuviese controlada por la burguesía- con el hecho esencial de una
colectividad que comenzaba a reivindicar el derecho a su personalidad
independiente, produjo la gran paradoja de que un movimiento esencialmente
liberador no interesara a las masas obreras y que su solución, por tanto, no
fuese puesta en sus programas de clase.
Esta actitud de incomprensión de los anarco-sindicalistas no ha
cambiado en lo más mínimo hasta hoy. En nombre de la "unidad
revolucionaria (?) del proletariado" los elementos directivos de la
Confederación Nacional del Trabajo han llegado a hacer la afirmación suicida,
centralista y reaccionaria, de que se "levantarían en armas contra todo
intento de separación", prestando así apoyo al centralismo feudal y
colocándose en una situación eminentemente contraria a sus postulados
libertarios.
9.-La
posición ante el problema de las nacionalidades ibéricas de los hombres del
“Partido Socialista Obrero Español”, no se aparta ni poco ni mucho de la
posición adoptada por sus colegas, los partidos socialistas que giran en torno
de la Segunda Internacional. Con la sola diferencia que mientras los partidos
socialistas del resto de Europa han hecho declaraciones teóricas,
exclusivamente sobre
el papel, proclamando el derecho a la libertad de las naciones “cultas” -y así
sostenían de una manera directa el derecho de las potencias imperialistas sobre
los pueblos coloniales- sin que por otra parte hicieran nada para ayudar
prácticamente para que los pueblos “cultos” obtuviesen su independencia el
“Partido Socialista Obrero Español” ni tan siquiera ha hecho estas
declaraciones teóricas. Peor aún: como buenos sostenedores del
imperialismo pan-español se han pronunciado de una forma brutalmente
imperialista contra las reivindicaciones de los pueblos hispanos.
10.-
Tampoco el “Partido Comunista de España” ha tenido una posición justa ante la
cuestión nacional. En éste como en tantos otros aspectos, su miopía mental ante
la realidad, ha sido la causa primera de que no influyese en lo más mínimo en
el movimiento de emancipación de las nacionalidades ibéricas. Oficialmente
obligados por la Internacional Comunista, han puesto de una manera fría y
mecánica en sus programas y entre sus consignas, el derecho de Cataluña,
Vasconia y Galicia a su libertad y a su independencia. Pero esto ha sido tan
sólo la aceptación del principio del derecho de los pueblos a su
autodeterminación como un simple formalismo verbal para no ponerse en
desacuerdo con las declaraciones y resoluciones de la I.C. [Internacional
Comunista] respecto al papel que tienen que desempeñar los partidos comunistas
en los movimientos de liberación nacional.
12.-La
aprobación del Estatuto de Cataluña no puede ser en manera alguna la solución
del pleito catalán. El Estatuto fue elaborado de espaldas al pueblo y hecho
aprobar por "chantage". La masa obrera y campesina no se siente
representada en él. El Estatuto es una claudicación vergonzante ante el Estado
imperialista.
13.-La
“Federación Comunista Catalano-Balear” como núcleo dirigente de la organización
de masas “Bloque Obrero y Campesino”, declara: que siendo la cuestión nacional
uno de los puntos básicos del programa de la revolución democrática que no ha
sido llevada a cabo como pretende la burguesía con el simple hecho de haberse
substituido el régimen monárquico por el republicano, luchará por el derecho de
los pueblos a disponer de sí mismos, llegando si precisa a la separación, si
tal es su voluntad.
17.-El
problema de desarticular los restos del feudalismo español vinculado hoy por
culpa de la burguesía a la actual estructuración de la economía española tiene
que ser la obra de la clase trabajadora. En esta lucha juega un rol
importantísimo la lucha por la libertad de Cataluña, Vasconia, Galicia y
Marruecos. La “Federación Comunista Catalano-Balear” consciente de sus deberes
históricos como núcleo dirigente de las masas trabajadoras, al aceptar la
responsabilidad de la dirección de esta lucha a muerte contra los restos
feudales y contra la burguesía impotente que los sostiene con sus
claudicaciones, se pronuncia, pues, de una manera clara que no deja lugar a
dudas ni equívocos: aceptamos e impulsamos el separatismo como factor de
descomposición del Estado español, si bien como
comunistas no somos separatistas en el sentido burgués nacionalista.
Mas a
pesar de la lucha que mantengamos contra el Estado imperialista español para
lograr la libertad de las naciones oprimidas, no solamente no será esto motivo
para provocar una ruptura entre el proletariado de los pueblos hispanos, sino
que en interés de esta misma lucha contra el enemigo común, el proletariado de
Cataluña, Marruecos, Vasconia y Galicia se mantendrá unido con el proletariado
de las demás tierras del Estado español. Si aceptamos "como
comunistas" el separatismo es sólo para desarticular el Estado español.
Mas una vez lo hayamos logrado y el proletariado dueño del poder político del
Estado, garantizada efectivamente la libertad absoluta de todos los pueblos
ibéricos, no habrá ningún interés que los impulse a una separación suicida. No
nos interesa la balcanización de la península Ibérica. Contrariamente, hacemos nuestra la fórmula de Lenin: "Separación en
interés de la unión". Esto es: separar primero, para unir después.
Sólo el proletariado en el poder podrá lograr lo que la burguesía ha sido
incapaz de conseguir: que las nacionalidades ibéricas se federen
voluntariamente y formen una unidad política que de hecho aún no ha existido
nunca dentro del Estado español. La clase trabajadora está llamada; pues, a
cumplir la unidad ibérica, reincorporando Portugal al ritmo general
revolucionario del Estado federal proletario y redimiendo Gibraltar del
vasallaje del imperialismo británico al cual está sometido.
19.-Para
conseguir esta finalidad la “Federación Comunista Catalano-Balear” luchará
incansablemente para evitar que la clase obrera se integre en las
organizaciones específicamente "nacionalistas" que pretenden
solucionar la cuestión social después de haber logrado la libertad de Cataluña,
olvidando lamentablemente el hecho de que el problema de la libertad de
Cataluña sólo puede hallar solución cuando las masas trabajadoras al realizar
la revolución social se hagan dueñas del poder. Combatiremos, por tanto, este
tipo de extremismo revolucionario nacionalista, que es aún una tendencia
burguesa, oportunismo de izquierda, dentro del movimiento de liberación de las
nacionalidades ibéricas”.
Se
discutió una tesis internacional. El Bloque era el único partido del país que mostraba
interés por las cuestiones del mundo y el único que condenaba la política
española en Marruecos y pedía la independencia del "protectorado".
Era natural, porque las razones mismas que condujeron a la formación del Bloque
fueron de carácter internacional. En ese año de 1932, lo que sucedía en
Alemania parecía a los bloquistas que iba a influir mucho en España. La tesis internacional señalaba la responsabilidad de la
socialdemocracia alemana en el ascenso de Hitler por su política del mal menor,
y del comunismo por su política de socialfascismo. “Por la brecha abierta entre
socialistas y comunistas se está colando el fascismo”. Por la separación
entre socialistas y anarquistas españoles podría también colarse un día el
fascismo.
Las tesis
políticas tenían por título "La revolución española las tareas del
proletariado". Se exponía en ellas la interpretación ya citada varias
veces de la revolución española, evolución democrático-burguesa que la clase
obrera debía hacer ante la incapacidad de la república burguesa de llevarla a
cabo. Y se agregaba que "el comunismo, aun aceptando desde luego, los
principios fundamentales del marxismo y del leninismo, no podrá sin embargo
conquistar la dirección de la clase trabajadora más que si es fruto directo de
la realidad histórica ibérica, y no un modelo estandarizado sujeto a
indicaciones burocráticas completamente extrañas a nuestra revolución. La
revolución española ha de ser hecha por los trabajadores españoles. El
colonialismo revolucionario es desastroso para la marcha de la revolución".
En relación
con esto, el congreso aprobó también unas tesis sobre la unificación comunista
en las cuales se leía: "El comunismo, por tender hacia la democracia
auténtica y desprovista de todo vestigio de clase, debe conservar y acrecer
como un bien precioso los elementos de la democracia históricamente adquiridos
en la lucha de clases y no rehusar el beneficio de la democracia más que a
aquellos que conscientemente o no, quieren privar de ella al proletariado".
El congreso,
finalmente eligió a un nuevo Comité Central, y éste a un nuevo Comité
Ejecutivo: Maurín, Arquer, Rovira, Bonet, Colomé, David Rey, Ferrer.
En el acto
de clausura, Maurín resumió así la situación:
“Existen
condiciones objetivas favorables para que la revolución triunfe completamente:
incapacidad y caos, arriba; malestar, abajo, provocado por la tremenda crisis
económica que padece el país. Falta, sin embargo, que el proletariado
comprenda, realmente, que sólo si él toma el Poder, la revolución democrática
podrá triunfar plenamente, que exista un fuerte partido comunista -Federación
Comunista- y que se cree una alianza entre proletarios y campesinos -Bloque
Obrero y Campesino.
El BOC y
la Federación Comunista tratan de dar a la clase trabajadora española los
instrumentos revolucionarios que históricamente le son necesarios.
La
Federación Comunista y el Bloque obrero y Campesino, iniciados en Cataluña,
comprenden que es indispensable extender su organización por toda España para
que el triunfo final de la clase trabajadora sea posible.
La
Esquerra, habiendo fracasado rotundamente, no puede aspirar a dirigir la vida
política de Cataluña. La clase obrera, por medio del BOC, ha de asaltar la
Generalidad y desde allí con el apoyo de las masas trabajadoras transformar
Cataluña en una República Socialista.
La
República Socialista de Cataluña será la avanzada de la Unión Ibérica de
Repúblicas Socialistas".
En ese
periodo salieron dos libros escritos por bloquistas, además de una serie de folletos.
El primero era “De Jaca a Sallent”, de Jaume Miravitlles (Ediciones CIB,
Barcelona, 1932), en catalán. Se agotó pronto. Jaca era la ciudad donde en diciembre
de 1930 se habían sublevado contra la monarquía dos capitanes del ejército, que
fueron fusilados, y Sallent la ciudad donde la FAI tomó el poder local en enero
de 1932. El libro compara las dos maneras de plantearse el problema de la
revolución: la marxista y la anarquista.
Empieza
señalando que en España nunca hubo un Cronwell ni un Lutero, ni revolución
industrial, ni parlamentarismo ni nacionalismo burgués. El resultado de estas
carencias es la escasa industria, la escasa población, el escaso
parlamentarismo. Hay en España, país sin revolución, dos teorías
revolucionarias: la inexistente del anarcosindicalismo o la equivocada del
pronunciamiento militar. Revolución supone complot, para los españoles. Pero
los complots siempre fallan. Para los anarquistas como para los patronos, hay
dos clases de obrero, dice Miravitlles: el bueno y el malo. El que es buen
obrero para uno es malo para los otros, y viceversa. Los anarcosindicalistas
confunden política con elecciones. Por esto nunca han tenido una política de
salarios, de distribución de la riqueza, etc.
El
reformismo, sigue diciendo, ha de fracasar en España porque el sistema que
predomina es irreformable. y los anarquistas, incluso cuando quieren hacer la
revolución, piensan en términos de reformas.
La
insurrección de enero puso en evidencia que... "la célula de la revolución
española no será el soviet, sino el sindicato y el municipio... La FAI es el
fermento del movimiento proletario... Su impaciencia ideológica, producida
por un hecho temperamental, de orden biológico, nos llevará a la
catástrofe. No se pude jugar con la insurrección... El fracaso de la
insurrección abre las puertas al fascismo".
No basta con
tomar la economía, como quisiera la CNT, sino que debe tomarse también el poder
político. y después de afirmar esto, el autor traza un cuadro de las medidas
que la clase obrera debería adoptar en España: tomar el poder con un
programa democrático, estabilizarlo con los órganos de poder de la clase obrera
(consejos o juntas y sindicatos) y abrir las puertas a la revolución
socialista.
El análisis
es más general, no se limita a los anarquistas, en el otro libro, éste de
Maurín, comenzado en el otoño de 1931 y que se publica en el verano de
1932: La revolución española. De la monarquía absoluta a la revolución
socialista (Editorial Cénit, Madrid-Barcelona, 1932.) Era una
interpretación de lo sucedido en el país desde la caída de la Dictadura y de lo
que significaba la república. Causó menos impresión que el primer libro de
Maurín, y, por su tesis, se le hizo el vacío en la prensa. Sin embargo, se
agotó pronto.
Siguiendo su
costumbre de plantear todos los problemas en términos históricos -costumbre
derivada del marxismo, pero también de la personalidad misma del autor-,
empieza señalando que España fue el primer país europeo que hizo la unidad
nacional, pero no por obra de la burguesía, sino de la monarquía absoluta,
hipotecada por la Iglesia a causa de la reconquista contra los árabes. El
feudalismo luchó contra la burguesía por la teología (contrarreforma y
jesuitas), por la expulsión (de judíos y moriscos), por la emigración (América,
válvula de escape de las energías que, en la Península, habrían podido ser
revolucionarias), y por el exterminio (germanías y comunidades). Por esto la
unidad nacional y el absolutismo no condujeron a la revolución burguesa.
Desde
entonces, la burguesía, aliada con otras fuerzas, intentó reformar el país,
pero siempre, temerosa de sus propios aliados, acabó poniéndose al lado de las
fuerzas feudales. Poco a poco, la monarquía feudal, para sobrevivir, recurre a
apoyar a la burguesía, le hace concesiones, persigue al movimiento obrero,
trata de industrializar artificialmente (con la Dictadura). Pero no se atreve
nunca, claro, a hacer la revolución agraria que es indispensable para que la
industria pueda expandirse. Las masas se inquietan y para “evitar que las masas
derribaran al rey, lo derriban los señores” convertidos en republicanos.
¿Qué ha sido
la república? Maurín contesta con una cita de Marx que en 1854 escribía en
el Tribune de Nueva York:
“Una de
las características de la revolución [española] consiste en el hecho de que el
pueblo, precisamente en el momento en que se dispone a dar un gran paso
adelante y empezar una nueva era, cae bajo el poder de las ilusiones del pasado
y todas las fuerzas y todas las influencias conquistadas, a costa de tantos
sacrificios, pasan a manos de gentes que aparecen como representantes de los
movimientos populares de una época anterior”.
Agrega
Maurín:
“En 1931,
Marx hubiera empezado de la misma manera. La dirección. de la vida política
española pasó, al triunfar la república, a los representantes más típicos del
viejo régimen.... Los dos puestos más importantes [del gobierno republicano
provisional], la presidencia y el ministerio de la Gobernación, estaban
ocupados por dos monárquicos...“.
Apoyan el
Estatuto catalán y con ello buscan una alianza de la gran propiedad andaluza
con la pequeña burguesía catalana. Pero esta alianza no basta:
“La
burguesía, una vez más, ha demostrado su inteligencia atando a los socialistas
al carro del Poder. Y con la particularidad que les entregó las tres carteras
más espinosas: las de Hacienda, Trabajo y Justicia.
Los problemas capitales de la revolución española pasaban,
precisamente, por los ministerios ocupados por los socialistas. La crisis
económica, el movimiento obrero, las leyes de propiedad y de relación entre el
Estado y la Iglesia, fueron confiadas a los ministros socialistas”.
Mientras se
discute la constitución, en la calle ocurren cosas importantes:
“Al mismo
tiempo que en las Cortes se debatía el problema religioso, los campesinos de
Andalucía asaltaban los cortijos y se repartían las tierras. Las revueltas
agrarias surgían por doquier. La revolución agraria tomaba de súbito un impulso
inusitado.
La
burguesía necesitaba proceder a una maniobra rápida, con el propósito de estrangular
la revolución campesina. Alcalá Zamora y Maura eran dos obstáculos. Una ley
represiva presentada por Maura, corría el riesgo de fracasar. El intento de Ley
de Defensa de la República, preparado en julio, abortó. Maura y Alcalá Zamora
suscitaban una gran desconfianza, a causa de su pasado monárquico.
La
contienda originada con motivo del asunto religioso dio el pretexto para
proceder a un cambio de personas que permitiera meter de matute, sin que nadie
pudiese poner el grito en el cielo, la Ley de Defensa de la República.
Alcalá
Zamora y Maura debían ser sacrificados para proceder rápidamente, por un golpe
táctico, a asegurar la Dictadura republicana. Desaparecidos ambos, “ipso
facto”, el Gobierno republicano de Azaña logró la ley draconiana, que amordaza
el movimiento obrero y trata de embridar la revolución”.
Pero las
Cortes no se hacen eco de lo que ocurre en la calle:
“El grito
fuerte, viril, del pueblo trabajador, no se ha oído en el Parlamento. Los
socialistas no pueden pretender ser los verdaderos representantes de la clase
trabajadora revolucionaria. Ni los campesinos andaluces, ni los rabassaires
catalanes, ni los obreros huelguistas de Barcelona, Granada, Asturias, han
tenido en las Cortes quien se hiciera eco de sus inquietudes y de sus heroicos
esfuerzos. Una cosa es el Parlamento y otra la España revolucionaria.
La salud
no estaba en las Cortes Constituyentes, que habían de buscar soluciones
intermedias, sino en una Convención que encarnara los ímpetus revolucionarios
de las masas trabajadoras. Las Cortes Constituyentes, sin embargo, han
triunfado sobre la idea de Convención revolucionaria.
El
Parlamento acabaría su existencia completamente desprestigiado. Ha sido un
vulgar diletante. Colocado por historia ante unos cuantos problemas trascendentales
a resolver, no ha hecho más que aflorarlos, sin ahondar ninguno”.
Finalmente,
las Cortes aprueban una Constitución:
“¿A quién
dará satisfacción la Constitución aprobada? No la da al pueblo trabajador. España no es "una República de trabajadores".
No la da ni a los campesinos explotados que quieren la tierra, ni a los
propietarios que se niegan a darla. No la da ni a los autonomistas, que desean
una estructuración federal de España, ni a los unitarios empedernidos. No la da
a los que desean el exterminio de la Iglesia, ni a los que gritan: "¡Viva
el Papa-Rey! “.
La
Constitución elaborada por las Cortes es un puente entre la revolución y la
contrarrevolución, entre la República democrática y la República fascista. No
es la Carta Magna de una nación, ni el Código de una revolución triunfante.
Lassalle,
cuando se iba formando el Imperio alemán, estableció la célebre distinción
entre la Constitución real y la Constitución jurídica. Los parlamentarios
españoles han querido con una Constitución jurídica ahogar la Constitución
real, que elaboraba el pueblo en las luchas de todos los días.
La
Constitución no será más que un breve armisticio, no largo. Ni la reacción ni
la revolución se sienten satisfechas. La Constitución de 1931, en la revolución
española, no será más que un prólogo, como la Constituyente de 1789, con
respecto a la Convención de 1793, como la Constitución de 1869, en España, con
relación a la efímera República de 1873.
La
Constitución es pequeño-burguesa, en un país en donde la pequeña burguesía
tiene poco peso específico. En España sólo cabe una constitución como la de
1876, que permita anularla a cada momento o una Constitución revolucionaria que
sea la consagración definitiva de la revolución triunfante.
Una
Constitución, por su mismo significado, no puede ser una pauta a la que sujetar
el porvenir, sino la consagración de un hecho plenamente realizado. La
Constitución nace de la revolución, no la precede. Ha de ser el índice, no el
prefacio. En la Revolución francesa, quien refleja el momento histórico es la
Constitución jacobina de 1793, nacida después de cuatro años de explosión
revolucionaria. En la revolución de Méjico, comenzada en 1910, es en 1917, al
cabo de siete años de acción, que los revolucionarios se reúnen en Querétaro
para escribir la Carta. En la Revolución rusa, la verdadera Constitución, la
definitiva, la de la Unión Soviética, es únicamente en 1924 que se formula”.
Cuando se
publica el libro, las Cortes están discutiendo un Estatuto de autonomía para
Cataluña:
“La
aprobación por las Cortes del Estatuto de Cataluña no solucionará la cuestión
nacional. El problema es mucho más hondo. El Estatuto no será más que una carta
automática que confiere a Cataluña una delegación de Poder -pero no el Poder-
en cuestiones administrativas, secundarias. Cataluña no recobra su personalidad
nacional. Queda sujeta a la voluntad de la burguesía panespañola.
Las dos fuerzas políticas más importantes son: la gran burguesía y
la socialdemocracia. Ambas se oponen completamente a todo intento de
descentralización.
Que el Poder sea ejercido por la una o por la otra es lo mismo desde el punto
de vista nacional. Las dos encarnan la tradición absorbente, imperialista, del
viejo Estado. La cuestión nacional subsistirá igualmente. Si antes el opresor
era la Monarquía, ahora serán la burguesía republicana y la
socialdemocracia".
Las Cortes
debaten también un proyecto de base de la reforma agraria. Maurín discrepa
acerca de cómo se ha planeado el problema:
“La
solución del problema campesino en España no está en un simple reparto de
tierras -reparto que la burguesía de la República no hará-, sino en la
industrialización general del país. La revolución
agraria y la revolución industrial son la cara y la cruz de la misma medalla.
La una no
puede existir sin la otra. Entramos, pues, de lleno en la revolución social. La
burguesía española no es capaz de industrializar, porque esto supondría una
ruptura con el mundo capitalista. España, bajo el control burgués, no saldrá de
su situación de colonia. La burguesía, sea monárquica o republicana, no tiene
arrestos para afrontar las consecuencias de querer modelar una nación nueva.
España sólo puede ser salvada si el Estado, durante el periodo de
transición al socialismo, se transforma en un gran empresario que,
nacionalizando tierra, Banca, minas, transportes, comunicaciones, con arreglo a
un plan científico trazado de antemano, se dispone a cambiar a España de los
pies a la cabeza.
Naturalmente, esta empresa corresponde a la clase trabajadora”.
Este y otros
problemas, como dice incesantemente el Bloque, sólo pueden ser resueltos por la
clase obrera. Pero la clase obrera no existe aisladamente, sino que es producto
de la misma sociedad que debe transformar:
“El
proletariado catalán, a quien la historia ha confiado la grave responsabilidad
de ser el agente de más importancia en la transformación social de España, no
ha podido formar su conciencia proletaria a causa de la constante emigración
campesina de España hacia Cataluña. El torrente de campesinos de Andalucía,
Levante y Aragón hacia Barcelona ha dado carácter al movimiento obrero,
deformándolo. El proletariado no ha logrado asimilarlo. La gran masa ha ahogado
en él sus condiciones característicamente proletarias.
El
proletariado de Cataluña, o, lo que es lo mismo, la Confederación Nacional del
Trabajo, a través de la influencia campesina, pequeño-burguesa como es natural,
ha sido un material fácil para ser moldeado por la pequeña burguesía radical.
No ha llegado a descubrirse a sí mismo.
Después
de haberse apartado, por lo menos orgánicamente, de la pequeña burguesía, en
1917-1919, cuando con su actuación, en 1930, hacía conmover las bases del
régimen existente, volvió a caer bajo el influjo dirigente de la burguesía.
Toda la
clase trabajadora española ha estado, desde que la Monarquía empezó a dar
fuertes bandazos, a las órdenes de la burguesía por intermedio de la
socialdemocracia y del anarcosindicalismo.
Hubo un
instante, sin embargo, en noviembre-diciembre de 1930, en que el movimiento
empezaba a salirse de los raíles que la burguesía había colocado. Ni Largo
Caballero, ni Pestaña y Peiró podían dirigir en la forma que Alcalá Zamora y
Maura querían. Las masas trabajadoras comenzaban a desmandarse buscando
intuitivamente su órbita.
La
proclamación de la República fue obra de la clase trabajadora. El día 14 de
abril, si las masas obreras de Barcelona, en vez de servir de trampolín a la
burguesía, hubiesen deseado realmente imponer su triunfo, su victoria era
segura.
Pero la clase obrera no quiso más que la República burguesa. La impotencia del proletariado en
esa hora histórica era el resultado final de sesenta
años de socialdemocracia reformista y de anarquismo”.
En 1930, el
proletariado estaba a la ofensiva. En 1931, después de la proclamación de la
república, la burguesía contraataca y el proletariado pasa a la defensiva:
“La clase
obrera en esta fase ha sido vencida a causa de su incapacidad política. El
sindicalismo anarquista ha sido, inconscientemente, quien ha dado el triunfo a
la burguesía. En horas difíciles para la burguesía -septiembre 1930/julio 1931-
la clase obrera revolucionaria ha sido fuertemente atada a la burguesía a
través del anarcosindicalismo, impidiendo que el proletariado adquiera una
personalidad política independiente con objetivos propios.
Los trabajadores, el día 12 de abril, votaban a las izquierdas
burguesas. El día 14 de abril se lanzaban a la calle para proclamar la
República burguesa. El día 22 de junio volvían a votar a la pequeña burguesía.
El sindicalismo apolítico rompía su costumbre tradicional, más no para hacer
una política obrera, sino para ayudar a la burguesía seudoliberal.
Supongamos
que la clase obrera que dirige el anarcosindicalismo hubiese tomado parte en
las contiendas políticas directamente, dando la cara.
Es
arriesgado aventurar hipótesis. Pero, por lo que a Barcelona se refiere -clave
indiscutible de bóveda de la política española-, no hay duda que el día 12 de
abril la candidatura obrera hubiera triunfado por gran mayoría.
¿Qué
hubiese ocurrido el día 14 de abril? Barcelona en manos de los obreros quiere
decir que la revolución se extiende por toda la provincia de Barcelona y por
toda España”.
Esta
carencia de la clase obrera se debe a que no ha comprendido el papel del
segundo poder:
"En
la presente revolución española, nuestra clase obrera no ha comprendido la
necesidad imperiosa de crear un segundo Poder frente del de la burguesía. La
idea lanzada por dilettantes del movimiento revolucionario de crear Soviets no
ha encontrado eco alguno. Proponer es cosa fácil. Nadie es capaz de forzar a la
Historia para que saque de sus entrañas un nuevo tipo de organización. Cada
país y cada etapa histórica poseen sus formas características.
El Soviet es una creación rusa que no ha logrado adaptarse a ningún
otro país. En
Italia, cuando la revolución de 1920, eran los comités
de fábrica, lo mismo que en Alemania, en 1923, los que encarnaban la
actividad revolucionaria y representaban a los trabajadores. Los comités de
fábrica ya existían antes de 1920 y 1923. La revolución no hizo nada más que
transformarlos en órganos revolucionarios.
Es
cuestión de estudiar si el fracaso del movimiento comunista en Alemania, en
Bulgaria, en Estonia y en China no ha sido debido a un afán de estereotipar las
fórmulas y los métodos de la Revolución rusa. Una revolución tiene una gran
fuerza creadora. Empeñarse en querer sujetarla a moldes determinados
previamente es condenarla al fracaso.
Si Lenin
no hubiera dado la vuelta a las clásicas concepciones del socialismo, en lo que
se refiere a la cuestión de la tierra, de las nacionalidades, y a la posición
ante la guerra, la revolución bolchevique no habría triunfado.
Los
soviets no han surgido en España, como no han aparecido en la revolución
mejicana ni se dieron tampoco en la Commune de 1871. ¿Por qué? Porque no
corresponden a las tradiciones y a la organización de nuestra clase obrera. Los
soviets rusos hicieron su aparición en 1905, cuando la revolución había de
tardar aún doce años en triunfar. No era, pues, la proximidad de la victoria,
la madurez del movimiento revolucionario, lo que les daba vida sino que, por el
contrario, nacían para ayudar a la acción revolucionaria. No fueron ni Lenin,
ni Plejanov, ni Trotsky quienes idearon los soviets. Surgieron
solos. En Rusia no había sindicatos, los partidos políticos
revolucionarios vivían en la clandestinidad, no existían grandes organizaciones
de masas. El soviet nació como expresión natural, primaria, de los obreros para
organizarse y manifestarse. Era un rudimento de organización. Correspondía a la
situación particularísima del país.
Los
soviets, a medida que los sindicatos, las cooperativas y, sobre todo, el
partido comunista, se han ido desarrollando en el transcurso de la revolución,
han ido desapareciendo en importancia. Los soviets son una mera ficción. Hay un
gobierno del partido, una dictadura del partido.
Esperar
que la clase trabajadora española tome el Poder sólo cuando exista una amplia
red de soviets extendida por todo el país, es diferir la victoria del proletariado.
El Poder no se toma de una manera metafísica, sino creando la palanca del
segundo Poder”.
¿Qué hacer,
pues?
“Lo que
precisa hacer es aprovecharse de los materiales existentes para construir el
instrumento que hace falta.
La
organización sindical tiene en España una vivacidad extraordinaria. Los
partidos políticos de la clase trabajadora han arraigado poco, pero los
sindicatos son una cantera riquísima. Las represiones violentas de la burguesía
los han arrasado, más han resurgido, recobrando su pasado esplendor.
El
sindicato en España, sobre todo el sindicato influenciado por la Confederación
Nacional del Trabajo, es a la vez organización económica, partido político y
fortaleza revolucionaria. Tiene contornos inconfundibles. No puede comparársele
ni al burocrático sindicato alemán y francés ni a las conservadoras
“trade-unions” británicas.
Nuestro
sindicato es el segundo Poder, que espera que se le confiera esa misión. Todo
el porvenir revolucionario está en él.
El
estancamiento de nuestra revolución, la gran suerte para la burguesía, se debe
a que, en las circunstancias históricas en que la formación del Poder
proletario se halla planteada, anarquistas y sindicalistas, no saben salir del
círculo vicioso en que se encuentran. Quieren sacarse del pozo tirándose de las
orejas”.
¿Qué papel
debe desempeñar el sindicato? Maurín, rompiendo con las tradiciones cenetistas
de su juventud, y las leninistas de su madurez, lo dice claramente:
“El
sindicato y el comité de fábrica son los embriones reales del Poder obrero.
La idea
de la toma del Poder por los sindicatos asustará a todos los repetidores de un
marxismo fosilizado. Querer calcar sobre el mapa de España el de Rusia es
grotesco. La revolución española, aunque influenciada por la revolución de los
demás países, tiene sus particularidades. De la misma manera que hay un sistema
soviético puede surgir un sistema sindicalista. La Historia no es estéril ni
quiere aceptar un tipo determinado de estandarización.
Los
sindicatos pueden, en el proceso revolucionario, adquirir formas nuevas,
insospechadas. Los consejos de fábrica serán derivaciones naturales. Dentro del
Sindicato hay una suma enorme de posibilidades que no han sido ensayadas
todavía. Puede ser un órgano insurreccional, como demostró el Sindicato de la
construcción de Barcelona durante la huelga general revolucionaria, a comienzos
de septiembre.
Lo que
precisa es crear una palanca de poder. Con ella puede darse a España una
rotación de 180 grados”.
¿Qué han de
hacer los sindicatos? La revolución democrática, porque:
“España
era uno de los pocos países que aún no habían hecho la revolución
democrático-burguesa. Turquía la había llevado a cabo. Y Méjico. E incluso la
China. España quedaba en un rincón del mapa, como si la Historia la hubiese
olvidado. Pero la Historia no exceptúa a nadie.
Parece,
por fin, llegada la hora de España.
Estamos
ante una revolución democrática, en un momento en que la burguesía ha perdido
ya toda condición revolucionaria, y la revolución democrática es inseparable de
la revolución socialista. Por otra parte, el proletariado, que debiera ser
quien aportara la solución definitiva, está todavía enormemente retrasado. No
acaba de comprender cuál es su misión en este instante trascendental de los
destinos nacionales.
He ahí la
gran contradicción que da carácter a la actual etapa revolucionaria”.
Pero no todo
es pesimista en el panorama. La desilusión de las masas comienza a tener
efectos. Por ejemplo:
“La
socialdemocracia se encuentra presionada por una radicalización general de las
masas obreras, y no tiene más remedio que ser el puntal más firme del Poder
para ayudar a la burguesía a evitar la revolución.
Que la
socialdemocracia, al cabo de ocho meses de República, haya pasado a ser la
clave de la situación política –ya que el Gabinete de Azaña está completamente
bajo el control de los socialistas- es un hecho histórico de la mayor
importancia. Pone de relieve que la burguesía, mediante las formas
democráticas, va perdiendo progresivamente la dirección política. El Poder ejercido
por los socialistas, no es todavía el Poder en manos del proletariado; pero no
hay duda de que está más cerca de él que si el Gobierno estuviera representado
por Lerroux o Maura-Sanjurjo”.
Por esto, la
política, que vista en los periódicos parece un juego de maniobras en los
pasillos, de personalismos pueriles y de retórica grandilocuente, vista por
Maurín se nos presenta como una expresión clara de la lucha de clases:
“Los
residuos feudales permanecen agazapados, aunque sin darse por vencidos. Buscan
el reagrupamiento. La gran propiedad, oligarquías financieras, capital
bancario, Iglesia, Ejército y Guardia civil aprovecharán la disminución de la
fuerza centrífuga de la revolución, si realmente, la revolución empieza a
decaer, y unificarán sus fuerzas.
Revolución
o contrarrevolución: es así como se plantea el problema. No hay término medio
posible. O adelante o atrás”.
Por esto:
“Nuestra
burguesía buscará la salida por medio de un golpe de Estado
republicano-militar, inaugurando una etapa bonapartista al estilo de Pilsudsky,
en Polonia.
Todos los
síntomas son favorables a una orientación burguesa en ese sentido”.
No puede
predecirse, claro está, lo que sucederá, pero Maurín recuerda que:
“Marx
hizo ya observar que nuestro país no había sabido asimilarse la costumbre
francesa de hacer una revolución en tres días, y que empleaba, en sus ciclos
revolucionarios, de tres a nueve años.
Claro
está que desde 1854, que es cuando Marx hizo esa constatación, hasta hoy, el
ritmo de la historia ha cambiado enormemente; las relaciones de fuerzas son
diferentes. No obstante, la afirmación de Marx sigue teniendo un valor
relativo. En España los procesos revolucionarios son largos. Es normal un
término medio de seis años, como vamos a ver.
La
revolución que comenzó en 1868 duró hasta 1874. Es decir, seis años. El
movimiento revolucionario pequeño-burgués que se inicia a raíz de la huelga
general de fines de 1902, en Barcelona, pasando por Solidaridad catalana,
culminó en la explosión de 1908. Nuevo ciclo de seis años. El año 1917, con la
aparición de las "Juntas de defensa", la ofensiva obrera y la
asamblea de parlamentarios abre una nueva etapa revolucionaria, que se extiende
hasta el golpe de Estado de 1923. Transcurren seis años. La Dictadura, fenómeno
de contrarrevolución, se mantuvo firme desde 1923 hasta 1929, en que empezó a
zozobrar. Seis años también.
La caída
de Primo de Rivera, enero de 1930, constituye el comienzo de un nuevo ciclo, en
el cual, la proclamación de la República no es nada más que un episodio.
Esta
periodicidad, a la que no hay que dar en manera alguna el carácter de rotación
matemática, corresponde al mismo dominio de las hipótesis revolucionarias sobre
los intervalos que, en 1885, llevaba a Engels a afirmar que, después de la
Revolución francesa, las revoluciones, esto es, los grandes desplazamientos de
fuerzas, en el terreno político, se han sucedido en Europa, aproximadamente,
cada quince o dieciocho años.
Que esta
etapa revolucionaria dure seis años o menos depende de la clase trabajadora. Si
no logra aprovechar los momentos que tiene a su disposición para formular su
doctrina de la conquista del Poder y, percatada de la necesidad de que ha de
ser ella quien haga la revolución democrática, no se lanza al asalto, decidida
a trocar a España en una Unión de Repúblicas Socialistas, entonces, fatalmente,
el bonapartismo se impondrá triunfante.
Hay tres
fuerzas históricas que pueden converger y estrangular un alzamiento a lo
Kornilov: el proletariado, los campesinos y el
movimiento de emancipación nacional.
La toma
del Poder por la clase trabajadora, gracias a la coordinación de esas tres
fuerzas, significaría el fin de una pesadilla que se prolonga durante siglos.
La
revolución democrática sería realizada en breve tiempo. Y obreros y campesinos,
libres, se lanzarían a la revolución socialista”.
Pocas
semanas después de la publicación del libro, el general José Sanjurjo dio su
fallido golpe militar. Los republicanos no parecen alarmados, pero el Bloque
sí. Esto determina un cambio en su táctica. El adversario tiene prisa. Hay,
pues, que apresurarse también. Durante tres años y medio, hasta el 19 de julio
de 1936, el Bloque llevará lo que podría llamarse una carrera contra la
historia.
Notas
(1) En el
segundo congreso de la Federación, en 1932, se decidió cambiar su nombre por el
de Federación Comunista Ibérica y poco a poco, a medida que los miembros del
BOC se educaban políticamente y que los acontecimientos politizaban a la clase
obrera no afiliada, se fue borrando la diferencia orgánica entre Bloque y
Federación.
(2)
Humbert-Droz (Op. cit., p. 403) caracteriza así la situación del Partido
oficial: "En Cataluña, el Partido Comunista [quiere decir el
Bloque], dirigido por Maurín de tendencia trotskysta, agrupaba a la
gran mayoría de la organización comunista. No quedaba en Barcelona más que un
pequeño grupo fiel a la Internacional". Como puede verse, el delegado
de la Tercera Internacional, en 1931, había aprendido el arte de la amalgama y
calificaba al Bloque de trotskysta, cuando ya Trotsky había perdido la batalla
contra Stalin y el ser trotskysta era anatema en la URSS y cuantos se negaban a
seguir a Stalin eran tildados automáticamente de trotskystas. Pero en un
informe a Manuilsky, del 25 de febrero de 1931 (Op. cit., p. 426) , reconoce
que La Batalla publica artículos de Stalin y parece que quiere evitar
ligarse con los trotskystas. Los maurinistas son muy activos y crean numerosas
dificultades a nuestro partido. Le pido que siga de cerca La Batalla. Dice
también (p. 409) que el Partido oficial no pasaba de los 50 militantes en toda
Cataluña, mientras que el Bloque tiene más de setecientos.
(3)
Humbert-Droz (Op. cit.. p. 191) dice que la Internacional indicó al Partido
oficial, que formara una coalición con las fuerzas de izquierda, tal como
sugería Maurín para Barcelona. En realidad, como acaba de verse, el Bloque
rechazó la propuesta de alianza de la Esquerra. Por otro lado, el mismo
delegado de la Internacional afirma (p. 448) que el Bloque lleva en
Cataluña una campaña de gran violencia contra el partido y ha consolidado sus
filas, a pesar de las afirmaciones en contrario de nuestros camaradas. Los
elementos que hace dos meses creíamos haber reconquistado, son candidatos del
bloque obrero y campesino de Maurin, de modo que desconfío de las afirmaciones
de nuestros camaradas, que cada día hablan de la rápida desintegración del
partido de Maurín. El resultado de las elecciones dará un cuadro más exacto
respecto a esto. No soy optimista y deseo equivocarme.
(4) L'Hora del
8 de abril de 1931 (las elecciones debían celebrarse el 12 de abril), da la
lista y fotos de los candidatos de Barcelona, y anuncia que la redacción del
semanario ha decidido apoyar la candidatura del Bloque, cuyo programa municipal
publica y comenta.
(5) Joaquín
Maurín: La revolución española. Madrid, 1932. p. 117.
(6) Joaquín
Maurín: "El movimiento obrero en Cataluña", en Leviatán núm.
6, Madrid, octubre de 1934.
(7) Nin, que
habla en el Ateneo madrileño al día siguiente de Maurín, se da cuenta de la
impresión que la conferencia ha causado en un público acostumbrado a las
vaguedades del momento, puesto que dedica toda su charla a combatir las ideas
expuestas por el dirigente del Bloque. Los dos han sido entrevistados por Nuevo
Mundo (12 de junio de 1931), que publica estas entrevistas bajo el
título pomposo de "D. Joaquín Maurín y D.. Andrés Nin y el fantasma
comunista".
(8)
Francisco Madrid, Film de la República Comunista Libertaria.
Barcelona, 1932, p. 170.
(9) El
Partido oficial sacó 2.320 votos, a pesar de que reforzaron su propaganda los
diputados comunistas franceses André Marty y Jacques Duclos, ambos detenidos y
expulsados por la policía.
(10) Para
más detalles sobre los trotskystas españoles y sobre Nin, véase de Víctor
Alba: La formació d'un revolucionari: Andreu Nin, Barcelona, 1973,
donde se encontrarán citas más extensas de su correspondencia con Trotsky y una
bibliografía sobre el tema.
(11) La
correspondencia entre Nin y Trotsky, puede encontrarse -no íntegra, sino
seleccionada por una de las tres organizaciones trotskystas francesas actuales-
en el número 7/8 de Etudes Marxistes, París, 1969, dedicado a La
Révolution Espagnole. Una parte había sido ya publicada en 1933 por
el Boletín Internacional de la Oposición de Izquierda, con una nota
de Trotsky en la cual hablaba del camarada Nin que se ha hallado en
lucha casi permanente con la dirección de la Oposición Internacional y las
direcciones de todas las secciones.
(12) Joaquín
Maurín: El Bloque Obrero y Campesino, p.28.
(13) Por
ejemplo, Humbert-Droz (Op. cit., p. 457) cuenta que en Barcelona
reanudé el contacto con el partido disidente de Maurín, donde tenía algunos
camaradas de confianza. Pero mis esfuerzos...no consiguieron rehacer la unidad.
Lancé de nuevo, para Barcelona y Cataluña, "mí" periódico,
"Heraldo Obrero", del cual yo era el principal redactor.
(14)
Conversación con Josep Coll. París, 1969.
(15) Mundo
Obrero había comenzado a aparecer en Madrid en agosto de 1930, con
80.000 pesetas que adelantó la Editorial Cénit y con 50.000 pesetas reunidas,
oficialmente, por una suscripción popular, es decir, de hecho, un subsidio de
la Internacional. Lo dirigía el peruano Cesar Falcón, al que se premiaba así el
haber fusionado con el Partido el grupo Nosotros, fundado por él y
que durante unos meses fue muy popular. En noviembre de 1931, Mundo
Obrero se convirtió en diario.
(16) Jaume
Miravitlles: Perquè sóc comunista. Barcelona, 1932. Hay una edición
en castellano.
(17) Este
folleto formó luego parte de un libro, La revolución española,
firmado por un inexistente profesor I. Kom (es decir, Internacional Comunista),
Ediciones Edeya, Barcelona 1932.
(18)
"La cuestión nacional y el movimiento nacional revolucionario en
España" en La revolución española, Barcelona, 1932.
(19) Joaquín
Maurín: El Bloque Obrero y Campesino. p. 29-30.
(20) Joaquín
Maurín: El Bloque Obrero y Campesino. p. 30-31.
(21) El Ateneu Obrer Martinenc en la barriada barcelonesa de El Clot y uno de los ateneos obreros más importantes de Cataluña, fue controlado por nosotros los bloquistas. (Nota del Editor, Costa Amic)
(21) El Ateneu Obrer Martinenc en la barriada barcelonesa de El Clot y uno de los ateneos obreros más importantes de Cataluña, fue controlado por nosotros los bloquistas. (Nota del Editor, Costa Amic)
(22) A pesar
de esto, los bloquistas se opusieron a las maniobras del Partido oficial para
escindir la CNT con el fin de crear su propia central sindical. A veces, esto
llevó al borde de la violencia. Arlandis, ya fuera del Bloque, fue a Reus para
tratar de dividir a los sindicatos de esta ciudad en un mitin de escisión
sindical. Los bloquistas de Reus pidieron que el Comité Ejecutivo les enviara
un orador y acudió Jaume Miravitlles (que procedía del viejo Estat Català de
Macià y que tenía un gran sentido de la pedagogía política). El mitin fue
copado por los bloquistas y quien habló en él fue Miravitlles en vez de
Arlandis. Las cosas sucedían así, a menudo...
(23) Como
elemento de comparación, daré unas cifras. En 1932, la UGT tenía 1.000.000 de
afiliados en las 49 provincias de España, de los cuales 32.000 en Cataluña (la
mayoría en Barcelona y su puerto), y la CNT contaba con 1.200.000 afiliados, de
los cuales 200.000 en Cataluña (casi todos en la ciudad y provincia de Barcelona).
Los treintistas tenían unos 30.000 afiliados en la provincia de Barcelona. Por
otro lado, en 1932 se fundó el partido de Estat Català Proletari (nacionalista
y socialista catalán), y en el año siguiente Ángel Pestaña creó el Partido
Sindicalista. Ninguno llegó a tener ni siquiera la escasa fuerza del Partido
oficial catalán y no fueron obstáculo al crecimiento del Bloque.
(24) Alberto
Balcells: Crisis económica y agitación social en Cataluña 1930-1936.
Barcelona 1971. pp. 153-54.
(25) La
Batalla del 10 de marzo de 1932 publicó el anteproyecto, que no fue
apenas modificado por el Congreso. Esta tesis fue, en lo principal, obra de
Arquer.
Notas
de la Fundación Andreu Nin
(*) En el
original, en lugar de enemistad dice enemiga.
4. La Alianza Obrera
El 30 de enero de 1933, el presidente de Alemania, mariscal Paul Hindenburg, nombra a Adolfo Hitler, del partido nacionalsocialista, jefe del gobierno.
Para el
Bloque, que posee una mentalidad internacional muy arraigada, este hecho tiene
más importancia que muchas de las cosas acaecidas en España, porque considera
que ejercerá una influencia determinante en el mundo entero y también
directamente en España.
La toma del
poder por los nazis confirma, a los ojos de los bloquistas, la política seguida
por el Bloque. Si los socialistas y comunistas
alemanes, en vez de luchar entre sí, se hubieran aliado, no sólo hubiesen
detenido el avance nazi, sino que habrían podido hacer la revolución. Y
una revolución socialista en Alemania, país industrial, hubiese arrebatado a la
URSS la primacía en el movimiento comunista y hubiera cambiado el signo de todo
el movimiento obrero. Pero los socialistas se habían
contentado con defender, en posiciones de retirada, la república de Weimar
(que, por paradoja, inspiraba a los republicanos españoles justamente cuando se
descomponía); los comunistas, por su parte, habían estado al lado de los
nazis más de una vez, con el fin de destruir a los Socialistas. La tesis de Moscú era que ante todo había que eliminar a los
socialistas, porque provocaban ilusiones democráticas en los obreros alemanes.
El primer número de la Rote Fahne, periódico comunista, que salió
en Suiza después de la llegada de Hitler al gobierno, decía a toda página:
"Nacht Hitler uns", después de Hitler, nosotros.
Esta posición
había sido defendida también en España por el Partido oficial, siguiendo
órdenes de la Internacional. Sólo cuando en Moscú se vio que la consigna era
equivocada, aunque nunca se confesó francamente el error, se cambió de política
(lo cual tuvo como consecuencia la ya indicada substitución de la troika del
Partido oficial, con José Díaz sucediendo a José Bullejos). Pero de momento los
comunistas oficiales españoles no aprovecharon la lección alemana. Siguieron
diciendo que el peligro estaba en los socialistas; no veían la amenaza
reaccionaria española y menos la posibilidad de la formación de un movimiento
fascista en España.
Ahora que
había fracasado el intento de tomar la república desde fuera, decía el Bloque,
vendría un intento de tomarla desde dentro. Los radicales de Lerroux se
aliarían con las derechas y tratarían de dar el poder a las fuerzas feudales,
para anular lo que había hecho la república, que era poco para el gusto de los
obreros, pero que era demasiado para el gusto de la burguesía y los grandes
terratenientes.
Esto
planteaba una situación nueva. Los socialistas solos no podrían hacer frente a
esta amenaza. Los anarquistas, ni parecían verla: el 8
de enero de 1933 hicieron una huelga general revolucionaria, que fracasó y de
la cual formó parte el incidente trágico de Casas Viejas. Si el
anarquismo era el castigo por el oportunismo socialista, bien podía preverse
que la reacción seria el castigo por el frenesí anarquista.
El 1933 fue
un año de progresos graduales de las derechas. El Bloque trató de crear una
oposición en la calle contra este avance, ya que ni las Cortes ni el gobierno
Azaña parecían capaces de modificar la situación. (A
Azaña, lo que se le ocurrió fue lograr la aprobación, en junio de una ley de
Orden público a todas luces antiobrera).
¿Cómo
contener el avance de las derechas? El Bloque, evidentemente, no se bastaba
para ello. La CNT y la UGT, los anarquistas y los socialistas, tenían a la
mayoría de la clase trabajadora. Era, pues, preciso hacer ver a cenetistas y
ugetistas el carácter verdadero de la amenaza y hacerles aceptar la necesidad
de luchar unidos contra ella.
Diríase que
el Bloque se buscaba siempre las tareas más ingratas, las menos
"rentables" para la prosperidad del partido. Pero no se las
inventaba, sino que las imponía la realidad. Desgraciadamente, sólo el Bloque
parecía verla. Tal vez, si hubiera sido un gran partido, habría tenido la misma
miopía que aquejaba a socialistas y anarquistas. En todo caso, fue la única
organización que en 1933 hablaba de la necesidad de establecer un frente contra
la reacción. De momento, esta posición no favoreció al Bloque; 1933 fue un año
de crecimiento más lento que los anteriores.
El segundo
Congreso de la Federación Comunista Ibérica, en abril,
lanzó la consigna de unidad obrera contra el fascismo. De momento, no
encontró eco. Para propagarla, Maurín propuso que se abriera una suscripción y
que se publicara un diario. Algunos se opusieron, por creer que absorbería
todas las energías del partido, pero Maurín y los militantes estaban
ilusionados con la idea de tener un diario. A la sazón, cada partido poseía su
diario ya los bloquistas les parecía indispensable tener el suyo.
Las tesis
internacionales del Congreso -escritas por Maurín y Gorkín- fueron su documento
más interesante. Analizaban lo ocurrido en Alemania -como se ha resumido hace
un momento- condenaban la política de las dos internacionales- la socialista y
la comunista- y pedían la unión de las fuerzas obreras para luchar contra el
fascismo y, de momento, evitar que conquistara nuevas posiciones.
El diario
apareció poco después del congreso, con las 50,000 pesetas logradas por la
suscripción pública. Se imprimía en una muy vieja rotativa alquilada, y se
titulaba Adelante. No se presentaba como órgano del Bloque, sino como diario de
alianza obrera. Lo dirigía Maurín y lo administraba Luis Portela. Tenía sólo
cuatro páginas. Varios de sus redactores fueron procesados por artículos y
reportajes publicados en él. El consejero de gobernación del gobierno de la
Generalidad, Joseph Dencas, nacionalista catalán furibundo y jefe de una
organización de la Esquerra, los escamots, que con el tiempo hubiera llegado a
ser fascista, lo suspendió a mediados de marzo de 1934. De todos modos, la base
del Bloque no era bastante amplia para sostenerlo y penetró poco en otros
medios obreros.
Entre tanto,
los sindicatos controlados por bloquistas seguían aumentando en provincias,
pero en Barcelona la CNT lo dominaba casi todo. En el campo, el Bloque avanzaba
más rápidamente; daba la consigna a los medieros de que no pagaran las rentas
hasta que se revisaran en su favor los contratos. Las autoridades de la
Generalidad dificultaban esta tarea, porque temían, sin duda, que el Bloque
penetrara demasiado entre los rabassaires.(l)
Donde el Bloque
tuvo un éxito que sorprendió a los propios bloquistas fue entre los
trabajadores mercantiles.(2) Los trabajadores de cuello y corbata no han
figurado nunca entre los más combativos. Son, en general, los últimos en
organizarse y los primeros en desmoralizarse. No se consideran obreros, sino de
la clase media y se organizan en centros o asociaciones de escaso carácter
sindical. La más importante de éstas, en Cataluña, era el CADCI (Centre
Autonomista de Dependents del Comerç i de la Indústria). Había además dos
sindicatos mercantiles: uno esquelético, creado por los anarquistas cuando la
CNT expulsó al que dirigía Arquer, en 1932, y este último, que, autónomo en
1933, fue el alma del movimiento mercantil. En abril, la USC había intentado
formar un frente mercantil, pero fracasó, porque los empleados no creían que la
USC pudiera batirse por ellos (formaba parte del gobierno de la Generalidad,
además), y no se sentían capaces de batirse solos. Necesitaban una fuerza
política que los empujara.
Entonces, el
Sindicato Mercantil convocó una serie de reuniones con las organizaciones
autónomas de empleados. Nadie quería oír hablar de huelga. Eso quedaba para los
obreros manuales. ..La gente del Mercantil no se desalentó. Sabía que en la
base de estas organizaciones había descontento con los dirigentes y su
conformismo. Poco a poco, estos dirigentes acabaron aceptando la idea de un
frente mercantil y de la huelga, o fueron desplazados democráticamente y
substituidos por otros más combativos. Finalmente, en septiembre de 1933 se
formó el Frente Único Mercantil con el CADCI, sociedades autónomas, sindicato
de empleados del gas y la electricidad, la Unión Ultramarina, de empleados de
la alimentación (ambos dirigidos por bloquistas), la Federación de Empleados y
Técnicos (dirigida por elementos de la USC, que la fundaron) y el Sindicato
Mercantil. Surgía una nueva forma de lucha, impuesta por la situación.
La columna
vertebral del Frente era el Sindicato Mercantil. El simple hecho de que se
hablara de huelga entre los empleados mostraba hasta qué punto la tensión
social era fuerte. El Bloque lo había sentido y ahora estaba en condiciones de
dirigir el movimiento huelguístico más importante de Cataluña en los años de la
república, porque abarcaría a 80,000 trabajadores y haría entrar en la lucha
social a un sector obrero alejado de ella hasta entonces.
El 14 de
octubre, un Frente Único de Luz y Fuerza (iniciado por bloquistas encabezado
por Miguel Tarafa) consiguió unas bases de trabajo con semana de 44 horas, el
cobro del salario en caso de enfermedad y otras mejoras. Esto alentó a los
mercantiles. El jurado mixto del comercio llevaba meses discutiendo las nuevas
bases, con las demandas de las distintas organizaciones del Frente Mercantil.
El 13 de noviembre, ante la amenaza de huelga por las dilaciones del jurado
mixto, se reunieron con el Consejero de Trabajo de la Generalidad los
representantes de patronos y obreros. A las 48 horas, el Comité del Frente se
presentó ante una asamblea y explicó que las dos partes, ante la imposibilidad
de llegar a un acuerdo, habían decidido que el Consejero de Trabajo (Martí
Barrera, un excenetista pasado a la Esquerra), diera un laudo. La asamblea,
pero, se encrespó cuando se vio que no había nada en firme para los obreros de
la alimentación, los más explotados. Y acordó ir a la huelga el martes día 14.
La huelga
fue un éxito. Los grupos de choque del Bloque actuaron (los obreros mercantiles
estaban poco preparados para la violencia, aunque se mostraban muy agresivos).
Gracias a esto, cerraron las oficinas (menos visibles que las tiendas y por
tanto más inclinadas a seguir abiertas a pesar de la huelga). Para no
enajenarse a la opinión de las amas de casa, se dejaron funcionar las tiendas
de comestibles. La huelga fue declarada ilegal, la policía clausuró el CADCI y
trató de hacer abrir las tiendas. El día 15 se publicó el laudo, que daba
satisfacción a muchas de las reivindicaciones de los mercantiles. Pero la
huelga continuó hasta el viernes, en que se publicó un decreto de la
Generalidad estableciendo la jornada de 8 horas para la industria de la
alimentación, que hasta entonces no había tenido límite en el número de horas
que hacía trabajar a sus empleados; además prohibía la costumbre de que los
aprendices vivieran en la tienda, durmiendo sobre los mostradores. A la vista
de esto, una nueva asamblea de mercantiles decidió aceptar el laudo y dar por
terminada la huelga. Esta, como se ve, había sido por solidaridad con una
minoría. Para comenzar, no estaba mal...
La huelga
terminó tres días antes de las elecciones a diputados. En enero de 1934, la
patronal, creyendo que la victoria de las derechas en estas elecciones le daba
carta blanca, recurrió contra el laudo ante el Tribunal de Garantías
constitucionales de Madrid y utilizó esto como pretexto para no aplicarlo.
Los
bloquistas se movilizaron, hubo roturas de escaparates y tiros al aire, y la
patronal finalmente renunció a su recurso y acató el laudo. El Frente, gracias
al cerrillismo de los patronos, se mantuvo ya finales de 1933 eligió a Jordi
Arquer como representante suyo en el Consejo Económico de Cataluña, que si bien
era consultivo nada más, proporcionaba una buena tribuna.
Los Frentes
Únicos de Luz y Fuerza y Mercantil habían abierto el camino. Era preciso,
ahora, que éste condujera del terreno sindical al político. El Bloque se
encargó de tratar de conseguirlo.
Los
bloquistas de luz y fuerza mercantiles no habían organizado sus frentes únicos
obedeciendo a iniciativas del Comité Ejecutivo del Bloque. Lo propusieron por
su cuenta, porque les parecía la técnica adecuada y porque el Bloque, ya desde
1932, hablaba de la necesidad de un frente obrero contra las fuerzas
reaccionarias.
Pero en el
campo político la iniciativa debía salir de una organización política. La
situación empeoraba. La descomposición de las izquierdas republicanas se
aceleraba: el Partido radical socialista (que no era ni una cosa ni la otra) se
dividió; se aprobó la ley antiobrera de orden público; las derechas ganaron las
elecciones para designar a los miembros del Tribunal de Garantías
Constitucionales; Alejandro Lerroux formó gobierno al dimitir por esto el de
Azaña; Diego Martínez Barrio, otro radical, formó gobierno; el 19 de noviembre, las derechas ganaron las elecciones a
diputados, durante las cuales la CNT hizo una intensa campaña de "Obreros,
no votéis"; del 8 al 14 de diciembre, nueva
insurrección anarquista en Aragón, con 87 muertos y 700 detenciones;
segundo gobierno Lerroux, fallecimiento de Macia; tercer gobierno Lerroux.
El Bloque
obtuvo 5.745 votos en Barcelona y 24.000 en el resto de Cataluña.(3) En las
elecciones municipales del 14 de enero, las izquierdas catalanas se recobraron,
pero el Bloque sólo obtuvo 1.959 votos en la ciudad de Barcelona (la Lliga,
133.000 y la Esquerra, 162.000). En Lérida sacó 636. Muchos que en otro momento
hubieran votado por los candidatos bloquistas, aun sabiendo que no podían
vencer, lo hicieron por la Esquerra, para cortarle el paso a la Lliga. El
Bloque tiene, en ese momento, 5.000 afiliados.(4)
Hubo, en ese
1934, una mala noticia: Jaime Miravitlles anuncia, de súbito, que abandona el
Bloque y se pasa a la Esquerra, porque cree que su política es la justa, y ante
la ofensiva de la derecha, hay que apoyarla. La noticia duele a los militantes,
que pierden a un excelente propagandista ya un compañero agradable, caluroso.
Miravitlles ya no brillará; su personalidad política venia del Bloque; tendrá
algún cargo, es cierto, pero no volverá a ser el Met, como lo llamaban los
militantes. Nadie le sigue, ni ha intentado arrastrar a nadie.
Los
acontecimientos no se detienen. La CNT pierde la huelga de tranvías y parece
agotada. El paro forzoso aumenta. Las fábricas de la Unión Algodonera cierran y
4.000 obreros quedan sin trabajo. En Barcelona hay 40.000 parados. Diversos
sindicatos autónomos forman el Frente Único de la Industria Textil y Fabril y
piden la semana de cinco días, para dar trabajo a los desempleados. El número
de huelgas decrece y el de huelgas ganadas cae verticalmente: en 1933, el 40
por ciento de las huelgas se ganaron, mientras que en 1934, sólo el 29 por
ciento.
La Esquerra
baila en la cuerda floja: por un lado, adopta algunas medidas de protección a
los trabajadores y por la otra Josep Dencas, en la Conserjería de Gobernación,
emprende una ofensiva sistemática contra la CNT, que no retrocede ante las
torturas a los detenidos. Maurín resume así la situación: (5)
La
situación político-social en nuestro país, no podía ser más grave para la clase
trabajadora. El reformismo del Partido Socialista, el ultra-izquierdismo disparatado
de la FAI y la labor desacertada llevada a cabo por el Partido Comunista
oficial, todo esto había conducido al movimiento obrero a dos pasos de su
hundimiento completo, con el correspondiente triunfo del fascismo.
La
división interna del proletariado, cuando empieza a constatarse el fracaso de
la revolución democrática hecha por la burguesía y las fuerzas reaccionarias,
no destruidas, proceden a un reagrupamiento rápido, disponiéndose a
reconquistar las posiciones perdidas, crea una situación propicia para que el
fascismo pueda desarrollarse primero y triunfar luego. La victoria de Hitler en
Alemania tendrá en España una repercusión inevitable. Dará alientos al fascismo
naciente, de igual modo que la marcha sobre Roma de Mussolini, en octubre de 1922,
determinó, en gran parte, el golpe de Estado de Primo de Rivera, diez meses
después.
¿Qué debía
hacerse ante este estado de cosas? La respuesta, para un bloquista era
evidente:
Hay que
cerrar el paso al fascismo. ¿Cómo? ¿Creando organismos
imaginarios y artificiales en forma de “Comités contra el fascismo", como
durante los últimos años han hecho los comunistas estalinianos? ¿Siguiendo
estérilmente la crítica de la que debió hacerse y no se hizo? No. Lo
interesante es hacer algo concreto. Dar un paso adelante. Crear las bases de
acuerdo de las organizaciones existentes. No precisa inventar nada. Tampoco es
necesario hacer contrabando de importaciones. Nuestro proletariado, cuyo pasado
combativo es importantísimo, puede y debe encontrar la nueva forma de organización
que las circunstancias exigen.
¿Cuál podría
ser esta forma? El Bloque hablaba a menudo de frente único obrero. La consigna
del frente único había sido desprestigiada por los comunistas oficiales.
Después de dividir al movimiento obrero en todo el mundo, la Tercera
Internacional lanzó en 1922 la consigna de frente único. Los socialistas no les
hicieron caso. Stalin empeoró las cosas, al dar la orden de que la propaganda
comunista propusiera el frente único "por la base". Esto significaba
nuevas divisiones, pues pedir a los obreros, que habían elegido a sus
dirigentes sindicales y políticos, que se alzasen contra ellos para unirse a
los comunistas, no sólo era absurdo, sino también divisionista. Esta propaganda
reforzó a la socialdemocracia, porque le dio armas contra el frente único.
Fue esta
política del falso frente único lo que permitió a Hitler subir al poder, pues
si en Alemania se hubiese formado un frente único verdadero, los nazis hubieran
sido derrotados. Juntos, socialistas y comunistas hubieran podido cerrar la
puerta al fascismo, pues entre los dos contaban muchos más votos que Hitler,
incluso en las últimas elecciones alemanas.
En 1933, las
cosas se presentaban en todo el mundo de tal modo que el frente único era
indispensable. En España más aún: (6)
La teoría
del Frente Único va siendo demostrada por el desarrollo de los acontecimientos.
Mientras
el capitalismo se mantuvo en la fase de prosperidad, de ascenso, y la clase
trabajadora no presentó de una manera efectiva el problema del Poder, la
burguesía se mantuvo dividida en partidos políticos que se combatían entre sí,
representando intereses y pugnas de intereses de unos y otros sectores del
capitalismo.
Pero
cuando el capitalismo en virtud de su desarrollo histórico ha ido pasando de la
fase de la libre concurrencia a la del capitalismo de los monopolios, y al
mismo tiempo la clase trabajadora más fuerte, más unida y más consciente de su
misión se ha presentado como la sucesora natural del capitalismo, encarnando
una nueva estructuración social, entonces la burguesía ha procurado formar su
frente único contra el movimiento obrero. Nace el fascismo.
En los
países fascistas -Italia, Alemania, etc.- toda la burguesía forma un frente.
Sólo hay un partido: el fascista. El fascismo es, pues,
el frente único de la burguesía.
La clase
trabajadora si no quiere ser aniquilada por el fascismo, si desea mantener en
pie sus conquistas políticas y económicas, tiene que combatir a la burguesía en
marcha hacia el fascismo con iguales armas, esto es, formando un frente, el
Frente Único. El problema planteado no se refiere simplemente a éste o a aquel
sector de la clase trabajadora, sino que incumbe a todos los obreros, a los
comunistas, como a los anarquistas, socialistas y simplemente republicanos.
Si el fascismo triunfa -ejemplos todos los países en donde tiene el Poder- el movimiento obrero es triturado. En totalidad, sin que quede exceptuado nadie.
El Frente
Único es, por lo tanto, una cuestión de vida o muerte. O todos los trabajadores
unidos contra la burguesía o la burguesía formando el frente único fascista
pulverizará totalmente a los trabajadores.
El dilema
es terminante.
Pero en
España nadie hablaba de frente único. Los socialistas seguían tratando, ya
fuera del gobierno, de monopolizar el movimiento obrero; los anarquistas
preparaban nuevos estallidos; los comunistas insistían en su propaganda de
frente único por la base y se esforzaban en dividir aún más el movimiento
obrero, creando, como se ha dicho, su propia central sindical. En Cataluña,
además del Bloque, había una larga serie de organizaciones que se llamaban
obreras: la Unió Socialista de Catalunya, la Federación Sindicalista
Libertaria, el Partido Sindicalista. En el movimiento sindical se hallaban los
sindicatos mayoritarios de la CNT, los muy minoritarios de la UGT, los de los
treintistas, los controlados por la USC, los controlados por bloquistas y una
serie de sindicatos autónomos. Mientras el movimiento obrero se hallaba roído
por rivalidades y resentimientos, las derechas se unían (el principal partido
derechista, la CEDA, era una Confederación Española de Derechas Autónomas) y se
fortalecían (la Falange Española y las JONS o Juntas de Ofensiva Nacional
Sindicalista se formaron en 1933).
De entre
todas las organizaciones obreras, el Bloque era la sola que hablaba de frente
único y que trataba de dar a esta consigna su sentido auténtico, literal. Pero
precisaba que la acción demostrara que el frente único era posible y eficaz.
Por esto los bloquistas organizaron el Frente Único contra el Paro Forzoso,
primero, y luego los Frentes Únicos de Luz y Fuerza y Mercantil, que tuvieron
éxito y dieron resultados. Era una prueba práctica de que el frente único podía
realizarse.
Cuando
Hitler tomó el poder en Alemania, uno de los bloquistas más conocidos, el
doctor Tomás Tussó, que tenía muchos amigos en todos los sectores obreros,
propuso un cambio de impresiones entre la USC y el Bloque. Hubo varias
reuniones en casa de Tussó, con Maurín por el Bloque y Joan Comorera y Joan
Fronjosa por la USC. La delegación socialista catalana propuso la fusión y la
bloquista la rechazó porque la USC era un partido de cuadros sin base, aliado
de la Esquerra y componente del gobierno de la Generalidad, y el Bloque estaba
en ascenso. Se decidió que en lugar de hablar de fusión, se tratara de formar
una alianza de las organizaciones obreras y se creyó que sería conveniente que
el llamamiento en tal sentido lo hiciera una organización obrera neutral.
El Ateneo
Enciclopédico Popular, controlado por bloquistas, fue esta organización.
Convocó a una reunión, a la que asistieron delegados de la USC, el Bloque, la
UGT catalana, el PSOE de Cataluña, los sindicatos treintistas, los sindicatos
controlados por bloquistas, la Izquierda Comunista y la Unió de Rabassaires y se
decidió formar una Alianza Obrera. Fueron invitados, pero no asistieron, la CNT
y el Partido comunista oficial.
El 27 de
julio de 1933 hubo un mitin, bajo la presidencia de un representante del
Ateneo, en el cual hablaron oradores de esas organizaciones. El acto
impresionó, tal vez más fuera de Barcelona que en la ciudad misma. La Alianza
ya existía. De momento, era un símbolo más que otra cosa. Ninguno de los
componentes de la Alianza ni todos juntos podían considerarse mayoritarios o
decisivos en el movimiento obrero catalán. Pero formaban el núcleo en torno al
cual otras fuerzas podían congregarse en el futuro. Eran el trampolín del
frente único. Demostraban que gente de concepciones tan diversas como
sindicalistas, comunistas disidentes, socialistas reformistas podían hablar y
buscar una plataforma común. Ahora precisaba ensanchar la Alianza, hasta
incluir en ella a la CNT, la FAI, el PSOE y la UGT del resto de España.
Difícil, pero indispensable. Los hechos demostraban que la Alianza no era un
capricho político ni una maniobra, sino que respondía a una necesidad. y
empezaba a verse que respondía también a un anhelo de la clase obrera.
Los obreros,
en efecto, comenzaban a alarmarse. Mostraban más perspicacia que sus
dirigentes. La Alianza Obrera fue responsable por esta conciencia de los
peligros del momento. Celebró actos en toda Cataluña. El Bloque se tomaba esta
actividad más en serio que los demás componentes de la Alianza. Para éstos, la
Alianza era un complemento de su acción de partido; para el Bloque era su
acción misma.
El éxito de
los frentes únicos sindicales condujo a reunir una Conferencia de Frente Único
Sindical de Cataluña, en noviembre de 1933. La CNT no asistió, pero sí los
sindicatos dirigidos por bloquistas, treintistas y uscistas. Tal vez con el
tiempo podrían reunir entre todos una fuerza que obligara a reflexionar a los
dirigentes cenetistas. De momento, la conferencia no dio resultados concretos.
El documento
de constitución de la Alianza lleva fecha del 16 de diciembre de 1933:
"Las entidades abajo firmantes, de tendencias y aspiraciones doctrinales
diversas, pero unidas en un común deseo de salvaguardar las conquistas
conseguidas hasta hoy por la clase trabajadora española, hemos constituido la
Alianza Obrera, para oponernos al entronizamiento de la reacción en nuestro
país, para evitar cualquier intento de golpe de Estado o instauración de una
dictadura, si así se pretende, y para mantener intactas, incólumes, todas
aquellas ventajas conseguidas hasta hoy, y que representan el patrimonio más
estimado de la clase trabajadora". Firman: Manuel Mascarell, Progreso
Alfarache, Juan Peiró, por los Sindicatos de Oposición: Emili Vivas, Agustí
Gabanel, por la Federación Sindicalista Libertaria; Pedro Bonet, por la
Federación de sindicatos Excluidos de la CNT; Antoni Vila Cuenca, por la UGT;
Ángel Pestaña, por el Partido Sindicalista; Rafael Vidiella, por la Federación
Catalana del PSOE; Joaquín Maurín, por el Bloque Obrero y Campesino; J.
Martínez Cuenca, por la Unió Socialista de Catalunya; Andreu Nin, por la
Izquierda Comunista y Josep Calvet, por la Unió de Rabassaires.
Todas
las fuerzas obreras catalanas, menos la CNT y el Partido oficial están en la
Alianza. La ausencia de
la CNT es importante, porque se trata del elemento obrero más poderoso del
país. Se intentan algunas gestiones personales, pero la gente de la FAI no
presta oídos. Tienen una especie de soberbia, porque son fuertes -aunque menos
que un año antes- y creen que solos se bastan para hacerlo todo, empezando por
la revolución. Por otro lado, entrar en la Alianza sería, a sus ojos, dar
beligerancia a fuerzas políticas, lo cual es anatema para sus principios, y
aceptar la existencia de fuerzas cuya realidad niegan, como los sindicatos de
oposición y los excluidos. Sería, finalmente, reconocer que fue errada su
táctica de ir solos y querer hacer la revolución con el método tradicional de
los anarquistas puros, el método de la chispa (encender muchas chispas con la
esperanza de que alguna prenderá el gran incendio que destruya la sociedad).
Pero los dirigentes de la Alianza, que saben que los de la FAI son
revolucionarios sinceros (no creen, claro está, el rumor hecho circular por los
republicanos, según el cual los anarquistas recibieron subvenciones de los
lerrouxistas para su campaña de abstención electoral) y confían en que los
hechos acabarán por persuadir a los anarquistas.
Por lo
demás, entre éstos hay diversas posiciones. En febrero de 1934, Orobón Fernández, uno de sus teóricos más respetados,
publica en La Tierra de Madrid un ensayo, "Directrices de la Alianza Obrera", en el
cual sugiere puntos de acuerdo posibles y pide que se trace un plan táctico revolucionario, que se garantice la democracia revolucionaria y que se
prometa la socialización inmediata de los elementos de la producción.
Como se ve, los anarquistas favorables a la Alianza no se daban cuenta todavía
de que su objetivo inmediato no puede ser realizar la revolución, sino evitar
la contrarrevolución.
Después de este ensayo de Orobón Fernández se reunió en Barcelona (13 de febrero) un pleno de regionales cenetistas, que acordó "emplazar a la UGT a que manifieste cuáles son sus aspiraciones revolucionarias", para poder aliarse con ella. No hubo respuesta. La regional catalana, en este pleno, llevó la voz cantante contra la Alianza Obrera. Pero el 23 de junio, en otro pleno de regionales, en Madrid, la regional asturiana reclamó la libertad de acción cosa que se aceptó "por motivos de realismo local".(7) En este pleno, otros cenetistas se mostraron favorables a la Alianza, entre ellos Vicente Ballester de Andalucía y Orobón Fernández, del Centro. Este, el más persuasivo, murió poco después, y la posición proaliancista quedó sin voz en la CNT.
Los
dirigentes de la Alianza no se preocupan por la posición del Partido comunista
oficial. Este participó en un par de reuniones de la Alianza catalana, trató de conseguir que se eliminara a la Izquierda Comunista y,
al no lograrlo, se retiró y comenzó una campaña contra
la Alianza, acusándola de ser un instrumento de la burguesía, de ocultar la
“traición socialista" y de querer impedir, con su constitución, la
formación de soviets.
La Alianza
comenzó a organizarse. Tuvo un Comité Ejecutivo, formado por los representantes
de todas las organizaciones adheridas. Se reunía a menudo y se esforzaba en
crear comités locales de Alianza y en hacer llegar al resto de España su
ejemplo. Se celebraron numerosos mítines, con éxito considerable. En Barcelona,
donde la Alianza era débil, empezaba a ser conocida, a pesar de que la CNT
quiso rodearla de silencio. Fuera de Barcelona, los bloquistas y sindicalistas
consiguieron formar muchos comités locales de Alianza. En Valencia, donde había
un grupo de bloquistas, Servín inició negociaciones para constituir la Alianza
valenciana. Y en Asturias, el núcleo de simpatizantes bloquistas hizo lo mismo.
La Alianza publicó manifiestos poniendo en alerta ante el avance de las
derechas y condenando los malos tratos inflingidos por la policía de Barcelona
a los anarquistas.
Fue a
propósito de esto que se planteó la primera discrepancia seria. La USC estaba
aliada con la Esquerra y formaba parte del gobierno de la Generalidad, que
después de la muerte de Macia, en diciembre de 1923, fue presidido por Lluis
Companys, elegido por el parlamento catalán. El Comité Ejecutivo de la Alianza
planteó a la USC la contradicción entre el hecho de que firmara los manifiestos
protestando por las torturas a los anarquistas y, al mismo tiempo, estuviera en
el gobierno cuyo consejero de Gobernación ordenaba esas torturas. La USC prefirió
seguir aliada con la Esquerra y salió de la Alianza.
Para arraigar, la Alianza no podía contentarse con manifiestos, debía luchar. En Madrid, la patronal, alentada por la victoria electoral de las derechas, trataba de reducir las conquistas obreras. Se perdían casi todas las huelgas. Exasperados, los sindicatos socialistas madrileños declararon una huelga general, en marzo de 1934, y el Comité Ejecutivo de la Alianza decretó una huelga general de 24 horas en toda Cataluña, por solidaridad con los huelguistas de Madrid, el día 13. Hasta entonces, sólo la CNT había podido declarar huelgas generales en Cataluña. ¿Lograría la Alianza hacer la suya? Los anarquistas y los policías que en otras ocasiones los torturaban, se encontraron juntos oponiéndose a esta huelga de solidaridad. Pero si en Barcelona no tuvo apenas extensión, en el resto de Cataluña fue general. Tradicionalmente, cuando había una huelga general, Barcelona cerraba y las provincias no, o mucho menos. Ahora fue al revés: las provincias cerraron y Barcelona, no.
La huelga
tuvo eco. Los bloquistas de Castellón y Valencia, consiguieron al calor de este
ejemplo, formar Alianzas Obreras. La de Valencia, apenas constituida, declaró
con éxito huelga general de solidaridad con los huelguistas de una empresa
hidroeléctrica. Importante era que si bien la CNT estaba ausente de esas dos
Alianzas, formaban parte de ella la UGT y el PSOE locales. Esto repercutió en
Asturias, donde el movimiento obrero, era a la vez, combativo y deflexivo. Se
formó allí la Alianza, y en esta estaban no sólo la UGT y el PSOE, junto con el
Bloque y la Izquierda Comunista, sino también la CNT, gracias a lo acordado en
el pleno de junio ya citado. Poco a poco, se formaron comités de Alianza en
lugares inesperados: Jaén, Córdoba, Sevilla, y finalmente en Madrid. Pero eran
comités locales. No había aún una Alianza nacional. La base iba más deprisa que
las direcciones nacionales.
Se comenzaba
a ver que la Alianza era un tipo nuevo de organización, que no sumaba sino que
multiplicaba las fuerzas de sus componentes sin por ello exigir a las
organizaciones adheridas concesiones ni abandonos de principios. Se vio que la
Alianza podía hacer ganar huelgas que, sin ella, se perderían, y empezaba a
creerse que, cuando llegara el momento, podía conducir a la victoria. Porque,
no se olvide, los obreros a pesar del triunfo electoral de las derechas,
conservan un espíritu ofensivo. La minoría cada día más numerosa de obreros
activos, politizados, desilusionados con la república, consideraba que lo
necesario era tomar el poder. La Alianza, pues, aparecía como un arma
defensiva, ahora, y de ataque cuando llegara el momento.
La Alianza quiere extenderse. Una delegación (Pestaña, Vila Cuenca y Maurín) va a Madrid. Se entrevista con dirigentes socialistas y de la UGT. Francisco Largo Caballero es el único que se interesa por la nueva táctica. Poco después, en febrero de 1934, va a Barcelona y se entrevista con Maurín, que le toma unas declaraciones para Adelante: "No hay legalmente solución de derechas posible. Sin embargo, hay que estar preparados, en guardia, porque los reaccionarios, dada la situación difícil en que se encuentran, pudieran intentar una salida brusca".
Lo
más importante de las declaraciones de Largo Caballero (Adelante de Barcelona, 24
de febrero de 1934) dice:
Realmente
no hay solución parlamentaria. No se puede hablar de una situación de
izquierdas sustituyendo a la actual. Esto, parlamentariamente, es impracticable
en las circunstancias actuales. ¿Una situación de derechas? Es también
imposible. En primer lugar, porque el país no la toleraría, y en segundo
término, porque con él. Parlamento abierto nosotros le cerraríamos el paso no
dejándole hacer nada.
Gil
Robles puede derribar a Lerroux cuando quiera, pero está aterrorizado pensando
lo que va a pasar luego. Porque ¿y después, quién? Aun en el caso de que el
presidente de la República llame a Gil Robles para encargarle la formación de
Gobierno, no puede hacerlo. Sería un golpe de Estado al que el movimiento
obrero de toda España contestaría de una manera rápida y enérgica. Cataluña -y
fíjese que no le digo la Generalidad- se sublevaría también, porque un Gobierno
de derechas, aunque hiciera promesas, sería la muerte de las libertades de
Cataluña. Un Gobierno Gil Robles sería también un Gobierno Cambó. y si Cambó
tiene el Poder en Madrid, esto quiere decir que, automáticamente, la
Generalidad sería una dependencia en la que se marcaría el paso a su voz de
mando .
No hay,
pues, legalmente solución de derechas posible. Sin embargo, hay que estar
preparados, en guardia, porque los reaccionarios, dada la situación difícil en
que se encuentran, pudieran intentar una salida brusca. Las derechas empiezan a
desmoralizarse. Hay una ofensiva a fondo de la clientela contra sus jefes, a
los que llaman traidores, porque no han cumplido ninguna de las promesas que
hicieron. Existe entre ellos una gran nerviosidad. No es cuestión de propugnar
por su parte una disolución del Parlamento, porque sus fuerzas disminuirían
enormemente, cosa que quieren evitar.
Lerroux
se aguanta porque Gil Robles le sostiene. Nosotros podríamos hacer posible la
vida del Gobierno Lerroux durante cierto tiempo llevando al Parlamento una
fuerte ofensiva contra él. Las derechas, inmediatamente, formando bloque
compacto, se pondrían a su lado para sostenerle; pero esta interinidad forzada
no nos interesa. Es preferible que se despejen las cosas.
Si
Lerroux quiere mantener su Partido unificado, no puede en manera alguna
consentir una ruptura interior, cuyas consecuencias fatales serían la
descomposición inmediata de su Partido. Esta situación inextricable no tiene
más salida que o una dictadura de las derechas -y el movimiento obrero lo hará
imposible- o una dictadura obrera. La clase trabajadora
ha de prepararse para ir a la toma violenta del Poder político y económico.
Con este
criterio, es lógico que la Alianza le parezca útil. La idea avanza ya. En junio
de 1934 un congreso de las juventudes Comunistas oficiales propone la unidad a
las Juventudes Socialistas, y éstas contestan invitándolas a ingresar en las
alianzas obreras locales. El 16 del mismo junio, en un mitin en Gerona, Maurín
trata de plantear una estrategia. "Hay que formar
un frente único para implantar el socialismo antes de que triunfe el
fascismo". Las Juventudes Socialistas y la Izquierda Comunista de
Madrid toman la iniciativa de formar la Alianza Obrera local (faltan en ella la
CNT, el Partido comunista oficial y el Bloque que no tiene sección madrileña).
La componen sobre todo sindicatos dirigidos por trotskystas o socialistas de
izquierda. En julio, Largo Caballero es elegido secretario general de la UGT,
las Comisiones Nacionales de la UGT y del PSOE deciden, finalmente, apoyar la
idea de una Alianza Obrera, pero no todavía con carácter nacional (mientras no
acepte la idea de CNT).
El Socialista de Madrid (6 de marzo de 1934) da cuenta así de la constitución de la Alianza Obrera de la capital española:
La
experiencia de dos años de régimen republicano ha demostrado a la clase
trabajadora que nada puede esperar de la burguesía y de sus organizaciones
coactivas, como no sea represión si se rebela, y hambre y dolor si no se
somete.
Esta experiencia ha llevado al convencimiento al proletariado de la necesidad de crear el arma eficaz para defenderse de las acometidas cada día más brutales de la reacción y de la burguesía, y en su momento poder dar la batalla definitiva.
Esta experiencia ha llevado al convencimiento al proletariado de la necesidad de crear el arma eficaz para defenderse de las acometidas cada día más brutales de la reacción y de la burguesía, y en su momento poder dar la batalla definitiva.
Esta arma sólo puede ser la unión de todos los explotados. Consecuentes con este criterio,
varias organizaciones políticas y sindicales de Madrid: Partido Socialista
(Agrupación de Madrid), Administrativa de la Casa del Pueblo, Sección Tabaquera
de Madrid, perteneciente a la Federación Tabaquera Española; Agrupación
Sindicalista, Izquierda Comunista y Juventud Socialista, han constituido
"Alianza Obrera", organismo que tiene por finalidad, en primer
término, la lucha contra el fascismo en todas manifestaciones y preparación de
la clase trabajadora para la implantación de la Paz pública socialista federal
en España, como condición indispensable para su total liberación.
Es deseo
vehemente de los elementos que constituimos esta Alianza la incorporación de
todos los sectores obreros y políticos que mantienen el principio de Lucha de
clases a este organismo- Todos ellos han sido invitados; razones que respetamos
obstaculizaron nuestros propósitos; pero creemos que la reflexión hará
rectificar estos
obstáculos y esperamos que el interés de la clase trabajadora se imponga, acogiendo en esta aspiración común a los trabajadores organizados de Madrid.-La Comisión.
obstáculos y esperamos que el interés de la clase trabajadora se imponga, acogiendo en esta aspiración común a los trabajadores organizados de Madrid.-La Comisión.
Quienes
persistían en hacerse el sordo eran los comunistas. Francisco Galán, hermano
del capitán fusilado por la sublevación de Jaca en 1930, que había hablado en
mítines del Bloque en 1931, era ahora comunista y escribía: "Si tuviera
que sentarme en la misma mesa que los líderes socialistas, me ruborizaría como
una virgen entre prostitutas. (8) Mientras ya todos hablan de unidad, en abril
de 1934, los comunistas oficiales, aplicando imperturbables las órdenes de
Moscú, formaron la CCTU, central sindical esquelética. En la misma época se
reunió en Barcelona el primer congreso del Partit Comunista de Catalunya, al
cual asistió el delegado de la Internacional Cero y una delegación del Partido
Oficial español dirigida por Vicente Uribe. Este redactó un informe sobre el
congreso (9) en el cual después de poner de relieve la gran cohesión
política e ideológica de nuestro Partido catalán, se afirma que la
compenetración con la línea política del Partido Comunista de España y su
Comité central y la Internacional comunista. ..es un hecho de la máxima
importancia cuanto que en la aplicación de nuestra táctica de Frente Único ha
habido una serie de vacilaciones y dudas, tanto en la dirección del Partido
Catalán como en cierto número de organizaciones, dudas y vacilaciones
expresadas en la tendencia de concebir el Frente Único como un Bloque de
organizaciones, borrando la fisonomía del Partido Comunista. Se ha hecho una
gran crítica y autocrítica a este respecto, todos los delegados se han mostrado
de acuerdo enteramente con la línea de la IC y del Partido Comunista de España
en la aplicación del Frente Único por la base.
No
debemos olvidar que es en Cataluña donde ha nacido ese engendro de
"Alianza Obrera", parida por los renegados del Bloque Obrero y
Campesino, “Treintistas” y Socialistas, alianza contra el Frente Único y la
Revolución. La justa táctica del Frente Único nos permite desbaratar los planes
contrarrevolucionarios de la "Alianza Obrera" y lo que es más
importante, ganar para la lucha a millares de obreros anarquistas y realizar la
unidad de combate del proletariado catalán y de las masas campesinas bajo la
dirección del Partido Comunista.
Después de
felicitar al Partido oficial catalán por haber creado la CGTU en Cataluña,
"superando así la división del movimiento sindical", Uribe le da unos
cuantos consejos:
El Partit
Comunista de Catalunya ha comenzado a romper su aislamiento de las masas. Ha
venido al Congreso con un balance de actividad, que aunque no muy grande,
refleja que nuestro Partido entra en la vida de la dirección de las huelgas de
las masas...
El Partit
Comunista de Catalunya tendrá que hacer grandes esfuerzos para superar el
retraso, pese a ciertos pequeños éxitos, en que aún se encuentra. Será sobre
todo yendo audazmente a las fábricas, formulando las reivindicaciones y
necesidades de los trabajadores, organizándoles para la lucha sobre la base del
Frente Único, luchando encarnizadamente por la Unidad Sindical de clase,
organizando y dirigiendo la lucha antifascista de masas, combatiendo sin piedad,
sin concesiones de principio al anarquismo ilusionista pequeño-burgués,
aislándole de las masas, como conseguirá ganar el retraso. Lucha contra los
renegados y sus amos de la socialdemocracia. Lucha contra el imperialismo
español y el Gobierno de la Generalidad. Campeón y dirigente de la lucha de
liberación nacional y social del pueblo catalán, dirigente de la Revolución
agraria, el I Congreso del Partit Comunista de Catalunya ha mostrado a las
masas populares a su Partido. Este debe vencer las debilidades de organización,
evidenciadas a través del Congreso, reclutar millares de nuevos combatientes, y
con la ayuda y dirección del Partido Comunista de España y su Comité Central,
ganará a la mayoría del proletariado catalán ya las partes más avanzadas del campo,
para el comunismo, para los soviets, para el Gobierno Obrero y Campesino, y
hará de Cataluña el baluarte inquebrantable del triunfo de la Revolución
Soviética en España.
Tres meses
después, sin que hubiera sucedido nada que no pudiera preverse cuando se
escribió este informe, hubo otro de Vicente Arroyo (10) sobre una reunión
extraordinaria del Comité Central del Partido oficial español celebrada en
Madrid el 11 y 12 de septiembre:
Un solo
punto figuraba en el orden del día: Frente Único y Alianzas Obreras.
El Comité
Central del P .C. de E. ha discutido esta cuestión ante millares de
trabajadores, y por unanimidad ha aprobado la proposición del Buró de “Ingresar
en las Alianzas Obreras”, con una sola condición: "Tener derecho a la
exposición y discusión fraternal sobre todos los problemas de la
revolución".
(Este
acuerdo significa un formidable paso adelante en el camino de la unidad de
acción, que es el camino de la victoria. El ingreso del P .C. en las Alianzas
Obreras no es la completa unidad de acción, porque en ella faltan todavía
fuerzas formidables como la CNT, las masas campesinas, los obreros
inorgánizados. Pero con el ingreso de nuestro Partido, que no disfraza su
pensamiento ni sus propósitos de trabajar dentro de las Alianzas por atraer a ellas
a todas las fuerzas obreras, las "Alianzas Obreras" toman un nuevo
carácter. Nuestro Partido dentro de ellas trabajará por transformarlas de
conglomerados de direcciones de Partidos en organismos vivos de frente único,
pues como se decía en el informe del secretario del Partido: "Los
delegados a las Alianzas deberán ser elegidos democráticamente en asambleas de
sindicatos, de organizaciones, comités de fábrica, campesinos y parados".)
El Partido
oficial rectifica, pues. y ello no por la situación española, sino porque desde
junio en que el Partido oficial catalán atacaba a la Alianza Obrera hasta
septiembre, en que el Partido oficial español la acepta, se ha iniciado en
Moscú el viraje que un año más tarde conducirá al Frente Popular. Moscú teme
que Hitler trate en el futuro de poner en práctica su idea de la marcha hacia
el Este expuesta claramente en el Mein Kampf y busca aliados a través de sus
partidos comunistas.
El Partido
oficial catalán se decide a comerse sus frases de cuatro meses antes y pide su
admisión en la Alianza Obrera, que, claro está, le es concedida inmediatamente.
Lo hace el 4 de octubre, cuando todos prevén una lucha inmediata. En Asturias
ni siquiera pidió el ingreso. Entró en la Alianza, sin formulismos, cuando ya
había comenzado la lucha. (11)
El Partido
Oficial, una vez iniciado el viraje, trata de capitalizarlo. Vittorio Codovila,
el argentino delegado de Moscú en Madrid, que se hace llamar “Medina”, visita a
Largo Caballero presentado por Margarita Nelken, que ya entonces era agente de
la Internacional Comunista dentro del PSOE. Quería convencer al dirigente
socialista de que sería conveniente subsistituir el nombre de Alianza Obrera
por otro "más en armonía con el vocabulario ruso", dice Largo
Caballero,(12) con el fin de facilitar la entrada de los comunistas. Pero Largo
Caballero rehusó y al día siguiente la prensa comunista anunció que el Partido
oficial había decidido ingresar en la Alianza. La maniobra era evidente: hacer
cambiar el nombre, para que no pareciera que el Partido oficial aceptaba lo que
había criticado y para que el público creyera que la Alianza, con un nombre
nuevo, era una creación comunista oficial. Esto, exactamente, fue lo que
hicieron con el Frente Popular de 1935, lo mismo en Francia que en España.-
Los acontecimientos, como se ve, iban más deprisa que el Partido oficial.
Los acontecimientos, como se ve, iban más deprisa que el Partido oficial.
Los
acontecimientos dan la razón a la Alianza.
En marzo, un
grupo de monárquicos firma un acuerdo con Mussolini, para recibir ayuda
financiera y en armas. En abril, concentración de la CEDA en el Escorial: todo
el poder para el jefe (José María Gil Robles), y huelga general en Madrid.
Gobierno Samper. Fracaso de la huelga campesina de la UGT, que demuestra la
necesidad de más de una organización para un movimiento de envergadura. El Institut
Agrícola Catala de Sant Isidre (organización de los propietarios rurales
catalanes) recurre ante el Tribunal de Garantías Constitucionales, en Madrid,
contra una ley sobre contratos de cultivos adoptada por el Parlamento catalán,
y el Tribunal la declara inconstitucional (11 de junio). Nueva votación de la
misma ley por el Parlamento catalán. El 8 de septiembre viaje en masa a Madrid
de los propietarios rurales catalanes, para pedir al gobierno que actúe contra
esta segunda ley de contratos de cultivos; los recibe una huelga general
decretada por la UGT y apoyada por la CNT; es la primera vez que el
proletariado madrileño hace un gesto de solidaridad con Cataluña. Huelga
general en Asturias, declarada por la Alianza Obrera, en respuesta a una
concentración de la CEDA en Covadonga, y gran manifestación en Barcelona,
convocada por la Alianza. Incendio (ligero) del local del Institut Catala. de
Sant Isidre, en Barcelona (llevado a cabo por los grupos de choque del Bloque).
En el Comité
Ejecutivo de la Alianza se discute mucho. Los treintistas se declaran
partidarios de defender la autonomía catalana (por primera vez se interesan por
esta reivindicación, porque comprenden por fin que es inseparable de las
libertades obreras). Nin propone que se pida la expropiación de los
propietarios rurales. Maurín, reflejando el criterio del Comité Ejecutivo del
Bloque, cree que ésta se prepare para la proclamación de la República catalana,
quitando así la iniciativa de las vacilantes manos de la Esquerra y poniéndola
en las de la clase obrera.
Estas
distintas posiciones se llevaron, el 17 de junio, a la primera Conferencia de
los Comités Comarcales y Locales de la Alianza (en Cataluña). La Alianza es un
organismo democrático y debe, por tanto, consultar a la base. La base se
muestra más moderada que el Bloque. Este propone en la Conferencia que si el
gobierno de Madrid ataca a Cataluña y con este motivo se proclama la República
catalana, la Alianza apoye el movimiento y trate de tomar su dirección y
guiarlo hacia el triunfo de la República Socialista Federal. Pero la
Conferencia rechaza esta posición. Entonces, para no romper la Alianza, la
delegación bloquista propone otra resolución, que es aprobada: se esperará el
ataque reaccionario y cuando éste llegue, se pedirá la proclamación de la
República catalana.(13)
Todos
insisten en la necesidad de extender la Alianza al resto de España. No basta
con Alianzas locales, precisa la alianza de las organizaciones a nivel de las
direcciones nacionales. La CNT comienza a suavizar su posición en los pueblos,
pero en Barcelona se muestra intratable. En cambio, en Madrid participa en la
huelga general del 8 de septiembre, porque, dice su periódico, repugna a los
obreros trabajar cuando otros obreros están en huelga, pero teme que este movimiento
se aproveche por los socialistas para presionar por volver a formar parte del
gobierno.
Los escamots (grupos
de acción) de Estat Català. (organización nacionalista catalana extrema,
afiliada a la Esquerra, compuesta sobre todo de clase media y empleados, y
dirigida por Josep Dencàs, que es consejero de Gobernación, y por Miquel Badia,
que es Comisario de Orden Público de Barcelona) hacen todo lo posible para que
no cambie la actitud de la CNT. Esta, debido a la política de la FAI, ha
perdido un tercio de los efectivos que tenía en 1931, pero es todavía la gran
fuerza de Barcelona, donde se la considera la única capaz de declarar una
huelga general. La Consejería de Gobernación, a través de la Comisaría de
Orden Público, acosa constantemente a los cenetistas y faistas: clausuras de
sindicatos, suspensiones de Solidaridad Obrera (tres en un
año, una de ellas de 104 días), 34 recogidas del diario cenetista, torturas en
la Jefatura de Policía, detenciones gubernamentales constantes (la república no
sólo no ha abolido, sino que utiliza a fondo esta costumbre policíaca de la
monarquía, consistente en detener por un periodo máximo de 15 días, sin causa
ninguna, a elementos considerados peligrosos para el orden, y mantenerlos a
disposición del gobernador; no es raro que cuando llega el momento de dejarlos
en libertad, la policía los espere a la puerta de la cárcel y los vuelva a
detener por 15 días más y así hasta varios meses). El mayo de 1934, cinco
dirigentes de la FAI (Carbó, Esgleas, García Oliver, Sanz y Herrero), visitan a
Companys en su despacho de Presidente de la Generalidad y le piden que detenga
la persecución de los escamots. Companys unos días después ordena que se deje
en libertad a todos los detenidos gubernativos, pero en agosto el Consejo de la
Generalidad decide, de nuevo, privar de libertad de acción a la FAI para
apaciguar al público. Badia sale de la Comisaría de Policía, y lo substituye un
tal Coll i Llac. Los escamots hacen de rompehuelgas en la
huelga de tranvías.
Pero la
Esquerra y la FAI se encuentran en un mismo lado cuando se trata de fastidiar a
la Alianza Obrera. El 7 de septiembre se recibe de Madrid la noticia de que los
obreros de la capital irán a la huelga, al día siguiente, para recibir a los
propietarios del Institut Català. de Sant Isidre. La Alianza se reúne y convoca
a los partidos no obreros. La Esquerra acude y discute: en Barcelona, dice,
gobierna Companys y, por lo tanto, no ha de haber huelga; ésta bien en Madrid,
donde gobiernan los republicanos de derechas. Los delegados de la Esquerra
consiguen prolongar las discusiones hasta que ya no hay tiempo para circular
órdenes de paro, y sin la CNT el concurso de la Esquerra parece indispensable
para hacer una huelga general, porque puede neutralizar a la policía. La
Alianza tiene que limitarse a organizar una manifestación. La convoca para el
10 de septiembre. A la misma hora, la Esquerra organiza otra. Cuando la obrera
llega ante el Palacio de la Generalidad, Companys está echando un discurso a
los manifestantes de la Esquerra, poniéndoles en guardia contra los
provocadores. Los grupos de choque del Bloque y los escamots se
enfrentan y los últimos ceden finalmente el paso. Companys ha de guardar
silencio durante 40 minutos, hasta que ha desfilado la manifestación de la
Alianza. Esto es una anécdota, pero sirve para mostrar el estado de ánimo
general. La Esquerra desconfía de la Alianza. La Alianza quiere empujar a la
Esquerra. La CNT desconfía de la Esquerra y quiere aislar a la Alianza.
El ambiente
económico no es en general propicio par a la política. La crisis aleja a los
obreros de la acción, del mismo modo que la prosperidad los empuja a actuar.
Ahora hay crisis. El 13 por ciento de los trabajadores
españoles están sin trabajo. El paro obrero ha doblado durante 1934. Los
patrones despiden a los "cabezas calientes".
Pero, esta
vez, a pesar de la crisis, los obreros no se alejan de la política. Hay en
ellos, bien clara, una voluntad de poder. Están convencidos de que pueden
gobernar mejor que los republicanos y administrar mejor que los patrones. Esto
se percibe en seguida por quien conozca la atmósfera obrera del país. La
Esquerra procura debilitar a la Alianza. La Unió de Rabassaires se separa,
porque los campesinos, dicen sus dirigentes -de la Esquerra-, no son
revolucionarios. "Los rabassaires se retiraron porque querían hacerlos ir
a una huelga contra la Generalidad y separarlos, así, de la Esquerra. Los
campesinos no hubieran seguido, si hubieran permanecido en la Alianza
Obrera", escribe uno de sus dirigentes.(14)
La Esquerra
temía verse desbordada por la Alianza, que no hacía un misterio de su táctica.
En cuestiones políticas no sirven los planes secretos ni los complots. Maurín
ha descrito la táctica de la Alianza:
La
Generalidad puede hacer abortar el avance de la derecha; si ésta avanza, lo
perderá todo. Pero si la Generalidad reacciona, puede temer las consecuencias
de su gesto. Por esto, el movimiento obrero ha de estar al lado de la
Generalidad para presionarla y prometerle ayuda, sin ponerse delante de ella,
sin aventajarla en los primeros momentos. Lo que interesa es que la
insurrección comience y que la pequeña burguesía, con sus fuerzas armadas, no
tenga tiempo de retroceder. Después, ya veremos.(15)
En el resto
de España, la táctica debía ser diferente, porque los partidos de la pequeña
burguesía estaban fuera del poder. Allí, la Alianza debía hacerlo todo. Santiago Carrillo, entonces secretario de las Juventudes
Socialistas, atribuía a la Alianza la misión de organizar la insurrección
armada. Largo Caballero declaraba: "Las Alianzas no deben
consistir en tirar manifiestos y organizar mítines".(16)
La segunda
quincena de septiembre es muy tensa. La policía registra centenares de casas y
locales. Encuentra armas en varios lugares. Muchos de sus dueños no sabrían dispararas,
pero hay una fiebre general. Todo el mundo está seguro de que se hará algo para
evitar que las derechas se queden con el país. El Bloque acelera su
crecimiento. Los diarios de izquierdas queman. Avance de
Oviedo, que dirige el socialista Javier Bueno, y El Socialista de
Madrid son denunciados, multados, recogidos. La Batalla y L
'Hora coleccionan las denuncias. Nadie se preocupa por esto. En cines,
cuando se proyectan las actualidades, la gente se abofetea no sólo por Gil
Robles o Largo Caballero, sino por Hitler y Mussolini.
El primero
de octubre, en las Cortes, Gil Robles invita a Ricardo Samper a dimitir. y
Samper dimite. Consultas. Las izquierdas republicanas todavía esperan que
Alcalá Zamora impedirá que Gil Robles y la CEDA entren en el gobierno.
Quisieran que disolviera las Cortes y que hubiese nuevas elecciones.
No es una
crisis ministerial más. Finalmente, es evidente que Lerroux formará gobierno
con ministros de la CEDA, que no han hecho ninguna declaración de aceptar la
república.
Después del
fracaso del golpe de Estado desde fuera con Sanjurjo, el golpe desde dentro con
Gil y la ayuda de Lerroux.
La Alianza lanza manifiestos y organiza una manifestación contra este peligro. Dencàs no da permiso. Pero la manifestación se hace, en las Ramblas. Choques con la policía montada. Desde el día 3, el Comité Ejecutivo de la Alianza está reunido en sesión permanente e indica a todos los comités comarcales y locales que hagan lo mismo.
La Alianza
no tiene dinero. No tiene, pues, armas. Pero los escamots poseen
millares de Winchesters. Son 12000 hombres. Habría que poder forzar a la
Generalidad a dar armas a los obreros. Pero ¿cómo si en la Generalidad se ve en
la Alianza a un adversario?
El Comité
Ejecutivo de la Alianza manda un delegado a Madrid, para enlazar con la Alianza
de la capital, los socialistas y acaso los cenetistas; pues en la Regional del
Centro de la CNT se intensifica la posición aliancista. El Comité Ejecutivo del
Bloque se reúne todos los días. En España la Alianza necesita empuje y audacia.
En Cataluña, además, ha de hacer muchos equilibrios, y mostrar mucho tacto,
para no separarse más aún de la CNT y para acercarse a la pequeña burguesía,
siempre inclinada a abandonar sus posiciones.
El jueves,
día 4, se conoce la idea del cuarto gobierno Lerroux: Gil Robles es ministro de
la Guerra. A las diez de la noche, en el local de la Federación Catalana del
Partido Socialista, se reúnen en asamblea los delegados de las Alianzas
locales, convocados por teléfono (y hasta para pagar estas conferencias los
miembros del Ejecutivo han de hacerlo con su dinero personal). Cada delegado
expone la situación de fuerzas en su pueblo.
La
conclusión es evidente: si empieza la lucha, la Alianza controlará la vida de
todas las poblaciones de Cataluña menos Barcelona. Pero es el punto decisivo.
Nin y Bonet, antiguos cenetistas, se entrevistan, tras muchas tentativas, con
unos cuantos dirigentes de la F Al, entre ellos Francisco Ascaso. La CNT no
cree necesario establecer alianzas ni pactos; en la calle nos encontraremos,
les dicen.
Otra
delegación va a la Generalidad. Entrevista fría con Companys, que ha tenido que
interrumpir una cena tardía. Los delegados de la Alianza le comunican el
acuerdo, ya conocido, de junio: si las derechas atacan -y ahora atacan, con
entrada en el gobierno- hay que proclamar la república catalana. Companys
vacila. No sabe qué harán los socialistas republicanos. Alcalá Zamora, dice,
había prometido no admitir a la CEDA. Finalmente, la delegación aliancista le
informa que el día siguiente habrá huelga general en toda Cataluña y que espera
que la Generalidad no ponga obstáculos a esta expresión de lucha.
La asamblea
al escuchar el informe de estas entrevistas, saca la impresión de que no
ocurrirá nada si no se presiona. Decide que haya huelga general al día
siguiente, viernes 5. el Centro de Dependientes (CADCI) y otras organizaciones
que no forman parte de la Alianza, pero que han sido invitadas a la asamblea,
anuncian su adhesión a la huelga. Maurín cierra la reunión: (17)
La
Alianza Obrera hace honor a su propia consigna. Hemos sido nosotros los que
primero hemos dicho que un gobierno Lerroux-Gil Robles sería la señal de una
huelga general revolucionaria. Los trabajadores piden el poder para organizar
la economía sobre bases socialistas. ...¡O el feudalismo o nosotros! ¡O el
fascismo o la revolución social! ...Hemos invitado al Gobierno de la
Generalidad a proclamar la República Catalana. Si no la proclama, lo
haremos nosotros. Hay que atacar a fondo el Estado feudocentralista...
Vamos a
una huelga revolucionaria. Van a ella los obreros del resto de España. La
Esquerra ha dicho que no se opondrá a una huelga de protesta. Nosotros la
haremos con carácter revolucionario hasta allá donde nos permitan las
circunstancias y si éstas son propicias, lo de hoy puede ser el prólogo de la
insurrección armada.
Cada uno
de los delegados saldrá ahora por el medio de transporte más rápido de que
disponga. En la localidad respectiva, los Comités de Alianza y Comités
revolucionarios declararán inmediatamente la huelga general revolucionaria. Si
los ayuntamientos y otras autoridades son de la Esquerra, de momento se llevará
una acción conjunta con ellas, hasta que cambien las circunstancias o haya una
orden de la Alianza. Pero allí donde las autoridades sean de derechas, serán
destituidas inmediatamente. La finalidad inmediata ya sabéis cuál es: la
República Catalana. Hay que empujar a la Esquerra a que la proclame. Si no lo
hace, lo hacéis vosotros. La Alianza está atenta a la marcha de los
acontecimientos e irá dando las consignas apropiadas para el triunfo del
movimiento.
Y ahora,
que cada uno ocupe el lugar que le corresponde. No se nos ocultan las
dificultades. La situación es grave. Pero hay que tener audacia y fe en la
fuerza de la clase obrera. También tenían dificultades, y enormes, los.
trabajadores rusos, y supieron triunfar. La Alianza Obrera, que significa la
unión de todos los trabajadores, es una garantía para nosotros. Adelante y a la
victoria...
A las tres y
media de la madrugada ya del viernes, todos los asambleístas regresan a sus
pueblos. En éstos, los comités de Alianza, previendo las decisiones, han
comenzado a caldear el ambiente, a tomar disposiciones, a reunir todas las
pistolas de que se dispone, que son muy pocas.
En los
locales del Bloque, movilización general, total. El Ejecutivo escucha el
informe de la asamblea de la Alianza. En un cuarto de al lado, se improvisa un
comité militar –Rovira, Rodríguez, Salas y algunos otros-. El problema es
conseguir que la huelga sea general en Barcelona, pues de que lo será en
Cataluña todos están seguros. Los bloquistas no fían mucho en el dinamismo de
las demás organizaciones de la Alianza; los comunistas han ingresado en ella en
la asamblea de aquella noche y todos saben que tratarán de sacar tajada, pero
no se preocupa nadie por ello. Al Bloque corresponde, tácitamente, el preparar
la huelga general de Barcelona. Sobre un plano de la ciudad, extendido encima
de una mesa, marcas en rojo: las cocheras de los tranvías (toda huelga debe
comenzar por la paralización de los tranvías), las centrales telefónicas, las
fábricas más importantes. Los militantes llegan trayendo botellas que se llenan
de gasolina en la cocina del viejo piso donde está el local central del Bloque.
A las cinco
de la madrugada, los bloquistas se han distribuido por los lugares marcados en
rojo sobre el plano de la ciudad. Los grupos de choque, para impedir la salida
de los tranvías, los demás, sin armas (porque no las tienen) a repartir
manifiestos impresos a toda prisa, a hablar a los grupos de obreros que se
dirigen al trabajo. Cada hoja que cae en manos de un trabajador lleva en
grandes letras negras: "Huelga general".
Las cosas no
iban como los bloquistas las habían soñado, en los pocos momentos en que se
permitían soñar. Lo que se veía venir, según me dijo Portela al salir de la
asamblea de la Alianza, era "una revolución con permiso de la autoridad
competente". Pero la autoridad resultó más bien incompetente y su permiso
fue de estira y afloja.
Aquella
misma madrugada, la Delegación del Estado (policía) en Barcelona enviaba por
telex al ministro de la Gobernación un informe en el cual se decía:
La
Alianza Obrera Revolucionaria intentará para la próxima madrugada la huelga
general en toda Cataluña. ..La Esquerra no quiere la huelga, porque cree que
esto la perjudicaría, complicando la situación; pero los “escamots” del Estat
Català separatista la secundarán, porque creen que la Alianza Revolucionaria
les ayudará a proclamar una República separatista y es posible que, incluso, cooperen
a la huelga.
Sin
embargo, como que los anarquistas están en contra del movimiento, es muy
difícil que, al menos en Barcelona, la Alianza Obrera Revolucionaria consiga un
paro completo. La última vez que la Alianza quiso hacer una huelga, fracasó completamente
en la capital, donde no la secundaron los anarquistas y no holgó ni una
fábrica. En otros sitios de Cataluña, la Alianza Obrera, que son los
comunistas, socialistas y sindicalistas de Pestaña, tiene una fuerza evidente y
puede hacer una huelga aunque se oponga la CNT.
El Delegado
del Estado, J. Carreras y Pons, no erraba en la evaluación de las fuerzas. Pero
se equivocó en pensar que los obreros de la CNT seguirían a sus dirigentes. La
huelga fue general. Los obreros, aunque no recibieron la orden de quienes
estaban acostumbrados a seguir, comprendieron que la situación exigía que
reaccionaran y por esto respondieron al llamamiento de la Alianza. La CEDA en
el gobierno significaba jornada más larga y salario más corto. Los dirigentes
de la CNT quedaron sorprendidos.
La huelga
fue un éxito en toda Cataluña, Barcelona incluida. La Esquerra se oponía a
ella. La policía no fue neutral. Para impedir la salida de los tranvías hubo
que tirotearse con los policías afiliados a Estat Catala de Dencas. que los
vigilaban desde que la CNT, unos meses antes, había perdido la huelga del
transporte urbano. Precisó incendiar algunos vehículos que lograron salir.
Hacia las ocho y media, ya no quedaba ningún tranvía en la ciudad. El Metro y
los autobuses habían parado. Costó media docena de aliancistas heridos. Cuando
grupos de la Alianza iban a hacer cerrar los bancos, que habían abierto, un
obrero fue muerto. Pero los bancos cerraron. Hubo tiroteos con la policía en
otros lugares de la ciudad. Sesenta y tres aliancistas detenidos y treinta y
dos pistolas incautadas. La policía se dedicó, incluso, a clausurar sindicatos.
El Comisario de Orden Público había dado orden de que se detuviera a quienes
fomentaran la huelga y que, por primera vez en muchos meses, se dejara en paz a
los cenetistas. Por fin los detenidos fueron dejados en libertad por la tarde,
cuando ya se había comprobado que la huelga era realmente general y la ciudad
parecía un desierto.
La FAI se
resistía. Mientras en Asturias los cenetistas preparaban la huelga junto con
los demás componentes de la Alianza, en Barcelona los faístas trataban de
entrar al trabajo:
El mayor
escollo de la huelga fue la resistencia que opuso la FAI. Los de la FAI se
negaban a cesar en el trabajo. Cedían en algunas fábricas ante la coacción
momentánea, pero tornaban al trabajo, y aún con más ahínco que nunca, tan
pronto como los coaccionadores se alejaban. Se dio el caso de ofrecerse los
obreros de la FAI a sus patronos para defender la fábrica y las mismas cajas de
caudales. (18)
En
algunos lugares los faístas recibieron a tiros a la comisión de obreros que iba
a pedirles que dejaran el trabajo. "En la calle nos
encontraremos", habían dicho los dirigentes anarquistas a los
delegados de la Alianza.
Pero, al parecer, se encontraban en distintos lados de la barricada. En el
resto de Cataluña, los anarquistas, en minoría, se mostraron pasivos, no se
opusieron a la Alianza y en algunos pueblos hasta colaboraron individualmente
con ella.
En Sabadell,
la Alianza aisló a la guardia civil, ocupó el Ayuntamiento y proclamó la
República Catalana; en Vilanova, proclamó la República Socialista; en Sitges,
ocupó el Ayuntamiento; en Lérida, los ferroviarios se unieron a la huelga y
para hacerla más completa descarrilaron un tren de mercancías por el lado de
Madrid. Tiroteos con la guardia civil casi en todas partes y huelga en todos
los pueblos y ciudades. Dencàs cuando supo que en Sabadell se había proclamado
la República Catalana, se puso furioso; se enteró porque se lo dijeron unos
delegados de la Alianza que habían ido a verlo para pedirle armas, que lo
encontraron durmiendo ya los que recibió en calzoncillos.
Del resto de
España llegaban noticias: huelga general en Madrid, en otras ciudades. La CNT
no se oponía, pero no participaba, fuera de Asturias.
Por fin, en
Barcelona, Estat Català, viendo que estaba siendo desbordado, formó unas
comisiones de huelga, a mediodía, cuando ya la huelga era general. Entonces,
habiendo cesado el peligro de tiroteos, la gente salió a la calle. El
Parlamento Catalán se reunió. La Generalidad tenía 2 500 guardias de asalto y
los mozos de escuadra (guardia especial de la Generalidad) concentrados en
Barcelona, siete mil escamots con Winchesters y cinco mil sin
armas o sólo con pistola. El capitán general ordenó el acuartelamiento de las
tropas. Lo que Companys creía que sería un nuevo 14 de abril y Dencàs vio cómo
un paseo triunfal con matanzas de obreros, se convertía, gracias a la Alianza,
en un movimiento revolucionario.
La
Generalidad controlaba, con la policía, las emisoras de radio, que la Alianza
no pudo utilizar ni una sola vez. Se husmeaba el olor de la claudicación por
miedo al empuje obrero. (19) Para atajarla, la Alianza organizó una
manifestación el viernes al atardecer. A las ocho de la noche, la manifestación
se puso en marcha detrás de un desplegado que decía: “Exigimos la proclamación
de la República Catalana”. Doce mil personas llegaron al Palacio de la
Generalidad, en el cual entró una delegación para hablar con Companys. Este la
recibe delante de un grupo de diputados. Por las ventanas llega el grito
de la multitud: ¡Armas! ¡Armas
Hay que
tener serenidad y confiar en el gobierno de la Generalidad. Si se necesitaran,
habría armas... dice Companys. La delegación le contesta que lo que el pueblo
quiere es la proclamación de la República Catalana y armas para defenderla. No
comprende la pasividad de la Generalidad. En toda defensa siempre es mejor
atacar. Companys se enoja: "Sabemos perfectamente lo que hay que
hacer". Y no comprende por qué se ha organizado esta manifestación. “Pero
no iremos más allá de los que, en este momento, tienen la palabra”. No dice
quiénes son estos misteriosos personajes que tienen la palabra y no la usan.
Azaña lo visitó el día antes.
Los
diputados miran con asombro a Companys discutiendo con los cuatro delegados de
la Alianza, que insisten en que hay que actuar y dar armas. Companys,
furioso, corta la entrevista afirmando que "todo está previsto". Pero
la delegación insiste. Por fin, Companys toma del brazo a un viejo militante,
del cual había sido defensor en los tiempos heroicos de la CNT, David
Rey, del Bloque, y se lo lleva a su despacho privado. A través de la puerta se
oyen los gritos. El viejo militante sale, rojo de cara y con los puños
cerrados.
Desde lo
alto de una escalera, uno de los delegados informa a la multitud:
Hemos
conminado al Gobierno a proclamar la República Catalana y le hemos dicho que si
él no lo hace, lo hará la Alianza Obrera. Hemos pedido armas. Se nos ha dicho
que mañana se adoptará una decisión y que si las circunstancias lo aconsejan,
nos darán armas... La Alianza ha concedido este margen de confianza, pero si ve
que se duda, proclamará la República Catalana y llamará al pueblo a defenderla.
No hay
aplausos. La gente está decepcionada. Pero comprende que no se puede hacer otra
cosa. Romper con la Generalidad, en ese momento, impediría toda posibilidad de
acción.
Grupos de
aliancistas recorren las armerías para asaltarlas, pero todas están bien
guardadas por fuertes piquetes de policía. Luchar contra ésta sería absurdo, en
este momento. Dencàs sigue obsesionado por el temor de que la Alianza se arme.
De madrugada se pega a los muros de la ciudad un Boletín de la Alianza Obrera,
con noticias de la huelga y de las provincias. En Lérida patrulla las calles
una milicia obrera; en Tarragona, igual; en Gerona, la Alianza lo controla
todo; en Villafranca, los obreros se han instalado en los locales de los
partidos de derechas; y han quemado un convento y cuatro iglesias.
A las nueve
de la noche, grupos de aliancistas requisan autos para mantener el contacto con
los barrios y los pueblos, puesto que no funcionan los transportes urbanos.
Seis de
octubre. Sábado, día de huelga general en Cataluña. No hay periódicos. La gente
se entera de lo que ocurre por la radio y por otro Boletín de la Alianza. Este
comienza, con grandes letras: "Viva la República Catalana". La FAI
hace circular un manifiesto ordenando a los obreros que vayan a reabrir los
locales de los sindicatos clausurados por la policía. No adhiere a la huelga,
pero quiere aprovecharse de ella. Dencàs tiene un motivo ahora, para tomar la
ciudad “militarmente” con los escamots. Las paredes se cubren de
carteles de la Alianza: "En esta hora grave precisa una acción enérgica y
decidida. Hay que proclamar la República Catalana hoy mismo, mañana acaso ya
sería tarde. ¡Viva la huelga general
revolucionaria!¡Viva la República Catalana!
En el resto
de Cataluña, la presión aumentaba. Se habían constituido comités
revolucionarios, con la colaboración de los rabassaires, a pesar de las órdenes
de sus dirigentes, y en algunos lugares, de la CNT local. El comité registraba
las casas de los elementos de derechas y les tomaba las armas ocultas. El de
Lérida se incautó de una imprenta y publicó un diario. El de Manresa convocó a
una asamblea popular en la plaza de toros. En Gerona, en uno de los trenes
paralizados, viajaba el ministro de asuntos exteriores francés, que se hallaba
de vacaciones. En Palafrugell se quemaron los muebles de los locales de
partidos de derechas. La Generalidad pide al Comité Ejecutivo de la Alianza que
indique al de Lérida que deje circular un tren cargado de ganado. A las tres de
la tarde del sábado, ya se ha proclamado la República Catalana en toda
Cataluña, menos en Barcelona.
Una comisión
de la Alianza vuelve a visitar la Generalidad. No puede esperarse más, le dice
a Companys. Lo que se haga en Cataluña determinará lo que se haga en el resto
de España, donde la huelga es casi general. Hay que aprovechar el espíritu
combativo de la masa, dar armas, rodear los cuarteles... Companys asegura,
promete, vacila, se enoja. .. Los grupos de choque del Bloque han ocupado,
entre tanto, el edificio del Fomento del Trabajo Nacional, la patronal, que
acaba de trasladar sus oficinas a un nuevo edificio. Allí se instala la
Alianza, muy cerca del Palacio de la Generalidad. Se dispone un lugar de
socorro, con enfermeras y médicos, y un depósito de las escasas municiones, de
que se dispone. Pero el Comité Ejecutivo se reúne en otros lugares, porque en
cualquier momento Dencàs puede dar orden de detenerlo.
Las armerías
siguen guardadas por la policía. Un comité militar de la Alianza, formado por
la mañana, convierte la ancha calle donde está el local en un campo de
adiestramiento. Se forman grupos y secciones con hombres de la misma
organización, para que se conozcan entre sí. Se crea una sección de
ametralladoras -sin ametralladoras-, bajo el mando de un antiguo sargento. Hay
unos seis mil hombres y unas docenas de mujeres.
A las seis
de la tarde, el Ejecutivo de la Alianza considera que es inútil seguir
visitando a Companys y para presionarlo organiza una nueva manifestación, de
aspecto militar. Las calles están desiertas, pero la gente se aglomera en los
balcones y aplaude. Orden de resistencia pasiva si la policía intenta impedir
el desfile. Debajo de la pancarta de la Alianza, el Comité Ejecutivo en peso.
Muchos salen de su casa para agregarse a la manifestación. Cuando ésta llega
delante del Palacio de la Generalidad, las ventanas están cerradas. La gente desfila,
tratando de marcar el paso, por delante del Comité Ejecutivo. puño en alto y
gritando solamente: ¡Viva la República Catalana! ¡Queremos armas!...
Nadie sabe
qué efecto habrá tenido el desfile, que Companys ha contemplado desde detrás de
las persianas. No hay que esperar mucho por la respuesta. A las ocho de la
tarde, Companys sale al balcón de la Generalidad y delante de la gente que
llena a medias la ancha plaza, proclama el Estado Catalán dentro de la
República Federal Española. No da órdenes ni orientaciones, sólo pide que se
tenga confianza en su gobierno.
Ahora les
llega el turno a los escamots, los únicos con armas.
La gente de
la Alianza está concentrada en el edificio de la patronal, esperando armas.
Muchos piensan que en cuanto oigan unos tiros, irán allí para recoger los
Winchesters de los escamots que caigan bajo las balas.
En el CADCI
se han reunido unos cuantos miembros de Estat Català Proletari -recién
constituido y que no forma parte de la Alianza-, y desde los balcones, con
fusiles vigilan el cuartel de Atarazanas, al otro lado de las Ramblas. Los
otros cuarteles, nadie los vigila, porque la policía está concentrada en las
Comisarías y losescamots están en sus locales. La calle pertenece
al primero que la ocupe.
El primero
en ocuparla es el ejército. Después de cruzar por teléfono unas frases con
Companys y de constatar con Madrid por telex, el capitán general, el catalán
Domenec Batet (fusilado en 1936 en Burgos por los militares alzados), da orden
a la tropa de salir a proclamar el estado de guerra y de restablecer el orden.
A las nueve
de la noche salen de Atarazanas cañones y ametralladoras. Cañonean el CADCI
-donde mueren varios de sus defensores, entre ellos los jefes de Estat Català
Proletari Jaume Comte y J. García Alba-. ¡Increíble! Dencas, el tartarín
nacionalista, no moviliza a su gente. A las diez, los soldados están frente al
Palacio de la Generalidad.
Al escuchar
los primeros tiros, muchos obreros salen de sus casas y van a los locales de la
Alianza. Dencas, a las siete y media, había prometido mil fusiles, pero nunca
llegaron. Las únicas armas que la Generalidad entrega a los obreros son las
pistolas personales de Companys y algunos diputados, que las dan, ya pasada
media noche, a un militante aliancista que había ido de enlace a la
Generalidad. Una docena en total...
Los
aliancistas comienzan a visitar las viviendas de los derechistas, exigiendo la
entrega de armas. La radio lanza al aire canciones folklóricas y discursos de
Dencàs. Los escamots siguen en sus locales, con los fusiles
entre las piernas. Hay que comer. Se requisan alimentos en las tiendas cuyos
dueños, según el sindicato correspondiente, tratan peor a sus empleados. En
cambio, los farmacéuticos entregan de buena gana gasas y material de cura para
los botiquines.
Cuando
amanece, la gente concentrada en la Alianza comienza a dispersarse. Sólo quedan
los militantes. Llega el ruido de los cañones que disparan contra la
Generalidad. Les contestan fusiles. A las seis y media, Companys decide
rendirse, en vez de salir por la puerta trasera, ponerse al frente de la
Alianza y losescamots y establecerse en cualquiera de las ciudades
catalanas, como le sugiere su jefe de Mozos de Escuadra. Había hecho el gesto y
esto le bastaba. Mientras el gobierno de la Generalidad y los miembros del
Ayuntamiento pasan detenidos entre dos filas de soldados. Dencàs sale por las
alcantarillas del edificio de la Conserjería de Gobernación y Badía, su
lugarteniente, huye de una casa cercana a la Generalidad donde deja un
considerable depósito de bombas, fusiles, unas ametralladoras y mucha munición,
sin haber disparado ni un solo tiro.
La rendición
llega sin derrota. Estaban los escamots, la Alianza, armas y mucha
gente dispuesta a actuar. Toda Cataluña en poder de la Alianza o de la
Esquerra. En las poblaciones cercanas a Barcelona habían comenzado a
movilizarse grupos de obreros y rabassaires dispuestos a
intervenir sin esperar ya más las órdenes que no llegaban. Desorientadas por el
hitlerismo de Dencàs -que a última hora, por radio, pedía a la Alianza que se
lanzara al combate sin armas, mientras mantenía a losescamots armados
encerrados en sus locales-, estas fuerzas se habían rehecho, en la madrugada
del domingo día 7. Querían luchar. Si el gobierno de la Generalidad se hubiera
trasladado a cualquier población, hubiese encontrado un apoyo en masa y el
combate hubiera podido comenzar y continuar. No se sabe, claro, con qué
resultado, pero Cataluña hubiese podido hacer, por lo menos, lo mismo que
Asturias.
Cuando la
radio dio la noticia de la rendición de la Generalidad, los centros de escamots se
vaciaron en diez minutos. Los Winchesters quedaron tirados bajo las mesas. En
los pueblos, la gente de la Esquerra abandonó los ayuntamientos, donde quedaron
sólo los aliancistas. Finalmente, la Alianza ordenó: apoderaos de las armas
abandonadas; retiraos a casa; cuando llegue la represión, negad; lo importante,
ahora, es salvar hombres y armas; la lucha ha terminado hoy, pero continuará en
el futuro.
El miedo a
los obreros, más que al ejército, hizo capitular a la Generalidad. Posiblemente
la Alianza no hubiera sido bastante fuerte para tomar la dirección de la lucha,
si ésta hubiérase realmente comenzado. Pero Companys no quiso arriesgarse.
Los
aliancistas recorrieron algunos locales de escamots, recogiendo
armas y municiones, que ocultaron para días mejores. No pocas de estas armas
sirvieron el 19 de julio de 1936. Una quincena de bloquistas fueron a la
Comisaría de Orden Público -abandonada por el Comisario General-, pero
encontraron a los guardias tan desmoralizados y sin oficiales, que no pudieron
hacer nada.
Se dio la
orden de retirarse del local de la Alianza. U n grupo de aliancistas se dirigió
a Gracia. Sostuvo tiroteos con la guardia civil en diversos lugares, llegó a
Sant Cugat, donde se instaló en el ayuntamiento y después hasta cerca de
Sabadell. Ante la inutilidad de su intento, finalmente se desbandó. Dejó, en
los tiroteos, a cuatro muertos (entre ellos, dos mujeres bloquistas) ya
diecisiete detenidos, que semanas más tarde fueron condenados por un consejo de
guerra y estuvieron en el fuerte de San Cristóbal de Pamplona hasta febrero de
1936.
Cuando ya no
había lucha en ninguna parte, Patricio Navarro, del Comité Regional de la CNT,
habló por radio desde la Capitanía General ordenando a los obreros que
acudieran al trabajo.
Los hechos
de octubre costaron en Cataluña 74 muertos (de ellos 22 de las fuerzas de orden
público) y 252 heridos. (20) Fuera de dos muertos de la Esquerra y una docena
de víctimas accidentales, los demás fueron todos aliancistas.
En Asturias,
la Alianza Obrera no había tenido que esperar la colaboración de los
republicanos. No sintió miedo a la revolución. Se luchó durante dos semanas y
el gobierno tuvo que recurrir a las fuerzas del Tercio (Legión Extranjera) para
aplastar el alzamiento de los mineros. El Bloque, claro está, participó en esta
lucha, aunque sólo contaba allí con un grupo reducido. Los miembros de éste
eran gente de tradición, conocida de los mineros y ocuparon cargos de
responsabilidad en los comités que organizaron la vida local durante el tiempo
que los obreros dominaron a Asturias. Uno de ellos, Manuel Grossi, fue
condenado a muerte e indultado como los demás civiles encartados. (21)
Asturias
confirmó el acierto de las tesis de la Alianza, y de rebote el acierto del
Bloque al proponer su formación en Cataluña. Si la Alianza no hubiera surgido
en Barcelona, posiblemente la iniciativa no habría aparecido en otros lugares
de España. La Alianza asturiana demostró mucha imaginación y dotes de
iniciativa en organizar la vida cotidiana. Quien observara bien los
acontecimientos de Asturias podía prever, en cierto modo, lo que sucedería en
julio de 1936. Las milicias, las colectivizaciones y los comités que
aparecieron en los comienzos de la guerra civil, estaban ya en germen en la
experiencia asturiana de 1934.
Llegaba la
hora de la autopsia. ¿De qué había muerto el movimiento de octubre en Cataluña?
Poco después de él, la CNT hizo su examen de conciencia en un pleno regional,
en el cual hubo fuertes críticas al Comité Regional, que fue substituido. (22)
Sin embargo, todavía en 1966 había anarquistas que justificaban la abstención
de la CNT en Cataluña porque, decían, el movimiento se desarrolló como "un
movimiento político nacionalista, bajo el signo de la Esquerra y de su apéndice
la Alianza Obrera”. (23)
Dencàs, que
en el exilio se atrevía aún a hablar, hizo unas declaraciones a un periódico
comunista francés (24) y pretendió que él había ordenado la proclamación de
la República Catalana en provincias. Olvidaba, sin duda, que con las
prisas de la huida, había dejado sobre su mesa oficial unas instrucciones en
las cuales se ordenada: "El público no ha de colaborar con el ejército
[catalán] para evitar confusiones... El público puede alistarse".
Companys fue
más sincero. Al declarar en el juicio que se le siguió ante el Tribunal de
Garantías Constitucionales contra el gobierno de la Generalidad, dijo: (25)
"El gobierno de la Generalidad se sentía sin fuerza moral para reducir
por la violencia la protesta que se exteriorizaba, puesto que ésta nacía de una
alarma y de unos sentimientos que el gobierno compartía; aunque quería evitar
que derivara hacia una situación caótica, con los protestatarios dispersos, sin
finalidad y sin dirigentes. .." como si la Alianza no hubiera fijado
una finalidad y como si no tuviera dirigentes.
Los
comunistas oficiales, por su parte, trataron de atribuirse todo lo que se hizo.
Afirmaron que se cometió el error de pedir armas a la Generalidad, en vez de
quitárselas a la policía, como si esto hubiera sido posible sin romper con la
Generalidad. Y se vanagloriaban de los éxitos parciales, en los que no tuvieron
parte alguna. Por ejemplo, dijeron que “en Lérida se levantaron barricadas
bajo los pliegues de nuestra bandera roja”, (26) cuando en realidad era la
bandera del Bloque.
¿Qué decía
el Bloque? Dio su versión de los hechos en un folleto (27) en el cual se lee:
En los
acontecimientos de octubre, hubo dos centros revolucionarios principales:
Asturias y Cataluña. Precisamente los dos lugares, en donde la Alianza Obrera
tenía una mayor virtualidad.
En
Asturias, la Alianza Obrera era completa. Comprendía a todos, absolutamente
todos los trabajadores. De ahí su fuerza irresistible. De ahí el empuje
arrollador del proletariado asturiano que en breves horas hizo triunfar su
insurrección.
Los
obreros de Asturias se insurreccionaron porque se sintieron fuertes. y se
sintieron fuertes porque se sabían unidos, porque marchaban juntos.
El
movimiento revolucionario asturiano fue obra de la Alianza Obrera. Su
importancia, su significación, su heroísmo procede todo de la Alianza Obrera.
La
insurrección obrera obtuvo la victoria en Asturias. Si luego, finalmente, fue
vencida, se debió a que los trabajadores del resto de la Península no hicieron
lo propio que los obreros de Asturias.
En
Cataluña, los acontecimientos adquirieron otro giro a causa de la presencia de
la Generalidad y de la traición que, a última hora, hicieron los partidos
pequeño-burgueses.
La Alianza Obrera de Cataluña no era completa. Faltaba la
Confederación Nacional del Trabajo, cosa que no ocurría en Asturias.
La
Alianza Obrera, siguiendo una política acertadísima, consideró que su misión;
en los primeros momentos, consistía en impulsar a la Esquerra y a la
Generalidad a insurreccionarse, ya que, en resumidas cuentas, la clave de
bóveda de todo el movimiento revolucionario residía precisamente en la dualidad
de Poderes: Madrid-Generalidad.
Los
Dencàs, Companys, Lluhí, Esteve, etc., viendo que la clase trabajadora
transformaría la insurrección en insurrección obrera, hicieron rápidamente
marcha atrás, entregándose cobardemente y decapitando el movimiento
revolucionario.
Si en
Asturias el partido obrero que tomó una mayor participación en la acción fue el
Partido Socialista, por tener un mayor peso, en Cataluña fue el Bloque Obrero y
Campesino. Pero en Cataluña como en Asturias el alcance de la movilización
obrera y sus consecuencias deben ser atribuidas a la Alianza Obrera.
En el
resto del país, exceptuados algunos chispazos en las provincias limítrofes de
Asturias y en Vizcaya, no hubo insurrección. El movimiento quedó limitado a una
huelga general más o menos intensa, cuando no hubo normalidad completa, como
ocurrió en aquellos sitios en donde los anarquistas pudieron hacer prevalecer
sus equivocados puntos de vista.
Octubre
ha sido la demostración práctica de que la clase obrera para vencer necesita
tener formado el Frente Único, cuya cristalización, en nuestro país, la
constituye la Alianza Obrera. Octubre fue el estallido que sobrevino como consecuencia
de la formación de la Alianza Obrera. Es indiscutible que sin la Alianza
Obrera, en octubre no se hubiera dado la explosión revolucionaria más
formidable ocurrida en el Occidente de Europa después de la Commune de París de
1871.
Si la
Alianza Obrera hubiera estado constituida en todas partes, y, además,
concentrada nacionalmente, no hay duda que el desenlace de las cosas hubiese
sido muy diferente del que tuvo lugar.
Octubre
constituye, pues, una formidable lección que hay que aprovechar.
Maurín, unos
meses después, resumirá la experiencia en términos políticos: (28) “la pequeña
burguesía de la Generalidad ha vendido las libertades de Cataluña y al mismo
tiempo del movimiento obrero”.
Queda la
Alianza Obrera. Es la única que se salva del desastre de octubre, porque hizo
cosas en Asturias y hubiera podido hacerlas en Cataluña. Por unos días, sus
componentes -por lo menos los bloquistas- creyeron que
podrían repetir el octubre ruso de 1917, que una minoría, la Alianza, con
audacia y visión justa, podría hacer la revolución y tomar el poder. Pero el
modelo ruso, bien lo sabían los bloquistas, no servía en España. La
política inmediata impide al Bloque decir lo que sus militantes piensan: que si
la Alianza no pudo hacer en Cataluña lo que hizo en Asturias (y con ello dar
una vuelta completa a la situación), se debió a la ausencia de la CNT. La culpa
de esta ausencia es, en primer lugar, de los anarquistas, pero los bloquistas
piensan que es culpa también de ellos, por no haber sabido atraer a la CNT y no
haber sabido hacerles comprender los verdaderos términos del problema. Es claro
que esto, con los escamots haciendo de rompehuelgas y de torturadores
policíacos, era casi imposible. Pero lo imposible es precisamente lo que los
bloquistas creen que han de hacer.
Esto,
evidentemente, no es una posición política, sino una manera de sentir las
cosas, una especie de obsesión con la responsabilidad histórica convertida casi
en vicio. No será la última vez que una situación idéntica se planteara a los
bloquistas.
De momento,
importa salvar del desastre todo lo posible y convertirlo en punto de partida
de éxitos futuros.
Notas
(1) Por lo
menos, esto es lo que sostenía Ferrán Urgell en La lluita de classes al
camp, Barcelona, 1933, opúsculo favorable a los propietarios de tierras.
(2) Para lo
referente al movimiento mercantil me he basado, además de en mis recuerdos y
notas personales, en un libro todavía inédito de Martí Sans y una conferencia
de Jordi Arquer dada en París en 1970. Ambos eran bloquistas y fueron dirigentes
del movimiento de los obreros mercantiles.
(3) Como un
gesto de propaganda del frente único, el Bloque había presentado candidatura
conjunta con la minúscula Agrupación Socialista de Barcelona ( PSOE) , que
nunca, antes, participó en elecciones. Esta candidatura llevó el nombre de
Frente Obrero.
(4) Por
cierto que fue durante esta campaña que Santiago Carrillo, entonces secretario
general de las Juventudes Socialistas y ahora secretario general del Partido
comunista oficial (o del principal de ellos, porque en 1972 hay varios) , tuvo
una buena idea: la CEDA había cubierto los muros con carteles que decían: Para
salvar a España del marxismo, votad por la CEDA. Los jóvenes
socialistas hicieron circular esta otra consigna: Para salvar a España
del marxismo, votad comunista.
(5)
Mont-Fort (seudónimo de Maurín) : Alianza Obrera. Barcelona, 1935.
(6) Mont-Fort : Op. cit. p. 10.
(7) Es
interesante señalar cómo la ebriedad de la propia fuerza puede influir hasta a
posteriori. José Peirats, historiador cenetista, cuando habla de Asturias en
1934, (La CNT en la revolución española, Buenos Aires, 1955 Vol. I,
pp.86-88), no hace ninguna referencia a la Alianza Obrera, sino a un
inexistente pacto CNT-UGT, despreciando a los demás componentes de la Alianza
asturiana, que en fin de cuentas fueron quienes la iniciaron.
La CNT en
la revolución española, José Peirats, Vol. I,
(8) Cit. por
G. Munis: Jalones de derrota, promesas de victoria, p. 112.
G.
Munis JALONES DE DERROTA PROMESA DE
VICTORIA
Crítica y
teoría de la revolución española (1930-1939)
(9)
Publicado en la Correspondencia Internacional del 3 de junio
de 1934.
(10)
Publicado en la Correspondencia Internacional del 23 de
septiembre de 1934.
(11)
La Historia del Partido Comunista de España, ya citada, afirma (p.
88) que el Partido Comunista, con gran sentido de responsabilidad nacional,
aceptó participar en las Alianzas Obreras. Este acuerdo. ..constituyó un viraje
táctico audaz. ..Ni una palabra, claro, sobre el hecho de que la Alianza se
había formado partiendo de una iniciativa del Bloque.
HISTORIA DEL
PARTIDO COMUNISTA DE ESPAÑA (Versión abreviada 1960)
Apuntes
para una historia del PCE Juan Andrade
(12)
Francisco Largo Caballero: Mis recuerdos, México, 1954. p. 224.
Este libro no contiene las memorias de Largo Caballero, que todavía siguen
inéditas, sino que se compone de una serie de cartas escritas en París,
1945-46, a su amigo Enrique de Francisco.
Francisco
Largo Caballero: Mis recuerdos
(13) “La
Conferencia de la Alianza Obrera de Cataluña”, en Sindicalismo,
Barcelona, 24 de junio de 1934.
(14) Nònit
Puig i Vila: Què es la Unió de Rabassaires? Barcelona, 1935.
(15) Joaquín
Maurín: Hacia la segunda revolución. Barcelona, 1935. p. 124-5.
Revolución
y contrarrevolución en España, de Joaquín Maurín
Hacia la
segunda revolución, de Joaquín Maurin
(16) El
socialista. Madrid, 12 de agosto de 1934.
(17) Angel
Estivill: 6 d’octubre, l’ensulciada dels jacobins. Barcelona, 1935.
pp. 125-26.
(18) Enrique
de Angulo: Diez horas de Estat Cátala, Barcelona, 1935, p.53.
Angulo era el corresponsal en Barcelona del diario católico de derechas El
debate, de Madrid.
(19) Se
publicaron en 1935 23 libros hablando de los acontecimientos de octubre, con
versiones contradictorias de los hechos y de las motivaciones. El Bloque
publicó, además del libro de Estivill ya citado, el folleto La
insurrecció d'octubre a Catalunya, Barcelona, 1935, sin nombre de autor.
(20) E.
Comín Colomer: Historia del Partido Comunista de España. Madrid,
1962. Vol. II, p. 325.
(21) Las
ediciones de La Batalla publicaron en 1935 un libro de
Grossi, La Insurrección de Asturias, con prólogo de Maurín y
epílogo de Gorkin.
(22) Diego
Abad de Santillán: Los anarquistas y la insurrección de octubre. Barcelona,
1935. p. 4.
(23) José
Peirats: La CNT en la revolución española. Buenos Aires, 1955, Vol.
I. p. 98.
(24) L'Humanité,
París, 22 de octubre de 1934.
(25) Cit.
por Balcells: Op. cit. p. 217.
(26) L'Humanité,
París, 23 de octubre de 1934, entrevista con dirigentes anónimos del Partit
Comunista de Catalunya.
(27)
Mont-Fort (seudónimo de Maurín): Alianza Obrera. Barcelona, 1935.
pp.22-25.
(28) Joaquín
Maurín: Hacia la segunda revolución. Barcelona, 1935, p. 204.
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