(“Was weiter?”, Dortmunder Arbeiterzeitung,
números 61 y 62 de marzo de 1910)
I
El problema del derecho del voto en Prusia, que por más de medio siglo
permaneció latente, es hoy el punto neurálgico de la vida pública alemana.
Algunas semanas de una acción enérgica de masas del proletariado, bastaron para
remover la vieja ciénaga de la reacción prusiana y para que una fresca brisa
soplase en la vida política de toda Alemania. La reforma electoral prusiana no
puede de ninguna manera solucionarse por medios parlamentarios; sólo una
inmediata acción de masas en la escena política puede provocar los cambios
deseados y este reconocimiento es hoy más vivo y firme que nunca, después de
las primeras experiencias con las manifestaciones callejeras por un lado, y lo
ocurrido en la comisión de derecho electoral de la cámara prusiana por el otro.
Si las últimas e impresionantes manifestaciones callejeras significan,
por sí mismas, una satisfactoria innovación en las formas de lucha externas de
la socialdemocracia, y al mismo tiempo iniciaron con mucha potencia la lucha de
masas por el derecho al vota en Prusia ellas le imponen por su lado al partido,
de cuya iniciativa y dirección nacen, determinados deberes. Nuestro partido,
dado el movimiento de masas por el producido, debe tener un plan claro y
preciso de cómo piensa proseguir dirigiendo la acción de masas iniciada. Las
demostraciones callejeras, al igual que las demostraciones militares, son
comúnmente la introducción a la lucha. Existen casos en los que las
demostraciones alcanzan su objetivo con solo intimidar al enemigo. Pero aún sin
tener en cuenta la indudable realidad de que el enemigo, en este caso la
conjunción reaccionaria de los junkers y de la gran burguesía monárquica de la
Prusia alemana, no está de ninguna manera dispuesto a arriar las banderas ante
las manifestaciones callejeras de las masas populares, las demostraciones
pueden únicamente ejercer una presión eficaz cuando detrás de ellas está la
firme determinación y disposición de encarar, en caso necesario, medios más
contundentes de lucha. Y para esto se necesita, ante todo, claridad en aquello
que pensemos realizar en el momento en que las demostraciones callejeras se
muestren como insuficientes para la realización de su objetivo directo.
La experiencia del partido ya ha demostrado hasta ahora la necesidad de
una total claridad y determinación en este aspecto. Hace ya dos años hemos
realizado los primeros intentos de demostraciones callejeras en Prusia. Y desde
aquel momento las masas evidenciaron estar a la altura de la situación,
apoyando entusiastamente la convocatoria de la socialdemocracia. Un fresco
halo, una esperanza de nuevas y más eficientes formas de lucha, una
determinación de no retroceder ante ningún sacrificio y ninguna intimidación se
pusieron claramente de manifiesto en las exaltadas masas. ¿Y cuál fue el resultado
final? El partido no dio ninguna nueva consigna, la acción no fue extendida y
continuada: por el contrario, las masas fueron contenidas, la irritación
general decayó pronto y todo quedó en la nada.
Este primer experimento debería ser para nuestro partido una pauta y una
advertencia de que las manifestaciones masivas tienen su propia lógica y su
psicología, con las que deben contar, como precepto obligatorio, los políticos
que quieran dirigirlas. Las exteriorizaciones de la voluntad de las masas en la
lucha política no se pueden mantener artificialmente en una y a la misma altura
por tiempo indefinido, y encasillar en una y de la misma forma. Deben crecer,
agudizarse, cobrar formas nuevas y más eficientes. La acción de masas iniciada
debe desarrollarse. Y si se quiebra en la dirección del partido la decisión de
dar a las masas las consignas necesarias, en el momento oportuno, entonces se
apodera de ellas invariablemente una cierta frustración, el ímpetu desaparece y
la acción, en sí misma, decae.
Una pequeña pero clara advertencia en este sentido ya la obtuvimos al
comienzo de la actual campaña. Cuando la dirección del partido organizó en
enero aquellas sesenta y dos asambleas en Berlín, con la intención de no
vincularlas en realidad a ninguna de las demostraciones callejeras, quedamos
desilusionados. Hoy sabemos que a pesar de la agitación desarrollada esas
asambleas estuvieron poco concurridas y recién el 13 ele febrero, cuando las
manifestaciones callejeras fueron planeadas de antemano, las masas siguieron
entusiastas, en incontables oleadas, el llamamiento del partido. Está claro que
seguir puntualmente la nómina de un esquema que va, de asambleas sin
demostraciones callejeras, a asambleas con demostraciones callejeras, y así
sucesivamente, no puede realizarse en la práctica. Las masas proletarias en
Berlín y en la mayoría de los grandes centros industriales de Prusia están ya
tan agitadas por la socialdemocracia que la simple forma de asamblea de
protesta contra la injusticia en el derecho al voto, con su habitual aceptación
de resoluciones, ya no alcanza. Las demostraciones callejeras representan hoy
la menor de las manifestaciones que dan cuenta del impulso movilizador de las
masas enardecidas y de la tirante situación política.
Pero, ¿por cuánto tiempo más? Habría que tener poca sensibilidad con la
vida espiritual de las masas partidarias en el país para no ver claramente que
las manifestaciones callejeras, ya después de sus primeros impulsos en las
últimas semanas, desatan por su lógica interna una disposición de ánimo en las
masas y al mismo tiempo crean objetivamente una situación en el campo de lucha,
que las sobrepasa y que a la corta o a la larga necesitará indefectiblemente de
otros pasos y medios más contundentes.
Los sucesos ocurridos en la comisión de derecho del voto al igual que en
la sesión plenaria del parlamento prusiano, el hecho de que hasta el más
demagógico de todos los partidos, el Partido del Centro, basándose en el bloque
con los junkers se permitió aniquilar toda esperanza en una ponderada reforma
del derecho del voto, y todo esto como respuesta a las grandiosas
demostraciones en toda Prusia, es una bofetada en la cara de las masas
movilizadas y de la socialdemocracia que está a la cabeza de ellas, un golpe
que de ninguna manera puede quedar sin respuesta. Una vez que la lucha abierta
se ha establecido, debe proseguir, golpe por golpe, de acuerdo con la firme e
inevitable lógica de la lucha misma. Una vez que la reacción ha liquidado las
demostraciones de masas, al invalidar el proyecto del derecho del voto en la
comisión y en la sesión plenaria, la masa debe, bajo la dirección de la
socialdemocracia, saldar aquella pérdida con un nuevo avance. En una situación
como la actual, una larga demora, pausas muy espaciadas entre los distintos
actos de lucha, inseguridad en la elección de los medios y en la estrategia de
la continuación de la lucha, significan casi tanto como una batalla perdida. Es
necesario tener al enemigo sobre ascuas y no ilusionarse con que igualmente no
nos hubiéramos atrevido a ir más lejos que hasta ahora, y que nos hubiera
faltado el coraje de la consecuencia. Por otra parte, ya pronto las
demostraciones callejeras no servirán más para satisfacer la necesidad
psicológica de la disposición de lucha, la exasperación de las masas, y si la
socialdemocracia no da firmemente un paso adelante, si deja pasar el momento
político oportuno para suscitar una nueva reivindicación, difícilmente logrará
la permanencia de las demostraciones callejeras por un largo período más; la
acción finalmente se adormecerá y al igual que hace dos años, se escurrirá como
agua en la arena. Esta misma experiencia se confirma en los ejemplos análogos
de lucha en Bélgica, en Austria-Hungría, en Rusia, los que asimismo mostraban
un inevitable crecimiento, un desarrollo de la acción de masas, y donde sólo
gracias a este desarrollo obtuvieron un efecto político.
También otra circunstancia nos sirve para ofrecemos un claro indicio de
que para la socialdemocracia las manifestaciones callejeras solas pasarán
pronto a ser un medio superado en la ola de los acontecimientos. ¡Si hasta los
demócratas burgueses, elementos libres izquierdistas de la burguesía, realizan
hoy demostraciones callejeras! Evidentemente el coraje de estos políticos sin
techo proviene, como es fácil advertir, de la iniciativa socialdemócrata y,
evidentemente, las asambleas y manifestaciones callejeras dispuestas por estos
oficiales pensionados sin ejército se llenan, en su mayor parte, y casi
exclusivamente, por la masa trabajadora socialdemócrata. El hecho mismo de que
las manifestaciones callejeras hayan llegado a ser un medio político de lucha y
una necesidad de burguesía democrática, basta para mostrar la imposibilidad de
que sigan siendo un medio de lucha suficiente para las necesidades del frente
de izquierda de la socialdemocracia. Su misión de impulsar a todos los
elementos opositores a las clases poseedoras puede ser válida también en este
caso para la socialdemocracia siempre y cuando, por la decisión con que lleva
adelante las reivindicaciones, esté a la cabeza de la acción de aquellos
elementos, que siempre se les anticipe, indicándoles el camino. Si las
demostraciones callejeras son también un medio de lucha para los Breitscheid,
Liszt y compañía ya es hora de que la socialdemocracia piense en cuál debe ser
su próximo medio de lucha.
Es así como el partido está colocado en todas partes ante la pregunta: ¿Y
después qué? Dado que la última asamblea del partido en Prusia se desvió del
camino, lamentablemente con un gesto más efectista que político, es urgente
buscar una respuesta a esa pregunta por el camino de una discusión en la prensa
y en las asambleas. Es la propia masa de los camaradas del partido quien debe
sopesar y resolver qué es lo que debe ser proseguido. Sólo entonces, y
únicamente como expresión de la voluntad de las masas del partido, puede
también nuestra táctica futura de lucha tener la presión necesaria y la
capacidad movilizadora.
II
Una serie de resoluciones y expresiones de la masa trabajadora
socialdemócrata en distintos centros de nuestro movimiento, ya ha dado la
respuesta. En Halle, en Bremen, en Breslau, en la agitada región de
Hessen-Nassau, en Königsberg, los camaradas han expresado de viva voz el medio
de lucha cuya aplicación, en las actuales luchas de masas, se le impone por sí
sola al partido, y este medio es la huelga de masas.
Hace ya cinco años, en el congreso partidario de Jena, nuestro partido
aprobó una resolución formal que proclama a la huelga de masas política cómo un
medio de lucha aplicable también en Alemania. Como es natural aquella
resolución fue concebida principalmente como una medida de defensa, ante la
eventual necesidad de proteger el ya existente derecho a voto parlamentario. Es
claro que, en la lucha actual, y con relación al íntimo encadenamiento de la
política interna de Prusia con la política del imperio, a las recientes
provocaciones y amenazas estables de los junkers en el parlamento y a toda la
situación en su conjunto, se trata de luchar no solamente por el derecho del
voto prusiano sino también, y en primer lugar, por el derecho del voto
parlamentario. Si los junkers y sus partidarios obtienen esta vez una victoria
sobre los trabajadores en el problema del derecho del voto prusiano, es
indudable que se envalentonarán a punto tal que, en determinado momento,
pretenderán expulsar también al odiado derecho del voto parlamentario. Y a la
inversa, un fuerte y exitoso avance de las masas en el problema del derecho del
voto prusiano, representará sin duda la mejor y más segura cobertura para el
derecho del voto parlamentario.
En favor de la utilización de la huelga de masas en la actual campaña,
habla más el hecho de que se trata de una acción de masas ya iniciada y cada
vez más extendida, que el hecho de su natural e inevitable crecimiento, el cual
en cierta forma se da por sí mismo. Una huelga de masas “prefabricada” por una
simple resolución de partido, emitida una buena mañana como un escopetazo, es
simplemente una fantasía pueril, una quimera anarquista. Pero una huelga de
masas que sea el producto de demostraciones de masas imponentes de
trabajadores, de varios meses de duración y que va creciendo hasta colocar a un
partido de tres millones ante el dilema de avanzar a cualquier precio o dejar
morir a la acción de masas iniciada; una huelga de masas de tales
características, nacida de la necesidad interna y de la decisión de las masas
que se han despertado, y al mismo tiempo de la situación política agudizada,
lleva en sí misma su justificación y al mismo tiempo la garantía de su eficacia.
Evidentemente, la huelga de masas no es un medio capaz de hacer milagros,
que asegura el éxito bajo cualquier circunstancia. Sobre todo, la huelga de
masas no debe ser contemplada como el único medio mecánico utilizable para la
presión política que puede ser empleado artificiosa y asépticamente, según una
receta preestablecida. La huelga de masas no es más que la forma exterior de la
acción, que tiene su desarrollo interno, su lógica, su agudización, sus
consecuencias, en íntima relación con la situación política y con su desarrollo
ulterior. La huelga de masas, particularmente como una corta y única huelga
demostrativa, no es por cierto la última palabra de la campaña política
iniciada. Pero sí es, en cambio, en el actual estado de cosas, su palabra inicial.
Y si bien resulta imposible planificar con lápiz y papel el desarrollo
ulterior, los éxitos inmediatos, los costos y sacrificios de dicha campaña,
como si se tratase de la contabilidad de los costos de una operación de bolsa,
no por ello deja de haber situaciones en las que el deber político de un
partido, dirigente de millones, es plantear con decisión aquella consigna que
es la única que permite impulsar hacia adelante la lucha por él iniciada.
En un partido como el alemán, en el que el principio de la organización y
el ejemplo de la disciplina de partido se tiene en tan alto concepto, donde por
lo tanto la iniciativa de las masas populares no organizadas, su capacidad de
acción espontánea, por así decirlo, improvisada (que es un factor tan importante
hasta el presente, con frecuencia decisivo en todas las luchas políticas de
envergadura), están casi excluidas, es al partido a quien le corresponde el
ineludible deber de demostrar el valor de una organización y de una disciplina
tan altamente desarrolladas, su utilidad no sólo para las elecciones
parlamentarias sino también para otras formas de lucha. Se trata de decidir si
la socialdemocracia alemana, que se apoya sobre la más fuerte organización
sindical y el ejército de votantes más grande del mundo, puede implementar una
acción de masas que en la pequeña Bélgica, en Italia, en Austria-Hungría, en
Suecia (de Rusia ni qué hablar) han sido logradas con éxito en distintas
épocas, o si en Alemania, una organización sindical que cuenta con dos millones
de cabezas y un fuerte y bien disciplinado partido no puede hacer nacer, en el
momento oportuno, una acción de masas efectiva tal como ocurre con los
sindicatos franceses, paralizados por la confusión anarquista y por las luchas
internas del debilitado partido francés.
Por otra parte, es evidente que una acción del carácter y significación
de las huelgas de masas no puede ser hecha por el partido sin los sindicatos.
Únicamente a través de una acción solidaria y mancomunada de las dos ramas
organizativas puede ser desatada en todo el país esa enorme acción, como es la
que se produce en Alemania. Desde el punto de vista sindical únicamente se toma
en cuenta algunos puntos. Por un lado, la zona carbonífera occidental se halla
desde hace un tiempo en fuerte efervescencia y se prepara para una gran lucha
económica. Por otro lado, en distintas ramas de la producción, por ejemplo en
la construcción, las condiciones están tan tirantes que los empresarios esperan
sólo un pretexto adecuado para iniciar despidos masivos en sus fábricas. A la
primera ojeada estas dos condiciones pueden aparecer como un motivo poco
adecuado para realizar una huelga de masas política desde el punto de vista
sindical. Pero únicamente a la primera ojeada. Mirado más de cerca, el hecho de
que una huelga masiva de envergadura en las minas de carbón converja con un
movimiento huelguístico político, sólo puede ser provechoso para ambos. En todo
gran movimiento de masas del proletariado confluyen numerosos momentos
políticos y económicos, y desgajarlos artificialmente, querer en forma pedante
mantenerlos separados, sería una empresa inútil y perjudicial. Un movimiento
sano y vital, como es la actual campaña prusiana, puede y debe nutrirse de
todos los materiales sociales inflamables acumulados. Por otra parte, sólo
puede ser de provecho para el problema minero, en particular, si al concluir con
un éxito político más amplio logra atemorizar a los enemigos: los magnates del
carbón y el gobierno. Tanto más rápidamente se verán éstos obligados a
satisfacer, mediante concesiones, a los trabajadores de las minas y a tratar de
aislarlos de la marea política. Pero en lo que se refiere a las amenazas de
despido, sabemos por innumerables experiencias que ahí donde el interés de los
empresarios y su punto de vista de clase lo necesitan, nunca les han faltado
excusas para un brutal despido masivo, ni una falta de pretextos medianamente
apropiados les ha impedido la prosecución de actos de fuerza. Aunque una huelga
de masas política se realice o no, los despidos no| faltarán en la medida en
que le convenga al empresariado. La falta de coincidencia en el tiempo de estos
despidos con un gran movimiento político únicamente puede tener la consecuencia
de que a través del auge general del idealismo, de la capacidad de sacrificio y
de la energía y capacidad de resistencia del proletariado, vuelva también más
resistentes a los trabajadores a los perjuicios parciales provocados por los
despidos.
Desde el punto de vista sindical, la consideración más importante que
puede deducirse de todo esto es la siguiente: la acción de una gran huelga de
masas es en todo caso un gran riesgo para la existencia de las organizaciones
sindicales y sus fondos. ¿Pueden y deben los sindicatos tomar sobre sí este
riesgo? Por de pronto este riesgo no debe ni siquiera discutirse. ¿Pero qué
lucha, qué acción, qué huelga eminentemente económica no arrastra consigo un
riesgo para las organizaciones de lucha de los trabajadores? Si es precisamente
el desarrollo poderoso, la fuerza en número de nuestros sindicatos alemanes lo
que constituye un motivo para tomar en consideración los riesgos que implica la
lucha, riesgos que organizaciones más débiles de otros países como por ejemplo
Suecia e Italia están dispuestas a sobrellevar, esto sería un argumento
peligroso en contra de los propios sindicatos. Pues desembocaría en la
paradójica conclusión de que cuanto más grandes y fuertes son nuestras
organizaciones, tanto menos posible se vuelve su accionar, dado que nos
volvemos más temerosos. El motivo mismo del fuerte desarrollo de los sindicatos
seria puesto en duda, ya que necesitamos las organizaciones como medio para el
fin, como armamento para la lucha, y no como motivo en sí mismo. Esta pregunta,
por suerte, ni siquiera puede aparecer. En realidad el temor, el riesgo que
nuestras organizaciones corren, es únicamente externo puesto, que las
organizaciones aparecen como fuertes y sanas únicamente cuando se agudiza la
lucha; después de cada prueba nacen con renovadas fuerzas y se vuelven a
desarrollar otra vez. A pesar de que una huelga política de masas general, en
su primera refriega, conlleve el debilitamiento o el deterioro de algunos
sindicatos, después de algún tiempo no renacerán las viejas organizaciones,
sino que la gran acción removerá nuevas capas del proletariado y los
pensamientos de la organización entrarán en un campo que hasta ahora era
inaccesible para una organización sindical apacible y sistemática, o ganarán
nuestras organizaciones sindicales a nuevos contingentes de proletarios, que
hasta ahora están bajo dirección burguesa, en el centro, con los
Hirsch-Duncker, con los evangélicos. Las pérdidas resultarán siempre superadas
por los beneficios derivados de una gran acción de masas sana y audaz.
Justamente en este momento vivimos un ejemplo aleccionador de cómo, bajo
determinadas circunstancias, para un movimiento sindical prudente puede llegar
a ser una necesidad, una cuestión de honor, el abocarse a una gran lucha, sin
sopesar con temor todas las posibilidades de las pérdidas y las ganancias. Este
ejemplo se nos muestra en Filadelfia. Allí vemos entrar en la lucha a una
organización que en toda la Internacional es considerada como la menos
revolucionaria, audaz e imprudente, una organización en cuya cúspide está un
hombre cómo Gompers, un frío político, lleno de desprecio por las
“exageraciones” socialdemócratas y las “frases revolucionarias”. Esta
organización proclamará quizás en muy corto tiempo una gran huelga general para
proteger, en verdad, la libertad de agremiación de 600 empleados tranviarios.
No hay ninguna duda de que en esta prueba de fuerza con el capital los
sindicatos norteamericanos corren un gran riesgo, pero ¿quién condenará en este
caso los pasos de Gompers, quién puede dejar de ver que esta gran prueba de
fuerza en última instancia tendrá las más victoriosas consecuencias para el
movimiento obrero americano? Finalmente, a los sindicatos alemanes en su
totalidad, no puede menos que resultarles de utilidad hacer sentir por una vez
palpablemente su poder al capital coaligado ensoberbecido.
Desde el punto de vista político hay otra cosa que debe tenerse en
cuenta. En 1911 tendremos elecciones en el Imperio, y en ellas tiene gran
importancia darle la liquidación general a las elecciones de los “hotentotes”.
Empero nuestros enemigos han trabajado por adelantado, muy a propósito para
nosotros, en la reforma financiera. Por nuestra parte no podemos fabricarnos
una excelente situación si no es a través de una gran acción política de masa
previa, cómo Alemania aún no ha conocido. A través de sacudir a las amplias
masas, de elevar el idealismo y tensionar las energías combativas al máximo en
esta acción, podremos conseguir un grado de esclarecimiento, un estado de
ánimo, que provocarán en las elecciones venideras un tremendo Waterloo para el
sistema dominante.
Desde el punto de vista sindical como desde el punto de vista político se
nos plantea en la misma medida la consigna: ¡Primero sopesar, pero después
arriesgar! Una huelga política de masa en Alemania (pues como es lógico en este
caso debemos tomar en cuenta no sólo a Prusia, dado que seguramente las masas
del partido del resto del imperio correrían por sí mismas entusiastamente en su
apoyo) ejercería sobre la Internacional el efecto más profundo y extendido,
sería una realidad que elevaría considerablemente la valentía, la fe
socialista, la confianza, la alegría por el sacrificio del proletariado en
todos los países. Es natural que consideraciones de este tipo no pueden ser el
motivo que lleve a la socialdemocracia alemana y a los sindicatos a decidir la
aplicación de las huelgas de masas, aplicación que únicamente puede derivar de
la propia situación interna de Alemania. Pero en el recuento de las pérdidas y
ganancias por la eventual aplicación de una huelga masiva, la consideración
antedicha será seguramente mencionada. La socialdemocracia alemana fue hasta
ahora para la Internacional el gran ejemplo, en el terreno de la lucha parlamentaria,
de la organización, y de la disciplina partidaria. Podría quizás dar pronto un
excelente ejemplo de cómo todas estas ventajosas características pueden unirse
a una decidida y valiente acción de masas.
Sin embargo, no debe esperarse en modo alguno que un buen día, desde la
dirección superior del movimiento, desde el comité central del partido y de la
comisión general de los sindicatos, emane la “orden” para la huelga de masas.
Los cuerpos que tienen la responsabilidad de conducir a millones de hombres son
por naturaleza reticentes en las resoluciones que otros deben llevar a la
práctica. Por ello la decisión de una inminente acción de masas únicamente
puede partir de la masa misma. La
liberación de la clase obrera puede ser obra únicamente de la clase obrera
misma (esta frase del Manifiesto Comunista, indicadora del
camino, tiene también validez en lo particular; también en el interior del
partido de clase del proletariado cualquier movimiento grande, decisivo, debe
surgir del convencimiento y decisión de la masa de militantes y no de la
iniciativa de un puñado de dirigentes). La decisión de llevar al triunfo la
presente lucha por los derechos electorales en Prusia apelando, según los
términos del congreso partidario prusiano, “a todos los medios”, es decir
inclusive a la huelga de masas, únicamente puede realizarse con las más amplias
capas del partido. A los camaradas del partido y de los sindicatos, en cada
ciudad y en cada distrito, les corresponde tomar posición frente al problema de
la situación actual y expresar su opinión y su voluntad en forma clara y
abierta, para que la opinión de la masa trabajadora organizada pueda hacerse
escuchar como un todo. Y si esto ocurre, entonces también nuestros dirigentes
estarán a la altura de las circunstancias, como hasta ahora lo estuvieron
siempre.
K. Marx. ESTATUTOS
GENERALES DE LA ASOCIACIÓN INTERNACIONAL DE LOS TRABAJADORES
Escrito: Entre
el 21 y el 27 de octubre de 1864
Rosa
Luxemburg. Teoría y práctica [Una polémica contra la teoría del camarada
Kautsky de la huelga de masas] (1910)
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