Le he añadido algunos enlaces
aclaratorios
Manifestantes
ucranianos con simbología nazi y con la foto del principal criminal nazi
ucraniano.
Europa tiene
que recuperar los momentos de gloria que tuvo hace 400 ó 500 años. Necesitamos
una nueva reconquista». Andrei Tarasenko, de 31 años, es el líder del Pravy
Sektor, una alianza ultraderechista levantada durante los primeros días de la
ocupación de «Euromaidan», la plaza que concentra las protestas en el centro de
Kiev, y que se está haciendo fuerte en un
campamento donde, progresivamente, el carácter paramilitar se impone. Cada
vez más uniformes, cada vez más desfiles marciales, cada vez más entrenamientos
y una estética castrense que se complementa con los cascos, escudos artesanales
o robados a los antidisturbios y palos. Si en lugar de estacas exhibiesen armas
hablaríamos ya de un miniejército en el centro de Kiev. Sin embargo, al menos
entre los detractores del presidente, Viktor Yanukovich, todo el mundo mira
aquí para otro lado u observa a las «fuerzas de choque» con simpatía. En parte,
porque comparten sus ideas sobre un renacimiento nacional basado en alejarse de
Rusia y recuperar valores como el orden o la moral. Por otro, porque al margen
de palabras, los ultras se han ganado un sitio por derecho propio en la
barricada, donde ejercen como barrera que repele las embestidas de los
antidisturbios. Así que del «no soy tan extremista» se ha pasado al «laissez
faire» que les convierte en los grandes beneficiados del progresivo descrédito
de una clase
política en manos de los mismos oligarcas que controlan el país desde la
caída de la URSS. Es con este silencio, con la comprensión, con la tolerancia
al considerarlo un «mal menor» en un contexto de caos e incertidumbre, como se
construye el fascismo. Como dijo un pensador (precisamente conservador) como
Edmund Burke, «la única cosa necesaria para el triunfo del mal es que los
hombres buenos no hagan nada».
Frente a la
simplista imagen proyectada desde diversos medios internacionales de que en
Ucrania se juega un partido entre proeuropeos y fieles a Moscú, Tarasenko
evidencia que existen matices. Porque, para él, lo de Europa es secundario. «Lo
verdaderamente importante es que Ucrania sea un país que se preocupe por sí
mismo», insiste. De hecho, da la sensación de que, al menos en este momento, ni
siquiera ve con buenos ojos sumarse ahora a una unión que considera «sometida
al totalitarismo liberal». ¿A qué se refiere exactamente con ese concepto? A la
«desnacionalización» entre instituciones que trascienden a los gobiernos y a la
«descristianización», las grandes lacras que, en su opinión, se han convertido
en los «signos de Sodoma» para el continente.
Contra el
«totalitarismo liberal»
«No puedes
llevar la cruz, las están retirando de los colegios públicos», protesta este
antiguo estudiante de Económicas que, según cuenta, fue expulsado de la
universidad por cuestiones relacionadas con su militancia. Su ideología se basa
en tres principios: «Dios, Ucrania y libertad». Y aunque el primero y el tercer
concepto puedan parecer antagónicos, Tarasenko los une con un contundente «Dios
debería de estar por encima de los humanos». El peso de las diferentes
confesiones cristianas ortodoxas es patente, tanto entre los opositores como
entre quienes defienden al mandatario. Son cruces distintas, pero tienen el
mismo peso. También la religión sirve para rechazar las acusaciones de
antisemitismo: «las tres religiones monoteístas tenemos que buscar lazos en
común», afirma, cuando se le pregunta por los ataques a judíos que se
incrementaron en las últimas semanas.
En
«Euromaidan», las banderas de la UE y de Ucrania compiten en número con las rojinegras, Ejército insurgente ucraniano que
han simbolizado los movimientos de «nacionalistas ucranianos» desde su
surgimiento a principios del siglo XX. Entre ellos destacó el Ejército
Insurgente de Ucrania, liderado por Stepán
Bandera, que combatió a la URSS y terminó aliado con Adolf Hitler para
declarar la independencia. Cierto es que, durante un breve período, la
ocupación nazi condujo a Bandera y los suyos a los campos de concentración del
III Reich, pero el avance del Ejército Rojo los terminó exonerando y acabaron
nuevamente peleando, codo con codo, junto a Hitler. Toda esta iconografía ha
resurgido (probablemente nunca se marchó) entre las barricadas y las tiendas de
campaña del centro de Kiev. Porque el anticomunismo es otra de las bases que
mueven al Pravy Sektor y sus aliados. «Esa ideología se construye a través del
odio a la gente. En el futuro, el Partido Comunista no estará permitido»,
afirma Tarasenko, que vaticina un futuro «nuevo Nüremberg» para ajustar
cuentas.
Leer los comentarios del artículo
Manifestantes
de la Ucrania actual con banderas idénticas a la del UPA nazi. Seguro que
algún ingenuo las confunde con banderas anarquistas.
«Si somos
fascistas, hay miles de ellos»
Consciente
de que grupos como el suyo o como Spilna Sprava («Causa Común», uno de los
colectivos ultras que ocupó la semana pasada el Ministerio de Justicia) ganan
progresivamente adeptos, Tarasenko saca pecho. « ¿Son ustedes fascistas?» «Si
lo somos, tendrán un problema, porque hay cientos de miles de personas que
piensan como nosotros», responde. No hay más que pasearse por ese microcosmos
opositor para comprobar que, entre la liturgia nostálgica con muchas
referencias al pasado cosaco, crece la simbología ultraderechista, con
referencias al «white
power», que se ha reforzado con la progresiva (para) militarización de la
zona.
«Nosotros
estamos en la vanguardia de la revolución. No solo en las barricadas, sino
también ideológicamente», afirma el líder del Pravy Sektor, que no se separa de
un inmenso guardaespaldas. «La gente no solo nos sigue por los cócteles
molotov. También porque comparte nuestras ideas», insiste. Si uno pregunta
entre quienes, al menos en apariencia, se mantienen a distancia de esos grupos
que desfilan y se adiestran, encuentra un «sí, pero» como respuesta más
crítica. Y, en general, una creciente simpatía. «Sin ellos no tendríamos nada
de esto», dice Tania, estudiante de Medicina, mientras señala las barricadas de
hielo y los autobuses calcinados que forman la primera línea frente a los
antidisturbios. También afirma estar de acuerdo con muchas de las afirmaciones
de Tarasenko. «Son extremistas, pero ahora, nuestros aliados para expulsar al
presidente», añade Valery Bidnoshev, director de una agencia de cooperación con
fondos europeos. Y eso que se refiere a Slovoda, la formación ultra que, junto
a UDAR y Batkivschina, configuran el triunvirato opositor.
La falta de
expectativas, la certeza extendida entre buena parte de la población de que ni
siquiera unas nuevas elecciones cambiarían absolutamente nada, es su caldo de
cultivo. Tarasenko se reafirma: «no vale con ciertas concesiones. Hay que
cambiarlo todo». Yuyislav, uno de los jefes de la tienda de campaña del Pravy
Sektor en el corazón de «Euromaidan», insiste en esta tesis: «solo hay una
opción, cambiar el país». Apenas se le ven los ojos, entre el grueso abrigo
militar y una capucha con la que se cubre el rostro. Descansa junto al fuego a
la espera de que le llegue el turno de colocarse en la barricada o custodiar
alguno de los accesos a la plaza. Asegura que está aquí porque «todos los
gobiernos de los últimos 23 años han sido corruptos». Y se reafirma en la idea
de que, en tiempos de caos, «son los radicales quienes toman fuerza. Ya lo
vimos con Hitler».
Exmilitares
en afganistán como líderes de las fuerzas de choque
Comenzaron
como «fuerzas de autodefensa» pero cada vez más se asemejan a grupos
paramilitares. Son entrenados por antiguos soldados que combatieron en
Afganistán con el uniforme de la URSS o que estuvieron presentes en la guerra
de los Balcanes. No permiten acceder a sus cuarteles generales (como, por
ejemplo, el ubicado en el Ayuntamiento) ni a sus tiendas, aunque verles
desfilar o realizar instrucción no es difícil. Están por todos lados en la zona
ocupada por los opositores a Viktor Yanukovich. Frente al descrédito de los
partidos, han cogido fuerza. Y solo aceptan la renuncia del presidente, aunque
tampoco dejan claro qué harían el día después. « ¿Armas? Seguro que las
tenemos. Y si ellos disparan, nosotros responderemos. Aunque nadie te lo
confirmará», afirma una de las jóvenes que duerme a diario en el cuartel
general de la oposición. Por ahora, aunque se han disparado, las escaramuzas se
han limitado a los cócteles molotov. Pero el riesgo está latente, porque se
sabe quién dispara el primero pero no cuándo acaba.
Nazis quemando una bandera comunista
Amanecer
Dorado
Los supuestos anarquistas
Unión Autónoma de Trabajadores
Esta es la posición de los anarquistas
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