JUAN
MOSCOSO, DIPUTADO DEL PSOE, ASEGURA QUE LAS CLASES SOCIALES NO EXISTEN
El moderno y desclasado desclasante Juan Moscoso
10 de abril
de 2014
Diario
Octubre
Proclaman el fin de las clases para ocultar
que son la clase explotadora
“Las clases, tal y como un día las entendimos,
desaparecieron” “Los ciudadanos ya no se definen por su situación en el mundo
del trabajo. Se definen por muchos otros factores, distintos, y sobre todo por
su capacidad de consumo, que se ha convertido en elemento identificador e
igualador. Se han creado categorías de consumo, no de clase”
No es la primera vez que la burguesía
sentencia el final de la separación de la sociedad en clases. De hecho la
burguesía lleva hablando del fin de la desigualdad desde sus primeros intentos
de tomar el poder hace más de 500 años. Tampoco es la primera vez que dicho
intento proviene desde “la izquierda” o de partidos con siglas obreras. No en
vano las bases para destrucción del primer país socialista de la historia, la
extinta Unión Soviética, están en las “reformas” realizadas por Nikkita
Jruchev, que tenían su expresión ideológica en proclamado por el mismo fin de
las clases en la URSS y el paso de la dictadura del proletariado al “Estado de
todo el pueblo” como expresión de la voluntad de un pueblo no dividido en
clases, que 30 años después se desveló como una nuevo Estado de dictadura de la
burguesía.
Proclamar el
final de la sociedad de clases y justificar las desigualdades sociales con
otras causas persigue un objetivo fundamental: Ocultar la explotación sobre la
clase obrera. Una forma muy recurrente de hacer esto es pretender simplificar
la cuestión de la división de la sociedad en clases a la distribución social de
la riqueza, o lo que es lo mismo dividir la sociedad en grupos que se
diferencian por la riqueza social de que disponen, es decir su capacidad de
consumo.
Pero
precisamente la capacidad de consumo de un ser humano viene determinado por el
lugar que ocupa en la producción social, es decir por la clase social a la que
pertenece.
Explotadores y explotados
El origen de la división de las sociedades
primitivas en clases es la aparición de la propiedad privada. En el momento en
que la sociedad fue capaz de producir más de lo necesario para el consumo
inmediato aparecieron los propietarios y los no propietarios. Pronto los
poseedores comenzaron a tomar a otros seres humanos como esclavos para
apropiarse del excedente de su trabajo, apareciendo así la división de la
sociedad en clases, poseedores y desposeídos, amos y esclavos.
Trabajo asalariado y capital
En el
capitalismo la separación entre explotados y explotadores se basa en la
separación entre capitalistas y trabajadores asalariados.
Los capitalistas son el grupo de personas
propietarias de los recursos (tierra, minas, maquinas etc) necesarios para
producir los bienes que la sociedad necesita y demanda.
Los asalariados son aquellos grupos de
personas que al no poseer recursos propios para la producción se ven obligados
a trabajar a cambio de un salario.
La relación entre el capitalista y el
trabajador asalariado es de compra-venta. El trabajador vende su fuerza de
trabajo a un precio, el salario, que se establecerá en base a la
especialización del trabajo, esto es su coste de producción, y de la oferta y
la demanda de una especialización determinada.
La propiedad sobre los medios de producción
otorga a los capitalistas un lugar dirigente en la producción social. Deciden
donde y cuanto se invierte y por lo tanto qué y cuanto se produce y por lo
tanto determinan la investigación científico técnica y el desarrollo cultural y
artístico.
El capitalismo
es la época de la explotación asalariada, pero no todos los asalariados son
explotados de la misma forma que no todos los súbditos eran siervos de la
gleba.
Trabajo manual y trabajo intelectual
Con la
revolución del neolítico el ser humano fue por primera vez capaz de producir
más de lo necesario para su sustento sentando las bases para la separación de
la sociedad en clases y con ella la separación entre el trabajo manual y el
trabajo intelectual.
Primero los
esclavos, después los siervos quedaron relegados al trabajo manual, el trabajo
que genera la riqueza material. El trabajo intelectual, la organización y
administración de la producción, la sociedad y la política, la ciencia y la
cultura y por tanto el acceso al conocimiento y la capacidad para desarrollarlo
pasaron a ser potestad de la clase dominante.
De la misma
manera en nuestra moderna sociedad capitalista los obreros son la clase
relegada al trabajo manual, a la transformación de unas mercancías en otras, de
las materias primas en bienes de uso y consumo, mientras que la burguesía
realiza el trabajo intelectual, dirigiendo, administrando y diseñando toda la
producción material, social y artística. Tal es la separación de clase en
nuestros días entre trabajo intelectual y trabajo manual, que mientras el
segundo se ve obligado a entregar su fruto a cambio de un salario perdiendo
todo derecho de propiedad sobre él, el segundo genera para quien lo realiza
derechos de propiedad.
Patentes y
registros de propiedad intelectual generan a los burgueses intelectuales
derechos de autor y rentas sobre la riqueza material que el trabajo manual
genera al reproducir sus obras, diseños y patrones.
El trabajo
manual del obrero genera toda la riqueza material, pero no le otorga a este
ningún derecho sobre su obra.
Amplias
capas de la población asalariada ocupan en la actualizad un lugar en la
producción destinado al trabajo intelectual y aunque en la mayoría de los casos
al convertirse en asalariados ceden sus derechos intelectuales al capitalista
que los contrata, la proporción en la perciben la riqueza social y el papel que
desempeñan en la organización del trabajo es muy diferente al de los obreros.
Hablar del fin de las clases sin
acabar con la explotación es reivindicar el “derecho” a vivir del fruto del
trabajo ajeno
Cada vez que la burguesía, desde la gran
oligarquía financiera, hasta el pequeño burgués, proclama la extinción de las
clases no tiene otra intención que ocultar la explotación sobre la clase obrera
que implica la separación en clases de la sociedad capitalista. Cuando plantean
que hoy nos diferencia más nuestra capacidad de consumo no tienen otra
intención que ocultar la diferencia entre quienes producen la riqueza material
y quienes se arrogan el derecho a disfrutar de ella sin producirla. No quieren
decir otra cosa más que:
“Yo tengo derecho a no bajar a las minas ni
entrar a las fábricas, tengo derecho a no cargar ladrillos, tengo derecho a no
desgastar mi vista cosiendo, tengo derecho a no castigar mis manos, ni mi
espalda trabajando el campo… pero tengo derecho a comer del fruto del campo, a
vestir ropas, a una vivienda y a consumir la energía y las mercancías que
fabricaron los obreros en las minas y en las fábricas. Tengo derecho porque
puedo comprarlo.”
La sociedad de clases tuvo su origen y por lo
tanto tendrá su final, pero de igual manera que una clase surgió para explotar
a otras, esta solo desaparecerá cuando desaparezca toda forma de explotación y
opresión. Entre tanto las proclamas acerca del final de las clases no serán más
que máscaras tras las que la burguesía esconde su carácter explotador.
¿Qué quiere decir “supresión de las clases”?
Todos los que se llaman socialistas reconocen este objetivo final del
socialismo, pero no todos, ni mucho menos, reflexionan sobre el alcance de
dichas palabras. Las clases son grandes grupos de hombres que se diferencian
entre sí por el lugar que ocupan en un sistema de producción social
históricamente determinado, por las relaciones en que se encuentran con
respecto a los medios de producción (relaciones que las leyes refrendan y
formulan en su mayor parte), por el papel que desempeñan en la organización
social del trabajo y, consiguientemente, por el modo y la proporción en que
perciben la parte de riqueza social de que disponen. Las clases son grupos humanos,
uno de los cuales puede apropiarse el trabajo del otro por ocupar puestos
diferentes en un régimen de economía social.
“Es evidente
que, para suprimir por completo las clases, no basta con derrocar a los
explotadores, a los terratenientes y a los capitalistas, no basta con suprimir
su propiedad, sino que es imprescindible también suprimir toda propiedad
privada sobre los medios de producción; es necesario suprimir la diferencia
existente entre la ciudad y el campo, así como entre los trabajadores manuales
e intelectuales. Esta obra exige mucho tiempo. Para realizarla, hay que dar un
gigantesco paso adelante en el desarrollo de las fuerzas productivas, hay que
vencer la resistencia (muchas veces pasiva y mucho más tenaz y difícil de
vencer) de las numerosas supervivencias de la pequeña producción, hay que
vencer la enorme fuerza de la costumbre y la rutina que estas supervivencias
llevan consigo.” (Lenin “Una gran iniciativa”).
NOTA DEL
EDITOR DE ESTE BLOG: El señor Juan Moscoso realiza una impagable contribución
al desenmascaramiento de su partido, el PSOE.
Cuando un
parlamentario, al que la dirección de su partido no ha enmendado la plana, y
que por tanto cabe entender que representa la opinión de aquella (la que cuenta
porque el resto son “brazos de madera” que cacarean, en el mejor de los casos,
un izquierdismo falso pero tragan con lo que les echen), que las clases
sociales como tales ya no existen y que éstas no operan como factores de
identificación social, está claro que implícitamente asume que pronto quitarán
la O de sus siglas, dado que en la práctica ya lo hicieron, al menos desde que
el “clan [sevillano] de la tortilla” se hizo con un partido escondido bajo la
cama durante la dictadura fascista para posicionarse en el nuevo escenario político
surgido tras la muerte del dictador.
Sus
apelaciones a la “modernidad”, al “progresismo”, no son nuevas. De ahí que el
prólogo al libro del señor Moscoso haya sido realizado por Pérez Rubalcaba y
epilogado por Felipe González, como se sabe representantes de “lo nuevo”, que
consiste en que los social-liberales vayan admitiendo ya abiertamente que no se
reconocen en el término “izquierdas”. En esto tampoco la escudería del PSOE
es original. Se le ha adelantado, en un impagable favor, su socio en la
Internacional Socialista, el Partido Democrático (Italiano), heredero bastardo
del antiguo Partido Comunista de Italia, para el que su ubicación en la
izquierda ya no es un elemento definitorio.
Lo
significativo no es que los social-liberales no sean, de hecho, ni siquiera de
centro izquierda, lo significativo es que lo asuman. Vivimos un tsunami dentro
de lo que históricamente fueron las izquierdas entendidas en su pluralidad: los
socialdemócratas pasan a ser social-liberales de facto y repudian su herencia ideológica
abandonada hace mucho, los comunistas pasan a ser socialdemócratas y se
avergüenzan de su pasado bolchevique e insurrecional.
La clave, que no es nada original, se
encuentra no en el desplazamiento ideológico de la sociedad sino en el de esas
izquierdas que, al renegar de sus identidades, transmiten a las clases
trabajadoras que están huérfanas y que no es en ellas en las que deben
encontrar la respuesta. He ahí la cuestión que explica que los desposeídos, los
explotados, los oprimidos dentro de la maquinaria capitalista no encuentren en
medio de una crisis que les está devolviendo a la condición proletaria del
siglo XIX otro medio de expresar su ira y su rabia -¿qué narices es esa
chorrada de la indignación?- que caer en brazos de su enemigo de clase más
radical: el fascismo, nacido del capitalismo en crisis. Cuando las izquierdas
dejan de ser banderas de rebelión, y se convierten en fuerzas del orden burgués
y de contención, otros ocupan su lugar, los que jamás debieron hacerlo.
El fascismo es el programa de las clases
medias, que temen ser laminadas y desprovistas de sus privilegios, hoy por el
capital, ayer por el fantasma del comunismo, pero quienes ponen la carne de
cañón, nutren sus filas y caen en sus batallas son los desarraigados sociales,
los parados, los que pierden su condición de seres con derechos, perdidos en
medio de una ausencia de revolución social que les libere de su condición
de esclavos y les ponga en el centro de la historia, anunciándoles su
emancipación de clase.
Esto se vio
ya a principios de los años 80 del pasado siglo cuando en las ciudades de
extracción obrera de Francia el peso político que iba perdiendo el PCF lo iba
ganando el Front National. Hoy el Front National francés es ya una formidable
amenaza a las libertades y al futuro de las clases trabajadoras que, disparan
sobre sí mismas, abandonando también a un PSF que hace políticas de derecha.
Las primeras propuestas del nuevo primer ministro francés, el xenófobo
Manuel Valls, señalan que nada bueno puede cambiar en su programa
económico y social para las clases trabajadoras francesas e inmigrantes.
A los
partidos autodenominados, pronto cambiarán sus nombres (la socialdemocracia
alemana ya no es siquiera miembro de la Internacional Socialista), socialistas
no les salen las cuentas electorales. No dan para mayorías suficientes que les
permita gobernar por sí solos. Prefieren hacerlo con coaliciones verdes
(derechas “modernas”) antes que con los excomunistas, que siempre serían un
recuerdo de lo que ellos fueron un día ¿Cómo iba a ser de otro modo, si en su
papel de copia de las derechas liberales y neocons dan peor imagen que el
original al que imitan. Lejos de una reflexión que les haga recuperar lo mejor
de su pasado, que nunca fue mucho (baste ver su papel en el aplastamiento de la
revolución alemana de 1918 o en el de la Revolución de Octubre), irán girando y
girando a la derecha hasta su propia muerte por consunción. No pueden hacer
otra cosa. Sus compromisos con el capitalismo se lo impiden. Y si no que se lo pregunten
a Felipe González porque los Craxi y los Carlos Andrés Pérez ya no pueden
responder desde sus tumbas.
La clase trabajadora sí que sabe lo que
es y, a aquellos sectores de la misma que lo hubiesen olvidado, la crisis
capitalista y quienes la están pagando se lo han aclarado. Otra cosa es que al
señor Moscoso le parezca que es poco moderno, y sobre todo
"peligroso" (para el orden capitalista al que él defiende), apelar a
la existencia de clases sociales.
Les recomiendo encarecidamente que lean la
entrevista, que encontrarán en el enlace superior, al señor Moscoso porque su
cinismo político no tiene desperdicio. Él es uno de esos sujetos que, de tanto
repetir como un loro las palabras "ciudadanos" y
"consumidores", creen que las realidades de explotación y clases
sociales desaparecen.
Ahora que
hasta Warren
Buffet se sinceró con su famosa frase: "La lucha de clases
sigue existiendo pero la mía va ganando", el diputado socialista Juan
Moscoso de Prado manifiesta que "la izquierda debe olvidar el
discurso de clases". Tal afirmación la realizó en el trancurso de
una entrevista motivada por la presentación de un libro “La
izquierda debe olvidar el discurso de clases”. Prologado por
Alfredo Pérez Rubalcaba, y con epílogo del expresidente Felipe
González, de quien Moscoso se declara fan.
“Hoy hay menos conciencia de clase, de grupo. Los partidos de izquierda tienen que olvidar el discurso de clases y captar apoyos en función de intereses y particularidades ideológicos. Hay que hacer más micropolítica. Dar respuesta a indignaciones concretas: la medioambiental, la social, la de las opciones sexuales...” El espejo en el que mirarse, el ejemplo de esa “modernización”, según el socialista, es Barack Obama. manifiesta.
Cuando una respuesta global a la desigualdad, al emprobrecimiento de la población y a la desaparición de la clase media es más necesaria que nunca, se trata de tener entretenido al electorado con el medio ambiente.
Otros artículos
En cuanto
a movimientos sociales como el 15-M, en el libro se felicita de que, “por
suerte”, esa protesta no llegara a ofrecer una “alternativa al sistema
institucional” actual. ¿Por suerte para quién? “El 15-M se podía haber
convertido en un partido antisistema o algo peor. Por suerte, la ciudadanía ha
optado por defender sus ideas desde los partidos y las
instituciones".
Moscoso del Prado es diputado del PSOE por Navarra desde el 2004, portavoz socialista en la Comisión Mixta para la Unión Europea y su participación en el desarrollo del Tratado de Lisboa.
Comenzó su vida laboral como consultor financiero en 1993. Después se incorporó al Consejo Económico y Social, desarrollando desde 1997 también su labor como profesor asociado de Economía en la la Universidad Carlos III. Es miembro de la Comisión Europea para la Organización Internacional del Trabajo.
"Crecimos con mucha libertad en una España que ya no existe, sin apenas conocer la cara más oscura y represiva del franquismo, aunque somos el resultado del mismo. Nos formamos en un sistema educativo obsoleto, con medios muy modestos y bajo unos principios que poco o nada tenían que ver con la realidad que iba a estallar con la llegada de la democracia. Muchos de nuestros padres nunca entendieron la profundidad de los cambios que venían y poco o nada pudieron hacer para facilitar nuestra socialización en esos nuevos valores."
"Los contratos indefinidos y las numerosas plazas dotadas en la Administración del Estado o en la autonómica durante toda la década de los ochenta quedaron fuera de nuestro alcance, y siempre nos dio la sensación de que fueron copados por la generación inmediatamente anterior, la generación tapón que ronda los 50 años".
"Conceptos fundamentales como el de la redistribución de la renta han sido olvidados. Debates como el del gasto público o el del déficit se plantean desde posiciones que rozan el integrismo económico y el autoritarismo intelectual. Por estas razones, 200 economistas del mundo académico, de los mercados y de la regulación, hemos redactado el Manifiesto por otra Política Económica, en el que proponemos un giro radical en la que se practica en España. Estamos convencidos de que la política económica actual no nos lleva a la convergencia real con la UE, al bienestar y la calidad de vida, sino a una sociedad de renta media, de trabajo barato y de baja productividad en la que será imposible satisfacer las más mínimas expectativas vitales de una mayoría".
Entonces sí hablaba de distribución de la renta, cuando aún no había entrado en la política de un modo profesional.
Sorprende que diga" Muchos de nuestros padres nunca entendieron la profundidad de los cambios que venían y poco o nada pudieron hacer para facilitar nuestra socialización en esos nuevos valores" o "siempre nos dio la sensación de que fueron copados por la generación inmediatamente anterior, la generación tapón que ronda los 50 años".
Ya que, Su padre
Javier Moscoso del Prado Muñoz Fue Miembro de la Carrera Fiscal desde 1960 en cuyo desempeño estuvo destinado en Pamplona durante más de 20 años, como Fiscal de la Audiencia Territorial de Navarra.
Posteriormente sería nombrado Fiscal del Tribunal Supremo en abril de 1987.
Su actividad profesional se ha desarrollado, tanto en la Carrera Fiscal, la política y posteriormente en la empresa privada.
Fue elegido Diputado al Congreso por Navarra en las elecciones generales de 1979 por la UCD. En 1982, junto con otros seguidores de la línea política de Francisco Fernández Ordóñez, se pasó al PSOE, siendo elegido Diputado con esta formación política por la circunscripción de Madrid ese mismo año, escaño que renovó después en las elecciones de 1986, por la circunscripción de Murcia.
En la formación del primer gobierno, Felipe González lo nombró Ministro de la Presidencia en 1982, cargo que ocupó hasta el final de la legislatura. Su apellido va unido a los días de permiso de los funcionarios, moscosos, ya que firmó él la instrucción siendo ministro.
Fue secretario general de la SGAE
Ha sido miembro del Consejo General del Poder Judicial entre 1996 y 2001 y en la actualidad preside la Editorial Aranzadi, especializada en publicaciones jurídico-legales.
Es otro caso más de obtención de escaños padre e hijo, a pesar de que no son hereditarios y de toda una saga en el poder a lo largo del siglo XX, ejército, política y judicatura, los tres pilares del poder.
En cuanto a la afirmación :
"Crecimos con mucha libertad en una España que ya no existe, sin apenas conocer la cara más oscura y represiva del franquismo, aunque somos el resultado del mismo "
Su abuelo, formó parte de esa represión de un modo activo,
Carlos Moscoso del Prado Iza, Destinado en Pamplona con empleo de capitán, fue pieza clave en la conspiración y rebelión Navarra organizada por el general Mola en julio de 1936. Carlos Moscoso alcanzó el grado de general de brigada del ejército. Tras estallar la guerra, redactó bandos militares y participó en tribunales de represión. Después de la guerra, como coronel fue director de la Escuela Militar de Alta Montaña de Jaca y llegó a general. El padre de Carlos Moscoso y bisabuelo de Juan Moscoso había sido fiscal.
Enlaces
http://politica.elpais.com/politica/2014/04/06/actualidad/1396819308_316655.html
http://www.diariodenavarra.es/noticias/navarra/pamplona_comarca/pamplona/moscoso_psn_despide_orgulloso_haber_sido_concejal_54506_1702.html
http://www.navarraconfidencial.com/2011/09/19/memoria-historica-selectiva/
Otros artículos
http://elpais.com/autor/juan_moscoso_del_prado/a/
“O subimos
los impuestos a quienes más tienen o recortamos el gasto sanitario a los
ancianos. Esto no es lucha de clases, son matemáticas”, dice Obama en otro
gran discurso(me encantaría votar al tipo que los redacta). La frase es
hábil porque saca el debate de lo ideológico hasta reducirlo a una simple
cuestión técnica, tan indiscutible como que dos más dos son cuatro.
Obama
utiliza la fuerza de su rival –ese Tea Party que le retrata
como un comunista peligroso– para hacerle caer al suelo. Punto para el
karateca. Pero, ¿de verdad ya no hay lucha de clases?
Otra cita, ésta
del multimillonario Warren Buffett: “Claro que hay lucha de clases. Pero es
mi clase, la de los ricos, la que ha empezado esta lucha. Y vamos ganando”.
Buffett también usa las matemáticas para demostrar que las grandes fortunas en
EEUU pagan hoy menos porcentaje en impuestos que sus secretarias. Es un drama
universal: en la mayoría de los países prósperos, según
la OCDE, ha aumentado la desigualdad económica durante las últimas décadas
casi a la misma velocidad con la que han
menguado los impuestos para los multimillonarios.
La nueva
gran depresión está aumentando aún más la desigualdad. Más matemáticas en dos
ejemplos simbólicos: en EEUU ya hay más
de 46 millones de pobres, la mayor cifra en medio siglo; mientras tanto, en
el otro extremo de la pirámide social, Porsche logró este agosto (en el que la
economía volvió al borde de la recesión) un
nuevo récord histórico en ventas de sus coches de lujo.
Puede que la
terminología marxista suene hoy vieja. Que toda la sociedad se considere clase
media es otro éxito ideológico de la derecha. Pero ese mundo que algunos
dibujan, donde no hay ni pobres ni ricos, ni tampoco diferentes intereses entre
las clases sociales, es aún más irreal que la utopía comunista.
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