15/4/2014
Por Julio
César Guanche
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Cuba:
Ejercer poder desde el Estado solo tiene sentido si se conserva la identidad de
la Revolución. Para Roa, Stalin había expurgado a Marx
Raúl Roa
y el ‘socialismo de la esclavitud’
Raúl Roa
García (1907-1982) formuló una de las críticas más fuertes hechas desde la izquierda
cubana, antes de 1959, contra el socialismo soviético.
La montaña
de anécdotas que cubre la memoria de Roa oculta otra condición de su
personalidad: la de ser uno de los pensadores cubanos más lúcidos del siglo XX.
Roa fue ministro de Relaciones Exteriores de la Cuba revolucionaria después de
1959, y es conocido por justas razones como ‘Canciller de la Dignidad’, pero su
pensamiento previo a esa fecha es bastante ignorado hoy por varias generaciones
de cubanos y de latinoamericanos.
Roa publicó
la mayoría de sus obras de reflexión entre 1935 y 1959. Sus discursos como
ministro de Relaciones Exteriores, y los textos que escribió hasta su muerte en
1982, son imprescindibles para conocer el carácter de la ideología
revolucionaria cubana y las conflictividades por las que atravesó en las
décadas del 60 y 70 del siglo pasado, pero sigue siendo necesario reconstruir
su discurso como una de las corrientes socialistas que llevó a la Revolución de
1959.
Roa vivió
más que muchos de sus compañeros de generación como para poder observar el
curso histórico de la dominación burocrática en la URSS y poder erigirse en
duro crítico del ‘padrecito rojo’, como le llamaba a Stalin, a diferencia, por
ejemplo, de su entrañable amigo Rubén Martínez Villena.
La vocación
socialista de Roa no cabía en el molde eslavo. Los trabajos reunidos en su
primer libro, Bufa subversiva, reseñan con admiración la lucha de los
comunistas contra Machado, y apenas hace visibles diferencias ideológicas entre
él y sus compañeros fraternos de lucha, cualquiera fuese su filiación, pero Roa
no ingresó al partido de los comunistas del patio, y el tono y la profundidad
de sus críticas fueron en aumento constante tras las políticas seguidas por
este partido con posterioridad a 1938.
La
diferencia ideológica entre Roa y el primer Partido Comunista de Cuba era
profunda. Para Blas Roca, secretario general de este partido a partir de 1934,
“la doctrina en que basa su programa y su acción Unión Revolucionaria Comunista
(nombre del partido comunista entonces) es el marxismo, la teoría elaborada por
Marx y Engels y genialmente aplicada y desarrollada en Rusia por Lenin y por
Stalin”.
Por el
contrario, para Roa, Marx había sido “expurgado, corregido, monopolizado,
rusificado y contradicho por el propio Stalin a fin de justificar la política
imperialista del zarismo y la invasión soviética de Polonia conjuntamente con
las huestes de Hitler”.
Roa no se
contaría entre aquellos que pusieron los ojos en blanco cuando Jrushov dio a
conocer los crímenes de Stalin en 1956: “José Stalin fue en vida un nuevo zar
para los imperios rivales y el fementido abanderado de un hermoso ideal para
millones de proletarios y para los que aún alientan la esperanza de un
socialismo fundado en la libertad”, escribió en 1953 a la muerte del
‘padrecito’.
Roa se sabía
distante, desde temprano, de los que se enteraron de la satrapía y murieron,
con gesto lánguido, de desilusión. En medio de la Guerra Fría, entendió cómo la
libertad estaba en un lugar distinto al imaginario de los bandos contendientes:
más allá de ‘la cortina oriental de hierro’ y de ‘la cortina occidental de
sables’. Frente a ellas, defendió ‘la única tercera posición virtualmente
factible y operante’: “La otra, carente de raíz y meta, sirve, de manera
exclusiva, los designios e intereses del imperialismo soviético, patológica
excrecencia de una revolución socialista degenerada”.
Así, su
crítica al totalitarismo soviético no hizo el juego a los contendientes del
‘Mundo libre’ vs. los del ‘Mundo comunista’, allí donde los primeros lograron
cubrir con el concepto de anticomunismo lo que muchas veces era
antiestalinismo, mientras los segundos monopolizaron para sí el uso y disfrute
de un socialismo normado en singular: el existente en la URSS.
Para Roa, la
experiencia histórica del socialismo, al ‘subordinar los fines a los medios’, y
gracias a su ‘concepción autoritaria del poder’, conducía ‘a la degradación y a
la esclavitud’. El socialismo existente en la URSS ‘no se diferenciaba del
fascismo en su radical desprecio a la dignidad humana’. Por ello, ‘el camino de
la libertad era la última salvación del socialismo’.
En este
horizonte, Roa reafirmaba la dimensión axiológica del marxismo —su contenido de
justicia— con lo que se colocaba contra la matriz economicista del marxismo
soviético, preocupado más por la producción que por la justicia. “La plusvalía
es más un concepto moral que una categoría económica —explicaba Roa-. Su
verdadera significación estriba en implicar una condena inapelable de la
expropiación del trabajo ajeno no pagado. Sin ese ‘supuesto moral’, ¿cómo se
explicaría ya no la acción política de Marx, sino también el tono de violenta
indignación y de amarga sátira que se advierte en cada página de El Capital?”.
El discurso
de Roa era frontal sobre el carácter del régimen soviético y su radical
diferencia con el proyecto del socialismo. Para el autor de En pie, Stalin
había instaurado un régimen totalitario en la URSS a la muerte de Lenin. Sin
embargo, su impugnación no partía de los presupuestos del trotskismo, ni del marxismo
revolucionario en la línea de Rosa Luxemburgo o Antonio Gramsci.
Su crítica
parte de un proyecto definible como ‘socialismo democrático’, estructurado a
partir de ‘los valores que le infunden objeto y sentido a la vida humana:
soberanía del espíritu, estado de derecho, gobierno representativo, justicia
social y conciencia’, valores contrarios para Roa a los que emergen de ‘la
antinomia amigo-enemigo como esencia del poder’.
Raúl Roa,
el marxismo y la democracia
Este
pensador, más no militante, comprendió las características de la creación del
capitalismo cubano y vislumbró así que el nacionalismo popular —socialista y
antiimperialista— era la ideología de una revolución para el siglo XX en Cuba.
No son muy
numerosos los autores que han reivindicado en Cuba a Raúl Roa (1907-1982) como
marxista en el período previo a 1959.
Generalmente,
los ungidos con ese término son los que militaron en las filas del primer
Partido Comunista de Cuba, como Julio Antonio Mella y Rubén Martínez Villena,
o, después, como Juan Marinello o Carlos Rafael Rodríguez.
Sin embargo,
esa identificación entre marxistas y militantes de ese partido ignora la
presencia de una izquierda marxista no partidaria que cuenta con Raúl Roa, pero
también con Pablo de la Torriente Brau, Gabriel Barceló Gomila, Leonardo
Fernández Sánchez y Aureliano Sánchez Arango entre sus integrantes.
El saber de
Roa provenía de una lectura abierta de la historia de las doctrinas sociales.
La regimentación de las fuentes del marxismo soviético —que calificaba a todo
lo que estuviese fuera de sus márgenes como ‘filosofías burguesas’— es
contraria al tipo de erudición y, sobre todo, de enfoque ante la cultura que
representa Roa.
Si bien éste
admiraba el magisterio de José Ingenieros, ‘hombre excelso’, y celebraba la
profundidad de su análisis sobre el imperialismo en Nuestra América, y veía en
Benedetto Croce “un filósofo de la libertad (que) por ella padeció y pugnó con
el coraje de Sócrates y el denuedo de Spinoza”, también celebraba el papel que
desempeñaron los anarquistas en defensa de la República Española.
En Roa
aparece la complejidad de la formación histórica de una sociedad colonial. En
defensa del principio de la autodeterminación nacional, asocia la
nacionalización del Canal de Suez, realizada por Gamal Abdel Nasser, con las
nacionalizaciones del Gobierno mexicano de Lázaro Cárdenas.
El principio
de la autodeterminación resulta así la “garantía misma de la integridad y
desarrollo de los pueblos débiles”.
Roa
denunciaba las posiciones tanto de las potencias occidentales como de la Unión
Soviética en torno a la causa egipcia.
Con todo,
está lejos de considerar a la ‘estructura económica’ como la fuente de todos
los problemas y de todas las soluciones.
El autor de
Quince años después argumenta sobre las necesidades políticas —en estricto
sentido— de un país sometido a tal estatus: “La libertad de expresión es un
imperativo biológico para las naciones subdesarrolladas o dependientes,
compelidas a defender su ser y propulsar su devenir mediante el análisis
crítico y la denuncia pública del origen y procedencia de sus males, vicios y deficiencias”.
Roa
comprendió las características de la creación del capitalismo cubano y
vislumbró así que el nacionalismo revolucionario —de vocación socialista y
antimperialista— era la ideología de una revolución para el siglo XX en la
isla.
A ello se debe
también su reivindicación de José Martí y, en general, del pensamiento llamado
‘liberal revolucionario’ cubano del siglo XIX. La forma en que incorporó el
marxismo a ese saber contrariaba las lecturas propias del dogma: leer la
historia cubana a través del marxismo, sin pensar que había sido la doctrina
marxista la que prohijó la historia cubana.
La derrota
de la Revolución del 30 fue la derrota del radicalismo político en Cuba. Allí,
el nacionalismo reformista hegemonizó el mapa ideológico de la década de 1940.
En ese
contexto, el marxismo de Roa expresa una pregunta agónica: ¿Dónde debe situarse
la izquierda en un contexto progresista?, o ¿‘qué hacer’ al presentarse como
única opción viable o ‘racional’ la elección del ‘mal menor’?
Roa entendía
que la actitud de la izquierda debía partir de una exégesis ideológica: no
responde esa pregunta en el contexto de una coyuntura, sino en el contexto de
una ideología. El problema radica en elaborar una práctica política que no esté
dominada por el fanatismo de la ‘toma del poder’ en cualquier circunstancia
—como era el caso de la alianza de 1938 entre los comunistas cubanos con
Fulgencio Batista—, sino basada en la preocupación por la cultura
revolucionaria a través de la cual se ha de ejercer poder político.
Las
actitudes políticas de Roa tienen este denominador común: ejercer poder
político desde el Estado solo tiene sentido si se conserva la identidad del
movimiento revolucionario. No servirá alcanzar el poder político si en el
camino yace tendido el cuerpo del proyecto: “Lo que no se puede es estar con
Batista. Lo que no se debe es pactar con el enemigo, ni con las fuerzas que
antes lo apoyaron e intentan, por trasmano, imponerlo de nuevo. Eso no se puede
ni se debe hacer, aunque esa alianza entrañara la conquista misma del poder por
vía electoral”, afirmaba Roa.
Ese programa
no puede confundirse a secas con una crítica ‘democrática’ porque no se enfoca
solo en las condiciones de ejercicio del poder político como en la intelección
de su origen, de la raíz de su legitimidad, lo que la sitúa en el campo de la
crítica socialista.
En ella, el
concepto del origen popular del poder político es el reverso simétrico de la
fuente de los totalitarismos.
La crítica
contra la dominación, bien sea autoritaria o carismática, se hace en nombre de
una política ejercida desde el canon de la soberanía del ciudadano.
Roa impugna
la política del hombre de excepción desde el paradigma de una praxis política
socialista: los problemas del país no necesitan de mesías sino de ciudadanos, la política revolucionaria se hace para el
pueblo, pero no se hace a través de adalides erigidos en su nombre, sino a
través de la entera politización de la ciudadanía,
pues las políticas hechas aún para el pueblo pero sin el pueblo sustraen a las
clases revolucionarias de poder conferir el alcance, la extensión, la
profundidad, a la Revolución.
El
Telégrafo
Raúl Roa y
el ‘socialismo de la esclavitud’ (I)
Martí,
Marx y Lenin en Raúl Roa (1920-1935): Reflexiones en su centenario
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