jueves, 17 de abril de 2014

Raúl Roa, el marxismo y la democracia



15/4/2014

Por Julio César Guanche    ::    Más artículos de esta autora/or: aquí


Cuba: Ejercer poder desde el Estado solo tiene sentido si se conserva la identidad de la Revolución. Para Roa, Stalin había expurgado a Marx


Raúl Roa y el ‘socialismo de la esclavitud’

Raúl Roa García (1907-1982) formuló una de las críticas más fuertes hechas desde la izquierda cubana, antes de 1959, contra el socialismo soviético.


La montaña de anécdotas que cubre la memoria de Roa oculta otra condición de su personalidad: la de ser uno de los pensadores cubanos más lúcidos del siglo XX. Roa fue ministro de Relaciones Exteriores de la Cuba revolucionaria después de 1959, y es conocido por justas razones como ‘Canciller de la Dignidad’, pero su pensamiento previo a esa fecha es bastante ignorado hoy por varias generaciones de cubanos y de latinoamericanos.


Roa publicó la mayoría de sus obras de reflexión entre 1935 y 1959. Sus discursos como ministro de Relaciones Exteriores, y los textos que escribió hasta su muerte en 1982, son imprescindibles para conocer el carácter de la ideología revolucionaria cubana y las conflictividades por las que atravesó en las décadas del 60 y 70 del siglo pasado, pero sigue siendo necesario reconstruir su discurso como una de las corrientes socialistas que llevó a la Revolución de 1959.


Roa vivió más que muchos de sus compañeros de generación como para poder observar el curso histórico de la dominación burocrática en la URSS y poder erigirse en duro crítico del ‘padrecito rojo’, como le llamaba a Stalin, a diferencia, por ejemplo, de su entrañable amigo Rubén Martínez Villena.


La vocación socialista de Roa no cabía en el molde eslavo. Los trabajos reunidos en su primer libro, Bufa subversiva, reseñan con admiración la lucha de los comunistas contra Machado, y apenas hace visibles diferencias ideológicas entre él y sus compañeros fraternos de lucha, cualquiera fuese su filiación, pero Roa no ingresó al partido de los comunistas del patio, y el tono y la profundidad de sus críticas fueron en aumento constante tras las políticas seguidas por este partido con posterioridad a 1938.


La diferencia ideológica entre Roa y el primer Partido Comunista de Cuba era profunda. Para Blas Roca, secretario general de este partido a partir de 1934, “la doctrina en que basa su programa y su acción Unión Revolucionaria Comunista (nombre del partido comunista entonces) es el marxismo, la teoría elaborada por Marx y Engels y genialmente aplicada y desarrollada en Rusia por Lenin y por Stalin”.


Por el contrario, para Roa, Marx había sido “expurgado, corregido, monopolizado, rusificado y contradicho por el propio Stalin a fin de justificar la política imperialista del zarismo y la invasión soviética de Polonia conjuntamente con las huestes de Hitler”.


Roa no se contaría entre aquellos que pusieron los ojos en blanco cuando Jrushov dio a conocer los crímenes de Stalin en 1956: “José Stalin fue en vida un nuevo zar para los imperios rivales y el fementido abanderado de un hermoso ideal para millones de proletarios y para los que aún alientan la esperanza de un socialismo fundado en la libertad”, escribió en 1953 a la muerte del ‘padrecito’.


Roa se sabía distante, desde temprano, de los que se enteraron de la satrapía y murieron, con gesto lánguido, de desilusión. En medio de la Guerra Fría, entendió cómo la libertad estaba en un lugar distinto al imaginario de los bandos contendientes: más allá de ‘la cortina oriental de hierro’ y de ‘la cortina occidental de sables’. Frente a ellas, defendió ‘la única tercera posición virtualmente factible y operante’: “La otra, carente de raíz y meta, sirve, de manera exclusiva, los designios e intereses del imperialismo soviético, patológica excrecencia de una revolución socialista degenerada”.


Así, su crítica al totalitarismo soviético no hizo el juego a los contendientes del ‘Mundo libre’ vs. los del ‘Mundo comunista’, allí donde los primeros lograron cubrir con el concepto de anticomunismo lo que muchas veces era antiestalinismo, mientras los segundos monopolizaron para sí el uso y disfrute de un socialismo normado en singular: el existente en la URSS.


Para Roa, la experiencia histórica del socialismo, al ‘subordinar los fines a los medios’, y gracias a su ‘concepción autoritaria del poder’, conducía ‘a la degradación y a la esclavitud’. El socialismo existente en la URSS ‘no se diferenciaba del fascismo en su radical desprecio a la dignidad humana’. Por ello, ‘el camino de la libertad era la última salvación del socialismo’.


En este horizonte, Roa reafirmaba la dimensión axiológica del marxismo —su contenido de justicia— con lo que se colocaba contra la matriz economicista del marxismo soviético, preocupado más por la producción que por la justicia. “La plusvalía es más un concepto moral que una categoría económica —explicaba Roa-. Su verdadera significación estriba en implicar una condena inapelable de la expropiación del trabajo ajeno no pagado. Sin ese ‘supuesto moral’, ¿cómo se explicaría ya no la acción política de Marx, sino también el tono de violenta indignación y de amarga sátira que se advierte en cada página de El Capital?”.


El discurso de Roa era frontal sobre el carácter del régimen soviético y su radical diferencia con el proyecto del socialismo. Para el autor de En pie, Stalin había instaurado un régimen totalitario en la URSS a la muerte de Lenin. Sin embargo, su impugnación no partía de los presupuestos del trotskismo, ni del marxismo revolucionario en la línea de Rosa Luxemburgo o Antonio Gramsci.


Su crítica parte de un proyecto definible como ‘socialismo democrático’, estructurado a partir de ‘los valores que le infunden objeto y sentido a la vida humana: soberanía del espíritu, estado de derecho, gobierno representativo, justicia social y conciencia’, valores contrarios para Roa a los que emergen de ‘la antinomia amigo-enemigo como esencia del poder’.


Raúl Roa, el marxismo y la democracia


Este pensador, más no militante, comprendió las características de la creación del capitalismo cubano y vislumbró así que el nacionalismo popular —socialista y antiimperialista— era la ideología de una revolución para el siglo XX en Cuba.


No son muy numerosos los autores que han reivindicado en Cuba a Raúl Roa (1907-1982) como marxista en el período previo a 1959.


Generalmente, los ungidos con ese término son los que militaron en las filas del primer Partido Comunista de Cuba, como Julio Antonio Mella y Rubén Martínez Villena, o, después, como Juan Marinello o Carlos Rafael Rodríguez.


Sin embargo, esa identificación entre marxistas y militantes de ese partido ignora la presencia de una izquierda marxista no partidaria que cuenta con Raúl Roa, pero también con Pablo de la Torriente Brau, Gabriel Barceló Gomila, Leonardo Fernández Sánchez y Aureliano Sánchez Arango entre sus integrantes.


El saber de Roa provenía de una lectura abierta de la historia de las doctrinas sociales. La regimentación de las fuentes del marxismo soviético —que calificaba a todo lo que estuviese fuera de sus márgenes como ‘filosofías burguesas’— es contraria al tipo de erudición y, sobre todo, de enfoque ante la cultura que representa Roa.


Si bien éste admiraba el magisterio de José Ingenieros, ‘hombre excelso’, y celebraba la profundidad de su análisis sobre el imperialismo en Nuestra América, y veía en Benedetto Croce “un filósofo de la libertad (que) por ella padeció y pugnó con el coraje de Sócrates y el denuedo de Spinoza”, también celebraba el papel que desempeñaron los anarquistas en defensa de la República Española.


En Roa aparece la complejidad de la formación histórica de una sociedad colonial. En defensa del principio de la autodeterminación nacional, asocia la nacionalización del Canal de Suez, realizada por Gamal Abdel Nasser, con las nacionalizaciones del Gobierno mexicano de Lázaro Cárdenas.


El principio de la autodeterminación resulta así la “garantía misma de la integridad y desarrollo de los pueblos débiles”.


Roa denunciaba las posiciones tanto de las potencias occidentales como de la Unión Soviética en torno a la causa egipcia.


Con todo, está lejos de considerar a la ‘estructura económica’ como la fuente de todos los problemas y de todas las soluciones.


El autor de Quince años después argumenta sobre las necesidades políticas —en estricto sentido— de un país sometido a tal estatus: “La libertad de expresión es un imperativo biológico para las naciones subdesarrolladas o dependientes, compelidas a defender su ser y propulsar su devenir mediante el análisis crítico y la denuncia pública del origen y procedencia de sus males, vicios y deficiencias”.


Roa comprendió las características de la creación del capitalismo cubano y vislumbró así que el nacionalismo revolucionario —de vocación socialista y antimperialista— era la ideología de una revolución para el siglo XX en la isla.


A ello se debe también su reivindicación de José Martí y, en general, del pensamiento llamado ‘liberal revolucionario’ cubano del siglo XIX. La forma en que incorporó el marxismo a ese saber contrariaba las lecturas propias del dogma: leer la historia cubana a través del marxismo, sin pensar que había sido la doctrina marxista la que prohijó la historia cubana.


La derrota de la Revolución del 30 fue la derrota del radicalismo político en Cuba. Allí, el nacionalismo reformista hegemonizó el mapa ideológico de la década de 1940.


En ese contexto, el marxismo de Roa expresa una pregunta agónica: ¿Dónde debe situarse la izquierda en un contexto progresista?, o ¿‘qué hacer’ al presentarse como única opción viable o ‘racional’ la elección del ‘mal menor’?


Roa entendía que la actitud de la izquierda debía partir de una exégesis ideológica: no responde esa pregunta en el contexto de una coyuntura, sino en el contexto de una ideología. El problema radica en elaborar una práctica política que no esté dominada por el fanatismo de la ‘toma del poder’ en cualquier circunstancia —como era el caso de la alianza de 1938 entre los comunistas cubanos con Fulgencio Batista—, sino basada en la preocupación por la cultura revolucionaria a través de la cual se ha de ejercer poder político.


Las actitudes políticas de Roa tienen este denominador común: ejercer poder político desde el Estado solo tiene sentido si se conserva la identidad del movimiento revolucionario. No servirá alcanzar el poder político si en el camino yace tendido el cuerpo del proyecto: “Lo que no se puede es estar con Batista. Lo que no se debe es pactar con el enemigo, ni con las fuerzas que antes lo apoyaron e intentan, por trasmano, imponerlo de nuevo. Eso no se puede ni se debe hacer, aunque esa alianza entrañara la conquista misma del poder por vía electoral”, afirmaba Roa.


Ese programa no puede confundirse a secas con una crítica ‘democrática’ porque no se enfoca solo en las condiciones de ejercicio del poder político como en la intelección de su origen, de la raíz de su legitimidad, lo que la sitúa en el campo de la crítica socialista.


En ella, el concepto del origen popular del poder político es el reverso simétrico de la fuente de los totalitarismos.


La crítica contra la dominación, bien sea autoritaria o carismática, se hace en nombre de una política ejercida desde el canon de la soberanía del ciudadano.


Roa impugna la política del hombre de excepción desde el paradigma de una praxis política socialista: los problemas del país no necesitan de mesías sino de ciudadanos, la política revolucionaria se hace para el pueblo, pero no se hace a través de adalides erigidos en su nombre, sino a través de la entera politización de la ciudadanía, pues las políticas hechas aún para el pueblo pero sin el pueblo sustraen a las clases revolucionarias de poder conferir el alcance, la extensión, la profundidad, a la Revolución.

El Telégrafo



Raúl Roa y el ‘socialismo de la esclavitud’ (I)




Martí, Marx y Lenin en Raúl Roa (1920-1935): Reflexiones en su centenario








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