Tras el traspaso de la corona de Fernando VII a José Bonaparte, hermano
de Napoleón Bonaparte, se produjo el movimiento juntista en la metrópoli
hispana. Finalmente se convocaron las Cortes en la ciudad de Cádiz. Por las
dificultades de comunicación, debido a la guerra con los franceses y porque el
proceso de Emancipación americana se había iniciado muy pocos delegados eran
originarios de América.
Además, el único representante de los pueblos originarios fue Dionisio
Inca Yupanqui, nacido en Cusco quien dio un discurso tan emotivo que provocó un
cerrado aplauso de aceptación. Es interesante porque pocas veces se registran
estas muestras en las actas de las Cortes de Cádiz que, finalmente en 1812
aprobaron una constitución liberal, que fue derogada por Fernando VII luego de
su restauración.
Aquí transcribimos esa alocusión de Dionisio Inca Yupanqui:
El Sr. INCA pidió entonces la palabra, y leyó el papel siguiente:
“Señor, Diputado suplente por el vireinato del Perú, no he venido a ser
uno de los individuos que componen este cuerpo moral de V.M. para lisonjearle,
para consumar la ruina de la gloriosa y atribulada España, ni para sancionar la
esclavitud de la virtuosa América, He venido sí, á decir á V.M. con el respeto
que debo y con el decoro que profeso, verdades amarguísimas y terribles si V.M.
las desestima; consoladoras y llenas de salud, si las aprecia y las ejercita en
beneficio de su pueblo. No haré, Señor, alarde ni ostentación de mi conciencia;
pero sí diré que reprobando esos principios arbitrarios de alta y baja
política, empleados por el despotismo, solo sigo los recomendados por el Evangelio
de V.M. y yo profesamos. Me prometo, fundado en los principios de equidad que
V.M. tiene adoptados, que no querrá hacer propio suyo este pecado gravísimo de
notoria y antigua injusticia en que han caido todos los Gobiernos anteriores:
pecado que en mi juicio es la primera ó quizá la única causa por que la mano
poderosa de un Dios irritado pesa tan gravemente sobre este pueblo nobilísimo,
digno de mejor fortuna. Señor, la justicia divina protege á los humildes, y me
atrevo á asegurar á V.M., sin hallarme ilustrado por el espíritu de Dios, que
no acertará á dar un paso seguro en la libertad de la Pátria mientras no se
ocupe con todo esmero y diligencia en llenar sus obligaciones con las Américas:
V.M. no las conoce. La mayor parte de sus Diputados y de la Nación apenas
tienen noticia de ese dilatado continente. Los Gobiernos anteriores le han
considerado poco, y solo han procurado asegurar las remesas de este precioso
metal, origen de tanta inhumanidad, del que no han sabido aprovecharse. Le han
abandonado al cuidado de hombres codiciosos é inmorales; y la indiferencia
absoluta con que han mirado sus más sagradas relaciones con este país de
delicias, ha llenado la medida de la paciencia del Padre de las misericordias,
y forzándole á que derrame parte de la amargura con que se alimentan aquellos
naturales sobres nuestras provincias europeas. Apenas queda tiempo ya para
despertar del letargo y para abandonar los errores y preocupaciones hijas del
orgullo y vanidad. Sacuda V.M. apresuradamente las envejecidas y odiosas
rutinas, y bien penetrado de nuestras presentes calamidades son el resultado de
tan larga época de delitos y prostituciones, no arroje de su sena la antorcha
luminosa de la sabiduría, ni se prive del ejercicio de las virtudes. Un pueblo que oprime a otro no puede ser libre. V.M.
toca con las manos esta terrible verdad. Napoleón, tirano de Europa, su
esclava, apetece marcar con este sello a la generosa España. Esta, que lo
resiste valerosamente, no advierte el dedo del Altísimo, ni conoce que se le
castiga con la misma pena que por tres siglos hace sufrir á sus inocentes
hermanos. Como Inca, Indio y Americano, ofrezco á la consideración de V.M. un
cuadro sumamente instructivo. Dígnese hacer de él una comparada aplicación, y
sacará consecuencias muy sabias é importantes. Señor, ¿resistirá V.M. á tan
imperiosas verdades? ¿Será insensible á las ansiedades des sus súbditos
europeos y americanos? ¿Cerrará V. M. ojos para no ver con tan brillantes luces
el camino que aún le manifiesta el cielo para su salvación? No, no sucederá
así; yo lo espero lleno de consuelo en los principios religiosos de V.M. y en
la ilustrada política con que procura señalar y asegurar sus soberanas
deliberaciones.”
Leído este papel, presentó una fórmula de decreto reducido á mandar á los
vireyes y presidentes de las Audiencias de América que con suma escrupulosidad
protejan a los indios, y cuiden de que no sean molestados ni afligidos en sus
personas y propiedades, ni se perjudique en manera alguna á su libertad
personal, privilegios, etc.
Se oyó todo con aplauso, y al tiempo de votarse dijo
El Sr. ESPIGA: Me parece muy laudable la proposición del señor
preopinante, pero la encuentro demasiado general. Debía individualizarse
por artículos, y acompañarle una instrucción que fuese materia de
discusión.
Los Sres PRESIDENTE Y VICEPRESIDENTE dijeron que este sería el fruto de
la discusión, á la cual fue admitida dicha proposición por unanimidad de votos.
El Sr. VILLANUEVA dijo: Creo que la proposición no debía discutirse, sino
aprobarse por aclamación, no siendo más que un extracto de la legislación de
Indias en esta parte.
El Sr ARGUELLES: Admiro, dijo, el celo filantrópico del Sr. Inca; pero
soy de dictamen que conforme al Reglamento se deje para otro día la discusión,
porque acaso el Sr. Inca convendrá conmigo en que pueda variarse o modificarse
alguna expresión.
Con esto terminó la sesión.
16 de diciembre de 1810. Nro. 81.
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