lunes, 20 de noviembre de 2017

F. Engels. El programa de los emigrados blanquistas de la Comuna



(ARTICULO II DE LA SERIE "LITERATURA DE LOS EMIGRADOS")[1]
Escrito: Por Engels en junio de 1874.
Primera edición: En el periódico Der Volkstaat, núm. 73, del 20 de junio de 1874, así como en el libro de F. Engels, Internationales aua dem "Volkstaat" (1871-1875), Berlín, 1894.
Esta Edición: Marxists Internet Archive, 2003.
Fuente: C. Marx & F. Engels, Obras Escogidas (en 3 tomos), Moscú, Editorial Progreso, 1974. Tomo II.








Después de toda revolución o contrarrevolución abortada, los emigrados que se refugian en el extranjero despliegan una actividad febril. Se forman grupos partidarios de diversos matices, cada uno de los cuales reprochan a los otros el haber llevado el carro al tremedal y los acusa de traición y de toda clase de pecados mortales. Mientras tanto conservan estrecho contacto con la patria, organizan, conspiran, publican octavillas y periódicos, juran que va a «recomenzar» dentro de veinticuatro horas, que la victoria es segura, en previsión de lo cual distribuyen desde ya los puestos gubernamentales. Como es lógico, se va de desilusión en desilusión, y como eso no se relaciona con las inevitables condiciones históricas, a las que no se quiere comprender, sino que se atribuye a errores fortuitos de unas u otras personas, las acusaciones recíprocas se acumulan y todo desemboca en una cizaña general. Tal es la historia de todas las emigraciones, desde los emigrados realistas de 1792 hasta nuestros días; y los emigrados que no pierden el sentido común y la razón procuran apartarse lo más posible de las riñas estériles en cuanto se presenta la menor posibilidad de hacerlo con tacto, y se ocupan de algo más útil.


La emigración francesa después de la Comuna tampoco ha evitado esa fatalidad. En virtud de la campaña europea de calumnias que ha afectado por igual a todos, más que nada en Londres, ya que se encuentra aquí el centro común, que la emigración francesa ha hallado en el Consejo General de la Internacional, ha debido contener por cierto tiempo, aunque no sea más que ante el mundo exterior, sus querellas intestinas, pero a lo largo de los dos años últimos ya no ha estado en condiciones de ocultar el proceso acelerado de disgregación. Una franca enemistad ha estallado por doquier. En Suiza, una parte de los emigrados, se adhirió a los bakuninistas particularmente bajo la influencia de Malón, que fue uno de los fundadores de la Alianza secreta. Después, en Londres, los llamados blanquistas se separaron de la Internacional para constituir un grupo autónomo llamado «La comuna revolucionaria». Luego han aparecido multitud de otros grupos que, no obstante, se han visto en estado de incesante transformación y reorganización y no han hecho nada que valga ni siquiera en materia de manifiestos; en cambio, los blanquistas, en su proclama a los «Communeux»[*] , han dado a conocer su programa al mundo entero.

No se llaman blanquistas por representar un grupo fundado por Blanqui —de los treinta y tres signatarios del programa, sólo dos o tres, todo lo más, habrán tenido alguna ocasión de hablar con él—, sino porque quieren actuar con arreglo a su espíritu y tradición. Blanqui es esencialmente un revolucionario político; no es socialista más que de sentimiento, por indignarse con los sufrimientos del pueblo, pero no posee teoría socialista ni propuestas prácticas definidas para la reorganización de la sociedad. En su actividad política no es sino un «hombre de acción» convencido de que una pequeña minoría bien organizada, al intentar en un momento oportuno efectuar un golpe de mano revolucionario, puede llevar a las masas del pueblo, tras de alcanzar algunos éxitos iniciales, a realizar una revolución victoriosa. Bajo Luis Felipe pudo organizar semejante núcleo, por supuesto, sólo como sociedad secreta, y ocurrió lo que suele ocurrir en las conspiraciones: los hombres, hartos de contenerse sin cesar y de escuchar promesas de que la cosa no tardaría en comenzar, terminaron por perder la paciencia, se rebelaron, y hubo de elegir una de dos: dejar que se disolviese la conspiración o comenzar la insurrección sin ningún motivo aparente. La insurrección estalló (el 12 de mayo de 1839) y fue aplastada en el acto. Por cierto, esta conspiración de Blanqui fue la única de la que la policía no consiguió hallar las huellas; la insurrección fue para ella como un rayo de un cielo sereno. De la idea blanquista de que toda revolución es obra de una pequeña minoría revolucionaria se desprende automáticamente la necesidad de una dictadura inmediatamente después del éxito de la insurrección, de una dictadura no de toda la clase revolucionaria, del proletariado, como es lógico, sino del contado número de personas que han llevado a cabo el golpe y que, a su vez, se hallan ya de antemano sometidas a la dictadura de una o de varias personas.



Como vemos, Blanqui es un revolucionario de la generación pasada.


Estas ideas acerca de la marcha de los acontecimientos revolucionarios, al menos para el partido obrero alemán, han envejecido ya desde hace mucho tiempo y, en Francia, no pueden contar con la aprobación más que de los obreros menos maduros o más impacientes. Veremos igualmente que, también en el programa en cuestión, estas ideas han sufrido ciertas restricciones. Sin embargo, igualmente nuestros blanquistas de Londres se guían por el mismo principio de que las revoluciones no se hacen de por sí; que son obra de una minoría relativamente contada y se efectúan con arreglo a un plan fijado de antemano y, finalmente, que la cosa puede «comenzar pronto» de un momento a otro.


Los que se guían por tales principios se ven, naturalmente, víctimas irremediables de las ilusiones propias de los emigrados y se lanzan de un absurdo a otro. Lo que más quieren es desempeñar el papel de Blanqui, el «hombre de acción». Pero aquí no basta la buena voluntad; no todo el mundo posee el instinto revolucionario de Blanqui y su rápida capacidad de decisión, y por más que Hamlet hable de energía, no dejará de ser Hamlet. Y cuando nuestros treinta y tres hombres de acción no tienen absolutamente nada que hacer en este dominio, al que llaman acción, nuestros treinta y tres Brutos incurren en una contradicción, más cómica que trágica, con ellos mismos, en una contradicción que no se hace en absoluto más trágica al asumir una apariencia sombría como si cada uno fuese un «Möros con puñal escondido» [2], lo cual, por cierto, ni siquiera se les ocurre. ¿Qué hacen, pues? Preparan la «explosión» siguiente, redactando de antemano las listas de proscripción, a fin de depurar (épurer) las filas de los hombres que han participado en la Comuna; por eso, los demás emigrados los llaman puros (les purs). No sé si aceptan ellos mismos ese título, además, a algunos de ellos no les vendría bien de ninguna manera. Sus reuniones se celebran a puertas cerradas y las decisiones deben guardarse en secreto, lo cual, no obstante, no impide que toda la barriada francesa hable de ellas la mañana siguiente. Y, como ocurre siempre con semejantes hombres de acción graves que no tienen nada que hacer, han entablado una discusión primero personal y luego literaria, con un adversario digno, uno de los individuos más sospechosos de la pequeña prensa parisina, con un cierto Vermersch, que bajo la Comuna publicaba el periódico "Le Père Duchêne", triste caricatura del periódico de Hébert de 1793 [3]. Como respuesta a su virtuosa indignación, este noble caballero los califica a todos de «granujas o cómplices de granujas» en uno de sus libelos, cubriéndolos de profusa colección de injurias obscenas:

«Cada palabra es un bacín y, además, lleno»[**].

¡Y con semejante adversario nuestros treinta y tres Brutos estiman oportuno liarse en público!


Lo que sí está fuera de duda es que, después de la agotadora guerra, después del hambre en París y sobre todo después de la horrible matanza de las jornadas de mayo de 1871, el proletariado parisino necesita un largo período de reposo para recuperar las fuerzas y que toda tentativa prematura de insurrección corre el riesgo de llevar a una nueva derrota, posiblemente aún más tremenda. Nuestros blanquistas se atienen a otro criterio.


A su juicio, la disgregación de la mayoría monárquica en Versalles anuncia:

«La caída de Versalles, la revancha de la Comuna. Ya que nos acercamos a uno de esos grandes momentos históricos, a una de esas grandes crisis cuando el pueblo, diríase sumido en la miseria y condenado a muerte, vuelve a emprender con redoblada fuerza su marcha revolucionaria».


Así que la cosa vuelve a comenzar y, además, ahora mismo. Esta esperanza de una inmediata «revancha de la Comuna» no es una simple ilusión de emigrados; es un símbolo de fe indispensable para los que se han metido en la cabeza que deben ser «hombres de acción» cuando no hay nada que hacer en absoluto en su sentido, en el sentido de la insurrección revolucionaria.

Lo mismo de siempre. Como ya comienza, les parece que «ha llegado el momento en que todos los emigrados que todavía poseen alguna vitalidad deben definir su posición».

Y, además, los treinta y tres nos declaran que son 1) ateos, 2) comunistas y 3) revolucionarios.


Nuestros blanquistas poseen con los bakuninistas el rasgo común de pretender representar la corriente más avanzada y más extrema. Esta es la razón de que, por cierto, pese a lo opuesto de sus objetivos, coincidan con ellos en cuanto a los medios. Por tanto, trátese de ser más radicales que los otros en lo concerniente al ateísmo. Afortunadamente, en nuestros días no es ya difícil ser ateo. El ateísmo es una cosa que se sobreentiende en los partidos obreros europeos, aunque, en ciertos países, revista con frecuencia el mismo carácter que el de ese bakuninista español que ha declarado: «creer en Dios es contrario a todo socialismo, pero creer en la Virgen María es diferente, todo socialista decente debe creer en ella». Se puede decir incluso que, para la gran mayoría de los obreros socialdemócratas alemanes, el ateísmo es una etapa ya pasada; esta palabra puramente negativa ya no es aplicable a ellos, puesto que no se oponen ya teóricamente, sino prácticamente a la creencia en Dios; simplemente han dado al traste con Dios, viven y piensan en el mundo real, por cuya razón son materialistas. Indudablemente lo mismo se observa en Francia. Si eso no es así, lo más sencillo es difundir entre los obreros la excelente literatura materialista francesa del siglo pasado, literatura en que hasta el momento, tanto por su forma, como por el contenido, ha encontrado su más alta expresión el espíritu francés, literatura que, habida cuenta del nivel de la ciencia a la sazón, se halla, por el contenido, a una altura infinita y sigue, por la forma, siendo un modelo sin par. Ahora bien, eso no les agrada a nuestros blanquistas. A fin de probar que son más radicales que todos, Dios, al igual que en 1793, es abolido por decreto:


«Que la Comuna libere para siempre a la humanidad de este espectro de miserias pasadas» (de Dios), «de esta causa» (¡Dios inexistente es una causa!) «de sus miserias presentes. En la Comuna no cabe el sacerdote; todo servicio religioso, toda organización religiosa debe prohibirse».

¡Y esta exigencia de convertir al pueblo en ateos par ordre du mufti[***] viene firmada por dos miembros de la Comuna, que habrán tenido la ocasión de convencerse, primero, de que se pueden escribir en el papel todas las órdenes que se quiera sin hacerse nada para asegurar su cumplimiento en la práctica y, segundo, que las persecuciones son el mejor medio para afirmar las convicciones indeseables! Una cosa está clara: el único servicio que en nuestros días se puede todavía prestar a Dios es proclamar el ateísmo como símbolo de fe coercitivo y sobrepasar las leyes anticlericales de Bismarck acerca de la Kulturkampf [4], prohibiendo la religión en general.


El segundo punto del programa es el comunismo.


Aquí nos encontramos ya en un terreno más familiar, ya que el barco en que se navega se denomina "Manifiesto del Partido Comunista" publicado en febrero de 1848 [****]. Ya en otoño de 1872, cinco blanquistas salidos de la Internacional se declararon partidarios de un programa socialista que coincidía en todos los puntos esenciales con el programa del comunismo alemán actual y motivaron su salida sólo con el que la Internacional se había negado a jugar a la revolución a la manera de estos cinco. Hoy, el [406] consejo de los treinta y tres adopta este programa con toda su concepción materialista de la historia, aunque su traducción en francés blanquista deje mucho que desear allí donde el texto del "Manifiesto" no ha sido reproducido casi literalmente, como, por ejemplo, en el lugar siguiente:

«De la explotación del trabajo, expresión última de todas las formas de esclavitud, la burguesía ha quitado los velos místicos que la encubrían antes: los gobiernos, las religiones, la familia, las leyes y las instituciones, lo mismo del pasado que del presente, aparecen, en fin, en esta sociedad reducidos a la simple oposición entre capitalistas y obreros asalariados, como instrumentos de opresión por medio de los cuales la burguesía mantiene su dominación y subyuga al proletariado».


Compárese con eso la sección I del "Manifiesto Comunista":

«En una palabra, en lugar de la explotación velada por ilusiones religiosas y políticas, ha establecido una explotación abierta, descarada, directa y brutal.

La burguesía ha despojado de su aureola a todas las profesiones que hasta entonces se tenían por venerables y dignas de piadoso respeto. Al médico, al jurisconsulto, al sacerdote, al poeta, al hombre de ciencia, los ha convertido en sus servidores asalariados.

La burguesía ha desgarrado el velo de emocionante sentimentalismo que encubría las relaciones familiares, y las ha reducido a simples relaciones de dinero», etc. [*****]

Pero, en cuanto bajamos de la teoría a la práctica se revela la peculiaridad distintiva de los treinta y tres:

«Nosotros somos comunistas porque queremos llegar a nuestra meta sin detenernos en paradas intermedias, sin aceptar compromisos, que no hacen más que alejar el día de la victoria y prolongar la esclavitud».


Los comunistas alemanes son comunistas porque a través de todas las paradas intermedias y los compromisos creados por la marcha del desarrollo histórico, y no por ellos, ven claramente y persiguen constantemente la meta final: la supresión de las clases y la construcción de una sociedad en la que no habrá lugar para la propiedad privada sobre la tierra y sobre todos los medios de producción. Los treinta y tres blanquistas son comunistas porque se figuran que, desde el momento en que su deseo es saltarse las paradas intermedias y los compromisos, la cosa está hecha, y que si «comienza» esos días, de lo que están segurísimos, y si toman el poder en sus manos, pasado mañana «será instaurado el comunismo». Por consiguiente, si no se puede hacerlo en el acto, no son comunistas.

¡Qué ingenuidad pueril el presentar la impaciencia de uno mismo como argumento teórico!

Finalmente, nuestros treinta y tres son «revolucionarios».

Por lo que se refiere a palabras pomposas, los bakuninistas, como se sabe, han alcanzado los límites humanamente posibles; sin embargo, nuestros blanquistas estiman que es su deber superarlos. Pero, ¿de qué manera? Es sabido que todo el proletariado socialista, desde Lisboa y Nueva York hasta Budapest y Belgrado, ha asumido en seguida en bloc la responsabilidad por los actos de la Comuna de París. Esto les parece poco a nuestros blanquistas:


«En lo que nos toca a nosotros, reivindicamos nuestra parte de responsabilidad por las ejecuciones» (bajo la Comuna) «de enemigos del pueblo» (sigue el recuento de los fusilados) «reivindicamos nuestra parte de responsabilidad por los incendios efectuados para destruir los instrumentos de opresión monárquica o burguesa o para proteger a los combatientes».

En toda revolución se cometen inevitablemente multitud de necedades, lo mismo que en otras épocas; y cuando, finalmente, los hombres se tranquilizan para recobrar la capacidad de crítica, sacan forzosamente la conclusión: hicimos muchas cosas que hubiera sido mejor evitar, y no hicimos muchas cosas que había que hacer, por cuya razón las cosas marcharon tan mal.

Ahora bien, ¡qué falta de crítica se precisa para canonizar la Comuna, proclamarla impecable, afirmar que con cada casa quemada, con cada rehén fusilado se ha procedido debidamente basta el último punto sobre la i! ¿No será eso lo mismo que afirmar que en la semana de mayo el pueblo fusiló precisamente a aquellos hombres que lo merecían, y no más, quemó precisamente los edificios que debían ser quemados, y no más? ¿Acaso no es lo mismo que afirmar que durante la primera revolución francesa cada decapitado recibió lo merecido, primero los guillotinados por orden de Robespierre, y después el propio Robespierre? He aquí los infantilismos a que se llega cuando personas, en esencia, de espíritu muy pacífico dejan rienda suelta a su afán de pareceres muy terribles.

Basta. A pesar de todas las memeces de los emigrados y de sus intentos cómicos de dar al pequeño Carlos (o ¿Eduardo?)[******] un aspecto terrible, no se puede por menos de advertir en este programa un importante paso adelante. Es el primer manifiesto en el que los obreros franceses se adhieren al comunismo alemán moderno. Es más, son los obreros de la corriente que considera a los franceses el pueblo elegido de la revolución, y París, la Jerusalén revolucionaria. El que hayan llegado a eso viene a ser un mérito incontestable de Vaillant [*******], cuya firma, entre otras, figura al pie del manifiesto y que, como se sabe, conoce a fondo el idioma alemán y la literatura socialista alemana. En cuanto a los obreros socialistas alemanes, que probaron en 1870 que estaban completamente libres de todo chovinismo nacional, pueblen considerar como una buena señal el que los obreros franceses adopten tesis teóricas justas, aunque éstas procedan de Alemania.


NOTAS
[*] Confederados. (N. de la Edit.)
[**] Heine. "La disputa". (N. de la Edit.).
[***] Por orden de arriba. (N. de la Edit.)
[****] Véase la presente edición, tomo 1, págs. 110-140. (N. de la Edit.)
[*****] Véase la presente edición, t. 1, pág. 113. (N. de la Edit.)
[******] Alusión a Eduardo Vaillant. (N. de la Edit.)
[*******] Vaillant, Eduardo María (1840-1915): socialista francés, blanquista; miembro de la Comuna de París y del Consejo General de la I Internacional (187-1872); participante del Congreso Obrero Socialista Internacional de 1889; uno de los fundadores del Partido Socialista de Francia (1901); durante la primera guerra mundial mantuvo las posiciones del socialchovinismo.- 196, 407.


[1] 268. La obra de Engels "El programa de los emigrados blanquistas de la Comuna" es el segundo artículo de la serie "Literatura de los emigrados", publicada en el periódico "Volksstaat" en junio de 1874-abril de 1875. Aclarando las nuevas tendencias en el desarrollo del movimiento socialista francés, Engels pone al descubierto los principales errores de los emigrados blanquistas de la Comuna, reflejados en el folleto "Aux Communeux" («A los federados.) Haciendo constar un considerable cambio en las concepciones de los emigrados blanquistas en Londres —su aproximación al comunismo científico—, Engels critica, a la vez, su táctica conspiradora, su voluntarismo, su absoluta negación de cualquier compromiso en la marcha de la lucha revolucionaria del proletariado.- 401.

[2] Morös: personaje de una poesía de Schiller.- 403.

[3] 269. "Le Père Duchesne" («El padre Duchesne»), periódico francés que J. Hébert publicó en París de 1790 a 1794; expresaba los estados de ánimo de las masas semiproletarias de la ciudad.
"Le Père Duchêne" («El padre Duchêne»), diario francés que Vermersch publicó en París del 6 de marzo al 21 de mayo de 1871, era próximo, por su orientación, a la prensa blanquista.- 404.

[4] 270. "Kulturkamf" («Lucha por la cultura»), denominación dada por los liberales burgueses al sistema de medidas del Gobierno de Bismarck en los años 70 del siglo XIX aplicadas so pretexto de lucha por la cultura laica y dirigidas contra la Iglesia católica y el partido del centro, que apoyaban las tendencias separatistas y antiprusianas de los terratenientes, de la burguesía y de una parte de los campesinos de las comarcas católicas de Prusia y de los Estados del Sudoeste de Alemania. Alegando la necesidad de combatir el catolicismo, el Gobierno de Bismarck reforzó igualmente la opresión nacional en las tierras polacas que habían caído bajo la dominación de Prusia. Esta política de Bismarck se planteaba también fomentar las pasiones religiosas para distraer a los obreros de la lucha de clases. A principios de los años 80, al crecer el movimiento obrero, Bismarck abolió una gran parte de estas medidas, a fin de unir las fuerzas reaccionarias.- 405.




K. Marx & F. Engels  OBRAS ESCOGIDAS EN 3 TOMOS
(En formato PDF)


Obras Escogidas de C. Marx y F. Engels Tomo I


Obras Escogidas de C. Marx y F. Engels Tomo III


F. Engels. Los bakuninistas en acción. Memoria sobre el levantamiento en España en el verano de 1873


Advertencia preliminar al artículo "Los bakuninistas en acción"
Para facilitar la comprensión de la siguiente Memoria, consignaremos aquí unos cuantos datos cronológicos.
El 9 de febrero de 1873, el rey Amadeo, harto ya de la corona de España, abdicó. Fue el primer rey huelguista. El 12 fue proclamada la República. Inmediatamente, estalló en las Provincias Vascongadas un nuevo levantamiento carlista.

El 10 de abril fue elegida una Asamblea Constituyente, que se reunió a comienzos de junio, y el 8 de este mes fue proclamada la República federal. El 11 se constituyó un nuevo ministerio bajo la presidencia de Pi y Margall. Al mismo tiempo, se eligió una comisión encargada de redactar el proyecto de la nueva Constitución, pero fueron excluidos de ella los republicanos extremistas, los llamados intransigentes. Cuando, el 3 de julio, se proclamó la nueva Constitución, ésta no iba tan lejos como los intransigentes pretendían en cuanto a la desmembración de España en «cantones independientes». Así, pues, los intransigentes organizaron al punto alzamientos en provincias. Del 5 al 11 de julio, los intransigentes triunfaron en Sevilla, Córdoba, Granada, Málaga, Cádiz, Alcoy, Murcia, Cartagena, Valencia, etc., e instauraron en cada una de estas ciudades un gobierno cantonal independiente. El 18 de julio dimitió Pi y Margall y fue sustituido por Salmerón, quien inmediatamente lanzó a las tropas contra los insurrectos. Éstos fueron vencidos a los pocos días, tras ligera resistencia; ya el 26 de julio, con la caída de Cádiz, quedó restaurado el poder del Gobierno en toda Andalucía y, casi al mismo tiempo, fueron sometidas Murcia y Valencia; únicamente Valencia luchó con alguna energía.

Y sólo Cartagena resistió. Ese puerto militar, el mayor de España, que había caído en poder de los insurrectos junto con la Marina de Guerra, estaba defendido por tierra, además de por la muralla, por trece fortines destacados y no era, por tanto, fácil de tomar. Y, como el Gobierno se guardaba muy mucho de destruir su propia base naval, el «Cantón soberano de Cartagena» vivió hasta el 11 de enero de 1874, día en que por fin capituló, porque, en realidad, no tenía en el mundo nada mejor que hacer.

De esta ignominiosa insurrección, lo único que nos interesa son las hazañas todavía más ignominiosas de los anarquistas bakuninistas; únicas que relatamos aquí con cierto detalle, para prevenir con este ejemplo al mundo contemporáneo.

Escrito a comienzos de enero de 1894.
Publicado en el libro de Engels,

Internacionales aus dem "Volkstaat" (1871-1875),
Berlín, 1894.



C. Marx & F. Engels
Las pretendidas escisiones en la Internacional[1]

Escrito: Por C. Marx y F. Engels, en Londres, entre mediados de enero y el 5 de marzo de 1872.


F. Engels  ACERCA DE LA CUESTION SOCIAL EN RUSIA



F. Engels
ACERCA DE LA CUESTION SOCIAL EN RUSIA
(ARTICULO II DE LA SERIE "LITERATURA DE LOS EMIGRADOS")[1]
Escrito: Por Engels en abril de 1875, con adicion de "palabras finales" escritas en enero de 1894.

Primera edición: En el periódico Der Volksstaat, núms. 43, 44 y 45, del 16, 18 y 21 de abril de 1875 y en folleto aparte: F. Engels. Soziales aus Russland, Leipzig, 1875, así como en el libro: F. Engels. Internationales aus de «Volksstaat» (1871-1875), Berlin, 1894.
Esta Edición: Marxists Internet Archive, 2003.
Fuente: C. Marx & F. Engels, Obras Escogidas (en 3 tomos), Moscú, Editorial Progreso, 1974. Tomo II.



Karl Marx La guerra civil en Francia- La Comuna de París




La versión en inglés, viene del texto de Rosa Luxemburgo

Rosa Luxemburgo Blanquismo y socialdemocracia (Junio ​​de 1906)
El camarada Plejánov ha publicado un artículo exhaustivo en el Courrier titulado: ¿Hasta dónde llega el derecho? , en la que acusa a los bolcheviques del blanquismo.

1. El artículo fue publicado realmente no en 1873, sino el 26 de junio de 1874 en Der Volksstaat , órgano central del Partido Obrero Socialdemócrata Alemán. Ver Friedrich Engels: El Programa de los Blanquistas Fugitivos de la Comuna de París .
9. Luxemburgo se refiere a lo que se debe hacer de Lenin. , que ella misma había criticado en un artículo de 1904.


Hace referencia a este otro trabajo de Rosa Luxemburgo del 1904.



El programa de los Blanquistas Fugitivos de la Comuna de París
Publicado por primera vez: en Der Volksstaat , No.73, 26 de junio de 1874
Traducido: Ernest Untermann para International Socialist Review, Volumen IX, No. 2, agosto de 1908;
Transcrito: para marxists@marx.org, mayo de 2002.


DESPUÉS DEL FRACASO de cualquier revolución o contra revolución, se desarrolla una actividad febril entre los fugitivos, que han escapado a países extranjeros. Las partes de diferentes tonos forman grupos, se acusan mutuamente de haber conducido el carro al barro, se acusan mutuamente de traición y de todos los pecados imaginables.

Al mismo tiempo, permanecen en estrecho contacto con el país de origen, organizan, conspiran, imprimen folletos y periódicos, juran que el problema comenzará de nuevo dentro de las veinticuatro horas, que la victoria es cierta, y distribuyen las diversas oficinas gubernamentales de antemano en la fuerza de esta anticipación.

Por supuesto, la decepción sigue a la desilusión, y como esto no se atribuye a las inevitables condiciones históricas, que se niegan a entender, sino a los errores accidentales de los individuos, las acusaciones mutuas se multiplican y todo el asunto termina con una gran disputa. Esta es la historia de todos los grupos de fugitivos de los emigrantes realistas de 1792 hasta la actualidad. Esos fugitivos, que tienen algún sentido y comprensión, se retiran de la disputa inútil tan pronto como puedan hacerlo con corrección y se dediquen a cosas mejores.


Los emigrantes franceses después de la Comuna no escaparon a este desagradable destino.


Debido a la campaña europea de calumnias, que atacó a todo el mundo sin distinción, y fue obligado especialmente en Londres, donde tenían un centro común en el Consejo General de la Asociación Internacional de Trabajadores, por el momento, para reprimir sus problemas internos antes de la mundo, no habían sido capaces, durante los últimos dos años, de ocultar los signos de avance de la desintegración. La pelea abierta estalló en todas partes. En Suiza, una parte de ellos se unió a los bakounistas, principalmente bajo la influencia de Malon, que fue uno de los fundadores de la alianza secreta. Entonces los llamados Blanquistas en Londres se retiraron de la Internacional y formaron un grupo propio bajo el título de "La Comuna Revolucionaria". Fuera de ellos, muchos otros grupos surgieron más tarde, que continúan en un estado de transformación y modulación incesantes y no han emitido nada esencial en forma de manifiestos. Pero los blanquistas simplemente están dando a conocer su programa al mundo mediante una proclamación al "Communeux".


A estos blanquistas no se los llama por este nombre porque son un grupo fundado por Blanqui. Solo algunos de los treinta y tres firmantes de este programa alguna vez han hablado personalmente con Blanqui. Prefieren expresar el hecho de que pretenden ser activos en su espíritu y según sus tradiciones.
Blanqui es esencialmente un revolucionario político. Él es un socialista solo a través del sentimiento, por su simpatía con los sufrimientos de la gente, pero no tiene una teoría socialista ni ninguna sugerencia práctica definida para los remedios sociales. En su actividad política era principalmente un "hombre de acción", creyendo que una minoría pequeña y bien organizada, que intentaría un golpe de fuerza político en el momento oportuno, podría llevar a la masa de gente con ellos por unos pocos éxitos en el comienzo y así hacer una revolución victoriosa. Por supuesto, él podría organizar ese grupo bajo el reinado de Louis Phillippe solo como una sociedad secreta. Entonces la cosa, que generalmente ocurre en el caso de las conspiraciones, naturalmente tuvo lugar. Sus hombres, cansados ​​de seres que se mantienen alejados todo el tiempo por las vacías promesas de que pronto comenzará el brote, finalmente pierden toda la paciencia, se vuelven rebeldes, y solo queda la alternativa de dejar que la conspiración caiga en pedazos o se desate sin ninguna aparente provocación. Hicieron una revolución el 12 de mayo de 1839 y fueron rápidamente aplastados. Por cierto, esta conspiración de Blanquist fue la única en la que la policía nunca pudo establecerse. El golpe cayó de un cielo despejado.


De la suposición de Blanqui, de que cualquier revolución puede ser hecha por el estallido de una pequeña minoría revolucionaria, sigue por sí misma la necesidad de una dictadura después del éxito de la empresa. Esta es, por supuesto, una dictadura, no de toda la clase revolucionaria, del proletariado, sino de la pequeña minoría que ha hecho la revolución, y que ellos mismos están previamente organizados bajo la dictadura de uno o varios individuos.

Vemos, entonces, que Blanqui es un revolucionario de la generación anterior.

Estas concepciones de la marcha de los acontecimientos revolucionarios han quedado obsoletas durante mucho tiempo, al menos para el partido obrero alemán, y no encontrarán mucha simpatía en Francia, excepto entre los trabajadores menos maduros o más impacientes. También notaremos que están sujetos a ciertas restricciones en el presente programa. Sin embargo, nuestros blanquistas de Londres están de acuerdo con el principio de que las revoluciones no se hacen a sí mismas, sino que se hacen; que están hechos por una minoría relativamente pequeña y después de un plan previamente concebido; y finalmente, que pueden hacerse al tiempo de aliado, y que "pronto".
Es una cuestión de curso que tales principios entregarán a un hombre irremediablemente en las manos de todos los autoengaños de la vida de un fugitivo y lo conducirán de una locura a otra. Él quiere, sobre todo, interpretar el papel de Blanqui, "el hombre de acción". Pero poco puede lograrse por mera buena voluntad. No todos tienen el instinto revolucionario y la decisión rápida de Blanqui. Hamlet puede hablar de mucha energía, él seguirá siendo Hamlet. Y si nuestros treinta y tres hombres de acción no pueden encontrar nada que hacer en lo que llaman el campo de acción, entonces estos treinta y tres Brutus entran en un conflicto más cómico que trágico consigo mismos. Lo trágico de su situación no se ve incrementado por los hombres oscuros que ellos suponen, como si fueran tantos asesinos de tiranos con estiletes en sus pechos.


¿Qué pueden hacer? Preparan el próximo "brote" elaborando listas de proscripción para el futuro, a fin de que la línea de hombres que participaron en la Comuna pueda ser purificada. Por esta razón, los otros fugitivos los llaman "El Puro". Si ellos mismos asumen este título, no puedo decirlo. Encajaría bastante para algunos de ellos. Sus reuniones son secretas, y se supone que sus resoluciones deben mantenerse en secreto, aunque esto no impide que todo el barrio francés les toque la mañana siguiente. Y como siempre sucede con los hombres de acción que no tienen nada que hacer, se involucraron primero en una disputa personal y luego en una literaria con un enemigo digno de sí mismo, uno de los periodistas parisinos más dudosos, un tal Vermersch, que publicado durante la Comuna el "Pére Duchene", una miserable caricatura del artículo publicado por Hébert en 1793. Esta noble criatura responde a su indignación moral, llamándolos a todos ladrones o cómplices de ladrones en una octavilla, y sofocándolos con un torrente de billingsgate que huele a estiércol. Cada palabra es un excremento ¡Y es con tales oponentes que nuestros treinta y tres Brutos luchan ante el público!

Si algo es evidente, es el hecho de que el proletariado parisino, después de la guerra agotadora, después de la hambruna en París, y especialmente después de las temerosas masacres de mayo de 1871, requerirá mucho tiempo para descansar, con el fin de reunir nueva fuerza, y que cada intento prematuro de una revolución traería simplemente una derrota nueva y aún más aplastante. Nuestros Blanquists son de una opinión diferente.

La ruta de la mayoría realista en Versalles les previene "la caída de Versalles, la venganza de la Comuna. Porque nos acercamos a uno de esos grandes momentos históricos, una de esas grandes crisis en las que la gente, al parecer sumida en la miseria y condenado a muerte, reanudar su avance revolucionario con nueva fuerza”.

En otras palabras, otro brote llegará "pronto". Esta esperanza de una "venganza inmediata de la Comuna" no es una mera ilusión de los fugitivos, sino un artículo necesario de fe con los hombres, que tienen la mente puesta en ser "hombres de acción" en un momento en que no hay absolutamente nada para hacerse en el sentido que representan, el de un brote inmediato.

No importa. Como pronto se hará un comienzo, sostienen que "ha llegado el momento, cuando cada fugitivo, que aún tiene vida en él, se declare a sí mismo".

Y entonces los treinta y tres declaran que son: 1) ateos; 2) comunistas ,; 3) revolucionarios.

Nuestros blanquistas tienen esto en común con los bakounistas, que desean representar la línea más avanzada y más extrema. Por esta razón, a menudo eligen los mismos medios que los bakounistas, aunque difieren de ellos en sus objetivos. El punto con ellos es, entonces, ser más radical en el asunto del ateísmo que todos los demás. Afortunadamente, no es necesario un gran heroísmo para ser ateo hoy en día. El ateísmo es prácticamente aceptado por los partidos obreros europeos, aunque en algunos países puede ser a veces del mismo calibre que el de un determinado bakounista, que declaró que era contrario a todo socialismo creer en Dios, pero que era diferente con la virgen María, en quien todo buen socialista debería creer. De la gran mayoría de los obreros socialistas alemanes, incluso se puede decir que el ateísmo simple ha sido superado por ellos. Este término puramente negativo ya no se aplica a ellos, porque ya no son meramente teóricos, sino más bien una oposición práctica a la creencia en Dios. Simplemente están hechos con Dios, viven y piensan en el mundo real, porque son materialistas. Este será probablemente el caso en Francia también. Pero si no fuera así, nada sería más fácil que asegurarse de que la espléndida literatura materialista francesa del siglo precedente esté ampliamente distribuida entre los obreros, esa literatura; en la que la mente francesa hasta ahora ha logrado lo mejor en forma y contenido, y que, teniendo debidamente en cuenta la condición de la ciencia de su época, sigue siendo infinitamente alta en contenido.


Pero esto no puede adaptarse a nuestros Blanquists. Para demostrar que son los más radicales, Dios los suprime por decreto, como en 1793: "Que la Comuna por siempre libere a la humanidad de este fantasma de miseria pasada (Dios), por esta causa de su miseria presente". (¡El Dios inexistente es una causa!) No hay espacio en la Comuna para los sacerdotes; toda manifestación religiosa, toda organización religiosa debe estar prohibida”.

Y esta demanda de una transformación de las personas en ateos por orden de la cámara estelar está firmada por dos miembros de la Comuna, que tuvieron la oportunidad de aprender en primer lugar, que una gran cantidad de cosas pueden ordenarse en papel sin llevarse a cabo y, en segundo lugar, que las persecuciones son el mejor medio para promover convicciones desagradables. Tanto es cierto, que el único servicio, que todavía se puede rendir a Dios hoy, es el de declarar el ateísmo como un artículo de fe para hacer cumplir y de superar incluso las leyes anticatólicas de Bismarck al prohibir por completo la religión.

El segundo punto del programa es el comunismo.

Aquí nos sentimos más en casa, porque el barco en el que navegamos aquí se llama "El Manifiesto del Partido Comunista", publicado en febrero de 1848. “Ya en el otoño de 1872, los cinco blanquistas que se retiraron de la Internacional habían adoptado un programa socialista, que era en todos los puntos esenciales el del actual comunismo alemán. Habían justificado su retirada por el hecho de que la Internacional se negó a jugar en la toma de decisiones a la manera de estos cinco. Ahora este consejo de treinta y tres adopta este programa con toda su concepción materialista de la historia, aunque su traducción al francés Blanquist deja mucho que desear, en partes donde el "Manifiesto" no ha sido adoptado casi literalmente, como lo ha hecho, por ejemplo, en el siguiente pasaje: "Como la última expresión de todas las formas de servidumbre.


Compárese con este "Manifiesto comunista", Sección 1: "En una palabra, para la explotación, velada por ilusiones religiosas y políticas, ha sustituido a la explotación desnuda, desvergonzada, directa y brutal. La burguesía ha despojado de su halo a cada ocupación hasta ahora honrada y lo admiraron reverencialmente: convirtió al médico, al abogado, al sacerdote, al poeta, al hombre de ciencia, en sus asalariados asalariados. La burguesía ha arrancado a la familia su velo sentimental y ha reducido la relación familiar a una mera relación monetaria, etc. "

Pero tan pronto como descendemos de la teoría a la práctica, la peculiaridad de los treinta y tres se manifiesta: "Somos comunistas, porque queremos alcanzar nuestra meta sin detenernos en ninguna estación intermedia, en compromisos, que simplemente difieren la victoria y prolongan la esclavitud”.


Los comunistas alemanes son comunistas, porque ven claramente el objetivo final y trabajan para lograrlo a través de todas las estaciones intermedias y compromisos, que son creados, no por ellos, sino por el desarrollo histórico. Y su objetivo es la abolición de las clases, la inauguración de una sociedad en la que ya no exista ninguna propiedad privada en la tierra y los medios de producción. Los treinta y tres, por otro lado, son comunistas, porque imaginan que pueden omitir las estaciones intermedias y los compromisos a su dulce voluntad, y si solo comienza el problema, como lo harán pronto de acuerdo con ellos, y se hacen con los asuntos, entonces el comunismo será presentado pasado mañana. Si esto no es posible de inmediato, entonces no son comunistas.

¡Qué simple puerilidad de corazón, que cita la impaciencia como un argumento convincente en apoyo de una teoría!

Finalmente, los treinta y tres son "revolucionarios".

En esta línea, en lo que respecta a las grandes palabras, sabemos que los bakounistas han llegado al límite; pero los blanquistas sienten que es su deber superarlos en esto. ¿Y cómo hacen esto? Es bien sabido que todo el proletariado socialista, desde Lisboa hasta Nueva York y desde Budapest hasta Belgrado, ha asumido la responsabilidad de las acciones de la Comuna de París sin dudarlo. Pero eso no es suficiente para los blanquistas. "En cuanto a nosotros, reclamamos nuestra parte de la responsabilidad por las ejecuciones de los enemigos del pueblo" (por la Comuna), cuyos nombres se enumeran a continuación; "reivindicamos nuestra parte de la responsabilidad de esos incendios, que destruyeron los instrumentos de la opresión real o burguesa o protegieron a nuestros combatientes".

En cada revolución, algunas locuras se cometen inevitablemente, tal como lo hacen en cualquier otro momento, y cuando la tranquilidad finalmente se restablece y llega un razonamiento tranquilo, la gente concluye necesariamente: hemos hecho muchas cosas que mejor hubiéramos dejado de hacer, y las hemos descuidado muchas cosas que deberíamos haber hecho, y por esta razón las cosas salieron mal.

¡Pero qué falta de juicio se requiere para declarar a la Comuna como sagrada, para proclamarla infalible, para reclamar que cada casa quemada, cada rehén ejecutado, recibió sus justas contribuciones al punto sobre el yo! ¿No es eso equivalente a decir que durante esa semana en mayo la gente disparó a tantos oponentes como fue necesario, y nada más, y quemó solo los edificios que tenían que ser quemados, y no más? ¿Eso no repite el dicho sobre la primera Revolución Francesa: cada víctima decapitada recibió justicia, primero aquellos decapitados por orden de Robespierre y luego el propio Robespierre! Para tales locuras las personas son impulsadas, cuando dan rienda suelta al deseo de parecer formidables, aunque en el fondo son bastante buenas.

Suficiente. A pesar de todas las locuras de los fugitivos, ya pesar de todos los esfuerzos cómicos para parecer terrible, este programa muestra algunos progresos. Es el primer manifiesto en el que los trabajadores franceses apoyan el actual comunismo alemán. Y estos son, además, hombres de trabajo de ese calibre, que consideran a los franceses como el pueblo elegido de la revolución y París como la Jerusalén revolucionaria. Llevarlos a este punto es el mérito innegable de Vaillant, que es uno de los firmantes del manifiesto, y que es bien conocido por estar completamente familiarizado con el idioma alemán y la literatura socialista alemana. Los obreros socialistas alemanes, por otro lado, que demostraron en 1870 que estaban completamente libres del jingoísmo, pueden considerar como una buena señal de que los trabajadores franceses adoptan principios teóricos correctos,











V  Sobre las relaciones sociales en Rusia
Literatura de Refugiados de Frederick Engels 1874
Escrito: entre mediados de mayo de 1874 y abril de 1875; 





La Asociación Internacional de Trabajadores, 1868
El conflicto  con Bakunin


Marx y Engels en Rusia


OBRAS DE FORMA CRONOLÓGICA












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