(ARTICULO
II DE LA SERIE "LITERATURA DE LOS EMIGRADOS")[1]
Escrito: Por Engels en junio de 1874.
Primera edición: En el periódico Der Volkstaat, núm. 73, del 20 de junio de 1874, así como en el libro de F. Engels, Internationales aua dem "Volkstaat" (1871-1875), Berlín, 1894.
Esta Edición: Marxists Internet Archive, 2003.
Fuente: C. Marx & F. Engels, Obras Escogidas (en 3 tomos), Moscú, Editorial Progreso, 1974. Tomo II.
Primera edición: En el periódico Der Volkstaat, núm. 73, del 20 de junio de 1874, así como en el libro de F. Engels, Internationales aua dem "Volkstaat" (1871-1875), Berlín, 1894.
Esta Edición: Marxists Internet Archive, 2003.
Fuente: C. Marx & F. Engels, Obras Escogidas (en 3 tomos), Moscú, Editorial Progreso, 1974. Tomo II.
Después de
toda revolución o contrarrevolución abortada, los emigrados que se refugian en
el extranjero despliegan una actividad febril. Se forman grupos partidarios de
diversos matices, cada uno de los cuales reprochan a los otros el haber llevado
el carro al tremedal y los acusa de traición y de toda clase de pecados
mortales. Mientras tanto conservan estrecho contacto con la patria, organizan,
conspiran, publican octavillas y periódicos, juran que va a «recomenzar» dentro
de veinticuatro horas, que la victoria es segura, en previsión de lo cual
distribuyen desde ya los puestos gubernamentales. Como es lógico, se va de
desilusión en desilusión, y como eso no se relaciona con las inevitables
condiciones históricas, a las que no se quiere comprender, sino que se atribuye
a errores fortuitos de unas u otras personas, las acusaciones recíprocas se
acumulan y todo desemboca en una cizaña general. Tal es la historia de todas
las emigraciones, desde los emigrados realistas de 1792 hasta nuestros días; y los
emigrados que no pierden el sentido común y la razón procuran apartarse lo más
posible de las riñas estériles en cuanto se presenta la menor posibilidad de
hacerlo con tacto, y se ocupan de algo más útil.
La
emigración francesa después de la Comuna tampoco ha evitado esa fatalidad. En
virtud de la campaña europea de calumnias que ha afectado por igual a todos,
más que nada en Londres, ya que se encuentra aquí el centro común, que la
emigración francesa ha hallado en el Consejo General de la Internacional, ha
debido contener por cierto tiempo, aunque no sea más que ante el mundo
exterior, sus querellas intestinas, pero a lo largo de los dos años últimos ya
no ha estado en condiciones de ocultar el proceso acelerado de disgregación.
Una franca enemistad ha estallado por doquier. En Suiza, una parte de los
emigrados, se adhirió a los bakuninistas particularmente bajo la influencia
de Malón, que fue uno de los fundadores de
la Alianza secreta. Después, en Londres, los llamados blanquistas se separaron
de la Internacional para constituir un grupo autónomo llamado «La comuna revolucionaria». Luego han
aparecido multitud de otros grupos que, no obstante, se han visto en estado de
incesante transformación y reorganización y no han hecho nada que valga ni
siquiera en materia de manifiestos; en cambio, los blanquistas, en su proclama
a los «Communeux»[*] , han dado a conocer su programa al mundo
entero.
No se llaman
blanquistas por representar un grupo fundado por Blanqui —de los treinta y tres signatarios
del programa, sólo dos o tres, todo lo más, habrán tenido alguna ocasión de
hablar con él—, sino porque quieren actuar con arreglo a su espíritu y
tradición. Blanqui es esencialmente un revolucionario
político; no es socialista más que de sentimiento, por indignarse con los
sufrimientos del pueblo, pero no posee teoría socialista ni propuestas
prácticas definidas para la reorganización de la sociedad. En su actividad
política no es sino un «hombre de acción»
convencido de que una pequeña minoría bien organizada, al intentar en un
momento oportuno efectuar un golpe de mano revolucionario, puede llevar a las
masas del pueblo, tras de alcanzar algunos éxitos iniciales, a realizar una
revolución victoriosa. Bajo Luis Felipe pudo organizar semejante núcleo,
por supuesto, sólo como sociedad secreta,
y ocurrió lo que suele ocurrir en las conspiraciones: los hombres, hartos
de contenerse sin cesar y de escuchar promesas de que la cosa no tardaría en
comenzar, terminaron por perder la paciencia, se rebelaron, y hubo de elegir
una de dos: dejar que se disolviese la conspiración o comenzar la insurrección
sin ningún motivo aparente. La insurrección estalló (el 12 de mayo de 1839) y
fue aplastada en el acto. Por cierto, esta conspiración de Blanqui fue la única
de la que la policía no consiguió hallar las huellas; la insurrección fue para
ella como un rayo de un cielo sereno. De la
idea blanquista de que toda revolución es obra de una pequeña minoría
revolucionaria se desprende automáticamente la necesidad de una dictadura
inmediatamente después del éxito de la insurrección, de una dictadura no de
toda la clase revolucionaria, del proletariado, como es lógico, sino del
contado número de personas que han llevado a cabo el golpe y que, a su vez, se
hallan ya de antemano sometidas a la dictadura de una o de varias personas.
Como vemos,
Blanqui es un revolucionario de la generación pasada.
Estas ideas
acerca de la marcha de los acontecimientos revolucionarios, al menos para el
partido obrero alemán, han envejecido ya desde hace mucho tiempo y, en Francia,
no pueden contar con la aprobación más que de los obreros menos maduros o más
impacientes. Veremos igualmente que, también en el programa en cuestión, estas
ideas han sufrido ciertas restricciones. Sin embargo, igualmente nuestros
blanquistas de Londres se guían por el
mismo principio de que las revoluciones no se hacen de por sí; que son obra de
una minoría relativamente contada y se efectúan con arreglo a un plan fijado de
antemano y, finalmente, que la cosa puede «comenzar
pronto» de un momento a otro.
Los que se
guían por tales principios se ven, naturalmente, víctimas irremediables de las
ilusiones propias de los emigrados y se lanzan de un absurdo a otro. Lo que más
quieren es desempeñar el papel de Blanqui, el «hombre de acción». Pero aquí no basta la buena voluntad; no todo el
mundo posee el instinto revolucionario de Blanqui y su rápida capacidad de
decisión, y por más que Hamlet hable de energía, no dejará de ser Hamlet. Y
cuando nuestros treinta y tres hombres de
acción no tienen absolutamente nada que hacer en este dominio, al que
llaman acción, nuestros treinta y tres Brutos incurren en una contradicción,
más cómica que trágica, con ellos mismos, en una contradicción que no se hace
en absoluto más trágica al asumir una apariencia sombría como si cada uno fuese
un «Möros con puñal escondido» [2], lo cual, por cierto, ni siquiera se les ocurre. ¿Qué
hacen, pues? Preparan la «explosión» siguiente, redactando de antemano las
listas de proscripción, a fin de depurar (épurer) las filas de los
hombres que han participado en la Comuna; por eso, los demás emigrados los
llaman puros (les purs). No sé si aceptan ellos mismos
ese título, además, a algunos de ellos no les vendría bien de ninguna manera.
Sus reuniones se celebran a puertas cerradas y las decisiones deben guardarse
en secreto, lo cual, no obstante, no impide que toda la barriada francesa hable
de ellas la mañana siguiente. Y, como ocurre siempre con semejantes hombres de
acción graves que no tienen nada que hacer, han entablado una discusión primero
personal y luego literaria, con un adversario digno, uno de los individuos más
sospechosos de la pequeña prensa parisina, con un cierto Vermersch, que bajo la
Comuna publicaba el periódico "Le Père Duchêne", triste caricatura
del periódico de Hébert de 1793 [3].
Como respuesta a su virtuosa indignación, este noble caballero los califica a
todos de «granujas o cómplices de granujas»
en uno de sus libelos, cubriéndolos de profusa colección de injurias obscenas:
«Cada
palabra es un bacín y, además, lleno»[**].
¡Y con
semejante adversario nuestros treinta y
tres Brutos estiman oportuno liarse en público!
Lo que sí
está fuera de duda es que, después de la agotadora guerra, después del hambre
en París y sobre todo después de la horrible matanza de las jornadas de mayo de
1871, el proletariado parisino necesita un largo período de reposo para
recuperar las fuerzas y que toda tentativa prematura de insurrección corre el
riesgo de llevar a una nueva derrota, posiblemente aún más tremenda. Nuestros
blanquistas se atienen a otro criterio.
A su juicio,
la disgregación de la mayoría monárquica en Versalles anuncia:
«La caída de Versalles, la revancha de la
Comuna. Ya que nos acercamos a uno de esos grandes momentos históricos, a una
de esas grandes crisis cuando el pueblo, diríase sumido en la miseria y condenado
a muerte, vuelve a emprender con redoblada fuerza su marcha revolucionaria».
Así que la
cosa vuelve a comenzar y, además, ahora mismo. Esta esperanza de una inmediata
«revancha de la Comuna» no es una
simple ilusión de emigrados; es un símbolo de fe indispensable para los que se
han metido en la cabeza que deben ser «hombres
de acción» cuando no hay nada que hacer en absoluto en su sentido, en el
sentido de la insurrección revolucionaria.
Lo mismo de
siempre. Como ya comienza, les parece que «ha
llegado el momento en que todos los emigrados que todavía poseen alguna
vitalidad deben definir su posición».
Y, además,
los treinta y tres nos declaran que son 1)
ateos, 2) comunistas y 3) revolucionarios.
Nuestros blanquistas poseen con los
bakuninistas el rasgo común de pretender representar la corriente más avanzada
y más extrema. Esta
es la razón de que, por cierto, pese a lo
opuesto de sus objetivos, coincidan con ellos en cuanto a los medios. Por
tanto, trátese de ser más radicales que los otros en lo concerniente al
ateísmo. Afortunadamente, en nuestros días no es ya difícil ser ateo. El ateísmo es una cosa que se sobreentiende
en los partidos obreros europeos, aunque, en ciertos países, revista con
frecuencia el mismo carácter que el de ese bakuninista español que ha
declarado: «creer en Dios es contrario a
todo socialismo, pero creer en la Virgen María es diferente, todo socialista
decente debe creer en ella». Se puede decir incluso que, para la gran
mayoría de los obreros socialdemócratas alemanes, el ateísmo es una etapa ya
pasada; esta palabra puramente negativa ya no es aplicable a ellos, puesto que
no se oponen ya teóricamente, sino prácticamente a la creencia en Dios; simplemente
han dado al traste con Dios, viven y piensan en el mundo real, por cuya
razón son materialistas. Indudablemente lo mismo se observa en Francia. Si eso
no es así, lo más sencillo es difundir entre los obreros la excelente
literatura materialista francesa del siglo pasado, literatura en que hasta el
momento, tanto por su forma, como por el contenido, ha encontrado su más alta
expresión el espíritu francés, literatura que, habida cuenta del nivel de la
ciencia a la sazón, se halla, por el contenido, a una altura infinita y sigue,
por la forma, siendo un modelo sin par. Ahora bien, eso no les agrada a
nuestros blanquistas. A fin de probar que son más radicales que todos, Dios, al
igual que en 1793, es abolido por decreto:
«Que la Comuna libere para siempre a la
humanidad de este espectro de miserias pasadas» (de Dios), «de esta causa»
(¡Dios inexistente es una causa!) «de sus miserias presentes. En la Comuna no
cabe el sacerdote; todo servicio religioso, toda organización religiosa debe
prohibirse».
¡Y esta
exigencia de convertir al pueblo en ateos par ordre du mufti[***] viene
firmada por dos miembros de la Comuna, que habrán tenido la ocasión de
convencerse, primero, de que se
pueden escribir en el papel todas las órdenes que se quiera sin hacerse nada
para asegurar su cumplimiento en la práctica y, segundo, que las
persecuciones son el mejor medio para afirmar las convicciones indeseables!
Una cosa está clara: el único servicio
que en nuestros días se puede todavía prestar a Dios es proclamar el ateísmo
como símbolo de fe coercitivo y sobrepasar las leyes anticlericales de Bismarck
acerca de la Kulturkampf [4], prohibiendo la religión en general.
El segundo punto del programa es el
comunismo.
Aquí nos
encontramos ya en un terreno más familiar, ya que el barco en que se navega se
denomina "Manifiesto del Partido Comunista" publicado en febrero de
1848 [****]. Ya en otoño de 1872, cinco blanquistas
salidos de la Internacional se declararon partidarios de un programa socialista
que coincidía en todos los puntos esenciales con el programa del comunismo
alemán actual y motivaron su salida sólo con el que la Internacional se había
negado a jugar a la revolución a la manera de estos cinco. Hoy, el [406]
consejo de los treinta y tres adopta este programa con toda su concepción
materialista de la historia, aunque su traducción en francés blanquista deje
mucho que desear allí donde el texto del "Manifiesto" no ha sido
reproducido casi literalmente, como, por ejemplo, en el lugar siguiente:
«De la explotación del trabajo, expresión
última de todas las formas de esclavitud, la burguesía ha quitado los velos
místicos que la encubrían antes: los gobiernos, las religiones, la familia, las
leyes y las instituciones, lo mismo del pasado que del presente, aparecen, en
fin, en esta sociedad reducidos a la simple oposición entre capitalistas y obreros
asalariados, como instrumentos de opresión por medio de los cuales la burguesía
mantiene su dominación y subyuga al proletariado».
Compárese
con eso la sección I del "Manifiesto Comunista":
«En una palabra, en lugar de la explotación
velada por ilusiones religiosas y políticas, ha establecido una explotación
abierta, descarada, directa y brutal.
La burguesía ha despojado de su
aureola a todas las profesiones que hasta entonces se tenían por venerables y
dignas de piadoso respeto. Al médico, al jurisconsulto, al sacerdote, al poeta,
al hombre de ciencia, los ha convertido en sus servidores asalariados.
La burguesía ha desgarrado el velo de
emocionante sentimentalismo que encubría las relaciones familiares, y las ha
reducido a simples relaciones de dinero», etc. [*****]
Pero, en
cuanto bajamos de la teoría a la práctica se revela la peculiaridad distintiva
de los treinta y tres:
«Nosotros somos comunistas porque queremos
llegar a nuestra meta sin detenernos en paradas intermedias, sin aceptar
compromisos, que no hacen más que alejar el día de la victoria y prolongar la
esclavitud».
Los comunistas
alemanes son comunistas porque a través de todas las paradas intermedias y los
compromisos creados por la marcha del desarrollo histórico, y no por ellos, ven
claramente y persiguen constantemente la
meta final: la supresión de las
clases y la construcción de una sociedad en la que no habrá lugar para la
propiedad privada sobre la tierra y sobre todos los medios de producción.
Los treinta y tres blanquistas son comunistas porque se figuran que, desde el
momento en que su deseo es saltarse las paradas intermedias y
los compromisos, la cosa está hecha, y que si «comienza» esos días, de lo que
están segurísimos, y si toman el poder en sus manos, pasado mañana «será
instaurado el comunismo». Por consiguiente, si no se puede hacerlo en el acto,
no son comunistas.
¡Qué
ingenuidad pueril el presentar la impaciencia de uno mismo como argumento
teórico!
Finalmente, nuestros treinta y tres
son «revolucionarios».
Por lo que
se refiere a palabras pomposas, los bakuninistas, como se sabe, han alcanzado
los límites humanamente posibles; sin embargo, nuestros blanquistas estiman que
es su deber superarlos. Pero, ¿de qué manera? Es sabido que todo el
proletariado socialista, desde Lisboa y Nueva York hasta Budapest y Belgrado,
ha asumido en seguida en bloc la responsabilidad por los actos
de la Comuna de París. Esto les parece poco a nuestros blanquistas:
«En lo que nos toca a nosotros, reivindicamos
nuestra parte de responsabilidad por las ejecuciones» (bajo la Comuna) «de
enemigos del pueblo» (sigue el recuento de los fusilados) «reivindicamos nuestra parte de
responsabilidad por los incendios efectuados para destruir los instrumentos de
opresión monárquica o burguesa o para proteger a los combatientes».
En toda
revolución se cometen inevitablemente multitud de necedades, lo mismo que en
otras épocas; y cuando, finalmente, los hombres se tranquilizan para recobrar
la capacidad de crítica, sacan forzosamente la conclusión: hicimos muchas cosas
que hubiera sido mejor evitar, y no hicimos muchas cosas que había que hacer,
por cuya razón las cosas marcharon tan mal.
Ahora bien,
¡qué falta de crítica se precisa para canonizar la Comuna, proclamarla
impecable, afirmar que con cada casa quemada, con cada rehén fusilado se ha
procedido debidamente basta el último punto sobre la i! ¿No será
eso lo mismo que afirmar que en la semana de mayo el pueblo fusiló precisamente
a aquellos hombres que lo merecían, y no más, quemó precisamente los edificios
que debían ser quemados, y no más? ¿Acaso no es lo mismo que afirmar que durante
la primera revolución francesa cada decapitado recibió lo merecido, primero los
guillotinados por orden de Robespierre, y después el propio Robespierre? He
aquí los infantilismos a que se llega cuando personas, en esencia, de espíritu
muy pacífico dejan rienda suelta a su afán de pareceres muy terribles.
Basta. A
pesar de todas las memeces de los emigrados y de sus intentos cómicos de dar al
pequeño Carlos (o ¿Eduardo?)[******] un
aspecto terrible, no se puede por menos de advertir en este programa un
importante paso adelante. Es el primer manifiesto en el que los obreros
franceses se adhieren al comunismo alemán moderno. Es más, son los obreros
de la corriente que considera a los franceses el pueblo elegido de la
revolución, y París, la Jerusalén revolucionaria. El que hayan llegado a eso
viene a ser un mérito incontestable de Vaillant [*******],
cuya firma, entre otras, figura al pie del manifiesto y que, como se sabe,
conoce a fondo el idioma alemán y la literatura socialista alemana. En cuanto a
los obreros socialistas alemanes, que probaron en 1870 que estaban
completamente libres de todo chovinismo
nacional, pueblen considerar como una buena señal el que los obreros franceses
adopten tesis teóricas justas, aunque éstas procedan de Alemania.
NOTAS
[*******] Vaillant, Eduardo María (1840-1915):
socialista francés, blanquista; miembro de la Comuna de París y del Consejo
General de la I Internacional (187-1872); participante del Congreso Obrero
Socialista Internacional de 1889; uno de los fundadores del Partido Socialista
de Francia (1901); durante la primera guerra mundial mantuvo las posiciones del
socialchovinismo.- 196, 407.
[1] 268. La obra de Engels "El
programa de los emigrados blanquistas de la Comuna" es el segundo artículo
de la serie "Literatura de los emigrados", publicada en el periódico
"Volksstaat" en junio de 1874-abril de 1875. Aclarando las nuevas
tendencias en el desarrollo del movimiento socialista francés, Engels pone al
descubierto los principales errores de los emigrados blanquistas de la Comuna,
reflejados en el folleto "Aux Communeux" («A los federados.) Haciendo
constar un considerable cambio en las concepciones de los emigrados blanquistas
en Londres —su aproximación al comunismo científico—, Engels critica, a la vez,
su táctica conspiradora, su voluntarismo, su absoluta negación de cualquier
compromiso en la marcha de la lucha revolucionaria del proletariado.- 401.
[2] Morös: personaje de una
poesía de Schiller.- 403.
[3] 269. "Le Père Duchesne"
(«El padre Duchesne»), periódico francés que J. Hébert publicó en París de 1790
a 1794; expresaba los estados de ánimo de las masas semiproletarias de la
ciudad.
"Le
Père Duchêne" («El padre Duchêne»), diario francés que Vermersch publicó
en París del 6 de marzo al 21 de mayo de 1871, era próximo, por su orientación,
a la prensa blanquista.- 404.
[4] 270. "Kulturkamf"
(«Lucha por la cultura»), denominación dada por los liberales burgueses al
sistema de medidas del Gobierno de Bismarck en los años 70 del siglo XIX
aplicadas so pretexto de lucha por la cultura laica y dirigidas contra la
Iglesia católica y el partido del centro, que apoyaban las tendencias
separatistas y antiprusianas de los terratenientes, de la burguesía y de una
parte de los campesinos de las comarcas católicas de Prusia y de los Estados
del Sudoeste de Alemania. Alegando la necesidad de combatir el catolicismo, el
Gobierno de Bismarck reforzó igualmente la opresión nacional en las tierras
polacas que habían caído bajo la dominación de Prusia. Esta política de
Bismarck se planteaba también fomentar las pasiones religiosas para distraer a
los obreros de la lucha de clases. A principios de los años 80, al crecer el
movimiento obrero, Bismarck abolió una gran parte de estas medidas, a fin de
unir las fuerzas reaccionarias.- 405.
K. Marx
& F. Engels OBRAS ESCOGIDAS EN 3
TOMOS
(En
formato PDF)
Obras
Escogidas de C.
Marx y F. Engels Tomo I
Obras
Escogidas de C.
Marx y F. Engels Tomo III
F. Engels.
Los bakuninistas en acción. Memoria sobre el levantamiento en España en el
verano de 1873
Advertencia
preliminar al artículo "Los bakuninistas en acción"
Para
facilitar la comprensión de la siguiente Memoria, consignaremos aquí unos
cuantos datos cronológicos.
El 9 de
febrero de 1873, el rey Amadeo, harto ya de la corona de España, abdicó. Fue el
primer rey huelguista. El 12 fue proclamada la República. Inmediatamente,
estalló en las Provincias Vascongadas un nuevo levantamiento carlista.
El 10 de
abril fue elegida una Asamblea Constituyente, que se reunió a comienzos de
junio, y el 8 de este mes fue proclamada la República federal. El 11 se
constituyó un nuevo ministerio bajo la presidencia de Pi y Margall. Al mismo
tiempo, se eligió una comisión encargada de redactar el proyecto de la nueva
Constitución, pero fueron excluidos de ella los republicanos extremistas, los
llamados intransigentes. Cuando, el 3 de julio, se proclamó la nueva
Constitución, ésta no iba tan lejos como los intransigentes pretendían en
cuanto a la desmembración de España en «cantones independientes». Así, pues,
los intransigentes organizaron al punto alzamientos en provincias. Del 5 al 11
de julio, los intransigentes triunfaron en Sevilla, Córdoba, Granada, Málaga,
Cádiz, Alcoy, Murcia, Cartagena, Valencia, etc., e instauraron en cada una de
estas ciudades un gobierno cantonal independiente. El 18 de julio dimitió Pi y
Margall y fue sustituido por Salmerón, quien inmediatamente lanzó a las tropas
contra los insurrectos. Éstos fueron vencidos a los pocos días, tras ligera
resistencia; ya el 26 de julio, con la caída de Cádiz, quedó restaurado el
poder del Gobierno en toda Andalucía y, casi al mismo tiempo, fueron sometidas
Murcia y Valencia; únicamente Valencia luchó con alguna energía.
Y sólo
Cartagena resistió. Ese puerto militar, el mayor de España, que había caído en
poder de los insurrectos junto con la Marina de Guerra, estaba defendido por
tierra, además de por la muralla, por trece fortines destacados y no era, por
tanto, fácil de tomar. Y, como el Gobierno se guardaba muy mucho de destruir su
propia base naval, el «Cantón soberano de Cartagena» vivió hasta el 11 de enero
de 1874, día en que por fin capituló, porque, en realidad, no tenía en el mundo
nada mejor que hacer.
De esta
ignominiosa insurrección, lo único que nos interesa son las hazañas todavía más
ignominiosas de los anarquistas bakuninistas; únicas que relatamos aquí con
cierto detalle, para prevenir con este ejemplo al mundo contemporáneo.
Escrito a comienzos de enero de 1894.
Publicado en el libro de Engels,
Internacionales aus dem "Volkstaat" (1871-1875),
Berlín, 1894.
C. Marx
& F. Engels
Las
pretendidas escisiones en la Internacional[1]
Escrito: Por C. Marx y F. Engels, en
Londres, entre mediados de enero y el 5 de marzo de 1872.
F. Engels ACERCA DE LA CUESTION SOCIAL EN RUSIA
F. Engels
ACERCA DE
LA CUESTION SOCIAL EN RUSIA
(ARTICULO
II DE LA SERIE "LITERATURA DE LOS EMIGRADOS")[1]
Escrito: Por Engels en abril de 1875,
con adicion de "palabras finales" escritas en enero de 1894.
Primera edición: En el periódico Der Volksstaat, núms. 43, 44 y 45, del 16, 18 y 21 de abril de 1875 y en folleto aparte: F. Engels. Soziales aus Russland, Leipzig, 1875, así como en el libro: F. Engels. Internationales aus de «Volksstaat» (1871-1875), Berlin, 1894.
Esta Edición: Marxists Internet Archive, 2003.
Fuente: C. Marx & F. Engels, Obras Escogidas (en 3 tomos), Moscú, Editorial Progreso, 1974. Tomo II.
Karl Marx La
guerra civil en Francia- La Comuna de París
La versión
en inglés, viene del texto de Rosa Luxemburgo
Rosa
Luxemburgo Blanquismo y socialdemocracia (Junio de 1906)
El camarada Plejánov ha publicado un artículo exhaustivo en el Courrier titulado: ¿Hasta
dónde llega el derecho? , en la que acusa a los bolcheviques del
blanquismo.
1. El artículo fue publicado realmente no en
1873, sino el 26 de junio de 1874 en Der Volksstaat , órgano
central del Partido Obrero Socialdemócrata Alemán. Ver Friedrich
Engels: El Programa de los Blanquistas Fugitivos de la Comuna de París .
9. Luxemburgo se refiere a lo que se debe
hacer de Lenin. , que ella misma había criticado en un artículo
de 1904.
Hace
referencia a este otro trabajo de Rosa Luxemburgo del 1904.
Rosa Luxemburgo Cuestiones organizativas de la
socialdemocracia rusa [¿Leninismo o marxismo?] (1904)
El programa de los Blanquistas
Fugitivos de la Comuna de París
Publicado
por primera vez: en Der
Volksstaat , No.73, 26 de junio de 1874
Traducido: Ernest Untermann para International
Socialist Review, Volumen IX, No. 2, agosto de 1908;
Transcrito: para marxists@marx.org, mayo de 2002.
Transcrito: para marxists@marx.org, mayo de 2002.
DESPUÉS DEL
FRACASO de cualquier revolución o contra revolución, se desarrolla una actividad
febril entre los fugitivos, que han escapado a países extranjeros. Las
partes de diferentes tonos forman grupos, se acusan mutuamente de haber
conducido el carro al barro, se acusan mutuamente de traición y de todos los
pecados imaginables.
Al mismo tiempo,
permanecen en estrecho contacto con el país de origen, organizan, conspiran,
imprimen folletos y periódicos, juran que el problema comenzará de nuevo dentro
de las veinticuatro horas, que la victoria es cierta, y distribuyen las
diversas oficinas gubernamentales de antemano en la fuerza de esta
anticipación.
Por
supuesto, la decepción sigue a la desilusión, y como esto no se atribuye a las
inevitables condiciones históricas, que se niegan a entender, sino a los
errores accidentales de los individuos, las acusaciones mutuas se multiplican y
todo el asunto termina con una gran disputa. Esta es la historia de todos
los grupos de fugitivos de los emigrantes realistas de 1792 hasta la actualidad. Esos fugitivos, que tienen algún
sentido y comprensión, se retiran de la disputa inútil tan pronto como puedan
hacerlo con corrección y se dediquen a cosas mejores.
Los
emigrantes franceses después de la Comuna no escaparon a este desagradable
destino.
Debido a la
campaña europea de calumnias, que atacó a todo el mundo sin distinción, y fue
obligado especialmente en Londres, donde tenían un centro común en el Consejo
General de la Asociación Internacional de Trabajadores, por el momento, para
reprimir sus problemas internos antes de la mundo, no habían sido capaces,
durante los últimos dos años, de ocultar los signos de avance de la
desintegración. La pelea abierta estalló en todas partes. En Suiza,
una parte de ellos se unió a los bakounistas, principalmente bajo la influencia
de Malon, que fue uno de los fundadores de la alianza secreta. Entonces
los llamados Blanquistas en Londres se retiraron de la Internacional y formaron
un grupo propio bajo el título de "La Comuna
Revolucionaria". Fuera de ellos, muchos otros grupos surgieron más
tarde, que continúan en un estado de transformación y modulación
incesantes y no han emitido nada esencial en forma de manifiestos. Pero
los blanquistas simplemente están dando a conocer su programa al mundo mediante
una proclamación al "Communeux".
A estos
blanquistas no se los llama por este nombre porque son un grupo fundado por
Blanqui. Solo algunos de los treinta y tres firmantes de este programa
alguna vez han hablado personalmente con Blanqui. Prefieren expresar el
hecho de que pretenden ser activos en su espíritu y según sus tradiciones.
Blanqui es
esencialmente un revolucionario político. Él es un socialista solo a
través del sentimiento, por su simpatía con los sufrimientos de la gente, pero
no tiene una teoría socialista ni ninguna sugerencia práctica definida para los
remedios sociales. En su actividad política era principalmente un
"hombre de acción", creyendo que una minoría pequeña y bien
organizada, que intentaría un golpe de fuerza político en el momento oportuno,
podría llevar a la masa de gente con ellos por unos pocos éxitos en el comienzo
y así hacer una revolución victoriosa. Por supuesto, él podría organizar
ese grupo bajo el reinado de Louis Phillippe solo como una sociedad
secreta. Entonces la cosa, que generalmente ocurre en el caso de las
conspiraciones, naturalmente tuvo lugar. Sus hombres, cansados de
seres que se mantienen alejados todo el tiempo por las vacías promesas de que
pronto comenzará el brote, finalmente pierden toda la paciencia, se vuelven
rebeldes, y solo queda la alternativa de dejar que la conspiración caiga en
pedazos o se desate sin ninguna aparente provocación. Hicieron una
revolución el 12 de mayo de 1839 y fueron rápidamente aplastados. Por
cierto, esta conspiración de Blanquist fue la única en la que la policía nunca
pudo establecerse. El golpe cayó de un cielo despejado.
De la
suposición de Blanqui, de que cualquier revolución puede ser hecha por el
estallido de una pequeña minoría revolucionaria, sigue por sí misma la
necesidad de una dictadura después del éxito de la empresa. Esta es, por
supuesto, una dictadura, no de toda la clase revolucionaria, del proletariado,
sino de la pequeña minoría que ha hecho la revolución, y que ellos mismos están
previamente organizados bajo la dictadura de uno o varios individuos.
Vemos,
entonces, que Blanqui es un revolucionario de la generación anterior.
Estas
concepciones de la marcha de los acontecimientos revolucionarios han quedado
obsoletas durante mucho tiempo, al menos para el partido obrero alemán, y no
encontrarán mucha simpatía en Francia, excepto entre los trabajadores menos
maduros o más impacientes. También notaremos que están sujetos a ciertas
restricciones en el presente programa. Sin embargo, nuestros blanquistas
de Londres están de acuerdo con el principio de que las revoluciones no se
hacen a sí mismas, sino que se hacen; que están hechos por una minoría
relativamente pequeña y después de un plan previamente concebido; y
finalmente, que pueden hacerse al tiempo de aliado, y que "pronto".
Es una
cuestión de curso que tales principios entregarán a un hombre irremediablemente
en las manos de todos los autoengaños de la vida de un fugitivo y lo conducirán
de una locura a otra. Él quiere, sobre todo, interpretar el papel de
Blanqui, "el hombre de acción". Pero poco puede lograrse por mera
buena voluntad. No todos tienen el instinto revolucionario y la decisión
rápida de Blanqui. Hamlet puede hablar de mucha energía, él seguirá siendo
Hamlet. Y si nuestros treinta y tres hombres de acción no pueden encontrar
nada que hacer en lo que llaman el campo de acción, entonces estos treinta y
tres Brutus entran en un conflicto más cómico que trágico consigo
mismos. Lo trágico de su situación no se ve incrementado por los hombres
oscuros que ellos suponen, como si fueran tantos asesinos de tiranos con
estiletes en sus pechos.
¿Qué pueden
hacer? Preparan el próximo "brote" elaborando listas de
proscripción para el futuro, a fin de que la línea de hombres que participaron
en la Comuna pueda ser purificada. Por esta razón, los otros fugitivos los
llaman "El Puro". Si ellos mismos asumen este título, no puedo
decirlo. Encajaría bastante para algunos de ellos. Sus reuniones son
secretas, y se supone que sus resoluciones deben mantenerse en secreto, aunque
esto no impide que todo el barrio francés les toque la mañana siguiente. Y
como siempre sucede con los hombres de acción que no tienen nada que hacer, se
involucraron primero en una disputa personal y luego en una literaria con un
enemigo digno de sí mismo, uno de los periodistas parisinos más dudosos, un tal
Vermersch, que publicado durante la Comuna el "Pére
Duchene", una miserable caricatura del artículo publicado por Hébert
en 1793. Esta noble criatura responde a su indignación moral, llamándolos a
todos ladrones o cómplices de ladrones en una octavilla, y sofocándolos con un
torrente de billingsgate que huele a estiércol. Cada palabra es un
excremento ¡Y es con tales oponentes que nuestros treinta y tres Brutos
luchan ante el público!
Si algo es
evidente, es el hecho de que el proletariado parisino, después de la guerra
agotadora, después de la hambruna en París, y especialmente después de las
temerosas masacres de mayo de 1871, requerirá mucho tiempo para descansar, con
el fin de reunir nueva fuerza, y que cada intento prematuro de una revolución
traería simplemente una derrota nueva y aún más aplastante. Nuestros
Blanquists son de una opinión diferente.
La ruta de
la mayoría realista en Versalles les previene "la caída de Versalles, la
venganza de la Comuna. Porque nos acercamos a uno de esos grandes momentos
históricos, una de esas grandes crisis en las que la gente, al parecer sumida
en la miseria y condenado a muerte, reanudar su avance revolucionario con nueva
fuerza”.
En otras
palabras, otro brote llegará "pronto". Esta esperanza de una
"venganza inmediata de la Comuna" no es una mera ilusión de los
fugitivos, sino un artículo necesario de fe con los hombres, que tienen la
mente puesta en ser "hombres de acción" en un momento en que no hay
absolutamente nada para hacerse en el sentido que representan, el de un brote
inmediato.
No
importa. Como pronto se hará un comienzo, sostienen que "ha llegado
el momento, cuando cada fugitivo, que aún tiene vida en él, se declare a sí
mismo".
Y entonces
los treinta y tres declaran que son: 1) ateos; 2) comunistas ,; 3)
revolucionarios.
Nuestros
blanquistas tienen esto en común con los bakounistas, que desean representar la
línea más avanzada y más extrema. Por esta razón, a menudo eligen los
mismos medios que los bakounistas, aunque difieren de ellos en sus objetivos. El
punto con ellos es, entonces, ser más radical en el asunto del ateísmo que
todos los demás. Afortunadamente, no es necesario un gran heroísmo para
ser ateo hoy en día. El ateísmo es prácticamente aceptado por los partidos
obreros europeos, aunque en algunos países puede ser a veces del mismo calibre
que el de un determinado bakounista, que declaró que era contrario a todo
socialismo creer en Dios, pero que era diferente con la virgen María, en quien
todo buen socialista debería creer. De la gran mayoría de los obreros
socialistas alemanes, incluso se puede decir que el ateísmo simple ha sido
superado por ellos. Este término puramente negativo ya no se aplica a
ellos, porque ya no son meramente teóricos, sino más bien una oposición práctica
a la creencia en Dios. Simplemente están hechos con Dios, viven y piensan
en el mundo real, porque son materialistas. Este será probablemente el
caso en Francia también. Pero si no fuera así, nada sería más fácil que
asegurarse de que la espléndida literatura materialista francesa del siglo
precedente esté ampliamente distribuida entre los obreros, esa
literatura; en la que la mente francesa hasta ahora ha logrado lo mejor en
forma y contenido, y que, teniendo debidamente en cuenta la condición de la
ciencia de su época, sigue siendo infinitamente alta en contenido.
Pero esto no
puede adaptarse a nuestros Blanquists. Para demostrar que son los más
radicales, Dios los suprime por decreto, como en 1793: "Que la Comuna por
siempre libere a la humanidad de este fantasma de miseria pasada (Dios), por
esta causa de su miseria presente". (¡El Dios inexistente es una
causa!) No hay espacio en la Comuna para los sacerdotes; toda
manifestación religiosa, toda organización religiosa debe estar prohibida”.
Y esta
demanda de una transformación de las personas en ateos por orden de la cámara
estelar está firmada por dos miembros de la Comuna, que tuvieron la oportunidad
de aprender en primer lugar, que una gran cantidad de cosas pueden ordenarse en
papel sin llevarse a cabo y, en segundo lugar, que las persecuciones son el
mejor medio para promover convicciones desagradables. Tanto es cierto, que
el único servicio, que todavía se puede rendir a Dios hoy, es el de declarar el
ateísmo como un artículo de fe para hacer cumplir y de superar incluso las
leyes anticatólicas de Bismarck al prohibir por completo la religión.
El segundo
punto del programa es el comunismo.
Aquí nos
sentimos más en casa, porque el barco en el que navegamos aquí se llama
"El Manifiesto del Partido Comunista", publicado en febrero de 1848. “Ya
en el otoño de 1872, los cinco blanquistas que se retiraron de la Internacional
habían adoptado un programa socialista, que era en todos los puntos esenciales
el del actual comunismo alemán. Habían justificado su retirada por el
hecho de que la Internacional se negó a jugar en la toma de decisiones a la
manera de estos cinco. Ahora este consejo de treinta y tres adopta este
programa con toda su concepción materialista de la historia, aunque su
traducción al francés Blanquist deja mucho que desear, en partes donde el
"Manifiesto" no ha sido adoptado casi literalmente, como lo ha hecho,
por ejemplo, en el siguiente pasaje: "Como la última expresión de todas
las formas de servidumbre.
Compárese
con este "Manifiesto comunista", Sección 1: "En una palabra,
para la explotación, velada por ilusiones religiosas y políticas, ha sustituido
a la explotación desnuda, desvergonzada, directa y brutal. La burguesía ha
despojado de su halo a cada ocupación hasta ahora honrada y lo admiraron
reverencialmente: convirtió al médico, al abogado, al sacerdote, al poeta, al
hombre de ciencia, en sus asalariados asalariados. La burguesía ha arrancado a
la familia su velo sentimental y ha reducido la relación familiar a una mera
relación monetaria, etc. "
Pero tan
pronto como descendemos de la teoría a la práctica, la peculiaridad de los
treinta y tres se manifiesta: "Somos comunistas, porque queremos alcanzar
nuestra meta sin detenernos en ninguna estación intermedia, en compromisos, que
simplemente difieren la victoria y prolongan la esclavitud”.
Los
comunistas alemanes son comunistas, porque ven claramente el objetivo final y
trabajan para lograrlo a través de todas las estaciones intermedias y
compromisos, que son creados, no por ellos, sino por el desarrollo
histórico. Y su objetivo es la abolición de las clases, la inauguración de
una sociedad en la que ya no exista ninguna propiedad privada en la tierra y
los medios de producción. Los treinta y tres, por otro lado, son comunistas,
porque imaginan que pueden omitir las estaciones intermedias y los compromisos
a su dulce voluntad, y si solo comienza el problema, como lo harán pronto de
acuerdo con ellos, y se hacen con los asuntos, entonces el comunismo será
presentado pasado mañana. Si esto no es posible de inmediato, entonces no
son comunistas.
¡Qué simple
puerilidad de corazón, que cita la impaciencia como un argumento convincente en
apoyo de una teoría!
Finalmente,
los treinta y tres son "revolucionarios".
En esta
línea, en lo que respecta a las grandes palabras, sabemos que los bakounistas
han llegado al límite; pero los blanquistas sienten que es su deber
superarlos en esto. ¿Y cómo hacen esto? Es bien sabido que todo el
proletariado socialista, desde Lisboa hasta Nueva York y desde Budapest hasta
Belgrado, ha asumido la responsabilidad de las acciones de la Comuna de París
sin dudarlo. Pero eso no es suficiente para los blanquistas. "En
cuanto a nosotros, reclamamos nuestra parte de la responsabilidad por las
ejecuciones de los enemigos del pueblo" (por la Comuna), cuyos nombres se
enumeran a continuación; "reivindicamos nuestra parte de la
responsabilidad de esos incendios, que destruyeron los instrumentos de la
opresión real o burguesa o protegieron a nuestros combatientes".
En cada
revolución, algunas locuras se cometen inevitablemente, tal como lo hacen en
cualquier otro momento, y cuando la tranquilidad finalmente se restablece y
llega un razonamiento tranquilo, la gente concluye necesariamente: hemos hecho
muchas cosas que mejor hubiéramos dejado de hacer, y las hemos descuidado
muchas cosas que deberíamos haber hecho, y por esta razón las cosas salieron
mal.
¡Pero qué
falta de juicio se requiere para declarar a la Comuna como sagrada, para
proclamarla infalible, para reclamar que cada casa quemada, cada rehén
ejecutado, recibió sus justas contribuciones al punto sobre el yo! ¿No es
eso equivalente a decir que durante esa semana en mayo la gente disparó a
tantos oponentes como fue necesario, y nada más, y quemó solo los edificios que
tenían que ser quemados, y no más? ¿Eso no repite el dicho sobre la
primera Revolución Francesa: cada víctima decapitada recibió justicia, primero
aquellos decapitados por orden de Robespierre y luego el propio
Robespierre! Para tales locuras las personas son impulsadas, cuando dan
rienda suelta al deseo de parecer formidables, aunque en el fondo son bastante
buenas.
Suficiente. A
pesar de todas las locuras de los fugitivos, ya pesar de todos los esfuerzos
cómicos para parecer terrible, este programa muestra algunos progresos. Es
el primer manifiesto en el que los trabajadores franceses apoyan el actual
comunismo alemán. Y estos son, además, hombres de trabajo de ese calibre,
que consideran a los franceses como el pueblo elegido de la revolución y París
como la Jerusalén revolucionaria. Llevarlos a este punto es el mérito
innegable de Vaillant, que es uno de los firmantes del manifiesto, y que es
bien conocido por estar completamente familiarizado con el idioma alemán y la
literatura socialista alemana. Los obreros socialistas alemanes, por otro
lado, que demostraron en 1870 que estaban completamente libres del jingoísmo,
pueden considerar como una buena señal de que los trabajadores franceses
adoptan principios teóricos correctos,
V. Sobre
las relaciones sociales en Rusia
Conflicto con Bakunin | Marx y Engels en Rusia
Archivo de Marx-Engels | Funciona por fecha
Conflicto con Bakunin | Marx y Engels en Rusia
Archivo de Marx-Engels | Funciona por fecha
V
Sobre las relaciones sociales en Rusia
Literatura de Refugiados de Frederick Engels 1874
Escrito: entre mediados de mayo de 1874 y abril de 1875;
La
Asociación Internacional de Trabajadores, 1868
El
conflicto con Bakunin
Marx y
Engels en Rusia
OBRAS DE
FORMA CRONOLÓGICA
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