miércoles, 15 de noviembre de 2017

Rosa Luxemburgo Cuestiones organizativas de la socialdemocracia rusa [¿Leninismo o marxismo?] (1904)



NOTA DEL EDITOR DE ESTE BLOG: Voy a copiar diferentes fuentes, la versión en castellano y la de ingles .Además le voy a incluir las obras que hacen referencias en los textos. Al final le he puesto una rica bibliografía de Rosa Luxemburgo, Lenin y de León Trotsky.


Esta es la versión en inglés.
Rosa Luxemburgo  Cuestiones organizativas de la socialdemocracia rusa
[¿Leninismo o marxismo?] (1904)


Para otras contribuciones contemporáneas al debate, ver Nuestras tareas políticas de Trotsky 


Obras escogidas en inglés



Obras escogidas en castellano


Esta es otra fuente, es la versión en castellano de la misma obra.




Problemas organizativos de la Socialdemocracia

1904

Rosa Luxemburgo nació y se crió en la Polonia rusa de esa época, y el destino del partido que ayudó a fundar y dirigir, el Partido Socialdemócrata de Polonia y Lituania (PSDPyL) siempre estuvo ligado al Partido Obrero Socialdemócrata Ruso (POSDR). Por esa razón mantuvo constante su interés por lo que ocurría en Rusia y en el movimiento socialdemócrata ruso. Hasta sus enemigos de Alemania la consideraban la máxima autoridad partidaria en cuestiones rusas y polacas. Como representante del PSDPyL ante la Segunda Internacional, participaba frecuentemente en las polémicas entre y acerca de las distintas fracciones del POSDR.


[Jamás se alineó sin reservas con los bolcheviques ni con los mencheviques. (51) Fundamentalmente abogaba por la unidad del POSDR. Como lo demuestra el siguiente artículo, no estaba de acuerdo con la clase de partido que los bolcheviques se empeñaban en construir. Pero después del “ensayo general” de la Revolución Rusa de 1905-1906, se mantuvo esencialmente de acuerdo con el análisis de la revolución que hacían los bolcheviques, con la forma en que se habían desempeñado en la insurrección, a la vez que sentía gran desprecio por los errores prácticos y teóricos de los mencheviques. De allí en adelante generalmente se alineaba con los bolcheviques aunque discrepaba profundamente con Lenin sobre la política bolchevique de apoyar las aspiraciones nacionalistas de las minorías oprimidas dentro del imperio zarista. También discrepaba con la política bolchevique de construir una fracción disciplinada de revolucionarios profesionales y de estar dispuestos, cuando fuese necesario, a romper el POSDR.



La presión moral en favor de la unidad a toda costa era muy fuerte en la Segunda Internacional, y recién cuando los bolcheviques demostraron lo acertado de sus métodos al dirigir la Revolución Rusa triunfante se les empezó a considerar como algo más que simples fraccionistas incorregibles y destructivos.


(51) Bolchevique deriva de la palabra rusa que significa mayoría. En el congreso de 1903 del Partido Obrero Social Demócrata Ruso, celebrado en Londres, se produjo una ruptura en torno al tipo de organización revolucionaria que debía construirse. Lenin impuso sus posiciones por mayoría; desde entonces se conoció a su tendencia como bolcheviques. La otra fracción, dirigida por Yuli Martov (ver nota 33), quedó en minoría; de ahí su nombre de mencheviques. Los bolcheviques dirigieron la Revolución Rusa de octubre de 1917. Otros dirigentes mencheviques fueron Plejanov, Dan, Tseretelli, etcétera.


“Problemas organizativos de la socialdemocracia” apareció simultáneamente en Neue Zeit y en Iskra en 1904. Esta era el órgano central del POSDR, controlado por los mencheviques. Es la respuesta de Rosa Luxemburgo al ¿Qué hacer? y a Un paso adelante, dos pasos atrás, ambos de Lenin. El primero escrito antes del segundo congreso del POSDR (1903), y el segundo es un análisis del mismo congreso.

VI   Lenin (Respuesta de N. Lenin a Rosa Luxemburgo) Un paso adelante, dos pasos atrás
Escrito: Escrito en la segunda mitad de septiembre de 1904 
Respuesta de N. Lenin a Rosa Luxemburgo [5]


[Dos representantes del PSDPyL estuvieron presentes en la primera parte del congreso de 1903, aunque se fueron antes del debate sobre los estatutos del POSDR y de la votación, que dividió al partido en bolcheviques (mayoritarios) y mencheviques (minoritarios). Los representantes del PSDPyL traían el mandato del congreso de su propio partido, celebrado unos días antes, de negociar la afiliación de los polacos al POSDR.


[El problema fundamental a negociar era qué grado de autonomía gozaría el PSDPyL en el POSDR. Aunque los dirigentes del PSDPyL afirmaban oponerse al principio de un partido federativo de organizaciones totalmente autónomas, las condiciones que pusieron para su ingreso al POSDR los acercaban de hecho al concepto de federación. Exigían mantener intactas su propia organización y estructura de control y no les gustaba la idea de que el Comité Central del POSDR —en el cual estarían representados, desde luego— fuera el máximo organismo de dirección del PSDPyL. Durante las negociaciones en el congreso mismo, Rosa Luxemburgo llegó a plantear a los representantes del PSDPyL ¡que no estaría dispuesta a admitir la presencia de un delegado del POSDR en el Comité Central del PSDPyL! Sin embargo, entonces ya estaba decidida a impedir la unidad y el objetivo de esa posición puede haber sido el de apurar la liquidación de las negociaciones.


El incidente que suscitó la decisión de liquidar los intentos de unidad (decisión tomada aparentemente por Rosa Luxemburgo y Leo Jogiches (52) sin consultar al resto del partido y que los convirtió en blanco de serias críticas durante un tiempo) fue la publicación en la Iskra de julio de un artículo de Lenin sobre el derecho de las naciones a su autodeterminación. El artículo no contenía ninguna concepción nueva. Era simplemente una exposición de la posición del POSDR, incorporada a los estatutos a votarse en el congreso (parágrafo 7) y contra el cual el partido polaco no había formulado serias objeciones. Habían aclarado que no estaban de acuerdo con la posición, pero que por la manera en que estaba formulada podían aceptar que no se la retirara.


V. I. Lenin  El derecho de las naciones a la autodeterminación

Escrito: Entre febrero y mayo de 1914.
El apartado 9 del programa de los marxistas de Rusia, que trata del derecho de las naciones a la autodeterminación, ha provocado estos últimos tiempos (como ya hemos indicado en Prosveschenie) toda una campaña de los oportunistas. Tanto el liquidacionista ruso Semkovski, en el periódico petersburgués de los liquidadores, como el bundista Libman y el socialnacionalista ucranio Yurkévich en sus órganos de prensa, han arremetido contra dicho apartado, tratándolo en un tono de máximo desprecio. No cabe duda de que esta "invasión de las doce tribus" del oportunismo, dirigida contra nuestro programa marxista, guarda estrecha relación con las actuales vacilaciones nacionalistas en general. Por ello nos parece oportuno examinar detenidamente esta cuestión. Observemos tan sólo que ninguno de los oportunistas arriba citados ha aducido ni un solo argumento propio: todos se han limitado a repetir lo dicho por Rosa Luxemburgo en su largo artículo polaco de 1908-1909: La cuestión nacional y la autonomía. Los "originales" argumentos de esta autora serán los que tendremos en presentes con más frecuencia en nuestra exposición.


Rosa Luxemburgo  La cuestión nacional y la autonomía (1909)


(52) Leo Jogiches (Tyszco) (1867-1919): dirigente de la socialdemocracia polaca; miembro fundador del Grupo Internacional y de la Liga Espartaco; arrestado y asesinado en 1919, un mes después del asesinato de Luxemburgo y Karl Liebknecht (revolucionario, hijo de W. Lieblnech, ver nota 2).




[El artículo de Lenin, empero, que ponía un énfasis mucho mayor en el derecho a la autodeterminación que cualquiera de los artículos previos de Iskra, escritos por Martov, (53) le resultaba totalmente inaceptable a Rosa Luxemburgo. Inmediatamente ordenó a los delegados del PSDPyL que terminaran las negociaciones si el congreso no modificaba el parágrafo 7 y repudiaba la interpretación de Lenin del mismo. Informados de que el congreso iba a reafirmar el parágrafo 7 junto con la interpretación de Lenin, dejaron su posición por escrito y lo abandonaron.


Las negociaciones por la unidad se reiniciaron recién en el cuarto congreso del POSDR, después de la Revolución de 1905-1906, y el PSDPyL se afilió al POSDR en ese momento. [Para un análisis más exhaustivo de las diferencias entre Rosa Luxemburgo y Lenin, véase el prólogo a esta edición. [Esta es la versión castellana de la traducción al inglés hecha por Integer en 1934.]

                                      I

A la socialdemocracia rusa le cabe en suerte una tarea que no tiene precedentes en la historia del movimiento socialista mundial. Es la tarea de decidir cuál es la mejor táctica socialista en un país dominado aún por la monarquía absoluta. Es un error trazar un paralelo rígido entre la situación rusa actual y la que existía en Alemania en 1878-1890, cuando estaban en vigor las leyes antisocialistas de Bismarck. (54) Ambas tienen un elemento en común: la policía. Fuera de ello, no tienen punto de comparación.


Los obstáculos que la ausencia de las libertades democráticas le ponen al movimiento socialista son de importancia relativamente secundaria. En la propia Rusia el movimiento popular ha logrado superar los escollos impuestos por el Estado. El pueblo ha hecho del desorden callejero una “constitución” (bastante precaria por cierto). Si continúa en este curso el pueblo ruso triunfará, con el tiempo, sobre la autocracia.


La dificultad más importante planteada a la militancia socialista es consecuencia de que en ese país el dominio de la burguesía se escuda tras la fuerza absolutista. Esto le


(53) L. Martov (Yuli Osipovich Tsederbaum) (1873-1923): uno de los fundadores de la socialdemocracia rusa; en sus años juveniles estuvo muy ligado a Lenin y luego fue dirigente del ala izquierda de los mencheviques. Se opuso a la Revolución de Octubre y emigró a Alemania en 1920.


(54) Otto Bismarck (1815-1898): estadista alemán reaccionario. Jefe del estado prusiano entre 1862 y 1871; canciller del Imperio Alemán entre 1871 y 1890. Organizó la unificación de Alemania en la Guerra de las Siete Semanas contra Austria, y en la Guerra Franco-Prusiana. Promulgó las leyes antisocialistas, también llamadas leyes de excepción, que estuvieron en vigor desde 1878 hasta 1890 y prohibían a las organizaciones y publicaciones hacer propaganda socialista. A los socialdemócratas sólo les permitían la actividad parlamentaria.


otorga a la propaganda socialista un carácter abstracto, mientras que la agitación política inmediata asume un disfraz democrático revolucionario.

Las leyes antisocialistas de Bismarck sacaron a nuestro movimiento del marco de las garantías constitucionales en una sociedad burguesa altamente desarrollada, donde los antagonismos de clase ya habían florecido en el debate parlamentario. (En esto reside, dicho sea de paso, lo absurdo del proyecto de Bismarck.) La situación es muy diferente en Rusia. Aquí el problema es cómo crear un movimiento socialdemócrata en una época en que la burguesía aún no controla el Estado.


Esta circunstancia ejerce su influencia sobre la agitación, sobre la manera de trasplantar la doctrina socialista al suelo ruso. También afecta de manera peculiar y directa al problema de la organización partidaria.

En circunstancias normales —es decir, cuando la dominación de la burguesía precede al surgimiento del movimiento socialista— la propia burguesía le infunde a la clase obrera los rudimentos de la solidaridad política. En esta etapa, afirma el Manifiesto comunista, la unificación de los trabajadores no es el resultado de las aspiraciones de éstos, sino el resultado de la actividad de la propia burguesía, “que, para lograr sus fines políticos, se ve obligada a poner al proletariado en movimiento...”


En Rusia, la socialdemocracia deberá compensar esta carencia con sus propios esfuerzos durante todo un periodo histórico. Tiene que conducir a los proletarios rusos desde su situación “atomizada” actual, que prolonga la vida del régimen autocrático, a una organización de clase que les ayude a adquirir conciencia de sus objetivos históricos y a prepararlos para luchar en pos de esos objetivos históricos.


Los socialistas rusos se ven forzados a asumir la tarea de construir semejante organización sin contar con las garantías que normalmente existen en una estructura democrática formal. No disponen de la materia prima política que la propia burguesía provee en otros países. Al igual que Dios Todopoderoso, deben crear esta organización de la nada, por así decirlo.


¿Cómo efectuar la transición del tipo de organización característico de las etapas preparatorias del movimiento socialista -por regla general, grupos y clubes locales sin vinculaciones entre sí- a la unidad de una gran organización nacional, apta para la acción política concertada en todo el inmenso territorio dominado por el Estado ruso? Tal es el problema específico que la socialdemocracia rusa viene estudiando desde hace un tiempo.


La autonomía y el aislamiento son las características más notables de la vieja forma de organización. Se comprende, por tanto, que la consigna de quienes quieren una organización nacional amplia sea: “¡Centralismo!”


El centralismo es el eje de la campaña que el grupo Iskra desarrolla desde hace tres años. El resultado de esta campaña fue el congreso de agosto de 1903, llamado Segundo Congreso de la socialdemocracia rusa, pero que fue, en realidad, su asamblea constituyente.

En el congreso del partido quedó claro que el término “centralismo” no soluciona completamente el problema organizativo de la socialdemocracia rusa. Una vez más aprendimos que ninguna fórmula rígida puede ser solución de nada en el movimiento socialista.

Un paso adelante, dos pasos atrás de Lenin, el gran representante del grupo Iskra, es una exposición metódica de las ideas de la tendencia ultracentralista en el movimiento ruso. El punto de vista que este libro presenta con incomparable vigor y rigor lógico es el del centralismo implacable. Se eleva a la altura de un principio la necesidad de seleccionar y organizar a todos los revolucionarios activos, diferenciándolos de la masa desorganizada, aunque revolucionaria, que rodea a esta élite.

La tesis de Lenin es que el Comité Central del partido debe gozar del privilegio de elegir a todos los organismos de dirección local. Debe poseer también el derecho de elegir los ejecutivos de tales organismos, desde Ginebra a Lieja, de Tomsk a Irkutsk,* y de imponerles a todos sus normas de conducta partidaria. Tiene que contar con el derecho de decidir, sin apelación, cuestiones tales como la disolución y reconstitución de las organizaciones locales. De esta manera el Comité Central podría decidir a voluntad la composición de los organismos más importantes y del propio congreso. El Comité Central sería el único organismo pensante en el partido. Los demás serían sus brazos ejecutores.


Lenin argumenta que la combinación del movimiento socialista de masas con una organización tan rígidamente centralizada constituye un principio científico del marxismo revolucionario. Presenta en apoyo de esta tesis una serie de argumentos que pasaremos a considerar.

En términos generales, es innegable que una fuerte tendencia a la centralización es inherente al movimiento socialdemócrata. Esta tendencia surge de la estructura económica


 *  Muchos socialistas rusos actuaban en Europa occidental, donde se habían exiliado para escapar a la opresión zarista. Otros habían sido enviados por el gobierno a Siberia o Asia Central, donde gozaban de ciertas libertades políticas. (N. del E. norteamericano.)


del capitalismo, que constituye generalmente un factor centralizador. El movimiento socialdemócrata realiza su actividad en la gran ciudad burguesa. Su misión consiste en representar, dentro de las fronteras del estado nacional, los intereses de clase del proletariado y oponerlos a todos los intereses locales o sectoriales.

Por tanto la socialdemocracia generalmente es hostil a toda manifestación de localismo o federalismo. Busca unificar a todos los obreros y organizaciones obreras en un partido único, por encima de sus diferencias nacionales, religiosas o laborales. La socialdemocracia abandona este principio en favor del federalismo sólo en circunstancias excepcionales, como en el caso del Imperio Austrohúngaro.


Es claro que la socialdemocracia rusa no debe organizarse como conglomerado federativo de muchos grupos nacionales. Debe constituirse en partido único para todo el imperio. Pero eso no es lo que está en discusión aquí. Lo que estamos considerando es el grado de centralización necesario dentro del partido ruso unificado para hacer frente a la situación peculiar bajo la cual debe funcionar.

Considerándolo desde el punto de vista de las tareas formales de la socialdemocracia en su carácter de partido para la lucha de clases aparece a primera vista que el poder y la energía del partido dependen directamente de la posibilidad de centralizarlo. Sin embargo, estas tareas formales son válidas para todos los partidos militantes. En el caso de la socialdemocracia son menos importantes que la influencia de las circunstancias históricas.

La socialdemocracia es el primer movimiento en la historia de las sociedades de clase que se apoya, en todo momento y para toda su actividad, en la organización y movilización, directas e independientes de las masas.

En virtud de ello la socialdemocracia crea un tipo de organización completamente distinta de las que eran comunes a los movimientos revolucionarios anteriores, tales como la de los jacobinos (55) o los partidarios de Blanqui.

Lenin parece menospreciar este hecho cuando afirma en su libro (p. 140) que el socialdemócrata revolucionario no es sino “un jacobino indisolublemente ligado a la organización del proletariado, que ha adquirido conciencia de sus intereses de clase”.


Para Lenin, la diferencia entre la socialdemocracia y el blanquismo se reduce al comentario de que en lugar de un puñado de conspiradores tenemos un proletariado con conciencia de clase. Olvida que esa concepción entraña una revisión total de nuestras ideas

(55) Jacobinos; miembros del Club Jacobino, la fracción de izquierda más radicalizada de la Revolución Francesa; gobernó desde la caída de la Gironda hasta el Termidor y la ejecución de Robespierre y otros en julio de 1973.


sobre organización y, por tanto, una concepción completamente distinta del centralismo y de las relaciones que imperan entre el partido y la lucha misma.

El blanquismo no contaba con la acción directa de la clase obrera. Por lo tanto, no necesitaba organizar al pueblo para la revolución. Se esperaba que el pueblo cumpliera su papel únicamente en el momento mismo de la revolución. La preparación de la revolución concernía únicamente al grupito de revolucionarios que se armaban para dar el golpe. Más aun, para garantizar el éxito de la conspiración revolucionaria se consideraba que lo más inteligente era mantener a la masa un tanto apartada de los conspiradores. Los blanquistas podían tener esa concepción porque no había contacto estrecho entre la actividad conspirativa de su organización y las luchas cotidianas de las masas populares. Las tácticas y las tareas concretas de los blanquistas tenían poco que ver con la lucha de clases más elemental. Las improvisaban libremente. Por eso las resolvían a priori y les daban la forma de un plan ya elaborado. La consecuencia fue que los militantes de la organización se convertían en simples brazos ejecutores, que cumplían las órdenes previamente fijadas fuera del ámbito de su actividad. Se convertían en instrumentos del Comité Central. He aquí la segunda particularidad del centralismo conspirativo: el sometimiento ciego y absoluto de la base del partido a la voluntad del centro, y la extensión de dicha autoridad a todos los sectores de la organización.

Pero la actividad socialdemócrata se realiza en condiciones totalmente distintas. Surge históricamente de la lucha de clases elemental. Se difunde y desarrolla bajo la siguiente contradicción dialéctica: el ejército proletario es reclutado y adquiere conciencia de sus objetivos en el curso de la lucha. La actividad de la organización partidaria y la conciencia creciente de los obreros sobre los objetivos de la lucha y sobre la lucha misma no son elementos diferentes, separados mecánica y cronológicamente. Son distintos aspectos del mismo proceso. Salvo los principios generales de la lucha, para la socialdemocracia no existe un conjunto detallado de tácticas que un Comité Central enseña al partido de la misma manera que las tropas reciben su instrucción en el campo de entrenamiento. Además, la influencia de la socialdemocracia fluctúa constantemente con los flujos y reflujos de la lucha en cuyo transcurso se crea y desarrolla el partido.


Por ello el centralismo socialdemócrata no puede basarse en la subordinación mecánica y la obediencia ciega de los militantes a la dirección. Por ello el movimiento socialdemócrata no puede permitir que se levante un muro hermético entre el núcleo consciente del proletariado que ya está en el partido y su entorno popular, los sectores sin partido del proletariado.

Ahora bien, el centralismo de Lenin descansa precisamente en estos dos principios: 1) Subordinación ciega, hasta el último detalle, de todas las organizaciones al centro, que es el único que decide, piensa y guía. 2) Rigurosa separación del núcleo de revolucionarios organizados de su entorno social revolucionario.

Semejante centralismo es una trasposición mecánica de los principios organizativos del blanquismo al movimiento de masas de la clase obrera socialista.

Es desde este punto de vista que Lenin define al “socialdemócrata revolucionario” como “un jacobino unido a la organización del proletariado que ha adquirido conciencia de sus intereses de clase”.


Pero es un hecho que la socialdemocracia no está unida al proletariado. Es el proletariado. Y por ello el centralismo socialdemócrata es distinto del centralismo blanquista. Puede ser sólo la voluntad concentrada de los individuos y grupos representantes de los sectores más conscientes, activos y avanzados de la clase obrera. Es, por así decirlo, el “auto-centralismo” de los sectores más avanzados del proletariado. Es el predominio de la mayoría dentro de su propio partido.


Las condiciones indispensables para la implantación del centralismo socialdemócrata son: 1) la existencia de un gran contingente de obreros educados en la lucha política, 2) la posibilidad de que los obreros desarrollen su actividad política a través de la influencia directa en la vida pública, en la prensa del partido, en congresos públicos, etcétera.


Estas condiciones no están dadas en Rusia. La primera -una vanguardia proletaria, consciente de sus intereses de clase, capaz de autodirigirse en la lucha política— recién está surgiendo en Rusia. Toda la agitación y organización socialistas deben apuntar a apurar la formación de esa vanguardia. La segunda condición sólo puede existir en un régimen de libertades políticas.

Lenin discrepa violentamente con estas conclusiones. Está convencido de que en Rusia ya están dadas las condiciones para la creación de un partido poderoso y centralizado. Declara que “ya no son los proletarios, sino algunos intelectuales quienes necesitan educarse en materia de organización y disciplina” (p. 145). Ensalza la influencia de la fábrica, que, según él, acostumbra al proletariado a la “disciplina y organización” (p. 147).


Con ello Lenin parece demostrar una vez más que su concepción de la organización socialista es bastante mecanicista. La disciplina que visualiza Lenin ya está siendo aplicada, no sólo en la fábrica, sino también por el militarismo y por la burocracia estatal existente: por todo el mecanismo del Estado burgués centralizado.

Utilizamos mal las palabras y nos autoengañamos cuando aplicamos el mismo término —disciplina— a nociones tan disímiles como son la ausencia de pensamiento y voluntad en un cuerpo con mil manos y pies que se mueven automáticamente, y la coordinación espontánea de los actos políticos conscientes de un grupo de hombres. ¿Qué tienen en común la regulada docilidad de una clase oprimida y la autodisciplina y organización de una clase que lucha por su emancipación?

La autodisciplina de la socialdemocracia no es el simple reemplazo de la autoridad de la burguesía dominante por la autoridad de un Comité Central socialista. La clase obrera será consciente de la nueva disciplina, la autodisciplina libre de la socialdemocracia, no como resultado de la disciplina que le impone el Estado capitalista sino extirpando de raíz los viejos hábitos de obediencia y servilismo.


El centralismo socialista no es un factor absoluto aplicable a cualquier etapa del movimiento obrero. Es una tendencia, que se vuelve real en proporción al desarrollo y educación política adquiridos por la clase obrera en el curso de su lucha.

Va de suyo que la ausencia de las condiciones necesarias para la completa realización de este tipo de centralismo en el movimiento ruso constituye un obstáculo tremendo.

Es un error creer que es posible sustituir “provisoriamente” el poder absoluto de un Comité Central (que actúa de alguna manera por “elección tácita”) por la todavía irrealizable dirección de la mayoría de obreros conscientes del partido y reemplazar así el control abierto de las masas obreras sobre los organismos del partido por el del Comité Central sobre el proletariado revolucionario.


La historia del movimiento ruso nos señala el dudoso valor de semejante centralismo. Un centro todopoderoso investido, como quiere Lenin, con el derecho ilimitado de controlar e intervenir, sería absurdo si se limitara su autoridad a problemas técnicos como el de la administración de las finanzas, la distribución de tareas entre los propagandistas y agitadores, el transporte y difusión de la literatura. El objetivo político de un organismo con poderes tan enormes se entiende sólo si esos poderes se aplican a la elaboración de un plan uniforme para la acción, si el centro revolucionario toma la iniciativa de una gran actividad revolucionaria.


Pero, ¿cuál ha sido la experiencia del movimiento obrero ruso hasta ahora? El cambio más importante y fructífero producto de su táctica política durante los diez últimos años no ha sido el surgimiento de grandes dirigentes ni menos aún de grandes organismos organizativos. Estos siempre aparecieron como consecuencia espontánea de la fermentación del movimiento. Fue así en la primera etapa del movimiento proletario en Rusia, que empezó con la huelga general espontánea de San Petesburgo de 1896, acontecimiento que señala el comienzo de una era de luchas económicas del pueblo ruso. Ocurrió lo mismo en el periodo siguiente, iniciado por las manifestaciones callejeras espontáneas de los estudiantes petersburgueses, en marzo de 1901. La huelga general de Rostov, en 1903, que inició el siguiente gran viraje táctico del movimiento proletario ruso, también fue un acto espontáneo. “Por sí sola” la huelga dio lugar a manifestaciones políticas, agitación callejera, grandes mítines al aire libre, cosas que el revolucionario más optimista no hubiera soñado unos años antes.


Nuestra causa efectuó grandes avances durante estos acontecimientos. Sin embargo, la iniciativa y la dirección consciente de la socialdemocracia desempeñaron un papel insignificante. Es cierto que las organizaciones no estaban preparadas para eventos de tanta magnitud. Sin embargo, este hecho no explica el papel poco importante de los revolucionarios. Ni se lo puede atribuir a la ausencia del aparato partidario central todopoderoso que exige Lenin. La existencia de ese centro probablemente hubiera incrementado la desorganización de los comités locales al acentuar la diferencia entre el avance ávido de las masas y la línea prudente de la socialdemocracia. El mismo fenómeno —el papel insignificante que desempeñaron los organismos centrales del partido en la elaboración de la línea táctica— se observa hoy en Alemania y otros países. En general, no se puede “inventar” la táctica de la socialdemocracia. Es el producto de una serie de grandes actos creadores de una lucha de clases a menudo espontánea que busca la manera de avanzar.

Lo inconsciente precede a lo consciente. La lógica del proceso histórico precede a la lógica subjetiva de los seres humanos que participan en el proceso histórico. Existe una tendencia a que los organismos que dirigen el partido socialista desempeñen un rol conservador. La experiencia demuestra que cada vez que el movimiento obrero gana terreno esos organismos lo mantienen hasta el último momento. Lo transforman al mismo tiempo en una especie de bastión que detiene aún más el avance.


La táctica actual de la socialdemocracia alemana se ha ganado la aprobación universal porque es tan flexible como firme. Esto es un índice de la adaptación del partido hasta el último detalle de su actividad cotidiana, al régimen parlamentario. El partido ha estudiado metódicamente todos los recursos que ofrece este terreno. Sabe utilizarlos sin modificar sus principios.

Sin embargo, la perfección de esta adaptación le cierra perspectivas al partido. Existe en él una tendencia a considerar que la táctica parlamentarista es inmutable y especifica de la actividad socialista. Se niega, por ejemplo, a tener en cuenta la posibilidad (planteada por Alexander Parvus) de cambiar nuestra táctica en caso de que el sufragio universal sea abolido en Alemania, eventualidad que dirigentes de la socialdemocracia alemana no consideran del todo improbable.


Esa inercia se debe en gran medida a que resulta muy inconveniente definir, dentro del vacío de las hipótesis abstractas, los lineamientos y formas de situaciones políticas todavía inexistentes. Evidentemente, lo importante para la socialdemocracia no es la elaboración de un cuerpo de directivas ya preparadas para la política futura. Es importante: 1) efectuar una evaluación histórica correcta de las formas de lucha que corresponden a la situación dada, y 2) comprender la relatividad de la etapa que se vive y el incremento inevitable de la tensión revolucionaria a medida que se acerca el objetivo final de esa lucha.


Si le otorgamos, como quiere Lenin, poderes absolutos de carácter negativo al órgano más encumbrado del partido fortalecemos peligrosamente el conservadorismo inherente a dicho organismo. Si la táctica del partido socialista no ha de ser creada por un Comité Central sino por todo el partido o, mejor dicho, por todo el movimiento obrero, es claro que las secciones y federaciones del partido necesitan la libertad de acción que les permita desarrollar su iniciativa revolucionaria y utilizar todos los recursos que ofrece la situación. El ultracentralismo que pide Lenin está colmado del espíritu estéril del capataz, no de un espíritu positivo y creador. A Lenin le preocupa más controlar el partido que hacer más fructífera la actividad del mismo; estrechar el movimiento antes que desarrollarlo, atarlo antes que unificarlo.

En la situación actual, semejante experimento sería doblemente peligroso para la socialdemocracia rusa. Estamos en vísperas de batallas decisivas contra el zarismo. Está por entrar o ha entrado en un periodo de actividad creadora intensificada, durante el cual ampliará (como siempre sucede en situaciones revolucionarias) su esfera de influencia y crecerá espontáneamente a grandes saltos. Tratar de frenar la iniciativa del partido en este momento, rodearlo de alambres de púas, es incapacitarlo para el cumplimiento de las grandes tareas del momento.


Las ideas generales que hemos expuesto sobre el problema del centralismo socialista no bastan para elaborar un proyecto de estatuto para el partido ruso. En última instancia, un estatuto de este tipo sólo lo pueden determinar las circunstancias bajo las que se desarrolla la actividad del partido en una etapa dada. En Rusia se trata de poner en marcha una gran organización proletaria. Ningún proyecto de estatuto puede considerarse infalible. Tiene que pasar por la prueba de fuego.


Pero por nuestra concepción general de la naturaleza de la organización socialdemócrata, creemos que se justifica que deduzcamos que su espíritu requiere —sobre todo al comienzo de la formación del partido de masas- la coordinación y unificación del movimiento y no su subordinación rígida a un reglamento. Si el partido posee el don de la flexibilidad política, complementado por la lealtad absoluta a los principios y la preocupación por la unidad, podemos estar tranquilos respecto a que cualquier defecto en el estatuto del partido se corregirá en la práctica. Para nosotros, no es la letra sino el espíritu vivo que los militantes llevan a la organización lo que decide el valor de tal o cual forma de organización.


                                     II


Hasta aquí hemos examinado el problema del centralismo desde el punto de vista de los principios generales a la socialdemocracia, y hasta cierto punto a la luz de las condiciones particulares de Rusia. Sin embargo, el ultracentralismo militar que proclaman Lenin y sus partidarios no es producto de diferentes opiniones. Se dice que está relacionado con una campaña contra el oportunismo que Lenin ha preparado hasta el último detalle organizativo.

Es importante —dice Lenin— forjar un arma más o menos efectiva contra el oportunismo.” (Ibíd. p. 52.) Cree que el oportunismo surge de la tendencia característica de los intelectuales a la descentralización y la desorganización, de su animadversión a la disciplina estricta y a la “burocracia” que es, de todas maneras, necesaria para el buen funcionamiento del partido.


Lenin dice que los intelectuales siguen siendo individualistas y tienden a la anarquía incluso después de haberse unido al movimiento socialista. Según él, sólo a los intelectuales les repugna la idea de la autoridad absoluta de un Comité Central. El proletario auténtico, sugiere Lenin, en virtud de su instinto de clase encuentra un cierto placer voluptuoso al abandonarse a las garras de una firme dirección y una disciplina implacable. “Oponer la burocracia a la democracia -dice Lenin- es contraponer el principio organizativo de la socialdemocracia revolucionaria con los métodos organizativos oportunistas.” (Ibíd. p. 151.)

Declara que se da un conflicto similar entre las tendencias centralistas y autonomistas en todos los países en los que el reformismo y el socialismo revolucionario se encuentran cara a cara. Señala particularmente la controversia reciente en la socialdemocracia alemana sobre el problema del grado de libertad de acción que el partido puede permitirles a los representantes socialistas en las asambleas legislativas.


Veamos los paralelos que traza Lenin.

En primer lugar, hay que señalar que ensalzar el supuesto genio de los proletarios en materia de organización socialista y la desconfianza general hacia los intelectuales en cuanto tales no es un índice de mentalidad “marxista revolucionaria”. Es muy fácil demostrar que semejantes argumentos son oportunistas.

Las tendencias que presentan el antagonismo entre los elementos proletarios y no proletarios en el movimiento obrero como problema ideológico son el semianarquismo de los sindicalistas franceses, cuya consigna es “¡Cuidado con los políticos!”; el tradeunionismo inglés, que desconfía de los “visionarios socialistas”; y, si nuestros informes son correctos, el “economicismo puro”, representado hasta hace poco en la socialdemocracia rusa por Rabochaia Misl (Pensamiento Obrero), publicado clandestinamente en San Petesburgo.



En la mayoría de los partidos socialistas de Europa Occidental existe indudablemente una relación entre el oportunismo y los “intelectuales”, al igual que entre los intelectuales y las tendencias descentralizadoras del movimiento obrero.

Pero nada más ajeno al método histórico dialéctico del pensamiento marxista que el separar los fenómenos sociales de su marco histórico y presentar esos fenómenos como fórmulas abstractas susceptibles de ser aplicadas en forma absoluta y general.


Razonando de manera abstracta podríamos decir que el “intelectual”, elemento social proveniente de la burguesía y por lo tanto ajeno al proletariado, no ingresa al movimiento socialista al impulso de sus tendencias clasistas sino en oposición a ellas. Por eso tiene mayor tendencia que el obrero a caer en aberraciones oportunistas. El obrero, decimos, puede encontrar apoyo revolucionario real en sus intereses de clase, siempre que no abandone su medio ambiente, o sea la masa trabajadora. Pero la forma concreta que asume la tendencia al oportunismo del intelectual y, sobre todo, la forma en que esa inclinación se expresa en el terreno organizativo son cuestiones que dependen siempre del medio social en que se mueve.


El parlamentarismo burgués es la base social de los fenómenos que observa Lenin en los movimientos socialistas alemán, francés e italiano. Este parlamentarismo es el caldo de cultivo de todas las tendencias oportunistas que existen en la socialdemocracia occidental.


El tipo de parlamentarismo que tenemos ahora en Francia, Italia y Alemania proporciona terreno para las ilusiones del oportunismo actual, tales como la sobrevaloración de las reformas sociales, la colaboración de clases y partidos, la fe en una evolución pacífica hacia el socialismo, etcétera. Esto ocurre al colocar a los intelectuales, como parlamentarios, por encima del proletariado, y separándolos del proletariado dentro del propio partido socialista. Con el crecimiento del movimiento obrero, el parlamentarismo se vuelve un trampolín para los oportunistas políticos. Por eso tantos fracasados con ambiciones de la burguesía corren a cobijarse bajo la bandera de los partidos socialistas. Otra fuente del oportunismo contemporáneo la constituyen los grandes medios materiales con que cuenta la socialdemocracia, y la influencia de las grandes organizaciones socialdemócratas.


El partido es el baluarte que defiende al movimiento clasista de las desviaciones parlamentaristas burguesas. Para triunfar, dichas tendencias deben destruir el baluarte. Deben disolver al sector activo, consciente del proletariado en la masa amorfa del “electorado”.

Así surgen las tendencias “autonomistas” y descentralizantes en nuestros partidos socialdemócratas. Vemos que esas tendencias sirven a fines políticos definidos. No se las puede explicar, como quisiera Lenin, con referencias a la sicología del intelectual, a su supuesta inestabilidad innata de carácter. Sólo se las explica en base a las necesidades del político parlamentario burgués, es decir, por la política oportunista.

La situación es distinta en la Rusia zarista. En términos generales, el oportunismo en el movimiento obrero ruso no es un subproducto de la fuerza socialdemócrata ni de la descomposición de la burguesía. Es el producto del atraso político de la sociedad rusa.

El medio de donde provienen los intelectuales rusos que ingresan al socialismo es mucho más desclasado y menos burgués que en Europa Occidental. Sumada a la inmadurez del movimiento obrero ruso, esta circunstancia coadyuva a la disgresión teórica, desde la negación total del aspecto político del movimiento obrero a la creencia total en la efectividad de los actos terroristas aislados o la indiferencia política más completa, en las charcas del liberalismo y del idealismo kantiano. Sin embargo, es difícil atraer al intelectual que integra el movimiento socialdemócrata ruso hacia la desorganización. Es algo que va en contra de la posición general del medio en que se mueve el intelectual ruso. No hay en Rusia un parlamento burgués que favorezca esta tendencia.


El intelectual occidental que practica en este momento el “culto del ego” y les da a sus aspiraciones socialistas un tinte aristocrático no representa a la intelligentsia burguesa “en general”. Representa una fase del desarrollo social. Es el producto de la decadencia burguesa.

Por otra parte, los sueños utópicos u oportunistas del intelectual ruso que se ha unido al movimiento socialista tienden a nutrirse de fórmulas teóricas en las que el ego no es exaltado sino humillado, en las que la moral del renunciamiento y el castigo constituye el principio rector.

Los narodniki (populistas) (56) de 1875 llamaban a la intelligentsia rusa a diluirse en la masa campesina. Los partidarios ultra-civilizados de Tolstoi (57) hablan de asumir la vida de la “gente simple”. Los partidarios del “economicismo puro” en la socialdemocracia rusa quieren que nos inclinemos ante la “mano callosa” del trabajador.

Si en vez de aplicar mecánicamente en Rusia las fórmulas elaboradas en Europa Occidental enfocamos el problema organizativo desde la perspectiva de la situación rusa, arribamos a conclusiones diametralmente opuestas a las de Lenin.


Atribuirle al oportunismo una preferencia invariable por determinado tipo de organización, la descentralización, es no comprender su esencia.

En cuanto al problema organizativo, o cualquier otro problema, el oportunismo conoce un solo principio: la ausencia de principios. El oportunismo escoge sus métodos con el fin de adecuarse a las circunstancias dadas, siempre que estos medios parezcan conducir a los fines previstos.


Si definimos al oportunismo, con Lenin, como esa tendencia que paraliza al movimiento revolucionario independiente y lo transforma en un instrumento de intelectuales burgueses ambiciosos, debemos reconocer también que en la etapa inicial de un movimiento obrero lo que facilita su influencia es la centralización rigurosa más que la descentralización. La extrema centralización pone al movimiento proletario joven e inculto en manos de los intelectuales que conforman el Comité Central.

En Alemania, en los albores del movimiento socialdemócrata y antes del surgimiento de un núcleo sólido de proletarios conscientes y una línea táctica basada en la experiencia, se produjo un enfrentamiento polémico entre los partidarios de los distintos tipos de organización. La Asociación General de Obreros Alemanes, fundada por Lassalle, estaba a favor de la centralización extrema. El principio autonomista era defendido por el partido que se había organizado en el congreso de Eisenach, con la colaboración de Wilhelm Liebknecht y Auguste Bebel.


La táctica de los “eisenacheanos” era bastante confusa. Sin embargo, su aporte al despertar de la conciencia de clase de las masas alemanas fue muchísimo mayor que el de los lassalleanos. Desde el comienzo los obreros desempeñaron un rol preponderante en ese partido (como lo demostró la cantidad de publicaciones obreras que aparecieron en las provincias) y la influencia del movimiento extendiéndose rápidamente. Al mismo tiempo,


(56) Narodniki (populistas): organización de intelectuales rusos del siglo XIX que luchaba por la liberación campesina. Utilizaba tácticas conspirativas y terroristas.

(57) León Tolstoi (1828-1910): novelista ruso, autor de La guerra y la paz, Ana Karenina, etcétera.


los lassalleanos, a pesar de todos sus experimentos con los “dictadores”, condujeron a sus seguidores de desventura en desventura.

En general el centralismo riguroso y despótico cuenta con las preferencias de los intelectuales oportunistas en la etapa en que los elementos revolucionarios de la clase obrera carecen de cohesión y el movimiento avanza a los tanteos, como ocurre ahora en Rusia. En una etapa posterior, bajo un régimen parlamentario y en relación con un partido obrero fuerte, las tendencias oportunistas de los intelectuales se manifiestan en favor de la “descentralización”.

Si aceptamos el punto de vista que Lenin considera propio y tememos la influencia de los intelectuales en el movimiento, no podemos concebir mayor peligro para el partido ruso que el plan organizativo de Lenin. Nada contribuirá tanto al sometimiento de un joven movimiento obrero a una élite intelectual ávida de poder que este chaleco de fuerza burocrático, que inmovilizará al partido y lo convertirá en un autómata manipulado por un Comité Central. En cambio, no puede haber garantía más efectiva contra la intriga oportunista y la ambición personal que la acción revolucionaria independiente del proletariado, cuyo resultado es que los obreros adquieren el sentido de la responsabilidad política y la confianza en sí mismos.


Lo que hoy es un fantasma que ronda la imaginación de Lenin puede convertirse en realidad mañana.

No olvidemos que la revolución pronta a estallar en Rusia será burguesa y no proletaria. Esto trastorna todas las circunstancias de la lucha social. También los intelectuales rusos quedarán imbuidos de ideología burguesa. La socialdemocracia es, en la actualidad, la única guía del proletariado ruso. Pero al día siguiente de la revolución veremos a la burguesía, sobre todo a los intelectuales burgueses, tratando de utilizar a las masas como puente hacia su dominio.


El juego de los demagogos burgueses se verá facilitado si en la etapa actual la acción, iniciativa y sentido político espontáneos del proletariado se ven obstaculizados en su desarrollo y restringidos por el proteccionismo de un Comité Central autoritario.

Más importante aún es la falsedad fundamental de la idea que subyace tras el plan de centralismo irrestricto: la idea de que el camino al oportunismo puede cerrarse mediante los artículos de un estatuto partidario.


Impactados por los hechos ocurridos recientemente en los partidos socialistas de Francia, Italia y Alemania, los socialdemócratas rusos tienden a considerar al oportunismo como un elemento foráneo importado al movimiento obrero por los representantes de la democracia burguesa. Si así fuera, ninguna sanción prevista en el estatuto del partido podría detener esta invasión. La influencia de elementos no proletarios en el partido del proletariado es el resultado de causas sociales profundas, tales como el derrumbe económico de la pequeña burguesía, la bancarrota del liberalismo burgués y la degeneración de la democracia burguesa. Es ingenuo confiar en detener esta corriente con una fórmula escrita en el estatuto del partido.


Un reglamento puede regir la vida de una pequeña secta o de un círculo privado. Una corriente histórica, en cambio, atravesará las redes del parágrafo estatutario. Además, no es cierto que rechazar los elementos que la descomposición de la sociedad burguesa lleva al movimiento socialista signifique defender los intereses de la clase obrera. La socialdemocracia ha afirmado siempre que representa no sólo los intereses de clase del proletariado, sino también las aspiraciones progresistas de la sociedad en su conjunto. Representa los intereses de todos los que sufren la opresión de la dominación burguesa. Esto no hay que entenderlo simplemente en el sentido de que todos estos intereses se ven reflejados idealmente en el programa socialista. La evolución de la historia traduce esta afirmación en la realidad. Como partido político, la socialdemocracia se convierte en refugio de todos los elementos descontentos que hay en nuestra sociedad y del pueblo todo, en contraposición a la pequeña miñona de amos capitalistas.

Pero los socialistas deben saber subordinar la angustia, rencor y esperanza de este conglomerado heterogéneo al objetivo supremo de la clase obrera. La socialdemocracia debe encuadrar a la turba de iracundos no proletarios dentro de los límites de la acción revolucionaria del proletariado. Debe asimilar a los elementos que se le acercan.

Esto sólo es posible si la socialdemocracia tiene un núcleo proletario fuerte, políticamente culto, con la suficiente conciencia de clase como para ser capaz, como en Alemania, de arrastrar a los elementos desclasados y pequeñoburgueses que se unen al partido. En ese caso, la mayor rigidez en la aplicación del principio de centralización y la disciplina más severa formulada específicamente en los estatutos del partido pueden ser una barrera efectiva contra el peligro oportunista. Así se defendió el socialismo francés contra la confusión jauresista. Enmendar el estatuto de la socialdemocracia alemana sería una medida muy oportuna.

Pero inclusive en este terreno no debemos pensar que el estatuto del partido es un arma que, de alguna manera, basta por sí misma. Puede, en el mejor de los casos, ser un método de coerción para imponer la voluntad de la mayoría proletaria en el partido. Si esa mayoría no existe de nada servirán las sanciones más drásticas.

Sin embargo, la influencia de elementos burgueses en el partido dista de ser la única causa de las tendencias oportunistas que están levantando cabeza en la socialdemocracia. Otra causa la constituye la naturaleza misma de la militancia socialista y sus contradicciones internas.

El movimiento internacional del proletariado hacia su emancipación total es un proceso peculiar en este sentido: por primera vez en la historia de la civilización el pueblo expresa su voluntad conscientemente y en oposición a todas las clases dominantes. Pero esta voluntad puede satisfacerse únicamente fuera de los marcos del sistema imperante.

Ahora bien, las masas sólo pueden adquirir y fortalecer esta voluntad en el curso de su lucha cotidiana contra el orden social existente: es decir, dentro de los límites de la sociedad capitalista.

Por un lado, las masas; por el otro, su objetivo histórico, situado fuera de la sociedad imperante. Por un lado, la lucha cotidiana; por el otro, la revolución social. Tales los términos de la contradicción dialéctica por la cual avanza el movimiento socialista.

De ahí se desprende que la mejor manera en que puede avanzar el movimiento es oscilando entre los dos peligros que lo acechan constantemente. Uno es la pérdida de su carácter masivo; el otro, el abandono del objetivo. Uno es el peligro de retrotraerse al estado de secta; otro, el peligro de convertirse en un movimiento para la reforma social burguesa.

Por eso es ilusorio, y va en contra de la experiencia histórica, esperar fijar de una vez por todas la orientación de la lucha socialista revolucionaria con métodos formales, que se supone defenderán al movimiento obrero de toda posibilidad de desviación oportunista.

La teoría marxista es un arma segura para reconocer y combatir las manifestaciones típicas del oportunismo. Pero el movimiento socialista es un movimiento de masas, sus peligros no son producto de las maquinaciones insidiosas de individuos y grupos, surgen de situaciones sociales inevitables. No podemos resguardarnos por adelantado contra todas las posibilidades de desviación oportunista. Sólo el movimiento puede superar esos peligros, con la ayuda de la teoría marxista, sí, pero recién después de que esos peligros se hayan hecho tangibles.

Desde este punto de vista el oportunismo aparece como un producto y una fase inevitable del desarrollo histórico del movimiento obrero.

La socialdemocracia rusa surgió hace poco. Las circunstancias políticas bajo las cuales se desarrolla el movimiento proletario en Rusia son bastante anormales. En ese país el oportunismo es en gran medida un subproducto de los tanteos y experimentos de la militancia socialista, que trata de avanzar sobre un terreno que no se parece a ningún otro en Europa.

En vista de ello, nos resulta increíble la afirmación de que es posible evitar el oportunismo escribiendo determinadas palabras en lugar de otras en el estatuto partidario. El intento de conjurar el oportunismo con un pedazo de papel puede resultar sumamente dañino, no para el oportunismo sino para el movimiento socialista.

Si se detiene el pulso natural de un organismo viviente, se lo debilita y se disminuyen sus posibilidades de resistencia y su espíritu combativo, en este caso no sólo contra el oportunismo sino también (y esto reviste una gran importancia, por cierto) contra el orden social existente. Los medios propuestos se vuelven contra los fines a los que se supone deberían servir.


En la ansiedad de Lenin por implantar la dirección de un Comité Central omnisciente y todopoderoso para proteger a un movimiento obrero tan joven y prometedor contra cualquier paso en falso reconocemos los síntomas del mismo subjetivismo que ya le ha hecho más de una mala pasada al pensamiento socialista de Rusia.

Divierte observar los tumbos que ha debido dar el respetable “ego” humano en la historia rusa reciente. Tirado en el suelo, casi reducido a polvo por el absolutismo ruso, el “ego” se venga dedicándose a la actividad revolucionaria. Reviste la forma de un comité de conspiradores que, en nombre de una Voluntad Popular inexistente, se sienta en una especie de trono y proclama su omnipotencia. Pero el “objeto” resulta ser el más fuerte. El knut triunfa porque el poder zarista parece ser la expresión “legítima” de la historia.

Con el tiempo vemos aparecer en escena un hijo todavía más “legítimo” de la historia: el movimiento obrero ruso. Por primera vez están sentadas las bases para una verdadera “voluntad popular” en tierra rusa. Pero, ¡hete aquí nuevamente el “ego” del revolucionario ruso! Haciendo piruetas cabeza abajo, se proclama una vez más director todopoderoso de la historia. Esta vez con el título de Su Excelencia el Comité Central del Partido Social Demócrata Ruso.

El ágil acróbata no percibe que el único “sujeto” que merece el papel de director es el “ego” colectivo de la clase obrera. La clase obrera exige el derecho de cometer sus errores y aprender en la dialéctica de la historia.
Hablemos claramente. Históricamente, los errores cometidos por un movimiento verdaderamente revolucionario son infinitamente más fructíferos que la infalibilidad del Comité Central más astuto.




Esta es la versión en inglés.

Escrito: 1904. 

Fuente: Organización Revolucionaria Socialista por Rosa Luxemburgo. 

Editor: Integer Press, 1934. 

Primera publicación: 1904 en Iskra y Neue Zeit . 

Versión en línea: marxists.org 1999. 

Transcripción / Marcado: A. Lehrer / Brian Baggins.


Este documento representa la contribución de Rosa Luxemburg al debate dentro del movimiento socialdemócrata ruso sobre la organización del partido y el centralismo democrático. Luxemburgo se une a Trotsky en la advertencia de los peligros inherentes al centralismo y argumenta en contra de la concentración del poder en un Comité Central. Desde una perspectiva revolucionaria socialista, Luxemburgo presenta argumentos contundentes contra la concepción de Lenin del Partido revolucionario. Para otras contribuciones contemporáneas al debate, ver Nuestras tareas políticas de Trotsky ¿Qué se debe hacer de Lenin? One Step Forward, Two Steps Back.


Originalmente publicado como un artículo en 1904 bajo el título de Preguntas Organizacionales de la socialdemocracia rusa en Iskra y Neue Zeit , más tarde reimpreso en forma de panfleto titulado Marxismo vs. Leninismo. ¿Apareció en inglés en 1934 como Revolutionary Socialist Organization, publicado por Integer y en 1935 como Leninism o Marxism? por la Federación Comunista Antiparlamentaria, Glasgow. En 1961, la Universidad de Michigan Press reimprimió la traducción de Integer, que había entrado en el dominio público, en La revolución rusa y el leninismo o el marxismo, con una introducción de Bertram Wolfe. También aparece bajo el título Cuestiones organizativas de la socialdemocracia como parte de la compilación de la revista Pathfinder de 1970 Rosa Luxemburg Speaks 

Sección Uno,  Cuestiones organizativas de la socialdemocracia rusa

                                            Yo
Una tarea sin precedentes en la historia del movimiento socialista ha caído en manos de la socialdemocracia rusa. Es la tarea de decidir cuál es la mejor política táctica socialista en un país donde la monarquía absoluta sigue siendo dominante. Es un error establecer un paralelo rígido entre la situación rusa actual y la que existió en Alemania durante los años 1879-90, cuando las leyes antisocialistas de Bismarck estaban vigentes. Los dos tienen una cosa en común: el gobierno de la policía. De lo contrario, de ninguna manera son comparables.

Los obstáculos ofrecidos al movimiento socialista por la ausencia de libertades democráticas son de importancia relativamente secundaria. Incluso en Rusia, el movimiento popular ha logrado superar las barreras establecidas por el estado. La gente se ha encontrado a sí misma como una "constitución" (aunque bastante precaria) en los desórdenes callejeros. Perseverando en este curso, el pueblo ruso con el tiempo alcanzará la victoria completa sobre la autocracia.


La principal dificultad que enfrenta la actividad socialista en Rusia se debe al hecho de que en ese país la dominación de la burguesía está velada por la fuerza absolutista. Esto le da a la propaganda socialista un carácter abstracto, mientras que la agitación política inmediata adquiere un aspecto democrático-revolucionario.


Las leyes antisocialistas de Bismarck sacaron nuestro movimiento de los límites constitucionales en una sociedad burguesa altamente desarrollada, donde los antagonismos de clase ya habían alcanzado su pleno florecimiento en las contiendas parlamentarias. (Aquí, por cierto, yace lo absurdo del esquema de Bismarck). La situación es bastante diferente en Rusia. El problema es cómo crear un movimiento socialdemócrata en un momento en que el Estado aún no está en manos de la burguesía.

La circunstancia influye en la agitación, en la forma de trasplantar la doctrina socialista al suelo ruso. También tiene una forma peculiar y directa sobre la cuestión de la organización del partido.

En las condiciones ordinarias, es decir, donde la dominación política de la burguesía ha precedido al movimiento socialista, la burguesía misma infunde en la clase obrera los rudimentos de la solidaridad política. En esta etapa, declara el Manifiesto comunista, la unificación de los trabajadores aún no es el resultado de su propia aspiración a la unidad, sino que viene como resultado de la actividad de la burguesía "que, para alcanzar sus propios fines políticos, es obligado a poner en movimiento al proletariado... "

En Rusia, sin embargo, la socialdemocracia debe compensar por sus propios esfuerzos todo un período histórico. Debe conducir a los proletarios rusos desde su actual condición "atomizada", que prolonga el régimen autocrático, a una organización de clase que los ayudaría a tomar conciencia de sus objetivos históricos y los prepararía para luchar por alcanzar esos objetivos.

Los socialistas rusos están obligados a emprender la construcción de tal organización sin el beneficio de las garantías formales comúnmente encontradas bajo una configuración democrático-burguesa. No disponen de la materia prima política que en otros países es suministrada por la propia sociedad burguesa. Como Dios Todopoderoso, deben hacer que esta organización surja del vacío, por así decirlo.


Cómo efectuar una transición desde el tipo de organización característica de la etapa preparatoria del movimiento socialista -presentada habitualmente por grupos y clubes locales desconectados, con propaganda como actividad principal- a la unidad de un gran cuerpo nacional, apto para una política concertada acción en todo el vasto territorio gobernado por el estado ruso? Ese es el problema específico que la socialdemocracia rusa ha meditado durante un tiempo.


Autonomía y aislamiento son las características más pronunciadas del viejo tipo de organización. Por lo tanto, es comprensible por qué el lema de las personas que quieren ver una organización nacional inclusiva debe ser "¡Centralismo!"


En el Congreso del Partido, se hizo evidente que el término "centralismo" no cubre por completo la cuestión de la organización de la socialdemocracia rusa. Una vez más, hemos aprendido que ninguna fórmula rígida puede proporcionar la solución de ningún problema en el movimiento social.

One Step Forward, Two Steps Backward , escrito por Lenin, un destacado miembro del grupo Iskra , es una exposición metódica de las ideas de la tendencia ultracentralista en el movimiento ruso. El punto de vista presentado con un vigor y una lógica incomparables en este libro es el del centralismo despiadado. Establecidos como principios están: 1. La necesidad de seleccionar, y constituir como un cuerpo separado, a todos los revolucionarios activos, a diferencia de la masa desorganizada, aunque revolucionaria, que rodea a esta élite.


La tesis de Lenin es que el Comité Central del partido debe tener el privilegio de nombrar a todos los comités locales del partido. Debería tener el derecho de designar los órganos efectivos de todos los organismos locales desde Ginebra hasta Lieja, desde Tomsk hasta Irkutsk. También debería tener el derecho de imponerles a todos ellos sus propias reglas de conducta partidaria. Debe tener el derecho de gobernar sin apelación en cuestiones tales como la disolución y reconstitución de organizaciones locales. De esta manera, el Comité Central podría determinar, para su propia conveniencia, la composición de los órganos más altos del partido. El Comité Central sería el único elemento pensante en el partido. Todas las demás agrupaciones serían sus miembros ejecutivos.

Lenin razona que la combinación del movimiento de masas socialista con un tipo de organización tan rigurosamente centralizada es un principio específico del marxismo revolucionario. Para apoyar esta tesis, avanza una serie de argumentos, que trataremos a continuación.
En términos generales, es innegable que una fuerte tendencia hacia la centralización es inherente al movimiento socialdemócrata. Esta tendencia surge de la composición económica del capitalismo, que es esencialmente un factor centralizador. El movimiento socialdemócrata continúa su actividad dentro de la gran ciudad burguesa. Su misión es representar, dentro de los límites del estado nacional, los intereses de clase del proletariado y oponer esos intereses comunes a todos los intereses locales y grupales.

Por lo tanto, la socialdemocracia es, por regla general, hostil a cualquier manifestación de localismo o federalismo. Se esfuerza por unir a todos los trabajadores y todas las organizaciones de trabajadores en un solo partido, sin importar las diferencias nacionales, religiosas u ocupacionales que puedan existir entre ellos. La socialdemocracia abandona este principio y da paso al federalismo solo en condiciones excepcionales, como en el caso del Imperio austrohúngaro.


Está claro que la socialdemocracia rusa no debería organizarse como un conglomerado federativo de muchos grupos nacionales. Debe convertirse en un partido único para todo el imperio. Sin embargo, esa no es realmente la cuestión considerada aquí. Lo que estamos considerando es el grado de centralización necesario dentro del partido ruso unificado y único a la vista de las condiciones peculiares bajo las cuales tiene que funcionar.

Al considerar el asunto desde el ángulo de las tareas formales de la socialdemocracia, en su calidad de partido de lucha de clases, al principio parece que el poder y la energía del partido dependen directamente de la posibilidad de centralizar el partido. Sin embargo, estas tareas formales se aplican a todas las partes activas. En el caso de la socialdemocracia, son menos importantes que la influencia de las condiciones históricas.

El movimiento socialdemócrata es el primero en la historia de las sociedades de clase que reconoce, en todas sus fases y en todo su curso, la organización y la acción directa e independiente de las masas.

Debido a esto, la socialdemocracia crea un tipo de organización que es completamente diferente de los comunes a los movimientos revolucionarios anteriores, como los de los jacobinos y los adherentes de Blanqui.

Lenin parece menospreciar este hecho cuando presenta en su libro (página 140) la opinión de que el socialdemócrata revolucionario no es más que un "jacobino indisolublemente unido a la organización del proletariado, que ha tomado conciencia de sus intereses de clase".


Para Lenin, la diferencia entre la socialdemocracia y el blanquismo se reduce a la observación de que en lugar de un puñado de conspiradores tenemos un proletariado con conciencia de clase. Olvida que esta diferencia implica una revisión completa de nuestras ideas sobre la organización y, por lo tanto, una concepción completamente diferente del centralismo y las relaciones existentes entre el partido y la lucha misma.

Blanquism no contó con la acción directa de la clase trabajadora. Por lo tanto, no era necesario organizar a la gente para la revolución. Se esperaba que la gente hiciera su parte solo en el momento de la revolución. La preparación para la revolución se refería solo al pequeño grupo de revolucionarios armados para el golpe. De hecho, para asegurar el éxito de la conspiración revolucionaria, se consideró más prudente mantener la misa a cierta distancia de los conspiradores. Tal relación podría ser concebida por los blanquistas solo porque no había un contacto cercano entre la actividad conspirativa de su organización y la lucha diaria de las masas populares.
Las tácticas y las tareas concretas de los revolucionarios blanquistas tenían poca conexión con la lucha elemental de clases. Fueron improvisados ​​libremente. Por lo tanto, podrían decidirse por adelantado y tomar la forma de un plan ya preparado. Como consecuencia de esto, los miembros ordinarios de la organización se convirtieron en simples órganos ejecutivos, llevando a cabo las órdenes de un testamento fijado de antemano y fuera de su esfera de actividad particular. Se convirtieron en los instrumentos de un Comité Central. Aquí tenemos la segunda peculiaridad del centralismo conspirativo: la sumisión absoluta y ciega de las secciones del partido a la voluntad del centro, y la extensión de esta autoridad a todas las partes de la organización.


Sin embargo, la actividad socialdemócrata se lleva a cabo en condiciones radicalmente diferentes. Surge históricamente fuera de la lucha de clases primaria. Se propaga y desarrolla de acuerdo con la siguiente contradicción dialéctica. El ejército proletario es reclutado y toma conciencia de sus objetivos en el curso de la lucha misma. La actividad de la organización del partido, el crecimiento de la conciencia de los proletarios sobre los objetivos de la lucha y la lucha misma, no son cosas diferentes separadas cronológica y mecánicamente. No son más que aspectos diferentes de la misma lucha, no existen para la socialdemocracia conjuntos detallados de tácticas que un comité central pueda enseñar a los miembros del partido de la misma forma que a las tropas en sus campos de entrenamiento. Además.


Por esta razón, el centralismo socialdemócrata no puede basarse en la subordinación mecánica y la obediencia ciega de la membresía del partido al centro del partido dirigente. Por esta razón, el movimiento socialdemócrata no puede permitir la construcción de una división hermética entre el núcleo consciente de clase del proletariado que ya está en el partido y su entorno popular inmediato, las secciones no partidarias del proletariado.

Ahora bien, los dos principios en los que descansa el centralismo de Lenin son precisamente estos:
1.     La subordinación ciega, en el más mínimo detalle, de todos los órganos del partido al centro del partido que solo piensa, guía y decide para todos.
2.     La separación rigurosa del núcleo organizado de revolucionarios de su entorno social revolucionario.

Tal centralismo es una transposición mecánica de los principios organizativos del blanquismo en el movimiento de masas de la clase obrera socialista.

De acuerdo con este punto de vista, Lenin define a su "socialdemócrata revolucionario" como un "jacobino unido a la organización del proletariado, que ha tomado conciencia de sus intereses de clase".


El hecho es que la socialdemocracia no está unida a la organización del proletariado. Es en sí mismo el proletariado. Y debido a esto, el centralismo socialdemócrata es esencialmente diferente del centralismo Blanquist. Solo puede ser la voluntad concentrada de los individuos y grupos representativos de la clase trabajadora. Es, por así decirlo, el "autocentrismo" de los sectores avanzados del proletariado. Es la regla de la mayoría dentro de su propio partido.


Las condiciones indispensables para la realización del centralismo socialdemócrata son:
1.     La existencia de un gran contingente de trabajadores educados en la lucha de clases.
2.     La posibilidad de que los trabajadores desarrollen su propia actividad política a través de la influencia directa en la vida pública, en una fiesta de prensa y en congresos públicos, etc.


Estas condiciones aún no están completamente formadas en Rusia. El primero, una vanguardia proletaria, consciente de sus intereses de clase y capaz de autodirigirse en la actividad política, recién ahora está emergiendo en Rusia. Todos los esfuerzos de agitación y organización socialista deben apuntar a acelerar la formación de tal vanguardia. La segunda condición se puede tener solo bajo un régimen de libertad política.


Con estas conclusiones, Lenin discrepa violentamente. Está convencido de que todas las condiciones necesarias para la formación de un partido poderoso y centralizado ya existen en Rusia. Él declara que, "ya no son los proletarios, sino ciertos intelectuales de nuestro partido los que necesitan ser educados en los asuntos de organización y disciplina" (página 145). Él glorifica la influencia educativa de la fábrica, que, según él, acostumbra al proletariado a la "disciplina y organización" (página 147).


Al decir todo esto, Lenin parece demostrar una vez más que su concepción de la organización socialista es bastante mecanicista. La disciplina que Lenin tiene en mente está siendo implantada en la clase trabajadora no solo por la fábrica, sino también por los militares y la burocracia estatal existente, por todo el mecanismo del estado burgués centralizado.


Hacemos mal uso de las palabras y practicamos el autoengaño cuando aplicamos el mismo término -disciplina- a nociones tan dispares como: 1. la ausencia de pensamiento y voluntad en un cuerpo con mil manos y piernas en movimiento automático, y 2. la coordinación espontánea de los actos conscientes y políticos de un cuerpo de hombres. ¿Qué hay en común entre la docilidad regulada de una clase oprimida y la autodisciplina y organización de una clase que lucha por su emancipación?


La autodisciplina de la socialdemocracia no es simplemente el reemplazo de la autoridad de los gobernantes burgueses por la autoridad de un comité central socialista. La clase obrera adquirirá el sentido de la nueva disciplina, la autodisciplina libremente asumida de la socialdemocracia, no como resultado de la disciplina impuesta por el estado capitalista, sino extirpando, hasta la última raíz, sus viejos hábitos, de obediencia y servilismo.


El centralismo en el sentido socialista no es algo absoluto aplicable a ninguna fase del movimiento obrero. Es una tendencia, que se vuelve real en proporción al desarrollo y la formación política adquirida por las masas trabajadoras en el curso de su lucha.

Sin duda, la ausencia de las condiciones necesarias para la realización completa de este tipo de centralismo en el movimiento ruso presenta un obstáculo formidable.


Es un error creer que es posible sustituir "provisionalmente" el poder absoluto de un Comité Central (actuando de alguna manera por "delegación tácita") por la regla aún irrealizable de la mayoría de los trabajadores conscientes en el partido, y de esta manera reemplazar el control abierto de las masas trabajadoras sobre los órganos del partido con el control reverso del Comité Central sobre el proletariado revolucionario.

La historia del movimiento obrero ruso sugiere el dudoso valor de tal centralismo. Un centro omnipotente, investido, como Lenin lo tendría, con el derecho ilimitado de controlar e intervenir, sería absurdo si su autoridad se aplicara únicamente a cuestiones técnicas, como la administración de fondos, la distribución de tareas entre los propagandistas y agitadores, el transporte y la circulación de material impreso. El propósito político de un órgano que tiene tan grandes poderes solo si esos poderes se aplican a la elaboración de un plan de acción uniforme, si el órgano central asume la iniciativa de un vasto acto revolucionario.

Pero, ¿cuál ha sido la experiencia del movimiento socialista ruso hasta ahora? Los cambios más importantes y fructíferos en su política táctica durante los últimos diez años no han sido los inventos de varios líderes, y aún menos de los órganos centrales de la organización. Siempre han sido el producto espontáneo del movimiento en fermentación. Esto fue cierto durante la primera etapa del movimiento proletario en Rusia, que comenzó con la huelga general espontánea de San Petersburgo en 1896, un evento que marca el inicio de una época de lucha económica por parte del pueblo trabajador ruso. No fue menos cierto durante el siguiente período, introducido por las manifestaciones callejeras espontáneas de los estudiantes de San Petersburgo en marzo de 1901. La huelga general de Rostov-on-Don, en 1903, marca el próximo gran giro táctico en el movimiento proletario ruso, también fue un acto espontáneo. "Por sí solo", la huelga se expandió a manifestaciones políticas, agitación callejera, grandes reuniones al aire libre, con las que el revolucionario más optimista no habría soñado varios años antes.


Nuestra causa obtuvo grandes ganancias en estos eventos. Sin embargo, la iniciativa y el liderazgo consciente de las organizaciones socialdemócratas jugaron un papel insignificante en este desarrollo. Es cierto que estas organizaciones no estaban específicamente preparadas para tales acontecimientos. Sin embargo, la parte sin importancia desempeñada por los revolucionarios no puede explicarse por este hecho. Tampoco puede atribuirse a la ausencia de un todopoderoso aparato central del partido similar a lo que pide Lenin. La existencia de tal centro rector probablemente habría aumentado el desorden de los comités locales al enfatizar la diferencia entre el ansioso ataque de la masa y la posición prudente de la socialdemocracia. El mismo fenómeno, la parte insignificante desempeñada por la iniciativa de los órganos centrales del partido en la elaboración de una verdadera política táctica, se puede observar hoy en Alemania y en otros países. En general, la política táctica de la socialdemocracia no es algo que pueda "inventarse". Es el producto de una serie de grandes actos creativos de la lucha de clases, a menudo espontánea, que busca su camino a seguir.


El inconsciente viene antes que el consciente. La lógica del proceso histórico viene antes de la lógica subjetiva de los seres humanos que participan en el proceso histórico. La tendencia es que los órganos directivos del partido socialista desempeñen un papel conservador. La experiencia muestra que cada vez que el movimiento laboral gana terreno nuevo, los órganos lo trabajan al máximo. Lo transforman al mismo tiempo en una especie de bastión, que mantiene el avance en una escala más amplia.


La actual política táctica de la socialdemocracia alemana ha ganado estima universal porque es flexible y firme. Esto es un signo de la excelente adaptación del partido, en el más mínimo detalle de su actividad cotidiana, a las condiciones de un régimen parlamentario. La fiesta ha realizado un estudio metódico de todos los recursos de este terreno. Sabe cómo utilizarlos sin modificar sus principios.


Sin embargo, la propia perfección de esta adaptación ya está cerrando vastos horizontes a nuestra fiesta. Hay una tendencia en el partido a considerar las tácticas parlamentarias como las tácticas inmutables y específicas de la actividad socialista. La gente se niega, por ejemplo, a considerar la posibilidad (planteada por Parvus) de cambiar nuestra política táctica en caso de que el sufragio general sea abolido en Alemania, una eventualidad no considerada completamente improbable por la socialdemocracia alemana.


Tal inercia se debe, en gran medida, al hecho de que es muy inconveniente definir, dentro del vacío de hipótesis abstractas, las líneas y formas de situaciones políticas aún inexistentes. Evidentemente, lo importante para la socialdemocracia no es la preparación de un conjunto de directivas listas para la política futura. Es importante: 1. fomentar una correcta apreciación histórica de las formas de lucha correspondientes a las situaciones dadas, y 2. mantener una comprensión de la relatividad de la fase actual y el inevitable aumento de la tensión revolucionaria como el objetivo final de la clase la lucha se aborda.


Otorgando, como Lenin quiere, tales poderes absolutos de carácter negativo al órgano superior del partido, fortalecemos, en una medida peligrosa, el conservadurismo inherente a dicho órgano. Si las tácticas del partido socialista no son la creación de un Comité Central sino de todo el partido o, mejor aún, de todo el movimiento obrero, entonces está claro que las secciones y federaciones del partido necesitan la libertad de acción, que solo les permitirá desarrollar su iniciativa revolucionaria y utilizar todos los recursos de la situación. El ultracentrismo pedido por Lenin está lleno del espíritu estéril del supervisor. No es un espíritu positivo y creativo. La preocupación de Lenin no es tanto para hacer que la actividad del partido sea más fructífera como para controlar al partido: estrechar el movimiento en lugar de desarrollarlo, unirlo en lugar de unificarlo.


En la situación actual, tal experimento sería doblemente peligroso para la socialdemocracia rusa. Se encuentra en la víspera de batallas decisivas contra el zarismo. Está a punto de entrar, o ya ha entrado, en un período de actividad creativa intensificada, durante el cual ampliará (como es habitual en un período revolucionario) su esfera de influencia y avanzará espontáneamente a pasos agigantados. Intentar vincular la iniciativa del partido en este momento, rodearlo con una red de alambre de púas, es hacerlo incapaz de realizar la tremenda tarea de la hora.


Las ideas generales que hemos presentado sobre la cuestión del centralismo socialista no son en sí mismas suficientes para la formulación de un plan constitucional que satisfaga al partido ruso. En última instancia, un estatuto de este tipo solo puede ser determinado por las condiciones bajo las cuales la actividad de la organización tiene lugar en una época determinada. La cuestión del momento en Rusia es cómo poner en marcha una gran organización proletaria. Ningún proyecto constitucional puede reclamar infalibilidad. Debe probarse a sí mismo en fuego.


Pero desde nuestra concepción general de la naturaleza de la organización socialdemócrata, nos sentimos justificados al deducir que su espíritu requiere, especialmente al comienzo del partido de masas, la coordinación y unificación del movimiento y no su rígida sumisión a un conjunto de regulaciones. Si el partido posee el don de la movilidad política, complementado por una lealtad inquebrantable a los principios y la preocupación por la unidad, podemos estar seguros de que cualquier defecto en la constitución del partido se corregirá en la práctica. Para nosotros, no es la letra, sino el espíritu vivo llevado a la organización por la membresía que decide el valor de esta o aquella forma organizativa.





Cuestiones organizativas de la socialdemocracia rusa  II


Hasta ahora hemos examinado el problema del centralismo desde el punto de vista de los principios generales de la socialdemocracia y, hasta cierto punto, a la luz de las condiciones peculiares de Rusia. Sin embargo, el ultracentrismo militar que lloran Lenin y sus amigos no es producto de diferencias de opinión accidentales. Se dice que está relacionado con una campaña contra el oportunismo que Lenin ha llevado hasta el más mínimo detalle organizacional.

"Es importante", dice Lenin (página 52), "forjar un arma más o menos efectiva contra el oportunismo". Cree que el oportunismo surge específicamente de la tendencia característica de los intelectuales a la descentralización y la desorganización, de su aversión por la disciplina estricta y "Burocracia", que, sin embargo, es necesaria para el funcionamiento del partido.


Lenin dice que los intelectuales siguen siendo individualistas y tienden al anarquismo incluso después de haberse unido al movimiento socialista. Según él, es solo entre los intelectuales que podemos notar una repugnancia por la autoridad absoluta de un Comité Central. El auténtico proletario, sugiere Lenin, encuentra en razón de su instinto de clase una especie de placer voluptuoso al abandonarse a la garra del firme liderazgo y la implacable disciplina. "Contraponer la burocracia a la democracia", escribe Lenin, "es contrastar el principio organizativo de la socialdemocracia revolucionaria con los métodos de organización oportunista" (página 151).


Él declara que un conflicto similar entre tendencias centralistas y autonomistas está teniendo lugar en todos los países donde el reformismo y el socialismo revolucionario se encuentran cara a cara. Señala, en particular, la reciente controversia en la socialdemocracia alemana sobre la cuestión del grado de libertad de acción que debe permitir el Partido a los representantes socialistas en las asambleas legislativas.


Examinemos los paralelismos dibujados por Lenin.

Primero, es importante señalar que la glorificación del supuesto genio de los proletarios en materia de organización socialista y una desconfianza general hacia los intelectuales como tales no son necesariamente signos de una mentalidad "marxista revolucionaria". Es muy fácil demostrar que tales argumentos son en sí mismos una expresión de oportunismo.


El antagonismo entre los elementos puramente proletarios y los intelectuales no proletarios en el movimiento obrero se plantea como un problema ideológico por las siguientes tendencias: el semianarquismo de los sindicalistas franceses, cuyo lema es "¡Cuidado con el político!"; Sindicalismo inglés, lleno de desconfianza hacia los "visionarios socialistas"; y, si nuestra información es correcta, el "economismo puro", representado hace poco tiempo en la socialdemocracia rusa por Rabochaya Mysl ( Pensamiento laboral ), que se imprimió en secreto en San Petersburgo.


En la mayoría de los partidos socialistas de Europa occidental existe sin duda una conexión entre el oportunismo y los "intelectuales", así como entre el oportunismo y las tendencias descentralizadoras dentro del movimiento obrero.


Pero nada es más contrario al método histórico-dialéctico del pensamiento marxista que separar los fenómenos sociales de su suelo histórico y presentar estos fenómenos como fórmulas abstractas que tienen una aplicación absoluta y general.

Razonando abstractamente, podemos decir que el elemento intelectual, un elemento social que ha surgido de la burguesía y por lo tanto es ajeno al proletariado, ingresa al movimiento socialista no por sus inclinaciones naturales de clase, sino a pesar de ellos. Por esta razón, él es más propenso a las aberraciones oportunistas que el proletario. Se puede esperar que este último encuentre un punto definitivo de apoyo revolucionario en sus intereses de clase, siempre y cuando no abandone su entorno original, la masa trabajadora. Pero la forma concreta asumida por esta inclinación del intelectual hacia el oportunismo y, sobre todo, la manera en que esta tendencia se expresa en cuestiones organizativas depende cada vez de su medio social dado.


El parlamentarismo burgués es la base social definida del fenómeno observado por Lenin en los movimientos socialistas alemanes, franceses e italianos. Este parlamentarismo es el criadero de todas las tendencias oportunistas que existen ahora en la socialdemocracia occidental.


El tipo de parlamentarismo que tenemos ahora en Francia, Italia y Alemania proporciona el suelo para ilusiones del oportunismo actual como la sobrevaloración de las reformas sociales, la colaboración de clases y partidos, la esperanza de un desarrollo pacífico hacia el socialismo, etc. Lo hace colocando intelectuales, actuando en la capacidad de los parlamentarios, por encima del proletariado y separando a los intelectuales de los proletarios dentro del propio movimiento socialista. Con el crecimiento del movimiento obrero, el parlamentarismo se convierte en un trampolín para los arribistas políticos. Es por eso que tantos fracasos ambiciosos de la burguesía acuden a los estandartes de los partidos socialistas. Otra fuente de oportunismo contemporáneo es el considerable medio material y la influencia de las grandes organizaciones socialdemócratas.

El partido actúa como un baluarte que protege el movimiento de clase contra las digresiones en la dirección de un parlamentarismo más burgués. Para triunfar, estas tendencias deben destruir el baluarte. Deben disolver el sector activo y consciente de clase del proletariado en la masa amorfa de un "electorado".

Así es como surgen las tendencias "autonomistas" y descentralizadoras en nuestros partidos socialdemócratas. Notamos que estas tendencias se adaptan a fines políticos definidos. No pueden explicarse, como Lenin intenta, al referirse a la psicología del intelectual, a su inestabilidad de carácter supuestamente innata. Solo pueden explicarse considerando las necesidades del político parlamentario burgués, es decir, por la política oportunista.

La situación es bastante diferente en la Rusia zarista. El oportunismo en el movimiento laboral ruso no es, en términos generales, el subproducto de la fuerza socialdemócrata ni de la descomposición de la burguesía. Es el producto de la condición política atrasada de la sociedad rusa.


El medio donde los intelectuales son reclutados para el socialismo en Rusia está mucho más desclasado y es mucho menos burgués que en Europa occidental. Sumado a la inmadurez del movimiento proletario ruso, esta circunstancia es una influencia para el amplio vagabundeo teórico, que abarca desde la completa negación del aspecto político del movimiento obrero hasta la creencia incondicional en la efectividad de actos terroristas aislados, o incluso un total la indiferencia buscada en los pantanos del liberalismo y el idealismo kantiano.


Sin embargo, el intelectual dentro del movimiento socialdemócrata ruso solo puede sentirse atraído por un acto de desorganización. Es contrario a la perspectiva general del medio intelectual ruso. No hay un parlamento burgués en Rusia que favorezca esta tendencia.

El intelectual occidental que profesa en este momento el "culto del ego" y colorea incluso sus anhelos socialistas con una moral aristocrática, no es el representante de la intelligentsia burguesa "en general". Representa solo una determinada fase del desarrollo social. Él es el producto de la decadencia burguesa.

Los Narodniki ("Populistas") de 1875 llamaron a la intelligentsia rusa a perderse en la misa campesina. Los seguidores ultra-civilizados de Tolstoi hablan hoy de escapar a la vida de la "gente sencilla". Del mismo modo, los partidarios del "economismo puro" en la socialdemocracia rusa quieren que nos dobleguemos ante la "mano callosa" del trabajo.


Si en lugar de aplicar mecánicamente a Rusia fórmulas elaboradas en Europa occidental, abordamos el problema de la organización desde el ángulo de las condiciones específicas de Rusia, llegamos a conclusiones que son diametralmente opuestas a las de Lenin.

Para atribuir al oportunismo una preferencia invariable por una forma definida de organización, es decir, la descentralización, es perder la esencia del oportunismo.


Sobre la cuestión de la organización, o cualquier otra cuestión, el oportunismo solo conoce un principio: la ausencia de principio. El oportunismo elige sus medios de acción con el objetivo de satisfacer las circunstancias dadas, siempre que estos medios parezcan conducir hacia los fines a la vista.


Si, como Lenin, definimos el oportunismo como la tendencia que paraliza el movimiento revolucionario independiente de la clase trabajadora y lo transforma en un instrumento de ambiciosos intelectuales burgueses, también debemos reconocer que en la etapa inicial de un movimiento obrero este fin es más fácil alcanzado como resultado de una centralización rigurosa en lugar de descentralización. Es por centralización extrema que un movimiento proletario joven e inculto puede ser entregado por completo a los líderes intelectuales que cuentan con un Comité Central.


También en Alemania, al comienzo del movimiento socialdemócrata, y antes del surgimiento de un núcleo sólido de proletarios conscientes y una política táctica basada en la experiencia, los partidarios de los dos tipos opuestos de organización se enfrentaron el uno al otro en la discusión. La "Asociación General de Trabajadores Alemanes", fundada por Lasalle, representaba una centralización extrema. [ Allgemeine Deutsche Arbeiterverein, organizada el 23 de mayo de 1863 - Ed] El principio del autonomismo fue apoyado por el partido que se organizó en el Congreso de Eisenach con la colaboración de W. Liebknecht y A. Bebel.


La política táctica de los "Eisenachers" fue bastante confusa. Sin embargo, contribuyeron mucho más al despertar de la conciencia de clase de las masas alemanas que a los lassalleanos. Muy temprano, los trabajadores desempeñaron un papel preponderante en ese partido (como lo demostró el número de publicaciones de los trabajadores en las provincias), y hubo una extensión rápida del alcance del movimiento. Al mismo tiempo, los Lassalleanos, a pesar de todos sus experimentos con "dictadores", llevaron a sus fieles de una desventura a otra.


En general, es el centralismo riguroso y despótico preferido por los intelectuales oportunistas en un momento en que los elementos revolucionarios entre los trabajadores todavía carecen de cohesión y el movimiento avanza a tientas, como es el caso ahora en Rusia. En una fase posterior, bajo un régimen parlamentario y en conexión con un partido obrero fuerte, las tendencias oportunistas de los intelectuales se expresan en una inclinación hacia la "descentralización".


Si asumimos el punto de vista reclamado como suyo por Lenin y tememos la influencia de los intelectuales en el movimiento proletario, no podemos concebir un peligro mayor para el partido ruso que el plan de organización de Lenin. Nada con seguridad esclavizará a un joven movimiento laboral a una élite intelectual hambrienta de poder más que esta burocrática camisa de fuerza, que inmovilizará el movimiento y lo convertirá en un autómata manipulado por un Comité Central. Por otro lado, no existe una garantía más efectiva contra la intriga oportunista y la ambición personal que la acción revolucionaria independiente del proletariado, como resultado de lo cual los trabajadores adquieren el sentido de la responsabilidad política y la autosuficiencia.

Lo que hoy es solo un fantasma que inquieta la imaginación de Lenin puede convertirse en realidad mañana.

No olvidemos que la revolución que pronto estallará en Rusia será una revolución burguesa y no proletaria. Esto modifica radicalmente todas las condiciones de la lucha socialista. Los intelectuales rusos también se impregnarán rápidamente de la ideología burguesa. La socialdemocracia es actualmente la única guía del proletariado ruso. Pero el día después de la revolución, veremos a la burguesía y, sobre todo, a las masas burguesas como un trampolín para su dominación.

El juego de demagogos burgueses será más fácil si en la etapa actual, la acción espontánea, la iniciativa y el sentido político de los sectores avanzados de la clase obrera se ven obstaculizados en su desarrollo y restringidos por el protectorado de un Comité Central autoritario.


Más importante es la falsedad fundamental de la idea que subyace al plan de centralismo no calificado: la idea de que el camino al oportunismo puede prohibirse mediante cláusulas en la constitución del partido.


Impresionados por los acontecimientos recientes en los partidos socialistas de Francia, Italia y Alemania, los socialdemócratas rusos tienden a considerar el oportunismo como un ingrediente ajeno, introducido en el movimiento obrero por representantes de la democracia burguesa. Si eso fuera así, ninguna penalización provista por la constitución de un partido podría detener esta intrusión. Esta afluencia de reclutas no proletarios al partido del proletariado es el efecto de causas sociales profundas, como el colapso económico de la pequeña burguesía, la bancarrota del liberalismo burgués y la degeneración de la democracia burguesa. Es ingenuo esperar detener esta corriente mediante una fórmula escrita en una constitución.

Un manual de regulaciones puede dominar la vida de una pequeña secta o un círculo privado. Sin embargo, una corriente histórica pasará a través de la malla del párrafo con la redacción más sutil. Además, es falso que el rechazo de los elementos empujados hacia el movimiento socialista por la descomposición de la sociedad burguesa significa defender los intereses de la clase trabajadora. La socialdemocracia siempre ha sostenido que representa no solo los intereses de clase del proletariado, sino también las aspiraciones progresivas de toda la sociedad contemporánea. Representa los intereses de todos los que están oprimidos por la dominación burguesa. Esto no debe entenderse simplemente en el sentido de que todos estos intereses están idealmente contenidos en el programa socialista. La evolución histórica traduce la proposición dada en realidad. En su calidad de partido político.


Pero los socialistas siempre deben saber cómo subordinar la angustia, el rencor y la esperanza de esta abigarrada agregación al objetivo supremo de la clase trabajadora. La socialdemocracia debe encerrar el tumulto de los protestantes no proletarios contra la sociedad existente dentro de los límites de la acción revolucionaria del proletariado. Debe asimilar los elementos que le llegan.


Esto solo es posible si la socialdemocracia ya contiene un núcleo proletario fuerte y políticamente educado, lo suficientemente consciente como para poder, como hasta ahora en Alemania, arrastrar a los elementos desclasados ​​y pequeño burgueses que se unen al partido. En ese caso, una mayor rigidez en la aplicación del principio de centralización y disciplina más severa, específicamente formulada en los estatutos del partido, puede ser una salvaguarda eficaz contra el peligro oportunista. Así es como el movimiento socialista revolucionario en Francia se defendió contra la confusión jaurista. Una modificación de la constitución en la socialdemocracia alemana en esa dirección sería una medida muy oportuna.

Pero incluso aquí no deberíamos pensar en la constitución del partido como un arma que es, de alguna manera, autosuficiente. Puede ser como máximo un instrumento coercitivo que impone la voluntad de la mayoría proletaria en el partido. Si falta esta mayoría, entonces las sanciones más terribles en papel no servirán de nada.


Sin embargo, la afluencia de elementos burgueses en el partido está lejos de ser la única causa de las tendencias oportunistas que ahora están levantando la cabeza en la socialdemocracia. Otra causa es la naturaleza misma de la actividad socialista y las contradicciones inherentes a ella.


El movimiento internacional del proletariado hacia su emancipación completa es un proceso peculiar en el siguiente aspecto. Por primera vez en la historia de la civilización, las personas expresan su voluntad de manera consciente y en oposición a todas las clases dominantes. Pero esta voluntad solo puede satisfacerse más allá de los límites del sistema existente.


Ahora la misa solo puede adquirir y fortalecer esta voluntad en el curso de la lucha cotidiana contra el orden social existente, es decir, dentro de los límites de la sociedad capitalista.

Por un lado, tenemos la masa; por otro, su objetivo histórico, ubicado fuera de la sociedad existente. Por un lado, tenemos la lucha diaria; por el otro, la revolución social. Tales son los términos de la contradicción dialéctica a través de la cual el movimiento socialista se abre camino.


De esto se desprende que este movimiento puede avanzar de la mejor manera virando entre los dos peligros por los que constantemente se ve amenazado. Una es la pérdida de su carácter masivo; el otro, el abandono de su objetivo. Uno es el peligro de volver a la condición de una secta; el otro, el peligro de convertirse en un movimiento de reforma social burguesa.

Por eso es ilusorio, y contrario a la experiencia histórica, esperar fijar, de una vez y para siempre, la dirección de la lucha socialista revolucionaria con la ayuda de medios formales, que se espera aseguren al movimiento obrero contra todas las posibilidades de oportunismo digresión.


La teoría marxista nos ofrece un instrumento confiable que nos permite reconocer y combatir las manifestaciones típicas del oportunismo. Pero el movimiento socialista es un movimiento de masas. Sus peligros no son el producto de las maquinaciones insidiosas de individuos y grupos. Surgen de condiciones sociales inevitables. No podemos asegurarnos anticipadamente contra todas las posibilidades de desviación oportunista. Tales peligros pueden ser superados solo por el movimiento en sí, ciertamente con la ayuda de la teoría marxista, pero solo después de que los peligros en cuestión hayan tomado forma tangible en la práctica.


Visto desde este ángulo, el oportunismo parece ser un producto y una fase inevitable del desarrollo histórico del movimiento obrero.


La socialdemocracia rusa surgió hace poco tiempo. Las condiciones políticas bajo las cuales se desarrolla el movimiento proletario en Rusia son bastante anormales. En ese país, el oportunismo es, en gran medida, un subproducto del andar a tientas y la experimentación de la actividad socialista que busca avanzar sobre un terreno que no se parece a ningún otro en Europa.

En vista de esto, nos parece muy sorprendente la afirmación de que es posible evitar cualquier posibilidad de oportunismo en el movimiento ruso al escribir ciertas palabras, en lugar de otras, en la constitución del partido. Tal intento de ejercer el oportunismo por medio de un trozo de papel puede resultar extremadamente dañino, no para el oportunismo, sino para el movimiento socialista.


Detenga la pulsación natural de un organismo vivo, y lo debilite, y disminuya su resistencia y espíritu combativo, en este caso, no solo contra el oportunismo sino también (y eso es ciertamente de gran importancia) contra el orden social existente. Los medios propuestos se vuelven contra el final al que deben servir.


En el ansioso deseo de Lenin de establecer la tutela de un Comité Central omnisciente y omnipotente para proteger un movimiento obrero tan prometedor y vigoroso contra cualquier paso en falso, reconocemos los síntomas del mismo subjetivismo que ya ha jugado más de un truco sobre el pensamiento socialista en Rusia.

Es divertido notar los extraños saltos mortales que el respetable "ego" humano ha tenido que realizar en la historia rusa reciente. Golpeado hasta el suelo, casi reducido a polvo, por el absolutismo ruso, el "ego" toma venganza recurriendo a la actividad revolucionaria. En la forma de un comité de conspiradores, en nombre de una Voluntad del Pueblo inexistente, se sienta en una especie de trono y proclama que es todopoderoso. [La referencia es al círculo conspirativo que atacó al zarismo desde 1879 hasta 1883 por medio de actos terroristas y finalmente asesinó a Alejandro II. - Ed. ] Pero el "objeto" demuestra ser el más fuerte. El knut es triunfante, porque el poder zarista parece ser la expresión "legítima" de la historia.

Con el tiempo, vemos aparecer en la escena e incluso más hijos "legítimos" de la historia: el movimiento sindical ruso. Por primera vez, las bases para la formación de una verdadera "voluntad del pueblo" se establecen en suelo ruso.

¡Pero aquí está el "ego" del revolucionario ruso otra vez! Pirouetting en su cabeza, una vez más se proclama a sí mismo como el director todopoderoso de la historia - esta vez con el título de Su Excelencia el Comité Central del Partido Socialdemócrata de Rusia.

El ágil acróbata no percibe que el único "sujeto" que merece hoy el papel de director es el "ego" colectivo de la clase trabajadora. La clase trabajadora exige el derecho a cometer errores y aprender la dialéctica de la historia.

Hablemos claramente. Históricamente, los errores cometidos por un movimiento verdaderamente revolucionario son infinitamente más fructíferos que la infalibilidad del Comité Central más inteligente.







El último "Testamento" de Lenin o Carta al Congreso del Partido Comunista de Rusia bolchevique


"Testamento" político de Lenin. I. Lenin Carta al Congreso (22 dic. 1922 - 4 enero 1923)



Rosa Luxemburgo. La Revolución en Alemania de noviembre de 1918 y la Revolución en Rusia de octubre de 1917


Rosa Luxemburgo. La socialización de la Sociedad o ¿Cuál es el bolchevismo? (Diciembre de 1918)




Rosa Luxemburgo. Reforma o revolución


Rosa Luxemburgo. La Revolución Rusa


Rosa Luxemburgo: El orden reina en Berlín




Rosa Luxemburgo. El folleto Junius: La crisis de la socialdemocracia alemana. 1915


Rosa Luxemburgo. La Huelga de masas, partido político y los sindicatos (1906)


Rosa Luxemburgo. Una cuestión de táctica. Escrito: julio de 1899 (La participación activa de los socialistas con un gobierno burgués. La clase obrera no puede aliarse con el enemigo de clase para defender sus conquistas democráticas).





J. Peter Nettl. Rosa Luxemburgo


Rosa Luxemburgo. Discurso ante el congreso de formación del Partido Comunista Alemán


Rosa Luxemburgo. El Programa de Espartaco. ¿Qué quiere la Liga Espartaco? Nuestro programa y la situación política 1918




Rosa Luxemburgo. Tesis sobre las tareas de la socialdemocracia de la socialdemocracia internacional (1916)


Rosa Luxemburgo (Problemas de Organización de la Socialdemocracia rusa y La Revolución rusa)




Rosa Luxemburgo: Utopías pacifistas - Estados Unidos de Europa 1911



Lenin y Trotsky: la consigna los Estados Unidos de Europa, el socialismo en un solo país y el capitalismo de Estado




F. Engels. Carta a Adolph Sorge


V. I. LENIN. EL ESTADO Y LA REVOLUCIÓN


V. I. Lenin: TESIS E INFORME SOBRE LA DEMOCRACIA BURGUESA Y LA DICTADURA DEL PROLETARIADO




V. I. Lenin Marxismo y revisionismo


[Libro] Contra el revisionismo, en defensa del marxismo. Vladimir Ilich Lenin.




Vladimir Ilich Lenin. ¿Qué hacer? 1902



V. I. Lenin ACERCA DE ALGUNAS PARTICULARIDADES DEL DESARROLLO HISTORICO DEL MARXISMO



V. I. Lenin. Protesta de los socialdemócratas de Rusia. 1899



Vladímir Ilich Uliánov Lenin. Informe sobre la revolución de 1905



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V. I. Lenin: Cinco años de la revolución rusa y perspectivas de la revolución mundial (capitalismo de Estado)



Lenin y el socialismo en un solo país. El término marxismo-leninismo fue creado por José Stalin



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V. I. Lenin. EL SOCIALISMO Y LA GUERRA (La actitud del P. O. S. D. R. ante la guerra)


V. I. Lenin. La guerra y la socialdemocracia de Rusia


V. I. Lenin. La tercera internacional y su lugar en la historia


Hace 100 años... La revolución de 1905 en Rusia


Vladimir Ilich Lenin. Las tareas del proletariado en la revolución actual [También conocido como Las Tesis de Abril]


V. I. Lenin: Las tareas del proletariado en la presente revolución ("Tesis de abril")



Claudio Albertani. La tragedia de León Trotsky


León Trotski: ¡Fuera las manos de Rosa Luxemburgo!






















1 comentario:

  1. Rosa Luxemburgo Blanquismo y socialdemocracia (Junio de 1906)
    El camarada Plejánov ha publicado un artículo exhaustivo en el Courrier titulado: ¿Hasta dónde llega el derecho? , en la que acusa a los bolcheviques del blanquismo.

    https://www.marxistsfr.org/archive/luxemburg/1906/06/blanquism.html#n9

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