viernes, 6 de octubre de 2017

Juan Andrade. Los problemas de la construcción económica del socialismo






Desde la página 297


Prólogo y notas: Pelai Pagés (NOTAS POLITICAS DIARIAS)


La Nueva Era, nº 7, marzo-abril de 1937, pp. 114-119

La forma en que se organiza la economía desde después del 19 de julio, es el mayor indicio, la mejor prueba de todas las contradicciones que ofrece nuestro movimiento revolucionario en España. Se enfoca la resolución de los problemas siempre con un carácter de provisionalidad, conservando, claro está en lo fundamental las bases de la propiedad privada. El aparato del Estado sigue siendo el mismo de antes de la revolución, salvo con algunas reformas que las propias necesidades han impuesto. Se transige con las conquistas y transformaciones realizadas directamente por el proletariado en los primeros tiempos, convencidos de que, como hechos aislados, tienen que afrontar dificultades poderosas, que darán lugar posteriormente a que se puedan canalizar en el aparato de la República democrática burguesa.

El éxito en los frentes de guerra está íntimamente ligado a la retaguardia, y al esfuerzo que ésta realice ya la ayuda que ésta le preste. Pero las posibilidades de la retaguardia están también en relación directa con la estructuración que se dé a la economía y al carácter de la misma. De ahí que a consecuencia de que la revolución no sigue en su organización un ritmo socialista, se resienta también toda la actuación en los frentes, principalmente lo referente a industrias de guerra y abastecimientos. 

 
Las colectivizaciones
 
Inmediatamente que el proletariado se lanzó a la calle para combatir la insurrección militar-fascista, al propio tiempo que esgrimía las armas para la lucha violenta, se posesionaba de los instrumentos de producción. Con ello indicaba el significado que daba al movimiento, o sea el de una revolución socialista. Los obreros tomaron posesión de las fábricas, de los talleres, de las minas y procedieron en la mayoría de los casos a su colectivización. Todo lo que se hizo directamente bajo la hegemonía directa de los obreros, fue colectivizado. Este fue ya el rasgo distintivo esencial entre la República del 14 de abril y la revolución del 19 de julio.



Sin embargo, ya desde un comienzo, donde el reformismo sindical tenía una mayor influencia, se intentó una fórmula intermedia, que tendía a dejar a salvo el principio de propiedad individual. Se recurrió a lo que se llama control de la industria, es decir, se formaron en todos los lugares de producción comités de control que dependían directamente de los Sindicatos. Este fue el tipo de organización industrial más peculiar de Madrid en sus primeros tiempos. El procedimiento era simple: el Sindicato colocaba a la puerta de los lugares de producción carteles en los que oficialmente el Sindicato advertía que aquella fábrica o taller estaba intervenido por la organización obrera. Se designaba un comité de control, e incluso se respetaban los derechos de los antiguos patronos, siempre y cuando no se hubieran distinguido por sus actividades fascistas o por su hostilidad pasada hacia los trabajadores, en cuyo caso éstos ya se habían encargado previamente de liquidarles.


A pesar de estos deseos de la burocracia sindical, el propio impulso de los trabajadores, y en muchas ocasiones las mismas necesidades bélicas, superaron rápidamente esta etapa de meros comités de control y emprendieron otra obra superior: la colectivización de las industrias. Los obreros organizaron colectivamente la fábrica o el taller, y éste siguió funcionando, unas veces dependiendo directamente del respectivo Sindicato y otras constituidas en empresa privada de los obreros empleados en la misma.


Las colectivizaciones, en la forma que se han llevado a cabo, en medio de una revolución de la profunda significación de la nuestra, en lucha con las contradicciones políticas, sin tener todo el Poder político la clase trabajadora, sin estructurarlas en una economía totalmente socialista, sin la nacionalización de la banca, presentan toda una serie de dificultades que pueden conducir a situaciones económicas de gravedad, e incluso a promover profundo descontento entre los proletarios.

Los trabajadores, con un acertado espíritu revolucionario de clase, vieron en las colectivizaciones el principio del Poder económico de la clase trabajadora. Era la medida inicial de la revolución socialista. Tan es así, que los elementos reformistas de todo género han realizado y realizan todos cuantos esfuerzos están a su alcance para contener las colectivizaciones dentro de los límites de la legalidad republicana. Sin embargo, las colectivizaciones, en su forma actual, son sólo una etapa en el proceso de construcción socialista de la nueva economía. A medida que se van presentando mayores dificultades en el terreno económico, como consecuencia de la propia guerra, las colectivizaciones, en su forma actual, encuentran también mayores obstáculos para su desarrollo y funcionamiento.


Muchas colectivizaciones se han convertido de hecho en empresas privadas de los obreros que trabajan en ellas. Al no estar enlazadas al proceso económico general, era natural que así sucediera. Funcionan, por su propia cuenta y riesgo, y hasta en la mayoría de los casos sin ligazón con las otras fábricas o talleres colectivizados de la propia industria. Por esto precisamente se establecen entre los propios trabajadores categorías diferentes, que dependen exclusivamente de los fondos de reserva que poseyeran los capitalistas de las empresas colectivizadas o de la mayor o menor necesidad de los productos fabricados durante la guerra. Como ejemplo, podemos establecer el de la industria textil.


Surgida la revolución, los obreros procedieron a colectivizar las fábricas. La situación económica interior de las mismas era muy diferente, como sucede en el régimen capitalista. Había algunas en que los patronos poseían abundante cuenta corriente, de la cual, naturalmente, se hicieron igualmente cargo los obreros. Unas tenían, al surgir la revolución, más materias primas que otras y hasta más existencias en almacén. Lo mismo podemos decir en cuanto a maquinaria, puesto que hay fábricas que la poseen muy anticuada y otras que la tienen muy moderna, con un intenso rendimiento. Pero todas fueron por igual colectivizadas, mediante los correspondientes organismos de los trabajadores.


De esto se deriva, naturalmente, dada la autonomía económica con que actúan unas fábricas con respecto a otras, que si una de ellas se ha encontrado con que el patrono tenía en el Banco una buena cuenta corriente, ha podido mantener la misma jornada de trabajo que antes y hasta se ha permitido elevar los jornales. En cambio, en otras se han visto obligados los obreros a reducir la jornada de trabajo semanal e incluso se encuentran con la grave imposibilidad de pagar los jornales normales. Por estas circunstancias, en la industria textil hay grandes diferencias entre el nivel de vida que, en plena revolución, tienen unos y otros trabajadores, es decir, depende de la situación económica que tenía el patrono. La anomalía puede incluso llegar a más: a que una empresa colectivizada se convierta de hecho en patrono de otra. Precisamente porque ya se han dado casos, podemos hablar de ello.


Por otra parte, los derechos sobre la empresa colectivizada se les concede sólo a los obreros que trabajaban en ella cuando se produjo el movimiento revolucionario. Son los que se han constituido en una especie de nuevos accionistas. Con arreglo al criterio genérico que preside este tipo de colectivizaciones, es natural que tienen derechos sobre las mismas también los obreros que hayan trabajado en otras épocas en ella, puesto que con el esfuerzo colectivo se ha construido la empresa y el patrono era sólo un parásito en el proceso de producción.


Esta situación la ha expresado muy gráficamente el Sindicato Mercantil de Barcelona, de la UGT, con las leyendas que ha fijado, decorativamente, a las puertas de su local. En una de ellas se lee: "La tienda que hoy diriges no te pertenece. Antes de trabajar nosotros ya han trabajado otros obreros que también han sido explotados y que con sus sudores han contribuido a que tengáis en las manos un negocio próspero. Muchos de éstos se encuentran hoy trabajando en pequeñas tiendas con las que no queréis uniros". Bajo esta forma, los dirigentes del Sindicato Mercantil, que no son burócratas reaccionarios, sino revolucionarios conscientes, quieren salir al paso del egoísmo que ellos mismos han observado que se manifiesta entre los dependientes de las grandes tiendas colectivizadas. El dependiente del gran bazar es un aristócrata en relación con el dependiente de una humilde tienda de barrio.


Este sistema de colectivizaciones, que tiene un sentido general progresivo, por revolucionario, es la expresión primera de lucha de la clase trabajadora en armas contra los explotadores. Debe estimarse en sus grandes líneas sólo como una forma primaria de organización económica de la nueva sociedad. Sin embargo, la economía socialista se distingue de la capitalista por una mejor ordenación de la producción, de la distribución y del consumo. Como forma permanente, este sistema de colectivizaciones crearía desigualdades irritantes y nuevas categorías de trabajadores. Establecería de hecho un nuevo modelo de propiedad privada, usufructuada por grupos sociales, en lugar de por individualidades.


Tiene, además, políticamente el peligro de excitar el egoísmo de grupos particulares de obreros contra el conjunto de la colectividad. No tiene en cuenta las relaciones de producción, puesto que convierte las empresas colectivizadas en compartimentos estancos. A aquellas colectivizaciones no remuneradoras se las deja flotando a la deriva. Se fomenta de esta manera islotes de producción, sin ligazón y sin sistematización de sus relaciones económicas. 

La sindicalización 

 
En un país de tan fuerte tradición anarcosindicalista como España, es natural que al derrumbarse el sistema capitalista se tratase de establecer el nuevo régimen a base de los Sindicatos como únicos organismos de ordenación económica, precursores de la comuna libre. Por eso, donde el sindicalismo tiene raigambre y peso específico, se han alternado las colectivizaciones con la sindicalización, utilizándose incluso formas intermedias de organización.


En el terreno práctico la primera dificultad que presenta la sindicalización es precisamente la dualidad sindical. La existencia de dos Sindicatos de una misma industria, principalmente en Cataluña, crea también una duplicidad económica y eternos conflictos de fronteras sindicales. Dada la etapa en que la organización sindical ha entrado, enteramente distinta a la que tenía en el pasado, exclusivamente de oposición al régimen capitalista, la unidad de la organización económica obrera es el paso esencial para el desempeño de otras funciones, y mucho más debiera serio para el desarrollo de la sindicalización económica.

Esta especie de primitivismo económico organizado es mucho mayor todavía en las industrias sindicalizadas que en las colectivizadas. Es sabido que en régimen capitalista las empresas de servicios públicos son las más remuneradoras, precisamente por su carácter de monopolio y de falta de competencia. La sindicalización en estas industrias ha sido relativamente fácil. Puede decirse que los trabajadores de las industrias de servicios públicos sindicalizadas son hoy las que se encuentran en una situación de mayor privilegio en cuanto a seguridad de ingresos y, por tanto, de pago de jornales. Como no sólo han logrado mantener los jornales, sino que los han aumentado en muchos casos, aprecian directamente los beneficios del cambio de la situación. Como siguen obteniéndose beneficios, se pueden permitir absorber todo el paro forzoso que tenían, mientras en otros oficios no sólo no disminuye el paro, sino que aumenta. La falta de competencia permite regular los precios.


Las consecuencias de este cantonalismo económico sindicalizante se manifiestan de forma grave, creando incluso descontento que puede plasmar en corriente contrarrevolucionaria. Tomemos como ejemplo lo que sucede con el comercio. La desigualdad en cuanto a ingresos y beneficios es en esta industria mucho mayor que en las otras. Los efectos de la crisis provocada en virtud de las perturbaciones de la misma guerra y de la revolución, se manifiestan de distinta manera en unas u otras ramas comerciales, según la necesidad y la calidad de los artículos que producen. Si se hace de cada tienda colectivizada o sindicalizada un feudo exclusivo de sus empleados, la desigualdad entre los propios obreros será verdaderamente irritante.


El proletariado se posesionó de los medios de producción como medida preliminar revolucionaria para la estructuración de toda una economía socialista. Al subsistir las viejas formas capitalistas de organización, y particularmente el aparato del Estado, se manifiestan dos tipos de organización contradictorios entre sí y que se obstaculizan constantemente. Con el criterio sindicalizante se intenta resolver parcialmente el problema de cada industria, sin relación con la economía en general y sin una intervención directa de los intereses de todos los productores.


Las tendencias de los elementos reformistas del movimiento obrero a frenar la revolución les conduce como táctica política a distraer la atención de los problemas obreros de la retaguardia, cubriendo esa falta de interés con la necesidad de ganar la guerra. Efectivamente, ganar la guerra es fundamental. Pero la guerra la hacen los trabajadores y su moral para llevarla a cabo depende de cómo se resuelvan sus problemas en la retaguardia. Con esta desorganización económica se están lesionando intereses obreros e incluso alimentando egoísmos.


Nos referimos concretamente a lo que acontece con los obreros de las industrias de guerra. Todos nos hemos mostrado conformes en la necesidad de que no puede haber limitación de la jornada de trabajo para la fabricación de material bélico. Es la industria más esencial en los momentos actuales. Los obreros de las industrias de guerra son, en realidad, los héroes anónimos de nuestra guerra civil. Trabajan rindiendo todo lo que da de sí la máxima tensión de sus músculos. Laboran los siete días de la semana, y la organización sindical, comprendiendo los momentos gravísimos que vivimos, les impone un régimen de trabajo severísimo. La más mínima falta es sancionada gravemente. Hay que mantener una fuerte moral de trabajo. Por otra parte, como las industrias de guerra dependen directamente del Estado y éste tiene que atender cuantiosos gastos que le crean enormes dificultades económicas, principalmente la onerosa y desleal burocracia, no pueden mejorarse los jornales de los obreros. Estos trabajadores se encuentran realizando casi anónimamente un extraordinario trabajo, sin que todavía hayan podido percibir de manera directa los beneficios de la revolución que vivimos. Porque, pongamos por caso, después de terminar su agotadora jornada de trabajo, tienen que seguir habitando casas insalubres, mientras hay magníficas viviendas ocupadas todavía por burgueses.


Mientras estos trabajadores laboran al máximo rendimiento por las necesidades de la guerra, que no admiten aplazamientos ni demoras, obreros de empresas colectivizadas prósperas o de industrias sindicalizadas que obtienen beneficios, perciben sus salarios, incluso mejores salarios que en las industrias de guerra, sin efectuar casi trabajo, porque no existen pedidos, y los que hay se sirven con las existencias.


Este particularismo económico sirve igualmente para fomentar industrias artificiales, de lujo. El socialismo consiste en una nacionalización económica en favor de la colectividad. No deja lugar para el florecimiento de industrias parasitarias. En cambio, la práctica sindicalizante, sí. Por esto se ha podido dar el caso de que el Sindicato de Espectáculos Públicos haya bregado por la apertura de los cabarets. Entiende la revolución como la obligación de velar por los "suyos". Todos leímos hace tiempo, con gran asombro, como el Sindicato de Espectáculos Públicos nos hablaba en un manifiesto oficial de las "bellas flores de cabaret que alegran nuestra vida", o un tópico por el estilo. Con ello quería justificar la necesidad de la apertura de esos lugares de esparcimiento burgués. 


El papel de los Sindicatos
 

En lo que se refiere a la sindicalización, se parte de un principio falso consistente en valorizar a los Sindicatos como únicos organismos rectores de toda la economía en el futuro socialista. El criterio es demasiado restringido y equivocado. Esta concepción no garantiza, ni mucho menos, el sentido revolucionario y colectivo de la economía socialista. La sindicalización, a la manera que algunos la exponen y que tratan de llevarla a cabo, nos conduciría a la formación de amplios trusts sindicales industriales, en perpetua competencia y rivalidad. No acabaría tampoco con las clases de una manera rotunda, puesto que crearía de hecho diversas categorías de trabajadores, según la importancia de la industria y lo imprescindible que fuera la misma para las necesidades generales de la colectividad.


Los organismos rectores de la política, de la economía, deben representar los intereses de todas las categorías de trabajadores, deben reflejar los derechos e intereses de la colectividad por encima de los particulares de zonas determinadas de ciudadanos. Sin embargo, los Sindicatos tienen también una intervención esencial en la economía socialista.


No es defendible el criterio de que administrándose los Sindicatos independientemente de todo el conjunto de la producción, podamos establecer el régimen de economía socialista a que aspiramos. Incluso en el propio seno del anarquismo han surgido siempre voces en contra del papel tan absolutamente hegemónico que se quería conceder por algunos a los Sindicatos. Se ha reconocido lo incompleto, por su especialización, que es el radio de acción de los Sindicatos. Incluso se ha tratado de buscar una estructuración que completara las actividades de los Sindicatos en el dominio económico.


En las conclusiones aprobadas en el Congreso celebrado por la CNT en Zaragoza en el mes de mayo del año pasado, se estipula así el plan de organización de los productores: "Como base (en el lugar de trabajo, en el Sindicato, en la Comuna, en todos los órganos regulares de la nueva sociedad) el productor, el individuo, como célula, como piedra angular de todas las creaciones sociales, económicas y morales. Como órgano de relación dentro de la Comuna, y en el lugar de trabajo, el Consejo de taller y fábrica, pactando con los demás centros de trabajo. Como órgano de relación de Sindicato a Sindicato (Asociación de Productores), los Consejos de Estadística y Producción, que seguirán federándose entre sí, hasta formar una red de relación constante y estrecha entre todos los productores de la Confederación Ibérica".


Es decir, se reconoce una interdependencia de los Sindicatos, con relación a los demás organismos que representen los intereses generales de la producción y de la economía. En España los Sindicatos tienen un extraordinario ascendiente entre la clase trabajadora, son organizaciones vivas en que el proletariado está ya encuadrado, y desde luego, han de representar un papel mucho más esencial en el desarrollo de la economía socialista que en Rusia, por ejemplo.


Lenin veía en los Sindicatos la garantía para los trabajadores contra las deformaciones burocráticas que pudieran surgir en el aparato del Estado. La práctica ha demostrado que su criterio no estaba exento de sentido previsor. Una democracia proletaria debe estar garantizada en distintos aspectos para que no pueda convertirse en una oligarquía, dominada por una casta burocrática.


Con relación a lo que manifestaba Lenin, podemos, en el caso de España, recoger el sentido para darle otra interpretación en la práctica. En un régimen social en que, debido a la tradición de la organización sindical, ésta tenga un peso fundamental en el terreno económico y en el político incluso, debe estar su acción equilibrada por organismos que escapen a la burocratización de los Sindicatos.


Este es un aspecto, teniendo en cuenta toda la experiencia mundial del movimiento sindical, que no podemos perder de vista. El patrimonio sindical puede convertirse en espíritu conservador. El tema es suficientemente interesante y fundamental y vale la pena de tratarlo más detenidamente en otra ocasión. 


 
La nacionalización de la banca 


 
Las industrias, como ya hemos dicho, no son entre sí organizaciones independientes que puedan bastarse a sí mismas. Como tampoco mancomunadamente son un conjunto independiente de los otros aspectos de la economía. Es así en el régimen capitalista, y con mucha más razón debe serio en el socialista, que está basado en una organización científica de la economía con vistas a los intereses generales de la colectividad.

En una situación mixta, contradictoria como la actual, en el dominio económico las colectivizaciones y también la sindicalización se encuentran con fundamentales obstáculos para su desarrollo. El crédito es el principal factor del desenvolvimiento industrial y comercial con el régimen capitalista. Muchas de las empresas colectivizadas vivían exclusivamente con las manipulaciones del crédito. Los fondos de reserva sólo son amplios en las grandes compañías que están, generalmente, en manos de accionistas extranjeros.


El principal entorpecimiento que encuentra una empresa colectivizada es precisamente la falta de crédito. Ya no puede pensarse en los préstamos o empréstitos particulares. Pero también los bancarios, cuando se logran, son en proporciones mínimas y tras laboriosas gestiones y requisitos.


La primera medida de un régimen que se oriente económicamente en sentido socialista, pues no otra cosa representan la existencia de las colectivizaciones e incluso de las sindicalizaciones, es la nacionalización de la banca. La existencia todavía con carácter privado, aunque sometida a control y con grandes limitaciones, obstaculiza el desarrollo de los primeros intentos de desenvolvimiento económico socialista.


Debe entenderse por nacionalización de la Banca el fundir todos los establecimientos bancarios actuales en uno solo, en un Banco central, controlado directamente por el Estado. Con esta concentración del crédito se resolverá todo un sin fin de dificultades económicas que encuentran en su desarrollo las nuevas formas de organización de la economía.


Lenin, en su fundamental trabajo titulado "la catástrofe y los medios de conjurarla", escrito en una situación económica tan crítica para Rusia como la actual de España, dijo sobre el problema de la nacionalización de la Banca: "Como es sabido, los Bancos son los centros de la vida económica actual, los principales centros nerviosos de la economía capitalista. Hablar de arreglar la vida económica y no ir a la nacionalización de los Bancos, es dar pruebas de una gran ignorancia o engañar al "buen pueblo" con grandes palabras y promesas miríficas que se tiene la firme convicción de no cumplir... Sólo por medio de la nacionalización de los Bancos podrá saber el Estado de dónde vienen los millones, dónde van, por dónde pasan. Sólo el control de los Bancos, sobre los cuales descansa todo el mecanismo de la circulación capitalista, permitirá realizar efectivamente, y no verbalmente, el control de toda la vida económica, de la producción y del reparto de los productos más importantes; permitirá realizar el arreglo de la vida económica, que, sin esto, está abocada a no ser más que una frase ministerial propia únicamente para engañar al "buen pueblo"... Vivimos en el siglo XX, y la posesión del suelo sin la dominación sobre los Bancos no es suficiente para regenerar el país... La capacidad de resistencia, la fuerza militar de un país en que los Bancos están nacionalizados es superior a la de un país donde los Bancos continúan en manos de los particulares".


Nada podría agregar yo a esta extraordinaria definición de Lenin sobre la importancia fundamental de la nacionalización de la Banca. De su realización depende fundamentalmente toda la posibilidad de estructuración de la vida económica. 

 
El Poder político
 


El problema no estriba en las colectivizaciones aisladas, ni siquiera en la sindicalización. Lo que es preciso es la socialización de todos los medios de producción, cambio y transporte. Pero para ello es preciso que previamente la clase trabajadora tenga todo el Poder político. No se puede separar el desarrollo económico del político.


He aquí cómo, a pesar de que para algunos lo del Poder, y más si va acompañado de la palabra político, no tiene importancia, se tropieza inmediatamente con el problema como factor fundamental. A él está supeditada la resolución de todas las demás cuestiones, porque no se pueden construir castillos en el aire.


Un gobierno de coalición integrado por representantes de diferentes clases, es un gobierno que está destinado al fracaso rotundo en el dominio de la economía. Porque para resolver los problemas económicos, y mucho más para darles nueva estructuración, es preciso, ante todo, tener un criterio sobre el sentido que se quiere imprimir a la misma. ¿Y qué criterio puede tener un gobierno compuesto conjuntamente por partidarios de la propiedad privada y por defensores del socialismo? Esta evidente contradicción, de la que hay que hacer responsables a los representantes obreros, se manifiesta en un criterio de solución mixta, qué no hace más que fomentar la desorganización y complicar los problemas. Todo se "resuelve" con un criterio provisional.

Algunas organizaciones han partido de la opinión infantil de estimar que los problemas podían resolverse exclusivamente por la vía directa de la intervención y de la posesión de las empresas, sin tener el Poder político. Han querido separar, aislar, el desarrollo de las colectivizaciones y sindicalizaciones del problema del Poder. Presenciamos ya en el terreno práctico que, debido a esta anomalía, el desarrollo económico tropieza con dificultades fundamentales, que amenazan irse agravando gradualmente, cada día más.


Repetimos, nuevamente, que el problema que está planteado es del Poder. A él, exclusivamente a él, están supeditados todas las demás cuestiones. Es natural que las fracciones obreras cuyos dirigentes hacen el juego a los intereses específicos de la burguesía, se esfuercen por mantener todo el tiempo posible estos gobiernos heterogéneos de coalición. Su misión es defender indirectamente la propiedad privada con vistas a toda una política de alcance internacional. Ellos no pueden plantearse de una manera sincera la tarea de la conquista de todo el Poder para la clase trabajadora y del aprovechamiento de éste para implantar el socialismo.


Sin embargo, no puede ni debe ser esta la actitud de otras poderosas organizaciones, como la CNT y la FAI, que están inspiradas en un sincero propósito revolucionario. No obstante, en su actuación hay una profunda anomalía. Mientras, por un lado, eluden el problema del Poder, permaneciendo de esta manera fieles a sus viejas posiciones "apolíticas", por otro lado participan políticamente en el Poder en gobiernos de coalición.

  
Edición digital de la Fundación Andreu Nin,  enero 2003





PROBLEMAS DE LA REVOLUCIÓN Y DEL MOVIMIENTO OBRERO

Lenin y la guerra  285


Marxistas revolucionarios y anarquistas en la Revolución Española 293

Los problemas de la construcción económica del socialismo 297

El problema de la educación socialista de la nueva generación 305







Ante la eventualidad de un nuevo frenazo a la revolución


Juan Andrade El asesinato de Andrès Nin: sus causas, sus autores, junio de 1939


Revisita Comunismo (1931-1934)


[Libro] Juan Andrade (1897-1981) Vida y voz de un revolucionario. Documentos complementarios.






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