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Copiado del libro, Juan Andrade, La revolución española día a día. Edita:
Editorial Nueva era y publicaciones trazo. Primera
edición: mayo 1979.
Prólogo y notas: Pelai Pagés (NOTAS POLITICAS DIARIAS)
La Nueva Era, nº 7, marzo-abril de 1937, pp. 114-119
La forma en
que se organiza la economía desde después del 19 de julio, es el mayor indicio,
la mejor prueba de todas las contradicciones que ofrece nuestro movimiento
revolucionario en España. Se enfoca la resolución de los problemas siempre con
un carácter de provisionalidad, conservando, claro está en lo fundamental las
bases de la propiedad privada. El aparato del Estado sigue siendo el mismo de
antes de la revolución, salvo con algunas reformas que las propias necesidades
han impuesto. Se transige con las conquistas y transformaciones realizadas
directamente por el proletariado en los primeros tiempos, convencidos de que,
como hechos aislados, tienen que afrontar dificultades poderosas, que darán
lugar posteriormente a que se puedan canalizar en el aparato de la República
democrática burguesa.
El éxito en
los frentes de guerra está íntimamente ligado a la retaguardia, y al esfuerzo
que ésta realice ya la ayuda que ésta le preste. Pero las posibilidades de la
retaguardia están también en relación directa con la estructuración que se dé a
la economía y al carácter de la misma. De ahí que a consecuencia de que la
revolución no sigue en su organización un ritmo socialista, se resienta también
toda la actuación en los frentes, principalmente lo referente a industrias de
guerra y abastecimientos.
Las
colectivizaciones
Inmediatamente
que el proletariado se lanzó a la calle para combatir la insurrección
militar-fascista, al propio tiempo que esgrimía las armas para la lucha
violenta, se posesionaba de los instrumentos de producción. Con ello indicaba
el significado que daba al movimiento, o sea el de una revolución socialista.
Los obreros tomaron posesión de las fábricas, de los talleres, de las minas y
procedieron en la mayoría de los casos a su colectivización. Todo lo que se
hizo directamente bajo la hegemonía directa de los obreros, fue colectivizado. Este fue ya el rasgo distintivo esencial
entre la República del 14 de abril y la revolución del 19 de julio.
Sin embargo,
ya desde un comienzo, donde el reformismo sindical tenía una mayor influencia,
se intentó una fórmula intermedia, que tendía a dejar a salvo el principio de
propiedad individual. Se recurrió a lo que se llama control de la industria, es
decir, se formaron en todos los lugares de producción comités de control que
dependían directamente de los Sindicatos. Este fue el tipo de organización
industrial más peculiar de Madrid en sus primeros tiempos. El procedimiento era
simple: el Sindicato colocaba a la puerta de los lugares de producción carteles
en los que oficialmente el Sindicato advertía que aquella fábrica o taller
estaba intervenido por la organización obrera. Se designaba un comité de
control, e incluso se respetaban los derechos de los antiguos patronos, siempre
y cuando no se hubieran distinguido por sus actividades fascistas o por su
hostilidad pasada hacia los trabajadores, en cuyo caso éstos ya se habían
encargado previamente de liquidarles.
A pesar de
estos deseos de la burocracia sindical, el propio impulso de los trabajadores,
y en muchas ocasiones las mismas necesidades bélicas, superaron rápidamente
esta etapa de meros comités de control y emprendieron otra obra superior: la
colectivización de las industrias. Los obreros organizaron colectivamente la
fábrica o el taller, y éste siguió funcionando, unas veces dependiendo
directamente del respectivo Sindicato y otras constituidas en empresa privada
de los obreros empleados en la misma.
Las
colectivizaciones, en la forma que se han llevado a cabo, en medio de una
revolución de la profunda significación de la nuestra, en lucha con las
contradicciones políticas, sin tener todo
el Poder político la clase trabajadora, sin estructurarlas en una economía
totalmente socialista, sin la nacionalización de la banca, presentan toda
una serie de dificultades que pueden conducir a situaciones económicas de
gravedad, e incluso a promover profundo descontento entre los proletarios.
Los
trabajadores, con un acertado espíritu revolucionario de clase, vieron en las
colectivizaciones el principio del Poder económico de la clase trabajadora. Era
la medida inicial de la revolución socialista. Tan es así, que los elementos
reformistas de todo género han realizado y realizan todos cuantos esfuerzos
están a su alcance para contener las colectivizaciones dentro de los límites de
la legalidad republicana. Sin embargo, las colectivizaciones, en su forma
actual, son sólo una etapa en el proceso de construcción socialista de la nueva
economía. A medida que se van presentando mayores dificultades en el terreno
económico, como consecuencia de la propia guerra, las colectivizaciones, en su
forma actual, encuentran también mayores obstáculos para su desarrollo y
funcionamiento.
Muchas
colectivizaciones se han convertido de hecho en empresas privadas de los
obreros que trabajan en ellas. Al no estar enlazadas al proceso económico
general, era natural que así sucediera. Funcionan, por su propia cuenta y
riesgo, y hasta en la mayoría de los casos sin ligazón con las otras fábricas o
talleres colectivizados de la propia industria. Por esto precisamente se
establecen entre los propios trabajadores categorías diferentes, que dependen
exclusivamente de los fondos de reserva que poseyeran los capitalistas de las
empresas colectivizadas o de la mayor o menor necesidad de los productos fabricados
durante la guerra. Como ejemplo, podemos establecer el de la industria textil.
Surgida la
revolución, los obreros procedieron a colectivizar las fábricas. La situación
económica interior de las mismas era muy diferente, como sucede en el régimen
capitalista. Había algunas en que los patronos poseían abundante cuenta
corriente, de la cual, naturalmente, se hicieron igualmente cargo los obreros.
Unas tenían, al surgir la revolución, más materias primas que otras y hasta más
existencias en almacén. Lo mismo podemos decir en cuanto a maquinaria, puesto
que hay fábricas que la poseen muy anticuada y otras que la tienen muy moderna,
con un intenso rendimiento. Pero todas fueron por igual colectivizadas,
mediante los correspondientes organismos de los trabajadores.
De esto se
deriva, naturalmente, dada la autonomía económica con que actúan unas fábricas
con respecto a otras, que si una de ellas se ha encontrado con que el patrono
tenía en el Banco una buena cuenta corriente, ha podido mantener la misma jornada
de trabajo que antes y hasta se ha permitido elevar los jornales. En cambio, en
otras se han visto obligados los obreros a reducir la jornada de trabajo
semanal e incluso se encuentran con la grave imposibilidad de pagar los
jornales normales. Por estas circunstancias, en la industria textil hay grandes
diferencias entre el nivel de vida que, en plena revolución, tienen unos y
otros trabajadores, es decir, depende de la situación económica que tenía el
patrono. La anomalía puede incluso llegar a más: a que una empresa
colectivizada se convierta de hecho en patrono de otra. Precisamente porque ya
se han dado casos, podemos hablar de ello.
Por otra
parte, los derechos sobre la empresa colectivizada se les concede sólo a los
obreros que trabajaban en ella cuando se produjo el movimiento revolucionario.
Son los que se han constituido en una especie de nuevos accionistas. Con
arreglo al criterio genérico que preside este tipo de colectivizaciones, es
natural que tienen derechos sobre las mismas también los obreros que hayan
trabajado en otras épocas en ella, puesto que con el esfuerzo colectivo se ha
construido la empresa y el patrono era sólo un parásito en el proceso de
producción.
Esta
situación la ha expresado muy gráficamente el Sindicato Mercantil de Barcelona,
de la UGT, con las leyendas que ha fijado, decorativamente, a las puertas de su
local. En una de ellas se lee: "La
tienda que hoy diriges no te pertenece. Antes de trabajar nosotros ya han
trabajado otros obreros que también han sido explotados y que con sus sudores
han contribuido a que tengáis en las manos un negocio próspero. Muchos de éstos
se encuentran hoy trabajando en pequeñas tiendas con las que no queréis uniros".
Bajo esta forma, los dirigentes del Sindicato Mercantil, que no son burócratas
reaccionarios, sino revolucionarios conscientes, quieren salir al paso del
egoísmo que ellos mismos han observado que se manifiesta entre los dependientes
de las grandes tiendas colectivizadas. El dependiente del gran bazar es un
aristócrata en relación con el dependiente de una humilde tienda de barrio.
Este sistema
de colectivizaciones, que tiene un sentido general progresivo, por
revolucionario, es la expresión primera de lucha de la clase trabajadora en
armas contra los explotadores. Debe estimarse en sus grandes líneas sólo como
una forma primaria de organización económica de la nueva sociedad. Sin embargo,
la economía socialista se distingue de la capitalista por una mejor ordenación
de la producción, de la distribución y del consumo. Como forma permanente, este
sistema de colectivizaciones crearía desigualdades irritantes y nuevas
categorías de trabajadores. Establecería de hecho un nuevo modelo de propiedad
privada, usufructuada por grupos sociales, en lugar de por individualidades.
Tiene,
además, políticamente el peligro de excitar el egoísmo de grupos particulares
de obreros contra el conjunto de la colectividad. No tiene en cuenta las
relaciones de producción, puesto que convierte las empresas colectivizadas en
compartimentos estancos. A aquellas colectivizaciones no remuneradoras se las
deja flotando a la deriva. Se fomenta de esta manera islotes de producción, sin
ligazón y sin sistematización de sus relaciones económicas.
La
sindicalización
En un país
de tan fuerte tradición anarcosindicalista como España, es natural que al
derrumbarse el sistema capitalista se tratase de establecer el nuevo régimen a
base de los Sindicatos como únicos organismos de ordenación económica,
precursores de la comuna libre. Por eso, donde el sindicalismo tiene raigambre
y peso específico, se han alternado las colectivizaciones con la
sindicalización, utilizándose incluso formas intermedias de organización.
En el
terreno práctico la primera dificultad que presenta la sindicalización es
precisamente la dualidad sindical. La existencia de dos Sindicatos de una misma
industria, principalmente en Cataluña, crea también una duplicidad económica y
eternos conflictos de fronteras sindicales. Dada la etapa en que la
organización sindical ha entrado, enteramente distinta a la que tenía en el
pasado, exclusivamente de oposición al régimen capitalista, la unidad de la
organización económica obrera es el paso esencial para el desempeño de otras
funciones, y mucho más debiera serio para el desarrollo de la sindicalización
económica.
Esta especie
de primitivismo económico organizado es mucho mayor todavía en las industrias
sindicalizadas que en las colectivizadas. Es sabido que en régimen capitalista
las empresas de servicios públicos son las más remuneradoras, precisamente por su
carácter de monopolio y de falta de competencia. La sindicalización en estas
industrias ha sido relativamente fácil. Puede decirse que los trabajadores de
las industrias de servicios públicos sindicalizadas son hoy las que se
encuentran en una situación de mayor privilegio en cuanto a seguridad de
ingresos y, por tanto, de pago de jornales. Como no sólo han logrado mantener
los jornales, sino que los han aumentado en muchos casos, aprecian directamente
los beneficios del cambio de la situación. Como siguen obteniéndose beneficios,
se pueden permitir absorber todo el paro forzoso que tenían, mientras en otros
oficios no sólo no disminuye el paro, sino que aumenta. La falta de competencia
permite regular los precios.
Las
consecuencias de este cantonalismo económico sindicalizante se manifiestan de
forma grave, creando incluso descontento que puede plasmar en corriente
contrarrevolucionaria. Tomemos como ejemplo lo que sucede con el comercio. La
desigualdad en cuanto a ingresos y beneficios es en esta industria mucho mayor
que en las otras. Los efectos de la crisis provocada en virtud de las
perturbaciones de la misma guerra y de la revolución, se manifiestan de
distinta manera en unas u otras ramas comerciales, según la necesidad y la
calidad de los artículos que producen. Si se hace de cada tienda colectivizada
o sindicalizada un feudo exclusivo de sus empleados, la desigualdad entre los
propios obreros será verdaderamente irritante.
El
proletariado se posesionó de los medios de producción como medida preliminar
revolucionaria para la estructuración de toda una economía socialista. Al
subsistir las viejas formas capitalistas de organización, y particularmente el
aparato del Estado, se manifiestan dos tipos de organización contradictorios
entre sí y que se obstaculizan constantemente. Con el criterio sindicalizante
se intenta resolver parcialmente el problema de cada industria, sin relación
con la economía en general y sin una intervención directa de los intereses de
todos los productores.
Las
tendencias de los elementos reformistas del movimiento obrero a frenar la
revolución les conduce como táctica política a distraer la atención de los
problemas obreros de la retaguardia, cubriendo esa falta de interés con la
necesidad de ganar la guerra. Efectivamente, ganar la guerra es fundamental.
Pero la guerra la hacen los trabajadores y su moral para llevarla a cabo
depende de cómo se resuelvan sus problemas en la retaguardia. Con esta desorganización
económica se están lesionando intereses obreros e incluso alimentando egoísmos.
Nos
referimos concretamente a lo que acontece con los obreros de las industrias de
guerra. Todos nos hemos mostrado conformes en la necesidad de que no puede
haber limitación de la jornada de trabajo para la fabricación de material
bélico. Es la industria más esencial en los momentos actuales. Los obreros de
las industrias de guerra son, en realidad, los héroes anónimos de nuestra
guerra civil. Trabajan rindiendo todo lo que da de sí la máxima tensión de sus
músculos. Laboran los siete días de la semana, y la organización sindical,
comprendiendo los momentos gravísimos que vivimos, les impone un régimen de
trabajo severísimo. La más mínima falta es sancionada gravemente. Hay que
mantener una fuerte moral de trabajo. Por otra parte, como las industrias de
guerra dependen directamente del Estado y éste tiene que atender cuantiosos
gastos que le crean enormes dificultades económicas, principalmente la onerosa
y desleal burocracia, no pueden mejorarse los jornales de los obreros. Estos
trabajadores se encuentran realizando casi anónimamente un extraordinario
trabajo, sin que todavía hayan podido percibir de manera directa los beneficios
de la revolución que vivimos. Porque, pongamos por caso, después de terminar su
agotadora jornada de trabajo, tienen que seguir habitando casas insalubres,
mientras hay magníficas viviendas ocupadas todavía por burgueses.
Mientras
estos trabajadores laboran al máximo rendimiento por las necesidades de la
guerra, que no admiten aplazamientos ni demoras, obreros de empresas
colectivizadas prósperas o de industrias sindicalizadas que obtienen
beneficios, perciben sus salarios, incluso mejores salarios que en las
industrias de guerra, sin efectuar casi trabajo, porque no existen pedidos, y
los que hay se sirven con las existencias.
Este
particularismo económico sirve igualmente para fomentar industrias
artificiales, de lujo. El socialismo
consiste en una nacionalización económica en favor de la colectividad. No
deja lugar para el florecimiento de industrias parasitarias. En cambio, la
práctica sindicalizante, sí. Por esto se ha podido dar el caso de que el
Sindicato de Espectáculos Públicos haya bregado por la apertura de los
cabarets. Entiende la revolución como la obligación de velar por los "suyos". Todos leímos hace tiempo,
con gran asombro, como el Sindicato de Espectáculos Públicos nos hablaba en un
manifiesto oficial de las "bellas
flores de cabaret que alegran nuestra vida", o un tópico por el estilo.
Con ello quería justificar la necesidad de la apertura de esos lugares de
esparcimiento burgués.
El papel
de los Sindicatos
En lo que se
refiere a la sindicalización, se parte de un principio falso consistente en
valorizar a los Sindicatos como únicos organismos rectores de toda la economía
en el futuro socialista. El criterio es demasiado restringido y equivocado.
Esta concepción no garantiza, ni mucho menos, el sentido revolucionario y
colectivo de la economía socialista. La sindicalización, a la manera que
algunos la exponen y que tratan de llevarla a cabo, nos conduciría a la
formación de amplios trusts sindicales industriales, en perpetua competencia y
rivalidad. No acabaría tampoco con las clases de una manera rotunda, puesto que
crearía de hecho diversas categorías de trabajadores, según la importancia de
la industria y lo imprescindible que fuera la misma para las necesidades
generales de la colectividad.
Los
organismos rectores de la política, de la economía, deben representar los
intereses de todas las categorías de trabajadores, deben reflejar los derechos
e intereses de la colectividad por encima de los particulares de zonas
determinadas de ciudadanos. Sin embargo, los Sindicatos tienen también una
intervención esencial en la economía socialista.
No es
defendible el criterio de que administrándose los Sindicatos independientemente
de todo el conjunto de la producción, podamos establecer el régimen de economía
socialista a que aspiramos. Incluso en el propio seno del anarquismo han
surgido siempre voces en contra del papel tan absolutamente hegemónico que se
quería conceder por algunos a los Sindicatos. Se ha reconocido lo incompleto,
por su especialización, que es el radio de acción de los Sindicatos. Incluso se
ha tratado de buscar una estructuración que completara las actividades de los
Sindicatos en el dominio económico.
En las
conclusiones aprobadas en el Congreso celebrado por la CNT en Zaragoza en el
mes de mayo del año pasado, se estipula así el plan de organización de los
productores: "Como base (en el lugar
de trabajo, en el Sindicato, en la Comuna, en todos los órganos regulares de la
nueva sociedad) el productor, el individuo, como célula, como piedra angular de
todas las creaciones sociales, económicas y morales. Como órgano de relación
dentro de la Comuna, y en el lugar de trabajo, el Consejo de taller y fábrica,
pactando con los demás centros de trabajo. Como órgano de relación de Sindicato
a Sindicato (Asociación de Productores), los Consejos de Estadística y
Producción, que seguirán federándose entre sí, hasta formar una red de relación
constante y estrecha entre todos los productores de la Confederación Ibérica".
Es decir, se
reconoce una interdependencia de los Sindicatos, con relación a los demás
organismos que representen los intereses generales de la producción y de la
economía. En España los Sindicatos tienen un extraordinario ascendiente entre
la clase trabajadora, son organizaciones vivas en que el proletariado está ya
encuadrado, y desde luego, han de representar un papel mucho más esencial en el
desarrollo de la economía socialista que en Rusia, por ejemplo.
Lenin veía
en los Sindicatos la garantía para los trabajadores contra las deformaciones
burocráticas que pudieran surgir en el aparato del Estado. La práctica ha demostrado
que su criterio no estaba exento de sentido previsor. Una democracia proletaria
debe estar garantizada en distintos aspectos para que no pueda convertirse en
una oligarquía, dominada por una casta burocrática.
Con relación
a lo que manifestaba Lenin, podemos, en el caso de España, recoger el sentido
para darle otra interpretación en la práctica. En un régimen social en que,
debido a la tradición de la organización sindical, ésta tenga un peso
fundamental en el terreno económico y en el político incluso, debe estar su
acción equilibrada por organismos que escapen a la burocratización de los
Sindicatos.
Este es un
aspecto, teniendo en cuenta toda la experiencia mundial del movimiento
sindical, que no podemos perder de vista. El patrimonio sindical puede
convertirse en espíritu conservador. El tema es suficientemente interesante y
fundamental y vale la pena de tratarlo más detenidamente en otra ocasión.
La
nacionalización de la banca
Las
industrias, como ya hemos dicho, no son entre sí organizaciones independientes
que puedan bastarse a sí mismas. Como tampoco mancomunadamente son un conjunto
independiente de los otros aspectos de la economía. Es así en el régimen
capitalista, y con mucha más razón debe serio en el socialista, que está basado
en una organización científica de la economía con vistas a los intereses
generales de la colectividad.
En una
situación mixta, contradictoria como la actual, en el dominio económico las
colectivizaciones y también la sindicalización se encuentran con fundamentales
obstáculos para su desarrollo. El crédito es el principal factor del
desenvolvimiento industrial y comercial con el régimen capitalista. Muchas de
las empresas colectivizadas vivían exclusivamente con las manipulaciones del
crédito. Los fondos de reserva sólo son amplios en las grandes compañías que
están, generalmente, en manos de accionistas extranjeros.
El principal
entorpecimiento que encuentra una empresa colectivizada es precisamente la
falta de crédito. Ya no puede pensarse en los préstamos o empréstitos
particulares. Pero también los bancarios, cuando se logran, son en proporciones
mínimas y tras laboriosas gestiones y requisitos.
La primera
medida de un régimen que se oriente económicamente en sentido socialista, pues
no otra cosa representan la existencia de las colectivizaciones e incluso de
las sindicalizaciones, es la nacionalización de la banca. La existencia todavía
con carácter privado, aunque sometida a control y con grandes limitaciones,
obstaculiza el desarrollo de los primeros intentos de desenvolvimiento
económico socialista.
Debe
entenderse por nacionalización de la Banca el fundir todos los establecimientos
bancarios actuales en uno solo, en un Banco central, controlado directamente
por el Estado. Con esta concentración del crédito se resolverá todo un sin fin
de dificultades económicas que encuentran en su desarrollo las nuevas formas de
organización de la economía.
Lenin, en su
fundamental trabajo titulado "la catástrofe y los medios de conjurarla",
escrito en una situación económica tan crítica para Rusia como la actual de
España, dijo sobre el problema de la nacionalización de la Banca: "Como es sabido, los Bancos son los centros
de la vida económica actual, los principales centros nerviosos de la economía
capitalista. Hablar de arreglar la vida económica y no ir a la nacionalización
de los Bancos, es dar pruebas de una gran ignorancia o engañar al "buen
pueblo" con grandes palabras y promesas miríficas que se tiene la firme
convicción de no cumplir... Sólo por medio de la nacionalización de los Bancos
podrá saber el Estado de dónde vienen los millones, dónde van, por dónde pasan.
Sólo el control de los Bancos, sobre los cuales descansa todo el mecanismo de
la circulación capitalista, permitirá realizar efectivamente, y no verbalmente,
el control de toda la vida económica, de la producción y del reparto de los
productos más importantes; permitirá realizar el arreglo de la vida económica, que, sin esto, está abocada a no
ser más que una frase ministerial propia únicamente para engañar al "buen
pueblo"... Vivimos en el siglo XX, y la posesión del suelo sin la dominación sobre los Bancos no
es suficiente para regenerar el país... La capacidad de resistencia, la fuerza
militar de un país en que los Bancos están nacionalizados es superior a la de un país donde
los Bancos continúan en manos de los particulares".
Nada podría
agregar yo a esta extraordinaria definición de Lenin sobre la importancia
fundamental de la nacionalización de la Banca. De su realización depende
fundamentalmente toda la posibilidad de estructuración de la vida
económica.
El Poder
político
El problema
no estriba en las colectivizaciones aisladas, ni siquiera en la
sindicalización. Lo que es preciso es la socialización de todos los medios de
producción, cambio y transporte. Pero para ello es preciso que previamente la
clase trabajadora tenga todo el Poder político. No se puede separar el
desarrollo económico del político.
He aquí
cómo, a pesar de que para algunos lo del Poder, y más si va acompañado de la
palabra político, no tiene importancia, se tropieza inmediatamente con el
problema como factor fundamental. A él está supeditada la resolución de todas
las demás cuestiones, porque no se pueden construir castillos en el aire.
Un gobierno
de coalición integrado por representantes de diferentes clases, es un gobierno
que está destinado al fracaso rotundo en el dominio de la economía. Porque para
resolver los problemas económicos, y mucho más para darles nueva
estructuración, es preciso, ante todo, tener un criterio sobre el sentido que
se quiere imprimir a la misma. ¿Y qué
criterio puede tener un gobierno compuesto conjuntamente por partidarios de la
propiedad privada y por defensores del socialismo? Esta evidente
contradicción, de la que hay que hacer responsables a los representantes
obreros, se manifiesta en un criterio de solución mixta, qué no hace más que
fomentar la desorganización y complicar los problemas. Todo se
"resuelve" con un criterio provisional.
Algunas
organizaciones han partido de la opinión infantil de estimar que los problemas
podían resolverse exclusivamente por la vía directa de la intervención y de la
posesión de las empresas, sin tener el Poder político. Han querido separar,
aislar, el desarrollo de las colectivizaciones y sindicalizaciones del problema
del Poder. Presenciamos ya en el terreno práctico que, debido a esta anomalía,
el desarrollo económico tropieza con dificultades fundamentales, que amenazan
irse agravando gradualmente, cada día más.
Repetimos,
nuevamente, que el problema que está planteado es del Poder. A él,
exclusivamente a él, están supeditados todas las demás cuestiones. Es natural
que las fracciones obreras cuyos dirigentes hacen el juego a los intereses
específicos de la burguesía, se esfuercen por mantener todo el tiempo posible
estos gobiernos heterogéneos de coalición. Su misión es defender indirectamente
la propiedad privada con vistas a toda una política de alcance internacional.
Ellos no pueden plantearse de una manera sincera la tarea de la conquista de
todo el Poder para la clase trabajadora y del aprovechamiento de éste para
implantar el socialismo.
Sin embargo,
no puede ni debe ser esta la actitud de otras poderosas organizaciones, como la
CNT y la FAI, que están inspiradas en un sincero propósito revolucionario. No
obstante, en su actuación hay una profunda anomalía. Mientras, por un lado,
eluden el problema del Poder, permaneciendo de esta manera fieles a sus viejas
posiciones "apolíticas", por otro lado participan políticamente en el
Poder en gobiernos de coalición.
Edición
digital de la Fundación Andreu Nin, enero 2003
PROBLEMAS DE LA REVOLUCIÓN Y DEL
MOVIMIENTO OBRERO
Lenin y la
guerra 285
Marxistas
revolucionarios y anarquistas en la Revolución Española 293
Los
problemas de la construcción económica del socialismo 297
El problema
de la educación socialista de la nueva generación 305
Ante la
eventualidad de un nuevo frenazo a la revolución
Juan Andrade
El asesinato de Andrès Nin: sus causas, sus autores, junio de 1939
Revisita
Comunismo (1931-1934)
[Libro] Juan
Andrade (1897-1981) Vida y voz de un revolucionario. Documentos
complementarios.
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