COMUNISMO (Nº 30, noviembre-diciembre 1933)
Desde la página 385- 389
Revisita Comunismo (1931-1934)
Contrariamente a lo que una opinión
superficial podría hacer creer don Alejandro
Lerroux, caudillo
demagógico antaño, encarnación viva de la reacción conservadora hoy, no es, a
pesar de todas las apariencias, un simple tránsfuga que, en el ocaso de una
larga vida de combate, renuncia a su pasado y se refugia en posiciones más confortables,
Lerroux, desde los inicios mismo de su carrera política, ha servido constante y
sistemáticamente los intereses de la reacción.
Lerroux aparece en Barcelona a primeros de
siglo. ¿Enviado por Segismundo
Moret, según se ha afirmado con insistencia? No podemos,
naturalmente, apoyar esta afirmación en una prueba documental, que, en fin de cuentas,
no tendría otra eficacia que demostrar la venalidad del caudillo radical. Lo
que para nosotros tiene importancia es dejar establecido que si no fue directamente
enviado por Moret, toda su actuación sirvió fielmente los intereses
representados por éste.
Barcelona era en aquellos años un hervidero. Las
graves repercusiones que el desastre colonial había tenido en la economía
catalana provocaban un poderoso movimiento de protesta, que hallaba su
expresión en el regionalismo, contra la oligarquía centralista. Este
movimiento, iniciado y acaudillado por la burguesía industrial y secundando por
gran parte de la pequeña burguesía, era, indiscutiblemente, un factor
progresivo frente a la España semifeudal.
Simultáneamente, el movimiento obrero, aunque
influenciado todavía por una ideología primaria que fomenta el espíritu anarquista
y el terrorismo individual, empieza a buscar un cauce más ancho en la organización
y en la lucha colectiva. El proletariado que sufre cruelmente las consecuencias
del colapso económico determinado por la pérdida de las colonias, se agita, se
organiza y combate. La memorable huelga general de 1902 marca el apogeo de ese período.
Lerroux consagra desde el primer momento todas
sus aptitudes excepcionales de agitador a contrarrestar los efectos de esos dos
movimientos divergentes, pero que tenían como denominador común su carácter progresivo
y su cualidad de factores de disgregación de la España reaccionaria.
Para ello aparece ante las masas, no como el
representante de la reacción, sino como un caudillo revolucionario, cuyos
discursos encendido y cuyos artículos demoledores deslumbran a la clase
trabajadora y a considerables sectores de la pequeña burguesía. Con la bandera
de la unidad española, opuesta al separatismo catalán, arrastra a todo
el elemento parasitario del mecanismo oficial español: burocracia de las
oficinas del Estado, ejército, etc.
La demagogia de Lerroux produce verdaderos
estragos en las filas obreras. Lerroux se convierte en la personificación de
todas las rebeldías, en el ídolo de las multitudes. “ Si Lerroux prosigue
por el camino emprendido en la cuestión de Montjuich- dice Baldomero Oller, uno
de los torturadores en el castillo barcelonés-, no tardaremos en verle
convertido en el único personaje vivo y real de la tragedia” Y Luis Villalobos,
uno de los anarquistas ganados por la demagogia del caudillo,
en una “profesión de fe” publicada en El Progreso del 25 de junio de
1907, dice que reniega de su individualismo para ponerse “al lado del hombre
que al mirar a sus enemigos se me antoja el arquetipo de salvador”.
La confusión sembrada por Larreux entre las
masas proletarias tuvo consecuencias nefastas para el movimiento obrero. Una
gran parte de la clase trabajadora, alucina por la demagogia lerroxista,
abandonó sus organizaciones para incorporarse a un movimiento republicano radical que prometía
que prometía la revolución a plazo fijo.
Lerroux consigue, pues, en gran parte, dos
de sus objetivos fundamentales, que eran los de la reacción: desviar
a los trabajadores de su terreno de acción natural, el de la lucha de clases,
oponer una opinión unitarista, centralista, al movimiento nacionalista catalán.
La fraseología revolucionaria era la tapadera con que cubría su política real.
Y esta política real, inspirada en el único propósito de servir los intereses
de la reacción, ha sido siempre la misma. Lo único que ha variado, según las circunstancias,
han sido sus manifestaciones exteriores.
Cuando las masas obreras catalanas reaccionan
y, curadas, de su alucinación anterior, abandonan al caudillo,
Lerroux pierde su fortaleza barcelonesa y procura orientarse hacia otros
sectores. Pero las circunstancias son poco propicias y durante algunos años es
una más o menos decorativa, sin ninguna fuerza real, que vive a expensas de su
influencia de ayer. Pero, sean cuales sean las condiciones políticas del país,
sigue siendo fiel a sí mismo, y cuando en septiembre de 1923 Primo de Rivera
realizó su golpe de Estado, Lerroux saluda, desde Las Palmas, el acto del
dictador como el primer paso hacia la regeneración de España.
La crisis de la Dictadura, que determina su
caída y el nacimiento de un poderoso movimiento antidinástico, empuja
nuevamente a Lerroux hacia el campo republicano. Aquí antes y después de la
proclamación de la República, actúa como el representante
genuino de los intereses cuya defensa ha constituido el eje de toda su
actuación.
Este período para que sea preciso insistir en los
detalles. Limitémonos conseguir que es alrededor de su figura que se agrupado
los elementos de la “vieja España”, dispuestos a oponerse enérgicamente a la
solución de todos los problemas fundamentales de la revolución demócrata:
cuestión agraria, relaciones con la iglesia, autonomía de Cataluña, etc. En
este aspecto. Lerroux sigue fiel a sí mismo. El Lerroux conservador de hoy es,
sustancialmente, el mismo que el Lerroux demagogo de 1901, que afirmaba en las
Cortes: “La sociedad puede vivir perfectamente sin Dios y sin religión”,
y “la armonía entre el capital y el trabajo es imposible, como lo es la del
ladrón y el robado”.
Pero concretamente, “qué representa
actualmente don Alejandro en la escena de la política española?
La reacción está fundamentalmente representada
en la actualidad por dos fuerzas políticas: los agrarios y los radicales.
Revelaría estar poseído de una miopía
incurable el que viera en esas dos fuerzas a factores antagónicos. Agrarios y
radicales son los dos brazos de un mismo cuerpo: la contrarrevolución. No
queremos decir con ello que representan exactamente a unas mismas clases
sociales, sino que sus intereses y sus fines son históricamente comunes. Los
agrarios son la expresión política descarada de la clase más reaccionaria, los
terratenientes, y sus soportes tradicionales, la Iglesia y el ejército. Con
ello queda dicho que aspiran a anular los tímidos avances de la revolución en
las cuestiones agrarias, religiosa y catalana y en la legislación obrera, y a
restaurar pura y simplemente el régimen monárquico.
Lerroux, como hemos visto, coincide
fundamentalmente con el programa de los agrarios. Su lucha encarnizada contra
los socialistas ha sido el índice externo más destacado de esta coincidencia
sustancial. A pesar de su colaboración descarada con la burguesía y de sus
repetidas traiciones, a pesar de su complicidad en las deportaciones y la aprobación
de las leyes draconianas de Vago y Orden Público, los socialistas
representaban, aunque fuera por simple reflejo de las masas que les siguen, la
voluntad de continuar la revolución. De aquí que contra ellos concentraran el
fuego agrario y radicales.
Pero en este último período Lerroux ha
conseguido agrupar a su alrededor a los sectores esenciales de la burguesía
industrial o, por lo menos, conquistar su simpatía pasiva, a contingentes
importantes de la clase media y a los representantes de la especulación y de
las castas militares. La primera de estas circunstancias explica que la fusión
efectiva de las dos alas de la reacción no se haya realizado. La burguesía
industrial, por el antagonismo tradicional de sus intereses con los de los
terratenientes, no puede decidirse a una alianza pública e inmediata con los
agrarios. La clase media, por otra parte, conserva todavía una cierta fe en la
democracia. Burguesía industrial y clase media verían con cierto recelo una
restauración de la monarquía borbónica semifeudad de los grandes latifundistas.
La fusión de esas dos alas, sin embargo, no
sólo no es imposible, sino que es probable. El ejemplo de Italia y el más
reciente de Alemana, demuestran que en el momento decisivo las clases explotadoras
dejan de lado los antagonismos que las separan para formar el bloque contra la
revolución. Hemos vistos ya cómo, con ocasión de la presente lucha electoral,
agrarios y radicales, sin fusionarse de un modo efectivo en la escala nacional,
establecen sistemáticamente una especie de “división del trabajo”,
inspirada en el propósito de no perjudicarse mutuamente. De aquí a la alianza
efectiva, a la fusión completa, no hay más que un paso. El que se realice en un
plazo más o menos breve dependerá del ritmo que adquiera la revolución. Es aquí
donde aparece con más claridad el papel nefasto desempeñado por los dirigentes de
la FAI al apoyar, consciente o inconscientemente, la política de Lerroux, y la
necesidad de que el proletariado español, dándose cuenta del peligro que le
amenaza, forme un compacto frente único del combate y se apresta a defender
decididamente todo lo que ha logrado conquistar, y, en el fuego de la lucha,
imprima un nuevo y poderoso impulso a la revolución
Los árabes no invadieron jamás España
Copiado del libro.
Andreu Nin
Por la unificación marxista (escritos políticos)
Miguel
Castellote, Editor 1978, edición bilingüe
Recopilación y traducción: Humberto da Cruz y
María del Carmen Espinar
Verdades elementales. Andreu Nin Por la
unificación marxista
El
proletariado y el problema de Cataluña, "El Soviet" nº 4, 12 mayo
1934
Juan
Andrade. El antifascismo genérico encubre la confusión política
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