Micaela
Feldman de Etchebéhère/ Mika Feldman de Etchebéhère
Mika Feldman
de Etchebéhère
Mika Etchebehere (1902-1992)
1) Mika Etchebéhère: una heroica y desconocida
combatiente de nuestra guerra civil
Luis Portela
Luis Portela
2) Historia de una pasión revolucionaria: Hipólito Etchebéhère y Mika
Feldman
Horacio Tarcus
Horacio Tarcus
3) Hipólito Etchebéhère, un jefe militar del POUM
Mika Etchebéhère
Mika Etchebéhère
4) Mika en Siguenza
Antonio Cruz
Antonio Cruz
Mika
Etchebéhère: una heroica y desconocida combatiente de nuestra guerra civil
Luis
Portela
Artículo
publicado en la revista Historia y vida, febrero 1977.
Hippolyte y
Mika Etchebéhère, llegan a España cinco días antes de que estalle la guerra
civil. Se proponen escribir un libro sobre la Commune asturiana,
después de que terminen el que tienen entre manos sobre Alemania en 1933,
Quieren conocer los lugares en donde han luchado los mineros asturianos en
1934. Él es un vasco- francés nacido en la República Argentina; ella, de origen
argentino, ha adquirido la nacionalidad francesa por su matrimonio.
Muy jóvenes
aún, los dos se han consagrado a la acción revolucionaria. Ella procede del
campo anarquista y ha evolucionado luego hacia el comunismo. Finalmente, ambos
han adoptado las concepciones de Trotsky. Viven, antes de nuestra guerra civil,
en Paris, donde forman parte del grupo que edita la revista Que faire? Ella
gana algunos francos dando a domicilio lecciones de español. Él está
tuberculoso. Mika le cuida con toda su inmensa ternura. Ambos se han desposado
con la revolución. Para que nada les ponga trabas en la tarea a la que han
consagrado sus vidas, han renunciado de común acuerdo a tener hijos. Alguna
vez, no obstante, él ha de ponerse a la defensiva. "Tenemos -le dice a
Mika- que preservar nuestro amor. Compraremos menos libros para que puedas
tener un bonito vestido... La política ocupa toda nuestra vida; debemos evitar
que nos devore...".
Hippolyte
cae en Atienza
Hippolyte Etchebéhère tiene una sólida formación marxista,
pero no es un teorizante, y mucho menos un repetidor de fórmulas
revolucionarias. Por eso, desde que, a los dieciocho años, ha decidido ponerse
al servicio de la revolución, simultáneamente con su capacidad doctrinal se ha
preocupado de adquirir conocimientos militares. Ellos van a serle útiles apenas
llegado a España. Un oficial de Intendencia es miembro de la sección madrileña
del POUM. Sus compañeros le piden que se ponga al frente de las milicias que
están organizando, pero rehúsa aceptar el mando que le ofrecen porque, por su
formación profesional, desconfía de la
eficacia de las unidades de voluntarios que partidos y sindicatos ponen en pie
en pocas horas para hacer frente a la rebelión militar.
Se recurre a
Etchebéhère, ese extranjero recién llegado, pero no desconocido, que asume el
mando de la recién formada tropa miliciana. Tarea difícil, que desempeña con
tacto, con inteligencia, con valor. Pero por poco tiempo. No ha transcurrido
aún un mes desde el comienzo de la contienda cuando, el 16 de agosto, en los
alrededores de Atienza, un proyectil de ametralladora siega su vida. "Ha
hallado la muerte escribe Mika- para ganar la confianza de esos hombres
recelosos cuya obediencia sólo se obtiene desafiando locamente el
peligro". "Aquel fue para Hippo -añade Mika- el tiempo más bello de
su vida.» «Pero mi alegría estaba llena de angustia, pues yo sabía que Hippo
estaba condenado, sin tener derecho a ponerle en guardia. Solamente me atrevía
a decirle que no se hiciera matar demasiado pronto". Murió como deseaba
morir: en el fragor del combate. Después de haber sufrido un vómito de sangre,
había intentado disipar la angustia de Mika con estas palabras; "No te
preocupes... Me siento mejor. Tú sabes, por otra parte, que estoy decidido a no
morir de enfermedad".
Capitana
de una compañía de fusileros
Cuando muere
Hippolyte Etchebéhère, Mika, su joven viuda, que hasta ese momento ha
desempeñado en la columna del POUM de Madrid un papel secundario, pasa a ocupar
en ella un lugar cada vez más relevante. "No he aceptado sobrevivir a
Hippo -escribe-, sino con la condición de continuar nuestro combate".
Lucha
primero en Sigüenza. Una orden estúpida encierra a los combatientes en la
catedral. Alguien ha pretendido que las milicias repitan en la catedral de
Sigüenza lo que los franquistas lograron en el Alcázar de Toledo; pero este
edificio tiene una estructura distinta de aquél. La artillería franquista abre
enormes boquetes en los muros de la catedral. La situación es insostenible.
Para los sitiados, el dilema es rendirse o intentar romper el cerco. Con un
puñado de hombres, Mika lo logra.
Tras un
breve descanso en Madrid y una corta estancia en Paris, Mika Etchébèhere
retorna a España, a Madrid. La ciudad asediada, mártir y heroica, a las
trincheras. Los hombres del POUM han formado dos compañías. La primera está
casi enteramente constituida por madrileños, supervivientes de los combates de
Atienza y de Sigüenza; la segunda, por fugitivos de Extremadura, miembros o
simpatizantes del POUM no pocos de ellos. Se confía el mando de esta compañía a
Mika Etchebéhère, a la que se confiere el grado de capitán. La trinchera que ocupa
esta unidad está en la Moncloa, a dos pasos del Hospital Clínico y de la
fábrica Gal, en donde los milicianos se proveen de jabón en abundancia.
Elogios
para los combatientes del POUM
A fines de
1936, el de Madrid no es precisamente un frente de reposo. Los hombres que
manda la capitana Etchebéhère resisten, con tenacidad y valor admirables,
bombardeos y ataques repetidos. Llega un momento en que es forzoso relevarlos.
Tras un breve descanso van a relevar, a su vez, a las fuerzas que ocupan las
trincheras de la Pineda de Húmera. Más tarde, nombrada adjunto al comandante
del batallón, la compañía que hasta entonces había mandado Mika es escogida,
con otras unidades, para realizar una operación difícil: desalojar al enemigo
del cerro del Águila. En este ataque sucumben muchos de los hombres del POUM.
Los
militares profesionales que mandan las grandes unidades aprecian la disciplina,
la resistencia, el valor, de los hombres del POUM que combaten a las órdenes de
Mika Etchebéhère y la valía de ésta. Cuando, con dos delegados del POUM, va a
pedir que se releve a sus hombres. tras no pocos días de resistencia en la
trinchera de la Moncloa, es recibida por el teniente coronel Ortega. "La
acogida es calurosa -escribe Mika-. Se le habla hablado muy bien de la columna
del POUM, pero nuestro comportamiento supera sus esperanzas. Me encarga que
felicitemos a los milicianos en su nombre, y espera poder hacerlo personalmente
cuando dejemos nuestros puestos...". "Que vuestros milicianos se
detengan un momento aquí antes de entrar en la ciudad: quiero decirles cuánto
he apreciado su valor".
Este
teniente coronel Ortega fue, pocos meses después, el director general de
Seguridad que presidió en unos casos y encubrió en otros la represión contra el
POUM. Él fue quien ordenó la detención del comité ejecutivo de este partido, el
asalto al local del POUM de Valencia, el encarcelamiento de cuantos en él se
hallaban y la detención del comandante de la XXIX División, José Rovira, a
quien hubo de poner en libertad ante la tajante orden de Prieto.
Ignorancia
de las cosas militares
El jefe del
sector al cual pertenece la Pineda de Húmera es el teniente coronel Perea, uno
de los mejores jefes del ejército republicano y al que jamás pudieron
conquistar los comunistas. Perea tiene de los milicianos del POUM y de Mika
Etchebéhère, personalmente, inmejorable opinión. "Veo una vez más -le dice
a Mika-, como lo ha dicho el general Kléber, que usted es el mejor oficial del
sector y que logra mantener en su compañía una moral ejemplar. Nos ha
impresionado, tanto al general KIéber como a mí, ver que, incluso enfermos, sus
hombres no quieren abandonar el frente".
Y esa
elevada moral la consigue Mika Etchebéhère a pesar de que cree que las
estrellas -todavía no se habían sustituido en las milicias por las barras- le
vienen anchas por múltiples razones: "La primera -escribe- por mi falta de
conocimientos militares y por mi escaso deseo de adquirirlos. Y después, por mi
preocupación excesiva por la salud de mis hombres, por la responsabilidad que
me abruma ante los heridos y los muertos y por esa necesidad enfermiza que
experimento de sentirme aprobada en toda circunstancia". No trata de
ocultar, ni de disimular siquiera, su ignorancia del arte militar. "Ante
el mapa del Estado Mayor -nos dice- vuelvo a experimentar el viejo espanto ante
mi ignorancia de las cosas militares. Si al general Kléber se le ocurre sondear
mis conocimientos, quedará aterrado. Para no tener que enrojecer y para que no
crean que me importan demasiado mis galones de capitán, les tomó la delantera:
Que no vayan a pedirme detalles de táctica o de estrategia, porque no sé
prácticamente nada. No sé tampoco mandar; mejor dicho, tampoco lo necesito,
porque los hombres tienen confianza en mí. Cuando llega una orden la comunico a
la compañía y la ejecutamos todos juntos. Hago todo lo posible para que no
pasen hambre, y cuando no tienen nada que comer se aguantan, sin protestar,
porque conocen mi monomanía por alimentarlos".
Jarabe
para la tos
Mika y sus
hombres comparten las penalidades de las trincheras y los riesgos del combate
en estrecha camaradería. "Los protejo y me protegen -escribe-. Son mis
hijos y al mismo tiempo son mi padre. Les preocupa lo poco que como y lo poco
que duermo y, a la vez, encuentran milagroso que resista tanto o más que ellos
los rigores de la guerra".
Vive Mika
pendiente de sus hombres. Lucha con tesón por conseguir que, al menos una vez
al día, se les sirva una comida caliente. Reclama con insistencia para ellos
ropas de abrigo. Cuando su compañía se halla en un sector relativamente
tranquilo organiza una biblioteca: recorre 188 librerías de Madrid pidiendo
libros, que los libreros ceden generosamente. Crea una escuela. Las bajas
temperaturas de aquel primer invierno de guerra y el hielo de las trincheras
hacen estragos entre los combatientes: muchos sufren catarros y bronquitis.
Mika se esfuerza en aliviar sus molestos efectos. "Frasco de jarabe y
cuchara en la mano -escribe-. Me acerco a cuatro patas a los hombres que tosen.
Echan un poco la cabeza hacia atrás, abren la boca Y. cuando han ingerido el
jarabe, reímos un momento ante esta faceta bastante cómica de la guerra".
Pero, a su vez, cuando en si curso de un feroz bombardeo enemigo un proyectil
derriba parte de la trinchera y queda Mika sepultada bajo un montón de tierra
del que sólo queda al descubierto el talón de una de sus botas todos los
hombres corren a desenterrarla, retirando la tierra con sus manos para evitar
lastimarla.
No hay en
ella la menor vanidad. Cuando algunos de sus hombres, que se sienten
orgullosos de estar bajo sus órdenes, la cubren de elogios, responde
simplemente: "Lo que pasa es que soy mujer y que aquí, en España, llama la
atención que una mujer pueda conducirse como un hombre en situaciones que son
generalmente situaciones de hombres". Y en otro momento escribe: "...
Me digo que no es con madera tan frágil como la mía como se tallan los
conductores de hombres. Pero agrego, para consolarme, que es preciso que me
contente con la madera de que estoy hecha".
Algo
grande
Los hombres
de Mika Etchebéhère admiran su gesto y el de tantos otros extranjeros venidos a
combatir en España. "Que en esta guerra, que es la nuestra, mueran
españoles me parece normal -dice Mateo-; pero que extranjeros como tu marido,
como El Marsellés, como tú misma, vengan aquí a luchar por
nosotros, a morir por nuestra causa, eso es algo grande". Pero para Mika y
para tantos hombres nacidos en otras tierras: "Los trabajadores españoles
habrán lavado la vergüenza de la derrota sin combate de los trabajadores
alemanes y escrito en los anales de las luchas obreras las páginas más
fulgurantes de su historia".
Mika
Etchebéhère vive actualmente en París. Ha publicado recientemente un libro (Mi guerra de España), bello y
conmovedor relato de su participación en nuestra guerra civil. Cuarenta años
después sigue fiel a los ideales de su juventud. Esos ideales por los que quedó
aquí, para siempre, el hombre con quien compartió ilusiones y afanes,
penalidades y horas felices; y por los que ella arriesgó muchas veces su vida.
Esta fidelidad a su pasado es el mejor elogio que se puede hacer de esta
auténtica heroína de la lucha por la libertad.
Edición
digital de la Fundación Andreu Nin, 2000
1º
Hipólito
Etchebéhère, jefe militar del POUM
Escrito
por Mika Etchebéhère
Hippolyte Etchebéhère (1900-1936) Luis Hipólito Etchebehere
La muerte
de Etchebehere en La Batalla (1936)
Mary Low y
Juan Breá. (Red Spanish notebook) Cuaderno rojo
español. Los primeros seis meses de la revolución y la guerra civil 1937
Hipólito
Etchebéhère, jefe militar del POUM
Texto publicado en La Batalla n° 153, año 1965.
Para volver
a pegar los trozos de su corazón, que quebró en seco la bala de Atienza ese 16
de agosto de 1936, busqué sus cuadernos. Miré su letra enhiesta como su
voluntad, clara como su mirada. Hay un sumario del libro que pensábamos
escribir sobre la derrota de la clase obrera alemana en 1933; páginas y más
páginas con los testimonios que recogimos en 1928, en el terreno mismo de los
sucesos, acerca de la huelga de los obreros ganaderos de Santa Cruz, en la
Patagonia argentina; notas de lectura, apuntes para artículos.
En España,
me dice en una carta fechada el 27 de mayo de 1936: "El espíritu político
ha prendido de manera vivísima. Más aún que en Alemania. Hasta los niños hacen
política. Jeanne Buñuel me ha contado que estando ella en el parque con su
niñito se le acercó una pequeña pandilla de chicos que jugaban allí cerca y le
preguntaron (debido sin duda a que llevaba un pañuelo rojo al cuello): "Es
usted también UHP, ¿no es verdad, camarada?", -"Sí". "¿y el
chavalín también?" (tiene año y medio, creo). -"Sí". Entonces se
hicieron mutuamente el saludo con el puño en alto: -"Salud,
camarada". ..
De los 36
años que tenía Hipólito Etchebéhère cuando cayó en Atienza, 17 estuvieron
totalmente dedicados a esa lucha revolucionaria que se le metió en el corazón
un día de enero de 1919, cuando desde el balcón de su casa vio a la policía
montada arrastrar atados a sus caballos a judíos de barba blanca sacados del
"gheto" de Buenos Aires.
A los judíos
se les llamaba todavía por entonces rusos. Ser ruso era ser bolchevique,
responsable de la lucha que llevaban los obreros de vasena en una huelga que
por su magnitud y firmeza hacía temblar a la burguesía.
En esa
"semana trágica" de enero que quedó en los anales de la represión
argentina como un hito sangriento, Hipólito Etchebéhère entró en la revolución
como otros entran en una orden religiosa, por siempre, hasta el último latido
de su corazón, con un odio lúcido y razonado, alerta siempre, afilado cada día,
tenso como la cuerda de un arco listo para disparar contra ese orden social
absurdo, asesino, rapaz.
Sus primeros
pasos de militante fueron anarquistas. En lo días que siguieron a la
"semana trágica" escribió afiebradamente un folleto titulado
"Escucha la verdad", y lo fue repartiendo a los policías que hacían
guardia en las calles. Pocas horas después estaba en la cárcel por delito
contra la seguridad del Estado. Por ser hijo de una familia bien considerada y
estudiante universitario, no lo enviaron al siniestro presidio de Ushuaia, en
el extremo sur argentino.
Cuando salió
en libertad abandonó la casa paterna para no comprometer más a los suyos y con
un puñado de estudiantes formó el grupo universitario Insurrexit, núcleo tan
ardiente, tan combativo, que en dos años de existencia marcó a toda una
generación, no sólo argentina, sino de toda Sudamérica.
El marxismo
y la revolución rusa lo llevaron a las filas del partido Comunista. Por su
inteligencia y su temple se destacó enseguida. Orador apasionado, conocedor
como ninguno de los jefes del Partido Comunista del marxismo y el leninismo, el
comité central hizo cuanto pudo por ganarlo a sus puntos de vista.
Cuando
empezó en Rusia la lucha contra Trotski, Etchebéhère, fervoroso admirador del
jefe del Ejército Rojo, abrazó su causa. Y era tal su dimensión revolucionaria,
tan íntegra su conducta, tan entregada su vida de militante, que al ser
expulsado del partido lo fue únicamente por trotskista, labor fraccionalista y
antibolchevique.
Su salud
delicada -una tuberculosis incipiente- muy quebrantada por los años de
privaciones y actividad desmedida, exigía una temporada de reposo, que él
aprovechó para intensificar sus estudios marxistas. ..y militares. En sus
cuadernos aparecen constantemente rastros de esta preocupación militar: una
serie de dibujos pequeñitos ilustrando el despliegue en guerrilla, descripción
comentada de una ametralladora aérea, plan de un cursillo abreviado para
oficiales, etc.
Vinieron
luego nuestros años patagónicos, la mayor tentación de nuestras vidas para
quedarnos en esas tierras bravías, solitarias, barridas por los vientos en la
costa, remansadas en los paisajes de la pre-cordillera y la cordillera de los
Andes. Eran esas tierras por entonces todavía tierras de aventura, con la
fortuna fácil al cabo de tres o cuatro años de trabajo, y una existencia ancha,
sin trabas ciudadanas, junto a seres que parecían salidos de los libros de Jack
London.
Tentación
digo, y muy grande, pero los votos pronunciados en la extrema juventud nos la
vedaban, y con los pesos ganados en una temporada de intenso trabajo marchamos
a Europa en busca de la lucha que parecía más próxima en esos países de sólidas
organizaciones obreras.
Desembarcamos
en España dos meses después de proclamada la República. Nos calentamos el
corazón al fuego de aquellas manifestaciones tumultuosas que reclamaban la
separación de la Iglesia y el Estado, comprobamos que la guardia de asalto
republicana ya sabía dar palos como cualquier policía veterana, aprendimos a
querer al pueblo español y emprendimos viaje a Francia.
En París,
libres de preocupaciones materiales, dedicamos todo nuestro tiempo a estudiar
economía política, sociología y cuanto nos parecía necesario para completar
nuestra formación de militantes revolucionarios.
En octubre de
1932, seguros de hallar en Alemania una tierra abonada para la lucha decisiva,
llegamos a Berlín. Para perfeccionar el idioma y acercarnos a los obreros nos
inscribimos en la Escuela Marxista del Partido Comunista, que era también una
escuela a secas con clases para adultos, y que fue para nosotros la escuela
donde aprendimos a juzgar la política paralizadora, nefasta, de la
Internacional Comunista, fielmente ejecutada por los jefes del PC alemán.
Los militantes
repetían como autómatas la burda interpretación del nacional-socialismo que difundía la Internacional Comunista; trataban a los obreros social-demócratas de
social-fascistas, pero eso sí, desfilaban en manifestaciones tan densas,
tan disciplinadas, tan evocadoras de un verdadero ejército revolucionario por
las escuadras de combate que marchaban a su frente, que estremecían a la
burguesía.
Sabíamos que
el Partido Comunista tenía armas, que los barrios rojos estaban organizados por
bloques de casas para la lucha: asistimos en las elecciones de 1932 a la
pérdida de un millón de votos sufrida por los nazis; pero asistimos también,
cuando Hitler subió al poder, al tremendo desconcierto, a la pasividad que
había engendrado la política criminal de la IC.
Y la batalla
revolucionaria no se dio en Alemania. Los escasos conatos aislados de
resistencia fueron chispazos de cólera desesperada que no alcanzaron a propagar
el fuego.
Ya no servía
de nada quedarse en Alemania. Regresamos a París a comienzos de junio de 1933.
Bajo el seudónimo de Juan Rústico, Etchebéhère relató en dos artículos
publicados por la revista francesa Masses la tragedia del
proletariado alemán.
Y nos
pusimos a esperar de nuevo, no de brazos cruzados. Con el compañero Kurt
Landau, el magnífico militante revolucionario austriaco asesinado por los
estalinistas en Barcelona, empezamos la lenta tarea de reanudar los contactos
con el grupo de oposición comunista llamado de Weding, que había dirigido
Landau en Berlín.
Cuando
estalló la lucha de los mineros asturianos preparamos nuestros pasaportes,
decididos a marchar a España. La represión sangrienta del movimiento cortó
nuestro impulso. Etchebéhère escribió sobre los sucesos de Astucias unas
páginas magníficas, que desgraciadamente se perdieron en Barcelona cuando el
estalinismo saqueó las oficinas del POUM.
Fundador con
el compañero Landau y otros militantes extranjeros y franceses de la
revista Que faire, Etchebéhère seguía viviendo, pese a los
altibajos de su quebrantada salud, únicamente para su misión revolucionaria.
Porque el
clima de Madrid era mejor para él que el clima de parís, y porque en España
estaba subiendo la marea de la lucha proletaria, a comienzos de mayo de 1936
Etchebéhère llegó a Madrid. Yo me reuní con él dos meses después, el 12 de
julio. No habíamos terminado de contarnos nuestra ausencia cuando estalló el
movimiento y desapareció el pasado y nació una esperanza.
En la tarde
del 18 de julio empezó nuestro andar en busca de armas y de alistamiento, de un
sindicato de la UGT a otro de la CNT, entre grupos de jóvenes casi niños y
hombres casi ancianos, entre rumores y discursos, entre canciones y consignas,
mezclados a la marea que subía de todos los barrios y se echaba en oleadas
sobre la Puerta del Sol.
A todos nos
temblaban las manos ansiosas de un arma. Nadie preguntaba a nadie a qué partido
pertenecía. La voluntad de luchar había roto las barreras que ayer todavía
separaban a los trabajadores. Los que aún marchábamos con las manos vacías,
mirábamos con ojos de mendigo a quienes ya llevaban un fusil, una escopeta, una
pistola, un cinturón de cartuchos.
-Dicen que
dan armas en la calle de La Flor, o en Cuatro Caminos, o en los locales de las
JSU o en la UGT...
-Con los
pies hinchados de tanto caminar, los ojos ardidos de no dormir, el corazón
apretado de tanto ansiar vimos disolverse en la noche ese 18 de julio y nacer
el alba del 19. El 20 ya teníamos destino entre los compañeros del POUM, la
organización política que estaba más cerca de nuestro grupo de oposición. Ya
pertenecíamos a una formación de combate: la columna motorizada del POUM.
Hipólito Etchebéhere era su jefe.
A su mando
salimos por primera vez el 21 de julio, montados en tres coches de turismo y
dos camiones, armados con treinta fusiles y una ametralladora sin trípode que
quedaba muy bonita en lo alto de un camión. Íbamos en busca de la columna de
Mola que, según se decía, marchaba sobre Madrid. Felizmente no lo encontramos.
Al día
siguiente, incorporados a la columna que mandaba el capitán Martínez Vicente,
tomamos un tren que resultó ir solamente a Guadalajara y no a Zaragoza como
creían los milicianos. Durante el largo viaje se nos sumaron algunos hombres de
otras organizaciones, entre ellos el maravilloso Emilio García, solo nombre que
recuerdo.
De
Guadalajara pasamos a Sigüenza. La columna del POUM ya había ganado laureles de
guerra por haber combatido contra las fuerzas fascistas que se disponían a
atacar Sigüenza, causándoles muchas bajas. El ascendiente de Etchebéhère sobre
sus hombres y sobre muchos otros de los que componían la guarnición de la zona
crecía rápidamente. Era un jefe vestido con un mono roto en los codos y en las
rodillas. Sus ojos eran cada vez más luminosos como si llevase por dentro una
antorcha encendida. Una tarde le escuché al viejo Quintín decir "El jefe
tiene como un sol en la frente".
La hora del
gran combate había llegado. La Revolución estaba por fin al alcance de sus
manos ávidas. Ya no se trataba más de lecturas, de tesis teóricas: ahora tocaba
luchar con las armas por lo que había elegido a la edad de 19 años, y luchó 29
días dichosos, alegre de exponer su vida a cada rato, burló o serio cuando yo
le pedía que no se hiciese matar antes de lo necesario.
-"Aquí,
el que manda no debe agacharse cuando silban las balas, me respondía. Ya sabes
que el valor físico es la cualidad máxima en España. Para que los demás
avancen, el jefe tiene el deber de marchar el primero, aunque sepa que puede
morir".
Le vi por
última vez en ese amanecer que era casi noche todavía del 16 de agosto, cuando
nos acercamos a Atienza. Cumpliendo sus órdenes yo no iba con él, sino con el
médico, para organizar en la retaguardia un puesto de primeros auxilios.
Las primeras
luces del día nos trajeron hasta los ojos el peñón bravío de ese castillo de
Atienza que había que tomar a toda costa, a golpes de granadas que habrían de
lanzar los guerrilleros del POUM cuidadosamente adiestrados por Hipólito
Etchebéhère. Él los guiaba entre las ráfagas de ametralladora que volaban del
castillo. Una bala lo quebró como se quiebra un árbol herido por el rayo.
"¿Sabes -me dijo la Abisinia tendiéndome un pañuelo tinto en sangre-,
sonreía, no parecía muerto. Guarda este pañuelo; es su sangre, yo le limpié los
labios. La bala le partió el corazón; te digo que no sufrió".
Tenía al fin
el corazón en paz, callado para siempre.
Edición
digital de la Fundación Andreu Nin, 2000
Mika en
Sigüenza
Antonio
Cruz González
Antonio Cruz
González es miembro de la Fundación Andreu Nin
Con motivo de la celebración de las Jornadas que se celebrarán en Sigüenza (Guadalajara) los días 28, 29 y 30 de Septiembre, sobre la Memoria Histórica de la Batalla de Sigüenza, con el título 1936/ 2007 Sigüenza, Memoria de la Revolución, es de justicia recordar a uno de los testigos que participaron en esos primeros días de la Resistencia al golpe de estado contra la II República.
Para muchos el nombre de Mika no les dirá nada. Tampoco si añadimos el apellido de soltera, Feldman. Tampoco aportará mucho si la nombramos con el nombre que ella quiso conservar tras la muerte violenta de su marido Hipólito, en la batalla de Atienza, Mika Etchebéhère. Desgraciadamente una de las herencias del franquismo y el silencio de la Transición, es el desconocimiento de nuestra Historia, sobre todo de nuestra Historia reciente, contemporánea.
En pocas palabras, Mika, argentina, nacida en la provincia de Santa Fe, en 1902, conoce a Hipólito Etchebéhère en el año 1920, y optan por una vida revolucionaria. Tras pasar por el Partido Comunista Argentino y desencantarse del socialismo real, pasan a la oposición de izquierda trostkysta, desembarcan en España en los gloriosos días de la euforia republicana, junio de 1931 y, tras el paso por París y Berlín (1932), conocen a Katia y Kurt Landau (éste último sería asesinado por los estalinistas en Barcelona, en 1937). La inhibición de la izquierda ante la escalada nazi, les hace retornar a París, dónde con otros compañeros de la Oposición de izquierdas, fundan la revista Que faire? en 1934.
Debido a los problemas de salud que tienen los pulmones de Hipólito se le recomienda cambiar de aires y toma la decisión de ir a Madrid, dónde pensaba conectar con las fuerzas del Frente Popular que se había impuesto en las urnas en Febrero de 1936. Llega a Madrid en mayo y, más tarde en julio, se le une Mika, que había demorado el viaje. La intención era una visita para el estudio in situ de la problemática revolucionaria en Asturias, cuna de la Revolución de 1934. Pero a los pocos días de julio, en la madrugada del 17, el ejército fascista se rebela en África y, al día siguiente, Mola en Navarra, a los que se uniría Sanjurjo desde Lisboa, dónde estaba exilado. Este último muere al trasladarse el avión desde Lisboa, parece ser que por exceso del equipaje del general golpista, que trasportaba toda una mudanza en sus baúles, incluyendo cubertería, vajillas, etc., lo que hizo que el avión capotase en su despegue. Lo cierto es que este intento golpista no triunfa en toda la Península, y la República mantiene, tras el reparto de armas a los sindicatos y partidos, únicos capacitados para la defensa de la legalidad republicana, las principales capitales: Madrid, Barcelona, Valencia, Bilbao, Málaga e incluso Oviedo, aunque en ésta se dan focos de resistencia fascista.
En medio de esta confusión de primera hora, ante la dejadez de los responsables republicanos, Casares Quiroga, Martínez Barrio y Azaña, entre otros, en reaccionar ante el golpismo, Mika e Hipólito buscan dónde enrolarse, en la opción más cercana a su ideología. Encuentran en el POUM, “la organización más cercana a nuestro grupo de oposición” en palabras de Hipólito, el sitio de acogida y parten ambos hacia el frente con una columna de 120 miembros, en la llamada Columna Motorizada del POUM, el 21 de julio de 1936. Según nos cuenta Mika (que ya adapta este nombre en sus Memorias, tituladas Mi guerra de España, ed. Alikornio, Bcn 2003), Hipólito muere en el combate de Atienza, al frente de sus hombres, el 16 de agosto.
Mika asume la responsabilidad de la columna al mando de su marido, respaldada por todos los milicianos y milicianas y más tarde con la militarización de las milicias, alcanzando el grado de capitana, siendo la única mujer que tuvo mando sobre tropa en la guerra civil.
Mika no sólo ofrece con eficacia el oficio de miliciana revolucionaria, sino que también es líder en la igualdad femenina. Su columna es ejemplo de participación compartida en las tareas que en otras columnas eran encomendadas sólo a mujeres, como fueron las tareas de limpieza, sanitarias, cocina, etc. y nos cuenta ejemplos de mujeres que quisieron participar en su columna, debido a que en ella se realizaban en el oficio de milicianas, con un fusil en la mano en defensa de su dignidad y derechos.
Mika participó en la resistencia republicana en Guadalajara, en las batallas en Sigüenza, Imón, Atienza, Huérmeces del Cerro, a cinco kilómetros de Baides, en la zona de Pelerina y de manera permanente en la defensa de la estación de ferrocarril de Sigüenza, y ante el ataque en tromba de los fascistas, en la resistencia numantina de la Catedral.
Mika decía que a partir que comienza la guerra, “transcurren las horas, pero nadie se cuida de ellas”. El tiempo en la guerra, en la revolución, en la resistencia militar ante el ejército rebelde, es un tiempo diferente. Mika, no dormía, pasaba los días sin comer apenas, sufría la carencia de armas, de cañones, con un solo mortero, con milicianos que eran niñas y niños, de 14 a 19 años, dónde la fuerza de la voluntad en la lucha era mucho mayor que los medios con qué contaban. El esfuerzo de esta mujer al frente de unos hombres que la respetaban, la obedecían y la admiraban era extraordinario. De ella, Cipriano Mera en sus Memorias, publicadas en Ruedo Ibérico en 1976, decía que “era una mujer valiente y capaz…dando pruebas de gran serenidad y decisión: encontrándose cercada con otros camaradas suyos en Sigüenza, logró abrirse camino y escapar al enemigo”.
Para completar este homenaje y recuerdo a los que combatieron en Sigüenza, en defensa de Madrid, en defensa de la República, tenemos que citar a los que combatieron al lado de Mika y que ella nombra en su libro. Muchos cayeron, otros consiguieron sobrevivir incluso a la dictadura posterior, pero todos, todos, “no se cuidaban del transcurso de las horas”, sino de la dignidad revolucionaria y de la lucha contra el fascismo.
Algunos nombres: capitán Martínez Vicente, Carmen (18 años), Emma (16), el Chato, Abisinia (16), el Mellado o el Abisinio (14 años), Juanito (15), Clavelín (Mica dice el Benjamín, sin citar la edad, le asignó de mensajero, para evitar los mayores peligros del frente), Emilio Granell (18), Escudero, Pedro (de apodo Pancho Villa, por su sombrero mexicano), Matamulos (dinamitero), Rodríguez, Mejías (el de las misiones difíciles), Baldris, Antonio Laborda (único experto en el único mortero), Chuni (17), Baquero (telegrafista de la estación), Anselmo (uno de los mayores), Villalba, el Corneta (por su oficio, de 15 años), Hilario, Manolita la Fea ( que se vino a la columna de Mika, porque en la columna de Pasionaria no la daban un fusil), el Maño, la Chata (que quedó con una pierna engangrenada en el interior de la Catedral, gran peso en la conciencia revolucionaria de Mika, contado por ella misma), Pepe, Vicente, Basilio y Damián (que con sus guitarras amenizaban los ratos de espera), el Marsellés, Pompeyo Díez (el muchacho dinamitero, verdadero héroe resistente en la defensa de la Catedral), Matamulos, Manolo.
Citemos los seis que se evadieron con Mika de la persecución franquista y consiguieron llegar juntos hasta Madrid: Pedro, ferroviario socialista y su novia Luisa, dos hermanos de las Juventudes Socialistas Unificadas (J.S.U.) Paco y Juanito, Mateo, anarquista de la Fai y Sebastián (POUM). Un verdadero Frente Popular dentro de la izquierda republicana.
A todos ellos y a los que no conocimos o no se reflejan en las páginas de los libros, vaya nuestro homenaje y el encarecimiento a las fuerzas de izquierda de nuestro país, al frente de municipios, autonomías y estado, para que así como poco a poco vayan desapareciendo los símbolos y nombres fascistas de calles, plazas, iglesias, etc., se vaya reconociendo igualmente, públicamente, a los verdaderos héroes defensores de la legalidad y legitimidad republicanas, de la defensa ante el golpismo, de la dignidad ante la mentira totalitaria y la persecución dictatorial de 40 años.
Citaremos esa frase de Mika que nos parece reveladora: “Los ardientes católicos que están derribando su rica catedral (de Sigüenza) a cañonazos dirán luego que han sido los rojos”. Y más que eso, mientras que en las iglesias figuran los caídos por “Dios y por España”, no se permite en ese recinto o sus alrededores poner una placa conmemorativa con los nombres de las verdaderas víctimas de un golpe de estado salvaje y criminal.
Que mejor remate histórico que repetir las palabras de Mika en sus Memorias: “Mi marido y yo vinimos a buscar en España…la voluntad de la clase obrera de luchar contra las fuerzas de la reacción que se volcaban en el fascismo”.
Sean bienvenidos todos los que asistan a las Jornadas de Sigüenza, verdadero recuerdo de la resistencia republicana.
1 de septiembre de 2007
Edición
digital de la Fundación Andreu Nin, septiembre 2007
Historia
de una pasión revolucionaria
Horacio Tarcus
Hipólito
Etchebéhère y Mika Feldman, de la reforma universitaria a la guerra civil
española
De El Rodaballo n° 11/12, Buenos Aires, primavera 2000. La vida de esta pareja de militantes izquierdistas condensa de una manera asombrosa la historia de la primera mitad del siglo XX: desde su participación en Insurrexit en Buenos Aires a las huelgas de la Patagonia, del Berlín previo al ascenso de Hitler al París del Frente Popular y de allí a tomar un lugar en el frente en la guerra civil española, su pasión los lleva a seguir el curso de la revolución por donde quiera que pase. Su historia puede leerse, en primer término, como un relato de amor pasional que rememora aquel entre John Reed y Louise Bryant evocado en el film Reds. Es, también, una experiencia que hace a la historia cultural argentina, por su ubicación en el universo intelectual de la reforma universitaria, la recepción de las ideas socialistas y libertarias, y la emergencia de las vanguardias literarias en los años ‘20. Además se trata de una historia política, que atraviesa desde el eco argentino de la revolución rusa, la aparición del comunismo vernáculo y la Semana Trágica, hasta la Europa que se debate entre la crisis, la revolución y la contrarrevolución. La historia de los Etchebéhère es, por último, parte ignorada pero sustancial de una historia generacional aún por estudiar: la de la camada argentina de 1917 que, nacida a la vida política en tiempos de esperanza y utopía, pronto se verá enfrentada a las más duras pruebas: el fascismo, el stalinismo y una nueva guerra mundial.
“Ahora,
hablo con vos del pasado. Me lavo la cara, me peino,
preparo el mate, y cuando me miro en el espejo, recuerdo palabras,
muertos, sueños, las promesas, las derrotas, las hambres diversas...
Sean sabios y, acaso, piadosos. Caminen sobre nuestros huesos: somos puente”
Andrés Rivera, El verdugo en el umbral
preparo el mate, y cuando me miro en el espejo, recuerdo palabras,
muertos, sueños, las promesas, las derrotas, las hambres diversas...
Sean sabios y, acaso, piadosos. Caminen sobre nuestros huesos: somos puente”
Andrés Rivera, El verdugo en el umbral
Este trabajo
es un tramo de una investigación mayor sobre una generación
político-intelectual argentina. Reconstruye la historia de algunos de aquellos
hombres y mujeres nacidos en las postrimerías del siglo XIX o los albores del
XX, cuya juventud estuvo marcada por la aversión al belicismo militarista, la
esperanza en la revolución rusa y el entusiasmo de ser partícipes de una reforma
universitaria de dimensión continental. Es la generación influida inicialmente
por las ideas anarquistas, pero que —revolución rusa mediante— acaba por
descubrir el marxismo; aquella que, formado su gusto en la estética modernista,
comienza a interesarse en la experimentación de las vanguardias artísticas.
Cuando
la esperanza revolucionaria se apagó en Europa y comenzaron a emerger los
fascismos, cuando el movimiento de la reforma universitaria se empantanó y
cobraron fuerza el nacionalismo y el militarismo en Latinoamérica, muchos de
ellos sintieron amenguar esos fervores juveniles. Figuras como Jorge Luis
Borges o Conrado Nalé Roxlo, tomarán distancia de la política, consagrándose
para siempre a la literatura (Borges nunca va a editar Los salmos rojos,
salvo un puñado de poemas avanzados a algunas revistas de España y Argentina; y
Nalé, que también escribió en su momento un canto a la Rusia de los Soviets,
dejará en su Borrador de memorias un recuerdo nostálgico de
aquellos años) (1). Otros, como Ernesto Palacio o
Ramón Doll, renegarán de sus ideales de juventud y engrosarán las huestes del
nacionalismo.
Pero el ala
más politizada y radicalizada de la generación persistió, más allá del reflujo
social, participando de diversas experiencias colectivas, sea en el proceso de
constitución del movimiento estudiantil, o en el de la clase trabajadora
argentina, de sus formaciones sindicales, políticas e intelectuales. Las décadas
del ‘20 y del ‘30 son testigos del apogeo de la actividad de escritores
politizados como Roberto Arlt, Elías Castelnuovo y Raúl González Tuñón,
reformistas como Aníbal Ponce, Deodoro Roca y Julio V. González, socialistas de
izquierda como Ernesto Giudici y comunistas como Rodolfo Ghioldi. Sin embargo,
además de estas figuras relativamente mejor conocidas, forma parte activa de
esta generación otra franja que también persistió en la militancia política más
allá de los ’20, pero sin encontrar un espacio estable en los partidos de
izquierda; su concepción de la política, de la acción sindical o de la
organización partidaria fue siempre mucho más “basista”, “espontaneísta” y
radical que las que sostenían socialistas o comunistas. Influidos por el
anarquismo primero y el marxismo después, su pensamiento tendió a mantener un
aliento heterodoxo y libertario. Sus nombres, hoy olvidados, apenas resuenan en
el recuerdo de algunos viejos militantes: son Hipólito Etchebéhère (1900-1936), Mica Feldman (1902-1992), Francisco
Piñero (1901-1923), Héctor Raurich (1903-1963), Angélica Mendoza (1889-1960),
Cayetano Oriolo (1890-1930), José Paniale (c.1900-c.1980), Mateo Fossa
(1896-1973), Manuel Fossa, Manuel Guinney (c.1900), Luis Koiffmann (1900-1978),
Liborio Justo (1902), Luis Franco (1898-1988), Samuel Glusberg (1898-1987),
José Gabriel (1898-1963), Carlos Liacho, Horacio Badaraco (1902-1946), José
Boglich (c.1890-c.1944). El mayor de todos será Pedro Milesi (1886-1981); los
menores, Antonio Gallo (c.1913-c.1990) y Francisco de Cabo (1910-1997).
No se
trata de una corriente política o intelectual con alto grado de cohesión
interna, institucionalización y continuidad. Si bien casi todos ellos se
conocieron entre sí e interactuaron unos con otros en tal o cual momento,
fracasaron a la hora de construir una revista de relativa duración o un partido
de cierto arraigo. Sus ideas radicales, sostenidas con opciones de vida
consecuentes con ellas, se vieron sometidas a duras pruebas en tiempos de
crisis, reflujo social o represión. En esos momentos dramáticos, además de las
presiones externas, se vieron atravesados por enfrentamientos políticos (2), contradicciones internas, querellas
personales. Sin embargo, desde el presente es posible distinguir su relativa
comunidad intelectual, política y generacional, reconstruir a
través de cortes y discontinuidades esa tradición de marxistas
libertarios.
Hay
entre ellos diferencias de formación e inserción social: algunos son obreros
con una militancia gremial relevante —como Milesi, Oriolo, Fossa—, uno de ellos
un reconocido dirigente agrario (Boglich), otros estudiantes de acción
reformista (el grupo Insurrexit), periodistas de profesión (Liacho, Koiffman),
escritores (Franco, Piñero), y hasta filósofos o intelectuales marxistas de
cierto calibre (Raurich, A. Mendoza, Gallo). Los primeros son obreros
intelectualizados, pero la mayoría son intelectuales de extracción
pequeñoburguesa que buscan aproximarse al mundo obrero. Hay quienes provienen
de familias acomodadas (Etchebéhère, Badaraco, Justo), aunque la mayor parte
proviene de humildes familias inmigrantes. Obreros o intelectuales, tienen una
misma pasión por conocer y hacer, por entender y subvertir. Sin duda, el mayor
o menor acceso al mundo de los bienes simbólicos fue motivo de tensiones y
conflictos internos: si bien están inmersos en un clima época de socialización del saber (bibliotecas o
universidades populares, cursos gratuitos de divulgación científica, grupos de
estudio, ediciones populares, etc.), los más intelectualizados a menudo hacen
jugar su poder sobre los trabajadores menos intelectualizados (por ejemplo, por
el acceso diferencial a los libros y revistas en idioma extranjero o a los
centros político-intelectuales de la época: Moscú, Nueva York, París o México).
Los obreros, por su parte, suelen defenderse con reacciones
anti-intelectualistas (3).
Sin
embargo, es posible distinguir hoy una franja generacional, cuya actuación
pública más significativa se desarrolla en un período histórico preciso
(1917-1943), y que intenta construir una identidad en torno a una concepción de
la política, de la cultura y de la vida que aquí llamaré “marxista libertaria”. Este sector se movió en un espacio intermedio
entre, por un lado, el marxismo oficial, identificado con la ideología
dominante en la URSS desde mediados de los años ‘20, y por otro, sus críticos
anarquistas. Se diferencian de los anarquistas doctrinarios por su adhesión a
ciertos enunciados del marxismo clásico (rol
del Estado en la transición al comunismo, defensa de la “dictadura
revolucionaria” o de la acción política del proletariado), pero sin embargo
tienen una concepción de la política como movilización y autoorganización de
las masas, desconfían del parlamentarismo y entienden a los acontecimientos
soviéticos o incluso leen a Lenin desde una perspectiva fuertemente consejista
y antiautoritaria (Insurrexit). Muchos provienen del anarquismo (Etchebéhère,
Milesi, Franco) o son anarquistas influidos por las alas más radicales del
marxismo (Badaraco, el más excéntrico de este espacio, es un entusiasta lector
de Rosa Luxemburg y Víctor Serge). Y los que provienen de tradiciones
socialistas marxistas, desarrollan un pensamiento y una sensibilidad
antiautoritarias ante la degeneración burocrática del comunismo. Llegados los
‘30, casi todos adherirán al trotskismo, aunque la historia de esta heterodoxia
marxista argentina, si bien se vincula al primer período de emergencia del
trotskismo, lo antecede en el tiempo y además, lo excede en sus definiciones
teórico-políticas (4).
La
historia se mostró severa con esta franja de la generación del ‘17,
sometiéndola a duras pruebas en lo político y lo personal. En el plano mundial,
a la esperanza de los años de la primera posguerra siguió un fuerte reflujo
social y político, coronado con la burocratización del proceso ruso, el triunfo
del fascismo italiano, la derrota de la comuna húngara, el ascenso de Hitler en
Alemania. Otra luz de esperanza se encendió en España en los ‘30, pero la
cruenta guerra civil que le siguió y el triunfo de los nacionalistas significó
otra derrota profunda. La denuncia de la política stalinista durante los
procesos de Moscú o de sus efectos nefastos durante los acontecimientos de la
guerra española dio a esta franja cierto margen de legitimidad e intervención
político-intelectual ante los sectores más críticos y receptivos del movimiento
obrero, los estudiantes o ante la opinión pública en general. Pero con el
estallido de la segunda guerra, y especialmente desde que la URSS ingresa en
ella, el marxismo oficial adquiere una legitimidad casi absoluta dentro del
campo aliado. La extrema tensión mundial que significa la guerra oscurece los
“matices”: hay dos bandos en pugna, y poco, casi ningún espacio, para terceras
posiciones. Los revolucionarios españoles (particularmente anarquistas y poumistas)
quedan desde 1939 reducidos a la impotencia, dispersos por Europa y América.
Trotsky es asesinado en México en 1940 por un sicario de Stalin. Serge muere
olvidado, en la misma ciudad, siete años después. La legitimidad de la URSS
tras la derrota del nazismo, no sólo entre los izquierdistas, sino incluso
entre demócratas y liberales, ha crecido aún más. La estabilidad del
capitalismo de posguerra condena cualquier discurso catastrofista a la
marginalidad.
En el
plano local, las presiones en contrario también fueron devastadoras. Los ecos
de la revolución rusa, la irradiación de la reforma universitaria y las luchas
obreras de fines de los años ‘10 y principios de los ‘20 son, ya lo dijimos, el
bautismo de fuego de esta franja generacional (por citar tres ejemplos: los
insurrexistas son estudiantes reformistas atraídos por la revolución;
Etchebéhère y Badaraco son hijos de familias adineradas que renuncian a su
clase tras la experiencia de la Semana Trágica; Angélica Mendoza es una maestra
de provincia que se politiza con la huelga mendocina de la enseñanza de 1919).
Pero en los ‘20 el movimiento reformista se empantana, el radicalismo se
estabiliza en el gobierno, las luchas obreras refluyen. El PC, nacido en 1918,
vive sumido en una crisis interna a lo largo de toda una década. La militancia
de muchos de ellos en este partido será breve: ingresarán hacia 1923 y romperán
en 1925/26 intentando dar vida al efímero Partido Comunista Obrero. Con el
golpe militar de 1930 se abre una etapa de represión sobre el movimiento obrero
y la izquierda, sufriendo muchos de ellos duros años de prisión (Badaraco el
anarquista y Milesi el trotskista van a hermanarse en el penal de Usuhaia, A.
Mendoza va a parar a la Cárcel del Buen Pastor, Oriolo va a morir joven a causa
de prisiones y torturas), pero también se inicia un ciclo intenso de luchas
sociales y de reorganización sindical y política. Algunos de sus protagonistas
animan los pequeños grupos políticos trotskistas de los ‘30, que tienen corta
vida. La represión policial, así como la intensa campaña stalinista contra los
disidentes (política, pero también físicamente agresiva), hace difícil su
continuidad. Los que buscan una vida política más activa recurren a una táctica
“entrista” en el Partido Socialista. Otros se repliegan a la actividad
intelectual (cenáculos de estudio y debate, edición de libros y revistas). A
principios de la década del ‘40, aún los intentos político-organizativos más
ambiciosos de crear corrientes de izquierda por fuera del PS y el PC han fracasado,
desde la experiencia del Partido Socialista Obrero (socialista de izquierda) a
la del PORS (Partido Obrero de la Revolución Socialista, de orientación
trotskista). El golpe militar de 1943 y la irrupción del peronismo terminó de
sellar la suerte de esta franja generacional, que no se reconocerá en el
movimiento obrero recompuesto desde entonces bajo la tutela estatal.
La década del ‘40 nos muestra a esta franja generacional en su declive. Algunos habían muerto en los ’30, en plena juventud (Oriolo, Etchebéhère); unos pocos emigran a los Estados Unidos (A. Mendoza, A. Gallo) o a Europa (M. Feldman). Otros sucumben a las enormes presiones de la época, absorbidos o neutralizados por el sistema dominante (el último Raurich, atrapado por la ideología de la guerra fría, o José Gabriel, devenido un fervoroso peronista oficialista); Badaraco, a punto de morir, acepta que una parte de los militantes de su grupo se incorpore al PC. Liborio Justo se repliega a su labor de escritor e historiador. Otros se dispersan, se pierden sin dejar rastros. Sólo unos pocos sobrevivientes alcanzarán a experimentar la nueva ola de radicalización social de los años ‘60 y ‘70: Mateo Fossa es en los ‘70 activo militante entre los jubilados y colabora con el Partido Socialista de los Trabajadores; Pedro Milesi, radicado en Córdoba, llega a ser presidente de honor de la Mesa de Gremios Clasistas, está vinculado a Poder Obrero, y hasta se atreve a regañar al mismísimo Agustín Tosco, quien tenía el mayor respeto por el “Viejo Pedro”. De algún modo serán una suerte de puente entre las dos generaciones de luchadores clasistas.
La década del ‘40 nos muestra a esta franja generacional en su declive. Algunos habían muerto en los ’30, en plena juventud (Oriolo, Etchebéhère); unos pocos emigran a los Estados Unidos (A. Mendoza, A. Gallo) o a Europa (M. Feldman). Otros sucumben a las enormes presiones de la época, absorbidos o neutralizados por el sistema dominante (el último Raurich, atrapado por la ideología de la guerra fría, o José Gabriel, devenido un fervoroso peronista oficialista); Badaraco, a punto de morir, acepta que una parte de los militantes de su grupo se incorpore al PC. Liborio Justo se repliega a su labor de escritor e historiador. Otros se dispersan, se pierden sin dejar rastros. Sólo unos pocos sobrevivientes alcanzarán a experimentar la nueva ola de radicalización social de los años ‘60 y ‘70: Mateo Fossa es en los ‘70 activo militante entre los jubilados y colabora con el Partido Socialista de los Trabajadores; Pedro Milesi, radicado en Córdoba, llega a ser presidente de honor de la Mesa de Gremios Clasistas, está vinculado a Poder Obrero, y hasta se atreve a regañar al mismísimo Agustín Tosco, quien tenía el mayor respeto por el “Viejo Pedro”. De algún modo serán una suerte de puente entre las dos generaciones de luchadores clasistas.
Es, en
suma, en varios sentidos, la franja más golpeada de su generación, la que no
logra cuajar en ningún proyecto político duradero, la que se opone radicalmente
a los existentes, la de los que han sido llamados rebeldes, impugnadores,
transgresores, revolucionarios, subversivos, aguafiestas, inconformistas,
verbalistas, aventureros, ultraizquierdistas, excéntricos, marginales... Han
sido perseguidos por las fuerzas represivas, pero también marginados,
calumniados y agredidos por las fuerzas hegemónicas de la izquierda. Una vez
desaparecidos, no tienen cabida en las historias oficiales u oficiosas de la
izquierda o del movimiento obrero; no hay fuerzas políticas o intelectuales que
los continúen o que los rescaten. Fracasados sus proyectos, dispersas sus
fuerzas, el proceso simbólico de legado a la generación siguiente, propia de
las corrientes que mantienen su continuidad, se ve abortado.
Fueron
derrotados, pero en tanto ala izquierda de un movimiento y de una estrategia
revolucionaria que fue derrotada. Son, pues, los derrotados entre los
derrotados, los olvidados entre los olvidados. Fue fácil desde los movimientos
izquierdistas hegemónicos otrora (socialistas, comunistas, populistas) ironizar
sobre su marginalidad, sus extravagancias, sus interminables querellas
internas, sus flaquezas o su mismo fracaso. Sin embargo, la pérdida de su
legado no es sólo una enorme injusticia histórica en relación a la intensidad de
estas vidas y la riqueza de sus experiencias. La tragedia de esta franja
generacional de revolucionarios se vuelve contra cualquier proyecto de re/crear
un socialismo libertario, si no somos capaces de demostrar que la historia de
la izquierda no es sólo una historia de sumisión a dogmas, de intereses
burocráticos y de ambiciones de poder. Si esta última es parte de la historia
que los izquierdistas debemos asumir y criticar, también es cierto que no ha
sido todo. Al lado de esas, hay historias de enorme lucidez intelectual,
compromiso ético y pasión revolucionaria, como la que vamos a narrar.
En el ala
izquierda de la Reforma Universitaria
El Grupo
Insurrexit, hasta hoy apenas una confusa mención en los libros de historia del
movimiento estudiantil, pertenece más al orden mito que al de la historia. Sin
embargo, a juzgar por las referencias que encontramos en fuentes de la época,
así como por las personalidades que pasaron por las páginas de su revista,
puede inferirse que no pasó inadvertido a sus contemporáneos. Incluso su nombre
fue retomado por otro grupo, más de una década después, homenaje que, por otra
parte, contribuyó a hacer todavía más confusa la historia. No faltan quienes
confunden el primer Insurrexit (1920-1921), un emprendimiento independiente, de
cuño marxista libertario, con el segundo Insurrexit (1933-1935), que editó un
periódico del mismo nombre y que fue vocero de los universitarios comunistas (y
sus compañeros de ruta), inspirado por Héctor P. Agosti, y por donde hizo su
paso el joven Ernesto Sábato (5). Es que no es sencillo disipar las
brumas que se ciernen sobre Insurrexit. Primer y principal obstáculo: todavía
no ha podido reconstruirse una colección completa de su revista. Segundo:
ninguno de sus mentores vive aún y para peor, algunos de los que vivieron hasta
hace unos pocos años, no querían recordar el radicalismo de su juventud (6).
En
junio de 1918 emergía en Córdoba la Reforma Universitaria. A escasos seis
meses, había estallado la revolución socialista en Rusia y su onda se expandía
al resto de Europa. La fracción internacionalista del Partido Socialista iba a
fundar el Partido Socialista Internacional, que poco después iba a llamarse
Partido Comunista de la Argentina. Entre los intelectuales radicalizados,
emerge la figura de José Ingenieros, respaldando a los jóvenes reformistas y
señalándoles el camino abierto por los “maximalistas rusos”. Entre los sectores
izquierdistas del estudiantado surge un fermento libertario, donde caben y se
entrecruzan Reforma Universitaria y revolución social, clasismo y juvenilismo,
socialismo y antiimperialismo, cientificismo y romanticismo, Lenin y Kropotkin,
Henri Barbusse y Almafuerte, Ingenieros y Lugones. Insurrexit,
vocero del ala más declaradamente izquierdista de la Reforma Universitaria,
está animada por este espíritu, propio de fines de la década del ‘10 y
principios de la del ‘20 (a fines de esta década, dicho universo habrá
estallado: el reformismo universitario, incapaz de darse una expresión
política, sufrirá un importante retroceso; el amplio arco de apoyo a la
experiencia soviética, por su parte, se encorsetará cada vez más dentro del “marxismo-leninismo”, quedando fuera desde
entonces la vocación romántica y los anhelos libertarios).
El primer
número de Insurrexit. Revista Universitaria apareció el 8 de
setiembre de 1920. Según su editorial, el nombre viene del latín, insurgo,
y su sonoridad sugiere a sus editores “la presencia de una rebeldía reflexiva,
seria, decisiva”, donde “palpita la impaciencia” y estalla la pasión... En la
primera página, el rosarino Francisco Piñero, estudiante de abogacía, cuestiona
“el viejo derecho”. Una encuesta interroga a Leopoldo Lugones y a Alfredo
Palacios. Unas páginas después, Carlos Lamberti, estudiante de medicina,
presenta unas nociones elementales de la teoría marxista, mientras la siguiente
reproduce breves frases de Rafael Barret y de Kropotkin. Eduardo González
Lanuza publicó allí los sonetos de los que no querría acordarse medio siglo
después: “Sé optimista ante el pájaro que canta/[...]/Y ante el triunfo de las
alboradas/porque a despecho de los Torquemadas/La verdad se abre paso por el
mundo”. Breves recuadros buscan interpelar la conciencia social de los jóvenes:
“Estudiante: usted va a formar el mundo del mañana. Lea las nuevas teorías
sociales y medite. ¡Medite!”.
El
espíritu de la revista se mueve entre el comunismo anárquico y el marxismo
libertario. Donde cabe, incluso, un leninismo leído en clave libertaria,
antiparlamentarista y consejista. Recordemos que, especialmente en sus primeros
años, la experiencia soviética atrajo la atención de muchas corrientes
anarquistas. El compromiso crítico de los anarquistas con la Unión Soviética
concluye en 1921 (aplastamiento del movimiento machnovista, insurrección de
Kronstadt), pero importantes núcleos libertarios en todo el mundo siguen con
expectación la experiencia del país de los soviets, e incluso otros —los
“anarco-bolcheviques”— la apoyan de modo entusiasta. Los jóvenes del Grupo
Insurrexit se mueven dentro de este espectro, sin adherir por el momento al
recién creado PC, pero con vínculos con los “terceristas” del PS: el ala izquierda,
pro Tercera Internacional, que lideró Enrique del Valle Iberlucea. Juan Antonio
Solari, “tercerista” por breve tiempo, colaborará estrechamente con Insurrexit.
No tienen
vínculos orgánicos con el anarquismo doctrinario e incluso se publica una autocrítica
del anarquista Robert Minor, “Mi opinión ha variado” (nº 4, 5 y 6), que llama a
comprender mejor y a apoyar a la Rusia de los Soviets. Su referente
internacional es un nucleamiento intelectual, el Grupo Clarté (Claridad), que
desde París inspiran los escritores Henri Barbusse y Romain Rolland, y cuyo
lema era: “Hagamos la revolución previamente en los espíritus”. Del campo
intelectual local, Insurrexit mantiene relaciones fraternales
con Cuasimodo, la revista que dirige el intelectual “anarco-bolchevique”
Julio R. Barcos, y, del otro lado de la cordillera, con Juventud,
el órgano de la Federación de Estudiantes de Chile.
Insurrexit informa y fija posición ante
los conflictos estudiantiles, aunque su “misión” parece dictada por la
necesidad de comprometer a la juventud con la “cuestión social”, de promover la
“unidad obrero-estudiantil”: “¿Qué es cada uno de ustedes? Vamos a ver. Un
traje entallado, un zapato Walk-Over, una corbata, otras chucherías... Todo a
cargo de papá o mamá. [...] Compañeros universitarios, que hacen caso al
vigilante y a la historia, ‘liguistas’, nacionalistas, futuros médicos,
abogados, ingenieros, filósofos, aspirantes a oficiales de reserva, dirigentes
futuros, escuchen, al abrirse de nuevo las facultades, nuestra palabra: ¡Viva
la revolución rusa! ¡Viva la revolución social! ¡Viva el comunismo!” (“La
Universidad”, editorial del nº 7, marzo 1921). Interpelaciones semejantes a los
estudiantes dirigen en sucesivos números Hipólito
Etchebéhère, Nicolás Olivari, Carlos Machiavello, Francisco Piñero y Julio
R. Barcos. Otros temas recurrentes de la revista son las realizaciones sociales
de la URSS; la literatura social (Barbusse y Rolland, Almafuerte y Barret) y,
finalmente, la situación social y política argentina (Leónidas Barletta propone
una central sindical única, una nota anónima informa sobre el congreso
socialista “tercerista”, otra sobre la celebración del lº de Mayo...).
En el n° 4,
la estudiante de odontología Mica
Feldman cuestiona doblemente la política de las sufragistas: en primer lugar, porque no han comprendido
que mientras no haya revolución social no habrá emancipación de la mujer; y en
segundo lugar, porque los derechos políticos, el voto y el parlamento no
conducen a la emancipación anunciada: “Buena
muestra es la política masculina para tratar de formar partidos políticos
femeninos”, argumenta la joven de 18 años. Hipólito Etchebéhère, estudiante de ingeniería, escribe en casi
todos los números: contra la guerra (n° 1), por la extensión de la revolución
rusa (n° 3 y 4), sobre “La certeza del triunfo”: pasando revista de la crisis
social y política en Europa, concluye: “La situación revolucionaria existe en
todas partes. La Revolución Social llega. Es más, está realizada ya en Rusia.
En eso se basa nuestra fue inquebrantable, racional” (n° 9).
Estos
jóvenes universitarios parecen haberse atraído la simpatía de algunas figuras
de la generación anterior. Hemos dicho que Lugones y Palacios responden a su
encuesta. Además, muchos escritores ceden sus originales o incluso escriben
expresamente a pedido de los jóvenes: Arturo Capdevila publica allí “La
tierra”, una crítica de la propiedad privada; Alfonsina Storni no sólo colabora
con sus versos, sino que reflexiona “En la encrucijada” de la civilización
moderna (nº 4); Herminia Brumana anticipa una serie de relatos (“Chafalonías”,
nº 7) y Horacio Quiroga envía dos colaboraciones, una de ellas un alegato
antibelicista (“La propaganda post-guerra”, nº 9). En el nº 7 se da a conocer
también una carta que les dirige desde Francia el mismísimo Barbusse: “Mis
compañeros de París, de otras partes y yo, estamos, absolutamente, de corazón y
de espíritu con ustedes”.
El Grupo
Insurrexit
Si
poco se sabe de la revista, más misterioso aún es el colectivo editor,
autodefinido: “Grupo Universitario
Insurrexit, comunista antiparlamentario”. Fiel a su programa, la revista no
tiene director. Un aviso advierte: “Se responsabilizan absolutamente de ella,
cada uno y todos los del grupo”. Hoy es posible conocer la estructura del grupo
siguiendo los avatares de la vida de dos sus líderes, Hipólito Etchebéhère y su
compañera Mika (7).
Mica Feldman
había nacido el 14 de marzo de 1902 en la colonia judía Moisés Ville, de la
Provincia de Santa Fe. Sus padres, rusos judíos, llegaron a la Argentina
huyendo de los pogroms algunos años antes de su nacimiento. Por entonces, su
padre enseña idioma en la colonia que había contribuido a fundar el Barón
Hirsh. Algunos años más tarde, la familia se traslada a Rosario, donde prueba
suerte instalando un pequeño restaurante. Siendo niña, Mika escucha los relatos
de los revolucionarios fugados de Siberia o de las cárceles rusas. No es casual
que a los catorce años, mientras cursa en el colegio nacional de Rosario,
aparezca adherida a un grupo anarquista de esa ciudad (Maitron) y que luego,
junto a Eva Vivé, Juana Pauna y otras militantes libertarias, integre la
Agrupación Femenina “Luisa Michel” (Doeswijk, 1998, s/p).
Pero en 1920
se instala en Buenos Aires para cursar la carrera de Odontología y es entonces
que se liga al grupo Insurrexit. Un extraordinario testimonio inédito de Mica
Feldman a un corresponsal argentino, al que recurriremos a menudo, nos permite
hoy vertebrar toda esta historia. “Estamos en setiembre de 1920. Dos rosarinos
como yo, Francisco Rinesi y Francisco Piñero, que conocen mis ideas por
haberlas yo manifestado siendo estudiante en el colegio nacional, vienen a
verme para informarme de la fundación de Insurrexit y pedir mi adhesión. Por
ser ambos hijos de familias burguesas, no di crédito inmediato a la seriedad de
la empresa, reservando mi respuesta hasta saber mejor las finalidades del
grupo. Al cabo de una semana volvieron los dos jóvenes en compañía de Hipólito
Etchebéhère, cuya imagen, ese día, nunca se me borró de la memoria. Alto,
delgado, de tez muy clara, ojos de un raro color gris azulado que le iluminaban
extrañamente el rostro, llevaba un chamberguito de alas redondeadas
vueltas hacia arriba, plantado en mitad de la cabeza como una aureola. Habló
largo rato, sin énfasis, exponiendo sus ideas con una claridad ejemplar, una
fuerza [y una convicción que hacían difícil] no creer en lo que él creía. Jamás
he vuelto a ver en la vida un ser tan luminoso. Y no me ciega el amor que nos
unió durante dieciséis años, hasta la hora de su muerte. Todos aquellos que lo
conocieron dicen como yo” (M. Etchebéhère, 1973: 4).
Sobre el
líder de Insurrexit, la propia Mika trazó en la misma carta un perfil que
merece transcribirse in extenso: “Hipólito Etchebéhère —su nombre
era Luis Hipólito Ernesto— nació el 8 de marzo de 1900 en Sa Pereira, Provincia
de Santa Fe, de padres franceses: padre vasco, madre oriunda de Burdeos. El
padre vino a la Argentina en calidad de técnico y se ocupó de la instalación
del teléfono en la provincia de Tucumán. Familia de clase media, los dos
hermanos mayores de Hipólito se ocuparon de cine en los albores de este arte en
la Argentina... Hipólito siguió estudios en la Escuela Industrial de la Nación,
recibiéndose de técnico mecánico. Su paso por algunas fábricas lo puso en
contacto con la condición obrera y así nacieron los primeros elementos de una
opción que habría de marcar para siempre su existencia...
“Llega
así el año 1919 con su semana trágica del mes de enero. La huelga de Vasena
paraliza la metalurgia. La revolución rusa exaspera el antisemitismo de los
reaccionarios. Por entonces todavía se llamaba rusos a los judíos. Entre Paso y
Junín, de Corrientes a Tucumán, vive ‘la rusada’. La gentuza responsable de los
disturbios obreros, causante de la lucha que llevan los obreros de Vasena en
una huelga que por su magnitud y firmeza hace temblar a la burguesía y desata
el frenesí argentinista de la Liga Patriótica de Carlés. Detrás de los niños
bien que forman la tropa de la Liga Patriótica, entra al barrio de los rusos el
escuadrón de seguridad. Para escarmiento de esos bolcheviques subversivos que
venden arenques salados y pepinos, son sastres o carpinteros, los jinetes del
escuadrón arrastran entre sus caballos, atados por la barba a los viejos,
uncidos a las monturas de los jóvenes. Las calles se manchan de sangre.
Teníamos entonces de presidente a Hipólito Irigoyen.
“Hipólito
Etchebéhère vive con su familia en un gran edificio que creo existe aún en la
esquina de Corrientes y Pueyrredón. Desde el balcón ve pasar a los ‘cosacos’
haciendo marchar a sablazos a los crucificantes... En esa ‘semana trágica’ de
enero que quedó en los anales de la represión argentina como un hito
sangriento, Hipólito Etchebéhère entró en la revolución como otros entran en
una orden religiosa: por siempre, hasta el último latido de su corazón, con un
odio lúcido y razonado, alerta siempre, afilado cada día, tenso como la cuerda
de un arco listo para disparar contra ese orden social absurdo, rapaz y
asesino.
“Sus
primeros pasos de militante fueron anarquistas. En los días que siguieron a la
‘semana trágica’ escribió afiebradamente un folleto dedicado a los vigilantes,
que tenía por título ‘Escucha la verdad’ y lo fue repartiendo a los policías
que hacían guardia en las calles. Pocas horas después estaba en la cárcel por
delito contra la seguridad del Estado. Por ser hijo de una familia bien
considerada, tuvo el honor de escuchar los consejos del jefe de policía y la
suerte de no ser mandado al presidio de Usuhaia.
“Cuando
salió en libertad abandonó la casa familiar para no comprometer más a los
suyos. Comienza entonces para él una vida difícil. Dura poco en los talleres
donde entra a trabajar, a causa de la propaganda revolucionaria que difunde
entre los obreros. Vive en altillos prestados, come algunas veces en casa de su
madre, otras veces no come. Consigue dos o tres lecciones particulares que ni
siquiera sabe hacerse pagar, pasa largas horas en la biblioteca del Partido
Socialista leyendo a Kropotkine, Proudhon, la Historia de la Comuna de
París por Lissagaray, con el afán de adquirir los elementos teóricos
que habrán de cimentar su fe de revolucionario, buscando al mismo tiempo
voluntarios para iniciar una acción colectiva” (M. Etchebéhère, 1973: 1-3).
El grupo se
reúne en asamblea todos los sábados por la noche en el local de la Federación
de Empleados de Comercio, Suipacha 74 de la Capital. Suelen participar, además
de los redactores de la revista ya citados, el futuro lingüista Angel
Rosenblat, la maestra y narradora anarquista Herminia Brumana y el joven
peruano Víctor Raúl Haya de la Torre, exiliado entonces en Buenos Aires. La
revista es financiada a través de la actividad del grupo, con la ayuda de la
maestra (entonces directora de escuela) Carolina Gómez Cabrera, tía de Piñero.
En las reuniones se debaten cuestiones políticas, se planifica la revista y se
organizan charlas y cursos para dictar en ateneos y sindicatos. Las principales
demandas provienen de los anarquistas. Sin embargo, recuerda Mika: “La
revolución rusa, catalizadora de rebeldías, nos planteaba la necesidad de
abordar el marxismo” (M. Etchebéhère, 1973: 5). Es así que los días domingo un
grupo de lectura vuelve a reunirse en Suipacha 74, ahora para leer colectivamente El
origen de la familia de F. Engels.
Vanguardia
artística y revolución
Si
bien una parte del grupo perseverará en la experiencia colectiva, algunos
tomarán otros caminos. Bulnes y Rinesi harán carreras exitosas en el Derecho y
llegarán a jueces. Juan Antonio Solari no tardará en volver al PS, del que será
dirigente, mientras su mujer, Herminia Brumana, permanecerá fiel al ideario
anarquista; el dramaturgo y periodista Leónidas Barletta será durante décadas
compañero de ruta del comunismo; Angel Rosenblat, un lingüista de renombre
continental.
Eduardo
González Lanuza y Pancho Piñero se orientarán hacia la literatura de
vanguardia, en un movimiento de convergencia con Jorge Luis Borges. El joven
Borges, poeta anarquizante, regresa a Buenos Aires a principios de 1921 y trae
con él el ultraísmo. Meses después publicará sus poemas “Rusia” y “Guardia
roja” —avances de Los salmos Rojos, el libro que no llegará a ser—
en Cuasimodo, la revista hermana de Insurrexit (8). Estas colaboraciones no son
casuales: si bien la vanguardia política sigue nutriendo sus gustos literarios
en la literatura realista decimonónica o en el modernismo latinoamericano,
asistimos a la emergencia de cruces entre las vanguardias artísticas y las
políticas. En ese sentido, González Lazuna lanzará Prisma, la
primera revista mural argentina. Según la evocación de Borges: “Salíamos de
noche (González Lanuza, Piñero, mi primo y yo) cargados con baldes de engrudo y
escaleras proporcionados por mi madre y caminábamos kilómetros, pegando las
hojas a lo largo de Santa Fe, Callao, Entre Ríos y México” (Borges, 1974:
13-14). Y enseguida vendrá la consolidación del movimiento ultraísta en los
tres números de Proa (1922-1923), que reunirá otra vez a
Borges, González Lanuza y Piñero, sumando ahora a Macedonio Fernández.
Pero
el rosarino Francisco M. Piñero (1901-1923), estudiante reformista,
revolucionario y ultraísta, morirá a los 22 años en un accidente de tránsito.
El mismo año de su muerte los amigos de la vanguardia política reunirán sus
textos en un volumen de homenaje (Cerca de los hombres), en cuyo
prólogo, probablemente escrito por Etchebéhère, se dice de él: “Apareció entre
nosotros, un día, serio y reconcentrado. Traía dentro su adhesión definitiva.
Se traía a sí mismo, íntegramente. Lo reconocimos. Éramos hermanos. Escuchadlo:
‘Cuando me arrimo a un alma, tengo siempre cuidado de su abismo’.[...] Cuando
le ocurrió el accidente que le costó la vida en Río Negro, quisieron llevarlo
al único hospital confortable de Viedma. Pero ese hospital pertenecía a una
congregación religiosa. Se negó a que lo condujera allí. Indicó la Asistencia
Pública. Luego, en otro pobre hospital de Patagones, murió” (Piñero, 1923: 6).
Por su
parte, su amigo dentro de la vanguardia artística, Borges, lo recordará en el
último número de Proa: “De golpe, con la injuriosa precisión de una
afrenta, ha desalmado nuestro fervor el fallecimiento de Francisco Piñero,
excelente poeta, mayor amigo y máximo alentador de aventuras intelectuales...
Fenecido a los veintidós años, Piñero deja una breve y honda obra crítica, ‘La
Estética de los Diferentes’, y recorriendo por siempre nuestra memoria, una
marcha de versos altaneros, definitivos como estatuas” (9).
Comunistas
y “chispistas”
Pero
volvamos a los Etchebéhère, siguiendo el relato de Mika sobre Hipólito: “En el
año 1923 tuvo que pasar varios meses en el campo para reponerse de una
tuberculosis incipiente recogida en ese período de vida azarosa de días de
hambre y noches sin techo” (M. Etchebéhère, 1973: 6).
El grupo que
persiste en la política revolucionaria y ha decidido consagrar la vida a la
militancia, centra ahora la atención en el PC argentino. Aquellos jóvenes no
podían dejar de avistarlo como la sección local de la Internacional Comunista,
la organización que promovía la ayuda al pueblo ruso durante la guerra civil y
la agresión imperialista, la que difundía la literatura del marxismo militante.
Es así que en 1924 algunos de los insurrexistas —H. Etchebéhère, M. Feldman, H.
Raurich y J. Paniale— ingresarán al joven PC. Según puede seguirse en el
periódico partidario La Internacional, Hipólito y Mika trabajan
incansablemente en la implantación del partido: él escribiendo notas, dictando
conferencias y charlas en diversos puntos del país; ella trabajando en la
constitución de grupos de mujeres comunistas, colaborando en la organización de
los trabajadores agrícolas, destacándose además como oradora en la puerta de
fábrica o en la calle, durante las campañas electorales (Maitron).
También van
tomando parte en las agrias disputas internas. En el partido no tardarán en
confraternizar con otros militantes algo mayores de su generación (Angélica
Mendoza, Cayetano Oriolo) detrás de un programa izquierdista común, enfrentado
a la línea de la dirección. Según el recuerdo de Mika: “Es la época de la
bolchevización, es decir, la organización de los partidos comunistas en células
—de fábrica y de calle. El Comité Ejecutivo, a cuyo frente se destacan José
Penelón y Rodolfo Ghioldi, no se equivoca sobre las cualidades y capacidades de
Etchebéhère. A tal punto, que le encarga la redacción de la nueva carta
orgánica. Orador apasionado, conocedor, como ninguno de los jefes del partido
comunista, del marxismo y el leninismo, el Comité Central hizo cuanto pudo por
ganarlo a sus puntos de vista” (M. Etchebéhère, 1973: 6).
Aunque la
historia oficial de este proceso (Esbozo, 1947) está hace tiempo
desacreditada, la trayectoria de este núcleo, que terminará rompiendo con el PC
entre fines de 1925 e inicios de 1926, sigue siendo desconocida. Será objeto de
un trabajo de próxima aparición. Digamos aquí, brevemente, que el conflicto
interno entre el sector que lideran Codovilla, Ghioldi y (por ahora) Penelón, y
la corriente de izquierda que gana prestigio y comienza a controlar incluso la
dirección del partido, termina con el triunfo de los primeros, gracias al apoyo
de la dirección del Komintern. El aparato partidario se terminará de conformar
con los dirigentes que establecen las relaciones más privilegiadas con Moscú:
éstos devendrán los hombres incondicionales de las políticas de la IC, y ésta
saldará incondicionalmente todos los conflictos a favor de sus hombres en
Buenos Aires.
Tras el conflictivo VII° Congreso del PCA (26/28-XII-1925), la fracción izquierdista va a fundar, a principios de 1926, el Partido Comunista Obrero. Serán del grupo fundador: Héctor Raurich, intelectual; Angélica Mendoza, dirigente sindical docente e intelectual; Rafael Greco y Romeo Gentile, obreros metalúrgicos; Mateo Fossa, de la madera; Teófilo González, del calzado; Alberto Astudillo, arquitecto; Cayetano Oriolo, chofer; Modesto Fernández y Miguel Contreras, obreros tipográficos... Hipólito Etchebéhère formará parte de la Comisión de Organización y Mica Feldman de la Comisión de Propaganda entre las mujeres. Editarán el periódico La Chispa, de donde el mote de “chispistas”.
El PC
Obrero, a pesar de contar con un núcleo de intelectuales formados y un
diagnóstico de la realidad argentina de inusual profundidad para la época,
tendrá vida efímera (1926-29). Les sucede algo similar que a la fracción que
encabezará José Penelón en 1928, al frente de buena parte de los sindicalistas
comunistas, intentando crear el “PC de la Región Argentina”: se hacía difícil,
si no imposible, crear “otro PC”, disputando la legitimidad del ya existente
cuando la dirección de la IC sólo reconocía al partido que controlaban R.
Ghioldi y V. Codovilla. La historia oficial de los comunistas señala también,
en tono de denuncia, que los chispistas “difundieron, primero encubierta, y
después desembozadamente, el trotskismo... Muchos de los componentes de ese
grupo pasaron a constituir focos trotskistas. Entre ellos, Mateo Fossa, Héctor
Raurich, H. Etchebere [sic], Mica Feldman [sic], Manuel Molina, etc.” (Esbozo,
1947: 58 n.). Si bien esta visión retrospectiva es exagerada (no hay asomo de
“trotskismo” en 1925), el entusiasmo de Etchebéhère por Trotsky lo confirma
Mika en sus recuerdos: “Cuando empezó en la Unión Soviética la lucha contra
Trotzki, Etchebéhère, fervoroso admirador del jefe del Ejército Rojo, abrazó su
causa. Y era tal su dimesión revolucionaria, tan íntegra su conducta, tan
entregada su vida de militante, que al ser expulsado del partido lo fue
únicamente por trotskista, labor fraccionista y antibolchevique” (M.
Etchebéhère, 1973: 6).
Los
“chispistas” H. Raurich, A. Mendoza, Mateo Fossa y J. Paniale animarán las
formaciones político-culturales trotskistas de los ‘30. A ellos se sumarán
antiguos disidentes del comunismo oficial, como L. Koiffmann y P. Milesi, y
otros que llegarán entonces, como A. Gallo, C. Liacho y L. Justo. En 1939
retornará a la Argentina el poumista F. de Cabo, tras la derrota en la guerra
civil, y se sumará a uno de los grupos. Pero esta es otra historia, que por
ahora dejamos en suspenso, para seguir el itinerario de Mika e Hipólito
quienes, mucho antes de esto, mientras sus compañeros perseveraban en la
experiencia chispista, abandonan la ciudad enrarecida donde la revolución se
revela más compleja de lo que parecía y se dirigen a la Patagonia.
Privilegiamos, otra vez, el relato de la propia Mika sobre Hipólito.
Nuestros
años patagónicos
“Su salud
muy quebrantada por los años de privaciones y actividades desmedidas, exigía
una temporada de reposo que él aprovechó para intensificar sus estudios
marxistas... y militares. [...] Vinieron luego nuestros años patagónicos. Para
conquistar una independencia económica, Etchebéhère aprendió prótesis dental.
Yo tenía mi diploma de dentista y cuando también a mí me expulsaron del PC
resolvimos salir a tentar suerte en la Patagonia para recoger el dinero que nos
permitiera pagarnos un viaje a Europa. Con la suma que nos prestó Carolina
Torres Cabrera [...], montamos un consultorio ambulante y aterrizamos en San
Antonio Oeste, Río Negro. Al cabo de un año y medio de trabajo tuvimos lo
necesario para llegar a Esquel. La Patagonia fue la mayor tentación de nuestra
vida. El esplendor del Lago Futalauquen, la magia de los bosques con árboles
increíbles, la perspectiva de vivir literalmente de la caza y de la pesca,
estuvieron a punto de retenernos. Eran esas por entonces tierras bravías,
solitarias, barridas por los vientos en la costa, remansadas en los paisajes de
la precordillera y la Cordillera de los Andes, tierras todavía de aventura, con
la fortuna fácil al cabo de tres o cuatro años de trabajo y una existencia
ancha, sin trabas ciudadanas, junto a seres que parecían salidos de los libros
de Jack London.
“Tentación,
digo, y muy grande, pero los votos pronunciados en la extrema juventud nos la
vedaban. Terminada la campaña de Esquel, al año siguiente, y otro más, fuimos
al extremo sur: Santa Cruz, Paso Ibáñez, Río Gallegos, que fueron las tierras
de la gran huelga de los obreros ovejeros. En Paso Ibáñez, de labios de
testigos presenciales (habían pasado solamente ocho años desde las trágicas
matanzas), recogimos testimonios de primera mano. No, los obreros no habían
matado, ni violado ni robado. Se calcula que mil quinientos obreros fueron
asesinados por la gendarmería y los guardias blancos.
“En
Río Gallegos establecimos la genealogía de la familia Braun Menéndez y Menéndez
Behety. Atendimos en el consultorio a un escocés muy viejo, matador de indios
profesional a sueldo de Menéndez. Juntamos toda clase de datos con intención de
escribir algún día un libro. No hace mucho pasé a máquina esas cuartillas que
los años empalidecieron.
“Con
lo que ganamos en una temporada de intenso trabajo, marchamos a Europa en busca
de la lucha que parecía más próxima en esos países de sólidas organizaciones
obreras” (M. Etchebéhère, 1973: 7-8).
Desesperanzas
argentinas, esperanzas europeas
En
Europa el movimiento obrero tenía una larga tradición de organización y de
lucha, incomparable con el carácter incipiente de la clase obrera
latinoamericana. La lucha, recordaba Mika, “parecía más próxima en esos países
de sólidas organizaciones obreras”. Por eso el objetivo es Alemania, donde se
está jugando el destino de la clase obrera mundial. Y el de la propia URSS,
pues o bien la revolución se extiende a Alemania, o bien reducida a las
fronteras rusas, culmina su burocratización.
Mika e Hipólito llegan a Madrid en junio de 1931. “Desembarcamos en España dos meses después de declarada la República. Nos calentamos el corazón al fuego de aquellas manifestaciones tumultuosas que reclamaban la separación de la Iglesia y el Estado, comprobamos que la guardia de asalto republicana ya sabía dar palos como cualquier policía veterana, aprendimos a querer el pueblo español y emprendimos viaje a Francia.
En
otro testimonio de esos años, Mika recordaba la llegada a París: “Instalados en
un minúsculo alojamiento en la calle Claude Bernard, ... pasamos la mayor parte
de nuestro tiempo en la biblioteca Sainte Geneviève para leer las obras que
juzgábamos indispensables a nuestra formación de militantes revolucionarios.
Los primeros camaradas franceses los encontramos en el grupo de los ‘Amigos de
Monde’” (M. Etchebéhère, 1981: 10-11). Amis du Monde tenía como función
sostener el semanario Monde que editaba Barbusse, pero bajo el
impulso de su secretario, René Lefeuvre, se han creado grupos de estudio de
marxismo. Mika e Hipólito siguen los cursos del italiano Angelo Tasca y del
economista francés Lucien Laurat. Hipólito va a colaborar con Laurat en la
corrección de la edición francesa de El Capital que editará
Costes. Pero Lefeuvre y sus amigos están muy a la izquierda de Barbusse,
comprometiéndose cada vez más con un marxismo crítico, consejista, libertario.
Es así que Mika e Hipólito, prolongando su experiencia política argentina,
continúan ligados a los grupos de la oposición de izquierda que aún forma parte
de los partidos comunistas. Llegados a Berlín, se van a dirigir al PC alemán,
porque es el que organiza la clase obrera más consciente y combativa, pero van
a conectarse al grupo de oposición llamado de “Wedding” (nombre de un barrio
obrero de Berlín), que dirige el revolucionario Kurt Landau.
“En octubre
de 1932, seguros de hallar en Alemania una tierra abonada para la lucha
decisiva, llegamos a Berlín. Para perfeccionar el idioma y acercarnos a los
obreros, nos inscribimos en la Escuela Marxista del Partido Comunista, que era
también una escuela a secas, con clases para adultos y que fue para nosotros la
escuela donde aprendimos a juzgar la política paralizadora, nefasta de la
Internacional Comunista, fielmente ejecutada por los jefes del PC alemán. Los
militantes repetían como autómatas la burda interpretación del nacional
socialismo que difundía la Internacional Comunista; trataban a los obreros
socialdemócratas de socialfascistas, pero eso sí, desfilaban en manifestaciones
tan densas, tan disciplinadas, tan evocadoras de un verdadero ejército
revolucionario por las escuadras de combate que marchaban a su frente, que
estremecían a la burguesía. Sabíamos que el PC tenía armas, que los barrios
rojos estaban organizados por bloques de casas para la lucha: asistimos en las
elecciones de noviembre de 1932 a la pérdida de un millón de votos sufrida por
los nazis, pero asistimos también cuando Hitler fue llamado al poder por
Hindemburg de la manera más pacífica, al tremendo desconcierto, a la pasividad
que había engendrado la política criminal de la Internacional Comunista” (M. Etchebéhère,
1973: 8-9).
En
efecto, en 1930 ha caído Müller, el último canciller socialdemócrata, y desde
1931 el Partido Nacionalsocialista viene aumentando sus escaños en el
Reichstag, con la excepción del retroceso de las elecciones generales de
noviembre de 1932. Sólo el frente único entre los partidos socialista y
comunista hubiese podido frenar el ascenso nacionalsocialista a través de la
unidad de toda la clase trabajadora alemana: pero los dos grandes partidos
obreros se mantendrán severamente enfrentados. Y en un contexto de crisis aguda
del Estado, y cuando las organizaciones paramilitares nazis llevan a cabo actos
de terrorismo y controlan crecientemente la calle, el 30 de enero de 1933 el
Presidente Hindembug nombra a Adolfo Hitler canciller.
El 31 de
enero Hipólito le escribe una carta a un camarada argentino: “Querido Viejo: Te
escribo en caliente.[...] Ayer por la tarde Hitler ha tomado el poder”. Y traza
a continuación un cuadro de la desmoralización de la clase obrera alemana:
“esta misma noche hemos podido conocer, con la ansiedad que puedes imaginarte,
el estado de ánimo de la clase obrera, de los afiliados al Partido, y su
capacidad de acción. No olvidaremos nunca, Viejo, el desaliento, la
desorientación, la desconfianza total en sí mismos y en el Partido con que
acogieron nuestras preguntas, nuestra ansiedad de compañeros extranjeros que
querían saber qué se iba a hacer... Les dijimos la esperanza enorme, la
atención angustiada con que el proletariado de afuera esperaba en ellos. Eso
los hundió más todavía.
“Viejo,
estábamos muy, muy prevenidos. Sabíamos los estragos que la política y el
régimen de la I.C. causa en el proletariado. Pero hay que sentir a los mejores
elementos de ese proletariado, en la hora decisiva, y en el primer partido de
la I.C., un partido que tiene 6.000.000 de votos, hay que sentir el desamparo,
la impotencia, la amargura expresados cruda y rabiosamente, como lo hemos oído,
para comprender el crimen entero de los miserables que detentan la I.C.”.
Etchebéhère
ha comprendido el día mismo de los hechos que la derrota del proletariado
alemán no es transitoria, como quieren creer los comunistas: es una derrota
histórica. Y la concepción comunista del “cuanto
peor, mejor”, de que una dictadura abierta iba a tener un efecto más
concientizador para los obreros que el régimen semidictatorial previo, la
considera directamente suicida: “Y los que se mostraban optimistas, tenían una
idea tan fantástica, pero tan fantástica... (por ej.: Hitler en el poder no
dura ni un mes, o: y además nos va a ser más fácil convencer a los obreros
engañados por él, o: nos favorece porque con él la situación internacional se
pondrá más aguda y acelerará la revolución, o: Hitler no se va a atrever a
prohibir el Partido, o: el Partido no puede llamar a la huelga porque lo van a
lanzar a la ilegalidad). Todas estas opiniones escuchadas la misma noche en
boca de afiliados obreros del Partido, que tan pronto sostenían una cosa como
otra”.
Y concluye:
“Viejo: estamos vencidos. Y vencidos ignominiosamente. Se acabó nuestra antigua
esperanza en Alemania. Habrá, sí, terribles batallas aisladas, un sangriento
terror, una larga guerra civil (sabrás que el proletariado antifascista está
organizado por calles; a veces por casas, en los grandes inquilinatos) en los
meses venideros... Caerán los mejores... Junto a una abnegación y un valor
individuales admirables, una enorme paralización y desorientación como clase”
(Etchebéhère, 31-1-1933).
Su decepción
ante la clase trabajadora alemana no le impide extraer las más lúcidas
lecciones de la derrota, sin dar lugar a ninguna de las “racionalizaciones” del
PC alemán. El ascenso de Hitler, hay que decirlo, ha cerrado un ciclo histórico
en la larga marcha que la clase trabajadora alemana había comenzado 60 años
atrás. Derrotada ésta, el mapa de la política europea se ha transformado:
seguramente seguirán otras batallas, acaso nuevas derrotas. “Caerán los
mejores”, aventura Hipólito, como si intuyera su propio fin.
Si en
Alemania la clase obrera está derrotada, Mika e Hipólito van a buscar otros
escenarios de la lucha de clases revolucionaria. Y en mayo de 1933 están otra
vez en París. Apenas llegados, Hipólito vuelve a escribir a su amigo: “Querido
Viejo! Henos aquí de vuelta, después de haber vivido verdaderos meses de plomo
en Alemania. Qué días, Viejo! De resulta de ellos ando con los nervios hechos
polvo. No puedo discutir con nadie sin excitarme fuera de toda medida. Verse
reducido a acompañar una y otra vez al cementerio a los obreros volteados por
los fascistas, sin tener por delante ninguna perspectiva de lucha, sin hallar
la acción, el combate, la batalla donde desahogar tanta rabia, tanto odio,
tanta amargura cosechada! Junto a antiguos espartakistas que guardan su arma
como un relicario, nos hemos consumido, quemado de impotencia, viendo caer una
a una las posiciones, sin combates; sintiendo el desprecio del enemigo, a quien
tu falta de resistencia envalentona y vuelve cada vez más insolente: ‘Dónde
están los comunistas?... En los sótanos!’ He aquí el estribillo que te cantan
los nazis en todas las calles de Alemania... De otro lado hacen limpiar los
suelos de sus cuarteles a los militantes con las propias banderas rojas, hoz y
martillo!... No sigo, porque reviento”.
Traza
luego un análisis pormenorizado de la dinámica de las fuerzas sociales y
políticas alemanas que permite entender el ascenso de Hitler y la tragedia del
proletariado alemán. No es más que el resumen de dos artículos sucesivos que
Hipólito publica con el seudónimo de Juan Rústico en la revista francesaMasses que
dirige Lefeuvre. Según el relato de Mika: “Por haber vivido los acontecimientos
día tras día, en la calle, seguido la prensa, hablando horas y horas con
militantes socialistas y comunistas, presenciando las primeras razzias
fascistas en los barrios obreros, contemplando las tumbas profanadas de los
caídos de Spartacus, visto el desfile nazi del 1° de Mayo de 1933, asistido a
la ocupación de la opulenta sede de los sindicatos libres alemanes por un
puñado de S.A., nuestro testimonio de la derrota del proletariado alemán, el
primero que se publicó en Francia, tuvo gran repercusión” (M. Etchebéhère,
1973: 9).
La
situación económica de la pareja en París es seria. Pero ni precariedad
económica ni el desastre de Alemania detienen su voluntad revolucionaria. En la
carta de junio de 1936, Hipólito informaba a su amigo de las perspectivas
políticas después de la tormenta: “La tarea esencial en el momento actual es
buscar una unificación de las fuerzas de oposición en Alemania. Se está en
camino de ello. Aquí en Francia la labor está muy avanzada; los tres grupos de
la izquierda que había, aparte de la Liga Comunista que se muestra reacia aún,
están en vísperas de quedar unidos. Se piensa luego en una especie de nuevo
Zimmerwald, que sobre el desastre alemán, la defección sin combate de la I.C.,
busque un acercamiento y un terreno de acción común de las fuerzas de
oposición”. Y si bien las condiciones de clandestinidad bajo la dictadura
fascista serán graves, agregaba Etchebéhère, la clase obrera comunista está más
dispuesta hoy a escuchar a los oposicionistas de izquierda que ayer. Pesimismo de la inteligencia, optimismo de
la voluntad (Gramsci dixit).
La
revolución desde una buhardilla parisina
En palabras
de Mika: “Y nos pusimos a esperar de nuevo, no de brazos cruzados. Con el
compañero Kurt Landau, el magnífico militante austriaco asesinado por los
stalinianos en Barcelona, empezamos la lenta tarea de reanudar contactos con el
grupo de oposición de Wedding que había dirigido Landau en Berlín”. Kurt Landau
(1900-1937) había sido un destacado oposicionista de izquierda, primero en
Austria y luego en Alemania. En estos momentos, cuando intenta reagrupar desde
París a los exiliados austríacos, alemanes y polacos, entra en contacto con
André Ferrat (1902-1988), un oposicionista que todavía ocupa un lugar destacado
en el PC francés. Hipólito y Mika, Landau y su compañera Katia, el
revolucionario polaco Grigory Kagan (1906-1944), Víctor Fay, Pierre Rimbert y
otros colaborarán con Ferrat en la fundación de la revista Que faire?,
cuyo primer número aparecerá en diciembre de 1934 y se interrumpirá con la
guerra (1939).
Sobre los
tres años de vida militante en París, disponemos del testimonio que brinda Mika
en algunos breves raccontos de su libro sobre la guerra de España. Recordará,
por ejemplo, una tarde gris en el barrio de La Chapelle, cuando me “pesaba en
los hombros la fatiga de tanto andar por los quioscos distribuyendo Que
faire?” (Etchebéhère, M., 1976: 11), o las reuniones del grupo en el
departamento del sexto piso de la calle Gay Lussac, la presencia de los
exiliados polacos a quienes Hipólito ha confeccionado pasaportes, la humareda
que comprometía sus pulmones enfermos, y a ella misma que, retornando de su
trabajo, debía preparar comida con lo poco que había para toda la célula de
revolucionarios hambrientos (p. 128).
Son también
los años en que traban amistad con los Rosmer, revolucionarios de una
generación anterior, pero con una historia política de gran afinidad. Alfred
Rosmer (1877-1964) era obrero gráfico, inicialmente un anarco-sindicalista que
la revolución rusa había atraído a las filas del comunismo. Con su compañera
Marguerite Thévenet (1879-1962) habían forjado una unidad tan fuerte, que P.
Broué los llamó “un militante de dos cabezas”. Igual que Mika e Hipólito en el
PC argentino, los Rosmer habían sido expulsados del PC francés por resistirse a
la “bolchevización” y constituirán un grupo de oposición comunista,
inicialmente vinculado a Trotsky. Mika les dedicará algunos pasajes nostálgicos
de su libro, evocando las veladas en la “Granja” de los Rosmer en Perigny, o
los octubres, “mes de nuestro paseo ritual por el bosque de Fontainebleau”
(Etchebéhère, M., 1976: 39-40, 84, etc.).
Al año de la
estadía parisina, emerge un movimiento revolucionario en la Cuenca de Mieres,
Asturias, el 5 de octubre de 1934. Mika e Hipólito no lo dudan: “Cuando estalló
la lucha de los mineros asturianos, preparamos nuestros pasaportes, decididos a
marchar a España. La represión sangrienta del movimiento cortó nuestro impulso.
Etchebéhère escribió sobre los sucesos de Asturias un folleto magnífico, que
desgraciadamente se perdió en Barcelona cuando el stalinismo saqueó las
oficinas del POUM...” (M. Etchebéhère, 1973: 9-10).
La crisis
política francesa, siendo aguda, no escapa a los pequeños grupos de oposición,
que no logran articularse en un partido único. La vida en París pasa, pues,
“entre las interminables discusiones sobre el apoyo incondicional a la Unión
Soviética y las revistas de oposición de izquierda” (M. Etchebéhère, 1976: 84).
Y la política, que apasiona a la pareja, corre el riesgo de invadir la vida
cotidiana, de aplacar o desviar la pasión amorosa. Hipólito reflexiona:
“Tenemos que cuidar de nuestro amor. Compraremos menos libros para que puedas
tener un vestido bonito. ¿Recuerdas el que diseñé para ti cuando nos conocimos?
Ahora no tienes más que una falda vieja y ese abrigo de muchacho que te ha dado
Marguerite. La política se nos traga la vida, no debemos dejar que nos
devore...” (M. Etchebéhère, 1976: 129). Tiempo después, en los momentos más
duros de la guerra española, volverá para Mika una y otra vez el recuerdo de
esos años felices, a “nuestros despertares en la buhardilla de la calle
Feuillantines, nuestras tardes en la I’le Saint Louis, nuestras mañanas en el
Louvre, nuestra alegría infantil al regreso de los paseos, de encontrar
encendida la estufa, todo esto lo llevo en un hatillo amarrado a la espalda”
(M. Etchebéhère, 1976: 33).
Es por
entonces que los Etchebéhère hospedarán por algún tiempo a un joven argentino,
estudiante de física que ha viajado a París a un congreso antifascista, pero
que acaba de desertar de las filas del comunismo: Ernesto Sábato. Curioso pero
fugaz encuentro entre los forjadores del primer Insurrexit y un militante del segundo (10).
Morir en
Madrid
En 1935 la
salud de Hipólito se quebrantó. Una mañana, de vuelta del mercado al
departamento del 57 de la rue Claude Bernard, Mika lo encuentra vomitando
sangre. “No te preocupes, ya pasó, ahora me siento mejor. Sabes además que
estoy bien decidido a no morir de enfermedad” (M. Etchebehre, 1976: 129).
Deberá pasar seis meses en el sanatorio Labrouyére Liancort, en las afueras de
la ciudad (Oise), mientras Mika gana unos pesos en París enseñando español.
Ella lo visita en el sanatorio, las cartas van y vienen entre Oise y París.
“Porque el clima de Madrid era mejor para él que el clima de París, y porque en
España estaba subiendo la marea de la lucha proletaria, a comienzos de mayo de
1936 Etchebéhère llegó a Madrid. Yo me reuní con él dos meses después, el 12 de
julio. No habíamos terminado de contarnos nuestra ausencia cuando estalló el
movimiento y desapareció el pasado y nació una esperanza” (M. Etchebéhère,
1973: 11).
Los años de
esta nueva esperanza y esta nueva tragedia fueron narrados por la propia Mika
en Mi guerra de España. Allí encontrará el
lector un relato tan vívido y al mismo tiempo tan agudo en sus reflexiones, tan
bellamente escrito y al mismo tiempo tan desgarrador, que no admite glosa
alguna. Transcribo aquí el relato de los primeros días en España resumido por
Mika en la carta inédita, ya tantas veces citada, al corresponsal desconocido:
“En la tarde
del 18 de julio empezó nuestro andar en busca de armas y de alistamiento, de un
sindicato de la U.G.T. a otro de la C.N.T., entre grupos de jóvenes casi niños
y hombres casi ancianos, entre rumores y discursos, entre canciones y
consignas, mezcladas a la marea que subía de todos los barrios y se echaba
sobre la Puerta del Sol. A todos nos temblaban las manos ansiosas de un arma.
Nadie preguntaba a nadie a qué partido pertenecía. La voluntad de luchar había
roto las barreras que todavía ayer separaban a los trabajadores. Los que aún
marchábamos con las manos vacías mirábamos con ojos de mendigo a quienes ya
llevaban un fusil, una escopeta, una pistola, un cinturón de cartuchos.
“—Dicen que
hay armas en la Calle de la Flor, o en Cuatro Caminos, o en los locales de la
J.S.U., o en la U.G.T...
“Con los pies hinchados de tanto caminar, los ojos ardidos de no dormir, el corazón apretado de tanto ansiar, vimos disolverse en la noche de ese 18 de julio y nacer el alba del 19. El 20 ya teníamos destino entre los compañeros del POUM, la organización política que estaba más cerca de nuestro grupo de oposición. Ya pertenecíamos a una formación de combate: la columna motorizada del POUM. Hipólito Etchebéhère era su jefe.
“Con los pies hinchados de tanto caminar, los ojos ardidos de no dormir, el corazón apretado de tanto ansiar, vimos disolverse en la noche de ese 18 de julio y nacer el alba del 19. El 20 ya teníamos destino entre los compañeros del POUM, la organización política que estaba más cerca de nuestro grupo de oposición. Ya pertenecíamos a una formación de combate: la columna motorizada del POUM. Hipólito Etchebéhère era su jefe.
“A su mando
salimos por primera vez el 21 de julio, montados en tres coches de turismo y
dos camiones, armados con treinta fusiles y una ametralladora sin trípode que
quedaba muy bonita en lo alto de un camión... Al día siguiente, incorporados a
la columna que mandaba un capitán de carrera llamado Martínez Vicente, leal a
la República, tomamos un tren que resultó ir solamente a Guadalajara y no a
Zaragoza como creían los milicianos. Durante el largo viaje se nos sumaron
algunos hombres de otras organizaciones, atraídos por la convicción tranquila y
la autoridad que emanaba de Etchebéhère.
“De
Guadalajara pasamos a Sigüenza. La columna del POUM ya había ganado laureles de
guerra por haber vencido a las tropas fascistas que se disponían a atacar
Sigüenza. El ascendiente de Etchebéhère sobre sus hombres y sobre muchos otros
de los que componían la guarnición de la zona crecía rápidamente. Era un jefe
vestido con un overhall roto en los codos y en las rodillas. Sus ojos eran cada
vez más luminosos, como si llevase por dentro una antorcha encendida. Una tarde
le escuché al viejo Quintín, que había combatido en la guerra de Cuba, decir:
‘El jefe tiene como un sol en la frente’.
“La hora del
gran combate había llegado. La revolución estaba por fin al alcance de sus
manos ávidas. Ya no se trataba más de lecturas, de tesis teóricas, ahora tocaba
luchar con las armas por lo que había elegido a la edad de 19 años. Y luchó 29
días dichosos, alegre de exponer su vida a cada rato, burlón o serio cuando yo
le pedía que no se hiciese matar antes de lo necesario.
“—Aquí el
que manda no debe agacharse cuando silban las balas, me respondía. Ya sabes que
el valor físico es la cualidad máxima en España. Para que los demás avancen, el
jefe debe marchar el primero, aunque sepa que puede morir.
“Tenía como
un poder mágico que aglutinaba a la gente a su alrededor. Promovió la formación
de un tribunal revolucionario para juzgar a los fascistas que caían en manos de
los milicianos o sobre los cuales pesaban denuncias de la población civil.
Resistido al comienzo, poco a poco su prestigio fue ganando a las otras
formaciones, mucho más importantes que nuestra pequeña columna de unos 150
hombres.
“Le vi por
última vez ese amanecer que era casi noche todavía, del 16 de agosto de 1936,
cuando nos acercábamos a Atienza. Cumpliendo sus órdenes, yo no iba con él sino
con el médico, para organizar en la retaguardia un puesto de primeros auxilios.
La larga capa negra de guardia civil que había ganado en un combate le caía
hasta la media pierna. Llevaba la cabeza ceñida por su inseparable boina vasca.
El áspero frío de la alborada alcarreña le había helado las manos, que apoyó en
mis mejillas mientras me besaba.
“—¿Por qué
no están contigo las muchachas? —me preguntó. No quiero mujeres en la línea de
fuego. Ordené que se quedasen con el médico.
“Le contesté
sonriendo que nuestras milicianas, menos disciplinadas que yo, estaban de
seguro en alguno de los caminos que marchaban al frente de la columna. Nos
abrazamos en silencio.
“Las
primeras luces del día nos trajeron hasta los ojos el peñón bravío de ese
castillo de Atienza que había que tomar a toda costa, a golpes de granadas que
habrían de lanzar los guerrilleros del POUM, cuidadosamente adiestrados por
Hipólito Etchebéhère. Él los guiaba entre las ráfagas de ametralladora que
volaban de las torres. Una bala lo quebró como se quiebra un árbol herido por
el rayo.
—Sabes, me
dijo nuestra bella Abisinia tendiéndome un pañuelo tinto en su sangre, sonreía,
no parecía muerto. Guarda este pañuelo como una reliquia de santo: es su
sangre, yo le limpié los labios. La bala le partió el corazón, te digo que no
sufrió.
Mika
capitana
Muerto
Hipólito, Mika decide continuar combatiendo y pasa a ocupar en la columna del
POUM un rol cada vez más destacado. Por toda herencia, ha recibido su capote,
su pistola y su fusil, símbolos de su jefatura. De la compañera del jefe, pasa
a ser jefe ella misma. Una vez desplazadas las fuerzas de la columna a
Sigüenza, Mika entiende que “se terminó mi ocupación de casera de guerra. La
organización del cuartel no plantea problemas... Igual que los demás, monto
guardia en los cerros...” (M. Etchebéhère, 1976: 39).
La
experiencia de la guerra ha transformado a Mika, sorprendida, no ya de la
igualdad que ha conquistado frente a los varones de la columna, sino incluso
del ascendiente que tiene sobre ellos. Una noche, en Sigüenza, un miliciano que
debía ocupar su turno de centinela, duerme profundamente. Nadie puede
arrancarlo de su sueño. Mika lo agarra del pelo con la mano izquierda, lo
abofetea con la derecha. “El hombre se ha despertado. Me mira fijo un instante,
muy corto, se levanta, toma el fusil que le tiende el compañero y se marcha con
paso decidido al parapeto. Cuando vuelvo a acostarme, el pensamiento de lo que
acabo de hacer me impide dormir. ¿Por qué se ha dejado pegar ese hombre? ¿De
qué honduras ignoradas salió mi violencia?” (M. Etchebéhère, 1976: 63).
Emma Roca, a
sus 81 años —entonces una miliciana poumista de quince que luchará con Mika en
Atienza y en Sigüenza— aún hoy la recuerda con nitidez, “con su capote y su
fusil, y esos zapatos planos, y sus pantalones en plan de hombre...”
(testimonio al autor, Madrid, 10-1-2000). Sin embargo, la jefatura militar no
le cuadra bien. En primer lugar, su absoluta ajenidad a cualquier formación
militar, que debió disimular durante tres años. En segundo lugar, y mucho más
importante: la remuerden escrúpulos éticos, de esos que parecen no tener cabida
en una guerra (¿vamos a ajusticiar a los desertores?, ¿hemos de fusilar a estos
curas fachos?; ¿es realmente una infiltrada esta mujer?). Y, por último, y
fundamental: tiene una conciencia política de la realidad española que va más
allá del heroísmo, a menudo ingenuo, de los jóvenes milicianos y las
milicianas. En Sigüenza, ante las legítimas protestas de sus hombres, Mika debe
arengar: “Es aquí donde tenemos que combatir hasta el fin, resistir el mayor
tiempo posible, bloquear aquí a las tropas franquistas para impedir que vayan a
engrosar al ejército que pronto amenazará Madrid. Si nos fuéramos ahora los
otros diríamos que tenemos miedo. Los milicianos del POUM no son cobardes”.
Pero enseguida reflexiona: “Ya está, he soltado la palabra que siempre hace efecto
en España y me reprocho la demagogia fácil” (M. Etchebéhère, 1976: 44). Es que
Mika tiene la convicción que es una guerra perdida, de que no llegará la ayuda
militar de Madrid, de que el gobierno de la República lleva adelante, con
ineptitud política y militar, una guerra que no quiso y que no quiere. ¿Cómo
decir la verdad sin desmoralizar, cómo levantar la moral sin mentir? Otra vez
la conciencia trágica, el pesimismo de
la inteligencia y el optimismo de la voluntad. Y siempre, en los momentos
más difíciles, reaparece la imagen superyoica de Hipólito, la severidad con ese
toque irónico, que la ayuda a seguir adelante.
La columna
del POUM no sólo adquiere renombre por su valentía, sino también por haber
subvertido a su interior la división de géneros común en otras columnas y
regimientos. Para Mary Nash “incluso en los frentes existía un marcado grado de
división sexual del trabajo, ya que normalmente las mujeres realizaban las
labores de cocina, de lavandería, sanitarias, correo, de enlace y administrativas”
(Nash, 1999: 164). Es así que Nati y Manuela, dos jóvenes milicianas, deciden
abandonar el famoso Quinto Regimiento y trasladarse a la columna del POUM que
comanda Mika. “Soy de la columna Pasionaria, pero prefiero quedarme con
vosotros. Aquellos [los comunistas] nunca quisieron dar fusiles a las
muchachas. Sólo servíamos para lavar los platos y la ropa”. Hilario, un viejo
miliciano, se resiste. Nati implora que las acepten, aunque más no sea para
guisar y barrer. “Manuela se indigna: —Eso sí que no. He oído decir que en
vuestra columna las milicianas tenían los mismos derechos que los hombres, que
no lavaban ropa ni platos. Yo no he venido al frente para morir por la
revolución con un trapo de cocina en la mano” (M. Etchebehre, 1976: 56-57).
Mary Nash, tras comentar el episodio, observa: “Finalmente, Etchebéhère se las
ingenió para convencer a los hombres de que aceptaran una división igualitaria
de las tareas de la columna, pero indudablemente eso sólo se consiguió porque
la oficial al mando era una mujer con una conciencia feminista sumamente
excepcional en lo tocante a la igualdad de las mujeres” (Nash, 1999: 165).
Mika
participa, pues, activamente en la batalla de Sigüenza, donde una absurda orden
militar superior ordena a los milicianos refugiarse en la catedral. El
Comandante Martínez de Aragón quiere que las fuerzas republicanas repliquen el
ejemplo de resistencia “heroica” que los franquistas en el Alcázar de Toledo.
Pero este edificio tiene una estructura distinta y la artillería nacionalista
abre enormes boquetes en la catedral. Cientos de hombres y mujeres están
sitiados, cada vez menos esperanzados en la ayuda militar de Madrid que nunca
llega. ¿Morir resistiendo? ¿O intentar llegar vivos a Madrid para reclamar
ayuda? Algunos optan por salir en grupos durante la noche. Mika, con un grupo
de seis personas, logra romper el cerco y llegar a Madrid.
Luego de una
corta estancia en París, Mika se ve impelida a regresar. Los hombres del POUM
han formado dos compañías. Se confía a Mika el mando de la Segunda Compañía,
con el grado de capitán. Sus hombres ocuparán una trinchera en la Moncloa,
resistiendo constantes ataques y bombardeos. Luego relevarán a las fuerzas que
ocupan las trincheras de Pinar de Húmera, y finalmente son escogidos, con otras
unidades, para desalojar a los franquistas del Cerro del Aguila, ataque en el
que van a morir muchos milicianos del POUM. Debilitadas las filas militares
pomistas, Mika se integra como oficial dentro de la 14ª división, de
orientación cenetista, que comandan el anarquista Cipirano Mera. Combate aquí
hasta junio de 1938, cuando la CNT le encomienda instalarse en un hospital de
Madrid para ocuparse de tareas de formación y cultura. Serán los últimos meses
de la guerra.
Una
viejecita en las barricadas de París
El 28 de
marzo de 1939 los “nacionales” entran en Madrid. Mika debe esconderse, pero
continúa resistiendo. Detenida por una patrulla franquista, se asila durante
seis meses en un liceo francés, pues poseía pasaporte de ese país por ser viuda
de Etchebéhère. A causa de los reclamos interpuestos desde París por sus
camaradas ante el Ministerio de Asuntos Extranjeros, un auto del Consulado
francés en Madrid la deja, una vez traspuestos los Pirineos, en el puesto
fronterizo de Irún y poco tiempo después logra llegar a París. Pero ya no será
el París de la buhardilla de la rue Feuillantines: el poderoso movimiento
huelguístico ha sido derrotado unos meses antes. Los días del Frente Popular
están contados. En setiembre de 1939 Francia ingresará en la guerra, en marzo de
1940 caerá el gobierno Daladier. El 14 de junio de 1940 los alemanes ocupan
París.
Mika ha
vuelto a Buenos Aires en 1940. Es el reencuentro con los viejos amigos:
insurrexistas, chispistas, trotskistas. Luis Koiffman acaba de fundar un
semanario antifascista que alcanzará, durante siete años, cierta
gravitación: Argentina Libre. Allí Mika escribirá sobre la guerra
europea, pero también sobre la situación argentina. Entre todas, llama la
atención su crónica del desfile nacionalista del 1° de Mayo de 1943, que Mika
describe después de haber participado “desde adentro”: se ha “plantado de
escucha en el terreno enemigo. Cumplo quizás una guardia un poco absurda, un
poco inútil a lo largo de las columnas nazis, los oídos tensos, la mirada fija,
las manos increíblemente desarmadas” (M. Etchebéhère, 6-V-1943).
El frente
político-intelectual antifascista, a medida que avance el primer lustro de la
década, irá perdiendo su tonalidad social, ganará en colaboraciones
liberal-conservadoras, y devendrá, en 1945, un frente antiperonista. Su
ferviente antiperonismo, no obstante, no habría llevado a Mika tan lejos como
para aceptar la Unión Democrática. En un informe de 1955, se lamentará de que
las izquierdas se hubieran dejado robar diez años antes sus viejas banderas antiimperialistas
por las fuerzas “llamadas nacionalistas”, y que, bajo el gobierno de Perón la
oposición de izquierda “se comprometiera con los conservadores y los radicales
más corruptos en una acción conspirativa sin base obrera seria, cuyo centro
está, sobre todo, entre los exiliados de Montevideo y la Embajada de Estados
Unidos” (M. Etchebéhère, 1955: 2).
Su fidelidad
a las ideas revolucionarias no impidió que, en el marco del espíritu
antifascista de fines de los ’30 y primeros ’40 colaborase en Sur,
en un período en que la revista de Victoria Ocampo acababa de apoyar la causa
republicana española y ahora, durante la guerra, la causa aliada. Según algunos
testimonios, Victoria Ocampo llegó a apreciar a esta mujer tan distinta a ella,
mientras Mika trababa vínculos con algunos intelectuales franceses exiliados en
Argentina durante la guerra y cobijados por Sur, como el sociólogo
Roger Caillois o la fotógrafa Gisèlle Freund. Con todo, cuesta imaginar a la
que hasta hace poco fue capitana de la segunda compañía del POUM de tertulia
literaria en Villa Ocampo. Pero es cierto que fue Sur la que
abrió sus páginas a un avance de Mi guerra de España, un relato del
niño miliciano de su columna muerto a los quince años (M. Etchebéhère, 1944).
A los
44 años, esta revolucionaria nómade busca sus raíces, un lugar donde afincarse.
Fue a Alemania buscando la revolución y tuvo que huir tras el ascenso de
Hitler. Fue a España buscando la revolución y debió escapar cuando los
nacionales ganan la guerra. Fue a Francia buscando la libertad, y se encontró
con otra guerra y con la ocupación. Volvió a la Argentina y se encontró con el
golpe militar de 1943 y la irrupción del peronismo. No era lo mismo peronismo
que franquismo o que fascismo, lo sabía bien, pero aun así era ya demasiado
para ella. Y en un sentido era peor, por la virtual ausencia de una izquierda
revolucionaria argentina. Y es así que Mika vuelve a París a mediados de 1946,
empecinada en desoír la protesta de sus amigos argentinos e incluso de las
advertencias de los que vienen de la ciudad liberada.
Es el París
devastado por la guerra, el del desabastecimiento, el mercado negro, la
especulación, aquel que describirá a lo largo de una serie de crónicas en Sur (M.
Etchebéhère, 1946-1947). Pero es su París. Vuelta por un tiempo a la calle
Claude Bernard de sus días felices con Hipólito, vuelta a encontrarse con los
viejos amigos: Pierre Rimbert, René Lefeuvre, Katia Landau, que también había
ido a combatir a la guerra española, cuyo marido había sido asesinado por los stalinistas
mientras ella sufría la prisión de una “checa”. Y está Pavel Thaelman
(1901-1980), el oposicionista suizo que había combatido en la guerra civil
española y luego en la resistencia francesa. Y los Rosmer, que también regresan
a París en junio de 1946, después de años de exilio en los Estados Unidos.
“Encontrarán su casita en Perigny saqueada por los alemanes, sin libros, sin
piano, sin las viejas cómodas que tenían, todas, tapetes de manzanas olorosas.
Pero entre los tres volveremos a levantar la casa. Y veremos otra vez los
primeros narcisos en el bosque Senart en primavera, y la bruma tenue de I’le de
France en los atardeceres de otoño y el río verde y opaco corriendo al pie del
prado todos los días del año. ¿Comprenden ustedes ahora por qué quería yo tanto
volver a París” (Ibid.: 88).
Así será.
Volverán Alfred y Marguerite a Perigny, a aquella casa de campo que habían
prestado a Trotsky —a pesar de las diferencias políticas— para realizar el
congreso de fundación de la Cuarta Internacional, allá por setiembre de 1938. Y
también volverá allá Mika, cuyos trabajos como traductora le alcanza para
realizar ese sueño: comprar una parcela en Perigny, cerca de los Rosmer. Pero
reside en París, en el número 4 de la rue San Sulpice, en un departamento que le
ayuda a decorar su amigo, el artista vanguardista rioplatense Carmelo Arden
Quin. Se gana la vida traduciendo del francés al español.
Disfruta de
los paseos con los amigos, del cine, las galerías de arte, sin perder su pasión
por la política. Con sus viejos camaradas ha constituido el Cercle Zimmerwald,
nombre de la localidad suiza donde en 1915 se habían reunido los pocos
revolucionarios intransigentes que, derrumbada la Segunda Internacional, se
seguían pronunciando contra la guerra y por la revolución. Ni tampoco decayó su
interés por España: todos los días, además de Le Monde, lee el
diario español El País. A los 66 años, se suma a los estudiantes
durante las jornadas de Mayo del ’68: para sorpresa de los jóvenes, esta señora
mayor les ayuda a levantar barricadas con adoquines. Lastimadas las manos, va
en busca de un par de guantes para proseguir su labor cuando una patrulla
policial la encuentra e insiste en llevarla a su casa: “Madame, déjenos
acompañarla, puede ser peligroso”. Una década después, la encontramos
congregándose con otras personas en la Place du Panteon, avanzando por la rue
Rivoli, atravesando con una columna el Pont Neuf: es una marcha contra la
dictadura militar argentina que se desarrolla en París.
En 1976,
después de 40 años de contar su historia a múltiples interlocutores, de
recuperar recuerdos visitando viejos amigos, borronear cuadernos y avanzar
algunos relatos parciales, Mika publica en Francia sus memorias de los años de
miliciana: Ma guerre d'Espagne a moi. El libro es bien recibido por
la crítica, y la historia de Mika e Hipólito se reaviva. En 1987 aparecerá en
Madrid la versión española con el título Mi guerra de España. Les seguirán una edición catalana y otra alemana.
Muchos de
los viejos amigos se van, y llegan nuevos. Entre éstos, Simone Collinet, dueña
de una galería de arte surrealista. Fue Simone quien le hizo comprar a Mika una
obra rara, un “Picabia impresionista”. En su vejez lo convirtió en buen dinero
y le permitió pagarse su casa de retiro, pasando sus últimos años
confortablemente. Mika Feldman de Etchebéhère murió en París, su ciudad de
adopción, nonagenaria, el 7 de julio de 1992. En Le Monde del
11 de julio, su círculo de amigos más íntimos la despedía así: “Mika fue la
fidelidad, el coraje, la amistad, el rigor. Amaba París, los pájaros, los gatos
y las peonías”. Sus cenizas fueron arrojadas al Sena.
Referencias
bibliográficas
A.
Manuscritos
-Alba,
Víctor, carta al autor, fechada en Sitges (Barcelona), el 14 –XI-1999.
-Etchebéhère, Hipólito, cartas a un corresponsal argentino no identificado: Berlín, 31-I-1933 y París, 1°-VI-1933.
-Etchebéhère, Mika, “Hipólito Etchebéhère”, texto mecanografiado de una carta a un corresponsal argentino no identificado, s/f [c. 1973].
-Etchebéhère, Mika e Hipólito, correspondencia, Paris/Oise, 1935-1936. Archivo Mika Etchebehre, en CeDInCI.
-Etchebéhère, Mika e Hipólito, Cuadernos de apuntes tomados en Argentina, Alemania, Francia, España. Archivo Mika Etchebéhère, CeDInCI.
-Etchebéhère, Mika, correspondencia con Alfred y Margarite Rosmer en los años de la segunda guerra (cuando la pareja está exiliada en los EEUU). En el Archivo del Museo Social de París.
-Etchebéhère, Mika, Informe brindado en Cercle Zimmerwald, París, 18-XII-1955, mecanografiado, Archivo Mika Etchebéhère, CeDInCI.
-Massó March, Albert, carta a Andy Durgan, fechada en París, 20/11/1997.
-Etchebéhère, Hipólito, cartas a un corresponsal argentino no identificado: Berlín, 31-I-1933 y París, 1°-VI-1933.
-Etchebéhère, Mika, “Hipólito Etchebéhère”, texto mecanografiado de una carta a un corresponsal argentino no identificado, s/f [c. 1973].
-Etchebéhère, Mika e Hipólito, correspondencia, Paris/Oise, 1935-1936. Archivo Mika Etchebehre, en CeDInCI.
-Etchebéhère, Mika e Hipólito, Cuadernos de apuntes tomados en Argentina, Alemania, Francia, España. Archivo Mika Etchebéhère, CeDInCI.
-Etchebéhère, Mika, correspondencia con Alfred y Margarite Rosmer en los años de la segunda guerra (cuando la pareja está exiliada en los EEUU). En el Archivo del Museo Social de París.
-Etchebéhère, Mika, Informe brindado en Cercle Zimmerwald, París, 18-XII-1955, mecanografiado, Archivo Mika Etchebéhère, CeDInCI.
-Massó March, Albert, carta a Andy Durgan, fechada en París, 20/11/1997.
B.
Publicaciones Periódicas
-INSURREXIT.
Revista universitaria (Buenos Aires, nº 1: set. 8 1920; nº 12: nov.
1921).
-CUASIMODO. Revista decenal (Primera época: Panamá, nº 1 al 13: 1920; Buenos Aires, nº 14: abril 1921; nº 27: dic. 1921). Dir.: Julio R. Barcos/Nemesio Canale.
-LA CHISPA (Buenos Aires, nº 1: 30-I-1926; nº 87: 3-IX-1929). Sin indicación de director.
-ARGENTINA LIBRE (Buenos Aires, nº 1: marzo 7 1940; nº 296: oct. 2 1947). Dir: Luis Koiffman.
-SUR (Buenos Aires, 1931-1979). Directora: Victoria Ocampo.
-CUASIMODO. Revista decenal (Primera época: Panamá, nº 1 al 13: 1920; Buenos Aires, nº 14: abril 1921; nº 27: dic. 1921). Dir.: Julio R. Barcos/Nemesio Canale.
-LA CHISPA (Buenos Aires, nº 1: 30-I-1926; nº 87: 3-IX-1929). Sin indicación de director.
-ARGENTINA LIBRE (Buenos Aires, nº 1: marzo 7 1940; nº 296: oct. 2 1947). Dir: Luis Koiffman.
-SUR (Buenos Aires, 1931-1979). Directora: Victoria Ocampo.
C.
Fuentes Primarias (textos de época y testimonios posteriores de participantes
directos)
-Andrade,
Juan, “Ha muerto un gran camarada: Luis Hipólito Etchebéhère”, en La
Batalla. Órgano del POUM, nº 14, segunda época, martes 18 de agosto de
1936.
-Borges, Jorge Luis, “Las memorias de…”, en La Opinión. Segunda sección, 17-IX-1974.
-Comisión del CC del PCA, Esbozo de historia del Partido Comunista de la Argentina, Buenos Aires, Anteo, 1948.
-De Cabo, Francisco, “Mika Etchebéhère: una intelectual argentina en busca de la revolución”, en El POUM i la Problemática de la Dona, Barcelona, Fundació Andreu Nin, s/f [c. 1990].
-Etchebéhère, Hippolytte (Juan Rústico), 1933: La tragedie du proletariat allemand. Defaite sans combat, victoire sans peril, Paris, Spartarcus, 1981.
-Rústico, Juan [seud. de Hipólito Etchebéhère], “La tragedie du proletariat allemand”, en Masses, París, junio y julio 1933.
-Etchebéhère, Mika, “¡Mueran, mueran, mueran!...”, en Argentina Libre, n° 147, Buenos Aires, 6-V-1943.
-Etchebéhère, Mika, “El guerrillero niño”, en Sur, n° 121, Buenos Aires, noviembre 1944.
-“Itinerario de postguerra”, en Sur, n° 139 (may. 1946), 140(jun. 1946), 141(jul. 1946), 142(ag. 1946), 143 (set. 1946), 144 (oct. 1946), 145 (nov. 1946), 146 (dic. 1946), 150 (abr. 1947), 151 (may. 1947), Buenos Aires.
-Etchebéhère, Mika (1976), Mi guerra de España, Madrid, Plaza&Janés, 1987 (Ma guerre d'Espagne a moi, Paris, Denoël, 1976).
-Piñero, Francisco M., Cerca de los hombres. Escritos de..., Buenos Aires, Tor, 1923, pról. s/f [¿H. Etchebéhère?].
-S/f, “Hippolyte Etchébehère”, en La Commune. Hebdomadaire du PCI, n° 4, París, 4 déc. 1936.
-Solano, Wilebaldo, El POUM en la historia, Madrid, De la catarata, 1999.
-Borges, Jorge Luis, “Las memorias de…”, en La Opinión. Segunda sección, 17-IX-1974.
-Comisión del CC del PCA, Esbozo de historia del Partido Comunista de la Argentina, Buenos Aires, Anteo, 1948.
-De Cabo, Francisco, “Mika Etchebéhère: una intelectual argentina en busca de la revolución”, en El POUM i la Problemática de la Dona, Barcelona, Fundació Andreu Nin, s/f [c. 1990].
-Etchebéhère, Hippolytte (Juan Rústico), 1933: La tragedie du proletariat allemand. Defaite sans combat, victoire sans peril, Paris, Spartarcus, 1981.
-Rústico, Juan [seud. de Hipólito Etchebéhère], “La tragedie du proletariat allemand”, en Masses, París, junio y julio 1933.
-Etchebéhère, Mika, “¡Mueran, mueran, mueran!...”, en Argentina Libre, n° 147, Buenos Aires, 6-V-1943.
-Etchebéhère, Mika, “El guerrillero niño”, en Sur, n° 121, Buenos Aires, noviembre 1944.
-“Itinerario de postguerra”, en Sur, n° 139 (may. 1946), 140(jun. 1946), 141(jul. 1946), 142(ag. 1946), 143 (set. 1946), 144 (oct. 1946), 145 (nov. 1946), 146 (dic. 1946), 150 (abr. 1947), 151 (may. 1947), Buenos Aires.
-Etchebéhère, Mika (1976), Mi guerra de España, Madrid, Plaza&Janés, 1987 (Ma guerre d'Espagne a moi, Paris, Denoël, 1976).
-Piñero, Francisco M., Cerca de los hombres. Escritos de..., Buenos Aires, Tor, 1923, pról. s/f [¿H. Etchebéhère?].
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-Solano, Wilebaldo, El POUM en la historia, Madrid, De la catarata, 1999.
D.
Fuentes secundarias
-Broué,
Pierre, Histoire de l’Internationale Communiste. 1919-1943, Paris,
Fayard, 1997.
-Ciria/Santinetti, Los reformistas, Buenos Aires, Jorge Álvarez, 1968.
-Corbière, Emilio J., “Micaela Feldman. Murió una mujer de lucha”, en El Cronista Comercial, 23 de diciembre de 1992.
-Doeswijk, Andreas, Entre camaleones y cristalizados: los anarco-bolcheviques rioplatenses. 1917-1930, Tesis de doctorado, inédita, defendida en la UNICAMP, Campinas, Brasil, 1998.
-Goldar, Ernesto, Los argentinos y la guerra civil española, Buenos Aires, Contrapunto, 1986.
-Kurzman, Dan, Miracle of November. Madrid’s Epic Stand 1936, New York, Putnam, 1980.
-M. Martine, “Ma guerre d’Estpagne a moi..., de Mika Etchébehère”, en Revue Ecole Emancipée n° 14, 25/4/1976.
-Maitron, Jean (dir.), Dictionnaire biographique de mouvemente ouvrier française, Paris, Editions Ouvrieres, 1964-1993, voces “Etchebéhère, Hippolyte” y “Etchébehère, Mika”, redactadas por M. Bonnel y M. Dreyfuss.
-Nash, Mary, Rojas. Las mujeres republicanas en la Guerra Civil, Madrid, Taurus, 1999.
-Osorio, Olga, “Mika Etchebéhère, una argentina en Madrid”, en Crisis n°71, junio 1989; “Carta abierta a Mika Etchebéhère”, en Todo es Historia n° 272, febrero 1990.
-Portela, Luis, “Mika Etchebéhère, heroica y desconocida combatiente de nuestra guerra civil”, en Historia y vida, año XI, n° 119, Barcelona/Madrid, febrero 1978.
-S/f, “Mika Etchébehère”, en Le Monde, 11/7/1992.
-Sábato, Ernesto, Entre la sangre y el tiempo. Conversaciones con Carlos Catania, Buenos Aires, Seix-Barral, 1993.
— Sobre héroes y tumbas, Buenos Aires, Sudamericana, 1970.
-Tarcus, Horacio, “Insurrexit. Revista universitaria”, en Lote, n° 8, Venado Tuerto, dic. 1987.
-Ciria/Santinetti, Los reformistas, Buenos Aires, Jorge Álvarez, 1968.
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-Goldar, Ernesto, Los argentinos y la guerra civil española, Buenos Aires, Contrapunto, 1986.
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-M. Martine, “Ma guerre d’Estpagne a moi..., de Mika Etchébehère”, en Revue Ecole Emancipée n° 14, 25/4/1976.
-Maitron, Jean (dir.), Dictionnaire biographique de mouvemente ouvrier française, Paris, Editions Ouvrieres, 1964-1993, voces “Etchebéhère, Hippolyte” y “Etchébehère, Mika”, redactadas por M. Bonnel y M. Dreyfuss.
-Nash, Mary, Rojas. Las mujeres republicanas en la Guerra Civil, Madrid, Taurus, 1999.
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-S/f, “Mika Etchébehère”, en Le Monde, 11/7/1992.
-Sábato, Ernesto, Entre la sangre y el tiempo. Conversaciones con Carlos Catania, Buenos Aires, Seix-Barral, 1993.
— Sobre héroes y tumbas, Buenos Aires, Sudamericana, 1970.
-Tarcus, Horacio, “Insurrexit. Revista universitaria”, en Lote, n° 8, Venado Tuerto, dic. 1987.
E.
Material fotográfico
Album
fotográfico de Hipólito y Mika Etchebéhère. Archivo Mika Etchebéhère, en
el CeDInCI.
Agradecimientos
Juan José
Sebreli me habló por primera vez de esta historia, a mediados de los ’90,
cuando descubrí entre sus papeles la carta de Mika de 1973. El paso siguiente
fue conseguir Insurrexit, de la cual Emilio Corbière y Fernando
Rodríguez me facilitaron copias invalorables. La historia comenzaba a armarse,
pero me quedaban muchos puntos oscuros. Y me resistí a una publicación parcial
con la intuición de que en algún lugar de Madrid, Barcelona o París podría
haberse preservado el archivo de Mika. ¿Pero en manos de quiénes: amigos,
albaceas, un centro de documentación? ¿Cómo saberlo? Me orientó en la búsqueda
el antiguo poumista Víctor
Alba (carta al autor del
14–XI-1999), que no conoció personalmente a Mika e Hipólito, pero me dio
nombres de algunos viejos militantes que podrían haberlos conocido. Fui
entonces consciente de que la pesquisa debía seguirse con paso firme en España
y Francia. Una vez en Madrid, a principios de enero de este año, el amigo
Daniel Pereyra me contactó con Lucía y Jaime Pastor, quienes me ayudaron en mis
pistas y me dieron otras buscando en su biblioteca, entre los papeles del
archivo de Juan Andrade y en su libreta de direcciones. De ella emergió una
tarde Emma Roca, quien me dio su vívido testimonio de la guerra, de Hipólito y
de Mika, y me facilitó las cartas de Hipólito sobre Alemania. Jaime también me
condujo hacia el historiador José Gutiérrez Álvarez en Barcelona; éste, por su
parte, me dio los datos de la esposa e hijo de Francisco de Cabo, y ellos, a su
vez, el contacto con el historiador del trotskismo español Pelai Pagés, quien a
su vez me contactó con un viejo poumista, Albert Massó, residente en París.
Albert y Martine, su compañera francesa, me condujeron a la casa de Ded
Dinouard y Guy Prévan, depositarios del archivo de Mika. Sí, existía. El mismo
día que debía partir de París, me encontré de pronto en su casa con las cartas,
los cuadernos de apuntes, las fotografías que había buscado todos estos años. A
Martine debo también la amabilidad de haberme hecho las primeras fotocopias, a
Ded y Guy la disposición para conversar conmigo, abrirme el archivo de Mika y
enviarme copias de algunas de las fotos que ilustran esta nota. Al amigo Dardo
Scavino le debo la gestión para copiar el resto del archivo de manuscritos
inéditos en París. Helios Prieto y su esposa Lina, en Barcelona, también me
ayudaron en la búsqueda; Alma Idiart me envió copia desde Estados Unidos del
libro de Dan Kurzman, y Guillermo Korn no dejó de acercarme nuevos documentos.
Durante enero del 2000 consulté abundante documentación en diversas
instituciones, cuya generosidad quiero destacar: el IISG de Amsterdam., la
Fundación Pablo Iglesias de Madrid y la Fundación Andreu Nin. Last but
not least, le debo a Ana no sólo las lecturas, las correcciones, las
sugerencias y las reflexiones sobre este trabajo, sino este maravilloso enero
madrileño que lo hizo posible.
Notas
(1) El joven Borges, según su propio testimonio, “todavía era
anarquista, librepensador y pacifista”. El libro que destruyó antes de volver
de España en 1921se llamaría Los salmos rojos o Los ritmos rojos, “una
colección de poemas —quizás veinte— de alabanza a la Revolución Rusa, de la fraternidad
y del pacifismo” (Borges, 1974: 9). El testimonio de Nalé está en Borrador de
memorias, Buenos Aires, Plus Ultra, 1978, espec. pp. 20-22.
(2) Algunas
de las tensiones que los recorren a menudo los dividen entre: libertarios vs.
autoritarios, comunistas vs. trotskistas, trotskistas ortodoxos vs. poumistas
(partidarios del POUM español), pro-liberación nacional vs. anti-liberación
nacional, entristas vs. antientristas, defensistas (de la URSS en tanto Estado
Obrero ante agresiones capitalistas) vs.antidefensistas (la URSS, indefendible,
devino otra forma de explotación y opresión social).
(3) Un ejemplo puede encontrarse en la Izquierda Comunista
Argentina, el primer núcleo de oposición trotskista escindido en 1929 de las
filas del PC de la Región Argentina, dirigido por J. Penelón. Constituída
enteramente por trabajadores manuales, la llegada de un obrero intelectualizado
como Pedro Milesi no tardó en generar el primer conflicto interno. Otro ejemplo
de este antiintelectualismo, casi paradigmático, lo ofrece el tranviario
trotskista de origen yugoeslavo Miguel Medunich Orza, autor de unas memorias
desencantadas cuyo título habla por sí mismo: Los intelectuales de
izquierda vistos por un obrero, Buenos Aires, Astral, 1970.
(4) Las
corrientes trotskistas nacidas en los años ’40 (morenismo, posadismo,
“izquierda nacional”), no sólo ignoraron la experiencia de esta generación,
sino que se instituyeran como un trotskismo “político”, “proletario”,
“efectivo”, en contraposición al supuesto trotskimo “literario” y “diletante”
de los ‘30. La historiografía del trotskismo, que no ha alcanzado hasta hoy en
la Argentina un rango crítico, repite la historia mítica generada por las
respectivas corrientes, que ignoraron, cuando no despreciaron los esfuerzos de
estos hombres y mujeres. Osvaldo Coggiola (Historia del trotskismo argentino,
Buenos Aires, CEAL, 1985) reitera, apenas corregido, el juicio lapidario con
que en los años ’30 y ’40 los sentenció Liborio Justo, uno de sus exponentes.
Ernesto González y colaboradores (El trotskismo obrero e internacionalista en
la Argentina, Buenos Aires, Antídoto, 1995, t. 1) se limitan en el capítulo
correspondiente a ilustrar la frase fundacional con que el líder de su
corriente, Nahuel Moreno, marcaba el antes y el después entre el trotskismo
previo y el que nacía con él: “el trotskismo de aquellos años era una fiesta”
(p. 78). En mi libro sobre la generación del ’17 mostraré la enorme ceguera y
mezquindad de estas evaluaciones, destacando los aportes político-teóricos notables
de esta generación, su meritoria contribución a la difusión de la cultura
socialista y marxista críticas, así como sus fracasados pero abnegados intentos
político-organizativos. Insistamos que todo esto fue realizado en momentos de
reflujo social, de crisis política, de grave desorientación, de represión, esto
es, de gravísimo riesgo histórico, en un momento — como diría Benjamin— de
peligro. Los ’30, en la Argentina, no tuvieron nada de fiesta. Parte de esta
reparación histórica la adelanté en un subcapítulo de El marxismo olvidado en
la Argentina (El Cielo por Asalto, 1996). V. tb: J.J. Sebreli, “El pensamiento
perdido: H. Raurich”, en Escritos sobre escritos, ciudades bajo ciudades,
Buenos Aires, Sudamericana, 1997; Jordán Oriolo, Antiesbozo de historia del
Partido Comunista, Buenos Aires, CEAL, 1994, 2 vols.
(5) El trabajo más documentado de historia del movimiento
estudiantil en la Argentina (A. Ciria/H. Sanguinetti, Los reformistas, Buenos
Aires, J. Alvarez, 1968) menciona brevemente al grupo Insurrexit, reconociendo
que la bibliografía al respecto “es escasa”. Pero atribuye al primer Insurrexit
figuras del segundo (como Angel Hurtado de Mendoza y Paulino González Alberdi).
(6) En
los años 70, el poeta y crítico Eduardo González Lanuza, por entonces
colaborador habitual de Sur y La Nación, se negó rotundamente a recordar esa
experiencia ante los requerimientos de Emilio Corbière. Poca gracia le habrá
hecho el soneto recordatorio de Enrique Espinoza: “En el año veintitantos tus
donaires/ primeros conocí en la extrema izquierda./ ¿Quién del grupo Insurrexit
hoy se acuerda/ dentro y fuera de nuestro Buenos Aires?[...] Tú, González
Lanuza en Sur ahora,/por Gandhi a lo pacífico inclinado,/el insurrecto no eres
ya de otrora...”. Enrique Espinoza (Samuel Glusberg), La noria, Buenos Aires,
Losada, 1962: 20.
(7) En
Europa, ella misma trocará la grafía de su nombre Mica, por Mika. A ello se
debe que cuando cito de fuentes argentinas transcriba literalmente “Mica” y
cuando cito fuentes europeas transcribo “Mika”. Lo mismo vale para Etchebéhère,
que en Europa recupera sus tildes: Etchebéhère.
(8) Jorge Luis Borges, “Rusia” y “Guardia roja”, en Cuasimodo. Revista
decenal, n° 27, Buenos Aires, diciembre de 1921.
(10) Cuatro
décadas después, el novelista de Sobre héroes y tumbas recreará aquel clima
parisino y hasta incluirá como personaje a un Etchebéhère, “trotskista
argentino”, que encontrará la muerte “un un tanque” (sic) durante la guerra
civil española (Sábato, 1970: 412).
(11) V. en
las páginas siguientes [de El Rodaballo nº 11/12], el
testimonio directo de Eugenio Granell sobre la muerte de Hipólito, en la
entrevista de Ana Longoni.
Edición
digital de la Fundación Andreu Nin, enero 2004
Mika e
Hipólito Etchebèhére
Kurt y Katia Landau, una historia para no olvidar
Mika, el POUM y el trotskismo. Una respuesta a Elsa Osorio
La mujer
ante la revolución (Secretariado Femenino del POUM) 1937
Katia Landau
quien fue el principal autor de su folleto más elaborado, "Las Mujeres En
La Revolución" (1937).”
Katia
Landau. Los verdugos de la Revolución española (1937-1938). Estalinismo en
España (1938) y documentos complementarios.
Kurt Landau
La Revolución Española de 1936 y la Revolución Alemana de 1918-1919
Mika, el
POUM y el trotskismo. Una respuesta a Elsa Osorio
Brigadistas
Las eternas olvidadas
Mary Low
(1912-2007) “poeta surrealista trotskista y revolucionaria”
Mika
Etchebéhère (1902-1992) “La Capitana”
Mika
Etchebéhère, una revolucionaria al mando de milicianos
25 años
de la muerte de Mika Etchebéhère, la militante argentina que llegó a capitanear
una milicia del POUM
La
capitana Mika sale del olvido
[Libro] Mi guerra
de España. Mika Etchebéhére
Reseña de
"Mi guerra de España, testimonio de una miliciana al mando de una columna
del POUM"
Explorando
la historia de Mika Etchebéhère (I)
29-05-2012
Reseña de "La capitana" de Elsa Osorio
Explorando
la historia de Mika Etchebéhère (y II)
30-05-2012
‘Mika, mi
guerra de España’, documental sobre una capitana
Mika, mi
guerra de España
Mary Low y Juan Breá. (Red Spanish notebook) Cuaderno rojo español. Los
primeros seis meses de la revolución y la guerra civil 1937
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