LA SEDE
DEL CE DEL POUM, DE SU SECRETARIADO FEMENINO Y DE RADIO POUM
“Katia
Landau quien fue el principal autor de su folleto más elaborado, "Las
Mujeres En La Revolución" (1937).”
María
Teresa García Banús, una revolucionaria en la sombra
Pepe
Gutiérrez
“Su ideario
quedará perfectamente plasmado en el folleto La mujer ante la revolución que, aunque redactado
finalmente por Katia Landau, fue el producto de arduas discusiones en el
Secretariado.”
El secretariado Femenino del POUM no era una sección del partido a la
cual se afiliaran las mujeres, sino que tenía por misión estudiar los problemas
de la mujer y proponerles solución, así como fomentar en las mujeres obreras la
conciencia de esos problemas y de que no se resolvería más que mediante el
socialismo. Este era el criterio predominante entonces y el que se refleja en
este folleto, que es, en cierto modo, como la síntesis de los puntos de vista
del POUM sobre la cuestión. El Secretario Femenino público algunos otros
folletos- de la Kollontai, por ejemplo- y el libro de August Bebel La mujer en el pasado y el porvenir. El presente folleto apareció en 1937 publicado por la Editorial
Marxista. Lo escribió María Teresa Andrade en colaboración con otros miembros
del Secretariado.
Alejandra
Kollontai. Extractos de: Los fundamentos sociales de la cuestión femenina
Traducida por María Teresa García Banús en 1931
Los seis
meses transcurridos desde que estalló nuestra revolución ofrecen una página de
gloria única en la historia del movimiento revolucionario femenino. El gran
momento histórico no encontró desprevenida a la mujer trabajadora española. Con
energía, abnegación y heroísmo ha contribuido en la lucha desde los primeros
momentos, dándose perfecta cuenta de que lo que estaba en juego era su propia
existencia. La hemos visto luchando en Barcelona y en Madrid- y no sólo en
estas dos ciudades- empuñando las armas. Centenares de mujeres se han alistado
en las milicias obreras desde el primer día de la revolución, y han demostrado
en el frente el mismo valor, la misma resistencia que sus compañeros de
explotación.
Respecto al
papel desempeñado por las mujer proletaria en la retaguardia, es preciso una
recopilación de hechos si queremos hacerla justicia en el conjunto de la
historia de la revolución. Creemos poder afirmar que sin la ayuda de las
mujeres sería imposible poder sostener una guerra tan larga, que siempre exige
muchas víctimas e impone restricciones; estaría condenada al fracaso. Una
actitud pasiva por su parte, no ya hostil, frente a esta guerra hubiera no sólo
desmoralizado a la retaguardia, sino también debilitado la moral en las
trincheras. No; el combatiente revolucionario no ha de temer que las mujeres se
quejen y se lamenten en casa. Y si faltaran pruebas de esta ejemplar actitud de
la trabajadora española en la lucha, las ha dado sobradamente Madrid. Todos los
que han vivido las luchas de nuestra capital son testigo de ello. No se han
visto lágrimas ni desesperación, pero si puños cerrados; no se han oído quejas,
y sí maldiciones contra el fascismo que asesina a nuestros hombres y a nuestros
hermanos y no retrocede ante la fría y premeditada matanza de niños indefensos.
Sí, fría y premeditada. Las bombas fascistas, que han destrozado a los niños
madrileños, tenían por objeto acobardar a sus madres, y con ello romper la
férrea resistencia de Madrid. Pero Madrid resiste, con la ayuda de la moral
inquebrantable de la madre proletaria,
en la que la ayuda de la moral inquebrantable revolucionaria.
Repetida
veces e incansablemente ha señalado Lenin el decisivo papel de la mujer en la
lucha de la clase trabajadora por su libertad. En todos sus discursos y
trabajos teóricos repite siempre su pensamiento de que no puede haber
movimiento de masas sin la mujer, de
que la victoria final no es segura sin la participación de la mujer, de que la
estructuración del Socialismo no puede conseguir sin una colaboración activa de
la mujer. Claramente, y sin dejar lugar a dudas, Lenin nos ha dicho que la
realización del socialismo depende en igual proporción de la mujer que el
hombre trabajador, pues si el capitalismo representa la explotación y opresión
de nuestra clase, de la clase trabajadora, supone doble explotación y opresión para la mujer trabajadora.
Hemos
entrado en nuestro país en una etapa decisiva en esta lucha. Debemos, en todo
momento, darnos perfecta cuenta de que
la actual contienda sólo puede terminar con nuestra victoria o con nuestro
aplastamiento. ¿Dónde está nuestro puesto, dónde está el puesto de la
trabajadora? En todas partes donde se trabaje y se luche por nuestra
revolución: en los sindicatos, en los partidos políticos, en los comités, en la
administración y gobernación de nuestro país. Quizá muchas vacilen en hacer su
aparición en la vida pública, dominadas por el
prejuicio de que la política es <<cosas de hombre>>. Pero pronto aprenderán que ya no hay
<<cosas de hombres>>,
sino una cosa común, para cuya realización la inteligencia y energía de las
mujeres han de ser de inestimable valor.
Esto no
quiere decir que los deberes reales del hombre y de la mujer sean siempre
idénticos. Si lo fuesen, la cuestión de la instrucción militar de la mujer y su
movilización en los frentes tendría que constituir el problema central. En
principio, no hay inconveniente para el reclutamiento de la mujer en el
servicio militar; al contrario, su instrucción militar es de absoluta
necesidad. Nuestro partido, teniendo en cuenta esta circunstancia, cuida, parte
de la formación política, de la instrucción militar de sus militantes
femeninos. Sin embargo, no creemos que el puesto de la mujer está ante todo en
el frente, pudiendo ofrecer a la revolución servicios mucho más útiles en la
retaguardia. Grandes son sus deberes, y no sólo de carácter militar. (Decimos
esto para nuestras compañeras jóvenes, que a menudo se inclinan a menospreciar
la labor silenciosa en la retaguardia.) Esta guerra tan prolongada es una de
las más serias amenazas para nuestra economía. No sólo se trata de mantener
ésta en marcha, sino hay que ayudar a la transformación de las normas de la
economía capitalista, ya superadas, en una nueva estructuración a su
disposición con la nueva sociedad le concede no sólo la igualdad económica y
social respecto al hombre, sino la definitiva igualdad de derechos de ambos
sexos.
···
Sabemos de
sobra lo que para nosotras, mujeres, ha significado el capitalismo: opresión y
esclavitud desde hace siglos. Excluidas de muchas profesiones, obstaculizadas
en nuestro desarrollo espiritual, desterradas de la vida política, el sistema
capitalista ha tratado de aislarnos como seres inferiores. Al entrar en la vida
económica sólo hemos representado- inconscientemente- un papel reaccionario. ¿No
se os ha metido siempre en la cabeza la idea de que nuestra capacidad es
inferior a la de los hombres? Así ha ocurrido que sin apenas darnos cuenta
hemos llegado a ser las <<saboteadoras
de jornales>> en las industrias, trabajando por la mitad del jornal
de los hombres. Aparte de la carga que representa nuestro trabajo en el taller
o en la fábrica, generalmente muy duro, nos teníamos que cuidar de las faenas
de la casa y de la educación de nuestros hijos, robándonos todo momento libre,
privándonos de la posibilidad de vivir nuestra propia vida; todo esto lo hemos
estimados injusto, pero lo hemos soportado. El capitalismo no nos ha echado
brutalmente la verdad en cara, no nos ha dicho: <<Debéis vivir como mejor conviene a mis intereses>>, sino que
nos ha enviado sus servidores más astutos y más peligrosos, sus instrumentos
más fieles: el Clero. Y éste nos ha dicho; <<La mujer debe servir al hombre>> y “La
mujer debe tener todos los hijos que pueda”. Pero no dice que es para que
el Estado capitalista tenga bastantes soldados, sino porque<<Los hijos son la bendición de Dios>>,
<<La mujer no ha de buscar nada en
la política y en la vida pública>>, <<La mujer pertenece a la familia>>, etc.
En esta
forma hemos vivido durante siglos, fieles a las enseñanzas de la Iglesia
católica, en humildad, obediencia y resignación, traicionando nuestra propia
vida nuestra emancipación, hasta que el movimiento socialista nos ha señalado
el camino.
···
Nuestra
revolución, en sus comienzos, ha devuelto bien por mucho mal y en principio ha
indicado el camino para la obtención de la igualdad de derechos de la mujer en
lo económico, lo social y lo político. Pero se han de vencer muchos prejuicios
profundamente arraigados, y aún no estamos nosotras mismas de acuerdo sobre lo
que la nueva sociedad nos pueda dar y lo que hemos de exigir. Todavía no
creemos del todo en nuestra igualdad de capacidad, en nuestra igualdad de
derechos. La opresión que data de siglos la llevamos aún en la masa de la
sangre y ni siquiera la mejor legislación nos liberará de ella del día a la
mañana. La igualdad de derechos tampoco nos la puede regalar el socialismo.
Sólo nos puede dar toda clase de posibilidades para conquistarla con nuestra
obra, tomando parte en la responsabilidad de la vida social y en su formación.
No equivocaremos, cometeremos faltas; en el proceso del trabajo aprenderemos y
nos desenvolveremos.
Una mujer
engranada en el proceso económico, una obrera en la fábrica, una empleada no
querrá y no será ya una <<saboteadora
de sueldos>>. Su primera y máxima exigencia será <<Sueldo
igual para trabajo igual>>.
La
realización de este principio cambiará fundamentalmente, las relaciones entre
el trabajador y la trabajadora- ¿No ha ocurrido mil veces que el obrero ha
visto en la obrera una competencia molesta y con este motivo ha levantado su
protesta: <<Fuera competencia>>,
sin darse cuenta de que no es la baratura de la mano de obra femenina la
causante de su miseria y del paro forzoso, sino únicamente el sistema de
explotación capitalista?
Pero aún
hemos de ir más allá en nuestras pretensiones económicas respecto a la igualdad
de sueldos: debemos participar con la máxima actividad en la vida interior y en
la organización de nuestra industria; debemos participar en la responsabilidad;
debemos entrar en las corporaciones, en los comités de fábrica. Cuando ya no
veamos la obra solamente desde nuestro puesto de trabajo, sino desde dentro del
organismo vivo, con todas sus debilidades, defectos y posibilidades se nos abrirán horizontes insospechados. Ya no
se trata hoy de conquistar del patrono la más pequeña mejora, no; la industria
nos pertenece a todos, a la clase trabajadora entera. Nos sentimos con todo
derecho, sobre todo en la gran
industria, los dueños de la misma. Pero para conseguir esto realmente es
absolutamente necesario empujar nuestra revolución hasta el fin, hasta que todas
las fábricas sean socializadas, hasta la formación de un gobierno obrero
socialista responsable, salido de nuestras organizaciones.
Pero
objetarán muchas mujeres que también en la nueva sociedad será el hombre en
comparación con nosotras un ser preferido. Quizá sean iguales las condiciones
de trabajo y de sueldo en la industria, pero mientras el hombre puede disponer
libremente de su tiempo cuando sale del trabajo nosotras tendremos que ir
corriendo a casa, preocupadas por si les ha ocurrido algo a los hijos- que se
han quedado solos, sin vigilancia alguna-. Y en las pocas horas libres, ante de
acostarnos, horas que serían tan necesaria para reponernos de las fatigas de un
día de trabajo muy duro, de recobrar nuevas energías, tendremos que guisar, lavar
y coser. Los domingos y días de fiesta serán cortos para atender a yodas
nuestras obligaciones.
¿Será esto
siempre así?, nos preguntamos; ¿será esto siempre así, porque siempre lo fue
desde siglos?
Tomemos,
como ejemplo, una industria cualquier socializada. Dirección, empleados,
obreros, todos igualmente retribuidos socialmente, todos compañeros de trabajo.
Llega el descanso de mediodía y los cincuenta, cien o más camaradas se
precipitan en busca del tranvía, autobús o metro. Y no son sólo ellos; millones
y centenares de millones de obreros en todas las ciudades del mundo corren a
casa, se tragan la comida apresuradamente para volver al trabajo, con el
estómago más comida apresuradamente para volver al trabajo, con el estómago más
o menos lleno, pero no descansados. ¿No podrían todos los que trabajan
colectivamente sentarse juntos a la mesa y cenar a comer con toda tranquilidad?
Hagamos, pues, el ensayo. Toda mujer de su casa sabe por experiencia que tiene
más cuenta guisar para diez personas que para dos. ¿No resultaría practico, y
materialmente posible, la instalación de cocinas y comedores en las
colectividades?
Pero, dirán
las madres, ¿Qué será de los hijos? No podemos dejarlos abandonados durante
todo el día y sin comida. No, compañeras; con esta vergüenza de la sociedad
capitalista, con esa necesidad de que los hijos de los proletarios tenga y
peligrosas para la salud, acabaremos cuanto antes.
Si la
industria donde trabajamos es importante, fundemos una guardería de niños,
donde nuestra prole esté bien atendida, en higiénicas y soleadas salas.
Una vez
libres de las obligaciones y preocupaciones más pesadas, podremos pensar en
vivir nuestra vida; veremos que no somos sólo máquinas de <<trabajar y parir>>, como nos lo
han predicado durante siglos, sino seres humanos que quieren trabajar, alegres
de poseer una inteligencia ávida de aprender y de saber que tenemos un cuerpo
que necesita sol. Libertad y movimiento. Cuando más nos liberemos de la
superstición y de los prejuicios, cuanto más nos alejemos del ideal de la buena
católica que <<sufriendo y callando>>
lo soporta todo, mejores compañeras seremos de nuestros hombres.
Es casi
seguro que no podremos conseguir una gran parte de nuestras ambiciones
inmediatamente, en unos cuantos días o semanas. Retrasaremos su realización y
la dificultaremos en parte, si no nos decidimos a participar activamente en la
responsabilidad, ya sea en los comités regionales o, en una palabra, en todos
aquellos sitios donde se decide nuestra suerte y la de las nuevas formas de
vida de nuestra clase. Las compañeras mejores y más capacitadas serán nuestra
delegadas y ellas representarán nuestro criterio en todas las cuestiones; en
las cuestiones especiales nuestras y en la generales, en aquellas tales como la
de dar entada a la mujer en cualquier oficio siempre que no sea nocivo para el
organismo femenino, como aquellas otras pretensiones más sencillas y más lógicas
sobre la máxima higiene y mayor protección para la mujer y el niño.
No queremos
permanecer aisladas y ejercer una crítica estéril. No; queremos ayudar en la
obra con todas nuestras energías y nos sentiremos orgullosas de haber
contribuido a establecer una vida mejor, con más justicia y dignidad.
···
Dediquemos ahora unas cuantas líneas
a una categoría de mujeres que trabajan, pero cuya vida y condiciones de
trabajo son una monstruosidad, indigna de nuestra revolución: la servidumbre
doméstica.
En
condiciones parecidas a la posición económica y social del campesino, la clase
mencionada ha estado sometida hasta hoy a la explotación, sin defensa alguna,
particularmente en pequeñas empresas y casas particulares. ¿Cuánto empieza y
cuándo termina la jornada de trabajo de la servidumbre? Esto depende totalmente
de la buena voluntad, es decir, de la
arbitrariedad del patrono.
La
organización sindical de toda la servidumbre, las bases de trabajo, hacen que
las mujeres que trabajan en hoteles y pensiones. Pero, aun así, una gran parte
de las mujeres que trabajan en el servicio doméstico quedará en una situación
de esclavitud. Si la sirvienta se ha de enfrentar individualmente con su
patrono, para hacer valer sus legítimos y justificados derechos, solo en
contactos casos podrá conseguir algo y seguirá dependiendo del sentido social
más o menos atrasado del patrono. Difícilmente se dará cuenta individualmente
de lo que puede conseguir en estos momentos.
Solo con el
ingreso en su sindicato puede la mujer, en primer lugar, informarse de su
posición social, darse cuenta de que no se encuentra aislada, de que pertenece
a una clase potente, que está en la lucha contra la alta sociedad contra su explotación y su injusticia; una clase
que representa también sus intereses, los intereses de la servidumbre. Entonces
dará el gran paso; dejará de ser la criada para convertirse en
<<empleada>>. Su lucha no será fácil, a causa de la convicción,
profundamente arraigada de que <<el trabajo de casa>> no es trabajo
de fábrica, es decir, que no es posible fijar horas de trabajo, ni menos
reducirlas sensiblemente. La lucha obligatoria y natural de disponer de una
habitación propia encontrará mucha resistencia. ¿No es primordial, para toda
persona mayor, el poseer una habitación propia (un espacio donde pueda vivir,
no una jaula sin ventanas) para dar el primer paso hacia la existencia humana e
independiente? Las bases de sueldo, de horas de trabajo y tiempo libre,
permisos y vivienda propia, son las consignas por las cuales deberá luchar la
sirvienta sindicada, y alistándose así al gran combate por la libertad del
proletariado.
Hemos hablado de la
situación de la mujer en el sistema capitalista dentro de la ciudad. La situación de la pequeña propietaria
campesina es mil veces peor. Las costumbres patriarcales del campo abren las
puertas de par en par a la explotación. Con el pretexto de que las condiciones
propias del trabajo de campo lo exigen, su jornada no tiene límites. La pequeña
propietaria, aunque no con la misma esclavitud medieval, no vive en condiciones
mucho mejores que la obrera campesina. Se puede afirmar, sin vacilación, que la
mayor parte del trabajo total lo lleva sobre sus hombros, Ella es la primera en
levantarse y cuando se despiertan el marido y los hijos, ha hecho ya infinidad
de faenas; hay que limpiar las cuadras, dar de comer al ganado, y muchos otros
trabajos que parecen insignificantes, pero necesarios aún en las haciendas más
pequeñas, realizados sin comodidad alguna y teniendo que ir a la fuente por
cada litro de agua. El cuidado de la casa, y la crianza y educación de los
hijos, son lo menos de sus numerosos deberes. Incluso hasta para dar a luz
tiene que arreglárselas lo más rápidamente posible y sin llamar la atención. Un
par de días de cama, y en seguida vuelta al más pesado de los trabajos, al más
perjudicial para la salud. ¿Quién puede extrañarse de que estas mujeres se
marchiten y envejezcan prematuramente?
Viven así una vida
de trabajo, careciendo de todas las diversiones y placeres que la ciudad ofrece
a la trabajadora, aunque en reducida proporción. Su única distracción, hasta la
revolución, era la visita dominical a la iglesia, a su único consejero
espiritual y moral: el cura.
Una sociedad que,
por un lado, permite la gigantesca acumulación de suelo y tierra, reduciendo al
campesino a esclavo de los latifundistas, y que por otro fracciona la tierra de
tal forma que huerto y campo no pueden cubrir las necesidades de la familia del
pequeño propietario, pretende también impedir toda posibilidad de cambio de este
estado de cosas. Pero a los latifundistas los hemos mandado al diablo y detrás
de ellos a los curas acaparadores del alma. La tierra nos pertenece, lo mismo
que las fábricas. La revolución agraria está en marcha, pero tendrá que
resolver distinto problema en Cataluña, donde domina la pequeña propiedad, que
en el resto de España, aunque los principios y los fines sean los mismos. A
pesar de que deje de existir la propiedad privada del suelo y de la tierra, la
revolución quiere respetar la pequeña propiedad, siempre que sea explotada por
la mano de obra de la misma familia campesina. Así mismo se quedará el
arrendatario con la tierra cultivada por él. Pero lo mismo que no podemos
introducir el artesanado en la industria moderna, no debemos parcelar la gran propiedad
que dispone de maquinaria moderna.
Si la reforma
agraria cambiara profundamente la situación del pequeño propietario, la
colectividad revolucionaria modificará de raíz toda idea de cultivo individual.
A parte de grandes ventajas económicas del cultivo colectivo de las tierras, la
colectividad transformará la vida espiritual y cultural del pueblo; las
técnicas modernas harán su entrada en el pueblo y cambiaría fundamentalmente el
sistema de cultivo. Y cuando el campesino de la colectividad trabaje 8 horas
igual que el trabajador de la industria, la jornada de la mujer ya no será de
14 o 16 horas.
Entonces se hará
indispensable la colaboración de la mujer en la colectividad, en la cooperativa
dirigente, y llegará incluso más allá de los límites del pueblo. Libre de las
cadenas de trabajo que hacían estériles su energía creadora, podrá por primera
vez desenvolver su vida personal dentro del marco de la comunidad. Su hijo no
trabajará ya desde la edad temprana en las labores del campo. Cuando en la colectividad
se reúna un número suficiente de niños para la organización de una escuela
propia, las madres harán todo cuanto dependa de su fuerza para ahorrar a sus
hijos una larga caminata hasta la escuela, sufriendo a menudo por el vendaval y
la tormenta. Donde esto no ocurra, se organizará un servicio de autocar, que
recogerá a los alumnos por la mañana para devolverlo a sus hogares por la
tarde. Pronto dejarán de ser algo raro en las colectividades las guarderías de
niños, incluso de pecho. Y cuando la colectividad tenga un Club Rojo de
Campesinos, con una pequeña biblioteca y radio, con un teatro proletario, donde
se de conferencias incluso de enseñanzas, entonces se preguntará la trabajadora
del campo: ¿Hay todavía alguna que eche de menos el paseo dominical a la
iglesia para oír misa y el sermón del cura? Y todas contestarán con risa:
<<Nuestra colectividad no es quizás
un paraíso y aún hay trabajo de sobra, pero lo preferimos a las promeses de
"otro mundo mejor" del cura>>. A lo que podremos decirle
<<no os hemos prometido nunca el
paraíso; solo menos trabajo, más alegría en la vida y esto sí que se puede
cumplir>>.
···
Pero dejando a un
lado a la mujer que trabaja en la ciudad y en el campo, no debemos olvidar a
las mujeres pequeñas burguesas y
propietarias que no tienen un oficio determinado o no lo ejercen por una u
otras causas: Las llamadas tan bonitamente <<mujeres de la casa>>,
que se cuida solamente de las tareas domésticas.
Cuando estas
mujeres se le pregunta: << ¿Estáis
contentas con vuestra suerte?>> Son muchas las que contestan:
<<Me habría gustado aprender tal o cual oficio; pero su aprendizaje es
demasiado largo o caro y, además, con pocas probabilidades de colocarse
mujeres. Otras dirán: <<Mucho más
que me gustaría ser independiente económicamente, hubiera preferido mejor
ejercer mi oficio como antes de casarme, pero cuando se produjo la crisis
económicas, despidieron a las mujeres de mi oficio y a las casadas antes que a
otras>>. No faltará una que exclame: <<Trabajar sería una cosa bonita; pero ya ves, si trabajo no puedo tener
hijos>>. Seguramente habrá muchas entre nosotras que continúe
trabajando en su oficio a pesar de tener una familia numerosa. Pero lo más
probable es que esta lo pague muy caro, con enfermedades y envejecimiento
prematuro, mientras que para los hijos tampoco es bueno.
Tampoco es, pues,
del todo dichosa la <<mujer de su
casa>>. Su vida, entre la
cocina y lavadero, no le satisface del todo. Trabajo hay más que de sobra, sobre
todo si tiene hijos. Pero es el eterno trabajo siempre igual, el eterno molino
de la mañana hasta la noche, empezando cada día de nuevo, monótono, sin
animación espiritual alguna -lo que a muchas mujeres les duele-. Es un trabajo
ingrato que nadie reconoce, pues esto es precisamente lo esencial de todo
trabajo improductivo. Seguramente habrá entre las mujeres proletarias,
verdaderas artistas, verdaderas genios de las finanzas, que con unos fondos
justísimos servirán una mesa con comida sana y nutritiva, que con unos retales
confecciona un traje para su nene. ¿No sería posible emplear todo este trabajo,
esta abnegación, toda esta inteligencia en un trabajo más productivo y más
apreciado socialmente?.
Con gran frecuencia
se nos dice: ¿Qué es lo que queréis? ¿Queréis mandar a todas las mujeres a las
fábricas y oficinas?
No, no queremos
mandar a la fuerza a su oficio a ni una sola mujer. Pero nuestra aspiración es
dar un oficio a cada mujer y abrir el camino a las que decían conquistar su
independencia económica. <<La mujer
no debe trabajar en la industria, la mujer se debe a la familia>>.
Son las palabras que pertenecen a los tiempos del capitalismo, que sin embargo,
no podía prescindir de la mano de obra femenina - para prescindir de ella en
tiempos de crisis-. Porque ello le permitía amenazar a los trabajadores:
<<Cómo, ¿No estar conforme con la reducción de sueldo? ¿No sabe acaso que
hay mujeres paradas, que esperan ocupar tu puesto trabajando más barato que
tú?>>. En una sociedad socialista, en la cual la producción esté basada
en un plan de conjunto unificado, que corresponda a las necesidades de toda la
sociedad no puede haber crisis económica; Habrá siempre trabajo para todos. En
caso necesario, trabajaremos todos en lugar de 8, 6 o 7 horas. Pero no existirá
el problema del paro forzoso, ni se dará la colocación a obreros reaccionarios
no sindicados, así como tampoco ocurrirá que la mujer le quite el puesto al
hombre, quitándole el pan.
Puesta a elegir
entre ser madre o mujer de oficio, ¿Que escogerán las trabajadoras? Ni lo uno
ni lo otro; queremos las dos cosas. Porque en la nueva sociedad no habrá
conflicto entre la maternidad y el oficio, puesto que no existirá patrono que
no tolere mujeres embarazadas en su industria. Y la sociedad nos librará de las
preocupaciones más apremiantes, instalando guarderías de niños, incluso de niño
de pecho. Mientras estemos trabajando, aprendiendo, mientras nos profesionamos,
no faltará nada a nuestros hijos. ¿No será mil veces más dichoso en su
comunidad infantil que en nuestra reducida y triste vivienda?
<<Todo esto es música futurista>>,
dirán muchas. Aun si todo lo expuesto no fuese más que un sueño del futuro, aun
cuando los frutos de nuestra campaña lo recojan solo nuestros hijos, valdría la
pena de luchar por este ideal. Pero la revolución ha realizado progreso
decisivo desde sus primeros comienzos y nos ha hecho un obsequio, cuya magnitud
hemos de destacar.
Un sencillo decreto
sobre la libertad de aborto ha suprimido de un golpe una esclavitud mucho más
antigua que la sociedad capitalista. Siempre se ha recurrido al aborto, pero de
modos diferentes. Para la clase pudiente, tratábase de una cuestión de dinero;
una campaña de intervención quirúrgica hecha por un médico en buena clínica,
bajo el consentimiento tácito de las autoridades. En cambio, la mujer
proletaria que se provoca ella misma el aborto (a menudo con el más sencillo
instrumento quirúrgico, por ejemplo una aguja, de hacer medias) se entrega a
las manos inexpertas, dudosamente higiénicas, de una curandera, de una comadrona
o de una vecina, era perseguida como una criminal e incluso castigada por
intento de aborto. Una enfermedad de la madre, del padre, de enfermedades
hereditaria de la familia, la imposibilidad económica de mantener a más hijos
con el mismo jornal de hambre de siempre, ninguna de estas razones podía
influir para nada. Centenares, millares, hasta millones de mujeres perecían
cada año como consecuencia de aborto producido por manos inexpertas.
No existe el menor
peligro de que el aborto practicado libremente pueda reducir el número de
nacimientos. Toda mujer sana y normal quiere ser madre. Si, además, sabe que su
hijo no pasará hambre y miseria, que gozará de una juventud más feliz que la
suya, entonces no habrá que temer por la <<huelga de nacimiento>>.
La mujer que no
quiera tener hijo por razones de salud, de economía u otro motivo fundamentado,
tendrá a su disposición medios para evitar el embarazo. Y lo mismo la madre que
no desee traer más hijos al mundo. Desde ahora en adelante, pues podrá la mujer
determinar libremente sobre su cuerpo. Tendrá hijos porque quiera y podrá vivir
su vida personal sin miedo alguno de que en un momento dado haya de pagar
demasiado caro toda la felicidad que disfrutaba.
El capitalismo
necesita esclavos asalariados para su industria y soldados para su guerra. Por
eso mismo no podrá nunca conceder a la mujer de la clase oprimida la libre
voluntad sobre su descendencia, no concederá la libertad de su vida sexual. La
iglesia, al servicio del capitalismo, ha repetido bastante a menudo que el
aborto es un pecado mortal, porque es un crimen contra la vida. Aborto era,
pues, asesinato.
¿Está la
trabajadora española todavía muy influenciada por la idea de la iglesia al
manifestarse, en muchos casos, contra el aborto?
Para desprendernos definitivamente
de los prejuicios de la sociedad burguesa, seguramente hemos de trabajar
todavía mucho más para ver la vida tal cual es y no como querían hacérnosla
creer. Pero nuestra repulsión ante el aborto no estaba del todo injustificada,
cuando la salud y la vida corrían peligro y nos amenazaba con la cárcel. Si se
procede al aborto en condiciones higiénicas por un médico especialista,
entonces no tenemos por qué temer una intervención quirúrgica que en sí misma
es inofensiva. Los reaccionarios nos acusan a nosotros, comunistas, de aprender
la destrucción de la familia. Basta que cada mujer, en la ciudad o en el
pueblo, mire a su alrededor y se persuadirá de que el número de familia felices
es sumamente reducido. La gran cantidad de divorcios registrados desde el
comienzo de la revolución, al facilitar esta de un modo efectivo los trámites
correspondientes, demuestra como el capitalismo ha quebrantado la familia.
Digámoslo
abiertamente: El prejuicio reaccionario de una inferioridad de la mujer, de su
incapacidad de participar en la vida púbica, está tan profundamente arraigado
que muchos de los mismos trabajadores revolucionarios no trata a su compañera
en otra forma que en las acostumbradas en la familia burguesa. <<De esto no entiendes tú nada>>;
<<mejor es que no te preocupes de tu casa>>, y frase semejante
llega muy a menudo a nuestros oídos.
Nuestra revolución,
que ofrece a mujeres la posibilidad de una independencia económica, primer
escalón para una igualdad completa, no solo se alejará al hombre de la mujer,
si no que modificará fundamentalmente la relación de sexos y dará nueva base,
un carácter nuevo a la familia.
Marido y mujer se
mantenían hasta ahora en la lucha, o quizás pasaba algo peor: La mujer estaba
tan oprimida que le parecía todo lógico que el marido fuera el
<<amo>>. Bajos los nuevos condiciones que evolucionarán en el
transcurso de nuestra revolución, la mujer, como ser libre contra el hombre,
como trabajadora, no descuidará sus deberes de madre. De esta forma será mejor
compañera del hombre, mejor madre de su hijo y será un miembro apreciado dentro
de la sociedad con los mismos derechos.
···
Puesto en claro en líneas
generales, lo que representará para nosotros la sociedad socialista, surge una
cuestión importante. ¿Con qué carácter debemos llevar a cabo nuestra lucha? ¿Cómo
movimiento general de la mujer y con el lema <<lucha por la igualdad de derechos de la mujer>>? Esto ya no
es cuestión palpitante. La revolución ha dado ya más libertad a la mujer
proletaria que lo que en su tiempo constituía la meta del movimiento femenino
burgués. Además, aquel movimiento femenino pretendía realizar sus fines dentro
de los límites de la sociedad burguesa. ¿Debemos llevarlo a cabo como
movimiento de clases, como lucha de todas las proletarias, sin contar con el
partido? En esto habrá que pensar si el proletario tuviera una concesión única
en todas las cuestiones. La realidad es otra; existen en España, como todos los
demás países, varios partidos proletarios, que representa cada uno unas
posiciones determinadas. Y si no queremos quedar aisladas, creando un
movimiento femenino artificial, separando del movimiento general, no nos queda
otro remedio que entrar en los partidos políticos. El problema de la mujer, hay
que repetirlo hasta la saciedad, es solo una parte de la lucha de la clase
trabajadora. Por esto ingresamos en el partido que más firmemente lucha por los
intereses del proletariado y, como consecuencia, por tus intereses específicos.
El POUM es el partido que demuestra más en toda su labor que lucha por la
realización del socialismo.
Desde el principio
de nuestra revolución, el POUM ha dicho claramente la pugna existente: Fascismo
o comunismo. O vencemos, o destruyendo definitivamente al capitalismo y
formando nuestra nueva sociedad, o vence el fascismo, para establecer un
sistema de explotación y opresión para destruir físicamente a lo mejor del
proletariado, como ha sucedido en Alemania o en Italia.
Por lo tanto,
podemos ganar todo o perder todo. Por esto luchan nuestros hombres heroicamente
en los frentes; por esto transformamos toda nuestra vida en la retaguardia,
conforme a las exigencias de la guerra. Para la liberación definitiva de la
clase trabajadora mediante el socialismo, ningún sacrificio es demasiado
grande. Pero no podemos concebir que corran ríos de sangre obrera en defensa de
una república democrático burguesa.
Si estos intereses
democráticos estuvieran representados por <<gentes de izquierda>>, no nos importaría gran cosa y lo
juzgaríamos natural. Pero no son los burgueses los que emprenden la defensa de
la república democrática, sino es un gran partido obrero: el Partido Comunista
de España.
De no tener a
nuestro lado a la gran mayoría de la clase trabajadora de España, bastaría con
dar una ojeada a la historia del movimiento obrero internacional, y
precisamente a uno de los capítulos más trágicos, para demostrar que la razón
está de nuestra parte.
En 1918, en
Alemania, la clase obrera se levantó, después de cuatro años de guerra, para
decorar la monarquía de los Hohenzollern. Pero cuando la parte más
revolucionaria, la más consciente del proletariado, se dispuso, bajo la
dirección de Rosa
Luxemburgo y de Carlos
Liebknecht, a continuar la lucha para lograr el poder para la
clase trabajadora, también surgió un partido proletario muy fuerte
numéricamente: el Partido Social Demócrata Alemán. Este gritaba, como hoy el
Partido Socialista y el Partido Comunista: <<Luchamos por la república democrática. El socialismo es nuestra
aspiración final. Pero sería el suicidio de la clase trabajadora llevar a cabo
su realización ahora>>. La revolución de 1918 no condujo al
proletariado alemán al Socialismo, sino a la república democrática, de la que,
finalmente, surgió el fascismo.
La república
democrática alemana pasó por encima de los mejores revolucionarios alemanes,
por encima del cadáver de la mujer más grande y más heroica que el movimiento
obrero conoció jamás: Rosa Luxemburgo. Su asesinato lo exigió y ejecutó el
partido que ahogó la voz de la revolución para introducir << su república burguesa>>: la
Social-Democracia Alemana.
Ved, pue,
trabajadoras, por qué no queremos que las numerosas víctimas y sacrificios sean
en vano, que por culpa del Partido Comunista de España se repita en nuestro
país lo que han vivido los trabajadores alemanes en 1918-1919. Por estos
motivos, como buenas comunistas, no podemos pertenecer al Partido Comunista de
España, a pesar de ser comunistas.
Y si la camarada
comunista oficial nos dice: << Vuestras
aspiraciones son las nuestras. ¡Contemplad la Rusia Soviética! ¿No están allí realizadas,
de un modo completo, nuestras reivindicaciones; no tiene allí la mujer igualdad
de derechos?>>. Seguramente contestaremos que la situación de la
mujer rusa ha cambiado fundamentalmente. De un ser esclavizado, oprimido, la
revolución de octubre la ha elevado a la categoría de un miembro igual que
todos en la nueva sociedad. Pero lo que el periodo de Lenin le ha dado, lo que
ella se ha conquistado en los primeros años de la revolución, está a punto de
robárselo el estalinismo.
Pero dejemos los
grandes problemas soviéticos, y volvamos a las pequeñas cuestiones diarias de
nuestra revolución. La guerra dura desde hace siete meses; se padece escasez de
víveres, faltan patatas, azúcar, leche, carne y algunas cosas más. Hace días
que escasea el pan en Barcelona. Entre las mujeres que durante muchas horas
hacen cola ante las tahonas, se encuentran nuestras camaradas que tratan de
hacer comprender a las mujeres, en forma tranquila y objetiva, los motivos de
la falta de vivires, el porqué y para qué hemos de soportar estas privaciones,
lo que está en juego en esta revolución y en esta guerra. A estas mujeres
cansadas, nerviosas y, en general, políticamente de ideas confusas, se acercan
también las camaradas del PSUC. En lugar de darles explicaciones, se esfuerzan
en crear complicaciones; en lugar de consignas claras, formulan exigencias
reaccionarias. <<Más pan y menos
comités>>, se lee en sus pasquines. ¿Quiere decir esto que los
comités tenga la culpa de las dificultades económica?
Estamos convencidas
de que la falta de pan es debida principalmente a que no tenemos realmente
comités revolucionarios elegidos en todo el país, en todas las ciudades, en
todas las provincias, en todos los distritos. Se debe a que no se ha reunido el
congreso de obreros, campesinos y comités de milicias para elegir el congreso
obrero, responsable ante los comités revolucionarios. La guerra nos impone
privaciones y sacrificios, y un gobierno obrero no nos facilitaría la
abundancia del día a la mañana; pero si hoy faltan víveres, no es culpa de los
comités, sino por maniobras políticas de la burocracia.
¡Exigís menos
comités y un gobierno fuerte! No, camaradas del PSUC: lo que hace falta son
comités revolucionarios en todo el país y un gobierno obrero revolucionario.
···
Nuestra revolución ha realizado ya grandes cosas,
pero todo lo que hemos conquistado a costa de muchos sacrificios se nos puede arrebatar si no hacemos saltar
definitivamente los cimientos del capitalismo, si no se procede a la
socialización en toda España, socialización que debe sr dirigida por un gobierno
obrero evolucionario. El PSUC os dice: <<Primero ganar la guerra, luego podremos hablar se socialismo>>.
A eso replica el POUM, y no cansará de repetirlo: los que quieren dejar la
revolución para después de la guerra no quien que se haga jamás la revolución.
Nosotras queremos la revolución con todo nuestro
entusiasmo, y por esto os invitamos, trabajadoras españolas, a luchar, a luchar
con nosotras al lado del POUM por la victoria definitiva de nuestra revolución.
Víctor
Alba. La revolución española en la práctica. Documentos del POUM
SUMARIO
EL
PARTIDO 29
LA
POLÍTICA 75
Discurso pronunciado el 8 de julio de 1.936 84
El 6 de septiembre de 1936, cuando la marcha de los acontecimientos
políticos había llegado a un punto decisivo en la zona republicana, el POUM celebró un mitin en el Gran Price de
Barcelona. En él hablaron Julián Gorkin del Comité Ejecutivo, y Andreu Nin,
secretario político. Estos discursos, que fijaban la posición del POUM en aquel
momento fueron publicados por la Editorial Marxista en folleto.
Comité Central: RESOLUCIONES APROBADAS EN PLENO AMPLIADO DE DICIEMBRE DE
1936 104
Comité Central Ampliado: RESOLUCINES DE LA JUVENTUD COMUNISTA
IBÉRICA 114
Ignacio Iglesias: EL PROLETARIADO Y LAS CLASES MEDIAS 133
Comité
Central: EL SIGNIFACADO Y ALCANCE DE ^LAS JORNADAS DE MAYO^ FRENTE A LA CONTRARREVOLUCIÓN 155
LA
ECONOMIA 191
Consejo Económico y Técnico del POUM: LA GUERRA Y LA REVOLUCIÓN EN
CATALUÑA EN EL TERRENO ECONÓMICO 191
J. Oltra Picó: el POUM y la colectivización de industria y comercio 221
J. Oltra Picó: SOCIALIZACIÓN E LAS FINCAS URBANAS Y MUNICIPALIZACIÓN DE
LOS SERVICIOS 229
El proyecto del POUM sobre socialización de la riqueza urbanas 239
Consejo Económico y Técnico del POUM: conferencia del POUM 246
Rafael Sardá: LAS COLECTIDADES ARGRÍCOLAS
256
LA
SOCIEDAD 271
DR. Mina: EL PROBLEMA SANITARIO ANTE LA REVOLUCIÓN PROLETARIA. 271
La mujer ante la revolución (Secretariado Femenino del POUM) 1937 290
LA
PERSECUCIÓN 305
LA
SETENCIA CONTRA EL POUM (Sentencia número 54 contra el POUM) 325
Bibliografía 355
La música
futurista de las revolucionarias del POUM. Marta Brancas 15
Las mujeres del POUM
Por Verónica Rodríguez
Las mujeres del POUM
Por Verónica Rodríguez
Katia Landau. Los verdugos de la Revolución española (1937-1938). Estalinismo
en España (1938) y documentos complementarios.
Kurt Landau La Revolución Española de 1936 y la Revolución Alemana de
1918-1919
Wilebaldo Solano. El último día con Andreu Nin
Andrés Nin 1937 Declaración Final a la Policía (21 de junio de 1937) y
otros documentos.
Juan
Andrade. Nuestro partido expondrá hoy, la verdad revolucionaria al proletariado
[Libro] Juan
Andrade (1897-1981) Vida y voz de un revolucionario. Documentos
complementarios.
21 de septiembre de 2017
Maria Teresa García Banus
María
Teresa García Banus
HOMENAJE A
LAS MUJERES DEL POUM, PARTE IMPRESCINDIBLE DE UNA HISTORIA QUE NO PARA
Silencio
en la cuenca
Delia Blanca
es diputada del PSOE. Intervención en el acto de homenaje a Wilebaldo Solano
celebrado en Madrid
Lecciones de las colectivizaciones Víctor Alba
Lecciones de las colectivizaciones es el tercer capítulo del libro de
Víctor Alba Los colectivizadores. Publicado por la editorial Laertes en 2001.
Víctor Alba
Los colectivizadores. Publicado por la editorial Laertes en 2001.
Boletín
Interior del POUM 27 de octubre 1945
MEMORIAS
DE UN COLECTIVISTA LIBERTARIO BADALONÉS (1936-1939)
(LA OTRA
REVOLUCION DESCONOCIDA) Josep Costa Font
Andreu
Nin, consejero de la Generalidad de Cataluña
Reproducción del capítulo titulado “El Consejero” de la biografía de
Andreu Nin contenida en el libro Dos
revolucionarios: Joaquín Maurín, Andreu Nin (Madrid, Seminarios y
Ediciones S.A., 1975). Con permiso del autor para la Fundación Andreu Nin.
A Nin le tocó la consejería de Justicia. Era un lugar que casi siempre
había ocupado un técnico. Claro que su función fundamental era participar en
las discusiones del consejo de Gobierno de la Generalidad, en las cuales se
adoptaban las decisiones importantes.
Pero, a pesar de que no era un jurista y de que no se esperaba que la
consejería de Justicia hiciera nada especial fuera de las actividades de
rutina, Nin dio a esta consejería un relieve que no había tenido desde el 19 de
julio y que no volvió a tener durante la guerra civil. Un militante
revolucionario, en cualquier cargo, puede utilizarlo para adoptar medidas
revolucionarias. Y esto fue lo que Nin hizo en su puesto, aparte de lo que
hiciera en el Consejo mismo.
Este estaba formado por tres consejeros de la Esquerra, tres de la CNT,
uno de Acció Catalana, uno de la Unió de Rabassaires, uno del PSUC y uno del
POUM. Únicamente los de la Esquerra, el PSUC y el POUM eran dirigentes de
relieve en sus organizaciones respectivas. Los consejeros de la CNT, que
lógicamente debían llevar el peso de la política del Gobierno -puesto que
representaban la fuerza principal en Cataluña, en aquel momento- eran
militantes fervientes pero de segunda fila. Ninguno de ellos tenía experiencia
en las lides gubernamentales.
Nin se encontraba, pues, prácticamente solo. Los consejeros de la
Esquerra, Acció Catalana, Unió de Rabassaires y PSUC coincidieron casi siempre
en las votaciones aunque los de la Esquerra se esforzaban en encontrar posibles
puntos de coincidencia entre las dos posiciones -PSUC por un lado, y el POUM y
la CNT por el otro. A Lluis Companys, presidente de la Generalidad no le
interesaba que ninguna fuerza predominara. El futuro de la Esquerra, por el
momento, estaba en ser precisamente el mediador y el árbitro. Por otro lado, el
PSUC se hinchaba y podía preverse ya el día en que tendría pretensiones
hegemónicas. A Companys, claro está, no le convenía. Pero tampoco le convenía
que la CNT prevaleciera. Su política -que a la larga lo llevó a perder para la
Generalidad las funciones que le había ganado la Revolución-, consistía en
frenar al PSUC con la CNT y en contener a la CNT con el PSUC.
Un Gobierno formado con esta intención recóndita no podía ser un Gobierno
revolucionario, a menos que consiguieran prevalecer quienes representaban en él
a las fuerzas revolucionarias. Esto, evidentemente, no podía lograrse
simplemente discutiendo y argumentando, sino ejerciendo, desde fuera, desde la
calle, la presión necesaria para apoyar los propios argumentos. Si el POUM
estaba dispuesto a ejercer esta presión, sabía que no bastaba y que para que
fuese eficaz se precisaba la de la CNT. Pero esta organización, todavía en
cierto modo conmocionada por el paso trascendental que había dado al aceptar
puestos en el Gobierno catalán (y disponiéndose a dar el mismo paso con
respecto al Gobierno de Madrid), parecía confiar sobre todo en su poder
económico -en el hecho de que controlaba, a través de comités de empresa y sindicatos,
a casi toda la industria catalana- y no se preocupaba mucho del poder político.
Justamente por esto, aunque a la hora de votar se encontraba aliado de
los tres consejeros cenetistas, a la hora de argumentar Nin estaba casi siempre
solo. Era él quien argüía, quien defendía, quien proponía. Pero fuera del
Consejo no hubo manera de establecer entre el POUM y la CNT una alianza
virtual, un acuerdo tácito para ejercer presión en favor de los puntos de vista
que los representantes de estas dos organizaciones sostenían. Así, todo lo que
podían hacer era argüir y dejar que sus argumentos llegaran a la calle, a los
periódicos, a la radio.
El POUM sostenía que el Gobierno era obrero con apoyo de la clase media.
La CNT, a través de su periódico Solidaridad Obrera, decía lo mismo, aunque sus
redactores, como buenos anarquistas, preferían emplear el término
revolucionario en vez del término proletario. Pero pronto se vio que esto era
un argumento de cara a la galería. Nadie en el POUM ni en la CNT podía considerar
al PSUC un partido obrero, ni por su composición, ni por su programa ni, sobre
todo, por su política. Era un partido de clase media al servicio de la
diplomacia soviética que, en aquel momento, quería favorecer a la clase media,
pues veía en ella un medio para frustrar la revolución social que había
comenzado a realizarse y que no convenía a Moscú (porque temía que
comprometiera su alianza con París y Londres). Esto, que no veían quienes
conocían superficialmente al movimiento comunista, no podía escapar a los
poumistas y sobre todo a Nin, que tenía una experiencia personal, directa, de
cómo se elaboraba en Moscú la política de la Comintern y de cómo se aplicaba a
través de los partidos comunistas locales.
El Gobierno era, de hecho, un Gobierno de clase media con el apoyo de dos
organizaciones obreras. Y los partidos de la clase media -la Esquerra, sobre
todo- trataron siempre de utilizar este apoyo para convertir a esas dos
organizaciones en una especie de pantalla de las verdaderas intenciones del Gobierno.
Hubo, cierto, concesiones a las exigencias de la CNT y el POUM, pero fueron en
aspectos secundarios, mientras que el POUM y la CNT tuvieron que hacer
concesiones en aspectos que no eran tan secundarios como podían parecer a los
ojos de quienes se dejaban deslumbrar más por el tono revolucionario de las
frases hechas que por las medidas que se adoptaban.
Esta diferencia entre el lenguaje y el contenido se encuentra ya en la
declaración del nuevo Gobierno, en cuya redacción intervino Nin, durante las negociaciones
para formarlo. Consiguió hacer aceptar algunas medidas que el POUM propugnaba y
que nunca llegaron a convertirse en realidad:
“...El programa inmediato del Consejo es el siguiente:
a) Concentración del máximo esfuerzo en la guerra,
no ahorrando ningún medio que pueda contribuir a su fin rápido y victorioso.
Mando único, coordinación de todas las unidades combatientes, creación de las
milicias obligatorias y refuerzo de la disciplina.
b) Reconstrucción económica del país, a cuyo fin se
llevará inmediatamente a la práctica el programa del Consejo de Economía creado
por decreto del 11 de agosto pasado, que contiene:
1º La regularización de la producción de acuerdo con
las necesidades del consumo.
2º Control del comercio exterior.
3º La colectivización de la gran propiedad rústica y
el respeto a la pequeña propiedad agraria.
4º La desvalorización parcial de la propiedad urbana
mediante los alquileres o el establecimiento de las tasas equivalentes cuando
no se crea conveniente beneficiar a los inquilinos.
5º La colectivización de las grandes industrias, de
los servicios públicos y de los transportes.
6º La incautación y colectivización de los
establecimientos abandonados por sus propietarios.
7º La intensificación del régimen cooperativo en la
distribución de los productos, y en particular la explotación del régimen
cooperativo de las grandes empresas de distribución.
8º El control de los negocios bancarios hasta llegar
a la nacionalización de la Banca.
9º El control obrero sobre las industrias privadas.
10º La reabsorción enérgica para la agricultura y la
industria de los obreros sin trabajo, para la revalorización de los productos
agrícolas, el retorno al campo de los obreros que pueda absorber la nueva
organización de trabajo agrícola, la creación de nuevas industrias, la
electrificación integral de Cataluña, etc.
11º La supresión rápida de los diferentes impuestos
indirectos, en el tiempo y en la medida posible.
c) Enaltecimiento de la cultura popular, en todos
sus múltiples aspectos, bajo el signo de la Escuela Nueva Unificada, que haga
que por encima de los privilegios que habían imperado hasta ahora todo niño
dotado pueda pasar de la escuela primaria a los estudios superiores, y estímulo
de todas las manifestaciones culturales.
Las necesidades de la guerra, el bloqueo efectivo a
que nos vemos sometidos y las dificultades nacidas de la transformación social
que se está operando, imponen sacrificios que las masas trabajadoras soportan
si tienen el convencimiento de que no trabajan para enriquecer las clases
parasitarias, sino para crear una sociedad nueva. Tenemos en nuestras manos el
instrumento invencible de un Pueblo que sabe que lucha y padece por una
Humanidad mejor. Lo que este Pueblo quiere ahora es que se le dé una dirección,
que se coordinen y unan sus esfuerzos y sus anhelos. El Consejo, que viene a
satisfacer esta profunda aspiración popular, pide el concurso y el entusiasmo,
que en estos momentos son necesarios y que tiene la seguridad que no le
faltarán. La unión es indispensable bajo el signo de la confianza, de la
lealtad y del sacrificio. La unión es la victoria y la victoria es la gloria de
los que la habrán forjado y el porvenir más feliz de nuestros hijos.
Mientras aquí construimos un nuevo orden de cosas basado
en la justicia social, en el frente ahuyentaremos de las nobles tierras
aragonesas a los enemigos que las pisotean, y seguiremos ofreciendo a los otros
pueblos de Iberia nuestro concurso para la lucha contra el fascismo y por una
sociedad mejor, de la cual sea suprimida para siempre la explotación del hombre
por el hombre.
El Consejo declara que respetará y ayudará los
esfuerzos de la fecunda menestralía catalana, y se dirige especialmente a los
campesinos y les dice que su trabajo será estimulado, que nada han de temer por
el trozo de tierra que poseen y que cultivan con su sudor, que el nuevo orden
de cosas respetará los frutos de su trabajo, mientras atacará despiadadamente
el latifundio mediante la expropiación de los grandes terratenientes enemigos
del régimen, y anulará todas las cargas y servidumbres que pesaban sobre la
payesía...”
Era relativamente fácil aplicar los principios revolucionarios a la
actividad cotidiana de la Consejería de Justicia: ésta, en aquellos momentos,
tenía pocas funciones y nadie se fijaba en ella. Para los aspectos jurídicos de
esta labor, Nin confió en la asesoría de un elemento ajeno al POUM (pues en
éste no había ningún abogado), el cuñado de un militante del Partido, que luego
fue asesor en el Ministerio de Estado y más tarde en las Naciones Unidas.
La Consejería estaba instalada, si no recuerdo mal, en una torre de la
parte alta de la calle de Muntaner. Nin iba a la Consejería por las tardes, y
dedicaba las mañanas a su trabajo de secretario político. Muchas veces, tres o
cuatro por semana, las reuniones del Consejo se prolongaron hasta la noche.
Esto era penoso para Nin, porque su enfermedad del hígado iba empeorando. Más
de una vez sus compañeros le vieron interrumpir una frase, para doblarse sobre
sí mismo, y continuar una vez había pasado el flechazo de dolor.
En el Comité Ejecutivo del POUM se discutieron algunas de las medidas que
Nin adoptó en la Consejería y otras le fueron sugeridas por militantes (por
ejemplo, las Juventudes del POUM sugirieron la reducción de la mayoría de edad
a los dieciocho años).
En primer lugar, Nin emprendió algo que nadie creía posible y que era
indispensable, a sus ojos, para el prestigio de la Revolución y hasta para su
honor: limpiar el Palacio de Justicia. Después del 19 de julio, se había
instalado en éste una oficina jurídica encabezada por el republicano federal
ligado con la CNT Eduardo Barriobero, que cometió numerosas exacciones y
aterrorizó a los jueces y fiscales. Nin disolvió este comité -con el apoyo de
la CNT- y estableció los Tribunales populares (decreto del 19 de octubre). Estos quedaron formados por
representantes de las distintas organizaciones políticas y sindicales -ocho en
total-, un presidente y un fiscal, ambos magistrados de carrera. En unas
declaraciones, Nin dijo: «su
característica esencial consiste en que es un tribunal de clase, que hará la
justicia de la clase obrera, un tribunal revolucionario y de clase». El
modelo se lo había proporcionado el POUM que, en Lérida, había establecido un
Tribunal Popular sin esperar decretos de Barcelona.
Pero esto no bastaba. Las comisiones y comités que habían funcionado
hasta entonces dejaron condenadas a muerte a muchas personas. Numerosas veces
esas condenas eran desproporcionadas, absurdas o injustas. Nin examinó todos
los casos pendientes y a menudo propuso el indulto al presidente de la
Generalidad. Para poder hacer esto, estableció (5 de noviembre) una
comisión -constituida por los presidentes de los cuatro Tribuna Populares de la
ciudad y dos fiscales-, que quedó encargada de estudiar todas las penas
de muerte (pendientes y futuras) e informar sobre ellas al Consejo de la
Generalidad para que éste decidiera en definitiva. Daba así a la Generalidad un
derecho nuevo, extra-estatutario, el de indulto, que hasta entonces había
estado reservado al presidente de la República.
Otros decretos de importancia que Nin hizo aprobar por el consejo fueron
el que daba jurisdicción a los Tribunales Populares sobre los delitos militares
de carácter político (3 de octubre); el que establecía reglas para
legalizar los matrimonios celebrados ante jefes de milicias (4 de octubre),
con lo que se evitaron situaciones que hubieran podido ser perjudiciales para
los hijos eventuales de tales parejas y el que fijó la mayoría de edad, para
los dos sexos, a los dieciocho años, y en el cual por primera vez en España no
se fijaba ninguna diferencia en edad entre las mujeres y los hombres (15 de
noviembre). .El 20 de noviembre encargó a cuatro jueces de carrera que
terminaran los asuntos no penales iniciados por la Oficina Jurídica aludida,
devolviendo así la justicia civil a sus cauces normales. Finalmente, el 5 de
diciembre, Nin firmó su último decreto como consejero; ordenó la simplificación
del procedimiento para la adopción de niños, con el fin de atender, por este
medio, al número creciente de huérfanos que los bombardeos causaban.
Uno de estos decretos ayudará a dar una idea del ambiente en que se
redactaron y del tono que Nin dio a su actuación como consejero. Es el ya
citado sobre el matrimonio de los milicianos. He aquí su versión castellana:
“La nueva estructura jurídica derivada de los hechos revolucionarios
que vivimos debe tener como consecuencia la ordenación de las relaciones de la
familia, la cual deberá establecerse bajo el principio de la libertad de los
cónyuges. Precisa. no obstante, que mientras el nuevo orden jurídico no consiga
su plenitud mediante las fórmulas legales pertinentes, sean tomadas todas
aquellas medidas que, respondiendo a los principios por los cuales lucha el
proletariado encaucen las actividades y recojan las que de hecho establezca, de
manera que puedan ser justificadas en todo momento. A partir del 19 de julio,
el pueblo ha ido adoptando, en lo que se refiere a las relaciones familiares,
aquellas formas que ha considerado, más de acuerdo con sus sentimientos. Por
este motivo han sido muchos los vínculos matrimoniales contraídos autorizados
ante los organismos responsables de las organizaciones sindicales y de los
partidos políticos que forman el frente antifascista de Cataluña. Por
consiguiente, recogiendo las aspiraciones del proletariado a fin y efecto de
que el acto normal con el que se inicia la vida matrimonial quede reflejado en
las oficinas que registran el estado civil de las personas y en las cuales
descansa el Estado para tutelar las relaciones que afectan a la capacidad civil
de aquéllas, a propuesta del Consejero de Justicia y de acuerdo con el Consejo.
DECRETO: Art. 1.-Los matrimonios celebrados ante los
organismos responsables de los partidos políticos y de las organizaciones
sindicales que actúan en la lucha contra el fascismo, producirán todos los
efectos civiles respecto a las personas y patrimonio de los cónyuges y sus
descendientes.
Art. 2.-En el acto de la celebración del matrimonio a
que se refiere el artículo anterior asistirá el juez popular del lugar donde se
celebre. El juez podrá delegar: en las personas que por razón de su función le
sustituyan en caso de vacante, ausencia o imposibilidad, en el procurador del
pueblo y en su suplente y, en definitiva, en cualquiera otra persona con plena
capacidad civil que merezca su confianza.
Art. 3.-Con el fin de llevar a cabo lo que dispone
el artículo anterior, toda persona que quiera contraer matrimonio o el
organismo responsable de los partidos políticos u organizaciones sindicales
ante los cuales debe celebrarse el matrimonio, lo pondrán en conocimiento del
Juzgado Popular respectivo, con veinticuatro horas de anticipación, cuando
menos, expresando el día, hora y lugar donde deba celebrarse.
Art. 4.-Si el matrimonio se celebrase sin la
concurrencia del juez popular o su delegado, a pesar de aviso de los
contrayentes o del organismo responsable, el matrimonio producirá todos los
efectos civiles desde el momento de la celebración. Si la causa de la no
presencia del juez o de su delegado fuese por no haber dado aviso los
contrayentes o el organismo responsable ante el cual se celebre, podrán los
cónyuges subsanar la falta solicitando la inscripción del matrimonio en el
Registro Civil. En este último caso, el matrimonio no producirá efectos civiles
sino a partir de su inscripción.
Art. 5.-Una vez celebrado el matrimonio, el juez
popular o su delegado procederá a la extensión del acta y, a este fin, los
contrayentes, bajo su exclusiva responsabilidad, facilitarán al representante
de la Generalidad todos los datos necesarios para la inscripción del
matrimonio.
Art. 6.-EI acta deberá contener las circunstancias siguientes:
a) El lugar, día, mes y año en que se efectúa el matrimonio. b) Los nombres y
apellidos de la persona que lo autoriza. c) El organismo responsable ante el
cual se celebra. ch) Nombres, apellidos, estado, naturaleza y domicilio de los
contrayentes. d) Los nombres y apellidos de los padres. e) Cuando alguno de los
contrayentes estuviere representado por apoderado, se expresará la fecha, lugar
y persona autorizante del poder, y el nombre, apellidos, edad, naturaleza y
domicilio del apoderado. f) Si los contrayentes manifestaran tener hijos
anteriores al matrimonio, se consignará la manifestación y los nombres y demás
circunstancias de los hijos. g) Cuando alguno de los contrayentes fuese viudo o
divorciado, se consignará en el acta el nombre y apellidos del cónyuge muerto o
divorciado y fecha y lugar de su defunción o de su divorcio y Registro Civil
donde se hubiese inscrito. h) Los nombres, apellidos y domicilios de los
testigos. Firmarán el acta los contrayentes y los testigos, y cuando alguno de
éstos no pudiese, otro a petición suya, y el juez popular o su delegado.
Art. 7.-El funcionario asistente remitirá el acta al
registro civil en que deberá inscribirse el matrimonio. La inscripción en el
registro civil se realizará en la forma ordinaria, haciéndose constar al margen
de la inscripción el organismo responsable ante el cual se celebrara el
matrimonio, y se procederá a archivar el acta original transcrita.
Art. 8.-Los organismos responsables de los partidos
políticos y de las organizaciones sindicales que actúan en la lucha contra el
fascismo, ante los cuales y con anterioridad a la fecha de este Decreto se
hayan celebrado matrimonios, remitirán al Registro Civil del Juzgado Popular
del lugar del domicilio de los contrayentes duplicado del acta del matrimonio,
con el fin de que se lleve a cabo su inscripción.
Art. 9.-Las inscripciones de los matrimonios a que
se refiere el presente Decreto surtirán los mismos efectos como si fuesen
definitivos. Se entenderán, empero, condicionales mientras no se acredite en
forma fehaciente la libertad de los contrayentes antes de la celebración del
acto. Justificada la existencia de la libertad de los contrayentes y de las
demás condiciones legales exigidas. se pondrá una nota al margen de la
inscripción dándole carácter definitivo. El Consejero de Justicia: Andreu Nin.»
Pero Nin, evidentemente, no estaba en el Consejo para ocuparse sólo de
menudencias jurídicas, Su función era mucho más amplia: debía propugnar medidas
gubernamentales que aceleraran el proceso revolucionario y defenderlo de
quienes quisieran retrasarlo o detenerlo. La inauguración de Nin como hombre de
gobierno le proporcionó una mezcla de amargura y satisfacción. Consistió en
saludar en ruso, y por encargo del presidente Companys, al primer cónsul
soviético en Barcelona, Antonov-Ovssenko. Como ya se dijo, Nin le había conocido
en Moscú y colaborado con él en tareas de la oposición trotskista. Nin
pronunció un discursito de circunstancias, hablando de los pueblos y no de los
gobiernos. Antonov hizo como que no lo conocía.
Más importante que esto era, normalmente, su labor en las reuniones del
Consejo de Gobierno de la Generalidad. En ellas había ásperas disputas en las
cuales Nin se encontraba del lado de los consejeros cenetistas. Como éstos eran
figuras de segunda fila, sin influencia en su organización, estas discusiones
no sirvieron dar a los cenetistas una nueva visión del problema del poder, como
había esperado el POUM.
La más dura de las discusiones, que estuvo varias veces a punto de
provocar la dimisión de los consejeros cenetistas y de Nin, fue en torno a la ley
sobre colecvizaciones. Hasta entonces, las colectivizaciones se habían
hecho espontáneamente; los sindicatos coordinaban las empresas colectivizadas y
el Gobierno no tenía nada que ver con ellas. Al lado de las mismas subsistían
empresas privadas cuyos dueños, por ser moderados o de izquierdas, no habían
huido. Indudablemente, había que regularizar la situación. El Consejo de
Economía, que ahora dependía ya de la Generalidad y en el cual Nin había sido
sustituido como representante del POUM por J. Oltra Picó, de Sabadell, preparó
un proyecto por el cual se colectivizaban todas las empresas de más de 50
obreros. Además, les debería facilitar crédito un Banco especial. Esto
equivalía, de hecho, a colectivizar toda la industria de cierta importancia de
Cataluña. La aprobación y aplicación de este decreto hubiera significado un
considerable pasó adelante. Así lo comprendieron los psuquistas, que
presentaron un contraproyecto, en el cual sólo se colectivizaban las empresas
de más de 500 obreros. Al Gobierno correspondería la tarea de coordinar su
acción, designándose representantes oficiales en cada empresa colectivizada. Se
establecía indemnización a los dueños de las empresas colectivizadas.
Los cenetistas y Nin amenazaron con dimitir si este proyecto se discutía.
Tarradellas, de la Esquerra y Consejero-Jefe, para evitar la ruptura, propuso
que él se encargaría de redactar un nuevo proyecto en que se conciliaran los
distintos puntos de vista. La discusión de este proyecto de transacción fue muy
dura. Los cenetistas y el POUM consiguieron que se colectivizaran las empresas,
no las de 50 obreros como querían, sino las de 100, que no se diera
indemnización a los dueños (a menos que éstos fueran extranjeros, para no
provocar conflictos internacionales evidentemente inoportunos en aquel
momento), que la Generalidad nombrara solamente representantes en las empresas
importantes, y que los sindicatos conservaran su función coordinadora. En
cambio no consiguieron que se creara una Banca de crédito para las colectivizaciones,
sino que se formó una Caja de Crédito, controlada por la Generalidad y
alimentada con fondos de las propias empresas colectivizadas, con lo cual se
daba al Gobierno una palanca decisiva sobre las colectivizaciones, sin
obligarle siquiera a pagar por ellas. En conjunto, dada la situación en el
Gobierno y la renuncia de la CNT a tomar el poder, era todo cuanto cabía
esperar. Por lo menos, se salvaba el principio de las colectivizaciones y, si
el decreto se aplicaba con espíritu revolucionario, se mantenía el carácter
obrero de las mismas. En esta cuestión, como en cualquier otra, el ánimo con
que se aplicara la ley era decisivo. Y este ánimo dependía, esencialmente, de
la posición que adoptara la CNT en política general.
La CNT y el POUM pidieron que se nacionalizara el comercio exterior -lo
que habría dado a la Generalidad una nueva función extra-estatutaria. Pero el
PSUC se opuso, alegando que era una actividad que correspondía al Gobierno
central. Los consejeros catalanistas apoyaron al PSUC. Nin puso de relieve que
quienes en aquel momento estaban en favor de ampliar la autonomía eran los no
nacionalistas, las fuerzas obreras, mientras que, para oponerse a éstas, los
pretendidos nacionalistas estaban dispuestos a no aprovechar la ocasión de
ensanchar las funciones del Gobierno catalán. La paradoja se repitió varias
veces más en el curso de la guerra civil.
Pero si estas discusiones proporcionaban a veces motivos de satisfacción,
por lo menos al limitar la ofensiva contrarrevolucionaria que ya apuntaba,
fueron fuente de frustraciones y disgustos. El mayor, sin duda, lo tuvo Nin el 9
de octubre, cuando se propuso que se disolvieran los Comités -que habían
surgido en pueblos y ciudades el 19 de julio y que, de hecho, sustituyeron a
los ayuntamientos o los dejaron arrinconados. Puesto que el Comité de Milicias
había desaparecido al entrar las fuerzas que lo componían en el Gobierno de la
Generalidad, era lógico, argüían los consejeros republicanos y psuquistas, que
también desaparecieran los comités y que las fuerzas que los componían se
hicieran representar en los ayuntamientos. El argumento era irrebatible en
simple lógica, si se hacía abstracción de consideraciones políticas. Lo malo
había sido aceptar la desaparición del Comité de Milicias. Una vez logrado
esto, no había motivo para que no se lograra la desaparición de los comités. Y
se logró.
La CNT no vio las consecuencias políticas de la medida. Se dejó
deslumbrar por la promesa de que en los ayuntamientos tendría más influencia
que la que le correspondía por su fuerza local. Aceptó. En efecto, según el
proyecto, las organizaciones estarían representadas en los ayuntamientos en la
misma proporción con que lo estaban en el Gobierno. Por cada consejero habría
tres concejales. La CNT tenía tres consejeros, lo cual le daría nueve
concejales; como la fuerza cenetista, fuera de Barcelona y parte de su
provincia, no era mayoritaria, esta proporción le resultaba ventajosa. El POUM,
en cambio, con un consejero, tendría tres concejales, incluso en ciudades como
Lérida y otras, donde era la fuerza mayor. Nin no tuvo más remedio que aceptar,
después de discutir el problema con el Comité Ejecutivo, que no pudo encontrar
la manera de evitar la medida.
Esto puso al POUM en un brete. Los poumistas de Lérida se negaban a
disolver los comités. Para aplicar el decreto, Tarradellas decidió ir
personalmente a Lérida, en compañía de un consejero psuquista, un cenetista y
Nin. Se hizo acompañar por una fuerza de guardias de asalto. En Lérida estaban
dispuestos a resistir, pero al ver a Nin descender del coche al lado de
Tarradellas, por disciplina de Partido, renunciaron a recibir a tiros a los
guardias de asalto.
El último acto importante de Nin como consejero de la Generalidad es
también difícil de explicar en términos simplemente políticos. He aquí los
hechos: en agosto, el Comité Ejecutivo del POUM, a propuesta de Nin,
sugirió que se diera asilo a Trotski. La cosa no pasó de la propuesta, como ya
se dijo. Pero el 7 de diciembre, Nin insistió y el Comité Ejecutivo
propuso de nuevo, esta vez a través de Nin, que la Generalidad concediera asilo
a Trotski, que se encontraba en Francia, en una situación precaria (y que poco
después marchó a Noruega y de allí a México). En el Comité Ejecutivo del POUM
se hizo notar que Trotski nunca se ofreció a ir a España a poner su experiencia
al servicio de la Revolución, y que, por tanto, la sugestión de darle asilo no
estaba justificada. Pero Nin habló de los deberes de solidaridad y esto decidió
al Comité. Nin transmitió la propuesta al consejo de la Generalidad, que la
dejó «en estudioD y no se habló más de ella.
¿Qué impulsó a Nin a adoptar esta actitud a todas luces inoportuna y que
podía interpretarse como una provocación a los comunistas, formulada, además,
en favor de una personalidad que no cesaba de atacar al POUM y que, repito, no
se había apresurado, como le ordenaba la solidaridad proletaria, a ponerse al
servicio de la Revolución española? Probablemente fue esto mismo: el deseo, por
parte de Nin, de mostrar a Trotski que él no era rencoroso -cosa que no podía
decirse del viejo bolchevique- y que estaba por encima de las cuestiones
personales. Este gesto inquietó a los poumistas, por un lado y, por el otro,
fue utilizado como “justificación” de la campaña que el PSUC y los comunistas
habían emprendido ya contra el POUM. Si Trotski hubiese aceptado -nunca lo hizo
explícitamente- y si la Generalidad le hubiese concedido el asilo, su presencia
en Cataluña hubiese sido un problema para el Gobierno (que hubiera debido
proteger su vida) y hubiera resultado embarazosa para el POUM, a quien habría
creado inevitablemente problemas políticos, haciendo todavía más difícil el
contacto del POUM con los cenetistas, justificadamente opuestos al hombre que
más duramente persiguió a los anarquistas rusos después de 1917.
Por lo demás era evidente que diciembre de 1936 no era el momento
propicio para una sugestión de este tipo. Porque ya Companys había decidido
cambiar el Gobierno y ya los comunistas empezaban a pedir “la piel” del
POUM. El consulado soviético había mandado a la prensa, poco antes (y, cosa
increíble, a través de la Comisaría de Propaganda de la Generalidad), una nota
acusando a la prensa que “suministraba material a las insinuaciones fascistas”.
Esto era en respuesta a una nota aparecida en “La Batalla”, en la cual, el 15
de noviembre, comentando la aceptación de la URSS de entrar a formar parte del
Comité de No Intervención, con estas frases: “Lenin no se hubiera declarado ni
un solo momento neutral con respecto a la Revolución española... Lo que le
interesa realmente a Stalin no es la suerte del proletariado español, sino la
defensa del Gobierno soviético, según la política de pactos establecida por
unos Estados frente a otros”.
Moscú daba muestras de impaciencia. Quería la eliminación de la CNT y, si
ésta era de momento demasiado fuerte para ello, la del POUM. Recuérdese que,
para mediados de noviembre, el doctor Juan Negrín, ministro de Hacienda del
Gobierno, ya había mandado a Rusia casi todo el oro de las reservas del Banco de
España, dando a la URSS la posibilidad de controlar, de hecho, la política
española: sólo con este oro podían adquirirse armas y pertrechos. Los deseos de
Moscú se convertían en órdenes, al llegar a Valencia, donde se había instalado
el Gobierno.
El 9 de diciembre Companys declara a los periodistas: “Nos
interesa a todos salvar el honor y la gloria de la Revolución. ..Sobran juntas
y juntitas, comités, comisiones e iniciativas... Hay más de una docena de
motivos que obligan a la constitución de un Gobierno fuerte, con plenos
poderes, que imponga su autoridad“. El Gobierno que dos meses y medio antes
debía ser de mayoría obrera, se ha convertido en un Gobierno débil, sin
autoridad. Los consejeros no se dan por aludidos y no dimiten. El 12 de
diciembre, Companys recibe a una comisión de la CNT y se entrevista con
Comorera. No llama para nada a Nin. Antonov cena con Companys, no en secreto,
sino con los periodistas en la antesala. A la salida. Tarradellas declara:
“Sería difícil negar que hay planteado un problema político”.
Quien realmente lo plantea es Antonov-Ovseenko. El 13 de diciembre
se declara oficialmente la crisis y se forma otro Gobierno -que distará mucho
de ser el Gobierno fuerte que Companys quiere- y que se compone de CNT,
Ezquerra, Rabassaires y UGT (en nombre de ésta figura el secretario general del
PSUC, Comorera). Así, dorándole la píldora, haciendo aparecer como sindical al
nuevo Gobierno (con la Esquerra como “sindicato” de la clase media), se
consigue que la CNT acepte la maniobra. El objetivo de ésta es la eliminación
del POUM. Pero Companys no quiere aparecer como sometido a la imposición de
Antonov y disfraza la crisis con las frases políticas ya citadas.
En nombre de la UGT. Rafael Vidiella, ex dirigente socialista catalán, ex
anarquista y ex anticomunista, sustituye a Nin en la consejería de Justicia.
Esta vuelve a su existencia gris y burocrática...
En el momento de la sustitución, Vidiella, que conoce a Nin desde hace
muchos años, le dice: “Ya sabes que aquí tienes un camarada. Puedes contar conmigo”.
Nin, sin darle la mano, le contesta: “Pues conmigo, ¡no! “. Y encogiéndose de
hombros, pregunta: “¿A qué viene esto, ahora, si todos los días nos tratáis de
fascistas?”.
La “Soli” cenetista dice que la crisis se debió a “afán de predominio
fraccional” y a “maniobras de viejo estilo”.
“La Batalla” comenta, el mismo día de la crisis: “La ruptura no ha podido
evitarse por la intransigencia del PSUC, que no se contenta con exigir nuestra
eliminación [del POUM], sino que preconiza la anulación pura y simple de todas
las conquistas revolucionarias de la clase obrera, cosa que nosotros nunca
permitiremos”.
Queda por ver si se encontrará la manera de no permitirlo.
“Treball”, órgano del PSUC. comenta por su parte: “Luchamos contra los
provocadores con la misma tenacidad y por los mismos motivos que contra los
fascistas”.
El 16 de diciembre, tres días después de la eliminación del POUM
del gobierno de la Generalidad, la “Pravda” de Moscú se encarga de explicar,
casi sin disfrazarla, su verdadera causa y su origen: “En Cataluña –dice en un
artículo en que se pasa revista a la situación de España- ha comenzado la
eliminación de los trotskistas y los anarcosindicalistas; se llevará a término
con la misma energía con que se realizó en la URSS” (1).
En la URSS, bien lo decían los poumistas, esta energía se manifestó en
detenciones, procesos, sentencias y ejecuciones. Ya saben lo que les espera, si
los comunistas pueden salirse con la suya. Pero, ¿podrán?
Los meses que le quedan de vida a Nin serán de lucha constante para
tratar de evitar que esa energía soviética pueda ejercerse en España.
Notas
(1) La frasecita del órgano del Partido Comunista ruso fue muy comentada.
Tanto que Antonov, el 8 de enero, tres semanas después de su publicación, creyó
oportuno hacer una rectificación para calmar a los anarquistas. Moscú
consideraba que todavía no era posible eliminarlos. Por esto, el consulado
soviético publicó una nota: “Es falso que toda la prensa soviética abrigue la
esperanza de que la acción depuradora emprendida en Cataluña contra los
trotskistas y anarcosindicalistas españoles será realizada con la misma energía
que en la Unión Soviética”. Admírese la sutileza: la “Pravda” expresó esta
esperanza; el consulado soviético no lo desmiente, sino que dice que la misma
esperanza no fue expresada por “toda la prensa soviética”, lo cual es cierto,
puesto que los demás periódicos soviéticos no publicaron el artículo de la
“Pravda”. Pero ésta es la voz de Stalin. El día siguiente, por lo demás,
Antonov dijo a un periodista del periódico liberal inglés “Manchester Guardian”
(que por cierto era un compañero de viaje comunista): .Niego rotundamente la
intervención de Rusia en la política catalana”.
Edición
digital de la Fundación Andreu Nin, septiembre 2002
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