lunes, 16 de octubre de 2017

La mujer ante la revolución (Secretariado Femenino del POUM) 1937


LA SEDE DEL CE DEL POUM, DE SU SECRETARIADO FEMENINO Y DE RADIO POUM
“Katia Landau quien fue el principal autor de su folleto más elaborado, "Las Mujeres En La Revolución" (1937).”


 Juan Andrade   y María Teresa García Banús

María Teresa García Banús, una revolucionaria en la sombra
Pepe Gutiérrez 

“Su ideario quedará perfectamente plasmado en el folleto La mujer ante la revolución que, aunque redactado finalmente por Katia Landau, fue el producto de arduas discusiones en el Secretariado.”








El secretariado Femenino del POUM no era una sección del partido a la cual se afiliaran las mujeres, sino que tenía por misión estudiar los problemas de la mujer y proponerles solución, así como fomentar en las mujeres obreras la conciencia de esos problemas y de que no se resolvería más que mediante el socialismo. Este era el criterio predominante entonces y el que se refleja en este folleto, que es, en cierto modo, como la síntesis de los puntos de vista del POUM sobre la cuestión. El Secretario Femenino público algunos otros folletos- de la Kollontai, por ejemplo- y el libro de August Bebel La mujer en el pasado y el porvenir. El presente folleto apareció en 1937 publicado por la Editorial Marxista. Lo escribió María Teresa Andrade en colaboración con otros miembros del Secretariado.

Alejandra Kollontai. Extractos de: Los fundamentos sociales de la cuestión femenina
Traducida por María Teresa García Banús en 1931



Los seis meses transcurridos desde que estalló nuestra revolución ofrecen una página de gloria única en la historia del movimiento revolucionario femenino. El gran momento histórico no encontró desprevenida a la mujer trabajadora española. Con energía, abnegación y heroísmo ha contribuido en la lucha desde los primeros momentos, dándose perfecta cuenta de que lo que estaba en juego era su propia existencia. La hemos visto luchando en Barcelona y en Madrid- y no sólo en estas dos ciudades- empuñando las armas. Centenares de mujeres se han alistado en las milicias obreras desde el primer día de la revolución, y han demostrado en el frente el mismo valor, la misma resistencia que sus compañeros de explotación.


Respecto al papel desempeñado por las mujer proletaria en la retaguardia, es preciso una recopilación de hechos si queremos hacerla justicia en el conjunto de la historia de la revolución. Creemos poder afirmar que sin la ayuda de las mujeres sería imposible poder sostener una guerra tan larga, que siempre exige muchas víctimas e impone restricciones; estaría condenada al fracaso. Una actitud pasiva por su parte, no ya hostil, frente a esta guerra hubiera no sólo desmoralizado a la retaguardia, sino también debilitado la moral en las trincheras. No; el combatiente revolucionario no ha de temer que las mujeres se quejen y se lamenten en casa. Y si faltaran pruebas de esta ejemplar actitud de la trabajadora española en la lucha, las ha dado sobradamente Madrid. Todos los que han vivido las luchas de nuestra capital son testigo de ello. No se han visto lágrimas ni desesperación, pero si puños cerrados; no se han oído quejas, y sí maldiciones contra el fascismo que asesina a nuestros hombres y a nuestros hermanos y no retrocede ante la fría y premeditada matanza de niños indefensos. Sí, fría y premeditada. Las bombas fascistas, que han destrozado a los niños madrileños, tenían por objeto acobardar a sus madres, y con ello romper la férrea resistencia de Madrid. Pero Madrid resiste, con la ayuda de la moral inquebrantable de la  madre proletaria, en la que la ayuda de la moral inquebrantable revolucionaria.

Repetida veces e incansablemente ha señalado Lenin el decisivo papel de la mujer en la lucha de la clase trabajadora por su libertad. En todos sus discursos y trabajos teóricos repite siempre su pensamiento de que no puede haber movimiento de masas sin la mujer, de que la victoria final no es segura sin la participación de la mujer, de que la estructuración del Socialismo no puede conseguir sin una colaboración activa de la mujer. Claramente, y sin dejar lugar a dudas, Lenin nos ha dicho que la realización del socialismo depende en igual proporción de la mujer que el hombre trabajador, pues si el capitalismo representa la explotación y opresión de nuestra clase, de la clase trabajadora, supone doble explotación y opresión para la mujer trabajadora.


Hemos entrado en nuestro país en una etapa decisiva en esta lucha. Debemos, en todo momento, darnos  perfecta cuenta de que la actual contienda sólo puede terminar con nuestra victoria o con nuestro aplastamiento. ¿Dónde está nuestro puesto, dónde está el puesto de la trabajadora? En todas partes donde se trabaje y se luche por nuestra revolución: en los sindicatos, en los partidos políticos, en los comités, en la administración y gobernación de nuestro país. Quizá muchas vacilen en hacer su aparición en la vida pública, dominadas por el  prejuicio de que la política es <<cosas de hombre>>. Pero pronto aprenderán que ya no hay <<cosas de hombres>>, sino una cosa común, para cuya realización la inteligencia y energía de las mujeres han de ser de inestimable valor.

Esto no quiere decir que los deberes reales del hombre y de la mujer sean siempre idénticos. Si lo fuesen, la cuestión de la instrucción militar de la mujer y su movilización en los frentes tendría que constituir el problema central. En principio, no hay inconveniente para el reclutamiento de la mujer en el servicio militar; al contrario, su instrucción militar es de absoluta necesidad. Nuestro partido, teniendo en cuenta esta circunstancia, cuida, parte de la formación política, de la instrucción militar de sus militantes femeninos. Sin embargo, no creemos que el puesto de la mujer está ante todo en el frente, pudiendo ofrecer a la revolución servicios mucho más útiles en la retaguardia. Grandes son sus deberes, y no sólo de carácter militar. (Decimos esto para nuestras compañeras jóvenes, que a menudo se inclinan a menospreciar la labor silenciosa en la retaguardia.) Esta guerra tan prolongada es una de las más serias amenazas para nuestra economía. No sólo se trata de mantener ésta en marcha, sino hay que ayudar a la transformación de las normas de la economía capitalista, ya superadas, en una nueva estructuración a su disposición con la nueva sociedad le concede no sólo la igualdad económica y social respecto al hombre, sino la definitiva igualdad de derechos de ambos sexos.

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Sabemos de sobra lo que para nosotras, mujeres, ha significado el capitalismo: opresión y esclavitud desde hace siglos. Excluidas de muchas profesiones, obstaculizadas en nuestro desarrollo espiritual, desterradas de la vida política, el sistema capitalista ha tratado de aislarnos como seres inferiores. Al entrar en la vida económica sólo hemos representado- inconscientemente- un papel reaccionario. ¿No se os ha metido siempre en la cabeza la idea de que nuestra capacidad es inferior a la de los hombres? Así ha ocurrido que sin apenas darnos cuenta hemos llegado a ser las <<saboteadoras de jornales>> en las industrias, trabajando por la mitad del jornal de los hombres. Aparte de la carga que representa nuestro trabajo en el taller o en la fábrica, generalmente muy duro, nos teníamos que cuidar de las faenas de la casa y de la educación de nuestros hijos, robándonos todo momento libre, privándonos de la posibilidad de vivir nuestra propia vida; todo esto lo hemos estimados injusto, pero lo hemos soportado. El capitalismo no nos ha echado brutalmente la verdad en cara, no nos ha dicho: <<Debéis vivir como mejor conviene a mis intereses>>, sino que nos ha enviado sus servidores más astutos y más peligrosos, sus instrumentos más fieles: el Clero. Y éste nos ha dicho; <<La mujer debe servir al hombre>>  y “La mujer debe tener todos los hijos que pueda”. Pero no dice que es para que el Estado capitalista tenga bastantes soldados, sino porque<<Los hijos son la bendición de Dios>>, <<La mujer no ha de buscar nada en la política y en la vida pública>>, <<La mujer pertenece a la familia>>, etc.

En esta forma hemos vivido durante siglos, fieles a las enseñanzas de la Iglesia católica, en humildad, obediencia y resignación, traicionando nuestra propia vida nuestra emancipación, hasta que el movimiento socialista nos ha señalado el camino.

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Nuestra revolución, en sus comienzos, ha devuelto bien por mucho mal y en principio ha indicado el camino para la obtención de la igualdad de derechos de la mujer en lo económico, lo social y lo político. Pero se han de vencer muchos prejuicios profundamente arraigados, y aún no estamos nosotras mismas de acuerdo sobre lo que la nueva sociedad nos pueda dar y lo que hemos de exigir. Todavía no creemos del todo en nuestra igualdad de capacidad, en nuestra igualdad de derechos. La opresión que data de siglos la llevamos aún en la masa de la sangre y ni siquiera la mejor legislación nos liberará de ella del día a la mañana. La igualdad de derechos tampoco nos la puede regalar el socialismo. Sólo nos puede dar toda clase de posibilidades para conquistarla con nuestra obra, tomando parte en la responsabilidad de la vida social y en su formación. No equivocaremos, cometeremos faltas; en el proceso del trabajo aprenderemos y nos desenvolveremos.


Una mujer engranada en el proceso económico, una obrera en la fábrica, una empleada no querrá y no será ya una <<saboteadora de sueldos>>. Su primera y máxima exigencia será <<Sueldo igual para trabajo igual>>.


La realización de este principio cambiará fundamentalmente, las relaciones entre el trabajador y la trabajadora- ¿No ha ocurrido mil veces que el obrero ha visto en la obrera una competencia molesta y con este motivo ha levantado su protesta: <<Fuera competencia>>, sin darse cuenta de que no es la baratura de la mano de obra femenina la causante de su miseria y del paro forzoso, sino únicamente el sistema de explotación capitalista?


Pero aún hemos de ir más allá en nuestras pretensiones económicas respecto a la igualdad de sueldos: debemos participar con la máxima actividad en la vida interior y en la organización de nuestra industria; debemos participar en la responsabilidad; debemos entrar en las corporaciones, en los comités de fábrica. Cuando ya no veamos la obra solamente desde nuestro puesto de trabajo, sino desde dentro del organismo vivo, con todas sus debilidades, defectos y posibilidades se  nos abrirán horizontes insospechados. Ya no se trata hoy de conquistar del patrono la más pequeña mejora, no; la industria nos pertenece a todos, a la clase trabajadora entera. Nos sentimos con todo derecho,  sobre todo en la gran industria, los dueños de la misma. Pero para conseguir esto realmente es absolutamente necesario empujar nuestra revolución hasta el fin, hasta que todas las fábricas sean socializadas, hasta la formación de un gobierno obrero socialista responsable, salido de nuestras organizaciones.


Pero objetarán muchas mujeres que también en la nueva sociedad será el hombre en comparación con nosotras un ser preferido. Quizá sean iguales las condiciones de trabajo y de sueldo en la industria, pero mientras el hombre puede disponer libremente de su tiempo cuando sale del trabajo nosotras tendremos que ir corriendo a casa, preocupadas por si les ha ocurrido algo a los hijos- que se han quedado solos, sin vigilancia alguna-. Y en las pocas horas libres, ante de acostarnos, horas que serían tan necesaria para reponernos de las fatigas de un día de trabajo muy duro, de recobrar nuevas energías, tendremos que guisar, lavar y coser. Los domingos y días de fiesta serán cortos para atender a yodas nuestras obligaciones.

¿Será esto siempre así?, nos preguntamos; ¿será esto siempre así, porque siempre lo fue desde siglos?


Tomemos, como ejemplo, una industria cualquier socializada. Dirección, empleados, obreros, todos igualmente retribuidos socialmente, todos compañeros de trabajo. Llega el descanso de mediodía y los cincuenta, cien o más camaradas se precipitan en busca del tranvía, autobús o metro. Y no son sólo ellos; millones y centenares de millones de obreros en todas las ciudades del mundo corren a casa, se tragan la comida apresuradamente para volver al trabajo, con el estómago más comida apresuradamente para volver al trabajo, con el estómago más o menos lleno, pero no descansados. ¿No podrían todos los que trabajan colectivamente sentarse juntos a la mesa y cenar a comer con toda tranquilidad? Hagamos, pues, el ensayo. Toda mujer de su casa sabe por experiencia que tiene más cuenta guisar para diez personas que para dos. ¿No resultaría practico, y materialmente posible, la instalación de cocinas y comedores en las colectividades?


Pero, dirán las madres, ¿Qué será de los hijos? No podemos dejarlos abandonados durante todo el día y sin comida. No, compañeras; con esta vergüenza de la sociedad capitalista, con esa necesidad de que los hijos de los proletarios tenga y peligrosas para la salud, acabaremos cuanto antes.

Si la industria donde trabajamos es importante, fundemos una guardería de niños, donde nuestra prole esté bien atendida, en higiénicas y soleadas salas.

Una vez libres de las obligaciones y preocupaciones más pesadas, podremos pensar en vivir nuestra vida; veremos que no somos sólo máquinas de <<trabajar y parir>>, como nos lo han predicado durante siglos, sino seres humanos que quieren trabajar, alegres de poseer una inteligencia ávida de aprender y de saber que tenemos un cuerpo que necesita sol. Libertad y movimiento. Cuando más nos liberemos de la superstición y de los prejuicios, cuanto más nos alejemos del ideal de la buena católica que <<sufriendo y callando>> lo soporta todo, mejores compañeras seremos de nuestros hombres.


Es casi seguro que no podremos conseguir una gran parte de nuestras ambiciones inmediatamente, en unos cuantos días o semanas. Retrasaremos su realización y la dificultaremos en parte, si no nos decidimos a participar activamente en la responsabilidad, ya sea en los comités regionales o, en una palabra, en todos aquellos sitios donde se decide nuestra suerte y la de las nuevas formas de vida de nuestra clase. Las compañeras mejores y más capacitadas serán nuestra delegadas y ellas representarán nuestro criterio en todas las cuestiones; en las cuestiones especiales nuestras y en la generales, en aquellas tales como la de dar entada a la mujer en cualquier oficio siempre que no sea nocivo para el organismo femenino, como aquellas otras pretensiones más sencillas y más lógicas sobre la máxima higiene y mayor protección para la mujer y el niño.


No queremos permanecer aisladas y ejercer una crítica estéril. No; queremos ayudar en la obra con todas nuestras energías y nos sentiremos orgullosas de haber contribuido a establecer una vida mejor, con más justicia y dignidad.

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Dediquemos ahora unas cuantas líneas a una categoría de mujeres que trabajan, pero cuya vida y condiciones de trabajo son una monstruosidad, indigna de nuestra revolución: la servidumbre doméstica.

En condiciones parecidas a la posición económica y social del campesino, la clase mencionada ha estado sometida hasta hoy a la explotación, sin defensa alguna, particularmente en pequeñas empresas y casas particulares. ¿Cuánto empieza y cuándo termina la jornada de trabajo de la servidumbre? Esto depende totalmente de la buena voluntad,  es decir, de la arbitrariedad del patrono.


La organización sindical de toda la servidumbre, las bases de trabajo, hacen que las mujeres que trabajan en hoteles y pensiones. Pero, aun así, una gran parte de las mujeres que trabajan en el servicio doméstico quedará en una situación de esclavitud. Si la sirvienta se ha de enfrentar individualmente con su patrono, para hacer valer sus legítimos y justificados derechos, solo en contactos casos podrá conseguir algo y seguirá dependiendo del sentido social más o menos atrasado del patrono. Difícilmente se dará cuenta individualmente de lo que puede conseguir en estos momentos.


Solo con el ingreso en su sindicato puede la mujer, en primer lugar, informarse de su posición social, darse cuenta de que no se encuentra aislada, de que pertenece a una clase potente, que está en la lucha contra la alta sociedad contra su explotación y su injusticia; una clase que representa también sus intereses, los intereses de la servidumbre. Entonces dará el gran paso; dejará de ser la criada para convertirse en <<empleada>>. Su lucha no será fácil, a causa de la convicción, profundamente arraigada de que <<el trabajo de casa>> no es trabajo de fábrica, es decir, que no es posible fijar horas de trabajo, ni menos reducirlas sensiblemente. La lucha obligatoria y natural de disponer de una habitación propia encontrará mucha resistencia. ¿No es primordial, para toda persona mayor, el poseer una habitación propia (un espacio donde pueda vivir, no una jaula sin ventanas) para dar el primer paso hacia la existencia humana e independiente? Las bases de sueldo, de horas de trabajo y tiempo libre, permisos y vivienda propia, son las consignas por las cuales deberá luchar la sirvienta sindicada, y alistándose así al gran combate por la libertad del proletariado.


Hemos hablado de la situación de la mujer en el sistema capitalista dentro de la ciudad. La situación de la pequeña propietaria campesina es mil veces peor. Las costumbres patriarcales del campo abren las puertas de par en par a la explotación. Con el pretexto de que las condiciones propias del trabajo de campo lo exigen, su jornada no tiene límites. La pequeña propietaria, aunque no con la misma esclavitud medieval, no vive en condiciones mucho mejores que la obrera campesina. Se puede afirmar, sin vacilación, que la mayor parte del trabajo total lo lleva sobre sus hombros, Ella es la primera en levantarse y cuando se despiertan el marido y los hijos, ha hecho ya infinidad de faenas; hay que limpiar las cuadras, dar de comer al ganado, y muchos otros trabajos que parecen insignificantes, pero necesarios aún en las haciendas más pequeñas, realizados sin comodidad alguna y teniendo que ir a la fuente por cada litro de agua. El cuidado de la casa, y la crianza y educación de los hijos, son lo menos de sus numerosos deberes. Incluso hasta para dar a luz tiene que arreglárselas lo más rápidamente posible y sin llamar la atención. Un par de días de cama, y en seguida vuelta al más pesado de los trabajos, al más perjudicial para la salud. ¿Quién puede extrañarse de que estas mujeres se marchiten y envejezcan prematuramente?


Viven así una vida de trabajo, careciendo de todas las diversiones y placeres que la ciudad ofrece a la trabajadora, aunque en reducida proporción. Su única distracción, hasta la revolución, era la visita dominical a la iglesia, a su único consejero espiritual y moral: el cura.


Una sociedad que, por un lado, permite la gigantesca acumulación de suelo y tierra, reduciendo al campesino a esclavo de los latifundistas, y que por otro fracciona la tierra de tal forma que huerto y campo no pueden cubrir las necesidades de la familia del pequeño propietario, pretende también impedir toda posibilidad de cambio de este estado de cosas. Pero a los latifundistas los hemos mandado al diablo y detrás de ellos a los curas acaparadores del alma. La tierra nos pertenece, lo mismo que las fábricas. La revolución agraria está en marcha, pero tendrá que resolver distinto problema en Cataluña, donde domina la pequeña propiedad, que en el resto de España, aunque los principios y los fines sean los mismos. A pesar de que deje de existir la propiedad privada del suelo y de la tierra, la revolución quiere respetar la pequeña propiedad, siempre que sea explotada por la mano de obra de la misma familia campesina. Así mismo se quedará el arrendatario con la tierra cultivada por él. Pero lo mismo que no podemos introducir el artesanado en la industria moderna, no debemos parcelar la gran propiedad que dispone de maquinaria moderna.


Si la reforma agraria cambiara profundamente la situación del pequeño propietario, la colectividad revolucionaria modificará de raíz toda idea de cultivo individual. A parte de grandes ventajas económicas del cultivo colectivo de las tierras, la colectividad transformará la vida espiritual y cultural del pueblo; las técnicas modernas harán su entrada en el pueblo y cambiaría fundamentalmente el sistema de cultivo. Y cuando el campesino de la colectividad trabaje 8 horas igual que el trabajador de la industria, la jornada de la mujer ya no será de 14 o 16 horas.


Entonces se hará indispensable la colaboración de la mujer en la colectividad, en la cooperativa dirigente, y llegará incluso más allá de los límites del pueblo. Libre de las cadenas de trabajo que hacían estériles su energía creadora, podrá por primera vez desenvolver su vida personal dentro del marco de la comunidad. Su hijo no trabajará ya desde la edad temprana en las labores del campo. Cuando en la colectividad se reúna un número suficiente de niños para la organización de una escuela propia, las madres harán todo cuanto dependa de su fuerza para ahorrar a sus hijos una larga caminata hasta la escuela, sufriendo a menudo por el vendaval y la tormenta. Donde esto no ocurra, se organizará un servicio de autocar, que recogerá a los alumnos por la mañana para devolverlo a sus hogares por la tarde. Pronto dejarán de ser algo raro en las colectividades las guarderías de niños, incluso de pecho. Y cuando la colectividad tenga un Club Rojo de Campesinos, con una pequeña biblioteca y radio, con un teatro proletario, donde se de conferencias incluso de enseñanzas, entonces se preguntará la trabajadora del campo: ¿Hay todavía alguna que eche de menos el paseo dominical a la iglesia para oír misa y el sermón del cura? Y todas contestarán con risa: <<Nuestra colectividad no es quizás un paraíso y aún hay trabajo de sobra, pero lo preferimos a las promeses de "otro mundo mejor" del cura>>. A lo que podremos decirle <<no os hemos prometido nunca el paraíso; solo menos trabajo, más alegría en la vida y esto sí que se puede cumplir>>.

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Pero dejando a un lado a la mujer que trabaja en la ciudad y en el campo, no debemos olvidar a las mujeres pequeñas  burguesas y propietarias que no tienen un oficio determinado o no lo ejercen por una u otras causas: Las llamadas tan bonitamente <<mujeres de la casa>>, que se cuida solamente de las tareas domésticas.


Cuando estas mujeres se le pregunta: << ¿Estáis contentas con vuestra suerte?>> Son muchas las que contestan: <<Me habría gustado aprender tal o cual oficio; pero su aprendizaje es demasiado largo o caro y, además, con pocas probabilidades de colocarse mujeres. Otras dirán: <<Mucho más que me gustaría ser independiente económicamente, hubiera preferido mejor ejercer mi oficio como antes de casarme, pero cuando se produjo la crisis económicas, despidieron a las mujeres de mi oficio y a las casadas antes que a otras>>. No faltará una que exclame: <<Trabajar sería una cosa bonita; pero ya ves, si trabajo no puedo tener hijos>>. Seguramente habrá muchas entre nosotras que continúe trabajando en su oficio a pesar de tener una familia numerosa. Pero lo más probable es que esta lo pague muy caro, con enfermedades y envejecimiento prematuro, mientras que para los hijos tampoco es bueno.


Tampoco es, pues, del todo dichosa la <<mujer de su casa>>.  Su vida, entre la cocina y lavadero, no le satisface del todo. Trabajo hay más que de sobra, sobre todo si tiene hijos. Pero es el eterno trabajo siempre igual, el eterno molino de la mañana hasta la noche, empezando cada día de nuevo, monótono, sin animación espiritual alguna -lo que a muchas mujeres les duele-. Es un trabajo ingrato que nadie reconoce, pues esto es precisamente lo esencial de todo trabajo improductivo. Seguramente habrá entre las mujeres proletarias, verdaderas artistas, verdaderas genios de las finanzas, que con unos fondos justísimos servirán una mesa con comida sana y nutritiva, que con unos retales confecciona un traje para su nene. ¿No sería posible emplear todo este trabajo, esta abnegación, toda esta inteligencia en un trabajo más productivo y más apreciado socialmente?.

Con gran frecuencia se nos dice: ¿Qué es lo que queréis? ¿Queréis mandar a todas las mujeres a las fábricas y oficinas?


No, no queremos mandar a la fuerza a su oficio a ni una sola mujer. Pero nuestra aspiración es dar un oficio a cada mujer y abrir el camino a las que decían conquistar su independencia económica. <<La mujer no debe trabajar en la industria, la mujer se debe a la familia>>. Son las palabras que pertenecen a los tiempos del capitalismo, que sin embargo, no podía prescindir de la mano de obra femenina - para prescindir de ella en tiempos de crisis-. Porque ello le permitía amenazar a los trabajadores: <<Cómo, ¿No estar conforme con la reducción de sueldo? ¿No sabe acaso que hay mujeres paradas, que esperan ocupar tu puesto trabajando más barato que tú?>>. En una sociedad socialista, en la cual la producción esté basada en un plan de conjunto unificado, que corresponda a las necesidades de toda la sociedad no puede haber crisis económica; Habrá siempre trabajo para todos. En caso necesario, trabajaremos todos en lugar de 8, 6 o 7 horas. Pero no existirá el problema del paro forzoso, ni se dará la colocación a obreros reaccionarios no sindicados, así como tampoco ocurrirá que la mujer le quite el puesto al hombre, quitándole el pan.


Puesta a elegir entre ser madre o mujer de oficio, ¿Que escogerán las trabajadoras? Ni lo uno ni lo otro; queremos las dos cosas. Porque en la nueva sociedad no habrá conflicto entre la maternidad y el oficio, puesto que no existirá patrono que no tolere mujeres embarazadas en su industria. Y la sociedad nos librará de las preocupaciones más apremiantes, instalando guarderías de niños, incluso de niño de pecho. Mientras estemos trabajando, aprendiendo, mientras nos profesionamos, no faltará nada a nuestros hijos. ¿No será mil veces más dichoso en su comunidad infantil que en nuestra reducida y triste vivienda?


<<Todo esto es música futurista>>, dirán muchas. Aun si todo lo expuesto no fuese más que un sueño del futuro, aun cuando los frutos de nuestra campaña lo recojan solo nuestros hijos, valdría la pena de luchar por este ideal. Pero la revolución ha realizado progreso decisivo desde sus primeros comienzos y nos ha hecho un obsequio, cuya magnitud hemos de destacar.


Un sencillo decreto sobre la libertad de aborto ha suprimido de un golpe una esclavitud mucho más antigua que la sociedad capitalista. Siempre se ha recurrido al aborto, pero de modos diferentes. Para la clase pudiente, tratábase de una cuestión de dinero; una campaña de intervención quirúrgica hecha por un médico en buena clínica, bajo el consentimiento tácito de las autoridades. En cambio, la mujer proletaria que se provoca ella misma el aborto (a menudo con el más sencillo instrumento quirúrgico, por ejemplo una aguja, de hacer medias) se entrega a las manos inexpertas, dudosamente higiénicas, de una curandera, de una comadrona o de una vecina, era perseguida como una criminal e incluso castigada por intento de aborto. Una enfermedad de la madre, del padre, de enfermedades hereditaria de la familia, la imposibilidad económica de mantener a más hijos con el mismo jornal de hambre de siempre, ninguna de estas razones podía influir para nada. Centenares, millares, hasta millones de mujeres perecían cada año como consecuencia de aborto producido por manos inexpertas.


No existe el menor peligro de que el aborto practicado libremente pueda reducir el número de nacimientos. Toda mujer sana y normal quiere ser madre. Si, además, sabe que su hijo no pasará hambre y miseria, que gozará de una juventud más feliz que la suya, entonces no habrá que temer por la <<huelga de nacimiento>>.


La mujer que no quiera tener hijo por razones de salud, de economía u otro motivo fundamentado, tendrá a su disposición medios para evitar el embarazo. Y lo mismo la madre que no desee traer más hijos al mundo. Desde ahora en adelante, pues podrá la mujer determinar libremente sobre su cuerpo. Tendrá hijos porque quiera y podrá vivir su vida personal sin miedo alguno de que en un momento dado haya de pagar demasiado caro toda la felicidad que disfrutaba.

El capitalismo necesita esclavos asalariados para su industria y soldados para su guerra. Por eso mismo no podrá nunca conceder a la mujer de la clase oprimida la libre voluntad sobre su descendencia, no concederá la libertad de su vida sexual. La iglesia, al servicio del capitalismo, ha repetido bastante a menudo que el aborto es un pecado mortal, porque es un crimen contra la vida. Aborto era, pues, asesinato.


¿Está la trabajadora española todavía muy influenciada por la idea de la iglesia al manifestarse, en muchos casos, contra el aborto?

Para desprendernos definitivamente de los prejuicios de la sociedad burguesa, seguramente hemos de trabajar todavía mucho más para ver la vida tal cual es y no como querían hacérnosla creer. Pero nuestra repulsión ante el aborto no estaba del todo injustificada, cuando la salud y la vida corrían peligro y nos amenazaba con la cárcel. Si se procede al aborto en condiciones higiénicas por un médico especialista, entonces no tenemos por qué temer una intervención quirúrgica que en sí misma es inofensiva. Los reaccionarios nos acusan a nosotros, comunistas, de aprender la destrucción de la familia. Basta que cada mujer, en la ciudad o en el pueblo, mire a su alrededor y se persuadirá de que el número de familia felices es sumamente reducido. La gran cantidad de divorcios registrados desde el comienzo de la revolución, al facilitar esta de un modo efectivo los trámites correspondientes, demuestra como el capitalismo ha quebrantado la familia.


Digámoslo abiertamente: El prejuicio reaccionario de una inferioridad de la mujer, de su incapacidad de participar en la vida púbica, está tan profundamente arraigado que muchos de los mismos trabajadores revolucionarios no trata a su compañera en otra forma que en las acostumbradas en la familia burguesa. <<De esto no entiendes tú nada>>; <<mejor es que no te preocupes de tu casa>>, y frase semejante llega muy a menudo a nuestros oídos.


Nuestra revolución, que ofrece a mujeres la posibilidad de una independencia económica, primer escalón para una igualdad completa, no solo se alejará al hombre de la mujer, si no que modificará fundamentalmente la relación de sexos y dará nueva base, un carácter nuevo a la familia.


Marido y mujer se mantenían hasta ahora en la lucha, o quizás pasaba algo peor: La mujer estaba tan oprimida que le parecía todo lógico que el marido fuera el <<amo>>. Bajos los nuevos condiciones que evolucionarán en el transcurso de nuestra revolución, la mujer, como ser libre contra el hombre, como trabajadora, no descuidará sus deberes de madre. De esta forma será mejor compañera del hombre, mejor madre de su hijo y será un miembro apreciado dentro de la sociedad con los mismos derechos.

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Puesto en claro en líneas generales, lo que representará para nosotros la sociedad socialista, surge una cuestión importante. ¿Con qué carácter debemos llevar a cabo nuestra lucha? ¿Cómo movimiento general de la mujer y con el lema <<lucha por la igualdad de derechos de la mujer>>? Esto ya no es cuestión palpitante. La revolución ha dado ya más libertad a la mujer proletaria que lo que en su tiempo constituía la meta del movimiento femenino burgués. Además, aquel movimiento femenino pretendía realizar sus fines dentro de los límites de la sociedad burguesa. ¿Debemos llevarlo a cabo como movimiento de clases, como lucha de todas las proletarias, sin contar con el partido? En esto habrá que pensar si el proletario tuviera una concesión única en todas las cuestiones. La realidad es otra; existen en España, como todos los demás países, varios partidos proletarios, que representa cada uno unas posiciones determinadas. Y si no queremos quedar aisladas, creando un movimiento femenino artificial, separando del movimiento general, no nos queda otro remedio que entrar en los partidos políticos. El problema de la mujer, hay que repetirlo hasta la saciedad, es solo una parte de la lucha de la clase trabajadora. Por esto ingresamos en el partido que más firmemente lucha por los intereses del proletariado y, como consecuencia, por tus intereses específicos. El POUM es el partido que demuestra más en toda su labor que lucha por la realización del socialismo.


Desde el principio de nuestra revolución, el POUM ha dicho claramente la pugna existente: Fascismo o comunismo. O vencemos, o destruyendo definitivamente al capitalismo y formando nuestra nueva sociedad, o vence el fascismo, para establecer un sistema de explotación y opresión para destruir físicamente a lo mejor del proletariado, como ha sucedido en Alemania o en Italia.


Por lo tanto, podemos ganar todo o perder todo. Por esto luchan nuestros hombres heroicamente en los frentes; por esto transformamos toda nuestra vida en la retaguardia, conforme a las exigencias de la guerra. Para la liberación definitiva de la clase trabajadora mediante el socialismo, ningún sacrificio es demasiado grande. Pero no podemos concebir que corran ríos de sangre obrera en defensa de una república democrático burguesa.


Si estos intereses democráticos estuvieran representados por <<gentes de izquierda>>, no nos importaría gran cosa y lo juzgaríamos natural. Pero no son los burgueses los que emprenden la defensa de la república democrática, sino es un gran partido obrero: el Partido Comunista de España.

De no tener a nuestro lado a la gran mayoría de la clase trabajadora de España, bastaría con dar una ojeada a la historia del movimiento obrero internacional, y precisamente a uno de los capítulos más trágicos, para demostrar que la razón está de nuestra parte.


En 1918, en Alemania, la clase obrera se levantó, después de cuatro años de guerra, para decorar la monarquía de los Hohenzollern. Pero cuando la parte más revolucionaria, la más consciente del proletariado, se dispuso, bajo la dirección de Rosa Luxemburgo y de Carlos Liebknecht, a continuar la lucha para lograr el poder para la clase trabajadora, también surgió un partido proletario muy fuerte numéricamente: el Partido Social Demócrata Alemán. Este gritaba, como hoy el Partido Socialista y el Partido Comunista: <<Luchamos por la república democrática. El socialismo es nuestra aspiración final. Pero sería el suicidio de la clase trabajadora llevar a cabo su realización ahora>>. La revolución de 1918 no condujo al proletariado alemán al Socialismo, sino a la república democrática, de la que, finalmente, surgió el fascismo.


La república democrática alemana pasó por encima de los mejores revolucionarios alemanes, por encima del cadáver de la mujer más grande y más heroica que el movimiento obrero conoció jamás: Rosa Luxemburgo. Su asesinato lo exigió y ejecutó el partido que ahogó la voz de la revolución para introducir << su república burguesa>>: la Social-Democracia Alemana.


Ved, pue, trabajadoras, por qué no queremos que las numerosas víctimas y sacrificios sean en vano, que por culpa del Partido Comunista de España se repita en nuestro país lo que han vivido los trabajadores alemanes en 1918-1919. Por estos motivos, como buenas comunistas, no podemos pertenecer al Partido Comunista de España, a pesar de ser comunistas.

Y si la camarada comunista oficial nos dice: << Vuestras aspiraciones son las nuestras. ¡Contemplad la Rusia Soviética! ¿No están allí realizadas, de un modo completo, nuestras reivindicaciones; no tiene allí la mujer igualdad de derechos?>>. Seguramente contestaremos que la situación de la mujer rusa ha cambiado fundamentalmente. De un ser esclavizado, oprimido, la revolución de octubre la ha elevado a la categoría de un miembro igual que todos en la nueva sociedad. Pero lo que el periodo de Lenin le ha dado, lo que ella se ha conquistado en los primeros años de la revolución, está a punto de robárselo el estalinismo.


Pero dejemos los grandes problemas soviéticos, y volvamos a las pequeñas cuestiones diarias de nuestra revolución. La guerra dura desde hace siete meses; se padece escasez de víveres, faltan patatas, azúcar, leche, carne y algunas cosas más. Hace días que escasea el pan en Barcelona. Entre las mujeres que durante muchas horas hacen cola ante las tahonas, se encuentran nuestras camaradas que tratan de hacer comprender a las mujeres, en forma tranquila y objetiva, los motivos de la falta de vivires, el porqué y para qué hemos de soportar estas privaciones, lo que está en juego en esta revolución y en esta guerra. A estas mujeres cansadas, nerviosas y, en general, políticamente de ideas confusas, se acercan también las camaradas del PSUC. En lugar de darles explicaciones, se esfuerzan en crear complicaciones; en lugar de consignas claras, formulan exigencias reaccionarias. <<Más pan y menos comités>>, se lee en sus pasquines. ¿Quiere decir esto que los comités tenga la culpa de las dificultades económica?

Estamos convencidas de que la falta de pan es debida principalmente a que no tenemos realmente comités revolucionarios elegidos en todo el país, en todas las ciudades, en todas las provincias, en todos los distritos. Se debe a que no se ha reunido el congreso de obreros, campesinos y comités de milicias para elegir el congreso obrero, responsable ante los comités revolucionarios. La guerra nos impone privaciones y sacrificios, y un gobierno obrero no nos facilitaría la abundancia del día a la mañana; pero si hoy faltan víveres, no es culpa de los comités, sino por maniobras políticas de la burocracia.



¡Exigís menos comités y un gobierno fuerte! No, camaradas del PSUC: lo que hace falta son comités revolucionarios en todo el país y un gobierno obrero revolucionario.

                          ···

Nuestra revolución ha realizado ya grandes cosas, pero todo lo que hemos conquistado a costa de muchos sacrificios se nos  puede arrebatar si no hacemos saltar definitivamente los cimientos del capitalismo, si no se procede a la socialización en toda España, socialización que debe sr dirigida por un gobierno obrero evolucionario. El PSUC os dice: <<Primero ganar la guerra, luego podremos hablar se socialismo>>. A eso replica el POUM, y no cansará de repetirlo: los que quieren dejar la revolución para después de la guerra no quien que se haga jamás la revolución.

Nosotras queremos la revolución con todo nuestro entusiasmo, y por esto os invitamos, trabajadoras españolas, a luchar, a luchar con nosotras al lado del POUM por la victoria definitiva de nuestra revolución.







Víctor Alba. La revolución española en la práctica. Documentos del POUM

SUMARIO

Introducción de Víctor Alba  13

EL PARTIDO   29

Comité ejecutivo: QUÉ ES Y QUÉ QUIERE EL POUM 29


LA POLÍTICA  75

Joaquín Maurín  : INTERVENCIONES PARLAMENTARIAS  75

Discurso pronunciado el 8 de julio de 1.936   84

Julián G. Gorkin. Andrés Nin: EL POUM ANTE LA REVOLUCIÓN ESPAÑOLA 88

El 6 de septiembre de 1936, cuando la marcha de los acontecimientos políticos había llegado a un punto decisivo en la zona republicana,  el POUM celebró un mitin en el Gran Price de Barcelona. En él hablaron Julián Gorkin del Comité Ejecutivo, y Andreu Nin, secretario político. Estos discursos, que fijaban la posición del POUM en aquel momento fueron publicados por la Editorial Marxista en folleto.


Discurso de Andrés Nin               95

Comité Central: RESOLUCIONES APROBADAS EN PLENO AMPLIADO DE DICIEMBRE DE 1936        104

Comité Central Ampliado: RESOLUCINES DE LA JUVENTUD COMUNISTA IBÉRICA  114

Ignacio Iglesias: EL PROLETARIADO Y LAS CLASES MEDIAS    133




LA ECONOMIA  191

Consejo Económico y Técnico del POUM: LA GUERRA Y LA REVOLUCIÓN EN CATALUÑA EN EL TERRENO ECONÓMICO    191

J. Oltra Picó: el POUM y la colectivización de industria y comercio   221

J. Oltra Picó: SOCIALIZACIÓN E LAS FINCAS URBANAS Y MUNICIPALIZACIÓN DE LOS SERVICIOS     229

El proyecto del POUM sobre socialización de la riqueza urbanas  239

Consejo Económico y Técnico del POUM: conferencia del POUM  246

Rafael Sardá: LAS COLECTIDADES ARGRÍCOLAS  256


LA SOCIEDAD  271

DR. Mina: EL PROBLEMA SANITARIO ANTE LA REVOLUCIÓN PROLETARIA. 271

La mujer ante la revolución (Secretariado Femenino del POUM) 1937   290

LA PERSECUCIÓN   305


LA SETENCIA CONTRA EL POUM   (Sentencia número 54 contra el POUM) 325

Bibliografía   355








La música futurista de las revolucionarias del POUM. Marta Brancas   15




Las mujeres del POUM

Por Verónica Rodríguez





Las mujeres del POUM

Por Verónica Rodríguez



Katia Landau. Los verdugos de la Revolución española (1937-1938). Estalinismo en España (1938) y documentos complementarios.




Kurt Landau La Revolución Española de 1936 y la Revolución Alemana de 1918-1919


Wilebaldo Solano. El último día con Andreu Nin




Andrés Nin 1937 Declaración Final a la Policía (21 de junio de 1937) y otros documentos.



Juan Andrade. Nuestro partido expondrá hoy, la verdad revolucionaria al proletariado




[Libro] Juan Andrade (1897-1981) Vida y voz de un revolucionario. Documentos complementarios.

 21 de septiembre de 2017


Maria Teresa García Banus


María Teresa García Banus




HOMENAJE A LAS MUJERES DEL POUM, PARTE IMPRESCINDIBLE DE UNA HISTORIA QUE NO PARA



Silencio en la cuenca

Delia Blanca es diputada del PSOE. Intervención en el acto de homenaje a Wilebaldo Solano celebrado en Madrid



Lecciones de las colectivizaciones Víctor Alba
Lecciones de las colectivizaciones es el tercer capítulo del libro de Víctor Alba Los colectivizadores. Publicado por la editorial Laertes en 2001.


Víctor Alba Los colectivizadores. Publicado por la editorial Laertes en 2001.


Boletín Interior del POUM  27 de octubre 1945


MEMORIAS DE UN COLECTIVISTA LIBERTARIO BADALONÉS (1936-1939)

(LA OTRA REVOLUCION DESCONOCIDA) Josep Costa Font



Andreu Nin, consejero de la Generalidad de Cataluña


Reproducción del capítulo titulado “El Consejero” de la biografía de Andreu Nin contenida en el libro Dos revolucionarios: Joaquín Maurín, Andreu Nin (Madrid, Seminarios y Ediciones S.A., 1975). Con permiso del autor para la Fundación Andreu Nin.

A Nin le tocó la consejería de Justicia. Era un lugar que casi siempre había ocupado un técnico. Claro que su función fundamental era participar en las discusiones del consejo de Gobierno de la Generalidad, en las cuales se adoptaban las decisiones importantes.

Pero, a pesar de que no era un jurista y de que no se esperaba que la consejería de Justicia hiciera nada especial fuera de las actividades de rutina, Nin dio a esta consejería un relieve que no había tenido desde el 19 de julio y que no volvió a tener durante la guerra civil. Un militante revolucionario, en cualquier cargo, puede utilizarlo para adoptar medidas revolucionarias. Y esto fue lo que Nin hizo en su puesto, aparte de lo que hiciera en el Consejo mismo.


Este estaba formado por tres consejeros de la Esquerra, tres de la CNT, uno de Acció Catalana, uno de la Unió de Rabassaires, uno del PSUC y uno del POUM. Únicamente los de la Esquerra, el PSUC y el POUM eran dirigentes de relieve en sus organizaciones respectivas. Los consejeros de la CNT, que lógicamente debían llevar el peso de la política del Gobierno -puesto que representaban la fuerza principal en Cataluña, en aquel momento- eran militantes fervientes pero de segunda fila. Ninguno de ellos tenía experiencia en las lides gubernamentales.


Nin se encontraba, pues, prácticamente solo. Los consejeros de la Esquerra, Acció Catalana, Unió de Rabassaires y PSUC coincidieron casi siempre en las votaciones aunque los de la Esquerra se esforzaban en encontrar posibles puntos de coincidencia entre las dos posiciones -PSUC por un lado, y el POUM y la CNT por el otro. A Lluis Companys, presidente de la Generalidad no le interesaba que ninguna fuerza predominara. El futuro de la Esquerra, por el momento, estaba en ser precisamente el mediador y el árbitro. Por otro lado, el PSUC se hinchaba y podía preverse ya el día en que tendría pretensiones hegemónicas. A Companys, claro está, no le convenía. Pero tampoco le convenía que la CNT prevaleciera. Su política -que a la larga lo llevó a perder para la Generalidad las funciones que le había ganado la Revolución-, consistía en frenar al PSUC con la CNT y en contener a la CNT con el PSUC.


Un Gobierno formado con esta intención recóndita no podía ser un Gobierno revolucionario, a menos que consiguieran prevalecer quienes representaban en él a las fuerzas revolucionarias. Esto, evidentemente, no podía lograrse simplemente discutiendo y argumentando, sino ejerciendo, desde fuera, desde la calle, la presión necesaria para apoyar los propios argumentos. Si el POUM estaba dispuesto a ejercer esta presión, sabía que no bastaba y que para que fuese eficaz se precisaba la de la CNT. Pero esta organización, todavía en cierto modo conmocionada por el paso trascendental que había dado al aceptar puestos en el Gobierno catalán (y disponiéndose a dar el mismo paso con respecto al Gobierno de Madrid), parecía confiar sobre todo en su poder económico -en el hecho de que controlaba, a través de comités de empresa y sindicatos, a casi toda la industria catalana- y no se preocupaba mucho del poder político.


Justamente por esto, aunque a la hora de votar se encontraba aliado de los tres consejeros cenetistas, a la hora de argumentar Nin estaba casi siempre solo. Era él quien argüía, quien defendía, quien proponía. Pero fuera del Consejo no hubo manera de establecer entre el POUM y la CNT una alianza virtual, un acuerdo tácito para ejercer presión en favor de los puntos de vista que los representantes de estas dos organizaciones sostenían. Así, todo lo que podían hacer era argüir y dejar que sus argumentos llegaran a la calle, a los periódicos, a la radio.

El POUM sostenía que el Gobierno era obrero con apoyo de la clase media. La CNT, a través de su periódico Solidaridad Obrera, decía lo mismo, aunque sus redactores, como buenos anarquistas, preferían emplear el término revolucionario en vez del término proletario. Pero pronto se vio que esto era un argumento de cara a la galería. Nadie en el POUM ni en la CNT podía considerar al PSUC un partido obrero, ni por su composición, ni por su programa ni, sobre todo, por su política. Era un partido de clase media al servicio de la diplomacia soviética que, en aquel momento, quería favorecer a la clase media, pues veía en ella un medio para frustrar la revolución social que había comenzado a realizarse y que no convenía a Moscú (porque temía que comprometiera su alianza con París y Londres). Esto, que no veían quienes conocían superficialmente al movimiento comunista, no podía escapar a los poumistas y sobre todo a Nin, que tenía una experiencia personal, directa, de cómo se elaboraba en Moscú la política de la Comintern y de cómo se aplicaba a través de los partidos comunistas locales.


El Gobierno era, de hecho, un Gobierno de clase media con el apoyo de dos organizaciones obreras. Y los partidos de la clase media -la Esquerra, sobre todo- trataron siempre de utilizar este apoyo para convertir a esas dos organizaciones en una especie de pantalla de las verdaderas intenciones del Gobierno. Hubo, cierto, concesiones a las exigencias de la CNT y el POUM, pero fueron en aspectos secundarios, mientras que el POUM y la CNT tuvieron que hacer concesiones en aspectos que no eran tan secundarios como podían parecer a los ojos de quienes se dejaban deslumbrar más por el tono revolucionario de las frases hechas que por las medidas que se adoptaban.


Esta diferencia entre el lenguaje y el contenido se encuentra ya en la declaración del nuevo Gobierno, en cuya redacción intervino Nin, durante las negociaciones para formarlo. Consiguió hacer aceptar algunas medidas que el POUM propugnaba y que nunca llegaron a convertirse en realidad:

...El programa inmediato del Consejo es el siguiente:

a) Concentración del máximo esfuerzo en la guerra, no ahorrando ningún medio que pueda contribuir a su fin rápido y victorioso. Mando único, coordinación de todas las unidades combatientes, creación de las milicias obligatorias y refuerzo de la disciplina.

b) Reconstrucción económica del país, a cuyo fin se llevará inmediatamente a la práctica el programa del Consejo de Economía creado por decreto del 11 de agosto pasado, que contiene:

1º La regularización de la producción de acuerdo con las necesidades del consumo.

2º Control del comercio exterior.

3º La colectivización de la gran propiedad rústica y el respeto a la pequeña propiedad agraria.

4º La desvalorización parcial de la propiedad urbana mediante los alquileres o el establecimiento de las tasas equivalentes cuando no se crea conveniente beneficiar a los inquilinos.

5º La colectivización de las grandes industrias, de los servicios públicos y de los transportes.

6º La incautación y colectivización de los establecimientos abandonados por sus propietarios.

7º La intensificación del régimen cooperativo en la distribución de los productos, y en particular la explotación del régimen cooperativo de las grandes empresas de distribución.

8º El control de los negocios bancarios hasta llegar a la nacionalización de la Banca.

9º El control obrero sobre las industrias privadas.

10º La reabsorción enérgica para la agricultura y la industria de los obreros sin trabajo, para la revalorización de los productos agrícolas, el retorno al campo de los obreros que pueda absorber la nueva organización de trabajo agrícola, la creación de nuevas industrias, la electrificación integral de Cataluña, etc.

11º La supresión rápida de los diferentes impuestos indirectos, en el tiempo y en la medida posible.

c) Enaltecimiento de la cultura popular, en todos sus múltiples aspectos, bajo el signo de la Escuela Nueva Unificada, que haga que por encima de los privilegios que habían imperado hasta ahora todo niño dotado pueda pasar de la escuela primaria a los estudios superiores, y estímulo de todas las manifestaciones culturales.

Las necesidades de la guerra, el bloqueo efectivo a que nos vemos sometidos y las dificultades nacidas de la transformación social que se está operando, imponen sacrificios que las masas trabajadoras soportan si tienen el convencimiento de que no trabajan para enriquecer las clases parasitarias, sino para crear una sociedad nueva. Tenemos en nuestras manos el instrumento invencible de un Pueblo que sabe que lucha y padece por una Humanidad mejor. Lo que este Pueblo quiere ahora es que se le dé una dirección, que se coordinen y unan sus esfuerzos y sus anhelos. El Consejo, que viene a satisfacer esta profunda aspiración popular, pide el concurso y el entusiasmo, que en estos momentos son necesarios y que tiene la seguridad que no le faltarán. La unión es indispensable bajo el signo de la confianza, de la lealtad y del sacrificio. La unión es la victoria y la victoria es la gloria de los que la habrán forjado y el porvenir más feliz de nuestros hijos.

Mientras aquí construimos un nuevo orden de cosas basado en la justicia social, en el frente ahuyentaremos de las nobles tierras aragonesas a los enemigos que las pisotean, y seguiremos ofreciendo a los otros pueblos de Iberia nuestro concurso para la lucha contra el fascismo y por una sociedad mejor, de la cual sea suprimida para siempre la explotación del hombre por el hombre.

El Consejo declara que respetará y ayudará los esfuerzos de la fecunda menestralía catalana, y se dirige especialmente a los campesinos y les dice que su trabajo será estimulado, que nada han de temer por el trozo de tierra que poseen y que cultivan con su sudor, que el nuevo orden de cosas respetará los frutos de su trabajo, mientras atacará despiadadamente el latifundio mediante la expropiación de los grandes terratenientes enemigos del régimen, y anulará todas las cargas y servidumbres que pesaban sobre la payesía...”



Era relativamente fácil aplicar los principios revolucionarios a la actividad cotidiana de la Consejería de Justicia: ésta, en aquellos momentos, tenía pocas funciones y nadie se fijaba en ella. Para los aspectos jurídicos de esta labor, Nin confió en la asesoría de un elemento ajeno al POUM (pues en éste no había ningún abogado), el cuñado de un militante del Partido, que luego fue asesor en el Ministerio de Estado y más tarde en las Naciones Unidas.

La Consejería estaba instalada, si no recuerdo mal, en una torre de la parte alta de la calle de Muntaner. Nin iba a la Consejería por las tardes, y dedicaba las mañanas a su trabajo de secretario político. Muchas veces, tres o cuatro por semana, las reuniones del Consejo se prolongaron hasta la noche. Esto era penoso para Nin, porque su enfermedad del hígado iba empeorando. Más de una vez sus compañeros le vieron interrumpir una frase, para doblarse sobre sí mismo, y continuar una vez había pasado el flechazo de dolor.


En el Comité Ejecutivo del POUM se discutieron algunas de las medidas que Nin adoptó en la Consejería y otras le fueron sugeridas por militantes (por ejemplo, las Juventudes del POUM sugirieron la reducción de la mayoría de edad a los dieciocho años).

En primer lugar, Nin emprendió algo que nadie creía posible y que era indispensable, a sus ojos, para el prestigio de la Revolución y hasta para su honor: limpiar el Palacio de Justicia. Después del 19 de julio, se había instalado en éste una oficina jurídica encabezada por el republicano federal ligado con la CNT Eduardo Barriobero, que cometió numerosas exacciones y aterrorizó a los jueces y fiscales. Nin disolvió este comité -con el apoyo de la CNT- y estableció los Tribunales populares (decreto del 19 de octubre). Estos quedaron formados por representantes de las distintas organizaciones políticas y sindicales -ocho en total-, un presidente y un fiscal, ambos magistrados de carrera. En unas declaraciones, Nin dijo: «su característica esencial consiste en que es un tribunal de clase, que hará la justicia de la clase obrera, un tribunal revolucionario y de clase». El modelo se lo había proporcionado el POUM que, en Lérida, había establecido un Tribunal Popular sin esperar decretos de Barcelona.

Pero esto no bastaba. Las comisiones y comités que habían funcionado hasta entonces dejaron condenadas a muerte a muchas personas. Numerosas veces esas condenas eran desproporcionadas, absurdas o injustas. Nin examinó todos los casos pendientes y a menudo propuso el indulto al presidente de la Generalidad. Para poder hacer esto, estableció (5 de noviembre) una comisión -constituida por los presidentes de los cuatro Tribuna Populares de la ciudad y dos fiscales-, que quedó encargada de  estudiar todas las penas de muerte (pendientes y futuras) e informar sobre ellas al Consejo de la Generalidad para que éste decidiera en definitiva. Daba así a la Generalidad un derecho nuevo, extra-estatutario, el  de indulto, que hasta entonces había estado reservado al presidente de la República.


Otros decretos de importancia que Nin hizo aprobar por el consejo fueron el que daba jurisdicción a los Tribunales Populares sobre los delitos militares de carácter político (3 de octubre); el que establecía reglas para legalizar los matrimonios celebrados ante jefes de milicias (4 de octubre), con lo que se evitaron situaciones que hubieran podido ser perjudiciales para los hijos eventuales de tales parejas y el que fijó la mayoría de edad, para los dos sexos, a los dieciocho años, y en el cual por primera vez en España no se fijaba ninguna diferencia en edad entre las mujeres y los hombres (15 de noviembre). .El 20 de noviembre encargó a cuatro jueces de carrera que terminaran los asuntos no penales iniciados por la Oficina Jurídica aludida, devolviendo así la justicia civil a sus cauces normales. Finalmente, el 5 de diciembre, Nin firmó su último decreto como consejero; ordenó la simplificación del procedimiento para la adopción de niños, con el fin de atender, por este medio, al número creciente de huérfanos que los bombardeos causaban.

Uno de estos decretos ayudará a dar una idea del ambiente en que se redactaron y del tono que Nin dio a su actuación como consejero. Es el ya citado sobre el matrimonio de los milicianos. He aquí su versión castellana:

La nueva estructura jurídica derivada de los hechos revolucionarios que vivimos debe tener como consecuencia la ordenación de las relaciones de la familia, la cual deberá establecerse bajo el principio de la libertad de los cónyuges. Precisa. no obstante, que mientras el nuevo orden jurídico no consiga su plenitud mediante las fórmulas legales pertinentes, sean tomadas todas aquellas medidas que, respondiendo a los principios por los cuales lucha el proletariado encaucen las actividades y recojan las que de hecho establezca, de manera que puedan ser justificadas en todo momento. A partir del 19 de julio, el pueblo ha ido adoptando, en lo que se refiere a las relaciones familiares, aquellas formas que ha considerado, más de acuerdo con sus sentimientos. Por este motivo han sido muchos los vínculos matrimoniales contraídos autorizados ante los organismos responsables de las organizaciones sindicales y de los partidos políticos que forman el frente antifascista de Cataluña. Por consiguiente, recogiendo las aspiraciones del proletariado a fin y efecto de que el acto normal con el que se inicia la vida matrimonial quede reflejado en las oficinas que registran el estado civil de las personas y en las cuales descansa el Estado para tutelar las relaciones que afectan a la capacidad civil de aquéllas, a propuesta del Consejero de Justicia y de acuerdo con el Consejo.

DECRETO: Art. 1.-Los matrimonios celebrados ante los organismos responsables de los partidos políticos y de las organizaciones sindicales que actúan en la lucha contra el fascismo, producirán todos los efectos civiles respecto a las personas y patrimonio de los cónyuges y sus descendientes.

Art. 2.-En el acto de la celebración del matrimonio a que se refiere el artículo anterior asistirá el juez popular del lugar donde se celebre. El juez podrá delegar: en las personas que por razón de su función le sustituyan en caso de vacante, ausencia o imposibilidad, en el procurador del pueblo y en su suplente y, en definitiva, en cualquiera otra persona con plena capacidad civil que merezca su confianza.

Art. 3.-Con el fin de llevar a cabo lo que dispone el artículo anterior, toda persona que quiera contraer matrimonio o el organismo responsable de los partidos políticos u organizaciones sindicales ante los cuales debe celebrarse el matrimonio, lo pondrán en conocimiento del Juzgado Popular respectivo, con veinticuatro horas de anticipación, cuando menos, expresando el día, hora y lugar donde deba celebrarse.

Art. 4.-Si el matrimonio se celebrase sin la concurrencia del juez popular o su delegado, a pesar de aviso de los contrayentes o del organismo responsable, el matrimonio producirá todos los efectos civiles desde el momento de la celebración. Si la causa de la no presencia del juez o de su delegado fuese por no haber dado aviso los contrayentes o el organismo responsable ante el cual se celebre, podrán los cónyuges subsanar la falta solicitando la inscripción del matrimonio en el Registro Civil. En este último caso, el matrimonio no producirá efectos civiles sino a partir de su inscripción.

Art. 5.-Una vez celebrado el matrimonio, el juez popular o su delegado procederá a la extensión del acta y, a este fin, los contrayentes, bajo su exclusiva responsabilidad, facilitarán al representante de la Generalidad todos los datos necesarios para la inscripción del matrimonio.

Art. 6.-EI acta deberá contener las circunstancias siguientes: a) El lugar, día, mes y año en que se efectúa el matrimonio. b) Los nombres y apellidos de la persona que lo autoriza. c) El organismo responsable ante el cual se celebra. ch) Nombres, apellidos, estado, naturaleza y domicilio de los contrayentes. d) Los nombres y apellidos de los padres. e) Cuando alguno de los contrayentes estuviere representado por apoderado, se expresará la fecha, lugar y persona autorizante del poder, y el nombre, apellidos, edad, naturaleza y domicilio del apoderado. f) Si los contrayentes manifestaran tener hijos anteriores al matrimonio, se consignará la manifestación y los nombres y demás circunstancias de los hijos. g) Cuando alguno de los contrayentes fuese viudo o divorciado, se consignará en el acta el nombre y apellidos del cónyuge muerto o divorciado y fecha y lugar de su defunción o de su divorcio y Registro Civil donde se hubiese inscrito. h) Los nombres, apellidos y domicilios de los testigos. Firmarán el acta los contrayentes y los testigos, y cuando alguno de éstos no pudiese, otro a petición suya, y el juez popular o su delegado.

Art. 7.-El funcionario asistente remitirá el acta al registro civil en que deberá inscribirse el matrimonio. La inscripción en el registro civil se realizará en la forma ordinaria, haciéndose constar al margen de la inscripción el organismo responsable ante el cual se celebrara el matrimonio, y se procederá a archivar el acta original transcrita.

Art. 8.-Los organismos responsables de los partidos políticos y de las organizaciones sindicales que actúan en la lucha contra el fascismo, ante los cuales y con anterioridad a la fecha de este Decreto se hayan celebrado matrimonios, remitirán al Registro Civil del Juzgado Popular del lugar del domicilio de los contrayentes duplicado del acta del matrimonio, con el fin de que se lleve a cabo su inscripción.

Art. 9.-Las inscripciones de los matrimonios a que se refiere el presente Decreto surtirán los mismos efectos como si fuesen definitivos. Se entenderán, empero, condicionales mientras no se acredite en forma fehaciente la libertad de los contrayentes antes de la celebración del acto. Justificada la existencia de la libertad de los contrayentes y de las demás condiciones legales exigidas. se pondrá una nota al margen de la inscripción dándole carácter definitivo. El Consejero de Justicia: Andreu Nin


Pero Nin, evidentemente, no estaba en el Consejo para ocuparse sólo de menudencias jurídicas, Su función era mucho más amplia: debía propugnar medidas gubernamentales que aceleraran el proceso revolucionario y defenderlo de quienes quisieran retrasarlo o detenerlo. La inauguración de Nin como hombre de gobierno le proporcionó una mezcla de amargura y satisfacción. Consistió en saludar en ruso, y por encargo del presidente Companys, al primer cónsul soviético en Barcelona, Antonov-Ovssenko. Como ya se dijo, Nin le había conocido en Moscú y colaborado con él en tareas de la oposición trotskista. Nin pronunció un discursito de circunstancias, hablando de los pueblos y no de los gobiernos. Antonov hizo como que no lo conocía.


Más importante que esto era, normalmente, su labor en las reuniones del Consejo de Gobierno de la Generalidad. En ellas había ásperas disputas en las cuales Nin se encontraba del lado de los consejeros cenetistas. Como éstos eran figuras de segunda fila, sin influencia en su organización, estas discusiones no sirvieron dar a los cenetistas una nueva visión del problema del poder, como había esperado el POUM.


La más dura de las discusiones, que estuvo varias veces a punto de provocar la dimisión de los consejeros cenetistas y de Nin, fue en torno a la ley sobre colecvizaciones. Hasta entonces, las colectivizaciones se habían hecho espontáneamente; los sindicatos coordinaban las empresas colectivizadas y el Gobierno no tenía nada que ver con ellas. Al lado de las mismas subsistían empresas privadas cuyos dueños, por ser moderados o de izquierdas, no habían huido. Indudablemente, había que regularizar la situación. El Consejo de Economía, que ahora dependía ya de la Generalidad y en el cual Nin había sido sustituido como representante del POUM por J. Oltra Picó, de Sabadell, preparó un proyecto por el cual se colectivizaban todas las empresas de más de 50 obreros. Además, les debería facilitar crédito un Banco especial. Esto equivalía, de hecho, a colectivizar toda la industria de cierta importancia de Cataluña. La aprobación y aplicación de este decreto hubiera significado un considerable pasó adelante. Así lo comprendieron los psuquistas, que presentaron un contraproyecto, en el cual sólo se colectivizaban las empresas de más de 500 obreros. Al Gobierno correspondería la tarea de coordinar su acción, designándose representantes oficiales en cada empresa colectivizada. Se establecía indemnización a los dueños de las empresas colectivizadas.


Los cenetistas y Nin amenazaron con dimitir si este proyecto se discutía. Tarradellas, de la Esquerra y Consejero-Jefe, para evitar la ruptura, propuso que él se encargaría de redactar un nuevo proyecto en que se conciliaran los distintos puntos de vista. La discusión de este proyecto de transacción fue muy dura. Los cenetistas y el POUM consiguieron que se colectivizaran las empresas, no las de 50 obreros como querían, sino las de 100, que no se diera indemnización a los dueños (a menos que éstos fueran extranjeros, para no provocar conflictos internacionales evidentemente inoportunos en aquel momento), que la Generalidad nombrara solamente representantes en las empresas importantes, y que los sindicatos conservaran su función coordinadora. En cambio no consiguieron que se creara una Banca de crédito para las colectivizaciones, sino que se formó una Caja de Crédito, controlada por la Generalidad y alimentada con fondos de las propias empresas colectivizadas, con lo cual se daba al Gobierno una palanca decisiva sobre las colectivizaciones, sin obligarle siquiera a pagar por ellas. En conjunto, dada la situación en el Gobierno y la renuncia de la CNT a tomar el poder, era todo cuanto cabía esperar. Por lo menos, se salvaba el principio de las colectivizaciones y, si el decreto se aplicaba con espíritu revolucionario, se mantenía el carácter obrero de las mismas. En esta cuestión, como en cualquier otra, el ánimo con que se aplicara la ley era decisivo. Y este ánimo dependía, esencialmente, de la posición que adoptara la CNT en política general.

La CNT y el POUM pidieron que se nacionalizara el comercio exterior -lo que habría dado a la Generalidad una nueva función extra-estatutaria. Pero el PSUC se opuso, alegando que era una actividad que correspondía al Gobierno central. Los consejeros catalanistas apoyaron al PSUC. Nin puso de relieve que quienes en aquel momento estaban en favor de ampliar la autonomía eran los no nacionalistas, las fuerzas obreras, mientras que, para oponerse a éstas, los pretendidos nacionalistas estaban dispuestos a no aprovechar la ocasión de ensanchar las funciones del Gobierno catalán. La paradoja se repitió varias veces más en el curso de la guerra civil.


Pero si estas discusiones proporcionaban a veces motivos de satisfacción, por lo menos al limitar la ofensiva contrarrevolucionaria que ya apuntaba, fueron fuente de frustraciones y disgustos. El mayor, sin duda, lo tuvo Nin el 9 de octubre, cuando se propuso que se disolvieran los Comités -que habían surgido en pueblos y ciudades el 19 de julio y que, de hecho, sustituyeron a los ayuntamientos o los dejaron arrinconados. Puesto que el Comité de Milicias había desaparecido al entrar las fuerzas que lo componían en el Gobierno de la Generalidad, era lógico, argüían los consejeros republicanos y psuquistas, que también desaparecieran los comités y que las fuerzas que los componían se hicieran representar en los ayuntamientos. El argumento era irrebatible en simple lógica, si se hacía abstracción de consideraciones políticas. Lo malo había sido aceptar la desaparición del Comité de Milicias. Una vez logrado esto, no había motivo para que no se lograra la desaparición de los comités. Y se logró.


La CNT no vio las consecuencias políticas de la medida. Se dejó deslumbrar por la promesa de que en los ayuntamientos tendría más influencia que la que le correspondía por su fuerza local. Aceptó. En efecto, según el proyecto, las organizaciones estarían representadas en los ayuntamientos en la misma proporción con que lo estaban en el Gobierno. Por cada consejero habría tres concejales. La CNT tenía tres consejeros, lo cual le daría nueve concejales; como la fuerza cenetista, fuera de Barcelona y parte de su provincia, no era mayoritaria, esta proporción le resultaba ventajosa. El POUM, en cambio, con un consejero, tendría tres concejales, incluso en ciudades como Lérida y otras, donde era la fuerza mayor. Nin no tuvo más remedio que aceptar, después de discutir el problema con el Comité Ejecutivo, que no pudo encontrar la manera de evitar la medida.


Esto puso al POUM en un brete. Los poumistas de Lérida se negaban a disolver los comités. Para aplicar el decreto, Tarradellas decidió ir personalmente a Lérida, en compañía de un consejero psuquista, un cenetista y Nin. Se hizo acompañar por una fuerza de guardias de asalto. En Lérida estaban dispuestos a resistir, pero al ver a Nin descender del coche al lado de Tarradellas, por disciplina de Partido, renunciaron a recibir a tiros a los guardias de asalto.


El último acto importante de Nin como consejero de la Generalidad es también difícil de explicar en términos simplemente políticos. He aquí los hechos: en agosto, el Comité Ejecutivo del POUM, a propuesta de Nin, sugirió que se diera asilo a Trotski. La cosa no pasó de la propuesta, como ya se dijo. Pero el 7 de diciembre, Nin insistió y el Comité Ejecutivo propuso de nuevo, esta vez a través de Nin, que la Generalidad concediera asilo a Trotski, que se encontraba en Francia, en una situación precaria (y que poco después marchó a Noruega y de allí a México). En el Comité Ejecutivo del POUM se hizo notar que Trotski nunca se ofreció a ir a España a poner su experiencia al servicio de la Revolución, y que, por tanto, la sugestión de darle asilo no estaba justificada. Pero Nin habló de los deberes de solidaridad y esto decidió al Comité. Nin transmitió la propuesta al consejo de la Generalidad, que la dejó «en estudioD y no se habló más de ella.

¿Qué impulsó a Nin a adoptar esta actitud a todas luces inoportuna y que podía interpretarse como una provocación a los comunistas, formulada, además, en favor de una personalidad que no cesaba de atacar al POUM y que, repito, no se había apresurado, como le ordenaba la solidaridad proletaria, a ponerse al servicio de la Revolución española? Probablemente fue esto mismo: el deseo, por parte de Nin, de mostrar a Trotski que él no era rencoroso -cosa que no podía decirse del viejo bolchevique- y que estaba por encima de las cuestiones personales. Este gesto inquietó a los poumistas, por un lado y, por el otro, fue utilizado como “justificación” de la campaña que el PSUC y los comunistas habían emprendido ya contra el POUM. Si Trotski hubiese aceptado -nunca lo hizo explícitamente- y si la Generalidad le hubiese concedido el asilo, su presencia en Cataluña hubiese sido un problema para el Gobierno (que hubiera debido proteger su vida) y hubiera resultado embarazosa para el POUM, a quien habría creado inevitablemente problemas políticos, haciendo todavía más difícil el contacto del POUM con los cenetistas, justificadamente opuestos al hombre que más duramente persiguió a los anarquistas rusos después de 1917.


Por lo demás era evidente que diciembre de 1936 no era el momento propicio para una sugestión de este tipo. Porque ya Companys había decidido cambiar el Gobierno y ya los comunistas empezaban a pedir “la piel” del POUM. El consulado soviético había mandado a la prensa, poco antes (y, cosa increíble, a través de la Comisaría de Propaganda de la Generalidad), una nota acusando a la prensa que “suministraba material a las insinuaciones fascistas”. Esto era en respuesta a una nota aparecida en “La Batalla”, en la cual, el 15 de noviembre, comentando la aceptación de la URSS de entrar a formar parte del Comité de No Intervención, con estas frases: “Lenin no se hubiera declarado ni un solo momento neutral con respecto a la Revolución española... Lo que le interesa realmente a Stalin no es la suerte del proletariado español, sino la defensa del Gobierno soviético, según la política de pactos establecida por unos Estados frente a otros”.

Moscú daba muestras de impaciencia. Quería la eliminación de la CNT y, si ésta era de momento demasiado fuerte para ello, la del POUM. Recuérdese que, para mediados de noviembre, el doctor Juan Negrín, ministro de Hacienda del Gobierno, ya había mandado a Rusia casi todo el oro de las reservas del Banco de España, dando a la URSS la posibilidad de controlar, de hecho, la política española: sólo con este oro podían adquirirse armas y pertrechos. Los deseos de Moscú se convertían en órdenes, al llegar a Valencia, donde se había instalado el Gobierno.

El 9 de diciembre Companys declara a los periodistas: “Nos interesa a todos salvar el honor y la gloria de la Revolución. ..Sobran juntas y juntitas, comités, comisiones e iniciativas... Hay más de una docena de motivos que obligan a la constitución de un Gobierno fuerte, con plenos poderes, que imponga su autoridad“. El Gobierno que dos meses y medio antes debía ser de mayoría obrera, se ha convertido en un Gobierno débil, sin autoridad. Los consejeros no se dan por aludidos y no dimiten. El 12 de diciembre, Companys recibe a una comisión de la CNT y se entrevista con Comorera. No llama para nada a Nin. Antonov cena con Companys, no en secreto, sino con los periodistas en la antesala. A la salida. Tarradellas declara: “Sería difícil negar que hay planteado un problema político”.


Quien realmente lo plantea es Antonov-Ovseenko. El 13 de diciembre se declara oficialmente la crisis y se forma otro Gobierno -que distará mucho de ser el Gobierno fuerte que Companys quiere- y que se compone de CNT, Ezquerra, Rabassaires y UGT (en nombre de ésta figura el secretario general del PSUC, Comorera). Así, dorándole la píldora, haciendo aparecer como sindical al nuevo Gobierno (con la Esquerra como “sindicato” de la clase media), se consigue que la CNT acepte la maniobra. El objetivo de ésta es la eliminación del POUM. Pero Companys no quiere aparecer como sometido a la imposición de Antonov y disfraza la crisis con las frases políticas ya citadas.

En nombre de la UGT. Rafael Vidiella, ex dirigente socialista catalán, ex anarquista y ex anticomunista, sustituye a Nin en la consejería de Justicia. Esta vuelve a su existencia gris y burocrática...


En el momento de la sustitución, Vidiella, que conoce a Nin desde hace muchos años, le dice: “Ya sabes que aquí tienes un camarada. Puedes contar conmigo”. Nin, sin darle la mano, le contesta: “Pues conmigo, ¡no! “. Y encogiéndose de hombros, pregunta: “¿A qué viene esto, ahora, si todos los días nos tratáis de fascistas?”.

La “Soli” cenetista dice que la crisis se debió a “afán de predominio fraccional” y a “maniobras de viejo estilo”.

“La Batalla” comenta, el mismo día de la crisis: “La ruptura no ha podido evitarse por la intransigencia del PSUC, que no se contenta con exigir nuestra eliminación [del POUM], sino que preconiza la anulación pura y simple de todas las conquistas revolucionarias de la clase obrera, cosa que nosotros nunca permitiremos”.

Queda por ver si se encontrará la manera de no permitirlo.

“Treball”, órgano del PSUC. comenta por su parte: “Luchamos contra los provocadores con la misma tenacidad y por los mismos motivos que contra los fascistas”.

El 16 de diciembre, tres días después de la eliminación del POUM del gobierno de la Generalidad, la “Pravda” de Moscú se encarga de explicar, casi sin disfrazarla, su verdadera causa y su origen: “En Cataluña –dice en un artículo en que se pasa revista a la situación de España- ha comenzado la eliminación de los trotskistas y los anarcosindicalistas; se llevará a término con la misma energía con que se realizó en la URSS” (1).

En la URSS, bien lo decían los poumistas, esta energía se manifestó en detenciones, procesos, sentencias y ejecuciones. Ya saben lo que les espera, si los comunistas pueden salirse con la suya. Pero, ¿podrán?
Los meses que le quedan de vida a Nin serán de lucha constante para tratar de evitar que esa energía soviética pueda ejercerse en España.
 
Notas
(1) La frasecita del órgano del Partido Comunista ruso fue muy comentada. Tanto que Antonov, el 8 de enero, tres semanas después de su publicación, creyó oportuno hacer una rectificación para calmar a los anarquistas. Moscú consideraba que todavía no era posible eliminarlos. Por esto, el consulado soviético publicó una nota: “Es falso que toda la prensa soviética abrigue la esperanza de que la acción depuradora emprendida en Cataluña contra los trotskistas y anarcosindicalistas españoles será realizada con la misma energía que en la Unión Soviética”. Admírese la sutileza: la “Pravda” expresó esta esperanza; el consulado soviético no lo desmiente, sino que dice que la misma esperanza no fue expresada por “toda la prensa soviética”, lo cual es cierto, puesto que los demás periódicos soviéticos no publicaron el artículo de la “Pravda”. Pero ésta es la voz de Stalin. El día siguiente, por lo demás, Antonov dijo a un periodista del periódico liberal inglés “Manchester Guardian” (que por cierto era un compañero de viaje comunista): .Niego rotundamente la intervención de Rusia en la política catalana”.

  
Edición digital de la Fundación Andreu Nin, septiembre 2002




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