Archivo de Rosa Luxemburgo 1871 - 1919
Archivo de Rosa Luxemburgo 1871 – 1919 (en inglés)
[En el otoño de 1906 el Partido Social Demócrata alemán creó una escuela
partidaria en Berlín. El objetivo era dar a treinta estudiantes elegidos
anualmente por el partido y los sindicatos un curso intensivo de seis meses
sobre historia del socialismo, economía, sindicalismo y muchos temas más. En el
primer año no se le pidió a Rosa Luxemburgo que enseñara pero en el otoño de
1907, cuando la policía alemana ordenó a dos de los profesores, que no eran
ciudadanos alemanes, que cesaran sus actividades docentes. Rosa se hizo cargo
del curso de economía. Desde 1907 hasta que la escuela cerró durante la Primera
Guerra Mundial sus actividades docentes ocuparon buena parte de su tiempo y
fueron muy bien aceptadas.
[Por todos los informes que tenemos, sabemos que fue una profesora
excepcional, y la lectura de “¿Qué es la economía?” nos da una idea de por qué
sus clases gozaban de tanta popularidad. Cualquier estudiante que haya padecido
un curso de economía y tratado de comprender las explicaciones secas, aburridas
e intencionadamente oscuras de los profesores del tipo que Rosa Luxemburgo
ridiculiza, deseará haber podido asistir a sus clases. [Durante muchos años
trabajo en reunir sus conferencias en una exhaustiva introducción a la
economía. Utilizó buena parte de su tiempo libre entre 1907 y 1912 trabajando
en ese proyecto, rechazando más de una invitación para hablar en público a fin
de tener más tiempo para trabajar. Recién durante su encarcelamiento, en la
Primera Guerra Mundial, pudo pulir algunos capítulos para la publicación, entre
ellos el primero, que aquí reproducimos.
[El libro iba a constar de diez capítulos, pero cuando sus partidarios
trataron de reunidos después de su muerte tan sólo hallaron seis. El resto fue
destruido probablemente cuando las tropas revolucionarias saquearon su casa,
después de asesinarla. Paul Levi 73 publicó el manuscrito incompleto en
los años 20, pero se lo acusa de alterar el original. El gobierno de Alemania
Oriental publicó una segunda versión, supuestamente basada en el manuscrito
original, en 1951.
73 Paul Levi (1883-1930):
socialdemócrata alemán. Conocido abogado defensor, amigo de Rosa Luxemburgo;
miembro de la Liga Espartaco y luego del Partido Comunista Alemán. En 1922
rompió con el PC y volvió al PSD.
[Esta es una versión reducida del primer capítulo. Se omiten algunas
partes referentes a una polémica sobre la naturaleza de la economía
contemporánea como entidad internacional antes que “nacional”.]
I
La economía es una ciencia muy particular. Los problemas y las
controversias aparecen apenas se da el primer paso en esta rama del
conocimiento, apenas se plantea la pregunta fundamental: de qué trata esta
ciencia. El obrero común, que tiene sólo una idea muy vaga de qué es la
economía, atribuirá su falta de conocimiento a una deficiencia en su educación
general. Pero en cierto sentido comparte su perplejidad con muchos estudiosos y
profesores eruditos, que escriben obras de muchos tomos sobre el tema de la
economía y dictan cursos de economía a los estudiantes universitarios. Parece
increíble, pero es cierto: la mayoría de los profesores de economía tienen una
idea muy nebulosa del contenido real de su erudición.
Puesto que es común que estos profesores galardonados con títulos y
honores académicos trabajen con definiciones, es decir, que traten de expresar
la esencia de los fenómenos más complejos en unas cuantas frases prolijamente
elaboradas, hagamos un experimento, tratemos de aprender de un representante de
la economía burguesa oficial de qué trata esta ciencia. Consultemos en primer
lugar al decano del mundo académico alemán, autor de una inmensa cantidad de
mamotretos sobre economía, el fundador de la llamada escuela histórica de la
economía. Wilhelm Roscher.74 En su primera gran obra, titulada Principios de economía política, manual y
texto para hombres de negocios y estudiantes, publicada en 1854, pero que
ha conocido desde entonces veintitrés ediciones, leemos en el capítulo 2,
parágrafo 16: “Por ciencia de la economía nacional o política entendemos
aquella ciencia que trata de las leyes del desarrollo de la economía de una
nación, o de su vida económica nacional (filosofía de la historia de la
economía política, según von Mangoldt). Al igual que todas las ciencias
políticas, o ciencias de la vida nacional, estudia, por una parte, al hombre
individual y por la otra extiende su campo de investigación al conjunto de la
humanidad.” (p. 87.)
74 Wilhelm
Georg F. Roscher (1817-1894): economista alemán, fundador de la
escuela histórica de la economía política.
¿Comprenden ahora los “hombres de negocios y estudiantes” qué es la
economía? Pues, la economía es la ciencia que estudia la vida económica. ¿Qué
son los anteojos de carey? Anteojos con marco de carey, desde luego. ¿Qué es un
asno de carga? Pues, ¡un asno con una carga sobre su lomo! En realidad, éste es
un buen método para enseñarles a los niños el significado de las palabras más
complejas. Es de lamentar, sin embargo, que si no se entiende el significado de
las palabras de nada servirá que éstas se ordenen de tal o cual manera.
Consultemos ahora a otro estudioso alemán, actualmente catedrático de
economía en la Universidad de Berlín, verdadera luminaria de la ciencia
oficial, famoso “a lo largo y a lo ancho del país” —como se suele decir—, el
profesor Schmoller.75 En un artículo sobre economía publicado en el gran
compendio de los profesores alemanes, el Diccionario
manual de las ciencias políticas, de los profesores Konrad y Lexis,
Schmoller nos da la siguiente respuesta:
“Yo diría que es la ciencia que describe, define y dilucida las causas de
los fenómenos económicos, y los aprehende en sus interrelaciones. Ello supone,
desde luego, que empecemos por definir correctamente a la economía. En el
centro de esta ciencia debemos colocar las formas típicas, que se repiten en
todos los pueblos civilizados modernos, de división y organización del trabajo,
del comercio, de la distribución de los ingresos, de las instituciones
socioeconómicas que, apoyadas por cierto tipo de leyes privadas y públicas y
dominadas por fuerzas síquicas parecidas o similares, generan relaciones de
fuerzas parecidas o similares, cuya descripción nos daría las estadísticas del
mundo civilizado contemporáneo: una especie de cuadro de situación de éste. A
partir de allí, la ciencia ha intentado discernir las diferencias entre las distintas
economías nacionales, una en comparación con las demás, los distintos tipos de
organización aquí y en otras partes; se ha preguntado en qué relación y con qué
secuencia aparecen las distintas formas y ha llegado así a la concepción del
desarrollo causal de estas formas distintas y la secuencia histórica de las
circunstancias económicas. Y puesto que ha llegado, desde el comienzo mismo, a
la afirmación de ideales mediante juicios de valores morales e históricos, ha
mantenido esta función práctica, en cierta medida, hasta el presente. Además de
la teoría, la economía siempre ha propagado principios prácticos para la vida
cotidiana.”
75 Gustav
Schmoller (1838-1917): economista e historiador, fundó escuelas de
historia social y económica en Alemania.
¡Bueno! Respirar profundamente. ¿Cómo era eso? Instituciones
socioeconómicas-ley pública y privada-fuerzas síquicas-parecido y
similar-similar y parecido-estadísticas-estática dinámica-cuadro de
situación-desarrollo causal-juicios de valor histórico-morales... El común de
los mortales no puede dejar de preguntarse, luego de leer esto, por qué su
cabeza le da vueltas como un trompo. Con fe ciega en la sabiduría profesoral
que aquí se dispensa, y buscando tozudamente un poco de sabiduría, se podría
tratar de descifrar este galimatías dos, quizás tres veces; tememos que el
esfuerzo sería en vano. Aquí no hay sino fraseología hueca, cháchara pomposa. Y
ello constituye, de por sí, un síntoma infalible. Quien piense con seriedad y domine el tema que está estudiando, se
expresará concisa e inteligiblemente. Quien, salvo cuando se trata de la
acrobacia intelectual de la filosofía o los espectros fantasmagóricos de la
mística religiosa, se expresa de manera oscura y carente de concisión, revela
estar en la oscuridad... o querer evitar la claridad. Más adelante veremos que
la terminología confusa y oscurantista de los profesores burgueses no es fruto
de la casualidad, que refleja no sólo su falta de claridad sino también su
aversión tendenciosa y tenaz hacia un verdadero análisis del problema que nos
ocupa.
Se puede demostrar que la definición de la esencia de la economía es
asunto polémico apoyándose en un hecho superficial: su edad. Se han expresado las
opiniones más contradictorias en torno a la edad de esta ciencia. Por ejemplo,
un conocido historiador y ex profesor de economía de la Universidad de París,
Adolphe Blanqui76 -hermano del famoso dirigente socialista y soldado de
la Comunna Auguste Blanqui-77 comienza el primer capítulo de su Historia del desarrollo económico con la
siguiente frase: “La economía es más antigua de lo que generalmente se cree.
Los griegos y romanos ya la poseían.” Por otra parte, otros autores que han
estudiado la historia de la economía, por ejemplo Eugen Dühring,78 ex
profesor en la Universidad de Berlín, consideran importante recalcar que la
economía es mucho más moderna de lo que generalmente se cree; surgió en la
segunda
76
Jerome-Adolphe Blanqui (1798-1854); economista burgués francés, hermano del
revolucionario Auguste Blanqui.
77 Louis
Auguste Blanqui (1805-1881): socialista
revolucionario francés cuyo nombre ha quedado ligado a la teoría de la insurrección
armada por grupos pequeños de hombres seleccionados y entrenados, en oposición
a la concepción marxista de la insurrección de masas. Participó en la
revolución francesa de 1830, organizó la insurrección fallida en 1839 y fue
encarcelado. Fue liberado por la revolución de 1848 y nuevamente encarcelado
luego de su derrota. Volvió a prisión en vísperas de la Comuna de París. Por su
quebrantada salud, luego de 35 años de prisión, fue perdonado en 1979. Ese
mismo año los obreros de Burdeos lo votaron para la Cámara de Diputados, pero
el gobierno impugnó la elección. La Comuna de París fue la primera dictadura
del proletariado de la historia. Finalizada la Guerra Franco-Prusiana, los
trabajadores de París, dirigidos por las organizaciones obreras, crearon su
propio gobierno y resistieron los primeros intentos del gobierno burgués de
Versalles de desarmarlo. La Comuna resistió los ataques del ejército de
Versalles desde el 18 de marzo al 21 de mayo de 1871. Cayó después de una
cruenta batalla en la que murieron 30.000 comuneros.
F.
Engels. El programa de los emigrados blanquistas de la Comuna
Karl Marx
La guerra civil en Francia- La Comuna de París
78 Eugen Karl
Dühring (1833-1921): economista pequeñoburgués alemán. Hoy se lo recuerda
principalmente por la crítica que hizo Federico Engels a sus posiciones en el
Anti-Dühring.
mitad del siglo XVIII. Para dar también una opinión socialista, citemos a
Lassalle, 79
en el prefacio de su clásica polémica escrita en 1864 contra Capital y trabajo de Schultze-Delitzsch: “La economía es una
ciencia cuyos rudimentos existen, pero que todavía no ha sido definida”.
79 Ferdinand Lassalle (1825-1864):
socialista alemán, fundador de la Unión General de Obreros Alemanes en 1863,
que más tarde se fusionó con el partido de Marx para formar el PSD.
Por otra parte, Carlos Marx le puso a su obra maestra de la economía -El capital-
el subtítulo de Crítica de la economía
política. El primer
tomo apareció, como para cumplir la profecía de
Lassalle, tres años más tarde, en 1867. Con este
subtítulo Marx coloca a su obra fuera del marco de la economía convencional,
considerando que ésta está terminada definitivamente: sólo resta criticarla.
Algunos sostienen que esta ciencia es tan antigua como la historia
escrita de la humanidad. Para otros tiene apenas un siglo y medio de
antigüedad. Un tercer grupo sostiene que se halla en pañales. Otros dicen que
está perimida y que ha llegado la hora de pronunciar un juicio crítico y
definitivo para acelerar su desaparición. ¿Quién no está dispuesto a reconocer
que semejante ciencia presenta un fenómeno único y complicado?
No sería aconsejable preguntarle a algún representante oficial burgués de
esta ciencia: ¿Cómo explica usted el hecho curioso de que la economía —ésta es
la opinión predominante en nuestros días- haya comenzado hace apenas ciento
cincuenta años? El profesor Dühring, por ejemplo, respondería con un gran
palabrerío, afirmando que los griegos y los romanos no tenían concepciones
científicas de los problemas económicos, sólo nociones “irresponsables,
superficiales, muy vulgares” extraídas de la experiencia diaria; que la Edad
Media fue “acientífica” hasta la enésima potencia. Es obvio que esta
explicación erudita no nos sirve; por el contrario, es bastante engañosa, sobre
todo esa forma de generalizar sobre la Edad Media.
El profesor Schmoller nos brinda una explicación tan peculiar como la
anterior. En su obra, que citamos más arriba, añade la siguiente perla a la
confusión reinante: “Durante siglos se habían observado y descrito muchos
fenómenos económicos privados y sociales, se habían reconocido unas cuantas
verdades económicas y los códigos legales y éticos habían discutido problemas
económicos. Estos hechos sin relación entre sí, fueron unificados en una
ciencia especial cuando los problemas económicos adquirieron importancia sin
precedentes en el manejo y administración del Estado; desde el siglo XVII hasta
el XIX, cuando numerosos autores se ocuparon de estos problemas, el
conocimiento de los mismos se convirtió en necesidad para los estudiantes
universitarios y al mismo tiempo la evolución del pensamiento científico en
general condujo a interrelacionar estos dichos y hechos económicos en un
sistema independiente utilizando ciertas nociones fundamentales, tales como
dinero y comercio, la política nacional en materia económica, el trabajo y la
división del trabajo: todo ello lo intentaron los autores del siglo XVIII. Desde
entonces la teoría económica existe como ciencia independiente.”
Cuando extraemos el poco sentido que le encontramos a este verborrágico
pasaje, obtenemos lo siguiente: existían varias observaciones económicas que,
durante un tiempo, estuvieron tiradas aquí y allá, casi ociosas. Entonces, de
repente, apenas el “manejo y administración del Estado” —quiere decir el
gobierno— lo necesitaron, y en consecuencia se hizo necesario enseñar economía
en las universidades, estos dichos económicos fueron rejuntados y enseñados a
estudiantes universitarios. Asombroso, y a la vez, ¡qué típica de un profesor
es esta explicación! Primero, en virtud de las necesidades del honorable
gobierno, se funda una cátedra... cuya titularidad es ocupada por un honorable
profesor. Entonces, desde luego, se crea la ciencia, si no, ¿qué podría enseñar
el profesor? Al leer este pasaje nos acordamos -¿quién no?- del maestro de
ceremonias de la Corte que afirmó estar convencido de que la monarquía
perduraría para siempre; después de todo, si desapareciera la monarquía, ¿de
qué viviría? Esta es, pues, la esencia del parágrafo: la economía nació porque
el gobierno del Estado moderno necesitaba de esa ciencia. Se supone que la
orden de las autoridades constituidas es el certificado de nacimiento de la
economía: esa forma de razonar es típica de un profesor contemporáneo.
El sirviente científico del gobierno que, a pedido de éste, redoblará
“científicamente” el tambor a favor de cualquier tarifa o impuesto para la
Marina, que en época de guerra será una verdadera hiena del campo de batalla,
predicador del chovinismo, el odio nacional y el canibalismo intelectual,
semejante tipo no tiene empacho en imaginar que las necesidades financieras del
soberano, los deseos fiscales del tesoro, la inclinación de cabeza de las
autoridades constituidas, todo ello bastó para crear una ciencia del día a la
noche... ¡de la nada! Para los que no ocupamos puestos de gobierno tales
nociones presentan alguna dificultad. Además, la explicación plantea otro
interrogante: ¿qué ocurrió en el siglo XVII, que obligó a los gobiernos de los
estados modernos -siguiendo el razonamiento del profesor Schmoller- a sentir la
necesidad de exprimir a sus amados súbditos en forma científica, de repente,
mientras que durante siglos las cosas habían marchado bastante bien, por
cierto, con los métodos viejos? ¿No se dan vuelta las cosas aquí, no es más
probable que las nuevas necesidades de los tesoros fiscales hayan sido una
modesta consecuencia de esos grandes cambios históricos que fueron el origen
real de la nueva ciencia de la economía a mediados del siglo XVIII?
En síntesis, sólo podemos decir que los profesores eruditos no nos
quieren revelar de qué trata la economía y encima no quieren revelar cómo y por
qué se originó esta ciencia.
V
Se suele definir a la economía de la siguiente manera: “ciencia de las
relaciones económicas entre seres humanos”. Este encubrimiento de la esencia de
lo que estamos tratando no clarifica el interrogante, lo complica aún más.
Surge la siguiente pregunta: ¿es necesario, y si lo es, por qué hay que tener
una ciencia especial sobre las relaciones económicas entre “seres humanos”,
esto es, todos los seres humanos, en todo momento y circunstancia?
Tomemos un ejemplo de relaciones económicas humanas, si es posible dar un
ejemplo fácil e ilustrativo. Imaginémonos viviendo en el periodo histórico en
que no existía la economía mundial, cuando el intercambio de mercancías
florecía únicamente en las ciudades, mientras que en el campo predominaba la
economía natural, es decir, la producción para el consumo propio, tanto en las
grandes propiedades terratenientes como en las pequeñas granjas.
Veamos, por ejemplo, las condiciones en las Highlands de Escocia en la
década de 1850, tal como las describió Dugald Stewart: “En ciertas partes de
las Highlands de Escocia [...] apareció más de un pastor, y también chacarero
[...] calzando zapatos de cuero por ellos curtido [...] vistiendo ropas que no
habían conocido otras manos que las suyas, puesto que las telas provenían de la
esquila de sus propias ovejas, o de la cosecha de su propio campo de lino. En
la preparación de los mismos casi ningún artículo había sido comprado, salvo la
lezna, la aguja, el dedal y la herrería empleados en el telar. Las tinturas
eran extraídas principalmente por las mujeres de los árboles, arbustos y
hierbas.” (Citado por Marx en El capital.)
O tomemos un ejemplo de Rusia donde hasta hace relativamente poco tiempo,
a fines de 1870, la situación del campesinado era la siguiente: “El terreno que
él [el campesino del distrito de Viasma en la provincia de Smolensk] cultiva lo
provee de alimentos, ropa, casi todo lo que necesita para su subsistencia: pan,
papas, leche, carne, huevos, tela de lino, pieles de oveja y lana para el
abrigo [...] Utiliza dinero únicamente cuando adquiere botas, artículos de
tocador, cinturones, gorras, guantes y algunos enseres domésticos esenciales:
platos de arcilla o madera, útiles para la chimenea, cacerolas y cosas
similares.” (Profesor Nikolai Siever, Carlos Marx y David Ricardo, Moscú, 1879,
p. 480.)
Hay hogares campesinos similares en Bosnia y Herzegovina, en Servia y en
Dalmacia hasta el día de hoy. Si le preguntáramos a un campesino que se
autoabastece ya sea en las Highlands de Escocia, en Rusia, Bosnia o Servia
sobre el “origen y distribución de la riqueza” y demás problemas económicos,
nos miraría asombrado. ¿Por y para qué trabajamos? (O, como dirían los
profesores, “¿cuál es la motivación de tu economía?”) El campesino respondería
seguramente de la siguiente manera: Pues, veamos. Trabajamos para vivir, puesto
que —como dice el dicho— nada sale de la nada. Si no trabajáramos moriríamos de
hambre. Trabajamos para salir adelante, para tener qué comer, poder vestirnos,
mantener un techo sobre nuestras cabezas. Cuando producimos, ¿cuál es el
“propósito” de nuestro trabajo? ¡Qué pregunta más estúpida! Producimos lo que
necesitamos, lo que toda familia campesina necesita para vivir. Cultivamos
trigo y centeno, avena y cebada, papas; según la situación en que nos hallemos
tenemos vacas y ovejas, gallinas y gansos. En invierno se carda la lana; ése es
trabajo para las mujeres, mientras los hombres hacen todo lo que haya que hacer
con el hacha, el serrucho y el martillo. Llámelo, si quiere, “agricultura” o
“artesanía”; tenemos que hacer un poco de todo, puesto que necesitamos toda
clase de cosas en la casa y en los campos.
¿Que cómo organizamos el trabajo? ¡Otra pregunta estúpida! Los hombres,
naturalmente, realizan las tareas que exigen fuerza de hombre; las mujeres
cuidan la casa, el establo y el gallinero; los niños hacen lo que pueden. ¡No
vaya a pensar que yo envío a la mujer a cortar leña mientras yo ordeño la vaca!
(El buen hombre no sabe, agreguemos, que en muchas tribus primitivas, por
ejemplo entre los indios brasileños, son las mujeres quienes cortan leña,
buscan raíces en el bosque y recolectan fruta, mientras que en las tribus
ganaderas de Asia y África los hombres no sólo cuidan a las vacas, también las ordeñan.
Aun hoy, en Dalmacia, puede observarse a la mujer cargando un pesado fardo
sobre sus espaldas, mientras el robusto marido la acompaña montado en su burro,
fumando su pipa. Esa “división del trabajo” les parece tan natural como le
parece natural a nuestro campesino que él deba cortar la leña mientras su mujer
ordeña la vaca.) Prosigamos: ¿qué constituye mi riqueza? ¡Cualquier niño de la
aldea podría responderle! Un campesino es rico cuando tiene un granero colmado,
un establo poblado, una buena majada, un buen gallinero; es pobre cuando se le
empieza a acabar la harina para Pascuas y le aparecen goteras en el techo
cuando llueve. ¿Cuál es la pregunta? Si mi parcela fuera mayor yo sería más
rico, y si en el verano llegara a haber, Dios nos libre, una granizada, todos
los aldeanos quedaremos pobres en menos de veinticuatro horas.
Le hemos permitido al campesino responder a las preguntas económicas
usuales con mucha paciencia, pero podemos tener la certeza de que si el
profesor se hubiera apersonado en la granja, cuaderno y pluma en mano para
iniciar su investigación, se le hubiera mostrado la salida con cierta
brusquedad antes de que hubiese llegado a la mitad del cuestionario. Y en
realidad todas las relaciones en la economía campesina resultan tan obvias y
trasparentes que su disección mediante el bisturí de la economía parece
realmente un juego inútil.
Puede, desde luego, objetarse que el ejemplo no es muy feliz, que en un
hogar campesino que se autoabastece esa simplicidad extrema es realmente hija
de la escasez de recursos y la pequeña escala en que se produce. Bien, dejemos
al pequeño hogar campesino que logra mantener alejados a los lobos en alguna
localidad olvidada de Dios, elevemos nuestras miras hasta la cima de un
poderoso imperio, examinemos el hogar de Carlomagno. Este emperador logró
convertir al Imperio Germano en el más poderoso de Europa a comienzos del siglo
IX; emprendió no menos de cincuenta y tres campañas militares con el fin de
extender y consolidar su reino, que llegó a abarcar la Alemania moderna además
de Francia, Italia, Suiza, el norte de España, Holanda y Bélgica; este
emperador también se preocupaba de la administración de sus feudos y chacras.
Nada menos que su mano imperial redactó un decreto especial de setenta
parágrafos en los que sentó los principios a aplicarse en la administración de
sus propiedades de campo: el famoso Capitulare
de Villis, es decir, la ley sobre los señoríos; por
suerte este documento, tesoro invalorable de información histórica, se conserva
hasta hoy entre la tierra y el moho de los archivos. Este documento merece una
atención especial por dos razones. En primer lugar, casi todos los
establecimientos agrícolas de Carlomagno se trasformaron en poderosas ciudades
libres: Aix-la-Chapelle, Colonia, Munich, Basilea, Estrasburgo y muchas otras
ciudades alemanas y francesas fueron en tiempos remotos propiedades agrícolas
de Carlomagno. En segundo lugar, los principios económicos de Carlomagno eran
el modelo que seguían todas las grandes propiedades eclesiásticas y seculares
de la Alta Edad Media; los señoríos de Carlomagno mantenían viva la vieja
tradición romana e implantaban la exquisita cultura de las villas romanas al
tosco ambiente de la joven nobleza teutónica; sus reglas sobre elaboración de
vinos, cultivo de jardines, frutas y vegetales, cría de aves de corral,
etcétera, constituyeron una hazaña económica perdurable.
Observemos este documento más de cerca. El gran emperador pide, en primer
término, que se le sirva con honestidad, que todos los súbditos de sus feudos
reciban cuidados y protección contra la pobreza; que no se les agobie con
trabajos que superen su capacidad normal; que se les recompense el trabajo
nocturno. Los súbditos, por su parte, deben dedicarse al cultivo de la vid y
deben almacenar el jugo de la uva en botellas para que no se deteriore. Si se
muestran remisos a cumplir con su deber, se les castigará “en la espalda u otra
parte del cuerpo”. El emperador decreta asimismo que se deben criar abejas y
gansos; las aves de corral deben ser cuidadas y su número incrementado. Debe
prestarse atención al cuidado del ganado vacuno y caballar y también del lanar.
Deseamos, además, escribe el emperador, que nuestros bosques sean
administrados con inteligencia, que no se los tale, que haya siempre en ellos
gavilanes y halcones. Debe haber a nuestra disposición gansos y pollos gordos
en todo momento; los huevos que no se consumen han de venderse en los mercados.
En cada uno de nuestros señoríos debemos tener siempre a mano una buena
provisión de plumas para colchones, colchones, mantas, enseres de cobre, plomo,
hierro, madera, cadenas, ganchos, hachas, taladros, de modo que no se deba
pedir nada prestado a los demás.
Además, el emperador exige que se le rinda cuenta exacta de la producción
de sus feudos, es decir, cuánto se produjo de cada ítem, y hace la lista de
éstos: vegetales, mantequilla, queso, miel, aceite, vinagre, remolachas “y
otras cosas sin importancia”, como dice textualmente este famoso
documento. El emperador ordena asimismo que en cada uno
de sus dominios haya artesanos, expertos en todos los oficios, en número
adecuado, y hace la lista de cada oficio, uno por uno. Designa a la Navidad la
fecha anual en que se le rinden cuentas de todas sus riquezas. El campesino más
pobre no cuenta cada cabeza de ganado y cada huevo que hay en su granja con
mayor cuidado que el gran Emperador Carlos. El parágrafo número 62 del
documento dice: “Es importante que sepamos qué y cuánto poseemos, de cada
cosa”. Y una vez más hace una lista: bueyes, molinos, madera, embarcaciones,
vinos, legumbres, lana, lino, cáñamo, frutas, abejas, peces, cueros, cera y
miel, vinos nuevos y añejos y demás cosas que se le envían. Y para consuelo de
sus queridos vasallos, quienes deben enviarle estas cosas, agrega sin malicia:
“Esperamos que todo esto no les parezca demasiado dificultoso; pues cada uno de
vosotros es señor de su feudo y puede exigir estas cosas a sus súbditos”.
En otro parágrafo de la ley encontramos instrucciones precisas en cuanto
al recipiente y modo de transporte de los vinos, asunto de Estado aparentemente
muy caro al corazón del emperador. “El vino debe transportarse en cascos de
madera con fuertes aros de hierro, jamás en odres de piel. En cuanto a la
harina, será transportada en carros de doble fondo recubiertos de cuero, para
que se pueda cruzar los ríos sin dañar la harina. Quiero también cuentas
exactas de los cuernos de mis ciervos, además de los machos cabrios, asimismo
de las pieles de lobos matados durante el año. En el mes de mayo no olvidéis declarar
la guerra a muerte contra los lobos jóvenes.” En el último parágrafo Carlomagno
hace la lista de todas las flores y árboles y hierbas que quiere en sus
señoríos, tales como: rosas, lirios, romero, pepinos, cebollas, rabanitos,
semillas de alcaravea, etcétera. Este famoso documento legislativo finaliza con
algo que parece ser la enumeración de las distintas variedades de manzanas.
Este es, entonces, el cuadro de la casa imperial en el siglo IX, y aunque
estamos hablando de uno de los soberanos más ricos y poderosos de la Edad Media
cualquiera reconocerá que tanto su economía familiar como sus principios
administrativos nos recuerdan al pequeño hogar campesino que vimos antes.
Si le planteáramos a nuestro anfitrión imperial las mismas preguntas acerca
de su economía, la naturaleza de su riqueza, el objeto de la producción, la
división del trabajo, etcétera, extendería su mano real para señalamos las
montañas de trigo, lana y cáñamo, los cascos de vino, aceite y vinagre, los
establos repletos de vacas, bueyes y ovejas. Y es probable que no pudiéramos
encontrar misteriosos problemas para que la ciencia de la economía analice y
resuelva, puesto que todas las relaciones, causa y efecto, trabajo y resultado,
son claras como el cristal.
Quizás alguien nos quiera observar que volvimos a encontrar un ejemplo
poco feliz. ¿Acaso el documento no revela que no estamos tratando con la vida
económica pública del Imperio Germano, sino con la hacienda privada del
emperador? Pero cualquiera que contrapusiese ambos conceptos cometería un grave
error respecto de la Edad Media. Es cierto que la ley se aplicaba a la economía
de las propiedades y feudos del Emperador Carlo-magno, pero él regenteaba esta
hacienda como soberano, no como ciudadano particular. O, para ser más precisos,
el emperador era señor en sus propios señoríos, pero todo gran señor de la Edad
Media, sobre todo en la época de Carlomagno, era un
emperador en menor escala, porque su posesión noble de la tierra lo convertía
en legislador, recaudador de impuestos y juez de todos los habitantes de sus
feudos. Los decretos económicos de Carlos eran, como lo demuestra su forma,
decretos de gobierno: forman parte de las sesenta y cinco leyes, o capitulare,
de Carlos, redactadas por el emperador y promulgadas en la dieta anual de sus
príncipes. Y los decretos sobre rabanitos y cascos de vino reforzados con aros
de hierro provienen de la misma autoridad déspota, y están redactados en el
mismo estilo que, por ejemplo, sus amonestaciones a los eclesiásticos en el
Capitulare Episcoporum, la “ley de obispos”, donde Carlos toma a los siervos
del Señor de las orejas y les impone severamente que no deben blasfemar, ni
embriagarse, ni frecuentar lugares de mala fama, ni mantener amantes, ni vender
los sacramentos por un precio demasiado elevado. Podríamos cansarnos de hurgar
en la Edad Media, y no encontraríamos una sola unidad económica rural donde los
señoríos de Carlomagno no fueran prototipos y modelos, ya se trate de propiedades
señoriales o de pequeños campesinos, de familias campesinas tomadas
individualmente o comunidades aldeanas.
Lo que más nos llama la atención en ambos ejemplos es que las necesidades
de la subsistencia humana guían y dirigen el trabajo, que los resultados
corresponden exactamente a las intenciones y necesidades y que,
independientemente de la escala de la producción, las relaciones económicas
denotan una asombrosa simplicidad y transparencia. Tanto el pequeño campesino
en su parcela como el gran soberano en sus feudos saben exactamente qué quieren
lograr en la producción. Y, más aun, ninguno de los dos tiene que ser un genio
para saberlo. Ambos quieren satisfacer las necesidades humanas fundamentales en
cuanto a alimentos, bebida, ropa y las distintas cosas buenas de la vida. La
diferencia consiste en que el campesino duerme en un camastro de paja, mientras
el noble señor duerme en un lecho de plumas; el campesino bebe cerveza,
hidromiel y también agua; el señor, vinos finos. La diferencia está en la
cantidad y tipo de bienes producidos. La base de la economía y sus objetivos,
son los mismos a saber: satisfacción directa de las necesidades humanas. Va de
suyo que el tipo de trabajo necesario para lograr este propósito se adecúa a
los resultados que se quieren obtener. Y también hay diferencias en el proceso
de trabajo: el campesino trabaja con sus manos acompañado de su familia; recibe
los productos del trabajo que su parcela y la parte que le corresponde de la
tierra comunitaria le pueden brindar o, más precisamente —puesto que hablamos
del siervo medieval-, todo lo que le queda después de los tributos y diezmos
que le extraen el señor y el obispo. El emperador y los nobles no trabajan,
obligan a sus súbditos y arrendatarios a trabajar para ellos.
Pero, trabaje la familia campesina para sí o para el señor, bajo la
supervisión del anciano de la aldea o del administrador del noble, el resultado
de la producción es una cantidad simple de medios de subsistencia (en el
sentido más amplio del término): lo que se necesita y en la proporción
requerida. Podemos darle a esta economía las vueltas que queramos; no
encontraremos en ella enigma alguno que requiera el análisis profundo de una
ciencia especial para su solución. El campesino más torpe de la Edad Media
sabía qué era lo que determinaba su “riqueza” (quizás sería más acertado decir
su “pobreza”), además de las catástrofes de la naturaleza, que asolaban su
propiedad tanto como la del señor. El campesino sabía que su pobreza obedecía a
una causa muy simple y directa: primero, la infinita serie de impuestos en
trabajo y dinero que le extraía el señor; en segundo lugar, el pillaje de ese
señor a expensas de las tierras comunes, bosques y agua de la aldea. Y el
campesino clamaba su sabiduría a los cielos cada vez que asaltaba las casas de
los chupasangres. Lo único que le queda por investigar a la ciencia en este
tipo de economía es el origen histórico y desarrollo de esta clase de
relaciones: cómo fue que en Europa las que habían sido tierras de campesinos libres
se transformaron en propiedades señoriales de las que se extraían rentas y
tributos, cómo un campesinado antes libre se había transformado en una clase
oprimida, obligada a rendir tributo en forma de trabajo, a permanecer en la
tierra incluso en las etapas posteriores.
Las cosas toman un cariz enteramente distinto apenas volvemos nuestra
atención a cualquiera de los fenómenos de la vida económica contemporánea.
Veamos, por ejemplo, uno de los más notables y asombrosos: la crisis comercial.
Cada uno de nosotros ha vivido unas cuantas crisis comerciales e industriales y
conocemos por experiencia el proceso que Engels
describe en una cita clásica: “El comercio se paraliza, los “mercados están
sobresaturados de mercancías, los productos se estancan en los almacenes
abarrotados sin encontrar salida; el dinero efectivo se hace invisible; el
crédito desaparece; las fábricas paran; las masas obreras carecen de medios de
vida precisamente por haberlos producido en exceso; las bancarrotas y las
liquidaciones se suceden unas a otras. El estancamiento dura años enteros, las
fuerzas productivas y los productos se derrochan y destruyen en masa, hasta
que, por fin, las masas de mercancías acumuladas, más o menos depreciadas,
encuentran salida, y la producción y el cambio van reanimándose poco a poco.
Paulatinamente, la marcha comienza a andar al trote; el trote industrial se
convierte en galope y, por último, en una carrera desenfrenada, en una carrera
de obstáculos que juegan la industria, el comercio, el crédito y la especulación,
para terminar finalmente, después de los saltos más arriesgados, en la fosa de
una crisis.” [F. Engels, Anti-Dühring,
Kerr, p. 286-287]
Todos sabemos cómo aterroriza el espectro de la crisis comercial a
cualquier país moderno: la manera de anunciarse el advenimiento de dicha crisis
es, de por sí, significativa. Después de unos cuantos años de prosperidad y
buenos negocios, empiezan a aparecer vagos rumores en los diarios; la Bolsa
recibe algunas noticias poco tranquilizadoras de ciertas quiebras; las
indirectas que lánzala prensa se vuelven más específicas; la Bolsa se pone cada
vez más aprensiva; el banco nacional aumenta la tasa de crédito, lo cual
significa que el crédito es más difícil de obtener y los montos disponibles son
menores; por último, las noticias de bancarrotas y cierres caen como gotas de
agua en un chaparrón. Y una vez que la crisis está en pleno auge, empiezan las
discusiones acerca de quién tiene la culpa. Los comerciantes echan la culpa a
la negativa de los bancos a conceder crédito y a la manía especulativa de los
corredores de bolsa; los corredores se la echan a los industriales; los
industriales se la achacan a la escasez de dinero líquido, etcétera. Y cuando
por fin los negocios empiezan a mejorar, la Bolsa y los diarios ven los
primeros síntomas con alivio, hasta que vuelven por un tiempo la esperanza, la
paz y la seguridad.
Lo más notable de esto es que todos los afectados, el conjunto de la
sociedad, consideran y tratan a la crisis como algo fuera de la esfera de la
voluntad y el control humanos, un golpe fuerte propinado por un poder invisible
y mayor, una prueba enviada desde el cielo, parecida a una gran tormenta
eléctrica, un terremoto, una inundación.
El lenguaje que suelen utilizar los periódicos especializados al
referirse a la crisis está lleno de frases tales como: “el cielo del mundo de
los negocios, hasta ahora sereno, se está empezando a cubrir de negros
nubarrones”; o cuando se anuncia un drástico aumento de las tasas de crédito
bancario, aparece invariablemente bajo el título de “se anuncian tormentas”, y
después de la crisis leemos cómo pasó la tormenta y qué despejado está el
horizonte comercial. Este estilo periodístico revela algo más que el mal gusto
de los plumíferos de la página financiera; es típico de la actitud hacia la
crisis, como si ésta fuera el resultado de una ley natural. La sociedad moderna
contempla con horror cómo se cierne; agacha la cabeza temblorosa bajo los
golpes que caen como una granizada; aguarda el fin de la prueba y vuelve a
levantar cabeza, tímida y escépticamente; mucho después la sociedad comienza a
sentirse segura una vez más. Así esperaban los pueblos de la Edad Media las
plagas y hambrunas; la misma consternación e impotencia ante una prueba severa.
Pero las hambrunas y pestes son antes que nada fenómenos naturales,
aunque en última instancia las malas cosechas, las epidemias, etcétera, también
tienen que ver con causas sociales. Una tormenta eléctrica es un acontecimiento
provocado por elementos físicos y nadie, dado el desarrollo alcanzado por las
ciencias naturales y la tecnología, es capaz de producir o impedir una tormenta
eléctrica. Pero, ¿qué es una crisis moderna? Consiste en la producción de
demasiadas mercancías. No hay compradores, y por lo tanto se detienen la
industria y el comercio. La fabricación de mercancías, su venta, comercio,
industria: tales son las relaciones en la sociedad moderna. Es el hombre quien
produce las mercancías, y el hombre mismo quien las vende; el intercambio se da
entre una persona y otra, y dentro de los factores que constituyen la crisis
moderna no encontraremos un solo elemento que trascienda la esfera de la
actividad humana. Es la sociedad humana, por tanto, la que produce
periódicamente las crisis. Y al mismo tiempo sabemos que la crisis es un
verdadero azote de la sociedad moderna, esperada con horror, soportada con
desesperación y que nadie desea. Salvo para algunos especuladores bursátiles
que tratan de enriquecerse rápidamente a costa de los demás, y que con
frecuencia no se ven afectados por ella, la crisis constituye, en el mejor de
los casos, un riesgo o un inconveniente para todos.
Nadie desea la crisis; sin embargo ésta se produce. El hombre la crea con
sus propias manos, aunque no la quiere por nada del mundo. Tenemos aquí un
hecho de la vida económica que ninguno de sus protagonistas puede explicar. El
campesino medieval producía en su parcela lo que su señor, por un lado, y él
mismo, por el otro, querían y deseaban: granos y ganado, buenos vinos y ropas
lujosas, alimentos y bienes suntuosos para sí y para su hogar. Pero la sociedad
moderna produce lo que no quiere ni necesita: depresiones. De vez en cuando
produce bienes que no puede consumir. Sufre hambrunas periódicas mientras los
almacenes se abarrotan de artículos imposibles de vender. Las necesidades y su
satisfacción ya no concuerdan más; algo oscuro y misterioso se ha interpuesto
entre ellas.
Tomemos otro ejemplo de la vida contemporánea, que conocemos todos, sobre
todo los obreros de cualquier país: la
desocupación. Al igual que la crisis, el desempleo es un cataclismo que
aflige de tanto en tanto a la sociedad; en mayor o menor medida es uno de los
síntomas constantes de la vida económica contemporánea. Los estratos mejor
organizados y pagos de la clase obrera que llevan el registro de los desocupados
de su gremio saben de la cadena ininterrumpida en las estadísticas de
desocupación para cada año y para cada semana y mes del año. La cantidad de
obreros desocupados tendrá fluctuaciones, pero
jamás, ni por un solo instante, se reduce a cero. La sociedad contemporánea
demuestra su impotencia ante la plaga de la desocupación cada vez que ésta fe
vuelve tan seria que los órganos legislativos se ven obligados a tratar el
problema. Después de mucho discutir, estas deliberaciones concluyen en una
resolución para iniciar una investigación sobre la cantidad real de
desocupados. Generalmente se limitan a medir la envergadura de la tragedia, así
como en las inundaciones se mide el nivel del agua con un indicador. En el
mejor de los casos se aplica el débil paliativo del seguro al parado (a
expensas, generalmente, de los obreros ocupados) para disminuir los efectos del
fenómeno, sin siquiera tratar de llegar a la raíz del mal.
A principios del siglo XIX, el cura Malthus, 80 ese gran profeta
de la burguesía inglesa, proclamó con esa refrescante brutalidad tan
característica en él: “Si el obrero no puede obtener medios de subsistencia de
sus parientes, a quienes se los puede reclamar con justicia, y si la sociedad
no necesita su trabajo, el que nace en un mundo donde ya existe el pleno empleo
no tiene derecho a la menor partícula de alimento, en realidad nada tiene que
hacer en ese mundo. No tiene un sitio reservado en la gran mesa de la
naturaleza. Esta le ordena desaparecer y rápidamente ejecuta la orden.” La
sociedad moderna, con esa hipocresía “social-reformista” que la caracteriza,
frunce el ceño ante tanta candidez. En los hechos le permite al proletario
desocupado “cuyo trabajo no necesita”, “desaparecer” de alguna manera, tarde o
temprano: así lo demuestran las estadísticas de deterioro de la salud pública,
de mortalidad infantil, los crímenes contra la propiedad en todas las épocas de
crisis.
80 Thomas Robert Malthus
(1766-1834): clérigo y economista inglés que predijo que la población mundial
superaría la cantidad de alimentos disponibles.
La analogía que trazamos entre las inundaciones y la desocupación revela
un hecho asombroso: ¡que nuestra impotencia ante las grandes catástrofes
naturales es menor que la que padecemos ante nuestros propios asuntos puramente
humanos, puramente sociales! Las inundaciones periódicas que provocan tamaños
estragos en el este de Alemania todas las primaveras son, en última instancia,
resultado de no aplicar contramedida alguna, como se ha demostrado hasta ahora.
La tecnología, con el nivel de desarrollo que ha alcanzado, nos da los medios
adecuados para proteger a la agricultura de las devastaciones provocadas por
las aguas incontroladas. Desde luego que para poner freno a esta fuerza
potencial es necesario aplicar en gran escala los medios que nos brinda la
tecnología: un gran plan regional de control de las aguas reconstruiría toda la
zona de peligro, protegería los campos de labranza y pastoreo, construiría
diques y compuertas y regularía el curso de los ríos. No se está realizando
esta gran reforma en parte porque ni el Estado ni el capital privado quieren
aportar los fondos necesarios, y en parte porque el gobierno tendría que hacer
frente al obstáculo del derecho a la propiedad privada en la extensa zona
afectada. Los medios para el control de las inundaciones y para encauzar las
aguas turbulentas existen, aunque la sociedad sea incapaz de utilizarlos.
Por otra parte, la sociedad contemporánea no ha encontrado el remedio
para la desocupación. Y sin embargo no se trata de una ley de la naturaleza, ni
de una fuerza física de la naturaleza, ni de un poder sobrenatural, sino de un
producto de relaciones económicas puramente humanas. Una vez más nos
encontramos con un enigma económico, que nadie desea que nadie provoca adrede,
pero que se sucede periódicamente, con la regularidad de un fenómeno natural,
por encima de las cabezas de los hombres podríamos decir.
Ni siquiera tenemos necesidad de recurrir a hechos tan notables de la
vida cotidiana como las depresiones y la desocupación, es decir, calamidades
que quedan fuera de la esfera de lo normal (al menos la opinión pública
sostiene que dichos eventos conforman una excepción al curso normal de los
acontecimientos). Veamos, en cambio, el ejemplo más común de la vida diaria,
que se multiplica en todos los países: la fluctuación de los precios de las
mercancías. Hasta un niño sabe que los precios de las mercancías no son algo
fijo e inmutable sino todo lo contrario, suben y bajan casi todos los días,
incluso a toda hora. Tomemos cualquier diario, vayamos a las informaciones
financieras y leamos los precios del día anterior; trigo: débil a la mañana,
mejor al mediodía, más alto o más bajo al cierre. Lo mismo ocurre con el cobre,
el hierro, el azúcar y el aceite de uva. Y lo mismo con las acciones de las
empresas industriales, privadas o estatales, en la Bolsa.
Las fluctuaciones de los precios son un hecho incesante, “normal”,
cotidiano, de la vida económica contemporánea. Pero de estas fluctuaciones
resulta que la situación financiera de los dueños de todas estas mercancías
cambia en forma diaria y horaria. Si aumenta el precio del algodón, aumenta la
riqueza de los comerciantes y fabricantes que poseen acciones en el algodón; si
bajan, la riqueza disminuye. Si aumenta el precio del cobre, los accionistas se
enriquecen; si disminuye, se empobrecen. Así con una simple fluctuación de
precios, con los resultados bursátiles, una persona puede convertirse en
millonario o en mendigo en cuestión de pocas horas. Desde luego, la especulación y el fraude se basan en este mecanismo.
El propietario medieval se enriquecía o empobrecía con una buena o mala
cosecha; o, como un caballero errante, se enriquecía si asaltaba en los caminos
a una cantidad suficiente de comerciantes acaudalados; o aumentaba su riqueza
(éste era el método consagrado y preferido) exprimiendo aún más a sus siervos
mediante impuestos en especie y dinero.
Hoy una persona puede volverse rica o pobre sin mover Un dedo, sin que
medie un acontecimiento natural, sin dar nada a nadie, sin robar cosa alguna.
Las fluctuaciones de los precios son movimientos secretos dirigidos por un
agente invisible que se mueve a espaldas de la sociedad, provocando cambios
constantes en la distribución de la riqueza social. Observamos este movimiento
así como leemos la presión en un barómetro, la temperatura en un termómetro. Y
sin embargo los precios de las mercancías, con sus fluctuaciones, son asuntos
evidentemente humanos, acá no hay magia negra. Nadie sino el hombre, con sus propias
manos, produce estas mercancías y fija los precios, salvo que surja de sus
acciones algo que no pretende ni desea; una vez más la necesidad, el objeto y
el resultado de la actividad económica se encuentran en flagrante
contradicción.
¿Cómo ocurre esto, cuáles son las leyes negras que, operando a espaldas
de los hombres, conducen a la actividad económica del hombre contemporáneo a
resultados tan extraños? Sólo la investigación científica puede resolver estos
problemas. Se ha vuelto necesario resolver todos estos enigmas mediante la
investigación exhaustiva, la meditación profunda, el análisis, la analogía,
para penetrar en las relaciones ocultas cuyo resultado es que las relaciones
económicas humanas no corresponden a las intenciones, a la voluntad, en fin, a
la conciencia del hombre. De esta manera el problema que enfrenta la
investigación científica puede definirse como la falta de conciencia humana de
la vida económica de la sociedad, y así llegamos a la razón inmediata del
surgimiento de la economía.
Darwin, 81 en la descripción de su viaje por el mundo, nos dice lo
siguiente acerca de los indígenas que habitan Tierra del Fuego (en el extremo
austral de América del Sur): “Suelen padecer hambrunas. El Sr. Low, capitán de
un ballenero, que conoce íntimamente a los nativos de este país, hizo un relato
curioso sobre la situación de un grupo de unos ciento cincuenta nativos en la
costa occidental, sumamente delgados. Una serie de tormentas de viento había
impedido a las mujeres recoger mariscos en la costa y a los hombres salir en
sus canoas a cazar focas. Una pequeña partida de hombres salió una mañana y los
indígenas que quedaban le explicaron a Low que se iban a buscar alimentos. A su
regreso, Low salió a su encuentro, y los encontró sumamente cansados. Cada
hombre portaba un gran trozo de carne podrida de ballena, a la que habían hecho
un agujero en el medio por donde habían pasado la cabeza, como hacen los
gauchos con sus ponchos. Apenas la carne era llevada al toldo, un anciano la
cortaba en tiras y las asaba durante un minuto, murmurando alguna cosa, y las
distribuía a los hombres famélicos, que durante todo este tiempo se mantenían
en el más profundo silencio.” [Darwin, El viaje del Beagle.]
81 Charles Darwin
(1809-1882): gran biólogo inglés. Formuló la teoría evolutiva de la biología.
Autor de El origen de las especies. Eduard David (1863-1930): miembro del ala
derecha de la socialdemocracia alemana; revisionista. Apoyó la guerra
imperialista. Ministro sin cartera en 1919-1920. Primer presidente de la
Asamblea Nacional en 1919.
Estamos hablando de uno de los pueblos más primitivos de la tierra. Los
límites que enmarcan su voluntad y planificación son sumamente estrechos. El
hombre se encuentra todavía muy ligado a la madre naturaleza, y dependiente de
sus favores. Y sin embargo, dentro de límites tan estrechos, esta pequeña
sociedad de ciento cincuenta hombres cumple un plan que organiza a todo el
cuerpo social. Las previsiones tendientes a garantizar el bienestar futuro son
el depósito de carne podrida, oculto en algún lado. Pero esta miseria se divide
entre todos los miembros de la tribu, y se cumplen ciertas ceremonias; todos
participan, bajo una dirección y con un plan, de la recolección de alimentos.
Consideremos ahora un oikos griego, la economía familiar esclavista de la
Antigüedad, economía que constituía un verdadero “microcosmos”, un pequeño
mundo. Observamos grandes desigualdades sociales. La pobreza primitiva ha
cedido ante los confortables excedentes de los frutos del trabajo humano. El
trabajo físico se convirtió en la maldición de unos, el ocio en privilegio de
otros; el trabajador se volvió una propiedad del que no trabaja. Pero esta
relación amo-esclavo tiene como base la planificación y organización más
estrictas de la economía, del trabajo, del proceso de distribución. Su
fundamento es la voluntad despótica del amo, su brazo ejecutor es el látigo del
capataz.
En el señorío feudal de la Edad Media la organización despótica de la
vida económica da lugar rápidamente al código de trabajo detallado, en el que
se definen clara y rígidamente la planificación y la división del trabajo, los
derechos y deberes de cada uno. En el umbral de este periodo histórico aparece
ese bonito documento que vimos antes, el Capitulare de Villis de Carlomagno,
rebosante de alegría y buen humor, gozando voluptuosamente de la abundancia de
bienes materiales, cuya producción es el único objeto de la vida económica. Al fin
del periodo histórico feudal encontramos un terrible código de tributos en
trabajo y dinero impuesto por los señores feudales ávidos de riquezas, código
que provocó las guerras campesinas del siglo XV en Alemania y que, dos siglos
más tarde, redujo al campesino francés al estado de una bestia miserable que se
levantaría a pelear por sus derechos al argentino clarín de la Gran Revolución
Francesa. Pero mientras la escoba de la historia no barrió la basura feudal, la
relación señor-siervo con toda su miseria determinaba clara y rígidamente las
condiciones de la economía feudal, como una suerte preestablecida.
Hoy no tenemos amos, esclavos, señores feudales ni siervos. La libertad y
la igualdad ante la ley liquidaron todas las relaciones despóticas, al menos en
las naciones burguesas más antiguas; en las colonias -como todos saben— estos
mismos estados frecuentemente introducen el esclavismo y la servidumbre. Pero
en la propia casa de la burguesía reina la libre competencia como única ley que
rige las relaciones económicas y todo plan, toda organización, ha desaparecido
de la economía. Desde luego que si indagamos en las distintas empresas
privadas, en las fábricas modernas o en un gran complejo fabril como Krupp 82 o cualquier empresa
agrícola en gran escala de Estados Unidos, encontraremos la organización más
estricta, la división más detallada del trabajo, la planificación más minuciosa
basada en la más reciente información científica. Aquí todo trascurre fluidamente,
como por arte de magia, bajo la administración de una voluntad, una sola
conciencia. Pero apenas nos alejamos de la gran fábrica o del gran
establecimiento agrícola, nos encontramos en medio del caos. Mientras las
innumerables unidades (y cualquier empresa privada, hasta la más gigantesca, es
sólo un fragmento de la gran estructura económica que abarca a todo el globo)
se encuentran bajo la disciplina más férrea, la entidad de todas las llamadas
economías nacionales, o sea la economía mundial, está totalmente desorganizada.
En la entidad que abarca océanos y continentes no existe planificación,
conciencia ni reglamento, solamente el choque ciego de desconocidas fuerzas
incontroladas que juegan caprichosamente con el destino económico del hombre. Desde luego que aun hoy un soberano
todopoderoso domina a obreros y obreras: el capital. Pero la soberanía del capital no se manifiesta a través del despotismo
sino de la anarquía.
82 Alfred
Krupp (1812-1887): gran empresario alemán, fabricante de municiones y magnate
del acero. Principal empresario de Alemania en el momento de crearse el Imperio
Germano.
Y es precisamente la anarquía la responsable de que la economía de la
sociedad humana produzca resultados que constituyen un misterio imposible de
predecir para todos los afectados. La anarquía hace de la vida económica humana
algo desconocido, ajeno, incontrolable, cuyas leyes debemos descubrir de la
misma forma que descubrimos las de la naturaleza, de la misma manera en que
tratamos de descubrir las leyes que gobiernan la vida de los reinos animal y
vegetal, las formaciones geológicas de la superficie terrestre, el movimiento
de los cuerpos celestes. El análisis científico debe descubrir ex post facto
los propósitos y las leyes que gobiernan la vida económica humana, los que no
fueron impuestos por una planificación consciente.
Ya deben de tener claro por qué a los economistas burgueses les resulta
imposible explicar la esencia de su ciencia, poner el dedo en la llaga del
organismo social, denunciar su malformación congénita. Reconocer y afirmar que la anarquía es la fuerza motriz vital del
dominio del capital es pronunciar su sentencia de muerte, afirmar que sus
días están contados. Resulta claro por qué los científicos defensores oficiales
del dominio del capital tratan de oscurecer el problema mediante toda clase de
artificios semánticos, tratan de alejar la investigación del meollo de la
cuestión, tomar las apariencias externas y discutir la “economía nacional” en
lugar de la economía mundial. Al dar un solo paso más allá del umbral del
conocimiento económico, con la primera premisa básica de la economía, las economías
burguesa y proletaria se van por sendas distintas. Con el primer interrogante,
por abstracto y poco práctico que parezca en relación a las luchas sociales que
se libran en esta época, se forja un vínculo especial entre la economía como
ciencia y el proletariado como clase revolucionaria.
VI
Si partimos de lo visto anteriormente, se aclaran varios interrogantes
que en otras circunstancias nos podrían parecer enigmáticos.
En primer término se soluciona el problema de la edad de la economía. Una
ciencia cuyo tema es el descubrimiento de las leyes de la anarquía de la
producción capitalista mal podría haber surgido antes de esa forma de
producción, antes de que aparecieran las condiciones históricas para el dominio
de clase de la burguesía moderna, a través de siglos de dolores de parto, de
cambios políticos y económicos.
Según el
profesor Bucher, 83 el surgimiento del orden social
imperante fue un hecho muy simple, por supuesto, que poco tuvo que ver con
fenómenos sociales anteriores: fue el producto de la exaltada decisión y la
sublime sabiduría de los monarcas absolutistas. Nos dice Bucher: “El desarrollo
final de la ‘economía nacional’ -sabemos que para un profesor burgués la frase
intencionalmente oscura ‘economía nacional’ significa modo capitalista de
producción— es en esencia fruto de la centralización política que comienza a
fines de la Edad Media con la aparición de las organizaciones territoriales
estatales y encuentra su concreción en la creación del Estado nacional
unificado. La unificación económica de las fuerzas va de la mano con la
primacía de los elevados destinos de la nación en su conjunto sobre los
intereses políticos privados. En Alemania los príncipes territoriales más
poderosos, a diferencia de los nobles rurales y la aldea, tratan de poner en
práctica la idea nacional moderna” (Bucher, El
surgimiento de la idea nacional, p. 134.)
83 Karl
Bucher (1847-1930): economista burgués alemán, representante de la escuela
"histórica" de la filosofía política.
Pero también en el resto de Europa -España, Portugal, Inglaterra, Francia,
Países Bajos- el poder principesco acometió hazañas de igual bravura. “En todas
estas tierras y con distintos grados de severidad aparece la lucha contra los
poderes independientes de la Edad Media: la alta nobleza, las ciudades,
provincias, corporaciones religiosas y seculares. El problema inmediato, por
cierto, era la aniquilación de los círculos territoriales independientes que
cerraban el camino a la unificación política. Pero en lo más profundo del
movimiento que conducía hacia el absolutismo real duerme la idea universal de
que las grandes tareas que se plantean a la civilización moderna exigen la
unión organizada de pueblos enteros, una gran comunidad de fuerzas vivas; y
ello sólo podía surgir sobre la base de la actividad económica común.” (Op.
cit.)
He aquí la flor del lacayismo intelectual que señalábamos en los
profesores alemanes. Según el profesor Schmoller la ciencia de la economía
surgió por orden del absolutismo ilustrado. Según el profesor Bucher el modo de
producción capitalista es producto de la decisión soberana y los planes de los
monarcas absolutistas que claman al cielo. En realidad cometeríamos una
injusticia con los grandes tiranos españoles y franceses, y también con los
pigmeos déspotas alemanes, si sospecháramos que se movían bajo el impulso de
una “idea histórico-universal” o de “las grandes tareas que tiene planteada la
civilización humana” en sus rencillas con generales insolentes a fines de la
Edad Media o durante las costosas cruzadas contra las ciudades holandesas. Hay
veces que realmente se plantean los hechos históricos patas para arriba.
La formación de los grandes estados burocráticamente centralizados fue un
requisito indispensable para el surgimiento del modo de producción capitalista,
pero su formación fue consecuencia de necesidades económicas nuevas, y se
podría dar vuelta la afirmación de Bucher para decir, correctamente: la realización de la centralización política
fue “esencialmente” producto de la maduración de la “economía nacional” (esto
es, del modo capitalista de producción).
Es característico del instrumento inconsciente del avance histórico (como
lo fue el absolutismo en la medida en que desempeñó un papel en el proceso
histórico preparatorio) que desempeñe su rol progresivo con la misma
inconsciencia imbécil que emplea para inhibir estas tendencias cada vez que lo
considera conveniente. Esto ocurría, por ejemplo, cuando los
tiranos-por-la-gracia-de-Dios de la Edad Media veían en las ciudades que se les
aliaban contra la nobleza feudal meros objetos de explotación, a ser
traicionados y entregados nuevamente a los barones feudales apenas se
presentara la oportunidad. Lo mismo ocurría cuando, desde el comienzo, no
vieron en el continente descubierto, con toda su población y cultura, sino un
sujeto apto para la explotación más brutal, insidiosa y cruel, para llenar los
“tesoros reales” con pepitas de oro en el menor tiempo posible con el propósito
de servir a “las grandes tareas de la civilización”. Lo propio ocurría cuando
los mismos tiranos-por-la-gracia-de-Dios se oponían tozudamente a sus “fieles
súbditos” cuando éstos les presentaban
ese pedazo de papel llamado constitución parlamentaria burguesa, que después de
todo fue tan necesaria para el desarrollo irrestricto del capital como lo
fueron la unificación política y la gran centralización estatal.
En realidad, eran otras fuerzas enteramente distintas las que estaban en
juego: a fines de la Edad Media se sucedieron grandes trasformaciones en la
vida económica de los pueblos europeos, y éstas inauguraron un nuevo modo de
producción.
Después que el descubrimiento
de América y la circunnavegación de África, es decir el descubrimiento de la ruta
marítima a la India, produjeron un florecimiento hasta entonces insospechado y
una redistribución de las rutas comerciales, la liquidación del feudalismo y de la dominación de las ciudades
por las corporaciones avanzó a pasos agigantados. Los grandes descubrimientos,
las conquistas, el pillaje de los países recientemente descubiertos, la
afluencia repentina de metales preciosos provenientes del Nuevo Continente, el
gran comercio de especias con la India, el comercio de esclavos que proveía de
negros africanos a las plantaciones de América, todos estos factores crearon en
Europa Occidental nuevas riquezas y deseos en un lapso muy breve. El pequeño
taller del artesano, con sus mil y una limitaciones, se convirtió en freno para
el necesario aumento y rápido avance de la producción. Los grandes comerciantes
superaron el escollo reuniendo a grandes cantidades de artesanos en las
manufacturas, ubicadas fuera de la jurisdicción de las ciudades; supervisados
por los mercaderes, liberados de las restricciones de las corporaciones, los
mecánicos producían más y mejor.
En Inglaterra el nuevo modo de producción fue fruto de una revolución en
la agricultura. El florecimiento de la manufactura lanera en Flandes y la gran
demanda de lanas que fue su elemento concomitante impulsaron a la nobleza rural
inglesa a convertir tierras antes cultivadas en pasturas para las ovejas;
durante este proceso el campesinado inglés fue echado de su tierra en una
escala jamás vista. La Reforma obró de manera similar. Después de la
confiscación de las tierras de la Iglesia -las que fueron regaladas o perdidas
por la nobleza cortesana y los especuladores— los campesinos que vivían en
estas tierras también fueron expulsados. Así los manufactureros y los
capitalistas del campo se encontraron con una gran provisión de proletarios empobrecidos
situados fuera de los reglamentos y restricciones de las corporaciones feudales
y artesanales. Después de un extenso periodo de martirio, de mendicidad o de
reclusión en los asilos públicos, de crueles persecuciones por parte de la ley
y la policía, estos pobres infelices encontraron refugio en la esclavitud
asalariada en beneficio de una nueva clase de explotadores. Poco después
sobrevino la gran revolución tecnológica que permitió una mayor utilización de
trabajadores asalariados sin especialización al lado de los artesanos altamente
especializados, sin llegar a reemplazarlos totalmente.
En todas partes el florecimiento y maduración de las nuevas relaciones
chocaba con obstáculos feudales y la miseria de las pésimas condiciones de
vida. La economía natural, base y esencia del feudalismo, y la pauperización de
grandes masas, fruto de la presión irrestricta de la servidumbre, restringía la
salida de las mercancías manufacturadas Por su parte las corporaciones dividían
y maniataban el elemento más importante de la producción: la fuerza de trabajo. El
aparato del Estado, dividido en un número infinito de fragmentos políticos,
incapaz de garantizar la seguridad pública, y la sucesión de tarifas y leyes
comerciales, restringían y molestaban al incipiente comercio y al nuevo modo de
producción.
Era evidente que de alguna manera la naciente burguesía de Europa
Occidental debía barrer estos escollos o renunciar de plano a su misión
histórico-mundial. Antes de destrozar completamente al feudalismo en la Gran
Revolución Francesa, la burguesía ajustó intelectualmente sus cuentas
con el feudalismo, y así se origina la nueva ciencia de la economía, una de las
armas ideológicas más importantes de la burguesía en su lucha contra el Estado
medieval y por la instauración del moderno Estado de la clase capitalista. El
nuevo orden económico apareció primero con las riquezas nuevas, rápidamente
adquiridas, que inundaron la sociedad de Europa Occidental, provenientes de
fuentes mucho más lucrativas, aparentemente inagotables y bastante diferentes
de los métodos patriarcales de la explotación feudal, cuyo apogeo, por otra
parte, ya había pasado.
Al principio la fuente más propicia para la nueva opulencia no fue el
naciente modo de producción, sino su marcapasos: el gran auge del comercio. Es
por ello que en los centros más importantes del comercio mundial, como las
opulentas repúblicas italianas y España, se plantean los primeros interrogantes
económicos y se hacen los primeros intentos de hallar respuestas a esos
interrogantes.
¿Qué es la riqueza? ¿Qué es lo que hace que un estado sea rico o pobre?
Este era el interrogante que se planteaba cuando las viejas concepciones de la
sociedad feudal perdieron su validez en el torbellino de las nuevas relaciones.
La riqueza es el oro con el cual se puede comprar cualquier cosa. El comercio
crea riqueza. Serán ricos los estados que importen grandes cantidades de oro y
no permitan que se lo saque del país. El comercio mundial, las conquistas
coloniales en el Nuevo Mundo, las manufacturas que producen para la
exportación: todo ello debe ser fomentado; debe prohibirse la importación de
productos foráneos, que sacan el oro del país. Estas fueron las primeras
enseñanzas de la economía, que aparecen en Italia a fines del siglo XVI y ganan
popularidad en Inglaterra y Francia en el siglo XVII. Y esta doctrina, aunque
muy elemental, fue la primera ruptura abierta con las concepciones de la
economía feudal natural y su primera critica audaz; la primera idealización del
comercio, de la producción de mercancías y, con ello, del capital; el primer
programa político a la medida de la joven burguesía ascendente.
Pronto es
el capitalista productor de mercancías, en lugar del comerciante, quien toma la
delantera; al principio cautelosamente, disfrazado de sirviente pobre que espera
en la antecámara del príncipe feudal. La riqueza de ninguna manera es oro,
proclaman los iluministas franceses del siglo XVIII; el oro es simplemente un
medio para el intercambio de mercancías. ¡Qué infantil la ilusión de ver en el
brillante metal una varita mágica para pueblos y estados! ¿Puede el metal
alimentarme cuando tengo hambre; puede protegerme del frío cuando estoy
aterido? ¿Acaso el rey Darío de Persia no sufría los tormentos infernales de la
sed mientras sostenía tesoros en sus brazos, y no estaba dispuesto a cambiarlos
todos por un poco de agua para beber? No; la riqueza es la provisión por la
naturaleza de alimentos y sustancias con las que todos, príncipes y mendigos,
satisfacen sus necesidades. Cuanto mayor el lujo con que la población satisface
sus necesidades, más rico será el Estado... porque mayores serán los impuestos
que el Estado podrá cobrar.
¿Y qué produce el maíz para el pan, las fibras para la ropa, la madera y
los metales brutos con que hacemos casas y herramientas? ¡La agricultura! ¡La
agricultura, no el comercio, es la verdadera fuente de las riquezas! ¡La masa
de la población rural, el campesinado, el pueblo que crea las riquezas de
todos, debe ser rescatado de la explotación feudal y elevado a la prosperidad!
(Para que yo pueda encontrar compradores para mis mercancías, agregaría sotto
voce el capitalista manufacturero.) Los grandes señores terratenientes, los
barones feudales, deberían ser los únicos que paguen impuestos y mantengan al
Estado, puesto que toda la riqueza producida por la agricultura pasa por sus
manos. (De esa manera yo, que aparentemente no creo riquezas, no tendría que
pagar impuestos, murmura astutamente el capitalista) Basta con liberar a la
agricultura, al trabajo rural, de todas las trabas del feudalismo, para que la
fuente de riquezas fluya en toda su plenitud para el Estado y la nación. Entonces
vendrá la felicidad de todo el pueblo, y la armonía de la naturaleza volverá a
reinar en el mundo.
Los primeros nubarrones que anunciaban el asalto a la Bastilla ya se
veían claramente en las posiciones de los iluministas. Rápidamente la burguesía
se sintió lo bastante poderosa como para quitarse la máscara de sumisión y
ponerse en primer plano para exigir resueltamente la remodelación del Estado a
su imagen y semejanza. La agricultura de ninguna manera es la única fuente de
riqueza, proclamó Adam
Smith 84 en
Inglaterra a fines del siglo XVIII. ¡Cualquier trabajo afectado a la producción
de mercancías crea riqueza! (Cualquier
trabajo, dijo Adam Smith, mostrando hasta qué punto él y sus discípulos se
habían vuelto simples voceros de la burguesía; para él y para sus sucesores el
trabajador ya era por naturaleza el asalariado del capitalista.) Porque el
trabajo asalariado, además de mantener al trabajador, crea también la renta
para el terrateniente y ganancias para el dueño del capital, el patrón. Y la
riqueza se incrementa cuanto mayor sea el número de obreros que trabajan en los
talleres bajo el yugo del capital; cuanto más detallada y minuciosa sea la
división del trabajo entre ellos.
84 Adam Smith
(1723-1790): economista inglés, máximo representante de la escuela
"clásica", autor de La riqueza de las naciones.
Esta era, pues, la verdadera armonía de la naturaleza, la verdadera
riqueza de las naciones; cualquier trabajo se concreta en el salario del
trabajador, que lo mantiene vivo y lo obliga a seguir trabajando por el
salario; en renta, que le da al terrateniente una vida libre de preocupaciones;
y en ganancias, que mantienen el buen humor del patrón y lo instan a perseverar
en sus negocios. Así todos se ven favorecidos, sin necesidad de recurrir a los
métodos torpes del feudalismo. “La riqueza de las naciones” es fomentada, entonces, cuando se incrementa
la riqueza del empresario capitalista, el patrón que mantiene todo en
funcionamiento y explota la dorada fuente de la riqueza: el trabajo
asalariado. Por eso: .basta de cadenas y
restricciones de los buenos tiempos de antaño y también de medidas
paternalistas protectoras recientemente instituidas por el Estado: libre
competencia, manos libres al capital privado, que todo el aparato fiscal y
estatal se ponga al servicio del patrón, y así todo estará perfectamente en el
mejor de los mundos posibles.
Este era, pues, el evangelio económico de la burguesía, desprovisto de
todo disfraz, y la ciencia de la economía había quedado desnuda hasta el punto
de mostrar su verdadera fisonomía. Desde luego, las propuestas de reformas y
las sugerencias que la burguesía había hecho a los estados feudales fracasaron
tan estruendosamente como todos los intentos históricos de poner vino nuevo en
odres viejos. El martillo de la revolución consiguió en veinticuatro horas lo
que no se pudo lograr en medio siglo de remiendos. La conquista del poder político
puso todos los medios y arbitrios en manos de la burguesía. Pero la economía,
igual que todas las teorías filosóficas, legales y sociales del Siglo de las
Luces, y antes que todas ellas, fue un método de adquirir conciencia, una
fuente de conciencia de clase burguesa. En ese sentido fue un prerrequisito y
un acicate para la acción revolucionaria. En sus variantes más remotas la tarea
burguesa de remodelar el mundo fue alimentada por las ideas de la economía
clásica. En Inglaterra, durante el apogeo de la lucha por el libre cambio, la
burguesía sacaba sus argumentos del arsenal de Smith y Ricardo.85 Y para
las reformas del período Stein-Hardenburg-Schnarhorst 86 (en la Alemania
posnapoleónica), que constituyeron un intento de volver a darle alguna forma
viable a la basura feudal prusiana después de los golpes que recibió de manos
de Napoleón en Jena, también tomaban sus ideas de las enseñanzas de los
economistas clásicos ingleses: el joven economista alemán Marwitz escribió en
1810 que, después de Napoleón, Adam Smith era el soberano más poderoso de
Europa.
86 Heinrich
Friederich Karl barón von Stein (1757-1831): estadista y reformador prusiano.
Funcionario del zar hasta la victoria de la coalición antinapoleónica. Inició
la emancipación de los siervos y muchas otras reformas en la administración y
gobierno locales de Prusia. Karl A. Furts von Hardenburg (1750-1822): ministro
prusiano que abolió la servidumbre y reformó el Ejército y la educación,
completando la obra de Stein y Scharnhorst. Gerhard Johann David von
Scharnhorst (1755-1813): general que reorganizó el ejército prusiano luego de
la paz de Tilsit, en 1807.
Si ahora comprendemos por qué la economía se originó hace apenas siglo y
medio, también podemos reconstruir su suerte posterior. Si la economía es una ciencia que estudia las leyes peculiares al modo
capitalista de producción, la razón de su existencia y su función están
ligadas a su tiempo de vida; la economía perderá su fundamento apenas haya
dejado de existir ese modo de producción. En
otras palabras, la ciencia de la economía habrá cumplido su misión apenas la
economía anárquica del capitalismo haya desaparecido para dar paso a un orden
económico planificado y organizado, dirigido sistemáticamente por todas las
fuerzas laborales de la humanidad. La victoria de la clase obrera moderna y la
realización del socialismo será el fin de la economía como ciencia. Aquí
vemos el vínculo especial que existe entre la economía y la lucha de clase del
proletariado moderno.
Si es tarea de la economía dilucidar las leyes que rigen el surgimiento,
crecimiento y extensión del modo de producción capitalista, se plantea
inexorablemente que, para ser coherente, la economía debe estudiar también la
decadencia del capitalismo. Igual que los anteriores modos de producción, el
capitalismo no es eterno sino una fase transitoria, un peldaño más en la escala
interminable del progreso social. Las enseñanzas sobre el surgimiento del
capitalismo deben trasformarse lógicamente en enseñanzas sobre la caída del
capitalismo; la ciencia sobre el modo de producción capitalista se convierte en
la prueba científica del socialismo; el instrumento teórico de la instauración
del dominio de clase de la burguesía se vuelve un arma de la lucha de clases
revolucionaria por la emancipación del proletariado.
Esta segunda parte del problema general de la economía no fue resuelta,
desde luego, por los franceses ni los ingleses, ni mucho menos por los sabios
alemanes provenientes de la burguesía. Las últimas conclusiones de la ciencia
que analiza el modo de producción capitalista fueron extraídas por el hombre
que, desde el comienzo, estuvo en la avanzada del proletariado revolucionario:
Carlos Marx. Por primera vez el socialismo y el movimiento obrero moderno se
asentaron sobre la roca indestructible del pensamiento científico.
El socialismo, en cuanto ideal de orden social basado en la igualdad y
fraternidad de todos los hombres, ideal de comunidad comunista, tiene más de
mil años. Entre los primeros apóstoles del cristianismo, entre las sectas
religiosas de la Edad Media, en las guerras campesinas, el ideal socialista
aparecía como la expresión más radical de la revolución contra la sociedad.
Pero en cuanto ideal por el cual abogar en todo momento, en cualquier momento
histórico, el socialismo era la hermosa visión de unos pocos entusiastas, una
fantasía dorada siempre fuera del alcance de la mano, como la imagen etérea de
un arco iris en el cielo.
A fines del siglo XVIII y comienzos del XIX la idea socialista, libre del
frenesí sectario religioso como reacción ante los horrores y devastaciones
perpetrados por el capitalismo en ascenso contra la sociedad, apareció
respaldada por primera vez por una fuerza real. Pero inclusive en ese momento,
el socialismo seguía siendo en el fondo un sueño, el invento de algunas mentes
osadas. Si escuchamos a Cayo
Graco Babeuf 87 el primer combatiente de vanguardia en
las conmociones revolucionarias desatadas por el proletariado, que quiso con un
golpe de mano introducir la igualdad social a la fuerza, veremos que el único argumento
en que basa sus aspiraciones comunistas es la flagrante injusticia del orden
social existente. En sus artículos y proclamas apasionadas, como en su defensa
ante el tribunal que lo sentenció a muerte, denunció implacablemente el orden
social contemporáneo. Su evangelio socialista es una denuncia de la sociedad,
de los sufrimientos y tormentos, la miseria y la degradación de las masas
trabajadoras, sobre cuyas espaldas se enriquece el puñado de ociosos que domina
la sociedad. Para Babeuf bastaba con la consideración de que el orden social
existente bien merecía perecer; es decir, podría haber sido derribado un siglo
antes de su tiempo si hubiera existido un puñado de hombres decididos a tomar
el poder estatal para instaurar la igualdad social, tal como los jacobinos en
1793 tomaron el poder político e instauraron la República.
87 Francois
Noel Babeuf (Cayo Graco) (1760-1797): antecesor
del socialismo francés. Dirigente de la llamada Conspiración de los Iguales en
plena época de la reacción termidoriana durante la Revolución Francesa. Murió
en la guillotina.
En las décadas de 1820 y 1830 tres grandes pensadores representaron, con
genio y brillo mucho mayores, el pensamiento socialista: Saint-Simón y Fourier 88
en Francia, Owen 89 en Inglaterra. Se basaban en métodos totalmente
distintos pero, en esencia, en la misma línea de razonamiento que Babeuf. Desde
luego que ni uno de estos hombres pensaba siquiera remotamente en la toma
revolucionaria del poder para la realización del socialismo. Por el contrario,
al igual que todo el resto de la generación posterior a la Gran Revolución, se
sentían desilusionados por las convulsiones sociales y políticas,
convirtiéndose en firmes partidarios de los medios y propaganda puramente
pacifista. Pero el ideal socialista les era común; constituía fundamentalmente
un esquema, la visión de una mente ingeniosa que prescribe su realización a una
humanidad sufriente para rescatarla del infierno del orden social burgués.
Así, a pesar de todo el poder de su crítica y la magia de sus ideales
futuristas, las ideas socialistas no influenciaron en forma notable los
verdaderos movimientos y luchas de su tiempo. Babeuf pereció con un puñado de
amigos en la oleada contrarrevolucionaria, sin dejar más rastro que una estela
luminosa en las páginas de la historia revolucionaria. SaintSimón y Fourier
fundaron pequeñas sectas de partidarios entusiastas y talentosos quienes -
luego de sembrar ideas ricas y fértiles en ideales sociales, crítica y
experimentos— se separaron en busca de mejor fortuna. De todos ellos fue Owen
quien más atrajo a la masa proletaria, pero después de agrupar a un sector
elitista de obreros ingleses entre 1830 y 1840 su influencia también desaparece
sin dejar rastros.
En 1840 surgió una nueva generación de dirigentes socialistas: Weitling 90
en Alemania, Proudhon, Louis Blanc, 91 Blanqui en Francia. La clase
obrera comenzaba a luchar contra la garra del capital; la insurrección de los
obreros textiles de la seda de Lyon y el movimiento
88 Claude Henri Saint-Simón
(1760-1825): socialista utópico francés. François Marie Charles Fourier
(1772-1837): socialista utópico y crítico del capitalismo francés.
89 Robert Owen
(1771-1858): empresario inglés, socialista utópico. Intentó una experiencia
cooperativa en sus empresas.
90 Wilhelm Wietling
(1808-1871): primer escritor alemán proletario, colaborador de Blanqui.
Socialista utópico igualitario.
91 Pierre-Joseph
Proudhon (1809-1865): socialista utópico francés que ideó una sociedad basada en
el cambio entre productores independientes. Consideraba al Estado menos
importante que los talleres que, según él, lo reemplazarían. Autor de Filosofía
de la miseria, trabajo con el que polemizó Marx en su Miseria de la filosofía.
Louis Blanc (1811-1862): socialista francés. Participó en el gobierno
instaurado por la revolución de febrero de 1848. Adversario de la Comuna de
París.
K. Marx
MISERIA DE LA FILOSOFIA. Respuesta a la “Filosofía de la miseria” del señor
Proudhon. 1847
Cartista 92 de Inglaterra iniciaron la lucha de clases. Sin
embargo no existía un vínculo directo entre los movimientos espontáneos de las
masas explotadas y las distintas teorías socialistas. Las masas proletarias
insurgentes no se planteaban objetivos socialistas, ni los teóricos socialistas
trataban de basar sus ideas en las luchas políticas de la clase obrera. Su
socialismo sería instaurado mediante algunos artificios astutos, tales como el
Banco Popular de Proudhon o las asociaciones productoras de Louis Blanc. El
único socialista para quien la lucha política era un medio para la realización
de la revolución social era Blanqui; esto lo convierte en el único verdadero
representante del proletariado y de sus intereses de clase revolucionarios de
la época. Pero en lo fundamental su
socialismo era un esquema realizable a voluntad, fruto de la férrea decisión de
una minoría revolucionaria y resultado de un golpe de Estado repentino
perpetrado por dicha minoría.
92 Cartismo: gran movimiento de las masas
inglesas que comenzó en 1838 y culminó a mediados de la década de 1850. Luchaba
por la democracia política y la igualdad social. Asumió proporciones casi
revolucionarias. Su eje era un programa (Carta) por el sufragio universal y
otras reformas políticas democráticas, elaborado por la Asociación Obrera
Londinense.
El año 1848 iba a ser el apogeo y también el momento crítico para el
viejo socialismo en todas sus variantes. El proletariado de París, influenciado
por la tradición de luchas revolucionarias anteriores, agitado por los
distintos sistemas socialistas, adoptó con pasión algunas nociones vagas sobre
un orden social justo. Derrocada la monarquía burguesa de Luis Felipe, 93
los obreros parisinos utilizaron la relación de fuerzas favorable para exigir
la instauración de una “república social” y una nueva “división del trabajo” a
la burguesía aterrorizada. El gobierno provisional recibió el célebre periodo
de gracia de tres meses para cumplir con esas demandas; durante tres meses los
obreros pasaron hambre y aguardaron, mientras la burguesía y la pequeña
burguesía se armaban secretamente y se preparaban para aplastar a los obreros.
El periodo de gracia terminó con la memorable masacre de junio en la que el
ideal de la “república social”, realizable en cualquier momento, quedó ahogado
en la sangre del proletariado parisino. La Revolución de 1848 no instauró la
igualdad social sino más bien la dominación política de la burguesía y un
incremento sin precedentes de la explotación capitalista bajo el Segundo
Imperio.
93 Luis
Felipe (1773-1850): rey de Francia, entronizado por la revolución de julio de
1830 y derrocado por la de febrero de 184
Pero a la vez que el socialismo de viejo cuño parecía enterrado
definitivamente bajo las barricadas destrozadas de la Insurrección de Junio,
Marx y Engels colocaron la idea socialista sobre bases enteramente nuevas.
Ninguno de los dos buscó argumentos a favor del socialismo en la depravación
moral del orden social existente ni intentó introducir de contrabando la
igualdad social mediante ardides nuevos e ingeniosos. Se dedicaron al estudio
de las relaciones económicas que se establecen en la sociedad. Allí, en las
leyes de la anarquía capitalista, Marx descubrió la base de las aspiraciones
socialistas. Los economistas clásicos franceses e ingleses habían descubierto
las leyes de la vida y el crecimiento de la economía capitalista; Marx retomó
su trabajo medio siglo después, partiendo de donde ellos habían abandonado.
Descubrió cómo las mismas leyes que regulan la economía actual preparan su
caída, mediante la anarquía creciente que hace peligrar cada vez más a la
sociedad misma, forjando una cadena de catástrofes políticas y económicas
devastadoras. Marx demostró que las tendencias inherentes al desarrollo
capitalista, llegado cierto punto de madurez, hacen necesaria la transición a
un modo de producción planificado, organizado conscientemente por toda la
fuerza trabajadora de la humanidad, para que la sociedad y civilización humanas
no perezcan en las convulsiones de la anarquía incontrolada. Y el capital
acerca esta hora fatal a velocidad acelerada, movilizando a sus futuros
sepultureros, los proletarios, en número creciente, extendiendo su dominación a
todos los países del globo, instaurando una economía mundial caótica y sentando
las bases para la solidaridad del proletariado de todos los países en un solo
poder revolucionario mundial que barrerá el dominio de clase del capital. El
socialismo dejó de ser un esquema, una bonita ilusión o un experimento
realizado en cada país por grupos de obreros aislados, cada uno librado a su
propia suerte. Programa político de acción común para todo el proletariado
internacional, el socialismo se vuelve una necesidad histórica resultado del
accionar de las propias leyes del desarrollo capitalista.
Debe resultar claro a esta altura por qué Marx ubicó su concepción fuera
de la esfera de la economía oficial y la intituló Crítica de la economía
política. Las leyes de la anarquía capitalista y de su colapso inevitable,
desarrolladas por Marx, son la continuación lógica de la ciencia de la economía
tal como la crearon los economistas burgueses, pero una continuación cuyas
conclusiones finales son el polo opuesto del punto de partida de los sabios
burgueses. La doctrina marxista es hija de la economía burguesa, pero su parto
le costó la vida a la madre. En la teoría marxista la economía llegó a su
culminación, pero también a su muerte como ciencia. Lo que vendrá -además de la
elaboración de los detalles de la teoría marxista- es la metamorfosis de esta
teoría en acción, es decir, la lucha del proletariado internacional por la
instauración del orden económico socialista. La consumación de la economía como
ciencia es una tarea histórica mundial: su aplicación a la organización de una
economía mundial planificada. El último capítulo de la economía será la
revolución social del proletariado mundial.
El vínculo especial entre la economía y la clase obrera moderna es una
relación recíproca. Si, por una parte, la ciencia de la economía, perfeccionada
por Marx, es más que cualquier otra ciencia la base indispensable para el
esclarecimiento del proletariado, entonces el proletariado con conciencia de
clase es el único auditorio capaz de comprender las enseñanzas de la economía
científica. Contemplando las ruinas de la vieja sociedad feudal, los Quesnay y
Boisguillebert 94 de Francia, los Ricardo y Adam Smith de Inglaterra
volvieron sus ojos con orgullo y entusiasmo al joven orden burgués, y con fe en
el milenio de la burguesía y su armonía social “natural”, sin el menor temor,
permitieron que sus ojos de águila penetraran en las profundidades de las leyes
económicas del capitalismo.
94 Francois Quesnay (1694-1744):
fisiócrata francés, el primero en intentar una descripción sistemática de la
estructura económica capitalista en su Tableau économique (1758). Pierre le
Pesant, Sieur de Boisguillebert (1646-1714): economista francés de la escuela
clásica de la economía política burguesa.
Pero el impacto creciente de la lucha de la clase proletaria, sobre todo
la Insurrección de Junio del proletariado de París, destruyó hace mucho la fe
de la sociedad burguesa en su propio dios. Desde que comió del árbol de la
sabiduría y supo de las modernas contradicciones de clase, la burguesía
aborrece la clásica desnudez con la que los creadores de su propia economía
política la pintaron para que estuviese a la vista de todos. La burguesía ganó
conciencia del hecho de que los voceros del proletariado moderno habían forjado
sus armas mortíferas en el arsenal de la economía política clásica.
Así resulta que durante décadas no es sólo la economía socialista la que
ha estado hablando a los oídos sordos de las clases poseedoras. La economía
burguesa, en la medida en que fue alguna vez una verdadera ciencia, ha hecho lo
mismo. Incapaces de comprender las enseñanzas de sus grandes antepasados, menos
capaces aun de aceptar las enseñanzas del marxismo, que surgen de aquéllas y
además anuncian la muerte de la sociedad burguesa, los profesores burgueses nos
sirven un guisado desabrido hecho de las sobras de una mezcolanza de conceptos
científicos y frases huecas intencionadas, sin el menor intento de explorar las
verdaderas tendencias del capitalismo. Por el contrario, tratan de levantar una
cortina de humo para defender al capitalismo como el mejor de todos los órdenes
sociales y el único viable.
Olvidada y desechada de la sociedad burguesa, la economía científica
puede encontrar oyentes solamente entre los proletarios con conciencia de
clase; no sólo comprensión teórica, sino también acción concomitante. La famosa
frase de Lassalle se aplica en primer lugar a la economía: “Cuando la ciencia y los trabajadores, polos
opuestos de la sociedad, se abracen, aplastarán en su abrazo todos los
obstáculos sociales.”
El
Pensamiento de Rosa Luxemburgo (Curso de Filosofía)
Bibliografía complementaria
Rosa
Luxemburgo. Reforma o revolución
Archivo de
Rosa Luxemburgo (en inglés)
ROSA LUXEMBURG 1871
- 1919
Karl Marx. El Capital. Tomo I .El Proceso de Producción del Capital.
Prólogo 1867
Carlos
Marx El Capital, Tomo I "El Proceso de Producción del Capital",
Capítulo VIII, La Jornada Laboral.
El
Capital Tomo I. Capítulo XXIV. La llamada acumulación originaria
El
Capital Tomo I. Capítulo XXV. La teoría moderna de la colonización
Karl Marx
“Glosas Marginales Al Tratado de Economía Política de Adolph Wagner
Esbozo de
crítica de la economía política por Friedrich Engels
La crisis capitalista según Marx y otros textos complementarios.
Karl Marx y Friedrich Engels: Manuscritos económicos y filosóficos de
1844. Los Cuadernos de París 1844.Los Anales franco-alemanes. En defensa de la
libertad(Los artículos de La Gaceta Renana 1842-1843). Escritos de Juventud
1835-1844. Nueva Gaceta Renana (1848-1849). Elementos Fundamentales para la
Crítica de la Economía Política de Karl Marx. (1857-1858) Grundrisse Tomo 1,2 y
3. Contribución a la Contribución a la Crítica de la Economía Política
1858-1859 y bibliografía complementaria.
Rosa
Luxemburgo: Debate sobre la huelga política de masas en Bélgica y Debate sobre
la huelga política de masas 1905 – 1906
30 de diciembre de 2018
Rosa
Luxemburgo: Debate sobre la huelga política de masas en Bélgica
29 de diciembre de 2018
Rosa
Luxemburg: La lucha contra el socialismo en Bélgica (febrero de 1895). Bélgica
(huelga de masas) parte I
Rosa
Luxemburgo. Cuestión de táctica [Sobre Bélgica] 4 de abril 1902. Bélgica
(huelga de masas) parte II
Rosa
Luxemburg: Saltos de la táctica (9 de abril de 1902). Bélgica (huelga de masas)
parte III
Rosa
Luxemburg: El tercer acto. 14 y 15 de abril de 1902.Bélgica (huelga de masas)
parte I V
Rosa
Luxemburg: Golpe a golpe (29 de junio de 1912) Bélgica (huelga de masas) parte
X
Rosa
Luxemburg: El experimento belga. Una serie de artículos del 15, 16 y 18 de mayo
de 1913. Bélgica (huelga de masas) parte XI
Anton
Pannekoek. Acciones de masas y revolución 1912
14 de
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Rosa
Luxemburgo. Proyecto de Resolución presentada en el congreso de Jena de 1913.
(Sobre la huelga de masas)
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diciembre de 2018
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Bebel. El socialismo y la huelga general en Alemania. (1905) Congreso de Jena
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diciembre de 2018
Rosa
Luxemburgo. Anarquistas, socialdemócratas y huelga general (17 de abril de
1912)
20 de
diciembre de 2018
Rosa
Luxemburg. ¿Desgaste o lucha? 1910 (27 de mayo y 3 de junio)
20 de
diciembre de 2018
20 de
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Rosa
Luxemburg. Teoría y práctica [Una polémica contra la teoría del camarada
Kautsky de la huelga de masas] (1910)
20 de
diciembre de 2018
Luise
Kautsky Introducción a Rosa Luxemburg: Cartas a Karl y Luise Kautsky de 1896 a
1918 y Postdata y Apéndice. 1919
18
de diciembre de 2018
Friedrich
Engels. Contribución a la crítica del Proyecto de Programa Socialdemócrata de
1891 (debate sobre el Programa de Erfurt)
12 de
diciembre de 2018
María
José Aubet. Rosa Luxemburg en el movimiento revolucionario y en la II
Internacional: sus críticas a Lenin y a la revolución rusa
1
de noviembre de 2018
María
José Aubet. El «último error» de Rosa Luxemburg
Daniel
Bensaïd y Samy Naïr. El problema de la organización. Lenin y Rosa Luxemburgo
7 de
noviembre de 2018
Teoría
Marxista del Partido Político. II (Problemas de Organización) Lenin, Rosa
Luxemburgo, Georg Lukás
7
de noviembre de 2018
Rosa
Luxemburgo: Una heroína de la revolución. Hannah Arendt
8 de
noviembre de 2018
El
desafío de Rosa Luxemburgo
8 de
noviembre de 2018
Paul
mattick. Luxemburgo contra Lenin (1935)
11 de noviembre de 2018
V. I.
Lenin. Acerca del infantilismo "izquierdista" y del espíritu
pequeñoburgués. 1918
Vladimir
Ilich Lenin. La enfermedad infantil del “izquierdismo” en el comunismo. 1920
20 de
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Herman
Gorter. Carta abierta al camarada Lenin (1920). [Respuesta al folleto de Lenin
"El izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo"].
25 de
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Franz
Pfempfert. La Enfermedad Infantil de Lenin. . .y la Tercera Internacional
26 de
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V. I.
Lenin. El imperialismo y la escisión del socialismo. 1916
22 de
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22 de
noviembre de 2018
Rosa
Luxemburg: Reconstruyendo la Internacional (1915)
22 de
octubre de 2018
Rosa
Luxemburgo: Guerra a la guerra
22 de
octubre de 2018
23 de
octubre de 2018
Leo
Jogiches: Una carta de prisión a Sophie Liebknecht del 7 de septiembre de 1918
24 de
octubre de 2018
24 de
octubre de 2018
Rosa
Luxemburgo: Cartas de Amor
24 de
octubre de 2018
25 de
octubre de 2018
Michael
Löwy: EL MARXISMO OLVIDADO (R. Luxemburg, G. Lukács)
25 de
octubre de 2018
Diego
Guerrero Jiménez. Sobre la cuestión nacional y los nacionalistas
31
de octubre de 2018
Rosa Luxemburgo y la cuestión nacional (primera parte)
23 de
noviembre de 2017
Rosa
Luxemburgo La cuestión nacional (1909) (segunda parte)
26 de noviembre de 2017
Georges
Haupt Los marxistas frente a la cuestión nacional: La historia del problema.
Rosa Luxemburgo La cuestión nacional (tercera parte)
28
de noviembre de 2017
Rosa
Luxemburgo En defensa de la nacionalidad (1900). Lenin El orgullo nacional de los
rusos 1914. Rosa Luxemburgo La cuestión nacional (cuarta parte)
18
de enero de 2018
Rosa
Luxemburgo: La memoria del "Proletariado" 1903. Rosa Luxemburgo La
cuestión nacional (quinta parte)
21
de enero de 2018
Rosa
Luxemburgo: La acrobacia programática de los socialpatriotas (1902). Rosa
Luxemburgo: La cuestión nacional (sexta parte)
24 de
enero de 2018
Carlos Marx,
Federico Engels y Rosa Luxemburgo LOS NACIONALISMOS CONTRA EL PROLETARIADO
11 de enero de 2018
[Libro] Raya Dunayevskaya Rosa Luxemburgo La liberación femenina y la
filosofía marxista de la Revolución
1 de diciembre de 2017
Feminismo emancipador o revolucionario. Las mujeres revolucionarias de la clase trabajadora contra el feminismo burgués. El origen del 8 de marzo, día internacional de la mujer trabajadora.
Discurso
de Dionisio Inca Yupanqui en las Cortes de Cádiz. 16 de diciembre 1810
27 de
noviembre de 2017
“Un pueblo que oprime a otro no
puede ser libre”
Rosa
Luxemburgo Cuestiones organizativas de la socialdemocracia rusa [¿Leninismo o
marxismo?] (1904)
15 de
noviembre de 2017
Rosa
Luxemburgo. Liebknecht
25 de septiembre de 2017
Rosa
Luxemburgo. El folleto Junius: La crisis de la socialdemocracia alemana. 1915
14 de
diciembre de 2016
Rosa
Luxemburgo. La Huelga de masas, partido político y los sindicatos (1906)
8 de
diciembre de 2016
Rosa
Luxemburgo. La Revolución en Alemania de noviembre de 1918 y la Revolución en
Rusia de octubre de 1917
15 de
noviembre de 2016
Kurt
Landau La Revolución Española de 1936 y la Revolución Alemana de 1918-1919
15 de
julio de 2017
Rosa
Luxemburgo. Discurso ante el congreso de formación del Partido Comunista Alemán
13
de noviembre de 2016
Rosa
Luxemburgo. Tesis sobre las tareas de la socialdemocracia de la
socialdemocracia internacional (1916)
8 de
noviembre de 2016
J. Peter
Nettl. Rosa Luxemburgo
5
de noviembre de 2016
Claudio
Albertani. La tragedia de León Trotsky
1 de
noviembre de 2016
León
Trotski: ¡Fuera las manos de Rosa Luxemburgo!
13 de
octubre de 2016
Rosa
Luxemburgo. Una cuestión de táctica. Escrito: julio de 1899 (La participación
activa de los socialistas con un gobierno burgués. La clase obrera no puede
aliarse con el enemigo de clase para defender sus conquistas democráticas).
8
de octubre de 2016
Rosa Luxemburgo. La socialización de la Sociedad o ¿Cuál es el bolchevismo?
(Diciembre de 1918)
26 de
octubre de 2016
Rosa Luxemburgo. ¿Cuál es el bolchevismo? o La socialización de la
Sociedad
5
de abril de 2016
Rosa
Luxemburgo. El Programa de Espartaco. ¿Qué quiere la Liga Espartaco? Nuestro
programa y la situación política 1918
26 de
octubre de 2016
Rosa
Luxemburgo: Utopías pacifistas - Estados Unidos de Europa 1911
20
de mayo de 2016
Lenin y
Trotsky: la consigna los Estados Unidos de Europa, el socialismo en un solo
país y el capitalismo de Estado
18
de mayo de 2016
Rosa
Luxemburgo. Reforma o revolución
16 de
enero de 2016
Programa
de la Liga Spartakus y otros escritos Rosa Luxemburg
18 de
septiembre de 2015
Rosa
Luxemburgo: El orden reina en Berlín
13
de agosto de 2015
Rosa
Luxemburgo. La Revolución Rusa
1 de
marzo de 2015
Luxemburgo,
una Rosa roja para el siglo XXI
11 de
mayo de 2014
Rosa
Luxemburg o la libertad de los y las que piensan distinto. Fundación Rosa
Luxemburgo
2 de
enero de 2013
“El orden
reina en Berlín”. 94 aniversario del asesinato de Rosa Luxemburgo y Karl
Liebknecht. Del blog iniciativa de clase.
15 de
enero de 2013
Adiós a
José María Delgado, poumista y luxemburguista sevillano.
16 de
enero de 2013
Rosa
Luxemburgo y la democracia Juan Manuel Vera
28 de junio de 2012
Rosa
Luxemburgo (Problemas de Organización de la Socialdemocracia rusa y La
Revolución rusa)
18 de marzo de 2012
Rosa Luxemburgo hoy
6 de julio de 2012
El luxemburguismo en España: y 4. Obras
4 de julio de 2012
El luxemburguismo en España: 3. Biografías
4 de julio de 2012
El luxemburguismo en España: 2. Rosa y el espartaquismo
4 de julio de 2012
El luxemburguismo en España 1. Introducción
4 de julio de 2012
ROSA
LUXEMBURG 1871 - 1919
Rosa
Luxemburg en castellano
- 1893.
El año 1793
- 1902.
La causa de la derrota
- 1902.
Una cuestión de táctica
- 1902.
Y por tercera vez el experimento belga
- 1908.
El Estado-nación y el proletariado
- 1908.
El problema de las nacionalidades en el Cáucaso
- 1910.
La teoría y la praxis
- 1910.
¿Desgaste o lucha?
- 1910.
¿Y después qué?
- 1912.
Anarquistas, socialdemócratas y huelga general
- 1913.
La acumulación del capital
- 1913.
La acumulación del capital. Crítica de las críticas
- 1914-1918.
Programa de la Liga Spartakus y otros escritos
- 1916-1917.
Introducción a la economía política
- 1918.
La socialización de la sociedad
- 1919.
¡A pesar de todo! (Trotz alledem!)
Ediciones
Espartaco Internacional
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